Después del desagradable encuentro que tuvo con Peter Parker, Gwen por fin reflexionaba. Le costaba asimilar la cruel realidad de la que formaba parte. No era la verdadera Gwen Stacy, aunque se viera exactamente como ella.
Una brisa fría le produjo escalofríos así que se abrazó a sí misma. Aún contemplaba la noche de New York sintiéndose un tanto extraña en lo alto del balcón de aquel edificio. Lo peor, lo que más frustración le producía, era tener acceso a todos los recuerdos y anhelos de la «Gwen Stacy original». Podía recordar cada detalle de su pasado como las líneas de la palma de su mano. Una lágrima cayó sobre ella, a la que se le unió otra. Pronto su mano se sintió salpicada de su propio llanto. Se sentía un ser invisible en una realidad a la que ya no pertenecía.
Ella conocía a Peter. El Peter Parker del pasado jamás la hubiera tratado tan distante. Al menos la consolaría e intentaría escuchar las razones del por qué estaba allí. Sin embargo, la había tratado con tanto desdén que le costaba reconocer que hubiera sido alguna vez su Peter. La rechazó como si fuera el más espantoso juguete que quieres apartar de la casita de muñecas.
Con fuerza apretó los puños reconociendo que ella era realmente Gwen Stacy. La única que quedaba con vida y que podría construir su propio destino. Era un clon, pero diferente a todos los anteriores. Tenía completa noción de su deceso y de todos los factores que lo desencadenaron. Su vuelta a este mundo se debía pura y exclusivamente a la regeneración exitosa a partir de aquella muestra de sangre que conservó Miles Warren, el profesor de la universidad.
Su tiempo era limitado, por lo tanto, necesitaba más suero del Chacal. En este momento se le presentaba una nueva oportunidad: la posibilidad de vivir.
Mientras continuaba reflexionando y aferrándose a la barandilla del balcón, muchas emociones, miedos, culpas y resentimientos sobresalían de ella. Sus nudillos estaban blancos y sus lágrimas se habían secado de tanto recordar pasajes dolorosos y trágicos de su vida.
Fue en ese instante que el parásito sintió esos amargos sentimientos. Gwen era ajena a la fibra oscura y elástica que descendía por detrás de ella y que estaba a punto de engullirla. Dicha fibra cada vez más próxima se dividió en cientos de pequeños hilos tan negros como la noche misma y, cuando Gwen volteó la vista hacia atrás, el simbionte aprovechó para hospedarse en su cuerpo.
Luchó con todas sus fuerzas y emitió gritos desgarradores silenciados por el tráfico de los vehículos calle abajo mientras esa sustancia pegajosa se adhería a cada parte de su cuerpo. Cuanta más resistencia aplicaba, una nueva y vigorosa fibra surgía y la oprimía hasta casi asfixiarla. El suelo estaba cubierto de esa viscosa sustancia y lentamente dejó de oponerse cuando ya no pudo luchar más. Sintió que este era irremediablemente su fin. Emitió un último grito cuando su boca fue cubierta y ni siquiera pudo ver la última de las estrellas cuando los ojos fueron tapados para siempre por algo completamente oscuro.
Con su mano limpió el vapor del espejo del baño. Se vio al espejo y sus ojos se agrandaron de sorpresa. Deslizó sus manos por los brazos y se palpó la cara.
—¡Estoy viva! —dijo sintiendo el calor natural de sus mejillas.
Sin embargo, algo no andaba bien. Sentía como si su cabeza estuviera pesada y lo más recomendable sería no tomar un baño tan pronto. Cerró los grifos y desechó el agua caliente de la bañera.
Cuando se asomó nuevamente al espejo vio detrás de ella a una figura humana distorsionada que se le acercaba. Era rubia y de ojos azules. Oyó voces: «Gwen, Gwen, Gwen»
—Basta.
«Gwen, Gwen, Gwen»
—Cállense —pidió rompiendo el cristal donde estaba esa visión. Su mano se tiñó de sangre—. Por favor… —susurró descendiendo hasta el suelo y abrazando sus rodillas.
Escondió la cara y de pronto ciertos fragmentos de recuerdos empezaron a llegar a ella. Luego de unos segundos, se rio espontáneamente de ella misma, como si hubiera estado riendo desde hacía horas. Algo estaba alborotando cada uno de los espacios de su mente y convirtiéndola en otra persona.
En cuestión de minutos su mano había sanado.
—Ahora somos uno.
—¿Quién habla? ¿Quién anda ahí? —preguntó alarmada, parándose.
Volvió la vista hacia el espejo y se miró, pero ahora no había nadie.
—Sabes qué somos. Somos parte de ti y tú eres parte de nosotros, Gwenom.
Gwen continuó viéndose al espejo y se puso a reír como si le hubieran dicho la más cómica y ocurrente de las bromas.
Tiempo después, la ventana de la sala de estar se hizo añicos. Una figura enfundada en el traje simbiótico había salido por esta y se balanceaba rítmicamente por las calles de New York. La adrenalina estimulaba cada parte de su ser y telarañas negras surgían de sus extremidades. Era un espectáculo digno de ver.
—Me siento tan viva…
—Un poder se te ha otorgado, pero para mantenerlo, debes cumplir con una condición.
—No me interesa cual sea. Les ayudaré.
