Los Ojos del Ruiseñor
Capítulo 52: Desde adentro 2
Otoño — x492 / 1 de noviembre
De las Tres Deidades que se adoraban en los templos, solo la Sombra era la Deidad a la que los soldados rezaban cuando iban a la guerra. Le rezaban para que sus armas fueran más fuertes y que su fuerza fuera mayor; le rezaban para que no temieran a la muerte en el campo de batalla, y le rezaban para que si morían en la guerra, la Sombra los llevaría al Paraíso de las Deidades.
Sin embargo, los verdaderamente afortunados y "tocados" por la Sombra eran aquellos que pertenecían a la sangre de Vayalat; la primera mujer en tener ese "don de la guerra".
Nadie sabía cómo Vayalat había logrado tener la bendición de la Sombra, pero desde siempre, sus hijos y los hijos de sus hijos, fueron entregados a la Sombra en un ritual que fue transmitido de generación en generación; todo para que el don que habitaba en ellos pudiera ser utilizado en su totalidad.
Con el tiempo encontraron la manera de que otras personas se unieran a la Sombra, no como lo hizo Vayalat, ella fue la primera y única, pero de alguna manera lograron que la Sombra mejorara los dones naturales de las personas. Los soldados entrenados por los Karanq, aquello niños huérfanos eran los que, tras recibir y sobrevivir a un duro entrenamiento, se convirtieron en Las Sombras.
No eran originales en los nombres, pero era la mejor manera de describirlos.
Aquellos niños que sobrevivían al entrenamiento y que entregaban su vida a la Sombra, eran marcados con extraños tatuajes que generalmente estaban cubiertos por ropa para no revelar su identidad.
Eran los asesinos del reino; lo mejor de lo mejor porque la Sombra los hizo más que simples soldados.
Ichigo entrenó con esos niños, pero recibió la Sombra en él mucho antes que esos niños, solo porque él era uno de los herederos de Vayalat. Hizo el mismo ritual que su madre, sus tíos y abuelos; el mismo ritual que hicieron sus hermanas pequeñas la vez que escaparon de Visnia y llegaron a Vermist sin decirle a su padre, solo porque hacer un viaje sin permiso era divertido.
Renji y Uryu habían pasado por el ritual que hacían los niños huérfanos y, al igual que los soldados que Ichigo había entrenado personalmente, estaban marcados por la Sombra. La Sombra amaba la guerra y la sangre, y todos los asociados con la Sombra habían matado al menos una vez en sus vidas.
Ichigo no quería que Rukia se uniera a la Sombra, aunque conocía el ritual para hacerlo, no quería hacerlo. Rukia era su luz y no quería contaminarla así, pero ella había insistido en más de una ocasión, y aunque él se lo había explicado de todas las formas posibles, ella no se retractó de su decisión; así que tuvo que ceder.
El canto que hizo mientras Rukia miraba a la Sombra en el espejo, era el ritual de las parejas; el que se hacía cuando una pareja tenía quería unirse a través de la Sombra. Aunque el ritual los hacía pertenecer el uno al otro, Rukia tendría que servir a la Sombra el resto de su vida.
Ichigo veía a Rukia dormir entre sus brazos, todavía era muy temprano y ella debía estar exhausta. Le acarició suavemente las mejillas y la sintió moverse entre sus brazos para acomodándose un poco mejor, haciéndolo sonreír.
Él había sido el primero en ver el tatuaje que se había formado en la piel de Rukia, y al contrario de lo que pasaba con los otros tatuajes de los que se unieron a la Sombra, el tatuaje de Rukia estaba perfectamente definido. Ichigo pensó en ese momento, que cuando él dominara por completo el ankh y su tatuaje se definiera, ya que ambos estaban atados por la bendición de la Sombra, su tatuaje tendría que ser algo similar al de Rukia.
Ichigo acarició suavemente las mejillas de Rukia y le dio un suave beso en la nariz; Rukia no se despertó y eso lo hizo sonreír de nuevo. Le sorprendió que Rukia se sintiera tan cómoda en sus brazos, y la forma plácida en que dormía junto a él lo hacía sentir feliz y afortunado.
Rukia le había dicho una vez que solo podía dormir profundamente a su lado, y que las noches que pasaban separados eran noches largas y sin descanso. Ichigo sentía lo mismo que ella; las únicas noches que podía dormir profundamente era cuando dormía en los brazos de Rukia.
Ella le daba tanta seguridad que él solo podía responderle de la misma manera: dándole seguridad a ella.
Uno de los sirvientes llamó suavemente a la puerta y entró en la habitación sin hacer más ruido que el ruido de su ropa al caminar; se aclaró la garganta y se inclinó ante Ichigo.
— Su Alteza, Su Majestad el Rey, solicita su presencia en el despacho privado. — explicó el sirviente.
Ichigo, que no había dejado de ver a Rukia, hizo un gesto con la mano para indicar que lo había escuchado, y con cuidado se levantó de la cama, cubriendo a Rukia con la sábana para que no sintiera frío.
— Prepara mi ropa y tráenos el desayuno. — ordenó Ichigo mirando al sirviente.
Momentos después, todo lo que Ichigo necesitaba estaba en su habitación, e hizo salir al sirviente de la habitación para poder vestirse en silencio.
Ichigo sabía que ese día el asunto con la familia de Rukia estaría terminado, y debía tener la mente despejada para todo lo que iba a pasar. Koga estaba en el castillo y según el informe que le había dado el soldado la noche anterior, no había llegado solo. A Ichigo no le gustó nada eso, porque seguramente Koga iba a hacer todo lo posible por proteger a su propia hermana y a al pequeño hijo de ella.
Koga era tan astuto como Kaien, y aunque eran amigos, en asuntos de estado las cosas debían tratarse con cuidado.
Ichigo besó la mejilla de Rukia, quien solo se movió un poco bajo las sábanas murmurando en sueños, y salió de la habitación hacia la oficina del rey. Era el Segundo Príncipe, el que estaba a cargo de las guerras y los soldados, y tenía la impresión de que el rey estaba considerando algo relacionado con el derramamiento de sangre si lo primero que hacía era llamarlo por la mañana.
—
Toda la noche Rukia soñó con la mujer en el espejo, la forma en que esa mujer la miraba y le hacía desear ser como ella. Era un sueño y un recuerdo, porque mientras Ichigo realizaba ese ritual, Rukia no había dejado de desear ser como esa mujer; ella era el tipo de mujer que debía ser si quería, algún día ser la reina.
Aunque ese día parecía muy lejano, era algo que deseaba un poco más cada vez. Le gustaba la vida que tenía en ese momento, le gustaba tener posibilidades y le gustaba que Ichigo estuviera siempre a su lado; también le gustaba que ambos compartieran objetivos comunes sin importar el destino que eligieran.
Al despertar, Rukia se dio cuenta de que Ichigo no estaba en la cama con ella. Rápidamente miró alrededor de la habitación y descubrió que estaba sola, no había rastro de Ichigo en la habitación y Rukia dejó escapar un suspiro.
De los dos, Ichigo siempre era el que tenía más trabajo por hacer.
Su cuerpo se sentía pesado, como si no hubiera descansado toda la noche o corrido un maratón, pero sabía que era por haber realizado el ritual la noche anterior. Rukia no esperaba que le doliera tanto; Ichigo le había dicho que sería doloroso, pero ella había pensado que él se lo decía porque quería asustarla.
Evidentemente ella estaba equivocada y sus planes de seducirlo después de terminar el ritual tuvieron que posponerse porque inmediatamente se quedó dormida después de que Ichigo la ayudara a quitarse el vestido y los zapatos.
Rukia se levantó de la cama y estiró los brazos, escuchó como su espalda tronaba un par de veces y sacudió un poco la cabeza tratando de terminar de ahuyentar el sueño y el cansancio. Se llevó una mano a las costillas, donde la Sombra se había hecho ese tatuaje, y se sorprendió al no sentir dolor. Rukia había pensado que le dolería o algo así, pero todo estaba tan normal como siempre.
La curiosidad por ver ese tatuaje era fuerte, pero al mismo tiempo, Rukia tenía miedo de que el tatuaje no fuera de su agrado. Ichigo le había dicho que los tatuajes no tenían forma y posiblemente solo un par de líneas negras serían las que marcarían su piel.
Rukia podía lidiar con un par de líneas negras siempre y cuando se vieran bien en su piel; ella podía vivir con eso, aunque internamente esperaba que no fueran solo dos simples líneas negras.
Cuando sintió que el agotamiento se había desvanecido por completo, Rukia se acercó al espejo de cuerpo entero que Ichigo tenía en su habitación y levantó su camisón. Cerró los ojos por un momento, temerosa de ver solo dos líneas negras, y no los abrió hasta que se sintió lo suficientemente valiente como para enfrentar lo que quedaría marcado en su piel hasta su muerte y más allá.
Respiró hondo y centró su mirada en su reflejo.
Allí estaba, su contrato con la Sombra grabado en su piel.
Por un momento, Rukia no entendió qué era, aunque en realidad era más fácil de entender que el gran tatuaje en la espalda de Ichigo y era más bonito. No dejó de mirar ese dibujo hasta que su cerebro logró hacer una conexión, y en ese momento sonrió.
No eran solo dos rayas negras, y eso hizo que su corazón latiera con fuerza por la emoción, haciendo que ese miedo infundado se evaporara con el suspiro que dejó escapar en ese momento.
El tatuaje era una luna creciente encima de una flor cuyos pétalos se delineaban uno a uno y parecían moverse con cada respiración que ella tomaba dándole una sensación de vida. Era simplemente hermoso, aunque no sabía qué tipo de flor era y eso le despertó la curiosidad; seguramente no era una flor común, sin embargo eso la hacía feliz.
Su madre siempre había dicho que tenía buena mano con las plantas, y que la sombra en su piel fuera una flor, le resultaba curioso y divertido.
