Ripper Down era otra isla más en la larga lista de lugares infames que el pirata conocido en el bajo mundo como "Joker" controlaba. Allí se llevaban a cabo numerosos negocios, tapaderas de simples tabernas, pero convertidas en casas de apuestas, burdeles y casas de subastas de esclavos, entre otras cosas. Si hubiera una definición relativamente clara del infierno en la tierra, seguramente fuera aquel lugar.
Sin embargo, era la parada habitual de tantos y tantos piratas sin escrúpulos, el sitio perfecto para escapar de la Marina y esconderse por un tiempo. Un lugar sin ley, donde mandaba el dinero y el estatus social. También era el mejor lugar para buscar cierta información clasificada.
Aquel misterioso hombre entró en la primera taberna de mala muerte que había en el muelle, era el lugar donde se reuniría con el contacto. El día había amanecido con tanta niebla que apenas se distinguía algo en la zona de la costa, así que fue bastante fácil escaquearse de los guardias y sus consecuentes problemas.
El lugar intentaba imitar algún local de alto nivel, con paredes coloridas, un iluminado escenario y una amplia barra adornada por aquella estantería repleta de bebidas alcohólicas, sin duda no era el lugar para un pirata cualquiera.
Había poca clientela, y la que estaba se repartía individualmente en mesas pequeñas de cara al escenario, donde una voluptuosa mujer hacía un espectáculo de streaptease girando sobre una barra metálica.
Por supuesto que nada de aquello le interesaba, así que se acercó a la barra y se sentó en aquel taburete de cuero mugriento, llamando la atención de la camarera, también escasa de ropa.
–¿Qué te pongo, encanto? –le insinuó aquella mujer, sacando un vaso de cristal y colocándolo frente a ella con gran rapidez.
–Estoy buscando algo –le murmuró él, disimulando el nerviosismo.
Sacó un pequeño papel de su amplia gabardina y se lo entregó a la chica con cuidado de no levantarlo. La camarera río, leyó el papel y asintió una sola vez antes de marcharse de la barra con aquello en la mano, dejándolo solo.
Law se frotó las manos inquieto, de momento todo iba según lo planeado, pero debía tener cuidado. Los espías de Doflamingo estaban en cualquier esquina, y aquel lugar no era menos. Agachó la cabeza, mirando a los lados, vio a la chica marchar hasta una puerta tras el escenario. No había guardias o al menos no a simple vista. Él llevaba un gorro, no el suyo al cual echaba de menos, y unos guantes para tapar sus tatuajes demasiado reconocibles.
A los pocos minutos, la mujer volvió a su puesto y le señaló al pirata la misma puerta por la que había desaparecido rato antes, invitándolo a entrar tras devolverle el papel con algo nuevo escrito que aún no leyó. Con paso calmado se dirigió a su objetivo, sin llamar la atención, pero no perdiendo de vista a su alrededor.
Cruzó el local pausadamente, cerrando aquella puerta roja a sus espaldas. La nueva zona tenía una decoración algo diferente al bar. Paredes rojas, suelos tapizados, cuadros cada pocos metros, todo lleno de puertas de madera con números, parecía casi un hotel.
Sacó de nuevo el papel de su bolsillo y admiró los números "11" escritos con una exquisita caligrafía debajo de su tosca letra. No había nadie a la vista, pero si se escuchaban algunos ruidos, entre ellos golpes, gritos y algún que otro gemido. Law mantuvo la mirada baja, procurando taparse la cara por si alguien aparecía a medida que cruzaba el pasillo, pero nadie se interpuso en su camino hasta llegar a la puerta con el mismo número que tenía escrito.
Al principio dudó, pero luego llamó suavemente con el revés de dos dedos de su mano derecha, quedando en silencio después para escuchar al otro lado. Nada ocurrió.
Volvió a llamar, dejando de lado la suavidad, extrañado que su informante tardase tanto. Su contacto en otra isla le había dicho la hora exacta y el lugar donde tenía que reunirse con otra persona. No era normal que un espía se retrasase.
Pero esta vez se escuchó un portazo al otro lado y unos pasos apresurados. Luego, una mujer casi igual de alta que Law abrió la puerta con torpeza. Lo miró un escaso segundo y tiró de su ropa para hacerlo entrar a toda prisa, cerrando a su espalda la puerta de madera.
El pirata repasó rápidamente la habitación con un simple vistazo, una cama de matrimonio, una mesita de noche al lado y una habitación contigua que sería el baño. La chica lo observó en silencio, se miraron a los ojos unos segundos antes de que el hombre se decidiera a hablar, pero fue interrumpido.
–¿Qué deseas, guapetón? –canturreó.
–¿Lo tienes? –preguntó secamente, sacando de su ropa lo que parecía un fajo de billetes.
La mujer asintió en silencio, dudando, pero quiso improvisar un poco el plan.
–Está todo en mi cabeza –señaló a su sien con el índice derecho, mostrando una pequeña sonrisa.
–No habíamos quedado en eso –le reprochó Law, entrecerrando los ojos– El trato eran los planos.
–Pues cambio de planes, te diré todo si me sacas de aquí, y además no te cobraré nada –ofreció ella, no iba a dar su brazo a torcer, su vida estaba en juego.
El pirata suspiró pero no le quedaba otra. Se había separado hacía meses de su tripulación para buscar por su cuenta cualquier información de la familia Donquixote y ahora no podía fallar, apenas quedaban unas semanas para la fecha fijada donde se reuniría con los Sombrero de Paja. Ella le ofreció la mano en señal de cerrar un trato.
–Lo intentaré –aceptó de mala gana, estrechando sus manos– Pero si eres una molestia, te dejaré atrás sin dudarlo.
–No esperaba otra cosa –le sonrió, apartándose un poco tras aquella frase, señalando las pequeñas cadenas de piedra marina que tenía enganchadas a sus tobillos– Pero primero tienes que quitarme esta cosa, tiene un localizador –mintió lo mejor que pudo pero suficiente para que Law la creyera.
El pirata se cruzó de brazos algo molesto, nada de eso estaba en sus planes, de verdad que odiaba improvisar.
–¿Dónde está la llave? –preguntó, intentando no agotar su paciencia de golpe.
–Adivina –se encogió de hombros, señalando su escote descaradamente– Lo tiene ella, la mujer de la barra, es la dueña del local.
Law soltó un largo y pesado suspiro antes de abandonar la habitación y dejar a la chica a solas, que aprovechó para dejarse caer sobre la cómoda cama.
–Los piratas son realmente idiotas –dijo en voz alta ahora que no podía escucharla.
–¿Ya estás de vuelta, querido? –preguntó extrañada la camarera, viendo como el pirata se volvía a sentar en un taburete frente a ella– ¿Mis chicas no te trataron bien?
Dicho esto último, le sirvió una copa de Martini –cortesía de la casa– con una pequeña aceituna incluida dentro. Dejó el vaso sobre la madera y siguió secando otros tantos con un sucio trapo.
–Soy más de emociones fuertes –actuó, tomando la copa y dándole un pequeño sorbo, disimulando la mueca de desagrado, odiaba el alcohol.
–Oh –pronunció ella, enarcando una ceja, luego se inclinó en la barra hacia él todo lo que pudo, dejando una generosa vista de su escote– Entonces sé lo que buscas.
Law no pudo evitar mirar hacia la piel descubierta, pero por un pequeño brillo proveniente de lo más hondo del canalillo, ahí estaba su supuesto objetivo. Se terminó el resto del Martini de un trago y atrapó la aceituna entre sus dientes con cuidado.
–Si me das un momento, puedo tomarme un descanso extra –le guiñó el ojo, agarrando un par de botellas con la mano para después agacharse y colocarlas bajo la barra hábilmente.
–Room – él activó rápidamente una pequeña área azul con su fruta del diablo, como el local estaba medio a oscuras nadie pudo ver su poder– Shambles –hizo un pequeño gesto con los dedos para hacer un cambio.
Y ahora entre los dientes tenía una pequeña llave metálica que sabía a rayos, a causa del tiempo que la camarera se la guardaba entre sus pechos. Law no quería pensar demasiado en eso, porque su estómago no aguantaría mucho ese día. No se consideraba un hombre que disfrutase con chicas de compañía ni sus atributos.
La susodicha terminó de colocar todo y volvió a prestar atención al hombre, que parecía querer marcharse.
–¿Por qué tanta prisa, corazón? –preguntó con una pequeña mueca, la idea de divertirse un poco con alguien joven la había emocionado.
–He recuperado las ganas de la rubia, lo siento –mintió, dándole la espalda a aquella mujerzuela antes de que se diera cuenta de que le costaba pronunciar por el objeto de su boca, saliendo con prisa hacia la habitación donde lo esperaban.
–¿Rubia? –se quedó pensando, mirando fijamente el lugar donde estuvo sentado– Si Aledsia es pelirroja…
Abrió los ojos de golpe al notar algo frío en su escote y metió la mano rápidamente, sacando una aceituna a medio morder. Apretó la mandíbula– Será hijo de puta.
Y con un breve gesto los hombres que estaban sentados disfrutando del show, se levantaron y en fila fueron en busca y captura del misterioso ladrón.
