Capítulo 7: Bienvenidos al infierno
No podía negar que me sentía tensa, arrinconada entre la preocupación y excitación que esto me provocaba. Sentía el vientre tenso y revuelto, mis rodillas estaban a punto de ceder, porque internamente era consciente de que esto no era un sólo un hechizo. No era solo un despliegue de poder. Era el poder hecho carne y huesos...
Magia compactada y creada sólo para él.
O por él.
O con él.
Tan extraordinario.
Desde que lo vi levantar la varita con aquella mirada llena de fuego y desesperación, con una rabia mal contenida provocada por mí o para mí, no lo sabía, lo que si sabía que es que no había hecho nada contra él, nada fuera de mis verdades no dichas, de mis burlas hacia él y los suyos, y mi acostumbrado sarcasmo. Aun así, desconfiada, supe que tenía que alejarme, que tenía que evitar que esto, que su furia titánica me alcanzara de alguna manera.
Porque iba a destrozarme, sabía que me destrozaría apenas me tocara.
Y eso hice, tan lentamente para no perturbarlo, pues a cada paso que daba él parecía arder más y más de rabia, oscureciendo la mirada hasta que el verde casi desapareció en él. Tan suavemente para que no se fijara lo que me provocaba, para no verme totalmente vulnerable ante la presión de su hechizo y de su mirada que parecía partirme la piel. No pude ir más allá, hasta que choqué con la pared, sintiéndola más dura y caliente que nunca. Luché para controlar mi respiración, forzando el poco aire que iba quedando en este lugar a través de mi nariz, el cual resultaba ser tan doloroso, sintiéndose jodidamente tibio y arenoso, arañando mi garganta y pulmones, como si en vez de aire, fueran pequeñas piedras llenando mi pecho. Mi corazón empezó a latir más rápido, consiguiendo que mi sangre se espesara en mis venas, cayendo hasta mis pies que se sentían de plomo, clavados al suelo, con espinas que travesaban mi carne y huesos.
Aun así, aun sin poder casi respirar y adolorida por solo estar de pie, no podía evitar admirar y admitir que esto era magia. Magia pura. Ardiente, punzante y electrizante.
Tan magnifico.
Él no sólo contenía poder, ahora lo sabía, era el poder mismo.
Suspiré erráticamente, llena de adrenalina, dejando que la palabra destrucción danzara en mi cabeza y mi lengua, porque ganas tenía de decirle que iba a destruirme como había prometido no hacerlo. El fin, mi fin cobraba sentido al verlo, al ver cada uno de sus movimientos, confirmando mi muerte en su mirada, y en vez de querer huir más allá, escapar de la línea de fuego, quería lanzarme contra él, apretarme a sus brazos y pecho, sentir lo que él sentía al tener tanto poder, aun si explotaba en sus brazos, aun si me consumía, aun si terminaba hecha pedazos y en cenizas contra él.
Jadeé sin control, excitada y avergonzada a un nivel que no conocía, porque jamás en mi vida creí sentirme tan pequeña en el mundo, tan débil, como lo era ahora ante esto, ante su fuerza y lo que podía ser, hacer y crear.
Nunca había mirado y sentido algo como esto, esta energía, este calor, ese fuego expulsado de una sola persona. Su magia era real, cruda y bastante terrorífica. No era simplemente una energía saliendo de su cuerpo, como el de todos, una extensión más del ser. ¡No! Esto era la magia, magia grande, salvaje e incontenible. Como un maldito desastre de la naturaleza, una ola, un tsunami, un maremoto, algo nacido del núcleo de la tierra, de su núcleo. Y sabía que esto terminaría mal, que los desastres naturales nacieron para destruir todo, para acabar con todo y que la vida volviera a iniciar, y que a pesar de que él era el rey de las piezas blancas, defensor de la luz, el más bueno de los leones, había nacido como un desastre que nadie podría contener, nadie sobreviviría para contenerlo.
¡Oh, Merlín! ¡Y nadie se daba cuenta, nadie quería darse cuenta de esto! Si fueran sensatos huirían de aquí, de él, saldrían de su camino, sabiendo que era cuestión de tiempo para caer muertos, calcinados bajo su varita, porque lo que estaba aquí, conmigo, no era un mago cualquiera...
Era el mago más poderoso de todos los tiempos.
¿Y deberíamos temer? Hasta Voldemort tenía que hacerlo.
O al menos, sino estuviera tan cegado por su propia avaricia, por su propia ambición se daría cuenta que tener a Potter de su lado lo haría imparable, tan jodidamente poderoso que no habría poder humano ni mágico que pudieran detenerlo. Pero gracias a los cielos no era así, porque muy en el fondo sabía que tener un Potter ambicioso, malvado y malicioso, sería la pesadilla de todo ser viviente, mi pesadilla hecha realidad. Nadie nos salvaría de sus objetivos, de su ira, de su venganza y su rencor.
¿Deberíamos huir de él?
Sí. Definitivamente sí.
¿Y lo haría... sería capaz de alejarme?
¡Jamás!
Porque era yo. Una Parkinson creada bajo tortura y fuego.
Y no le tenía miedo.
Tampoco temía morir.
Es más, ni siquiera estaba dispuesta a que fueran sus manos quienes me mataran.
Y a pesar de eso, de mi orgullo tembloroso y gritando para quedarme, mi instinto animal me rogaba por desaparecer, huir de él.
Tragué saliva con dificultad al toparme con su mirada nuevamente y aunque siempre le he resistido cuando sus ojos quieren acabar conmigo, ahora tuve que mirar al techo para escapar de la muerte, viendo como el hechizo se hacía más y más grande y violento, logrando que se crearan nuevas grietas y la pintura casi podrida también cediera. Regresé mi mirada a él, cuando su voz volvió a rugir como si estuviera a punto de desatar un tornado, mirando aun sin poder creer que, hasta hace algunos meses, lo creyera tan sólo un patético intento de héroe, y ahora lucía como la jodida reencarnación de Merlín, tan poderoso y capaz, recitando el hechizo más largo de su vida tal vez, el mismo que yo le enseñé, respirando a penas contenidamente, tan pausado entre una palabra y otra, clavando sus ojos en los míos como si en ellos estuviera escrito lo que tenía que decir.
Todo era tan fuerte, tan impresionante, que me sobrepasaba.
Intenté respirar una vez más, sintiendo como los músculos de mis piernas temblaban, amenazando con dejarme caer, mi vientre se contraía y mi garganta ardía cada vez más. Sabía que me estaba debilitando, pues aunque su magia era grande, los magos poderosos también eran capaces de alimentarse de la magia de otros. Y él, el maldito Potter, estaba succionando la magia que había en mí, la poca vida que me quedaba, y aunque esto no era para nada similar, este momento se sentía como la neblina de los dementores. Solo le faltaba el beso de la muerte pero terminar conmigo.
Mi mente empezaba a divagar por más que me esforzara en concentrarme sólo en respirar, solo respirar para mantenerme viva, mis sentidos iban desvaneciéndose, el hechizo, la escases del aire, la energía acumulada guiando la mía fuera mi cuerpo, así como ese instinto de supervivencia ante el peligro, me estaban atacando para hacerme caer y al mismo tiempo me obligaba a mantenerme consciente. Los latidos de mi corazón eran ya casi dolorosos de soportar, prueba de que mi propio cuerpo estaba luchando para seguir con vida y la poca magia que me quedaba hacia el intento de protegerme de la de él.
Me mordí los labios ante el aumento de temperatura otra vez, mirando como Potter parecía también ir sucumbiendo al fin ante su propio desastre, irse doblando poco a poco ante la pesadez del hechizo. Su rostro se coloreó de carmesí y su voz se volvió de tormenta, intentando controlar el temblor que poco a poco iba apareciendo por su respiración agotada y errática. Pude ver su pecho agitarse, tanto como el mío quizás, así como el sudor cayendo de su frente, bañando su cuello hasta impregnarse en su playera. Sus brazos empezaron a temblar, más el derecho que el izquierdo, el cual también realizaba movimientos para estabilizar el hechizo y su propia magia, mientras la varita en su diestra por momentos temblaba como si fuera a caer.
—Potter... —llamé ligeramente alarmada, no por él, sino porque si sucumbía, si no terminaba de buena manera, si caía antes de tiempo, era probable que no lo resistiera y yo tampoco lo haría.
Pero Potter negó con la cabeza y siguió.
Cerré los ojos, intentando concentrarme en algo más que no fuera en un fatal final. Repasé una vez más esto, en cómo habíamos llegado a esto. Era un hechizo demasiado complejo, que requería tanta magia y voluntad como él y Voldemort poseían, lo cual no era un problema evidentemente, pero eso no era suficiente, no bastaba para lograrlo a la primera, era necesario una fuerza tanto mental como física para mantener el ritmo del hechizo y al mismo tiempo sostenerlo para que no cayera de golpe al mínimo descuido todo el trabajo. Un sólo error, una sola frase mal dicha, acelerada o lenta, podría arruinarlo, ya no digamos un mal movimiento de varita.
Era necesario un control casi inhumano para poder terminarlo y permanecer totalmente entero.
Me mordí la lengua al pensar cómo Draco, Theo, Blaise y yo habíamos practicado tanto para poder ejecutar este hechizo: bajar las barreras de las guaridas secretas. Claro, sin que nadie lo supiera, porque de lo contrario pudo haber significado la muerte para los cuatro sin pensarlos dos veces por parte de Voldemort o cualquiera de sus allegados, si tan sólo el hecho de conocer el hechizo podría ser tomado como traición, ya no digamos aprenderlo al pie de la letra sin una razón u orden directa. Sinceramente, fue una sorpresa que Lucius nos otorgara aquel pergamino con el hechizo escrito, así como los movimientos a realizar, dándoselo a Draco sin decir una palabra delante de nosotros, pero con una mirada llena de elocuencia, dando a entender que era para todos, sin una explicación de su parte, y nosotros no preguntamos porque lo hacía y tampoco agradecimos o averiguamos sus razones, porque nadie daba pasos en falso o sin pensar en estos tiempos, él tenía sus razones para hacerlo, lo que consiguiera con eso no era nuestra incumbencia, pero si lo que nosotros lográramos con esa información, y ahora gracias a eso Potter lo tenía y lo ejecutaba ante mi vista.
Esperaba, sólo esperaba que mis amigos no lo vieran como una obvia traición. Esto era parte de mi trato, del pacto que tenía con Potter, algo que esperaba me salvara y salvara a todos conmigo.
Era obvio que ninguno de nosotros pudo hacerlo solo, ninguno tuvo éxito para realizar el hechizo por separado, pero Theo, tan terco como era, encontró una manera, donde nuestras voces se acoplaban una a la otra y nuestros movimientos fluían como las causes de un río, una puesta sobre otra, tanto en voz como magia. Fue una secuencia de ensayo y error, que nos llevó horas y días enteros perfeccionar, cambiando los pasos cada vez que el hechizo se interrumpía y nos regresaba al inicio, hasta lograr los movimientos adecuados. Draco y Blaise realizaban los movimientos más elaborados, la propia magia de Blaise era la que sostenía prácticamente todo hasta el final, mientras Draco impregnaba todo con su magia ancestral para que fuera lo más estable y poderosa posible, ateniéndose a las consecuencia de dejar rastro, mientras Theo y yo lo recitábamos a voz controlada, cantando a un ritmo casi hipnótico, después de todo, éramos los que más podíamos hablar o modular sin cansancio, sin cambiar el ritmo o el volumen.
Lo logramos, aunque claramente casi caímos de agotamiento al conseguirlo, sintiéndonos tan drenados de magia como si no hubiéramos comido y bebido por días.
Por eso era increíble que después de algunos días de practica, Potter lo estuviera logrando sin ayuda, sin nadie más para sostener los cimientos, ejecutándolo casi perfectamente, sino fuera por su obvio cansancio y su aparente y próximo colapso.
Me apreté más contra la pared al sentir su magia fuera de control, más caliente, tanto que sentí mis manos quemar y así como el crujir del poco aire que quedaba mi alrededor. Cada musculo de mi cuerpo empezó arder y mi piel picar como si alguien la estuviera cortando, mientras la habitación se llenada de un ruido terrible, como de una pared cayendo cuando terminó de golpe el hechizo, bajando la varita y callando sin respiración, provocando que toda la habitación pareciera tambalearse, las paredes temblaran y del techo cayeran pedazos de pintura y cemento, ante un ceso de aire que parecía haber sido succionado y un calor insoportable, que me hizo lanzar un pequeño grito en mi lugar, sintiendo que hasta de mis pulmones fue arrebatado el poco oxigeno para que él lo tomara.
Caí al suelo, por más que luché para no hacerlo, caí como si la tierra hubiera tirado de mí y me quejé más fuerte al sentir mi espalda rasparse con los bordes de la pared.
—¡Suficiente, ya no más! —grité con voz raposa, intentando ponerme de pie, mientras sentía mis rodillas ceder ante mi peso, resentidas aun por la tensión de su magia que no acababa.
Lo logré al fin, mirando como Potter se sostenía de sus propias rodillas para no caer de cara al suelo.
—Sólo... una... más —dijo entre una respiración y otra, mientras levanta una mano como si me pidiera ayuda, lo cual era una idea ridícula, porque por nada del mundo el héroe del mundo mágico le pediría ayuda a su enemiga y menos viendo que yo no estaba mejor que él.
Lo miré con rabia, con el mismo rencor que siempre le he tenido, porque algo me jalaba y me obligaba a acercarme, tal vez los residuos de su magia aun latente alrededor. Esa maldita magia sin varita que parecía funcionar como un Imperius sobre mí. Apreté los labios y extendí mi mano a su dirección. Lo vi elevarse tan sólo un poco, tomando mi mano como siempre lo hacía, con fuerza, jalándome hacia su cuerpo, lo cual casi me hace chocar contra él, y tuve que reprimir las ganas de empujarlo o soltarlo cuando sentí lo caliente que estaban sus dedos y las palmas húmedas, parecido al toque de un caldero hirviendo.
—Eres un idiota, Potter, y un desastre completo —dije mientras jalaba una silla con el pie y lo empujaba a sentarse. Él se dejó caer contra el respaldo, tirando la cabeza hacia atrás, mientras intentaba respirar con normalidad y yo arrebaté mi mano de su agarre, escuchándolo gruñir.
Me mordí la punta de la lengua al contemplarlo, sintiendo aun como mis piernas temblaban, soltando un suspiro quieto y callado al pasar mi mirada por cada parte de su ardiente estructura, viendo el sudor brillando en su piel, así como los mechones de cabello negro pegados a su frente, mientras sus ojos se cerraban y su boca se mantenía abierta para jalar más y más aire.
Todo sonrojado, frenético y tan confiado para cerrar los ojos ante mí, como si supiera que no había manera de acabar con él en este momento tan vulnerable.
Me quedé a su lado, tan sólo viéndolo, mirando como su cuerpo parecía moverse en pequeños temblores, como su vientre y pecho querían absorber la mayor cantidad posible de aire y su manos, aun con la varita, caía sin fuerza contra el suelo. Me crucé de brazos sin saber que hacer. Yo sabía lo que se sentía realizar ese hechizo, y eso que jamás lo hice totalmente sola hasta el final, aun así sabía del cansancio que generaba, la debilidad y hasta el dolor que podía provocar en los músculos, y él lo había logrado, lo había logrado totalmente solo, sin que nadie lo ayudara.
Lo vi abrir los ojos de repente y mirarme con una intensidad arrolladora, casi tan pesada como el aire a nuestro alrededor, y yo agudicé más el gesto, apretando con más fuerza mis brazos sin quitar los ojos de aquellas esmeralda que algún día arrancaría de su cara por la manera en cómo me miraban. Era impresionante y también molesto como es que aun no había caído al suelo inconsciente, y en vez de eso, ahora sus ojos parecían ser más duros, mirándome como si me culpara de algo, apretando nuevamente sus manos mientras las levantaba hasta colocarlos sobre sus muslos.
Rodé los ojo molesta, sería un total estúpido si se atreviera a culparme de su estado, no cuando fui yo quien le sugirió no hacerlo solo, quien sutilmente le aconsejo que alguien más podría aprender. Pero no, el jodido Potter se creía la reencarnación de Merlín y Morgana justos para decir que él podía solo, que no necesitaba la ayuda de nadie, ni siquiera de aquellos en los que más confiaba, como Granger, Black o el profesor Lupin.
—Una vez más —dijo entre dientes después de varios minutos, aun con la voz raposa, parecido más a un gruñido.
—No —dije tajantemente, alejándome por fin, para ir a mi buró y servir un vaso de agua—. Y más te vale controlarte, porque de lo contrario terminaras matándome y eso no es parte del trato, Potter.
—Parkinson —advirtió y su magia pareció revivir un poco más, pues la sentía rozar mi espalda y nuca.
—Me importa poco lo que ordenes —dije antes de beber todo el vaso de agua completo, el cual se revolvió en mi estómago.
—Parkinson, no voy a matarte, lo prometí.
Asentí con ironía a sus palabras, pensando que por unos segundos dejó sin aire este sitio, consumiéndolo todo en un calor espantoso, y sí, tal vez él no quisiera matarme como ya había declarado, pero en un descuido podría hacerlo. Negué con la cabeza ante esas ideas, morir a manos de Potter no era mi plan, y en vez de eso, miré el otro vaso que hasta hace unos días vino a hacerle compañía al mío, traído por el profesor Lupin al ver que Potter pasaba mucho tiempo aquí. Me mordí la punta de la lengua ante lo que haría, pero sin pensarlo más, serví un poco de agua en aquel vaso y se lo acerqué a Potter sintiendo más malestar al verlo ya más vivo y menos rojo, mientras se incorporaba un poco en la silla.
—No te creo. Mira como estás. Eres un maldito caos, Potter —lo golpeé con mi dedo índice contra su pecho y, como ya era costumbre, él tomó mi mano con su izquierda y la apretó contra su camisa, haciéndome casi caer sobre él.
Apreté los dientes hasta que me dolieron. Este gesto me desesperaba, su costumbre a jalarme, era tan extraña e ilógica, y debía admitir que me disgustaba más porque me hacía sentir tan débil, porque con una acción tan pequeña me demostraba que era más fuerte que yo en varios sentidos.
Desvié la mirada de sus ojos a donde mi mano estaba apresada, sintiéndome un poco aturdida al sentir el ritmo de su corazón, así como el movimiento frenético de su pecho al beber agua, envolviendo mis dedos en el calor que irradiaba todavía.
—No voy a matarte, lo prometo —dijo cuando quitó el vaso de sus labios, sin dejar de mirarme, en voz más baja y tranquila, y lo pude sentir tirando un poco más de mí.
—Ya fue suficiente —advertí y jalé mi mano hasta soltarme, a lo cual correspondió con una mirada irritada—. Estoy cansada. No hemos parado desde el desayuno, llevas horas haciendo esto...
—Tenía que practicar más y, ya ves, lo conseguí, tan sólo que... —replicó y yo rodé los ojos, bufando ante su desfachatez.
—Si, lo hiciste, pero te ves a punto del colapso, estás a punto del colapso y no lo quieres ver —porque eso sería lo que pasaría si alguien no lo ayudaba, podría caer desmayado sin más, o que su magia explote justo en sus narices arruinando todo—. Sería más fácil que alguien mantuviera estable el hechizo mientras tú continuas. El profesor Lupin podría...
—¡Ya te dije que no! ¡Que no vas a mostrarle nada a Remus! —gritó de vuelta más fuerte y ágilmente se levantó de la silla, como si el cansancio jamás hubiera tocado su cuerpo o, más seguro, era el último resquicio de fuerza que estaba haciéndose presente, el último punto de energía agudizada por su molestia.
Apreté lo labios con rabia ante su arrebato, sobre todo porque eso era algo que llevaba repitiendo varias veces, gritando más bien. Sentí el impacto de la energía golpeando mi pecho otra vez.
—¡Deja de gritarme, que yo no soy parte de tu maldita Orden para tolerar tus gritos! —lo empujé con ambas manos, sin importarme que su magia estuviera tan a la defensiva aún, y él se tambaleó con los brazos tiesos, mientras me daba una mirada mucho más amarga. Me sentí tensar de nuevo, pero aun así respiré profundo, para controlar mis palabras y los movimientos temblorosos de mi propio cuerpo— No entiendo cuál es tu maldito problema, Potter. Creí que confiabas en él.
—Cómo lo haces tú, ¿no? —reclamó y sentí sus manos apretándome los brazos.
—¡Eso a ti no te importa! Yo no confió en nadie, absolutamente en nadie de aquí, ni en ti —grité de vuelta y sentí sus dedos apretando más mis brazos, hasta el punto que empezó a ser doloroso.
—Oh, ¿en serio, Pansy? —reclamó con un molesto canturreo sobre mi nombre.
—¿Qué? —exigí y me removí con fuerza, mientras lo intentaba empujar con mis manos. Jamás lo había escuchando decir mi nombre, él único que lo hacía era el profesor Lupin porque yo se lo pedí. Pero mi nombre en boca de Potter, me hizo estremecer. Había algo turbio en su manera de decirlo, como si mi nombre se convirtiera en un arma en sus labios—. ¡Suéltame!
—Claro, Pansy, ¿Por qué quieres enseñarle a Remus? ¿Por qué tanta insistencia? —preguntó con ironía y una mueca mucho más irritable en su rostro, mientras sus labios parecían querer desaparecer entre sus dientes, y las aletas de su nariz se abrían y cerraban como si fuera un animal al acecho.
—¡No sé a que te refieres, Potter! Pero es mejor que me sueltes y dejes de decir mi nombre, que nunca te lo he permitido —exigí en un siseo, viendo y escuchando una risa tan tirana salir de sus labios, una risa tan parecida a la que soltaba Theo en sus momentos más tirantes, cuando estaba más al borde de la crueldad y la locura.
La verdad es que ya no quería escuchar mi nombre jamás en sus labios, la manera en cómo lo decía, el sonido que producía, me rozaba la piel como un metal caliente, me descontrolaba el destrozo que armaba en mi pecho, me hacía temblar y me llenaba de un calor que ya no sabía si era por el aire aun tibio del lugar o era mi propia sangre combustionando.
—¿Cuál es el problema, Pansy, porque yo no puedo decir tu nombre? ¿Por qué él sí? —dijo con los dientes apretados, acercándome más a su cuerpo, hasta casi pegarme a su pecho, y tuve que contenerme para que mi respiración no demostrara lo trémula que me sentía.
—¡Porque no! ¡No te lo permito!
Intenté zafarme de su agarre, pero él hizo mayor presión y tuve que contener el quejido de dolor que estaba generando. Me removí varias veces, tirando mi cuerpo hacia atrás, pero él sólo me apretó más fuerte, mirándome a los ojos de una manera tan extraña, tan intensa y casi posesiva, pintada con algo de ira que no debería estar ahí. Supe que no me soltaría, que sus arranques de terquedad eran grotescos, así que elevé mis manos lo más que podía contra su pecho y, sin pensarlo dos veces, enterré mis uñas contra su playera, hasta que vi su rostro retorcerse en una mueca, la falta de cuidado había generado que mis uñas se mostraran tan filosas y astilladas, las cuales podían sacar sangre si así deseaba. Pero eso él no pareció importarle, parecía que sólo era un gesto incomodo y no doloroso.
Miré sobre su hombro sorprendida y algo asustada cuando escuché la puerta abrirse, más cuando Potter pareció no escucharlo o no le dio importancia a que alguien nos encontrara de esta manera, siguiendo con sus ojos fijos en mí. No debería sentir alivio, no debía permitirme sentir alivio, pero era imposible no empezar a sentir seguridad cada vez que el profesor Lupin hacia acto de presencia, sobre todo cuando Potter se estaba comportando tan fuera de sí. No era sólo el hecho de que él parecía cuidarme de algún modo, protegerme aun en contra de los deseos de Black y hasta del mismo Potter en un principio, sino que el mismo niño dorado, a pesar de todo su teatro, parecía respetarlo y quererlo, y además, contaba con la fuerza de hombre loco y tenía una varita consigo si es que eso no era suficiente.
El rostro siempre apacible del profesor Lupin se llenó de sorpresa en un instante, con ambos ojos bien abiertos llenos de alerta y tensión, mirándonos por un largo segundo sin saber que pasaba. Cuando me vio apretar los labios, supo que esto no era una discusión como cualquier otra, que algo más estaba sucediendo y entonces la preocupación bañaron sus ojos dorados.
—Profesor... —saludé intentando que mi voz no se escuchara tan afectada, tan afligida y asustada como estaba.
—¿Qué sucede aquí? ¿Por qué estás tomando así a Pansy, Harry? —preguntó confundido, pero al mismo tiempo manteniendo un tono bajo y conciliador, para no alterar de más a Potter. Pero eso no cambió nada, porque no dejó de mirarme, ni siquiera parecía haberlo escuchado, su mirada estaba puesta en mi rostro, en mis ojos, sus dedos todavía clavados en mi piel con una fuerza aterradora, así como los míos contra su torso—. Harry, suéltala ya —ordenó y dejó la bandeja que traía con él sobre la cama.
Ya era la hora de la comida al parecer.
—Vete, Remus —gruñó Potter sin dejar de verme.
—¡Suéltame, Potter! —volví a gritar y mis dedos hicieron mayor presión contra su piel, antes de despegar una mano y golpearlo con el puño. Pero el impacto fue mínimo y arañé su cuello para ver si reaccionaba. Pero no, él seguía inmutable, con en un domo de su propia magia e ira.
—Harry...
—¿Harry? ¿Qué pasa? ¿Qué sucede, Remus? —La puerta había vuelto abrirse y esta vez quien asomó la cabeza fue Granger, a quien hacia semanas, desde mi colapso no había mirado— Harry, ¿qué pasa? ¿Que te hizo? —rodé los ojos disgustada, por su obvia suposición de que yo tenía la culpa.
Potter no volvió para mirarla, simplemente miré como su quijada se tensaba y sus dedos se apretaban más y más.
—Hermione, vete —fue todo lo que masculló, sin siquiera apartar sus ojos de los míos.
—¿Harry? ¡Harry! —clavé la mirada en la nueva voz presente y el enojo se anticipó al miedo y el dolor que la situación presentaba. La vi adentrarse un paso, empujando hacia atrás a Granger que se había mantenido en el marco de puerta, abriendo totalmente, viendo que atrás de ella aparecía Black que desde su golpe no había vuelto a ver—. ¡Harry, alejate de ella!
—¡Cállate, Ginevra! ¡Cállate, ya te he dicho que no tienes derecho a dirigirme la palabra! —Potter gritó y nos hizo mover un poco para girar hacia ella, para mirarla con el mayor impacto, desprecio y odio que tenía.
Tragué saliva ante ello, pues ni siquiera yo había sido mirada de esa manera. No pude evitar relamerme los labios con gusto, saberlo despreciando a Ginevra era delicioso y todo se hubiera coronado exquisitamente se pudiera mirar su cara.
—Harry... —su voz fue estupenda, tan triste y baja, que moví la cabeza todo lo que pude para observarla, pero apenar pude hacerlo de reojo, antes de que Potter me acercara más y me obligara a seguir viéndolo.
—¡Cállate, odio escucharte! —volvió a gritar y yo quise reír, pero el dolor nuevamente ganaba en mí— ¡Y tú, ya te he dicho que no lo mires! —gruñó contra mi barbilla.
—¡Eres un imbécil, Potter! —me volví a remover, pero sus manos parecían cuerdas mágicas, entre más me movía, más me apretaba. Tenía su rostro tan cerca, tan cerca de mi boca, que sería capaz de morderle para que me soltara, pero eso sería un acto tan animal y salvaje, y podría provocar una reacción que no era capaz de dimensionar, pero era seguro que no sería nada bueno.
—¡Harry, cachorro, calma, por favor, calma! —al fin Black habló y entró, haciendo a un lado a Ginevra que se había quedado paralizada ante lo dicho por Potter— Harry, estás fuera de si...
—¡Y yo di la orden de que no te acercaras a ella, Sirius, ¿qué haces aquí?! —arremetió en su contra y pude ver a Black paralizarse por unos segundos.
—Vamos, Sirius, yo me encargo, tú sabes como es —lo alentó el profesor Lupin y empezó a empujarlo a la salida, al igual que a las otras dos que solo miraban sin saber que hacer.
—Remus...
—Yo me encargo, Sirius.
—Vas a lastimar a tu pequeño demonio, Harry, y tú no quieres eso —habló nuevamente Black, dejándose guiar a la salida, intentando sonar calmado y lógico, algo que me perturbo más que si lo hubiera dicho con rabia. Tuve que mirarlo, sabiendo que mi terror era evidente, porque esas palabras sonaban como un secreto, con más implicaciones que no quería asimilar.
Black me devolvió la mirada tan duramente, pero no con rencor como lo había hecho la última vez, sino como un mar templado, revuelto, no había ni una pizca de azul en esos ojos, el gris era más presente, como si el agua mezclada con arena quisiera ahogarme, pero sabiendo que por el momento era mejor que viviera. Un nuevo movimiento de Potter me hizo dejar de mirarlo y nuevamente todo lo que podía ver era a él.
—¡He dicho que se larguen, tú y Remus, váyanse! Yo me quedaré con ella y no quiero que nadie me interrumpa, nadie... mucho menos tú, Remus—siseó en voz baja, en un tono que jamás creí que él podría tener y menos para dos de los hombres que más apreciaba. Pero eso no entraba a su mente en este momento al parecer, pues sus dedos me apretaron más, tanto que me sentí elevar del suelo y pude ver sobre su hombro como el profesor Lupin al fin cerraba la puerta con todos los demás afuera.
Sentí una repentina nausea, no sabiendo si el hecho de que ellos se fueran era mejor o peor, aunque daba igual, de todas maneras yo sería la culpable, la que perdería aun si Potter era quien me lastimaba, o me mataba.
—¡Vete al infierno, Potter! —grité con horror y él me miró con mayor molestia, y aunque el miedo ya era algo que me estaba perforado el estómago, no me dejaría amedrentar por él, aun cuando tuviera todas las de perder, aun cuando el fuera el mago más poderoso de la era y yo no tuviera ni siquiera una varita rota de mi lado— ¡Suéltame y lárgate ya! ¡No quiero verte más! ¡Te odio! ¡Te odio más que nunca! ¡Te desprecio! —pude ver su mirada volverse más siniestra ante lo último, como si esa palabra lo hubieran arañado más que mis uñas.
—Harry, por favor, suéltala ya —volvió a pedir el profesor con voz calmada y por encima de su hombro, pude verlo acercarse con cautela una vez más, deteniéndose a cada paso antes de estar seguro de dar el siguiente—. Cachorro, la estás lastimando, como dijo Sirius, le está doliendo tu agarre. Sólo mírala, por favor —Potter me miró con más intensidad y yo me obligué a quedarme quieta, obedeciendo a mi orgullo para no demostrarle que era verdad lo que decía el profesor Lupin.
Primero muerta antes de que Potter me vea doblegarme ante él, antes de que me vea temblar de miedo o dolor. Pero lo que no esperé es que su rostro bajara a mi cuello y tuve que tirar la hacia atrás, mirando al techo de manera borrosa pues las lágrimas a causa del dolor se había acumulado.
—¿Y eso te importa, Remus? ¿Por qué? ¿Por qué te importa Pansy? —reclamó en un grave siseo, con su voz rozando mi piel, pero lo sentí moverse y pude ver como de reojo miraba al profesor, sin girarse del todo, sólo moviendo su cara, antes de volverse agresivamente hacia mí.
El profesor Lupin se detuvo por completo, como si lo hubieran hecho chocar con algo y el golpe fuera más sorprendente que doloroso, mirando a Potter con una nueva luz de entendimiento al parecer, llenando su rostro de más preocupación si es que eso era posible, lo que me hizo temer más.
—Cacharro, no es lo que estás pensando. Pansy solo es una niña para mí, así como tú... son mis niños, mis niños —dijo de la manera más apacible posible, avanzando otro paso hacía él. Potter movió la cabeza de un lado a otro, como si intentara comprender lo que decía, pero volvió a mirarlo de manera fugaz, antes de moverme más hacia su pecho.
—¡Que no te acerques, Remus! —gritó de nuevo Potter.
Miré con algo de incertidumbre cómo el profesor Lupin se detenía, mirándolo con cautela. No podía culparlo por hacerlo. Yo sabía lo que él sabía, sabía porque se detenía, la magia de Potter sólo se fue intensificando con cada segundo, estaba más furiosa que nunca, más cortante y peligrosa. También podía ver cómo poco a poco sus ojos se dilataban hasta devorar el verde hasta el borde y su piel empezaba nuevamente a brillar de sudor, así como pude sentir en mis dedos contra su pecho el temblor de todo su cuerpo.
Era una sobrecarga mágica. Una enorme sobrecarga mágica, que iba a llevar a Potter a la locura o a su muerte si es que no hacíamos algo pronto.
Pero teníamos una ventaja, lo sabía, porque él estaba muy agotado, sabía que lo estaba, había pasado horas enteras sin detenerse para lograr el hechizo que lo llevó a su limite, a este limite tan descontrolado, tan lleno de una agotadora adrenalina que lo mataría si es que no se controlaba, si es que no se detenía antes de acabar con todo y hasta con su propia vida.
Sabía que estaba más cerca de caer que de explotar, sólo había que hacerlo colapsar y ya podía irme haciendo la idea de cómo hacerlo. Después de todo no era la primera vez que trataba con un chico fuera de sus cabales, lo había hecho con Draco, con Blaise y hasta con el estoico de Theo una vez, el cual fue sumamente difícil de vencer, y en vez de alejarme para dejarlo a su suerte y acabara con lo que tuviera que acabar, corrí hacia él y lo abracé con fuerza, diciéndole en el oído que si quería destruir todo, empezara conmigo entonces, y no sólo tuve sus manos en mí, como las de Potter, sino sus brazos completos apretándome contra él, como si deseara romperme, escuchando sus gritos dolorosos que su propia magia le estaba provocando, mientras la voz de Blaise a lo lejos le gritaba que si lo hacía, que si se dejaba dominar, la primera en morir sería yo y nadie se lo perdonaría.
Theo lo consiguió después de largos minutos batallando consigo mismo. Logró controlar su poder, enterrándome en él con más fuerza para protegerme de su explosión, tal vez, hasta el punto que dejé de respirar por la presión, mientras los cristales de su habitación explotaban. Lo único que recordaba de ese día, fue ver el rostro borroso de Draco acercándose, para quitar a Theo de mí y revisarme que de verdad no me hubiera matado, a lo que sonreí antes de desmayarme.
Haberlo hecho, haber estado en medio de aquel colapso de Theo había resultaba doloroso y este no sería la excepción, más por encontrarme tan cerca de la fuente de la explosión otra vez, una fuente poderosa e ilimitada, pero al menos que Potter quisiera matarse y matarme, nada malo sucedería, estaba segura, sino ninguno de los dos saldría vivo de este lugar.
Esta clase de eventos eran extraños, era realmente difícil llegar a un estado tan indomable, pues era necesario pasar por todo un ciclo extenuante de estrés, frustración y cansancio, así como una exposición a magia oscura, como la que tenía este lugar y del cual me había dado cuenta con el simple hecho de respirar. Era hasta cierto punto normal que su magia le jugara una mala pasada al combinarse con el cansancio mental y físico, alterándose fuera de sus limites, aprovechándose de su mente caótica, para querer tener total control de su cuerpo, y era tanta la intensidad que era obvio que Potter no sabía que hacer o como volverla a su lugar.
—Profesor...
—¡Cierra la boca! ¡No lo llames! ¡No le hables más! ¡Qué él no diga tu nombre más! —ordenó Potter con ira y el profesor negó con la cabeza, pasándose un mano por el cabello.
No sabía el motivo de su gesto ni del porque su mirada se mostraba cada vez más aturdida, pues esto para mí carecía de lógica, era irracional todo el comportamiento de Potter, totalmente adjudicado a su estado. Pero no era el momento de pensarlo, así que sólo apreté los labios, para llevar a cabo mi plan.
—No me digas que hacer —reté con el poco valor que me quedaba y miré al profesor Lupin, el cual lentamente sacó su varita y, sin quererlo realmente, apuntó hacia Harry, sabiendo más o menos lo que pasaría. Tenía que estar preparado, ya sea para atraparlo o enfrentarlo.
—¡No lo mires! —gritó y lo ignoré, consiguiendo que me apretara totalmente contra su cuerpo. Sentí sus palmas completas en mi espalda y cada uno de sus dedos enterrándose en mi carne, como si ansiara llenarse de mi sangre.
Estaba aplastada contra su piel cada vez más ardiente, podía sentir el calor contra mi propio pecho y brazos, haciendo que mis muñecas dolieran por la presión.
—Profesor, prepárese... —suspiré sin saber si me escuchó o no. Con el poco espacio que tenía, moví mis manos a sus costados, apretando los dedos contra su costilla con fuerza, haciendo que se doblara un poco contra mi cuello, donde lo sentí enterrar su rostro—. Eres un maldito caos, Potter, y si pudiera te dejaría morir, pero te necesito... —sentí la presión de su boca, así como el roce de sus dientes contra mi piel, como si fuera morderme—. Profesor... —un gruñido contra mi oído y tuve que controlar el terciopelo de mi voz que su gesto me había hecho perder—. Remus, ayúdame. Remus, confió en ti. Remus, ven... —susurré adrede contra el oído de Potter, obteniendo lo último de la tensión de su cuerpo.
—¡Noooooo! —gritó y me apretó más fuerte. No sabía de donde era capaz de sacar tanta fuerza.
—Remus, di mi nombre —le pedí mirando a sus ojos dorados, sintiendo todo el peso de Potter sobre mí, y sobre todo, sintiendo más intenso el ardor de mis lágrimas contra mis mejillas, cayendo por el dolor o por el estrés que esto me estaba provocando.
El profesor Lupin pareció dudar, pero él más que nadie sabía que era necesario, que necesitábamos empujar lo último de la estabilidad de Potter para hacerlo caer, para que se rindiera ante el inminente colapso que estaba sufriendo, que su mente desequilibrada y su magia fuera de control le estaban provocando, el cual su cuerpo agotado no estaba procesando ni aguantando, mucho menos podría superarlo.
Cuando un mago entraba en esta fase, en este tipo de fase donde no razonaba o escuchaba a nadie, solo había dos opciones: atacarlo hasta noquearlo, u obligarlo a caer utilizando lo que lo había hecho perder en primero lugar.
—Pansy —me llamó el profesor Lupin en voz alta, casi como si lo lamentara.
—¡Nooooooooo! —gritó una vez más Potter, tan alto y tan fuerte, como si quisiera destruir las paredes de este lugar.
Y fue así como se creó el peor sonido que haya escuchado en mi vida.
Fue un grito estruendoso y terrorífico, explotando como un rayo lo haría cayendo a la tierra, partiendo el suelo, electrizando y quemando todo a su paso, alcanzando a inútiles mortales hasta matarlos.
¡Merlín, jamás me sentí tan mortal cómo ahora!
Sentí mi tímpano reventando en mi oído derecho, alcanzado mi cerebro como si fuera un cuchillo atravesando mi frente y mi cráneo. Toda una explosión de fuego blanco cegando mis ojos y quebrando la madera bajo mis pies, pues todo temblaba, todo temblaba a nuestro al rededor, o era yo la única que lo hacía, la única que sentía su cuerpo a punto de abrirse desde el vientre hasta el cuello, sintiendo la sangre correr fuera de mis venas, a través de mi cabello y mis uñas, y mis órganos combustionando en mi interior, revolviéndose y explotando.
Estaba segura que no quedaría nada de mí después de esto. No sería más que un charco de sangre, piel, huesos y carne mezclada en el suelo.
Iba a morir.
Iba a morir.
Iba a morir.
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Potter acaba de matarme...
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Lo sé, lo sé. Ni disculpas puedo dar y merezco que ni siquiera alguien lea esto, pero de verdad fueron meses de cambió. Y puedo resumirlo en varios puntos:
1 Me enamoré de mi mejor amigo y por mi bien lo tuve que dejar, para poder salvarme, sanar mi corazón.
2 Él no fue capaz de entender las razones de porqué lo hice y yo me cansé de intentar explicarle, cuando ni siquiera tenía porque explicarle porqué necesitaba sanar.
3 Me mudé, me fui a otro estado, lejos para no volver a verlo.
4 Mi nueva casa, mi nueva vida, mi nuevo trabajo, las nuevas personas me mi vida. Fue toda tan grande, tan extremo. Conocí personas que de alguna manera se ganaron un trozo de mi corazón. Conocí a personas que sin importar qué, meten las manos por mí, que me defienden y cuidan y es algo que no había experimentado nunca, pero fue como si me calentaran el pecho.
5 Mi autoestima mejoró. Jamás pensé que era guapa, ni siquiera bonita, ya que ni siquiera era capaz de hacer que alguien me invitará a salir y de repente si, fue también un cambio y ahora son consciente de que mi físico es agradable y me gustó. Eso es lo mejor, yo me gustó.
En fin. Espero estar de vuelta, de verdad que la inspiración no se vuelva a ir.
Espero que lo hayan disfrutado.
Bye. Cass
