El porche de la casa unifamiliar lucía decorado para la ocasión. Luz mortecina, telarañas, calabazas y un esqueleto que se movía cuando alguien se acercaba. Una calabaza enorme llena de caramelos invitaba a no molestar a los inquilinos y servirse uno mismo.
Dentro, un simple vistazo y se vislumbraba que la dueña de la casa tenía un gusto exquisito para la decoración, con todo ordenado y limpio. Sin embargo, era al bajar al sótano cuando se descubría la verdadera naturaleza de la inquilina.
Las estanterías del lado derecho de la pared estaban a rebosar de botes, algunos de dudoso contenido. Las del otro lado, llenas de libros. Y en el centro de la estancia, un atril con un libro enorme y pesado.
Leía concentrada y pasaba las páginas despacio, colocándose de vez en cuando derecho el sombrero, que no dejaba de caerse hacia un lado, tapándole la visión en alguna ocasión. Saltó asustada cuando el gato negro se enredó en sus piernas.
-¡Grizel! ¡Te he dicho mil veces que no hagas eso, me has asustado!
-¡Oh, vamos! ¿Me vas a decir ahora que alguien como tú se asusta por eso? ¡Qué decepción! -respondió mordaz el gato.
Erin puso los ojos en blanco y resistió las ganas de echarlo de allí. No serviría de nada, puesto que Grizel era de lo más escurridizo.
-¿Vas a decirme qué estás planeando?
-No -fue su escueta respuesta, volviendo al libro.
Un rato después, cuando había encontrado lo que buscaba, lo había anotado y preparado un mejunje rojo, salió del sótano.
-Menos mal. Ese sitio me agobia mucho -dijo Grizel parándose a su lado.
-¿Y por qué bajas? No te necesito pegado a mi veinte cuatro horas ¿sabes? -respondió ella mirándose al espejo.
Grizel se dio la vuelta, ofendido. Ella soltó una risita. Sabía que no tardaría en volver. Al cabo de unos minutos, el gato volvió junto a ella.
-Se nota que esta noche es tu favorita. Sabes que has escogido el disfraz perfecto ¿verdad?
Erin esbozó una gran sonrisa.
-Lo sé -contestó retocándose el flequillo debajo del sombrero.
Llevaba un vestido negro con escote, un colgante enorme de media luna, botas altas negras de tacón y un sombrero terminado en punta. Se había pintado unos mechones morados en su melena rubia; y en el maquillaje también destacaban los ojos y las uñas pintadas del mismo color. Estaba satisfecha con su aspecto.
-¿Vas a usar el coche o la escoba? Eso sería un puntazo -preguntó Grizel rascándose el bigote.
Erin le echó una mirada fulminante. Luego fue hacia la cocina.
-Oye, lo digo en serio -respondió el gato siguiéndola-. Sabes que si no la usas se estropeará, y luego es un lío…
-Hoy no, la usaré otra noche. No puedo presentarme allí volando en una escoba. Se supone que nadie debe saber la verdad…-respondió terminando de beber un vaso de agua y hablando distraída.
-Y no la sabrán, pero el disfraz…¡te has lucido!
-¿No dicen que soy una bruja?, pues…-se señaló a si misma, sonriendo-. Por cierto, ¿estás listo? Tenemos que irnos.
-Listo cuando tú lo estés.
Erin movió la nariz de un lado al otro, y Grizel se convirtió en el apuesto y joven agente Grant Anderson. Hizo una mueca mientras lo miraba, volvió a mover la nariz y un segundo después, Grant estaba disfrazado de Batman.
-Así mejor. ¡Vámonos!
-¡Sí, señora!
Erin soltó una carcajada mientras cerraba la puerta de un portazo detrás de ella.
La sexta planta del edificio del FBI estaba decorada acorde a la fecha. Telarañas, arañas, murciélagos, colgaban de los techos y paredes. También fantasmas y calabazas hacían las delicias visuales de los asistentes a la fiesta.
Cuando Erin entró en el bullpen, no pudo evitar sonreír. Los agentes con los que trabajaba todos los días vestían diferentes atuendos, perfectos para esa noche. Algunos iban de esqueletos, fantasmas, vampiros y también alguna bruja. Otros habían decidido ir de superhéroes (como Anderson), o de otra cosa totalmente distinta. Lo importante era disfrutar de la noche y pasarlo bien.
Erin vio a Anderson hablando con Gina, y respiró tranquila. Su fiel compañero estaría ocupado, y no pendiente de ella. Miró a su alrededor y vio al equipo todo junto, disfrutando de la fiesta. Por un instante, sintió una punzada de envidia. En todos los años de su vida (que eran muchos), nunca había tenido una relación de amistad como la de esas siete personas, casi de familia.
No solía preocuparse por esas cosas. Estaba acostumbrada a la soledad, sólo contando con la fiel compañía de Grizel, tampoco se había preocupado mucho por tener un compañero a su lado, pero no dejaba de ser mujer, una especial, pero mujer al fin y al cabo, aunque eso había cambiado.
Cada mañana llegaba al trabajo sabiendo exactamente lo que tenía que hacer. Manejar a los burócratas nunca había sido un problema, y el papeleo que eso conllevaba también se le daba bien. Se había ganado su puesto a pulso, a pesar de saber que a la mayoría de agentes no les gustaba que fuera una mujer la que mandara.
Solía hablar lo justo y necesario con la gente, ya fuera para dar alguna orden o mantener una breve conversación, y eso era suficiente, excepto cuando se trataba de él.
Era capaz de inventarse cualquier conflicto para hablar con él, para pasar más tiempo juntos. No tenía idea en qué momento había sucedido, pero se había enamorado de Aaron Hotchner.
Era consciente de la situación, él humano y ella bruja, pero no era la primera vez que una unión así funcionaba. El problema, que estaba segura que él nunca se fijaría en ella.
Hotch llevaba un disfraz de vampiro, con una ligera capa de pintura blanca en su cara simulando palidez, y unos colmillos. Cuando sus ojos se cruzaron, esbozó una pequeña sonrisa y el corazón de Erin se saltó un latido.
Para él, ella era simplemente su jefa, con la que tenía una relación cordial y nada más, pero Erin deseaba algo más. Sabía que no conseguiría nada con "métodos tradicionales", así que decidió hacer lo que mejor se le daba: usar la magia.
Muchas veces en su día a día estaba tentada a hacerlo, (aunque por supuesto no debía, y no lo hacía), pero ahora debía hacerlo si quería resultados satisfactorios. Y la noche de Halloween era la mejor noche para ello.
Se acercó a la mesa de bebidas y sirvió dos vasos de ponche. Sacó un pequeño frasco del bolsillo invisible del vestido, y teniendo cuidado que nadie la viera, lo vertió en uno de ellos. Luego los cogió y se dio la vuelta.
Buscó con la mirada a Hotch y tomando aire, se dirigió hacia él.
-¿Eso es para mi? -preguntó estirando el brazo con una sonrisa en la cara cuando se acercó a él.
-Claro -le devolvió la sonrisa y le dio el vaso correcto.
Su corazón latió a mil por hora cuando lo vio llevarse el vaso a los labios, pero antes de que pudiera beber, Rossi se acercó a ellos y lo cogió del brazo.
-Hotch, ven conmigo un segundo.
Ambos se alejaron, y Erin maldijo a su agente. ¿Por qué siempre tenía que aparecer en el momento más inoportuno? Bebió el ponche de un trago y se dirigió a la mesa a por otra bebida.
Esperaba que al menos Aaron se hubiera tomado el ponche, y esperar resultados en breve. Si no, debía buscar otra oportunidad para hacerlo.
Un rato después, se sobresaltó cuando alguien le susurró al oído.
-Me gusta tu disfraz, Erin. Te sienta muy bien el gorrito de bruja -la voz provocativa de Rossi le erizó el vello de la nuca.
-Gracias. Cuando quieras te lo presto -respondió apartándose de él.
-No estaría mal…aunque me gustaría más poder quitarte el vestido y descubrir lo que hay debajo -acompañó sus palabras con un guiño.
Erin lo miró horrorizada, preguntándose qué narices le pasaba a Rossi para hablarle de esa manera. No supo bien qué contestar, pero Lisa, su secretaria, la ayudó cuando se acercó a saludarla.
Rossi las dejó solas, no sin antes volver a guiñarle el ojo y prometiéndole un final de noche apoteósico. Ella disimuló una mueca de asco mientras Lisa reía por lo bajo. Y escucharlo decir eso cuando iba vestido de zombi, le revolvió todavía más las tripas.
Se pasó las dos horas siguientes escapando de Rossi y de sus miradas lascivas, y buscando a Hotch para poder hablar con él. De pronto, como si de una revelación se tratara, cayó en la cuenta de lo que ocurría.
Levantó la mano derecha y con furia, la agitó de un lado a otro en un rápido movimiento. La música cesó de repente, y todos quedaron congelados. Con muecas raras y posturas imposibles, así quedaron cuando Erin paró el tiempo.
-Vale, Erin, respira, cálmate y piensa -comenzó a pasearse de un lado a otro, con una mano en la cadera y otra frotándose la frente.
-¿Ahora hablas sola? -Grizel llegó a su lado lentamente, se sentó y la miró.
-¿Pero qué…? -lo miró con asombro un segundo, luego puso los ojos en blanco.
-Sabes que soy inmune a tus hechizos. Conmigo sólo duran treinta segundos. ¿Se puede saber qué ha pasado?
Erin abrió la boca, pero la cerró al cabo de un instante sin decir nada. Expulsó el aire lentamente mientras miraba la escena delante de ella. Todo había salido mal.
-¡Joder! ¿Qué ha pasado aquí? -una voz a su espalda, la que la volvía loca, la sobresaltó.
-¿Aaron? ¿Qué…qué haces aquí? Deberías…-señaló hacia atrás, al tiempo que palidecía.
-Había ido al baño. Pero, ¿me explicas esto, Erin? -la miró serio, pero con una expresión de miedo en su rostro.
Repitió el gesto de antes, boqueando sin decir nada. La mirada escrutadora de Aaron la estaba poniendo más nerviosa de lo que ya estaba.
-Soy una bruja -respondió al fin.
-¿Pe..perdón? -tartamudeó el agente.
-Esa no te la esperabas ¡eh! -soltó Grizel con diversión.
Hotch lo miró con horror, pues hasta entonces no se había dado cuenta de la presencia del gato. Miró entre el gato y Erin durante unos segundos, luego se frotó la cara con las manos, incrédulo.
-Esto es muy raro, es como una broma…
-Déjame que te lo explique, por favor -él asintió, mirándola todavía sin comprender nada-. Pero antes, respóndeme a algo. ¿Le diste a Rossi el vaso de ponche que yo te había dado a ti?
-¿Y eso a qué viene ahora? No entiendo nada…
-Responde, por favor. Es importante -lo instó ella.
-Eh, sí. Como no lo había tocado, me lo quitó y se lo bebió él. De un trago, por cierto.
-¡Lo sabía! Es que no puede ser más imbécil...-Erin comenzó a pasearse de nuevo, mientras Hotch y Grizel no dejaban de mirarla.
-¿Vas a contarme ahora qué es esto? Porque no entiendo nada y creo que me estoy volviendo loco.
Ella lo miró, mordiéndose el labio nerviosa. Acababa de desvelarle su secreto, y ahora iba a desnudar su alma.
-Eché una pócima en el vaso de ponche -masculló-. Era para ti, pero como siempre, Rossi tiene que estropearlo todo.
-¿Una pócima? ¿Para mí? ¿Pero querías embrujarme o algo así? ¡Estás loca!
-¡Noo! Es…-echó todo el aire que tenía en los pulmones y desvió la mirada avergonzada-. Era para que te enamoraras de mí. Sin embargo, como la tomó la persona equivocada, ha provocado una especie de obsesión sexual hacia mí. Contigo funcionaría de otra manera.
Hotch la miró con la boca abierta y luego se echó a reír. Erin nunca se había sentido más avergonzada en su vida.
-Tampoco hace falta que te rías de mi. Sólo olvida lo que te he contado.
-También hay un hechizo para eso -intervino Grizel-. No te acordarás de NADA.
-¿Por qué no te vas a casa? -Erin lo fulminó con la mirada.
-¿Estás loca? ¿Y perderme el final? Me quedo aquí en un ladito sin molestar.
Hotch vio el intercambio verbal entre los dos y sonrió. Se acercó despacio a Erin.
-No me estoy burlando de ti, Erin. Me he reído porque todavía no me puedo creer que me haya enamorado de una bruja -dijo con una sonrisa en la cara.
-Pues ya ves, hay cosas que…¿qué has dicho?
Se acercó todavía más a ella y cogió con suavidad sus manos.
-No necesitas ninguna pócima ni ningún hechizo, hace mucho tiempo que estoy enamorado de ti. No pensé que sintieras lo mismo -confesó un poco avergonzado.
-Yo sí que pensé que jamás me corresponderías…
-Habéis sido dos idiotas perdiendo el tiempo -apuntó Grizel lamiéndose distraído una pata.
-¡Cállate! -dijeron los dos a la vez.
Se miraron sonriendo, antes de fundir sus labios en un dulce beso.
-Así que bruja ¡eh! Creí que ya no existían, que era una leyenda urbana.
-Estamos repartidas por todo el mundo. Somos personas normales, solo que…un poco especiales -sonrió con cariño.
-¿Por qué no salimos de aquí y me lo cuentas todo? -volvió a besarla, y ella se dejó querer.
-Me parece una idea estupenda -cogió su mano y tiró de él hacia la salida.
-Esto, Erin…-lo miró interrogante-. ¿No crees que tal vez, deberías…?
Señaló hacia atrás, donde la imagen de todos inmóviles y congelados aún le sobrecogía el corazón.
-Oh, por supuesto -se encogió de hombros avergonzada-. Y mañana arreglaré lo de Rossi.
Levantó la mano izquierda e hizo el mismo movimiento que anteriormente. Y mientras ellos se encaminaban a los ascensores, a su espalda todos volvían a la vida.
Fin
