Summary: Todo el mundo de Harry Potter le pertenece a la rubia genial llamada J. K. Rowling. Yo sólo divago sin fines de lucro.

Hola, gente que se atrevió a entrar. Esto es una simple idea que alguien sugirió, un alguien llamado MrsDarfoy y aunque tocar los asuntos de guerra no es lo mío, espero que esto les agrade tanto como me está emocionando a mí escribirlo.


Demonio sin alas

Capítulo 1: Prisionera.


Escuché con atención lo que me rodeaba y respiré tan quedamente, tan silenciosamente, esperando que ninguno de ellos se percatara que había despertado. Paralicé mi cuerpo al completo, nada complicado teniendo en cuenta que mis manos estaban atadas atrás de mi espalda y mis pies estaban sujetos a una silla tan incómoda que bien podría utilizar para matarlos. Mi cabeza no estaba en mejor posición, estaba inclinada totalmente hacia la derecha, apoyando mi barbilla sobre mi pecho y el cuello empezaba a resentirse, pero era obvio que no podría buscar una mejor posición.

Era consciente totalmente de mi cuerpo, pero necesitaba conocer que tanta movilidad tenía. Moví lenta y suavemente una de mis manos, notando como de inmediato la cuerda se apretaba más a mi piel. Ataduras mágicas, demasiado mágico para ellos, una ironía de la que podría burlarme como alarde a sus ideales. Intenté no hacer ninguna mueca, aunque bien podría empezar a entumecerse mi mano al ir cortando poco a poco la circulación de mi sangre. Moví de igual manera mi tobillo y la magia hizo su efecto, apretándose con más fuerza al frío metal.

Bien. Eso había dolido un poco más, sobre todo porque podría jurar que ese tobillo lo tenía algo lastimado.

Respiré nuevamente con lentitud y puse atención a cada palabra que iban soltando. Si eran inteligentes, dejarían de hablar o no hablarían de nada importante, pero como mi fe era poca y ellos en realidad eran muy estúpidos, esperaba realmente obtener algo de información, algo suficientemente bueno para cuando saliera de aquí.

Había tres voces que podía reconocer perfectamente, no por nada había pasado años escuchándolas en todos sus matices: enojadas, irritadas, a gritos y en bajo murmullos cuando caminaban por los pasillos y creían que todo el mundo quería saber sus secretos. Bueno, en este momento desearía conocer alguno que me diera carta blanca para huir.

Me mordí el interior de la mejilla hasta sacar sangre. El hecho de reconocer esas voces, no me salvaba de que realmente no las soportaba. Una era baja, suave, astuta, hecha para decirle a todos que ella tenía razón y que sus ideas eran las mejores siempre; la otra era igual de suave, pero más firme, valentonada e insoportablemente heroica; la tercera, era la que menos decía, pero no por eso era ignorada y sinceramente era la que menos soportaba. Era una voz sedienta de algo, urgente, nerviosa y astutamente firme también.

Estaba sorprendida por escucharlas, llevaba un año o más sin hacerlo. Y acompañando esas tres voces, había otras dos más maduras, una que me llevaba a vagos recuerdos, estando segura de que ya la había escuchado antes, pero no recordaba bien en dónde o cuándo. La otra, la otra era la más exigente, ronca, ruda y exasperante, como la voz de Draco y Blaise mezclada, una combinación que bien podría acabar con mis nervios de hielo. Mis labios se movieron al compararlos y casi bufé cuando aquella voz que casi no hablaba, señaló de que estaba despertando.

¡Genial! No podría seguir fingiendo inconsciencia y realmente no había obtenido nada. Solo palabras sueltas que hablaban de personas heridas, de acciones a tomar en varios puntos a atacar y aumentar la seguridad, pero no decían en dónde realmente atacarían o asegurarían.

Tiré perezosamente mi cabeza hacia atrás, esperando que creyeran que realmente no llevaba varios minutos despierta, abrí los ojos con lentitud y los cerré de nuevo por la luz, no era realmente intensa, pero abrirlos después de un largo tiempo causaba cierta incomodidad. Lo volví a intentar luchando por estabilizar mi pupila y al mismo tiempo colocar mi cabeza en posición.

Mi cuello crujió y para darle más naturalidad a mi actuación, moví mis manos aun sabiendo lo que pasaría. Gruñí sin tener que fingirlo, porque aquellas cuerdas me apretaron tanto que sentí que perdería los dedos en pocos minutos.

—No te muevas, podrías herirte —dijo aquella voz que aun no podía identificar bien a quién pertenecía, pero sorpresivamente era suave y estaba segura que apenas me llegaría si es que no estuviera relativamente cerca.

Me forcé a acostumbrar mi mirada a esa semioscuridad que no me tocaba. Con razón la luz me había herido, porque la única bombilla amarillenta estaba sobre mi cabeza y parecía no alcanzar el resto de la estancia.

Me topé con una mirada dorada, algo artificial por así decirlo. Millicent tenía un color de ojos lindo, como un té de manzanilla al sol. Está era dorado como una moneda, más aún bajo esta luz. Su cabello también era claro, como hebras de maíz tostado y aunque estaba consciente de mi posición de prisionera, sabía que no estaba totalmente en peligro.

—¡Claro! Se bondadoso con una cría de mortífago, Lunático —gruñó aquella voz que se acercó lo suficiente a la luz.

Abrí la boca un par de veces, sintiendo mi lengua totalmente seca y observé con detenimiento a aquellos dos hombres. Cerré los ojos al reconocer al primero y maldije para mis adentros. Ciertamente no había sido la mejor alumna, nadie de mi casa lo había sido con él, así que no podía apelar a su compasión, además de que él estaba totalmente en contra de lo que yo era o de lo que mis progenitores eran y yo alcanzaba a ser o más bien, lo que me estaban obligando a ser. Pero no lo entendería, ninguno de ellos lo haría.

El otro tipo era alto, con un cabello igual de rebelde que su voz y unos ojos que me recordaban terriblemente a los de Draco cuando había un día soleado, más azul que gris. Pero en estos no había atisbo de paciencia o cariño, lo que siempre podía encontrar en mi mejor amigo, es más, estaban llenos de enojo y rencor.

—Te recuerdo, Canuto, que no deja de ser una niña —respondió y pude ver la mirada resentida e irónica del otro, mientras se cruzaba de brazos, al igual que el menos que delicado resoplido de aquella chica.

—¡Por supuesto! Una niña. ¡¿No recuerdas el trabajo que nos dio detenerla?! ¡O lo muy herido que estás! —gruñó.

Si no tuviera tanta sed y no estuviera sintiendo los efectos secundarios de un hechizo de noqueo, así como mis heridas que poco a poco empezaban a gritar que estaban en mi cuerpo, hubiera sonreído altaneramente. Y aun si estuviera en las condiciones de hacerlo, sabía que no era bueno, porque sí, esa era mi realidad en este momento, había sido detenida por ellos.

Cerré nuevamente los ojos y apreté los dientes al recordar completamente lo que había pasado.

Las cosas no habían ido precisamente como uno lo hubiera imaginado. Todo se había ido tambaleando a un precipicio desde la batalla del ministerio donde Lucius Malfoy fue capturado y enviado a Azkaban, provocando que Draco fuera obligado a tomar su lugar bajo las crueles ordenes del Señor Oscuro. Bellatrix Lestrange había muerto en esa batalla a manos del mismo tipo que ahora estaba delante de mí y Voldemort no había estado nada contento, obligando a que todos los hijos de sus seguidores se unieran a él para compensar la gran perdida que significaba su más fiel seguidor.

Tuve que ser contenida por mis amigos cuando recibí la noticia del gran honor que supondría llevar la marca tenebrosa. Para mis tiernos dieciséis años, había perdido totalmente la esperanza y la inocencia, nadie podría culparme de ello, o sorprenderse de que ese día levantara la varita contra mis padres y lanzara el primer hechizo en contra de ellos, siendo desviado únicamente por las habilidades de Theo, la fuerza de Blaise al apretarme entre sus brazos, pero no como un abrazo reconfortante, sino para forzarme a quedarme quieta.

Grité con fuerzas, mientras veía a Draco colocarse delante de nosotros y diciéndole a mis padres de que lo haría, pero necesitaba calmarme y ellos lo harían.

Pude ver el rostro furioso de mi madre y el serio de mi padre, asintiendo como seres sin alma a las palabras de mi amigo, sin atreverse a protestar, porque para nadie era un secreto que Lucius fue la mano derecha de Voldemort y ahora en su ausencia Draco ocupaba ese lugar, pero con menos beneficios y más castigos ante el fallo de su padre.

Draco sólo me había dado una mirada que me hizo silenciar, antes de que los tres se asintieran entre sí y desaparecieran junto conmigo a la Mansión Malfoy donde Voldemort estaba.

La habitación de Draco siempre me había parecido la torre más alta del castillo, el lugar más seguro para una princesa y tres príncipes, pero saber que ahora si había un demonio dispuesto a acabar con nosotros, me obligó a quedarme quieta y silenciosa, al menos hasta que vi a Theo colocar un hechizo silenciador a la habitación y Blaise hechizó las puertas con un potente hechizo.

—¡No lo haré! —fue lo primero que grité.

Ellos me miraron como si fuera idiota, lo sabía porque era la misma mirada que yo colocaba a veces para ellos y para otros. Pero es que ellos no lo entendían, o si lo hacían, después de todo estábamos en el mismo barco. Siempre encerrados, siempre encarcelados, siempre obedientes, siempre sacrificando nuestra lealtad y libertad para otros sin importar cuánto eso acabara con nosotros. Yo tenía las cadenas puestas por mis padres, pensar como ellos lo hacían, actuar como ellos lo dictaban, decir lo que me ordenaban. No era libre, jamás lo había sido, aun cuando me jactara de hacer lo que quisiera, no lo era, todo estaba bien controlado por ellos.

Y aunque estaba segura de que mis cadenas se rompieron en aquel salón de mi casa cuando aventé el crucio sin importarme que ellos eran mis padres, ahora no solo tenía una nueva cadena queriendo ajustarse a mis manos y pies, sino que estás venían con grilletes y bolas de hierro para que ni siquiera pudiera caminar sin que alguien más lo dijera, enredándose también sobre mi boca para que jamás dijera una palabra sin que antes alguien me ordenara hablar.

Esto era insoportable y no entendía como es que ellos, ellos que también ansiaban tanta libertad como yo, estuvieran tan tranquilos sin protestar. Lo entendía por Draco, al menos eso creía, amaba a sus padres, porque en medio de los errores y fallos de ellos, sus padres lo amaban y lo habían demostrado contrario a los míos. Theo fue obligado por su padre, que lo tenía quizá más controlado que los míos a mí, pero que para fortuna de él había muerto, pero demasiado tarde, el viejo Nott no lo había hecho antes de vender el alma de su hijo al diablo, y ahora tenía que obedecer al haber entregado su lealtad. Y Blaise, mi lindo Blaise, él único que pudo haberse ido y no lo hizo porque jamás se atrevería a abandonar a sus mejores amigos y eso parecía incluirme ahora.

Aun así, no entendía porque no habían luchado por salvarse, por irse de aquí. Yo quería hacerlo, yo quería irme sin mirar atrás, sin pensar si eso le costaba la vida a mis padres. ¿Era cruel? Tal vez, tal vez mucho, demasiado, pero eso no era sorpresa, muy en el fondo lo sabía. Quizá no había nacido de esa manera, pero me criaron para serlo y debía aceptar que era buena siendo mala.

—Si no lo hace, va a matarte —dijo Draco y entonces yo imité su mirada. ¿De verdad él creía que no estaba dispuesta a arriesgarme? ¿De verdad no creía que estaba más que dispuesta a morir que ser un peón?

—Matara a tus padres —dijo Theo y yo me levanté de la cama para empezar a reír histéricamente mientras caminaba sobre la alfombra.

—Si no me hubieran detenido, ya lo estarían —dije sin remordimiento, porque esa era mi idea, torturarlos y matarlos después, aunque ahora la idea de mancharme las manos de su sangre me revolvía el estómago.

—Matara a los que quieres —prosiguió Blaise sin tomar en cuenta mis palabras, acercándose a mí con determinación—. Nos matara a nosotros —luché para que sus palabras no me llegaran y para no imaginármelo. Ellos eran una debilidad para mí, todo el mundo lo sabía, todo el mundo lo daba por hecho.

—Bien pueden salvarse ustedes —mascullé fingiendo seguridad, aunque pude sentir mi titubeo y estaba segura de que ellos también.

—Tus padres dieron una lista a quien eres más cercana. Por eso estábamos ahí cuando tu padre te dio la noticia, porque escuchamos cuando el Señor Oscuro le ordenó hablar y Parkinson dijo nuestros nombres —lo miré sin entender y su mirada se ancló a mis ojos, levantando mi barbilla con un dedo para que lo viera, y aunque quería apartar mi rostro de su toque y mis ojos de su mirada, me sentí imposibilitada de hacerlo—. Piensa, Pansy, piensa, ¿quién más es importante para ti? Él lo sabía, tu madre también. Mira a tu alrededor y dime quién no está.

Miré a los otros dos que estaban atrás de él, encontrándome con expresiones tiesas y casi muertas que intentaban esconder la incertidumbre. No me detuve en ellos por mucho tiempo y luego recorrí con la mirada toda la habitación. Mi fortaleza y seguridad cayó, porque, aunque ambas cosas eran demasiado falsos, me ayudaban a mantener la cordura.

Mi respiración se cortó por un momento y mis ojos ardieron. Blaise se apartó de mí y me senté en la cama de nuevo cuando sentí que mis piernas no me sostenían.

Ella, no estaba ella. No estaba mi mejor amiga aquí, no estaba la persona que me hacía sentir confiada, segura, valiente a veces. No estaba mi mejor amiga que se aseguraba de cuidarme en mis noches de pesadillas, que me consolaba cuando en casa todo era horrible y me apartaba de los chicos cuando sentía que ya no podía más, porque mientras crecíamos, mientras más abríamos los ojos y nos dábamos cuenta de lo que estaba pasando y la inminente vida que estábamos destinados a tener se fue haciendo más y más evidente, la tensión y el estrés nos fueron consumiendo al completo.

—Millicent —murmuré y quise salir corriendo a buscarla.

Pero eso sería ponerla en la mira, hacerla un blanco y hasta el interruptor de mi tortura si no obedecía ahora y en los siguientes días.

—Él leyó nuestra mente, él sabía que Draco amaba a sus padres, que yo luchaba por Daphne, que Blaise por nosotros dos —escuché decir a Theo y lo miré mientras confesaba las verdaderas razones para haberse dejado marcar. Su rostro no había cambiado, pero no me miraba, miraba hacia una pared y supe que estaba haciéndose fuerte en silencio.

—Y no pudimos apartarte —resopló Blaise pasando una mano por su cabello.

—Tú eras el objetivo de su amenaza para nosotros, utilizaba tu nombre para que obedeciéramos —la voz de Draco me llegó tan suave y reverberó dentro de mí como si empezara a hacer eco en todo mi pecho—. Se dio cuenta que había un pensamiento común en los tres, y eras tú, por eso no te había pedido nada ni a ti o a tus padres, pero tía Bella tuvo que morir para que eso no le importara y exigiera que te unieras de una vez, sabiendo que de esa manera podría controlar al resto.

—Es un ser demasiado inteligente. Pedir la lista de las personas que te importaban dio la pauta para todo. Sabía que no ibas a traicionar la causa o negarte a unirte por nosotros tres y si la estupidez se te ocurría, tiene a Millicent en la mira, así como tiene a Narcissa por Draco, a Daphne por mí, a nosotros tres por Blaise —terminó de decir Theo y yo apreté los labios para no llorar.

El silencio cayó sobre toda la habitación, tan espesa que sentí que apenas podía respirar.

—Esa es tu amenaza, Pansy —dijo Blaise unos segundos después y me miró tan ferozmente que pude haberme corrido un poco más sobre la cama—. Nosotros tres te forzamos a quedarte, pero tú, tu decisión, es quedarte por voluntad y ser tan leal por ella.

—Lo siento —murmuré para él y Blaise me miró con furia, apartando la mirada para después caminar hacia una de las ventanas.

—Ahora, querida Pansy, ¿vas a unirte a nuestra causa? —preguntó Draco dando un par de pasos.

Miré hacia otro lado, pensando lo que haría, cuando realmente ya no tenía opciones. Voldemort los tenía a ellos y aunque morir no me importaba y sabía que ellos podrían salvarse por su cuenta si eso pasaba, no podía arriesgar a mi mejor amiga. Ella no estaba aquí, era ajena a todo esto, tenía toda una vida y un futuro brillante sin tener que involucrarse en esta maldita guerra y yo no iba a poner en peligro su vida por mi estupidez de desear la liberta, porque sabía bien que a Voldemort no lo pensaría dos veces antes de matarla.

Levanté la mirada al sentir los ojos de Blaise sobre mi rostro y sentí el golpe de sus emociones por todo mi cuerpo. Me relamí los labios y sin poder dejar de verlo, asentí.

—Me uniré y seré la mejor —juré y ellos quizá pudieron sonreír ante mi falsa seguridad, pero no estaba segura porque cerré los ojos sin querer pensar en mi futuro próximo.

Blaise tal vez la haya sabido ocultar, a ella, a Millicent Bulstrode. Estaba segura de que él la había enterrado a ella y a sus recuerdos bajo miles de pensamientos estrafalarios, crueles o insignificantes para que nadie, ni siquiera el Señor Oscuro, la descubriera, y no era justo que yo llegara para descubrirla y hacerla el blanco al cual apuntar. Yo llegaba para hacerla objetivo de una venganza si huía, si traicionaba, si fallaba.

No sólo por ella me quedaría, sino también por él, para salvar lo único que Blaise defendería y salvaría aun si le costara la vida. Porque sí, el Señor Oscuro conocía sus razones para que Blaise estuviera de su lado y ejecutara sus ordenes sin dudar, pero no sabía por quien de verdad él estaría dispuesto a morir, a quien mantendría a salvo y sería capaz de sacrificar al mundo entero si eso garantizaba su vida. Era un secreto, ella era un secreto que sólo lo sabíamos nosotros cuatro, porque ni ella era consciente de la gran importancia que tenía en la vida de Blaise, el cual jamás se atrevió a decirle algo sabiendo que eso podría poner en riesgo su vida.

Blaise sólo lucharía para que ella estuviera bien y yo me aseguraría que eso se cumpliera.

Así que eso hice, por un año entero, en el cual renuncié a mi libertad y a lo que era, me convertí en la promesa entre los mortífagos. Ejecutaba cada orden sin abrir la boca, lanzaba cada hechizo sin que me temblara el pulso, reprimía perfectamente las ganas de vomitar al ver caer un cuerpo sin vida y hasta podía sonreír al torturar a alguien. Claro, las pesadillas eran atroces, pero mis amigos estaban conmigo y Millicent continuaba tan viva y a salvo en el castillo que nada más importaba.

Por eso fue otra cosa a la que renunciamos los cuatro. No podíamos volver, no pudimos hacerlo durante este año y al andar como los sabuesos del Señor Oscuro nos enteramos que los leones tampoco lo hicieron, que después de la batalla en el ministerio donde casi mure Sirius Black, la Orden tomó su posición ante la sociedad en vez de andar escondida y los leones se volvieron miembros oficiales, atacando bases mortífagas, reclutando magos a su causa, e investigando tan celosamente que por más que me esforzaba en saber no daba con ellos, mandando a varios chicos que estaban bajo mis órdenes a que los tuvieran vigilados, uniéndome a ellos sin obtener nada.

No sabía que buscaban y eso me frustraba, porque tampoco sabía las razones de sus expediciones, pero estaba segura que todo eso estaba entrelazado y no me importaba que dijeran Draco y Blaise, me bastaba con el apoyo de Theo que también sospechaba de algo turbio, mandando a sus propios chicos a averiguar.

Y aunque habíamos obtenido valiosos datos para evitar, prevenir y hasta hacerle frente a los ataques de la Orden, esta vez todo salió mal, estar amarrada a una silla delante de ellos era un buen indicativo de que tan mal salió todo.

La información había llegado a mis manos por medio de un chico mal herido que casi no sobrevive sino fuera por Snape. El estado de aquel idiota no me importaba, porque era obvio que a él no le importaba nada más que abusar de su posición en este escuadrón de guerra y aprovecharse de manera maliciosa de los prisioneros. Sí, yo capturé y torturé a muchos de ellos en el momento de someterlos, pero no lo disfruté en ningún momento y jamás bajaba para continuar con ese supuesto placer. El tipo desangrándose lo hacía más veces de lo que mi mente podía soportar y más veces de lo que creí que su cuerpo podía aguantar mis crucios al verlo salir de los calabozos con una sonrisa maniaca, alegándole siempre que mis ordenes eran inalterables y que, si yo le mandaba a seguir trabajando, era obvio que no podía tomarse descansos de ninguna manera. El chico obviamente nunca obedeció y entre tanto crucio sospeché que había quedado más loco de lo que ya estaba en un principio.

Pero, en fin, la información había llegado, pero casi bufé cuando la leí, porque sólo decía un ataque, más grande que el anterior, con más gente que en las anteriores, pero no decía en dónde y cuándo. Y cuando buscaba a Theo para contárselo, caminando por los pasillos del tercer piso donde estaba lo que él, Draco, Blaise y yo habíamos equipado como una oficina de los cuatro, las barreras cayeron como si de pluma se trataran y las paredes retumbaron bajo el sin fin de hechizos que lanzaron al mismo tiempo.

La Mansión Malfoy estaba más solitaria que de costumbre. Había pocos mortífagos ese día, muchos se habían trasladado a la Mansión Riddle que más bien servía como cuarto de chucherías para algunos, aunque estaba segura de que ahí se ocultaban más secretos de lo que su descuidada fachada dejaba imaginar y otros tantos estaban como siempre en pequeñas misiones para atraer a las criaturas oscuras de nuestro lado o ir a convencer o amenazar, que venía siendo prácticamente lo mismo, a los magos de las zonas más alejadas y remotas para unirse a la causa.

Era obvio que los que estábamos no podríamos hacerle frente, porque ya en ese momento no tenía duda que el ataque más grande y con más gente que decía el papel, era este ataque. Tomé mi varita y corrí hacia aquella oficina para encontrarla totalmente vacía, así que supuse que los chicos estarían en la biblioteca o en la habitación de Draco, pero no podía saberlo y tampoco podía lanzarme a ambos lugares tomando en cuenta que estaban en lados opuestos a donde yo estaba y tan alejados entre sí.

Podría aparecerme dentro de la mansión, Draco había levantado las barreras para nosotros, pero eso me haría gastar energía que necesitaba para batallar contra los que vendrían. Cerré la puerta de nuevo y sin dudarlo sellé las puertas y la oculté, haciéndola ver como una parte más de las lisas paredes blancas que me rodeaban.

Apreté la varita en mi mano y caminé hacia las escaleras, intentando llegar al segundo piso, donde mi habitación estaba para poder tomar el traslador que me llevara a casa, a la que fue mi casa antes de que decidiera jamás volver a ver a mis padres, pero ahora me arrepentía de no cargar conmigo el broché con el escudo de mi familia que podría sacarme de aquí.

El pasillo aún seguía desierto, pero podía escuchar perfectamente las batallas que había, así cómo estaba segura de que más mortífagos habían llegado para hacerle frente a la Orden. Voldemort no estaba, se había marchado hace unos días y era seguro que por eso atacaran ahora, pero, ¿quién podría haber dado esa información? Los chicos y yo nos enteramos de ello por Draco, quien estaba en el circulo interno, pero muy pocos lo sabían en realidad.

Sonreí con sorna. Ya sospechaba que no todos eran tan leales como intentaban hacer ver, aunque los pantalones meados de algunos era una mayor prueba de ellos. Pero un traidor, estaba segura, no se haría en los pantalones. Un traidor debía tener más temple y astucia que cualquiera para hacer lo que hace.

Negué con la cabeza al terminar de bajar las escaleras y corrí a esconderme a un pilar cuando escuché un par de hechizos cerca. Mi habitación estaba en la otra ala y atravesar el vestíbulo central me haría entrar en batalla y mis nervios tampoco ayudaban, pensé que encontraría a uno de mis amigos por el camino, pero ninguno de los tres estaba cerca y estaba segura de que no me habrían abandonado si es que preferían irse antes de gastar energías en esto, a como yo deseaba hacer.

Me mordí los labios y preparé mi varita para desaparecerme. Me disculparía después con ellos por dejarlos atrás, pero por ahora era mejor escapar, sobre todo cuando escuchaba cada vez más cerca los pasos y hechizos de otros magos, magos que estaba segura no eran de aliados. Respiré con fuerzas y moví la varita, pero nada. ¡Los malditos habían levantado el hechizo de antiaparición! Así que sí, estaba encerrada en este infierno al menos que tuviera mi traslador, el cual era lo suficientemente poderoso para pasar por alto este hechizo.

Moví la cabeza de un lado a otro, planeando mi siguiente paso, pero no podía atrasarlo más, no cuando vi al trío dorado doblar la esquina acompañados por otros dos magos adultos. Me lancé un hechizo desilusionador y otro más de ocultación, dejando casi de respirar cuando pasaron delante de mí.

Di un pequeño paso, procurando que mis zapatos no hicieran ruido, pegándome a la pared lo más que pudiera y suspirando casi con una sonrisa cuando vi aparecer a tres imbéciles más de capa negra y máscara plateada para hacerle frente a los de la Orden. Eran tres contra cinco, y eso sin contar que estaba el bendito elegido entre ellos, eran realmente idiotas si creían que podrían ganar, pero su idiotez me salvó, pues mientras los veía y escuchaba lanzar hechizos a diestra y siniestra, dejé de ser tan silenciosa y prácticamente corrí al otro pasillo, estando segura de que mis pasos se perderían entre el ruido de la batalla.

¡Revelio! —escuché decir a alguien y mis hechizos cayeron como un cristal, revelando mi presencia a mitad del vestíbulo central.

—¡Vaya! Tenemos a la serpiente aquí —escuché decir al pelirrojo insoportable.

—Cinco contra cuatro... tres... dos... una, no es justo, ¿no creen? —suspiré cuando vi caer a los tres mortífagos y al ver deslizar una de las máscaras, supe porque no habían durado más. Eran jóvenes, demasiado jóvenes y nuevos en esto, venían de las afueras, de aquellos pueblos tan pobres y que los mortífagos le prometían una mejor vida a cambio de su lealtad.

—Al parecer te quedaste sola —escuché decir a Granger levantando la varita y todos la imitaron.

—Sigo creyendo que no es justo —dije con suavidad, mirando por un segundo los pilares y el arco bajo el que estaban.

—Ustedes jamás lo hacen justo —habló uno de los mayores, con una voz más suave de lo que hubiera creído.

—Pero yo soy una chica —sonreí dulcemente y retrocedí un paso vacilante, aunque todo estaba perfectamente calculado en mi mente—. Podría tomarlo como karma si me dejaran defenderme solo del trío dorado, son de mi edad, y aunque sigue siendo injusto tres contra una, dos adultos serían letales para mí.

—Pequeña mortífaga manipuladora —gruñó aquel de cabello largo y azabache, taladrándome con su mirada gris, mientras bajaba su varita agresivamente. Quise sonreír por su voz ronca, pero me quedé más quieta y con expresión impresionada, como si temiera de verdad.

Tenía un plan, un simple y muy sencillo plan, y sólo necesitaba que la varita de todos ellos titubeara al menos por un segundo.

—Bueno, eso es si quisiera pelear, pero ya no quiero —suspiré e incliné un poco el rostro, sacando mi varita, extendiéndola con la palma abierta y con la punta de ésta mirando hacia el suelo.

—¡Lunático! —masculló el que me insultó y pude ver que lo hacía porque el hombre a su lado empezaba a acercarse.

—Es una niña, Canuto —contestó en medio de un gruñido y yo sonreí en mi interior.

Los miré una vez más entre mis pestañas y di un paso en la misma posición. Sólo bastó verme aparentemente derrotada para que todos dudaran si bajar la varita o no, y pude ver como algunos de ellos lo hacían con lentitud y el de la voz suave decidiera acercarse.

¡Borbarda Máxima! —grité apuntando al arco que sostenía los dos pilares y sin esperar un segundo más, me hice levitar hacia atrás, mientras escuchaba tres simultáneos protegos.

—¡Bastarda del demonio! —gritó aquel otro adulto mientras lo veía inclinarse hacia su compañero, el cual había alcanzado a cubrirse.

—¡Ingenuos! —reí y sin lamentarlo, aunque luego me disculparía con Narcissa por los destrozos, lancé un hechizo más sobre el candelabro y provoqué sobre éste un fuego mágico para mantener a los leones a raya, que ya estaban corriendo hacia a mí.

Sin mirar atrás, pero aun así lanzando hechizos de protección, corrí a mi habitación. No fui lo suficientemente veloz cuando un Diffindo me dio en el hombro y aunque sentí la sangre correr, continué mi carrera apretando los dientes para no gritar cuando uno más me dio en medio de la espalda y otro atrás de la rodilla. Los había engañado, había herido a uno de ellos y los había hecho enfurecer, por lo tanto sus hechizos dejaron de ser tan inocentes y aunque mis protecciones eran buenas y estaba a nada de alcanzar mi habitación, apenas pude tomar la manija, cuando un hechizo dio directo en mi cabeza y colapsé contra la madera.

Y eso me traía aquí, a estar amarrada a un silla, con el adulto que lastime siendo todavía amable, tanto que no sabía si realmente era bondadoso o muy estúpido o si es que de verdad la herida que parecía estar curándose en su sien no le dolía lo suficiente. El otro hombre no me tenía paciencia, de hecho, parecía totalmente resentido, como si realmente le debiera algo aunque apenas durante mi pequeño altercado con ellos es que lo había conocido.

Los otros tres leones atrás de ellos se mantenían quietos y de brazos cruzados cerca de la puerta. Una de ellos se veía más fresca y tranquila que los otros dos. No la había visto durante mi momento de guerra con el trío dorado, así que podía apostar que no había ido a esa misión, pero me miraba tan triunfalmente que parecía que ella era la que me había noqueado en realidad.

Me relamí los labios dispuesta a soltar una de mis frases para hacerla enojar, pero realmente la cabeza me dolía como para soportar su voz o sus palabras ardidas.

—Fue mi estudiante —escuché decir a aquel hombre y yo lo miré de vuelta, tal vez si podía apelar un poco a su bondad.

—Déjate de sentimentalismos, Remus, esta niña sabe lo que hace —protestó el otro y yo rodé los ojos, sintiendo más dolor.

—Eso es verdad —la voz de la razón dijo por primera vez y se acercó a mí, haciendo que viera por completo lo muy cansada que realmente se veía.

—Eso no quita el hecho de que está herida también —señaló el único que realmente sentía una lástima equivocada por mí.

—Cómo quieras, pero ella tendrá que hablar quiera o no —aseguró el otro hombre.

—Sí, sí, como digas —apaciguó al otro.

Remus Lupin, ahora podía recordar su nombre completo, se acercó a mi con varita en mano, apuntando a la herida de mi cabeza que no había notado en realidad, para después posarse atrás de mí, lo que me puso un poco nerviosa por el hecho de no poder verlo, pero suspiré casi aliviada cuando sentí los cortes de mi hombro y espalda cerrarse.

—Bueno, ahora que ya la princesa está curada, que empiece a hablar —indicó la pequeña Weasley, definitivamente un año sin verla no había hecho ni un milagro en ella, me seguía pareciendo tan irritante como siempre.

—Me complace saber que puedes recordar mi posición y la tuya, comadreja, y te dirijas a mí por mi título —dije con una sonrisa sobrada y observé como sus mejillas se enrojecían de molestia.

—Demasiadas palabras para alguien que está amarrado —escuché la voz de aquel que casi no hablaba y pude verlo caminar hasta posarse bajo la luz.

El año que no lo había visto podía observar que lo había favorecido de una trágica y atractiva manera. Potter ya no parecía ser el escuálido chico que todo mundo parecía querer proteger y alzarlo en un pedestal para que nadie lo tocara como el niño dorado que lo creían; tampoco parecía ser el chico que todo mundo podía manipular. Su rostro había tomado una dureza impactante, sus cabellos ahora largos y enredosos, parecía ser más decisión propia que el accidente que siempre cargaba durante el colegio. Y esa mirada, aquella mirada verde, estaba cargada de montones de sentimientos e intenciones.

Sonreí ladinamente bajo su mirada penetrante, echando la cabeza ligeramente hacia atrás para verlo con los ojos entrecerrados y recorriéndolo de pies a cabeza, intentando calcular que tan fuerte y poderoso era ahora. Me pasé la lengua por la comisura de los labios y respiré calmadamente. Era demasiado poderoso, lo podía sentir por su magia tan distintiva crujiendo a mi alrededor.

—Siempre me ha parecido de pésimo gusto dejar que los menos inteligentes obtengan la última palabra, podría decirse que contaminan el aire —señalé con una amplia sonrisa y el rostro de Potter, la comadreja y aquel tipo de cabello largo se enfurecieron al doble—. Por eso el profesor Lupin es el que da la última palabra aquí —halagué con intención y lo miré de vuelta, obteniendo una sonrisa algo divertida de su parte.

—¡Maldita cría! —gritó el otro adulto.

—¡Si serás...! —protestó la pelirroja y tuvo que ser detenida por Potter cuando dio señales de acercarse a mí.

—¡Canuto! —gritó el profesor Lupin y solté una risa floja, provocando que todos me voltearan a mirar con airadamente.

—La última palabra, profesor, la última palabra —suspiré satisfecha y lo vi negar con la cabeza.

—Señorita Parkinson —empezó a decir y se acercó a mí, hasta acuclillarse a mi lado—. Sé que su situación no es la más cómoda y eso podría cambiar si decide hablar.

Lo miré a los ojos y jalé mis manos de nuevo, así como mis pies. Las cuerdas se apretaron agresiva y dolorosamente, y ahora si estaba segura de que tendría marcas que durarían más de un día si es que no tenían la compasión de curarme con magia, cosa que dudaba.

—No haga eso —pidió él y yo bufé.

—Ya no duele, desde hace un buen rato dejé de sentir mis dedos —resoplé y volví a hacerlo, jalando con más fuerza, lo suficiente para que un grito pequeño saliera de mis labios. Tuve que cerrar los ojos para que no vieran como mis ojos se llenaron de lágrimas por tal acción.

—De acuerdo, de acuerdo, usted gana, señorita Parkinson —lo sentí colocar tres de sus dedos sobre mi rodilla y abrí los ojos. Él me miró con algo de compasión y en medio de la protesta de los demás, desató mis manos, pero inteligentemente, las ató a los apoya brazos de la silla con una tela de seda que sabía que era más resistente de lo que aparentaba—. ¿Mejor?

Me encogí de hombros y cerré los labios. Había conseguido una mejor posición, pero aun así estaba atada, en medio de una habitación con cinco miembros de la Orden del Fénix y los cuales uno podría decir que eran de los mejores. Una bruja brillante, una hechicera envalentonada todo el tiempo dispuesta a lucirse ante su amor platónico, un maestro de las artes oscuras, un mago que ya había conocido y sobrevivido las miserias de la prisión, y como olvidar al sagrado elegido que podía sobrepasar en poder a todos juntos.

Suspiré repasando mi mirada sobre todos, aceptando que estaba en desventaja, pero no por mucho tiempo, sabía que no sería por mucho. Estaba segura que mis amigos ya estaban pensando como salvarme, como recuperarme y yo sólo debía quedarme quieta, confiar y esperar, tener la paciencia para hacerlo sobre todo y no ceder a nada, porque aunque esto no era mi culpa, caer prisionera no era algo que tenía planeado, sabía que eso no le importaría a Voldemort para terminar con los que amaba, nada lo detendría para asesinar a mi mejor amiga si lo traicionaba. Además, traicionarlo sería traicionar a Draco, a Theo y a Blaise y yo no podía arriesgar sus misiones de esa manera.

—Mocosa malagradecida —rodé los ojos ante la voz de aquel que parecía que lo único que deseaba hacer era molestarme, pero había soportado palabras peores de mis padres y las de él se me resbalaban.

—Señorita Parkinson, creo que es obvio que no tiene ventaja aquí, ¿por que no mejor nos cuenta que era lo que hacía y porque nos atacó tan salvajemente?

—Profesor, ustedes atacaron primero...

—No a usted —interrumpió.

—Ustedes atacaron primero —repetí con los dientes apretados y presionando mi mirada sobre la de él—, y yo sólo me defendí, y a como lo dije en ese momento, estuve en desventaja —murmuré y luego sonreí al ver el rostro de ese tal Canuto. Creo que de ahora en adelante molestaría a Draco, porque esos gesto exasperados eran por su sangre Black sin duda.

—¿Qué es lo que sabes, Parkinson? ¡Deja de jugar y burlarte! —abrí los ojos ante el grito potente de Potter, y aunque volvía a repetirme que no estaba en la mejor situación, no pude evitar reír a carcajadas.

Reí, reí y reí más fuerte al ver su rostro rojo por la rabia, con su mirada brillante sobre mí, tan parecido y tan distinto al mismo tiempo a la cara que siempre ponía cuando mis amigos y yo lo hacíamos enfadar, viéndolo ahora, estaba segura que todos esos años de drama escolar, de ataques de pasillo, eran divertidos juegos de niños comparado a todo este año y si pudiera volver a ese tiempo lo haría, y estaba segura que no sería la única pensando así. Pero no podía hacer eso, no podía dar marcha atrás, así que no podía hacer más que reír fuerte al ver su cara y observar el de los demás.

Reí más todavía al recordar su pregunta y lo que yo estaba haciendo precisamente en ese momento que me atraparon, recordando del lugar de donde venía para variar. Había recibido ese papel cubierto de sangre con pocas palabras escritas que pensaba discutir con Theo, para planear algo ante el supuesto ataque y abordarlo de alguna manera, del más grande ataque de la Orden hasta el momento a una de las sedes mortífagas sin siquiera sospechar lo que pasaría.

Reí hasta quedarme sin aire por lo irónico de todo, por lo absurdo que era ya aquel tema y aquella información que llegó demasiado tarde, porque el ataque se estaba llevando a cabo justamente en ese momento y en ese lugar, algo que debía admitir que jamás lo hubiera sospechado, después de todo ¿quién se atrevería a atacar la guarida del Señor Tenebroso? Sólo unos idiotas, aconsejados tal vez por uno más idiota que recibió la información del traidor de nuestras filas.

No supe en que momento había cerrado los ojos de nuevo y en qué momento mi risa dejó de ser eso para empezar a ser simplemente gritos sin ritmos. Había tratado de mantener la calma, había luchado contra mi propia histeria y locura desde que me dijeron que sería marcada, me había forzado a seguir cuerda y mantener mi cordura en su lugar mientras el fuego quemaba mi piel hasta dejar aquel asqueroso tatuaje, pensando únicamente en proteger a mi amigos y mantener con vida a mi mejor amiga. ¿Y qué había conseguido? Trabajar desde que salía el sol hasta que la luna amenazaba con irse de nuevo sin haber dormido siquiera un poco, para luego ser atrapada por los supuestos buenos, por los defensores de la luz que tal vez no fueran tan buenos con una mortífaga declarada, sumando que había sido una que les hizo la vida complicada antes a los niños dorados de ahora.

—¡Parkinson! ¡Parkinson! ¡Parkinson! —sentí dos manos haciendo fuerza sobre mis brazos, cerca de aquel corte que me habían hecho en el hombro, provocan más dolor y ardor del necesario— ¡Parkinson!

Seguí gritando a ojos cerrados hasta que aquella presión se hizo insoportablemente fuerte y tuve que abrir los ojos. Me topé de frente con aquellos dos ojos de color verde, que eran tan distintos a los ojos de Theo, si hubieran sido un poco más pálidos, pude haber encontrado mi cordura y estabilidad en ellos, podría haber fingido que era Theo quien estaba delante de mí forzándome a volver a ser yo, pero la manera de mirarme no era como la de él, porque Potter me estaba mirando con odio, con rencor, con fuego, queriendo acabar en ese momento conmigo, lo sabía, pero la información que pudiera darle podría servirle y él lo sabía y todos ahí lo sabían también.

Lástima que no diría nada.

Me callé de inmediato y me concentré en sus ojos, sintiendo que mis pulmones ardían ante la falta de aire a la que me sometí. Intenté controlar mi respiración, la cual era totalmente desordenada, errática y no servía para llevar oxigeno a mi interior y no sabía como recomponerme.

—Está hiperventilando —mis ojos miraron borroso al profesor Lupin cuando habló y supe que lágrimas saladas estaban rodando por mis mejillas. No estaba llorando, no lo estaba haciendo, pero era tanta la tensión que tenía que sacarlo de alguna manera—. Señorita Parkinson, concéntrese, concéntrense en mí, sólo en mí.

Miré a mi viejo profesor y clavé mis ojos en los de él, intentando imaginar que estos eran menos brillante, un poco más oscuros y redondos, coronados por espesas pestañas, intentando imaginar que me miraban con cariño para que pudiera seguir adelante. Los ojos de Millicent siempre tenían ese efecto, ese pode sobre mí.

Imité el movimiento de su pecho para poder respirar y fui sacando el aire de la misma manera lenta, hasta que pude sentir como mis pulmones lo agradecían y mi garganta dejaba de doler por tantos gritos y gruñidos. Pude respirar de nuevo de la manera correcta y mis hombros cayeron también ante la aparición de la tranquilidad. Cerré los ojos nuevamente y tiré la cabeza hacia atrás, esperando que la calma llenara por completo mi cuerpo, preparándome para aguantar otro ataque de histeria y desesperación si es que aparecía de repente.

Tenía que hacerlo, tenía que hacerlo para sobrevivir a esto, para poder salir viva y llegar con los míos. Además, no iba a perder mi orgullo y dignidad delante de ellos, suficiente había hecho ya, porque aun sentía las mejillas húmedas y no deseaba mirarlos, pero tarde o temprano lo haría.

—¿Mejor? —preguntó la sosegada voz del profesor Lupin.

—Mejor —mascullé y enderecé la cabeza, aun viéndolo acuclillado a mi lado.

—¿Hablaras? —preguntó con amabilidad. Entrecerré los ojos y negué con la cabeza.

—Parkinson —gruñó Granger y yo la miré con asombro, porque sorpresivamente no había hablado tanto como la recordaba. Tal vez si estaba muy cansada a cómo se veía.

—No tengo nada que decir. No sé nada —dije con suavidad.

—¡Mientes! —gritó la Weasley.

—Por supuesto que sí —dije al mirarla con sorna. Si que era estúpida si creía que diría algo.

—Si no lo dices por las buenas, lo dirás por las malas —siseó aquel tipo y yo ladeé la cabeza, clavando mis ojos en los de él.

Sonreí un poco y eché mi cabeza hacia adelante, jalando todo mi cuerpo lo más que me dejaran las ataduras. Me recordaba a Draco en sus peores días, me recordaba tanto al dragón irritable que se permitía ser, tan altanero e incoherente en nuestra presencia, pero aunque el tipo delante de mí no me parecía en nada adorable por esos arranque, contrario a Draco una vez que pasaban esos episodios de despotricar contra todo el mundo y podía manejar su carácter, el que me lo recordara era bueno para mi estabilidad mental y emocional. Pensar en mis chicos sería lo que me mantendría cuerda sin dudar.

—Te pareces a Narcissa cuando siseas, te pareces a Draco por tu elección de palabras y te parecerás a Bellatrix si ejecutas tus ideas macabras y sangrientas —dije en voz baja y el tipo enrojeció abriendo los ojos a todo lo que da y yo reí, volví a reí de manera más controlada, pero sumamente divertida por su cara.

—¡Serpiente...!

—¡Canuto! ¡Por Merlín, es una niña! —gritó el profesor al taclearlo cuando se aventó a mí. Yo volví a apoyarme en el respaldo de la silla al ver su reacción, totalmente complacida al conocer que puntos tocar para hacerlo perder la paciencia.

—¡Una niña que sabe muy bien tocar los cojones! —gritó y yo hice una mueca asqueada por sus palabras.

—Una niña más astuta e inteligente que tú —suspiré y lo miré otra vez con altanería—. ¿De verdad eres un Black? Algunos pierden la cabeza, pero jamás la clase, o eso es lo que he visto —provoqué.

—¡Parkinson, ya basta! —gritó de nuevo Potter y lo vi masajeándose el puente de la nariz después de quitarse los lentes.

—Es mejor que nos digas que era lo que querías hacer u obtener cuando nos atacaste, porque es obvio para todos que estabas tratando de proteger algo —habló Granger y se acercó un paso más.

Miré hacia un lado y evité resoplar al escucharla. Sinceramente decirle la verdad daría igual porque ellos no me creerían algo tan simple. Yo no estaba tratando de proteger algo, tal vez sólo a mí, salvarme a mí, pero para eso debía ir por mis traslador. Lo que iba a hacer era en realidad algo tan inocente e insignificante para la manera en que los ataqué y las heridas que les provoqué, y si yo fuera una de ellos, por supuesto que esperaría que lo que trataba de hacer en esa batalla fuera más importante o grande que simplemente el querer huir del ataque.

Miré de vuelta a aquella chica tan inteligente, tan astuta y aun así tan tonta para ver si mentía o no. No iban a creerme y decir la verdad me humillaría un poco, decirles que trataba de huir de la Orden, sería tan penoso y tan cobarde. Pero mentirles sobre hacer algo importante, tampoco era astuto porque sino presionarían por saber más y más, y aunque las mentiras se me daban tan bien como conjurar un Accio, estaba algo cansada para hacer eso.

Apreté los labios con disgusto. Ciertamente era una prisionera, estaba en completa desventaja y la mejor estrategia en la que podía pensar era quedarme callada y que asumiera o pensaran lo que quisieran. Al menos eso me garantizaría varios días de vida más.

—No sé nada. No sé de que hablas. Yo no sé nada —canturreé y los miré uno por uno.

Aquellos cinco rostros lucieron enfadados, hasta aquel que había permanecido más amable conmigo, se volvió demasiado serio. Pero no podía decir nada, no podía hacer nada y bien podrían empezar a torturarme, pero yo no diría nada.


Espero que se animen a comentarme, aunque de antemano saben que no es obligatorio. Espero que les haya gustado y me esperen para siguiente actualización. Debo admitir que sólo serán tres capítulo (ese es el plan, pero a veces como que divago y aumento todo)

Gracias por leer.

Nos leemos pronto.

By. Cascabelita