Los personajes, trama y detalles originales de Inuyasha son propiedad de Rumiko Takahashi, Shōgakukan y Shōnen Sunday (manga), Masashi Ikeda, Yasunao Aoki, Sunrise, Yomiuri TV y Nippon TV (anime).

En portada: Ilustraciones de Higurashi Workshop Studios (editadas). Fondo, texturas, filtros y elementos varios recuperados de freepik y PNGfree. Tipografía: Reborn.

✿Este fic es una historia larga que pretende cubrir los 31 temas del Fictober2023 de InuyashaFanfics (Facebook e Instagram).

✿AU (Alternative Universe/Universo Alternativo)

Originalmente quería apegarme al canon, pero hay 2 temas que no me lo permitían: "ouija" (que se patentó en 1890), y "fotografía" (que puede considerarse formalmente por ahí de 1839) y aunque una respuesta muy obvia es "¡Duh! Tienes el pozo", lo cierto es que buscando "la estética" que quería para la historia, tomé la decisión de ubicarla mejor en el período Taishō (1879–1926), en lugar del Sengoku. Como referente, es la época en la que se ambienta Kimetsu no Yaiba (Demon Slayer); un Japón antiguo, pero ya influenciado por occidente.

✿Última "advertencia". Este fic está centrado en Kikyō.

¿Qué pareja es? Al momento en que pongo estas advertencias (y voy empezando) son tres posibles: Kōga, Bankotsu y Naraku.

Quien avisa no es traidor, háganse a la idea de lo que viene.

✿Para ilustraciones varias, novedades de este y otros fics, comentarios extendidos y más, pueden visitar "El moleskine de Kusubana" (Facebook)


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Lycoris

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Dicen que el infierno está envuelto en oscuridad, e incluso las flores no crecen, pero Kikyō ha visto los lycoris, y eso le da esperanza, porque entonces ella también puede florecer.

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Ruidos en la oscuridad

Un paso, dos pasos, tres pasos, cuatro pasos.

Como cada noche se detenía frente a la puerta de la casa sin llamar ni entrar. Nunca lo hacía.

Kikyō mantuvo la mirada firme en la silueta apenas visible al otro lado. Las alargadas sombras que proporcionaba la vela, única iluminación en toda la casa, se movían trémulamente. Quizás fue su imaginación, pero por un momento parecía que formaban manos que trataban de abrir para dejar entrar eso que estaba al otro lado de la puerta.

Entrecerró los ojos justo cuando empezaron los sollozos.

—Márchate de aquí —le dijo —. Ya no eres parte de este mundo.

No hubo respuesta, al menos no con palabras.

Un paso, dos pasos, tres pasos, cuatro pasos.

Se había devuelto al bosque.

Al escucharla alejarse se permitió suspirar, luchando contra el impulso de correr detrás. No había propósito real, por eso ni siquiera había intentado despedirse.

Volvió su atención al baúl que acababa de cerrar, ya había terminado de empacar lo que se llevaría, el resto se quedaría en la casa por quién sabe cuánto tiempo, si es que no se adueñaba del lugar algún vagabundo, a reserva de que lograra superar la primera noche, cuando empezaran los sollozos y al abrir la puerta se diera cuenta de que no había nadie.

Algo así volvería loco a cualquiera.

Apagó la vela y fue a recostarse, tenía que levantarse temprano para no perder el transporte que había conseguido. Afortunadamente se trataba de un forastero que había hecho oídos sordos a todo lo que la gente del pueblo decía sobre ella, y la llevaría a Kioto.

Por primera vez en toda su vida, decidió hacer algo para ella misma y no para los demás.

La vida de servicio podía ser desgastante, rara vez era cuando menos agradecida. Su madre se había dedicado a cuidar de enfermos y lisiados, personas atormentadas de formas que pocos podían tratar, aquellos que eran abandonados por ser considerados más como una carga, y lo único que obtuvo fueron sobras de comida para sus hijas cuando quedaron huérfanas. Nadie estuvo para ella, salvo las dos niñas sin idea de nada que solo podían acercarle agua y arroparla lo mejor que podían.

Por muchos años trató de mantener el mismo espíritu afable, de ser lo que se esperaba según la habían criado y a lo que estaba destinada, a juicio de los demás. Pero ya estaba cansada, así que decidió que, mientras aún quedara algo de ella, lo mejor sería marcharse y vivir su propia vida.

O al menos tanto como pudiera.

No sabía qué esperar, su mundo se había limitado a esa pequeña aldea en la que el tiempo no transcurría, y si no fuera por ese hombre que había llegado por casualidad, jamás se le hubiera ocurrido que había más y solo hasta ese momento, empezaba a sentir dudas sobre lo que haría a partir de ese punto.

Se iba de esa casa con nada más que ropa y un par de enseres en buen estado.

Cerró los ojos. Su determinación no podía abandonarla en ese preciso momento, así que ignoró los suaves arañazos en el piso.

Mañana, todo sería diferente.

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Un sonido molesto la sobresaltó, lo hubiera ignorado si no fuera porque ya había descubierto que era así como sonaba un automóvil.

Ya estaba vestida, en realidad apenas había dormido, así que abrió la puerta para que dejara de hacer ruido, no le importaban sus vecinos, vivían lo suficientemente lejos como para que apenas fuera un murmullo lejano, pero le ponía nerviosa, tanto la bocina como el golpeteo mecánico que hacía en general.

—Buenos días —dijo, inclinándose educadamente —. Le agradezco por su ayuda.

El hombre sonrió de medio lado, mirándola de arriba abajo antes de bajarse para ayudarla con el pequeño baúl.

—Soy yo quien te agradece por tus cuidados.

Había llegado a ese pueblo hacía un par de meses, completamente perdido, apenas sobreviviendo al atraco de unos bandidos que no se habían llevado el auto porque fueron incapaces de usarlo. El médico local le había atendido como mejor pudo, pero al darse cuenta de que no le podría pagar ya que no le habían dejado más que la ropa que llevaba puesta y una máquina que nadie sabía usar, lo dejó al cuidado de una chica que "para eso estaba".

Francamente, lo único que había deseado cada día que estuvo en cama, lo único que deseaba era alejarse del olor extraño que tenían las aldeas remotas, una mezcla entre lo que debería ser aire puro mezclado con la peste que producían los animales de granja y la falta de sistema de drenaje.

Le abrió la puerta del copiloto y la joven se subió.

Era tan elegante, pese a ser una campesina, desbordaba una sensibilidad y elegancia que le faltaba a muchas mujeres que había conocido. Su compañía y cuidados habían vuelto soportable su convalecencia, así que no pudo resistirse a contarle sobre la ciudad, esperando convencerla de marcharse con él, sorprendiéndose de lo fácil que fue que se desprendiera de la vida que conocía hasta entonces.

El camino de tierra era sinuoso, hacía que todo el auto se estremeciera, pero estaba seguro de que sería peor en una carreta. En todo caso, ella no se estaba quejando.

La miró de soslayo, tenía el rostro levemente girado, como si quisiera realmente mirar hacia atrás, pero se obligara a mantenerse firme en su decisión.

—Los cambios no son malos—dijo para romper el silencio en que se habían sumido.

Kikyō finalmente volvió el rostro hacia él. Su semblante frio acentuaba sus facciones delicadas, como las de una muñeca de la más fina porcelana.

—Lo sé —respondió —, pero no significa que no sean... aterradores.

Aquella declaración acabó por convencerlo de su propósito original al pedirle que dejara el pueblo con él.

—Y, ¿tienes algún familiar?

—No.

Se controló para no sonreír.

—Escucha, la ciudad puede ser agobiante y complicada, incluso para quiénes han vivido ahí siempre. Así que estaba pensando que puedes estar en mi casa, al menos hasta que puedas establecerte.

Notó cierta inquietud en su mirada, la natural de tratarse de una joven soltera ante la perspectiva de vivir con un hombre que no es de su familia, así que se apresuró a calmar sus temores.

—Puedes hacerte cargo de algunas tareas de la casa, te pagaré por eso. Tengo más personal, pero insisto, solo para que estés segura.

La joven bajó la mirada con un muy tenue rubor en las mejillas, lo que la hacía lucir completamente adorable.

—Es usted muy generoso, señor.

—Entonces, ¿aceptas?

Asintió una vez, y fue suficiente.

Sería solo cuestión de tiempo antes de convencerla de entrar en su cama.

—Por cierto, no tienes que ser tan formal. Solo llámame como lo hacen todos.

Kikyō volvió a mirarlo, expectante.

—Naraku.


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