Resumen: Fubuki quiere volar, quiere sentir, quiere tocar y ser tocada; Saitama, quien nunca antes había estado con una mujer, no sabe cómo responder. ¿Cómo podría un hombre demasiado fuerte y una mujer con poderes psíquicos hacer el amor?


- Anime: One Punch-Man (ワンパンマン)

-Todos los personajes le pertenecen a su creador: ONE®


Fanfic inspirado en la canción "Cometas por el cielo" de La Oreja de Van Gogh.


Notas del autor:

Este fanfic está dedicado a mis amigos PañaPaña, Glargina y Hudako quienes no dejaban de decirme que todo lo que escribo sobre Saibuki es demasiado suave/fluff y que debería de hacer algo más puercote.

Disfruten su cochinada, marranos.


.

Las cortinas cerradas hacen que el pequeño departamento de Saitama luzca mucho más oscuro de lo normal, cosa ideal para cuando no sólo se quiere tener tranquilidad, sino también privacidad.

El cuerpo de Fubuki no está demasiado cerca del de él, tampoco lejos, el espacio entre ellos sentados en el suelo y recargados sobre el futón es tentador y cauteloso y esa diferencia de distancia desaparece con lentitud conforme el rostro de Fubuki frente a él se acerca. Se acerca despacio, constante, casi imperceptible, pero su cálida respiración la delata. Saitama puede sentirla en la punta de su nariz. Sus ojos se cierran, los de ella primero, sus pestañas son largas y sus labios son rojos y brillantes. Ambos estaban sentados lado a lado pero de pronto ambos están frente a frente. Cuando Saitama se da cuenta, puede sentir a presión de Fubuki en su propia boca, en sus labios, sus manos tomando las suyas, subiendo sus brazos y enredándose en su cuello.

El calor sube de forma exponencial, quema su pecho y sus mejillas. Saitama se siente paralizar, pero también corresponder. Sus ojos cafés se cierran con cierta tensión, forzándose a corresponder con torpeza y duda. No sabe hacer esto, se siente como besar a Fubuki por primera vez. La sensación arde y es tan abrumadora que Saitama se pregunta si algún día podría acostumbrarse a seguirle el ritmo.

Pero se siente bien.

Saitama mueve ligeramente sus labios y Fubuki no pierde la oportunidad de profundizar el beso, ella abre más su boca, su cuerpo se acerca más al de él, empujando, jalando, presionando, aprisionando con intención sus brazos sobre su cuello y, poco a poco, intentando trepar a su regazo.

Por otro lado, Saitama siente que su cuerpo comienza a arder por completo, sus manos sudan y quieren moverse. De forma dubitativa, él posa sus manos en la cintura de Fubuki pero con un toque tan ligero que apenas podría considerarse una caricia. No quiere hacer presión, no está seguro si es lo correcto. Pero Fubuki es todo lo contrario, ella arrastra sus manos hacia las mejillas de Saitama, sin romper el beso, y acaricia, toca, mueve sus labios, mueve su cabeza y mueve sus piernas sobre la cintura de él de forma segura y ambiciosa, típico de ella.

Y de pronto, para alguien como Saitama, esto se vuelve demasiado en muchos sentidos. Arde tanto que da miedo, duele, las emociones fuertes nunca han sido lo suyo y probablemente nunca lo serán, mucho menos con una fuerza así como la suya.

Él puede escuchar sus latidos en sus oídos, su corazón podría salirse de su pecho en cualquier instante. Así que sus fuertes manos se mueven con rapidez sobre la espalda de Fubuki y ella intenta acercarse aún más, pero Saitama la detiene por los hombros y la empuja hacia atrás y ahí la sostiene, cortando el beso al instante y dejando a Fubuki con un rostro casi tan atónito como el de él.

Fubuki parpadea varias veces, mirándolo con ojos llenos de sorpresa e incógnitas. Su labial se ha corrido y su rostro está muy rojo. Saitama traga saliva e intenta tranquilizar su propio pulso, tomar aire y volver a hablar.

Ella quiere decir algo pero Saitama le corta justo a tiempo.

—¡F-Fubuki! —Casi grita él, incapaz de volver a mirarla a los ojos.

Ella se mantiene expectante, aún sentada en su regazo y colocando sus manos sobre los brazos de Saitama, aquellos que permanecen restringiendo la cercanía de sus cuerpos otra vez.

—Debes irte. —Dice él.

—¿Qué?

—Reco… Acabo de recordar que tengo que hacer algo… algo muy importante…

El rostro de Fubuki luce estupefacto, luego incrédulo. Ella alza una ceja. —Dijiste que tenías el día libre.

—Y ya casi oscurece…

Fubuki afila su mirada y su ceño se frunce. —Son las cinco de la tarde, Saitama.

—¿Oh? ¿En serio? ¿Tan tarde es ya? —Saitama desvía la vista a su costado, hacia las cortinas, y trata de disimular su inquietud con una sonrisa nerviosa. Sus manos no dejan de temblar, su entrepierna palpita y su frente está sudando mucho. Él de pronto quiere tener a Fubuki lejos de él, fuera de su apartamento. —D-deberías irte antes de que oscurezca.

Los ojos verdes de Fubuki son ciertamente un misterio para Saitama, hay muchas veces en las que él no se atreve a mirarlos de frente por mucho tiempo. Esta es una de esas veces. No sabe cómo interpretar la seriedad de la mirada de ella. Es cálida, brillante y profunda y al mismo tiempo demasiado fría y distante. Saitama la mira de reojo sólo por un instante antes de regresar hacia otro lado, soltándola de los hombros y cerrando sus manos en puños a sus costados de su tenso cuerpo. Se siente intimidado.

Fubuki lo observa atentamente en silencio, analizándolo por segundos que se sienten horas, hasta que finalmente suelta un resoplido cansado, casi decepcionante, mientras libera con pesadez sus brazos.

Saitama no es idiota. Incluso él es consciente del ambiente pesado que se ha formado, producto de esa cierta tensión cortada de forma brusca, como un fuego apagado con agua fría. Como algo cortado de forma inmediata con crueldad. Algo que no importa cuánto se permita crecer, tiene un límite que nunca se permitirá romper.

Todavía dentro del silencio incómodo, Fubuki se acomoda el cabello y sus ropas, luego toma su bolso y sale por la puerta dando una rápida despedida a Saitama. Sus ojos están molestos y llorosos, sus dientes apretados y su boca torcida en una mueca en un gesto de frustración, justo como lo hace siempre que suma una derrota más a su lista.

Cuando la puerta se cierra y sus tacones dejan de escucharse por el pasillo, Saitama se permite inclinar su cuerpo y esconder sus manos sobre su rostro. Sus orejas arden, los sonidos de la calle se vuelven más claros y las sensaciones lo que le rodea más tangibles. La magia desaparece por sí sola, la electricidad en su cuerpo se drena casi por completo conforme su respiración se regula; pero el calor permanece, sigue siendo real, sigue estando en su cabeza, en su pecho, en sus manos, en su estómago.

Conforme pasa el tiempo y el olor del perfume de Fubuki se impregna en sus ropas, para él se vuelve más y más difícil contenerse.

Han sido alrededor de siete veces que esto se ha repetido. Cuatro en el último mes. Saitama ha estado saliendo con Fubuki muchísimo más tiempo que eso y aún no se siente capaz de seguirle el ritmo.

Por otro lado, ella parece mantenerse cada vez más insistente y ansiosa, juega sucio y nunca deja ir la mínima oportunidad que tiene para ejecutar sus avances.

Saitama alza la mirada y puede ver su reflejo sobre el televisor. La habitación está oscura, el calor tarda en bajar, sus manos siguen temblando, se sienten ligeras y extrañas. La imagen de la boca entreabierta de Fubuki vuelve a su mente y de pronto vuelve a sentirse colapsar. Su pecho no deja de arder, doler y arremeter con fuerza en cada bombeo de sangre que sube y baja.

Saitama entonces se recarga sobre el futón detrás de él y sus ojos miran hacia el techo, preguntándose si algún día Fubuki se rendirá, si él será capaz de seguir poniendo resistencia o si algún día simplemente los dos…

Pero no puede.

No es posible.

Saitama es demasiado fuerte y también demasiado inexperto, ¿cómo podría? Nunca había tenido una novia antes, nunca soñó con tenerla, ni siquiera cuando era un adolescente en plena pubertad.

No sabe cuánto tiempo pasa en la que su mente se pierde, su cuerpo se enfría y su vista se divaga en algún lugar del suelo y de sus pies. Saitama se pone de pie, estira su cuerpo entumido y se dirige a pasos lentos y pesados para mover la cortina.

De pronto ya es de noche.

.

Saitama había enviado un mensaje de buenos días a Fubuki y, contrario a lo que esperaba, ella había respondido de forma usual: neutra y cortés. Yendo directamente al grano y recordándole que debe tomarse su trabajo en serio, pero también deseándole suerte.

Aún con eso, Saitama no puede evitar sentir la tensión silenciosa entre ellos por lo ocurrido el día anterior. No es la primera vez, pero en cualquier momento podría ser la última. Fubuki es alguien muy persistente y terca, pero nunca ha sido demasiada paciente, ni siquiera con él.

De camino a su rutina diaria como un héroe profesional, Saitama piensa en cómo sus propias emociones repercuten en su cuerpo. Hace mucho que no se sentía de esta forma. La excitación y el ardor en su pecho fue algo que las buenas peleas le hacían sentir, pero ese choque de adrenalina es muy distinto a la emoción latente que siente cuando está con Fubuki. Él sólo es capaz de recordar la emoción de una buena batalla en sus sueños, en cambio, la emoción de los besos profundos, las caricias, los roces de piel y el sonido de los suspiros de Fubuki son cosas que se mantienen y se sienten con tan sólo imaginarlo e incluso tiempo después de haber ocurrido. Saitama no necesita soñarlo, pero tampoco puede pensar en eso, no si quiere continuar con su día de forma tranquila.

Saitama justo ahora derrota un monstruo tan sólo unos instantes después de que la alarma haya sonado. Fue rápido y nada placentero. Su ansiedad no desaparece.

Aún puede sentir el calor en sus manos.

Lo mismo se repite con el siguiente monstruo, con sus ejercicios diarios, con cualquier cosa que hace para distraerse. Se siente sobrestimulado por alguna razón y eso precisamente es el problema, porque él es demasiado fuerte y muy distraído, sobre todo cuando se siente emocionado, y todo eso fundido y diluido en la sangre en el momento preciso en la que una simple oportunidad se presente sería fatal.

Saitama no puede dejar de pensar en eso el resto del día.

Él se retira sus guantes rojos manchados de sangre de monstruo justo antes de buscar su llave y entrar a su casa. Al hacerlo, se da cuenta que el seguro no está puesto.

Con cautela, Saitama abre la puerta. Es de noche, su casa está tan oscura como el cielo y el rostro de Fubuki es iluminado por el fuego de la vela sobre la mesa.

—¿Qué… qué haces en mi casa? —Pregunta Saitama dando un paso atrás.

Fubuki está sentada frente a la pequeña mesa en medio de la pequeña habitación. Sus labios están más rojos de lo normal. Sus largas piernas pálidas están al descubierto sobre el suelo. Su vestido es corto, muy corto, muy pegado, de un negro traslúcido. Un tirante está caído sobre su hombro descubierto, resaltando parte de sus pechos, y ella no hace nada al respecto.

En la mesa hay un par de copas de vino que seguramente ella trajo de su casa. Las copas están vacías. Ella se mantiene en silencio.

Saitama traga saliva y desvía la vista. —Te dije que dejaras de entrar sin permiso… ¿qué… qué es todo esto?

En lugar de dar una respuesta, un reclamo o una explicación, Fubuki se pone de pie.

Un escalofrío recorre la espalda de Saitama al verla caminar hacia él. Sus ojos verdes lo miran con firmeza, lo bañan, lo ahogan. Saitama vuelve a tragar saliva y cierra sus puños, sus brazos rectos a sus costados y su cuerpo tan tenso que sus pies simplemente no le responden.

Fubuki es hermosa. Siempre lo ha sido. Su perfume está impregnado en cada rincón de su departamento y se intensifica con demasía conforme ella se coloca frente a él. Su respiración es caliente, sus suspiros son ligeros y temblorosos. Ella no escatima en la distancia que toma al pegarse y enredar sus manos en su cuello, acercando su boca, moviendo sus largas pestañas, cerrando sus ojos y respirando en su oreja.

Su aliento huele mucho a alcohol, probablemente pasó toda su espera bebiendo.

Saitama aprieta sus puños con más fuerza, conteniéndose, cerrando sus ojos, apretando los dientes y desviando su vista de lado cuando ella intenta besarlo.

Saitama es un hombre fuerte, es fuerte, debe serlo. Tiene que resistir.

Pero Fubuki es una mujer que nunca se da por vencida, mucho menos con él.

Ella se detiene sólo por un instante debido al repentino rechazo, lo mira y vuelve a intentarlo, esta vez yendo directamente a su mejilla y bajando beso a beso y de forma lenta a su cuello. Sus brazos bajan para permitirle a sus manos recorrer su nuca, su cuello, luego sus mejillas y detenerse en su pecho; empujándolo hacia atrás hasta chocar contra la pared.

Saitama de pronto se siente no sólo acorralado, sino también retenido, tentado, dispuesto…

Pero no puede. Es que él es demasiado fuerte.

Saitama puede verse destruyendo un planeta de un simple estornudo. Puede verse atravesando la galaxia con la presión de un soplido. Pero nunca podría perdonarse lastimar a Fubuki.

Cuando Fubuki toma el cierre de su traje de héroe entre sus manos y comienza a bajarlo, Saitama decide que ha sido suficiente. Él toma con lentitud sus manos y las retira, haciéndola retroceder, de nuevo creando esa distancia prudente y temerosa entre ellos, remarcando una vez más ese límite que simplemente no pueden cruzar.

Pero Fubuki esta vez se siente harta. Su sangre tiene alcohol y su corazón no tiene la fuerza suficiente para tolerar dos rechazos consecutivos. Ella suelta el agarre de un manotazo y sus brazos se dejan caer, agachando la mirada y encogiéndose de hombros.

—Fubu-

Intenta decir Saitama, pero Fubuki vuelve a hacerse para atrás con pasos torpes. Saitama intenta sostenerla cuando la ve tambalearse pero ella no duda en retirarlo con una pequeña ráfaga de viento frío que no lo hace retroceder, pero sí detenerse y contemplar.

—¡Es suficiente! ¡No puedo creerlo! —Grita Fubuki. Sus ojos se vuelven vidriosos y su cabello se llena de una tonalidad ligeramente azul. Ella se ve hermosa incluso cuando está borracha, herida y a punto de llorar. —Eres tan… Tú… ¡Agh! —Fubuki cubre sus ojos con sus manos y suelta un gruñido lleno frustración, de impotencia.

Saitama quiere acercarse y abrazarla, pero sabe que ella no se lo permitirá.

Fubuki descubre su rostro para limpiarse sus ojos manchados de rimen y lágrimas. Ella no lo entiende, siempre había conseguido todo lo que ha querido. Pero esto es algo que ni siquiera Saitama puede tener, mucho menos darle. No puede poner en riesgo una vida por simple placer, él es un héroe, no un monstruo.

—Lo… L-lo siento. —Intenta decir él. El temblor de nuevo viene a sus manos. Se siente culpable. Él es muy fuerte. Puede matar monstruos como si nada, podría hacer lo mismo con ella por accidente. —Pero no puedo.

Entonces Fubuki se detiene y vuelve a enfocar su vista en él, esta vez estupefacta y todavía más dolida. Si antes no podía creerlo, ahora menos. —¿Qué…? —Pregunta ella.

Saitama respira hondo y suelta el aire antes, sus puños se aprietan aún más. La sangre de sus guantes se escurre por sus manos y manchan el suelo.

Él tiene unas enormes ganas de besar a Fubuki.

—¿Me desprecias? ¿Es eso? —Reclama ella.

—No es nada de eso. —Saitama aprieta sus labios y traga saliva. —Es… No es nada… sólo… mhg.

Las emociones nunca han sido el punto fuerte de Saitama, tampoco las palabras.

Fubuki espera otra respuesta pero Saitama no puede dársela. Ella frunce su ceño y niega con la cabeza, esta vez parece debatirse algo dentro de su mente. Luego retrocede y se aleja de ahí, tomando con fuerza su largo abrigo y cubriendo su cuerpo. Saitama la ve dirigirse hacia la puerta para colocarse sus botas y va tras ella intentando detenerla.

—Fubuki, espera, dije que lo siento.

—¡Y te escuché! —Le reprende ella con molestia, casi escupiendo las palabras. Sus ojos yacen tan afligidos como furiosos y llorosos. —¡Ya me quedó claro que no soy suficiente para ti!

—¡¿Qué?!

—¡No quiero escucharte disculpándote! ¡No quiero que-! —La voz de Fubuki se ahoga y las lágrimas inundan de nuevo sus ojos. Ella las limpia con rabia y de inmediato se da la media vuelta.

La mano de Saitama toca el hombro de Fubuki y ella vuelve a repeler el contacto, colocándose sus botas con prisa y torpeza y saliendo de ahí.

—Ey, oye, ¡espera! ¡No es eso! —Saitama la sigue al cruzar la puerta. —Fubuki, no puedes irte a casa tú sola en este estado.

—¡Alguien del Grupo Fubuki vendrá a recogerme!

—¿Eh? ¿Siquiera traes tu celular contigo? —La vista de Saitama recorre debajo del complejo de apartamentos, no ve el auto del Grupo Fubuki por ningún lado. Mira a Fubuki y tampoco puede encontrar su bolso. Fubuki quiere irse y no se detiene, por lo que Saitama la sujeta del brazo. —Detente, no puedes… no deberías irte así.

Esta vez Fubuki sí se detiene, parece considerarlo y resopla. Hace frío. Está cansada. Saitama observa sus movimientos en silencio y espera que ella aún en su estado y la terquedad propia de su personalidad quiera entender, comprender, que hay cosas que Saitama no puede hacer. Una de ellas es dejarla ir.

Fubuki regresa su rostro hacia él. Sus ojos lucen apagados y sus pestañas están húmedas. Ella se libera de un jalón y camina a zancadas de regreso al departamento de Saitama, azotando la puerta tras de sí.

Saitama rueda los ojos y resopla con fastidio. —No me cierres la puerta, esta es mi casa.

Las luces se prenden y Fubuki se dirige al baño mientras que Saitama limpia sus guantes y sus botas. Él está retirándose su traje de héroe cuando Fubuki sale secándose el rostro con una toalla, luce más tranquila y su rostro enrojece al encontrarse a Saitama desvistiéndose.

Ella desvía su vista de inmediato, resopla y mantiene sus ojos en el suelo. Saitama se apresura a cambiarse de ropa.

Después de eso, Fubuki se niega a cenar y Saitama decide comenzar a preparar el futón cuando los signos de cansancio se hacen más evidentes en ella. La noche es fría y el futón es pequeño, pero ambos consiguen acoplarse sobre él. Espalda con espalda, de nuevo a una distancia prudente.

El silencio es lo que más destaca. Saitama no está seguro si el viento frío es provocado por Fubuki o si simplemente la noche resulta ser más helada de lo normal. Por si acaso, él se pone de pie para cerrar la ventana.

Antes de volver a recostarse sobre el futón, Saitama contempla a Fubuki una vez más. Ella se ha quedado dormida casi al instante, su cuerpo aún apesta a perfume y alcohol.

Saitama la observa con detenimiento. Aunque ella vista de negro, siempre encuentra la forma de acaparar cada destello de luz que pueda. Esta vez, ella lo ha conseguido con la luz que se cuela entre las cortinas, es un azulado grisáceo que baña su rostro y hace relucir su cabello lacio. Parece que un ligero escalofrío recorre sus hombros y Saitama la cubre con la sábana, dejando ahí su mano sobre su hombro por un momento más largo de lo necesario. Sólo un poco. Una presión mínimamente más fuerte de lo habitual. Luego alza su mano y la contempla. Ahora está limpia, pero hace menos que un par de horas estaba bañada de sangre de monstruo.

Pero no importa, su mano ahora está limpia.

A Saitama le gustaría tocar a Fubuki con más libertad, pero no sabe si su mano podrá mantenerse igual de limpia que ahora. Sólo haría falta un pequeño error, un pequeño empujón, un fuerte toque accidental para convertir esa sangre de monstruo en la sangre de ella, de cualquier persona en cualquier situación.

No es sólo esa abrumadora sensación que no es capaz de controlar, también es toda la respuesta física que implica. Fubuki es fuerte, tiene poderes psíquicos, es una esper con experiencia. Pero Saitama no está seguro de que eso sea suficiente.

Él vuelve a recostarse dándole la espalda a Fubuki y, esta vez, la distancia prudente entre ellos se amplía.

Sólo por si acaso, sólo por seguridad de ambos.

.

Cuando Saitama despertó por la mañana, Fubuki ya se había ido.