Advertencia: Suicidio, traumas y BE (bad ending). Quizás (muy seguro) personajes OOC. Universo alterno donde las personas de Fontaine no logran perdonar el engaño.

Notas de la autora: Tras ver el gameplay de la 4.2 y algunos spoilers de la legendaria de Furina, sentí la necesidad de escribir un what if depresivo. ¿Por qué? Porque siento que a Furina le hizo falta mas reconocimiento y cariño. Tal vez cuando juegue su misión me sienta un poco mejor, pero por ahora dejo mi borrador, escrito pensando en como se recuperaría tras 500 años de soledad. Por un momento le iba a dar un HE, pero sentía que quería algo más triste. Quizás cuando me ponga al día con las ultimas misiones y tenga tiempo lo escriba (ya sea una alternativa de este one-shot o una continuación de este; o uno nuevo).

De antemano, perdón si ven errores, no lo revise bien por falta de tiempo. Cuando pueda lo iré editando.

Sin más que agregar, disfruten...


Era humana. Su maldición se terminó y su máscara cayó. Solo quedaban los fragmentos dispersos en el escenario.

Podía levantarse de su pedestal. Podía caminar por si sola hasta la salida del Palacio Mermonia. Podía elegir su camino.

Era dueña de su papel. Dueña de elegir a quienes estarían con ella en su escenario. Libre de ver a sus espectadores e interactuar con ellos.

Libre…

Aún así, cuando caminaba pisaba con sus pies descalzos la máscara.

Encontraba su imagen en el espejo. Un color violeta estaba pintado bajo sus ojos. Unas mejillas sin rubor ni pestañas arqueadas para que se apreciaran mejor sus ojos. Aquella máscara que era linda a la vista dejó a una mujer apagada. Una mujer descrita como los relatos románticos que solía leer: sola y enferma.

Salir de su lugar de exhibición le hacía entender lo alejada que estaba de lo demás. No solo físicamente, sino en cada aspecto posible.

Y cuando algo sale de su lugar, descoloca. Altera. Aísla más.

Caminar por las calles de Fontaine de noche era hermoso. Los gatos la acompañaban y los perros movían sus colas con felicidad. Era contagioso ese estado. Pero cuando se daba cuenta, el sol salía. Los perros se iban a buscar a sus dueños y los felinos a descansar. Y allí estaba, la única mascota que quedaba. Una abandonada. Siendo observada por los demás, siendo ignorada en su acercamiento. Siendo objeto de ejemplo para los niños que pasaban junto con sus padres de cómo una persona de lo más alto puede caer. De cómo uno lo pierde todo cuando no lo aprecia. De que si no trabajas por ser respetado y amado por los demás, terminas como ella. Sola, impotente y sin amor. Su figura estaba volviendo una leyenda más.

Intentar buscar otro rol cuando actuaste el anterior a la perfección te encasilla en ese arquetipo. Te anula para cambios. Te limita a tomar el mismo camino, aunque ya no se sienta lo mismo.

Aquellos niños se acercaban a ella cuando sus padres los descuidaban. Las preguntas incómodas llegaban a sus oídos. Sin maldad, solo dolorosa curiosidad.

¿Cómo lograste ser arconte sin hacer nada?

¿Es fácil ser una mascota?

¿Estás segura que no tienes algún talento?

Sonreía ante eso y de manera teatral respondía. No recordaba bien sus palabras. Todo se volvía confuso, pero sabía que hacía bien cuando veía que los niños se alejaban con carcajadas y los padres con risas disimuladas.

Así era ella. ¿No? Dar lo que su pueblo quiere, incluso si la mata.

Tener que aceptar que las personas que la conocieron ya no querrían seguir actuando a su lado era evidente para ella. Tan claro como el agua. Tan cristalino como el evidente rechazo de los que alguna vez la estimaron.

Una semana viviendo en su pequeña -y aún así, no acogedora- casa. Ninguna de las melusinas se acercó hasta su puerta para saber si necesitaba algo. No escuchaba los pasos de Clorinde a su lado. A veces sentía la mirada de Neuvillette, pero claramente no está allí. Su mente podía ser cruel con ella misma.

Pero si estuvieran, ¿cómo se confía? ¿Cómo podría sentirse segura de nuevo con ellos sin pensar cuando la volverán a dejar? ¿Cuándo sería la última vez que la mirarían?

Ahora no tenia público quien esperará por su regreso, ni podía atraer nuevo.

Murió la improvisación.

Cuando cerraba sus ojos, miles de escenarios pasaban por su mente. Uno más estrafalario y delirante que el otro, pero aún así le sacaban una sonrisa cuando estaba sola. Una tonta ilusión nacía en ella por el mañana. Ahora, cuando la oscuridad era su única visión, solo podía visualizar cómo se veían sus lágrimas caer. Aquellas fantasías en donde había al menos alguien o algo con ella, que la consolaban en sus momentos de flaquezas, ya no estaban. También la habían abandonado.

Libertad… La muerte es una forma de libertad. Libertad mental, emocional y física. Cuando uno muere, se vuelve uno con la naturaleza. Sus pensamientos quedan en el olvido, siendo llevados por el viento junto con las hojas de los árboles. Los sentimientos son energía que se transforma y quedan a libre interpretación de los demás.

¿Esa era la libertad de la que habló ella?

Sus pensamientos estaban en espiral, cada vez más destructivos hasta ese concepto que los humanos temían al igual que lo tuvo ella desde esa noche. En la oscuridad de su habitación, con las cortinas bloqueando la luz y su mirada perdida en un punto indefinido estaba pensando en ese asunto. A veces soñaba con él, mirándola desde lo alto de su posición con desdén, como solía mirar a los criminales luego de un juicio atroz. Algunas veces miraba un cielo tan dolorosamente despejado y con un sol radiante, el último paisaje que sabía que vería en el momento que la cuchilla colgando cayera sobre su cuello. Otras, sentada en su trono hundido en el agua sentía cómo sus pulmones dejaron de recibir oxígeno para terminar ahogada en el centro de Fontaine. Muy rara vez la veía a ella en sus sueños. En esos sueños, sentía como su existencia iba convirtiéndose en una sombra, cada vez se sentía menos sólida. Ella solo la miraba con pena para luego alejarse hacía lo que alguna vez fue su hogar. A su lado iba Clorinde, mientras que más adelante la esparaba Neuvillette. Con una sonrisa que pocas veces mostraba, pero que llegaba a ser tan calida. No valía la pena gritar ni seguirlos. Prefería quedarse allí. Hasta que despertara. Siempre con una lágrima recorriendo su mejilla izquierda.

Cuatro horas de sueño no eran para cualquiera.

¿Alguien tenía una respuesta para ella? ¿Una salida? ¿Algo…?

Tal vez el viento escuchó sus sollozos y lamentos. Quizás escucho su lágrima brotar a pesar de los ruidos por la reconstrucción de Fontaine porque enfrente suyo estaba algo nuevo.

Algo para ella. De alguien que pensaba en ella.

El miedo vencía sus ansias. No podía evitar pensar que quizás eran una nota sugiriéndole mudarse cuando pudiera a un mejor lugar (traducción: que se largará rápido). O algún poema que refleje todos sus defectos y lo que jamás podrá ser. Miles de ejemplos, uno peor que el otro, destruían sus esperanzas. Cuando sintió que repasó todas las opciones más probables, su espíritu aceptó continuar con la lectura.

El sobre blanco estaba sellado con cera verde, pero sin diseño que le indicase quien podía ser.

Al abrir extendió una hoja escrita en cursiva, junto a ella una flor seca. Una cecilia que parecía haber estado entre libros. Aún conservaba su aroma.

"Las nuevas eras cosechan preocupaciones antiguas

Las leyendas caen como hojas secas

Las nuevas melodías se elevan como las montañas

A saber que los nuevos tiempo traerán esperanzas

Las hojas avisan el porvenir de nuevas historias.

Las antiguas voces se encontrarán en las nuevas si las escuchas con interés.

Y nuevas ilusiones nacen.

Mondstadt es la nación de la libertad, te invita a que la conozcas en ella.

Liyue es la nación de los contratos, te quiere enseñar a volver a comprometerte con lo uno que anhela.

Inazuma es la nación de la eternidad, te llama a que aprendas la historia sin fin que es tu

vida hecha novela.

Sumeru es la nación del conocimiento, te desea mostrar cómo tu pasado es tu luz guía más dolorosamente bella.

Este bardo es la voz de una pequeña sabia reina, de una shogun que regresó a la realidad y de un vagabundo quebrado. Los vientos, al igual que el agua, fluyen y nos conectan con todo. Historias de amor incondicional y sacrificio de uno mismo muchas veces se ven en ficción o cantos a la medianoche. La razón por la que muchas veces se cuentan tarde es porque uno no puede verlo a simple vista. Nos alegraría recibirte en nuestras naciones y aprender de ti, Lady Furina. Hoy y siempre, tu marca estará en la nación de la justicia, el tiempo lo reflejará con mayor brillo y altura. Mientras eso ocurre, la vida te invita a seguir descubriendo nuevos placeres.

Por favor, acepta este nuevo capítulo, apasiónate por los nuevos desafíos que esperan ser iluminados por las posibles soluciones que puedes darles.

Atentamente, el bardo de Mondstadt, Venti.

Recomendaciones al aceptar (opcionales):

Trae vinos para que aprendas a catear con el mejor de Mondstadt.

No aceptes comidas caseras de la shogun, mejor conozcan lo que la gastronomía profesional salubre tiene por ofrecer.

Las finanzas es algo que se aprende con el tiempo. En Liyue procura llevar siempre morax de más o tener cerca una funeraria.

Dentro de todo lo malo aflora lo bueno, que será la flor más hermosa. En Sumeru trata de buscarlas y disfruta de sus colores."

La carta comenzó a mojarse. No eran por filtraciones en el techo, eran por sus ojos. Había cosas que no comprendía, pero que aún así la hacían sonreír. De nuevo sentía su imaginación trabajar. Pensar en las selvas de Sumeru, las montañas de Liyue, los cerezos de Inazuma y los valles de Mondstadt. La música, los postres, las personas, los paisajes. Toda la humanidad fuera de lo que alguna vez creyó ser su nación.

Una nueva forma de la libertad. Fuera de los muros, de las aguas profundas. Hasta donde sus ojos llegan a ver.

Abrió su cajón con el dinero mensual que recibía por parte de la nación.

(— Parásito.)

No había tocado mucho de allí. Uno o dos vinos estaría bien llevar. Tal vez algunos macarrones resistirán si los conservaba bien. Recordó un libro con ilustraciones marinas de Fontaine que Neuvillette tenía en su estante, era muy atrayente a la vista. También podría llevar unas hebras para te que vio una vez en la colección de Wriothesley.

(— Mantenida.)

Solo llevaría una mochila, la misma que trajo de Palais Marmonia. Una o dos prendas de ropa funcionarán hasta que llegué a su primera parada. Allí podría descargar uno de los regalos y moverse más rápidamente.

Por primera vez, sentía que no todo estaba perdido para ella.

La noche llegó, las pesadillas también. Risas, voces que no conocía se burlaban de ella.

¿En verdad creyó que era tan especial? Tal vez por eso le encantaba actuar como mascota.

No puedo creer que nos pusieran al mismo nivel que ella.

Es tan débil, más ahora. No sobreviviría antes de llegar.

Siempre pensé que para ser arconte se necesitaba sabiduría, ella es la excepción se ve.

Las luces que veía reflejaban siluetas. Nada definido. Celeste, verde, violeta y naranja. Se iban acercando hacia ella, cada vez más erráticas y más incandescentes. Más risas estruendosas. Sentía que la iban a consumir. Siempre tuvo miedo a la oscuridad, pero jamás pensó que le daría miedo la luz que tanto soñó por ver. Quería gritar, correr, huir.

¿Pero cómo podría huir de los arcontes?

Era una ilusa.

Nunca serás como ellos. Puedes intentarlo, pero no podrás.

Era ella misma… No, era Focalors la que le hablaba. Tan angelical en su vestido blanco, tan elegante con su cabello largo y lacio. Tan perfecta.

Aprende a terminar un papel con dignidad. Ya no necesitamos de ti.

Ha…

¿En serio pensó que podía ser como ella?

Cuando despertó, seguía llorando. Más lágrimas que antes. Su pecho dolía.

Estaba sola.

Nadie podía abrazarla, ni hablarle o siquiera mirarla. Soledad en su extremo apogeo. Sus brazos fueron su único refugio hasta que su respiración se tranquilizó junto con sus latidos. Su pecho dolía como aquella noche que fue atacada.

Sus pesadillas más comunes eran un recuerdo amargo. La figura alta y esbelta da la mujer que se abalanzó sobre ella, las súplicas que escupió sin pensar y la desprotección que sintió la perseguían. Su pecho nunca le molestó, pero todo cambió por Arlecchino. Lo peor fue no poder confiar en nadie, ni siquiera en el Iudex. Aún así, fue lo mejor.

¿La habría protegido igual sabiendo lo patética que era?

No pudo volver a dormir.

Esperó a que fuera la hora en que abrían los negocios. A primera hora ya estaba caminando deprisa. A diferencia de su habitual vestuario antes de ser relegada, ahora salía con un tapado azul marino oscuro hasta por debajo de sus rodillas. Este cubría el pijama que tenía debajo. Su mirada estaba clavada en el suelo, pero sus oídos funcionan igual.

En su bolsillo izquierdo llevaba la cecilia. Quería hacerlo su tótem por ese día, que le recordara su misión por ese día. Procuró acariciarla con sus dedos y que volviera en su estado original a la casa. Tal vez debería hacer esta técnica con algunas de sus flores favoritas antes de irse para llevarlas con ella.

Su último día en Fontaine. Al menos por un largo tiempo. Comenzó a caminar.

Burlas, desprecios y cuestionamientos escuchaba por las personas que la veían.

Sus pasos se aceleraban más. Casi corría.

Finalmente llegó a la librería. Primer lugar de tres más.

Sacó su mano del abrigo. La cecilia estaba rota. Mordió su labio inferior hasta saborear un gusto metálico en su boca.

Este sería un día largo, podía sentirlo.

Y así fue.

Si bien llegó antes del mediodía a su vivienda, era las tres de la tarde y seguía mirando en donde dejó sus compras.

Dos vinos de buena cosecha.

¿Acaso no tiene vergüenza? Gastando el dinero de caridad por vicios.

¡Ni siquiera entiendo porque Monseniur Neuvilllette tuvo consideración con ella!

¿Quiere burlarse de nosotros en la cara?

Unos macarrones artesanales del Hotel .

Ni siquiera piensa en los niños que sueñan con probar alguna vez un postre así.

¿En esto se van mis impuestos?

Un libro con ilustraciones marinas.

Se ve que tiene otros intereses aparte de los postres y montar espectáculos insulsos.

Y unas hebras de té locales.

Alguien no puede aceptar que ya no tiene su mismo nivel de vida que antes.

No acepta que su posición abarcaba gran poder. Le quedo grande, pero no quiere dejar los beneficios.

Todo listo.

Pero también había otro papel más a parte de la carta. Aquel que miraba fijamente junto con sus regalos.

Era su rostro. Sus dientes un poco más afilados y con una mirada que reflejaba locura. Sin embargo, no era su cuerpo a lo que estaba pegado. Era una especie de pájaro con pocas plumas. Un monstruo lo llamarían los pequeños. Una pequeña broma los adultos. Su gente.

No era el primero que veía.

Había variantes de estos retratos. En vez del cuerpo con plumas era un mecano-perro que parecía arruinado y descompuesto. Otras una foca marina con la inscripción Fontaine's mascot haciendo distintas piruetas. La de nicho era una de Neuvillette llevándola en su espalda mientras evitaba que toque el agua.

Entendía.

Sin embargo, esta vez le dolió más. Tal vez porque se sentía más susceptible, o porque las voces de escucharon más altas de lo usual.

O porque un niño le extendió el dibujo con una sonrisa burlona mientras sus padres se reían por lo bajo.

Amaba Fontaine. Siempre hablaba de su cultura, historia y sociedad con los representantes de otras naciones en la hora del té. Con orgullo de la hermosa nación que vio crecer a pesar de su maldición. Cada vez que veía a un niño convertirse en adulto y formar su familia sentía que algo debía estar haciendo bien. Y ver a un nuevo niño nacer le reafirmaba que seguiría allí, a pesar de todo.

El agua puede corroer con el tiempo, cambiar el curso de los ríos, ocultar arquitecturas humanas y de la naturaleza misma, pero su amor por la humanidad estaba asentado en piedra. Una tan grande que a pesar de la erosión seguía viéndose su forma, tan arraigada a la tierra que no se movía de su lugar y tan antigua que uno sabía que seguiría allí siempre.

Y era tan inútil como una piedra.

¿De qué servía tener tanto amor si no podía ayudarlos mejor? ¿Cuanta gente sufrió por su culpa? ¿Cuanta incertidumbre género su ineptitud?

El desprecio lo aceptaba. Lo comprendía. Pero dolía.

Sus lágrimas caían. De tanto llorar su cabeza comenzó a dolerle. La reproducción de todo lo negativo que por centenares de años reprimió era constante en su mente. Los sollozos se escapaban de sus labios.

Sabía que toda su farsa terminaría algún día. Pero pensaba que al menos alguien estaría a su lado, con ella, y que podría partir en paz.

Y aquí estaba. Viva, mientras que ella se fue.

Intentaba aferrarse al contenido de la carta. Fue tan poética, tan cálida y tan… perfecta. Logró acompañarla, aunque sea por un momento. Sus ilusiones despertaron mientras que sus energías volvían a ella.

Todos la abandonaron. ¿Por qué arcontes tan queridos y tan omnipotentes la verían a ella? ¿Cómo podía confiar otra vez? Solo renaciendo, olvidando cada segundo de sus últimos casi 500 años lograrían eso.

Imposible.

Recordar a Arlecchino era inevitable. Si una mujer de alto rango se animó en atacar a una arconte sin miedo a las posibles consecuencias, incluso comenzando a ser rumoreado ese encuentro desde los sectores más bajos, ¿qué podía esperar de los demás?

Sin fuerza, sin poder alguno que la protegiera, sin personas a su lado. Solo soledad y miedo en ella. Sentía terror, siendo de día o de noche al salir de que alguien con tanto odio como valentía la matase.

Desde que perdió su identidad, todo lo nuevo la inhibía y la anulaba. Se preguntaba si siempre sería así. Si miraría tres veces a cada costado suyo cada vez que saliera cada cinco minutos. Si su mirada siempre estaría agachada cuando caminaba. Si las voces que la atosigan la acompañarán hasta su cama. Si ahora solo las pesadillas tendrían lugar en sus sueños. Si nunca podría volver a tener aunque sea un vestigio de confianza en alguien.

Era una jaula que ni siquiera era de oro, solo filamentos de hierro grueso y oxidado, guardada en la oscuridad. Olvidada.

Libertad.

Ojalá, si es que contara con la mala suerte de reencarnar, por lo menos la conociera. Pero por ahora, esta era su realidad. Viajar lejos de todo y de todos era tan tentador. Una vida humana era corta…

En la noche, cuando la luna sea su faro y vea por última vez a sus amigos felinos y caninos, se marchará. El agua estaría un poco turbia para caminar, pero sabría que podría (con paciencia) llegar hasta el otro lado. Nadie la vería partir. Quería llevarse un último recuerdo ameno.

No quedaba más por hacer que esperar.

Normalmente, uno buscaría despedirse de sus familiares y amigos. Visitar sus lugares favoritos. Hacer un tour para no arrepentirte de nada cuando ya no estés.

No era para ella. O más bien, no era una posibilidad para ella.

Pero como consuelo, tenía centenares de años viviendo allí. Nadie podría borrar las antiguas alegrías de épocas que parecerían ancestrales para la nueva generación. Y a pesar de que llevaba su máscara y mil y una preocupaciones, las bondades de la vida la consolaban. Los juegos de los niños, los logros personales de los adultos, las nuevas invenciones que hacían eco en la sociedad, el arte en constante evolución. Siempre agradecería a su gente, porque a pesar de cómo era su relación con ellos ahora, le dieron las mayores satisfacciones a su alma sin saberlo al vivir con felicidad, ignorando los altibajos de la vida. Y a pesar de los malos momentos que llegó alguna vez a presenciar, no eran nada a comparación de los de alegría.

Y quería irse ahora, antes que su negatividad y camino de autodestrucción le hicieran olvidarlos. Antes que el resentimiento entrara en ella y los lamentos por la vida que llevó los manchara.

En pocas horas, se iría con el sol que vio nacer a su nación.

Así debería de ser.

O así debió ser.

La lluvia de Fontaine. Seguramente hubo un caso de urgencia que resolver. Recordaba escuchar que los juicios estarían en pausa hasta que la reconstrucción estuviera casi completada.

No había calculado ese detalle.

—Dragón hidro, dragón hidro, deja de llorar.

El canto de una niña mientras corría a refugiarse. Una leyenda tierna que se contaba en días lluviosos con una canción de regalo para animar a un triste dragón. Sabía cantarla también mientras peinaba el largo cabello blanco de su juez supremo. A veces funcionaba, otras necesitaba de más herramientas.

Su risa hizo eco en el comedor mientras miraba por la ventana. Quizás lo único que hizo bien fue parar una lluvia que sola se hubiera detenido. No era la única con esa habilidad, las melusinas con solo ser vistas lo lograban, cuando Navia los visitaba luego del esclarecimiento del juicio de su padre con dulces también, incluso las infusiones de Wriothesley y los batidos de Sigewinne.

Fontaine brillaría más sin ella ahora. Su presencia solo era un recuerdo del engaño que la gente vivió por años. Su existencia significaba humillación para ellos.

Dos botellas. Una caja de infusión. Un libro. Un postre.

Tomó un papel. A su derecha la ilustración, a su izquierda la carta.

Intento escribir. Solo manchones eran dibujados. Finalmente, lo logró.

"Lo siento. Olvídenme. Adiós."

Intentó explicar más, agregar algo más a su disculpa. La realidad es que no valía la pena. Mintió y engañó, no tenía el poder para protegerlos y nunca podrá compensar ese sentimiento de traición.

Además, temía de ella misma. Que al tomar la pluma y dejar que sus sentimientos fluyeran delatara sus sentimientos. El amor y el odio son caras de una misma moneda. Amaba su nación, pero odiaba que no pudiera ser correspondida. La traición que vivió al ver como nadie creyó en ella. El abandono cuando Clorinde y Neuvillette optaron por el silencio. La impotencia de comprenderlos. La tristeza al abandonar lo que consideraba su hogar. El miedo al dormir y enfrentar las verdades. Resentía no poder ver su reflejo sin querer romper el espejo, el rechazo de su pueblo. Y a Focalors. Era estupido porque eran una misma, o lo habían sido.

¿Seguían siendo la misma?

¿Por qué la dejó sola? ¿Por qué no fue llevada con ella?

Y lo peor es que continuaba su angustia como un pozo infinito. El temor era una lucha constante. Todo lo que creía conocer le resultaba tan distinto y desconocido que quería esconderse de todo. De las personas a su alrededor, de los animales que vivían en las afueras, de los objetos que no sabía cómo funcionaban y de ella misma. El mundo era su miedo.

Vivir era su monstruo.

Sus sollozos eran más fuertes con su hiperventilación.

Era patética. ¿Cómo esperaba salir de su cuarto si cada vez que caminaba le temblaban las piernas y le sudaban las manos? Y pensando que el clima estaba de buen humor. La lluvia no paraba. Sabía que las aguas estarían moviéndose de un lado al otro, ni siquiera podía pensar en pedir el favor de que el autobús funcionara en medio de la post-crisis. Y por algo tan banal.

… Tal vez era mejor así.

¿Por qué los arcontes querrían ver a alguien como ella? Estaba rota.

Seguramente las demás naciones sabían ahora de la gobernante desastrosa que tuvo Fontaine. No la querrían cerca sin burlas de por medio, ¿no?

Era alguien que solo traía sufrimiento y desgracia. Alguien que no podía mantenerse por sí misma. Una carga.

La lluvia comenzó a calmar. No gracias a ella.

Estaba seca. Nada salía de ella. Se sentía mareada (seguramente porque hace dos dias que no comía bien). Sus músculos le dolían (las horas de sueño si reconstruían a uno). Su voz no salía (nadie la escucharía de todos modos).

Néctar de… cinco flores de … en las galletas… durante veintitrés días…

Caso Rose-Mary… hace 200 años…

Ahora recordaba de dónde eran esos ingredientes y la preparación. Aquel caso que conmocionó al público y llenó la Casa de Ópera el día de la sentencia. Las teorías que se formularon sobre cómo y porqué. Una joven cantante que murió repentinamente. Ningún rastro de veneno en su cuerpo, pero el análisis de la autopsia reflejaba que no era una muerte común, más teniendo en cuenta el panorama. Ser la querida de un alto burgués mientras era pretendida por un reconocido médico y a punto de casarse con un actor de gran calibre. Un caso apasionante para lo que fue en ese entonces. Finalmente, una mezcla de ingredientes que por sí solo no hacían nada, pero combinándolos y según la receta escrita eran el trago de la muerte lenta pero repentina. Los archivos de aquella investigación quedaron guardados y nunca se develó al público el paso a paso.

No lo entiendo, estaba todo a su favor para salir impune. Estábamos a punto de desestimarlo por la falta de pruebas. ¿Por qué… — un día antes de la sentencia, el suicidio del autor ocurrió: un fan que se hizo pasar por su amigo. Por más que intentaba razonarlo no comprendía cómo renunció al crimen perfecto.

Estoy tan consternado como usted, Lady Furina. Realmente no entiendo a los humanos. — respondió Neuvillette agarrándose sus caballos para atrás. La lluvia era un sonido de fondo.

Fácil, culpa. Culpa por haber matado a la persona que más quería. La mujer con la que creció y vio perderla entre la fama y las adicciones. Seguramente la idealizo y verla en decadencia lo quebró.

Ambos miraron al investigador del caso, quien les quería esclarecer su panorama.

¡Pero la mató! ¿Cómo puede alguien matar a uno adora, según usted? — Furina quería respuestas.

El hombre la miró a los ojos, haciéndola estremecer por su mirada. Directa y sincera.

Es la naturaleza humana, mi lady. Quisiera darle más respuestas, pero es complicado. A veces preferimos terminar de destruir algo que creíamos nuestro antes que otro lo haga por nosotros. A ninguno nos gusta perder, ¿no?

Miró a Neuvillette, seguía sin entender, por lo que solo se fue de la habitación para llenar los documentos correspondientes. El detective seguía mirándola.

Es entendible para mi que ustedes no son como nosotros. Así como nosotros no entendemos su actuar. Tan contradictoria resulta ser la vida para alguien que tiene menos tiempo de meditar, para quién vive el día a día. Algún día sé que lo entenderá, o al menos sabrá cómo funciona.

¿No es lo mismo?

Para nada. En uno se lleva a entender las causas y de ahí a prever las distintas acciones. La otra se puede decir "A porque B". ¿Y por qué B? Por habitualidad, nada más.

Furina quedó sin palabras, mirando el cuerpo aún inmovilizado del recién muerto. Todavía debían seguir con la recolección de datos para dar aviso a sus familiares.

Se que algún día lo entenderá. Entre usted y monseniur Neuvillette, usted es la más humana.

¿Es acaso un cumplido, señor?

Solo una observación, y dependiendo de la ocasión lo tomará como eso o cómo una ofensa.

¿Qué pensaría si la viera ahora aquel detective? ¿Lo habría sorprendido, o solo se limitaría a seguir fumando como si de un simple chisme se tratase? Esa conversación, breve pero densa, quedó en su memoria y la recordaría cuando apreciara su sociedad. Y sin quererlo, recordaba la preparación de aquel trago.

Estaba cansada, pero aún así pudo ver cómo sus manos se movían por sí misma, escuchando una voz que dictaba cíclicamente la fórmula. Luego de tres horas todo estaba preparado.

Al beber el té le resultó insípido. Algo amargo, pero nada que un poco de azúcar pudiera resolverse. El néctar no tenía casi sabor, era prácticamente imperceptible. No supo cuándo terminó su taza. Reaccionó cuando tenía los pétalos preparados de rocio marina en sus manos.

El caso de Rose-Mary fue un envenenamiento que duró por un mes por lo menos, pero tranquilamente pudo haber sido en el mismo día. La única diferencia es que hubiera habido más rastros para saber que fue lo que terminó con ella. En su caso daba igual, solo quería descansar rápido. Las noches de desvelo, la falta de alimentación y la soledad cuando uno pierde la razón no son buenos factores para tomar una decisión. Lo sabía, e igualmente nunca se sintió más segura en algo.

La libertad es la capacidad de uno de poder elegir entre miles de caminos. Ella, sin guión ni fingiendo ser una deidad, tomó por primera vez una decisión en su nombre. Furina, no Focalors.

Uno a uno fue saboreandolos hasta que unos pocos cubrían el fondo del recipiente. No pudo mantenerse sentada por más, cayó al suelo. Frío, sin ninguna alfombra que lograra amortiguar su caída. Su visión se volvía borrosa. Sus pulmones llevaban más tiempo para funcionar.

Los minutos pasaban, lo sabía porque cada vez estaba más relajada. Aún no se levantaba.

Un poco más y todo terminaría.

Tal vez calculo mal la cantidad, pero mejor. Solo sobraban seis pétalos, no era un gran desperdicio.

Toc - toc toc - toc

Quizás podría terminarlos para que todo sea más rápido.

Toc toc - toc - toc toc

El delirio era un síntoma normal según los doctores cuando uno consume sustancias ilícitas.

Toc - toc toc

Pero sonaba tan real.

— Una brisa me trajo hasta aquí, tu perfume estaba en ella. ¿Me dejarías entrar?

La voz de un hombre que

Entre tropiezos llegó a la puerta, siendo recibida por una sonrisa sombría.

— Otra vez, parece que llegué tarde. ¿No es así?

Vestimentas extravagantes, una visión falsa en su atuendo y una lira en la mano del corazón. Poca imaginación de ella sería el no adivinar quien era.

— Así parece, pero llegaste a tiempo para el último acto.

No quedaba tiempo. El miedo que pudo haberse adueñado de ella queda en stand by. Sus piernas fallaron, pero sus brazos la atraparon.

Cálido.

Ambos terminaron en su cama, ella acostada hasta que volviera en si. Así era el veneno. Por momentos parecía que la tormenta había pasado cuando en realidad estaba en el ojo del huracán. Las recaídas volvían y era un ciclo intermitente hasta el último colapso. Pero en su caso, tal vez sólo sería este.

Las manos del poeta peinaron su cabello, dándole tranquilidad y miedo cuando descendía cerca de su cuello. Los pequeños espasmos le dieron a entender que solo la corona de su cabeza estaba permitido.

Dos horas pasaron hasta que débilmente pudo sentarse.

— Barbatos, ¿me equivoco?

— Me halaga ser reconocido por una dama tan hermosa como su nombre, Furina. Pero por favor, solo dime Venti.

La pregunta que estaba guardando en su interior…

— ¿No Focalors? Después de todo, soy al menos una parte de ella. ¿No es así?

Ni siquiera era su propia persona, era una parte de alguien más. Un ser incompleto.

— A mi parecer, no. El momento en que tomaron distintos caminos cada una fue su propia persona. Tu eres tu, Furina. Furina está aquí, conmigo. Furina es la mujer que estuvo actuando en nombre de una nación y la que llevó la mayor carga. Fue la persona que encaró el amor desinteresado y, a mi parecer, la más fuerte entre las dos. — al decir esto, le guiñó un ojo de manera juguetona.

Un vuelco dio su corazón. ¿Era reconocida? Más preguntas querían salir de ella, pero claro, ya no había tiempo. Ambos lo sabían.

— ¿Has escuchado alguna vez del caso Rose-Mary?

— Lo he seguido como una novela en los diarios. Canté poemas en su nombre.

— Ahí tienes la respuesta a lo que te estabas preguntado seguramente, ¿no?. Nadie le prestaría tanta atención a unos simples pétalos al lado de un té si no lo conociera.

Venti no respondió de inmediato.

— ¿Conoces la cura? Si vamos con algún doctor, quizás…

— Si la hay, la desconozco, y seguramente cada doctor de aquí también. Nunca se hizo público el método, y si no se lo conoce, no hay modo de hayar una cura en poco tiempo.

— Conozco a una joven sacerdotisa que podría cuidar de ti hasta que la encontremos.

— Entonces prolongarán mi sufrimiento para una muerte asegurada. ¿Está bien para ti?

Ninguno de los dos podría encontrar consenso, pero estaba claro que lado ganaría a pesar de las persuasiones del arconte. Porque sabía que ella tenía razón. Por eso, en forma de perdón, gratitud y aprecio, le daría lo que uno quiere antes de irse.

Paz.

— Veo en tu mesa dos tentadoras botellas.

— Eran mi regalo para ti. Supongo que podrás adivinar para quienes el resto.

— Y puedo afirmar que son perfectos para cada uno, mi lady. Tiene un buen gusto. Pero a mi me gusta beber en compañía. ¿Me daria el placer de beber con usted?

Furina lo pensó. Aún no sentía miedo, pero tampoco entusiasmo. ¿A caso era resignación? No importaba, no quería estar sola.

— Como verá, mi buen bardo, este lugar no es tan acogedor como parecería por fuera. ¿Qué tal si vamos a la playa? Por lo que escucho, ya pasó la lluvia.

— Una noche bajo las estrellas, acompañado de una linda dama con unas copas. Un plan ideal.

— En realidad, sin copas. No pude comprar nada, lo siento.

— No sería la primera vez que tome de la botella directamente. ¿Te importaría?

— Para nada.

Le indicó dónde estaba su bolso y allí guardó todo lo que había comprado ese día. Noto como su mirada se posó en aquel dibujo y su nota, que humillación. No opinó nada al respecto, pero supo que no le gustó cuando sus cejas se arquearon hacia abajo y su nariz se arrugó ligeramente. Se acercó a ella nuevamente.

Cuando la cargó se tensó instintivamente. Viejos hábitos no mueren fácilmente. Para su tranquilidad, sintió el viento en su rostro que le hizo cerrar los ojos. Al abrirlos, se vio en la costa. De lejos observaba la ciudad. Solo podía ver a los cangrejos esconderse de ellos y la tranquilidad del agua. Los grillos cantaban y las luciérnagas bailaban al compás. Le recordaba a sus principios, cuando los edificios no existían y .

Qué recuerdos.

Sus pies descalzos recorren la arena cuando se sentó y el aroma del mar atravesó su olfato. Hace tanto tiempo no sentía ese placer.

Venti se sentó a su lado con una de las botellas. Y recordó.

— Hay otro problema: no tenemos sacacorchos.

La risa del poeta apareció. Era linda de escuchar.

— Mis años me han traído diversos trucos. Mira y aprende.

Giraba la botella para luego golpearla en la arena repetidamente. El corcho comenzó a subir hasta que con un sonido se liberó.

— Wow…

— Gracias, gracias. Ahora, el primer sorbo.

Extendió la botella, siendo aceptada sin dudar. Pocas veces tuvo la oportunidad de tomar así, no era bien visto que tomara más de una copa ante los demás, menos de una forma tan poco educada.

Lo siguiente fueron historias que vivió el antiguo arconte, en su mayoría estando borracho. Su lira y forma de narrar eran envolventes, acompañado por la bebida eran atrapantes. El dolor en su pecho volvió, pero ahora era por las risas. Cuando menos se dieron cuenta, la botella estaba vacía y ambos necesitaban un respiro.

Tumbados al lado del otro, miraban al cielo.

— Celestia sin duda tiene a sus favoritos. — soltó Furina con algo de amargura. — Pero no te voy a hacer blasfemar para que me contentes, con esto es suficiente.

— Lo hacés sonar como si fuera yo el que te hace el favor cuando es al revés.

— No me dejo engañar, Barbatos. Aprendí del pasado, nada es gratis — su voz decayó al admitirlo. La mano de Venti se posó en la suya, tomándola con fuerza.

— Furina. Llevo muchos años vagando por el mundo, he vivido tantos encuentros como despedidas. Entiendo si no me crees, pero yo también puedo hacer cosas desinteresadas. Pero esto no lo es. Puedo decir y jurar ante Celestia que me encanta tu compañía. Supe que me gustaría cuando te vi hace décadas atrás.

— ¿Cómo?

— Hace 46 años, en el teatro de Fontaine llegó una producción teatral que no me cansaba de ver. La vida de Flo, ¿la recuerdas?

Esa obra… Una de las tantas que pasaron por allí. Esa vez fue sola, cuando no tenía preocupación en merodear sola por las calles. Esa vez Neuvillette tenía casos por resolver, así que se negó a acompañarla, aunque no lo necesitó. La obra la conquistó de principio a fin.

— Cómo olvidarla. Su juego de luces y perspectivas fue innovador en su tiempo.

— Ese día felicitaste a los actores en persona. Te marchaste sola hasta la fuente y allí bailaste. Nunca vi a alguien que expresara tanto sentimiento en unos pasos y con una voz tan dulce.

Las orejas de Furina ardían. ¿Cómo podía contarlo como si nada?

— Luego, lloraste. En silencio. Quise acercarme esa vez, pero temía por mi vida si molestaba al dragón hidro. Un cobarde, lo sé, pero no era mi territorio. Estaba en desventaja. Pero sin mi, te recompusiste al ver cómo un gato te ronroneó. Te levantaste y jugaste con él hasta que se fue. Y sonriendo, volviste al show. Aunque no sabía lo que pasaba, esperé hasta que te retiraste de la obra para acercarme. Y cómo sabrás, no llegué a tiempo.

— … Al contrario, llegaste en el mejor momento. Gracias.

No lloraría, no quería. Quería otra cosa. Un último deseo.

Se levantó de su lugar, extendió su mano y dijo:

—¿Te gustaría estar en mi última función? Seríamos un buen dueto.

Caminaron tomados de las manos hasta el centro del agua gracias a que el aire actuaba de sostén. El agua los reflejaba. Las estrellas de mar iluminaban su suelo y la luna su cielo. Solo ellos. Los animales dormían, las melusinas estaban lejos y las personas aún más. Sus voces comenzaron a sincronizarse, el poeta era la voz principal mientras que ella lo seguía, y sus roles se invertían en cuanto la danza. Ambos comenzaban a crear una pieza única e irrepetible. No habría ninguna prueba de este espectáculo más que las memorias.

Suave, dulce y desoladora, pero con algunas notas de esperanza.

Los movimientos que comenzaron siendo naturales y sueltos, poco a poco se volvían mas torpes y rígidos. Furina intentaba seguir, pero sus músculos de nuevo comenzaron a dormirse. Su voz se iba quebrando sin quererlo y sus párpados pesaban cada vez más. Nuevamente, el aire no estaba llegando a ella.

—- … perdóname — canto antes de dejar de responder, abrazándolo con fuerza.

El bardo los dejó caer en el agua. Allí pudo apreciar mejor que aún respiraba, solo estaba inconsciente. Su reloj biológico casi llegaba a su hora.

Saco de su bolsillo los aparatos en forma de hoja. Al colocarse uno y el otro a Furina detrás de su oreja se iluminaron. Cerró sus ojos mientras la colocaba en su pecho. Dejó que su inconsciente fuera transportado hacia ella.

Nuevamente, en la playa. El sol brillaba y las olas recorrían la pequeña isla en la que estaban.

Furina estaba parada en el centro, mirando hasta el final del mar. Su rostro estaba iluminado y con un tenue rosa en sus mejillas. Su cabello brillaba y bailaba por el viento. No había emoción alguna en ella, solo pensamientos que nunca podría descifrar.

Ella se volteó y lo miró asombrada.

— ¿Tu… hiciste esto?

— Podría decirse que sí, pero la tecnología no es mía. Nahida lo creo pensando en ti.

— ¿En mi?

— … Pensaba que necesitarías paz en tus sueños, así que lo creo para que te ayudemos cuando ella no pudiera.

Su rostro comenzó a contorsionarse en una mezcla de dolor y enojo.

— ¿Por qué?… ¿Por qué yo?… No tengo nada. No tengo fortuna, tampoco información que ustedes no sepan, ni ningún poder… No soy nada.. ¡¿Qué quieren de mí?! ¡Acaso no ven que hasta Focalors me abandonó! Ya no tengo ninguna misión… Dejó a su bailarina cuando su cuerda se rompió… no trató de repararme… ¡¿Qué más quieren de mí?!

Cayó al suelo sollozando. Su amabilidad, no la entendía. ¿Por qué tenían bondad con ella cuando no era como ellos? No era su gente, ni siquiera una gobernante. ¿Por qué la buscaban si no la conocían?

Venti se agachó a su altura.

— … Nunca quisimos nada de ti. Solo entendimos tu dolor. Nahida también fue encerrada por su gente y cuida de una marioneta que también fue abandonada. El arconte geo también perdió el sentido a su vida cuando su compañera de vida se sacrificó por ellos. La arconte electro perdió a su hermana, y vivió en soledad por años hasta hace poco tiempo. Yo perdí a la persona que más quise y a muchos más, intenté protegerlos y no pude, siempre llegué tarde y siempre fui débil cuando estaba a tiempo. Así que te comprendo, todos lo hacemos hasta cierto punto. Y por eso queríamos estar contigo, pero fallamos… por favor, perdónanos.

Hace 500 años atrás fue creada, sin preguntarle se le pidió sacrificarse por la humanidad. Tuvo que fingir ser otra persona, bailar su sólo entre las personas que la rodeaban. Bailar cerca, pero nunca con ellos. Sus pies se desgarraban, pero aún seguía. Sus músculos estaban a punto de cortarse, pero aún seguía. Su equilibrio fallaba y sentía la necesidad de apoyarse en alguien, pero nunca lo hizo. Era su solo. Y cuando terminó su mejor obra, nadie aplaudió ni la vio. Se dejó caer, cansada. Nadie la ayudo en ponerse de pie, nadie le dio un trago de agua, ni siquiera escuchó la pregunta: ¿estás bien? Ahora, sus piernas no responden, sus brazos le duelen y sus energías estaban drenadas. No podría ser la de antes porque nunca supo quién fue, ni siquiera podía recuperarse.

Una a una, las luces fueron apagándose. Cuando estaba por llegar el turno de la última, prefirió saltar del escenario. Si hubiera esperado un segundo más, ¿habría sido asistida? Tal vez, pero cuando se dio cuenta, ya había caído.

— No… al menos lo intentaron… Gracias, en verdad. Perdónenme por no haber esperado un poco más…

Un nuevo abrazo ocurrió, esta vez el último. Ambos aferrándose el uno al otro.

— ¿Puedo pedirte un favor?

— El que quieras.

Con esas palabras, decidió que sería egoísta por primera vez.

— Cuando tengas un momento en que te sientas aburrido y recuerdes el pasado. Si mi memoria ocupa lugar… ¿Tocarías la canción con la que bailamos?

— Eso será difícil. Dichosos serán los que la escuchen, porque será la melodía más dulce y cálida con tristeza y dolor. Sonata de Furina, sera intentada de imitar, pero solo contigo mostró su potencial.

— No, otro nombre… Solo quiero ser olvidada…

—… Está bien, dejemos que el tiempo lo nombre.

Un temblor se sintió en la arena. Fue el aviso.

— Ah… Parece que ya se termina mi acto. Será mejor que te vayas, no quiero que quedes en un limbo.

— No te preocupes, no pasará.

Venti apreció aquellos ojos. Uno representando el cielo, el otro el mar. Tan únicos como la persona que los lleva.

— Dejame estar a tu lado. — nunca los olvidaría.

El mar de aquel sueño comenzó a elevarse en forma de gotas que brillaban con la luz blanca que los iba consumiendo.

¿Así se vio cuándo Neuvillette perdonó el pecado? Se preguntó Furina. Si es así, este era su despedida y su absolución de todos sus errores. Aunque sea una mentira esa conclusión, quería creerla, al igual que alguien aún la quería. Vivió tantos años en una mentira, ¿por qué no morir en una?

Un último acto, el mejor de su carrera. Sin miedos, sin lamentos ni amarguras.

Fingir la felicidad y libertad para volver a engañar. Su mentira, solo de ella. Sería la mejor.

— ¿Puedo ser egoísta? — miró a Venti, una súplica en forma de pregunta. Su mano se aferraba a su brazo.

Y él sonrió. La sonrisa más natural y sincera que vio.

— Todo lo que quieras.

— … No importa si no ocurre, solo hazme creer que pasará. Y con eso podrás presumir de ser uno de los mejores actores.

El tiempo seguía avanzando, lo sabía. Pero sentía que era a un paso tan lento que podía jurar que las manecillas del reloj se paralizaron. Las partículas de su mundo, sin verlas sentía que se suspendieron en el aire.

— Está bien, pero quiero que sepas que solo actuaré de un viejo bardo que desea haber llegado un minuto antes a los brazos de lo que pudo haber sido una compañera de viajes.

Con esas palabras se derrumbó en sus brazos. Puso su cara en su pecho mientras se aferraba a él con todas sus fuerzas, asegurándose que esto no era una ilusión. Era real. Su sonrisa no podía verse, pero él la sentía junto con las gotas que caían sobre su ropa.

— Di que lo hice bien… Dime que te sientes orgulloso de mi actuación. Dime que me perdonas por todo... Abrázame tan fuerte y no me sueltes hasta el final. Odio la oscuridad, pero acompañada no se siente tan mal. No me sueltes hasta que ya no esté… y cuando solo quede este cuerpo, llévame contigo y déjame en un lugar lejos de aquí. Lejos de mi pasado… Un lugar lindo, que brille… con paz… Donde se borre mi rastro… Aunque ya no esté, quiero que al menos esté cuerpo haya atravesado la belleza de Teyvat… Hasta ese momento, no me dejes sola… Odio la soledad…

Venti la abrazaba con fuerza mientras repetía con cada frase "lo prometo". Respiraba en sus cabellos, buscando recordar su aroma. Sin querer, lo comenzó a mojar.

— Hiciste y diste lo mejor de ti, Furina. Sin ti, la profecía se hubiera cumplido. Estoy orgulloso de ti. Nunca te soltaré. Hasta el final serás abrazada, y si mis brazos no alcanzan a cubrirte, tu mano será la que cuide.

Solo quedaban ellos, quienes pronto ya no estarían. Furina dejó de abrazarlo lentamente, pero Venti aún la acurrucaba en sus brazos. Aún lloraba, pero con más suavidad. Sus ojos iban perdiendo el foco de presión, mirando entre el cielo y el rostro del poeta. Su piel era tan blanca como la luz y sus labios aún intentaban esbozar una sonrisa a duras penas.

Furina ya no podía ver casi, todo era difuso para ella. Igualmente, aunque viera, solo sería la figura de su acompañante. No sentía los músculos de su cuerpo, sino le hubiera regalado su mejor sonrisa. Sentía frío, pero la calidez que el otro cuerpo emanaba era suficiente para ella. No había oscuridad, todo era luz, todo era silencio y paz. Por primera vez supo la belleza del silencio, aquel que tanto la incomodó y le molestó. Ahora era su melodía favorita.

En él, sus remordimientos se disolvieron. Ya no importaba su pasado ni el presente que la castigaba. No pensaba en el futuro porque ya no habría uno esperándola.

No tenía miedo, porque este nuevo desconocido era atrayente. Algo que ella escogió. Tenía la seguridad de que no sería como lo que conoció y alguna vez imaginó. Estaba bien.

Todo estaría bien.

Con sus últimas fuerzas, en un hilo de voz que temblaba y fácilmente podía perderse en el viento dijo:

— Gracias… por estar…

La figura de Furina desapareció en una estela blanca, al igual que todo lo creado para ella.

De nuevo estaban en las aguas de Fontaine, o mas bien él solo. Aún la abrazaba, pero ya no era correspondido. El rostro de dolor que había tenido al momento de colpsar, ahora era una sonrisa ligera. Las lágrimas que ambos derramaron vivirían eternamente en estás aguas, al igual que lo vivido en la mente del arconte.

Porque, Furina, eres inolvidable. Serás unos de mis mejores y peores recuerdos.

Comenzó a nadar con ella hasta la superficie hasta la orilla. Allí, su compañero lo esperaba solemnemente.

— Ella…

— Si.

Zhongli no quiso hablar más, la situación no daba lugar a cuestionamientos profundos. Más tarde preguntaría por los detalles. No pudo evitar tocar la mejilla de la mujer con suavidad.

— Al menos se fue feliz.

— Así es…

— Lo mejor será que la llevemos a las autoridades, ellos sabrán cómo proseguir según sus tradiciones.

— No.

La negativa lo sorprendió. Esta visita iba a ser para impulsarla a irse con ellos, pero nada salió bien. Solo quedaba su cuerpo. ¿No sería mejor dejarla en el lugar que fue su hogar? Fontaine era una nación regida por sus leyes muy estrictas, sabía que habría consecuencias si se llevaban a la que alguna vez fue su gobernante.

— Estaremos en problemas cuando sepan de esto, Venti.

— No te preocupes, yo me haré cargo. Después de todo… fue su último deseo.

La mirada del poeta reflejaba dolor, su cuerpo se aferraba al de ella. Si bien el rostro de Furina reflejaba tranquilidad, sus ojeras y pálidas mejillas demostraban que no estuvo bien en este tiempo. Caminando por las calles mientras Venti estaba con ella en la ciudad, vio tiradas las ilustraciones satíricas de ella. En las cafeterías nocturnas por las que pasaba escuchaba comentarios mordaces hacia la ex-arconte. Fue el chivo expiatorio de las decisiones de otros anteriores a ella, algún día lo entenderían. Eso esperaba. En su paseo deseaba que el juez lo percibiera y viniera hacia su encuentro, pero se ve que estaba ocupado para notar su presencia. No pudo preguntarle cómo podía permitir esto, y quizás nunca podría. Ya era tarde, y no era a él a quien le debía esas respuestas.

El pedido de Furina. Si ese fue, ¿quién era él para negárselo? Luego resolverán las relaciones políticas entre sus naciones. Las personales no importaban cuando ya eran tensas de por sí.

Asintió sin más y comenzó a caminar de regreso a Sumeru. Venti avanzó dos pasos antes de parar.

— Espera, ¿puedes abrazarla hasta que vuelva?

Zhongli no se negó. Extendió sus brazos y recibió a la chica. Con suavidad la acunó entre sus brazos. Era tan pequeña y delgada. Se preguntó cuándo fue la última vez que comió.

Ser arconte no era fácil, muchas veces uno debía enterrar su dolor junto a los que amó y seguir por los que aún están. Y ella lo fue. Aunque todos digan que fue una mentira, ser un buen gobernante requiere fortaleza interna ante las adversidades, anteponer el deseo de uno por el bienestar general y saber amar a sus protegidos. Ella lo logró. Su respeto a todo lo que hizo para que su nación gozara de excelencia siempre lo tendría sin importar lo que los libros llegasen a redactar.

Abrazarla no era difícil. Era sencillo sabiendo cómo fue.

Ojalá pudiera haber llegado antes.

El tiempo era cruel con todos. Más aún con el que parecía que le sobraba. Creían que ella tendría la fuerza de ir a ellos. Nahida incluso estaba haciendo una expedicicion en el desierto como excusa para estar presente para cuando entre en su nación. Cuando vio entrar a Venti en su lugar de trabajo con seriedad supo que algo había fallado en sus suposiciones. Mientras viajaba con él murmuró "los vientos no siempre son rápidos".

Cuando Venti salió, llevaba con él unas lumitoiles que guardó en el bolso junto a ellos.

— No le gusta la oscuridad, estás la iluminarán.

Ambos comenzaron a caminar de regreso.

— ¿Tienes alguna idea que hacer ahora?

— … Le gustan las cosas bonitas. También quería conocer nuestras naciones.

— No tenemos mucho tiempo para recorrer, pero podemos hacer un circuito hasta donde quieras…

— … Quiere que la dejemos en un lugar que nadie conozca. Paz y luz.

— … Hablaré con Hu Tao para que nos ayude en los detalles.

— … Gracias. Habrá que avisarles a Nahida y Ei. Pobre Nahida…

Su camino fue silencioso hasta la frontera. Nunca fueron vistos salir del allí. Al estar en Sumeru, Zhongli volteó a ver por última vez la región.

Las personas de Fontaine no saben que acaban de perder a la persona que más lo amó.

Furina, ve en paz.

Se libre.


Nota final: Furina, gracias por tanto y perdón por tan poco.

Un poema para aliviar mi sufrimiento (robado):

Si Furina tiene 5 millones de fans, yo soy una de ellos.

Si Furina tiene 100 fans, yo soy uno de ellos.

Si Furina solo tiene 1 fan, ese soy yo.

Si Furina no tiene ningún fan, es porque yo ya no estoy en este mundo.

Hablando de poemas, no soy buena con ellos. Así que perdonen por la carta de Venti.

Por último, mi posición en el mini debate Focalors-Furina sobre si son la misma, adscribo a mi creencia de que si una persona se separa en dos ya no son la misma. Quitando el lado si se dividen los aspectos de la personalidad o se clona, cada parte vivirá distintas experiencias, por lo que su desarrollo será diferente.

Como extra final, en Fontaine no todos la rechazaban. Había personas que tenían el beneficio de la duda con ella por como terminó todo bien, pero a veces lo malo resalta más que lo bueno. Más cuando no hubo mucho intentos por acercarse a ella, pensando que sería mejor darle su espacio.

Los arcontes también cometen errores, también no llegan a tiempo. Presuponer que algo pasará no es buena idea a veces...

En fin...

Chao~