Capítulo 21: La traición de un esclavo
Es muy difícil decirle que no a Jin Guangyao. Su boca es aduladora y sus modos, manipuladores. Sabe lo que hace. No hubiera sobrevivido siendo Lianfang-zun de otra manera. El rey de reyes ha procurado destacarse entre todos, recordarle a la nobleza que Jinlintai es la más poderosa fortaleza del desierto.
Song Lan lo ha observado todo el tiempo que ha servido como general en el norte. La manera en que se mueve entre ellos, en la que les habla. Ante los reyes suele mantener una posición más bien servil, recordándoles que un hombre que fue hijo bastardo de Jin Guangshan llegó tan lejos como él. Durante los primeros años de su reinado, solían oírse voces que se preguntaban cómo sería el apuesto Jin Zixuan sobre el trono de los reyes; ¿sería buen rey? El príncipe heredero nunca había tenido oportunidad de probarse a sí mismo.
Era un buen guerrero. La gente hablaba de su compasión en el campo de batalla, de su rostro lleno de conflictos cuando Wei Wuxian, el Yiling Lazou, acusó a su padre de ser inhumano con los sobrevivientes de los Wen. También se hablaba del hermoso jardín que había plantado para su futura esposa y la canción que había compuesto para ella, sólo para convencerla de casarse con él tras romper el compromiso. Aquellos que habían asistido a la boda, aseguraban que Jin Zixuan había tenido que contener las lágrimas de emoción cuando Jiang Yanli se inclinó ante él y levantó su velo, tan solo un poco, permitiéndole ver su rostro. La novia irradiaba felicidad entonces y el pueblo, bien alimentado en los días de fiesta, había ovacionado por sus futuros reyes.
Song Lan sabía que al pueblo tanto le daba un rey que el otro y que sí habían derramado lágrimas cuando el General Fantasma, comandado por el Yiling Lazou, había asesinado a Jin Zixuan, lo hacían porque aquello marcaba el fin de las festividades que habían traído los jóvenes herederos a Lanling; volvía la guerra, volvían los soldados, volvía la muerte. Miles murieron en el asedio a Ciudad sin Noche. La princesa heredera murió en los brazos de su hermano, el rey Yunmeng. Jiang Wanyin, en venganza, asaltó los túmulos funerarios, mató a los sobrevivientes de los Wen —a los ancianos, a los niños, a las mujeres— y, finalmente, vio morir a Wei Wuxian, el Yiling Lazou. En otra vida, quizá sus destinos no acabaron tan torcidos y llenos de odio, piensa Song Lan. En otro destino, quizá fueron hermanos jurados y sus caminos siguieron juntos. Pero en esa, Wei Wuxian se aferró a los Wen. Les debía su vida, dijo. No miró atrás.
Song Lan observó a Jiang Wanyin limpiar los túmulos funerarios, buscando cualquier indicio de que Wei Wuxian hubiera sobrevivido, en sus primeros días como General del Norte. Escuchó su rabia. Vio cómo torturo hasta la muerte a aquellos que se atrevían a usar la cultivación demoniaca que había hecho famoso al Yiling Lazou. Hasta que, finalmente, se acercó a él y le dijo fríamente: «Debería volver a casa, Sandu Shengshou, los soldados nos encargaremos».
No permitió que nadie más se acercara a Yiling desde entonces.
Y ahora Jin Guangyao está allí.
—Por favor —dice—, me gustaría ver los túmulos funerarios. Iré con usted, general. Me temo que no podrá decirle que no al rey de reyes.
Jin Guangyao llegó con una guarnición completa de su ejército. Sus palabras amables y dulces constituyen también una amenaza. Es muy difícil decirle que no al rey de reyes.
Song Lan tan solo asiente cortésmente. Puede sentir la mano de Xiao Xingchen apretar la suya, sus uñas clavársele. Quiere decirle que tendrá cuidado, porque sabe que Jin Guangyao no es lo que parece, pero no puede decirle que no al rey de reyes.
—Por supuesto, Lianfang-zun.
Xiao Xingchen desconfía y Song Lan desconfía con él. Tras la muerte de Jin Zixuan, Jin Guangyao fue nombrado heredero. La gente comentó que sería la primera vez que tendrían un rey que fuera también parte del vulgo. Conoce nuestras tragedias, dijeron, quizá sea un buen rey. Pero los buenos reyes no son hombres buenos, especialmente no aquellos que han luchado con uñas y dientes por aferrarse a un poco de poder. Todo aquel que quiere retenerlo de la misma manera que Jin Guangyao tiene muy poco que ofrecerle al mundo sin él.
Song Lan ha conocido a muchos hombres como Jin Guangyao. Los reyes se aferran a sus tronos. Incluso aquellos que aceptan su poder con resignación, como Zewu-jun, el rey de las montañas, Lan Xichen, temen dejarlo ir. Otros se aferran al poder porque en él descargan su rabia, como Jiang Wanyin. Otros no saben aferrarlo, con Nie Huaisang y esos son, quizá, los mejores entre todos o quienes tienen más esqueletos escondidos en sus baúles. Song Lan ha tratado con todos los jefes del desierto. Ha hincado la rodilla ante todos ellos.
Sabe que hay momentos en los que no se les puede ofrecer una negativa.
Un rey necesita subordinados; sin ellos, es tan sólo un hombre asustado con un poder incontrolable. Esos son hombres crueles.
—Lo acompañaré —agrega Song Lan—, Yiling no es el lugar que recuerda. Sus túmulos funerarios tampoco.
«No lo dejaré sólo», dice. «Si es verdad que tan sólo quiere verlos, no lo detendré».
Pero rara vez un rey no busca nada. Los que son como Jin Guangyao siempre buscan más poder allá donde creen que podrán encontrarlo.
—No le creas —susurra Xiao Xingchen, acostado en su pecho, esa noche.
Song Lan no lo sabe, Xiao Xingchen no la sabe, pero será la última de muchas. No lo sabe Xue Yang tampoco. Tan sólo lo sabe el destino que ha comenzado a moverse.
Song Lan no sospecha nada y tan sólo aferra a Xiao Xingchen, apretándolo contra su pecho, dejándolo escuchar su corazón.
—No le creo a los reyes, Xingchen. Nadie se sienta en un trono sin el beneficio de las mentiras. No estos reyes. Destrozaron lo que quedaba de Ciudad sin Noche para afianzar su poder. Incluso si estaban convencidos de estar en lo correcto.
—Los otros me dan igual, Zichen, no están aquí. Pero Jin Guangyao… Él está aquí. Quiere ver los túmulos funerarios. Ah, los reyes. Despreciaron a Wei Wuxian en su momento, y ahora… Anhelan lo que creen escondido allí.
»No le creas, Zichen. ¿Lo acompañarás?
—Es mi deber. Aunque no le crea, es mi deber. Es mi rey, después de todo. Aquí no puedo esconderme tras los acuerdos o el poder de la fortaleza del norte. Cuando Jinlintai está dentro de tu hogar, no hay más posibilidades más que acatar sus deseos.
»Tendré cuidado, sin embargo. Jin Guangyao no encontrará nada que desee en los túmulos funerarios. Tú y yo, Xingchen, no ocultamos nada.
El oído de su esposo en su corazón. Un latido, dos latidos. Tú y yo, Xingchen, tenemos el honor limpio, los ojos claros. Miraremos al cielo y no temeremos su juicio.
Cuando llegan, Jin Guangyao ya sabe que no va a encontrar nada en los túmulos funerarios. Lo que pudo haber habido allí ha desaparecido entre asedios e incursiones. La energía maligna que rodea el lugar sigue presente y, muy seguido, los espíritus acuden a reclamar lo que es suyo. Yiling vive bajo la sombra de aquel lugar y es ahora tan sólo un pueblo fantasma en el que prácticamente nadie se detiene. Pero necesita acceso a aquel lugar, cueste lo que cueste. Lo dicen sus gestos y lo dice su mirada. Aquello que esté planeando no puede hacerlo sin el lugar donde murió Wei Wuxian y murieron los Wen.
Tantos años y la historia que Song Lan no presenció sigue sangrando.
Lo deja recorrer el lugar sin perderlo de vista y cuando finalmente Jin Guangyao queda conforme y emprenden el camino de regreso, Song Lan suelta un suspiro de alivio. Todo está bien temporalmente. La mirada del rey de reyes delatas que sólo estará satisfecho cuando todo ese lugar este en sus garras.
Song Lan honrará su juramento a los reyes del desierto hasta el final. No más sangre, dijo, cuando lo nombraron el general del norte; los túmulos funerarios nunca serán la fuente de poder de nadie más.
—Emprenderemos pronto en camino de regreso —dice el rey de reyes, deteniendo su caballo a un lado de él—. Me aseguraré de que los soldados que están apostados afuera de su fortaleza estén listos, general. Acompáñenos a cenar.
—Siento que no deberías ir —dice Xiao Xingchen, cuando escucha sobre la invitación de Jin Guangyao.
Pero Song Lan es demasiado honorable, demasiado leal. Sirve a los reyes del desierto, tanto importa uno que otro. Se inclina ante ellos y los llama por sus títulos, cuando tienen a bien recordar la existencia de la lejana fortaleza del norte. No confía en ninguno, pero tampoco los traicionará.
Song Lan, el general del norte, será leal mientras aquel sea su puesto. Cuidará las fronteras y los túmulos funerarios. Por esa razón deja que Xiao Xingchen anude su cinturón por última vez en mucho tiempo.
—No tardaré —asegura—; ve con Xue Yang. Deja que te distraiga —y, por última vez, sus dedos recorren las mejillas de Xiao Xingchen en una caricia tierna.
Se encamina hasta las puertas de la fortaleza. Lo acompañan un puñado de soldados. No tienen nada que temer, puesto que las murallas cuidan sus espaldas.
Los soldados de Jin Guangyao son más rápidos, sin embargo. Desvían a su comitiva con palabras amables, hasta que Son Lan se encuentra sólo delante del carro que conducirá al rey de reyes hasta Jinlintai. Sube los escalones sin temer y comprende su error en cuanto entra y lo ve, de rodillas.
Reconocería la coleta en la que sujeta su cabello en cualquier parte, junto al las sencillas ropas grises con las que viste.
—Ah, Song Zichen, esperábamos que se uniera. —Jin Guangyao le sonríe—. ¿No lo mirarás, Chengmei?
«Ese nombre no. Es de… él». Las palabras del recuerdo queman su mano cuando lo ve voltearse y ve los grilletes en sus manos. «Tengo otro». Xue Yang no lo mira directamente. Sus ojos se clavan en sus pies.
—Gracias por cuidar tan bien de aquello que es de mi propiedad, General —dice Jin Guanyao y mueve las manos, como si estuviera apretando algo. Entonces Song Lan se da cuenta del hilo casi invisible que rodea el cuello de Xue Yang—. No puedo decir que haya hecho bien su trabajo porque no pudo decirme una sola cosa sobre los túmulos funerarios. Pero de todos modos, general…, hicimos un trato.
»¿Quieres decirle qué trato hicimos, Chengmei?
Silencio.
Song Lan lleva su mano hasta su espada, pero siente el filo de otras dos, a sus espaldas, en su cuello.
—No le recomiendo que intenta pelear, general Song Zichen, está rodeado. Sus soldados pierden sangre en la arena. En la fortaleza todavía no saben qué ha ocurrido. —Jin Guangyao vuelve a apretar un poco el hilo invisible con el que rodea el cuello de Xue Yang y Song Lan ve como sale sangre de su cuello—. ¿No le dirás, Chengmei? ¿No le dirás que tú me propusiste el plan?
Pero Xue Yang permanece obstinadamente callado.
—¿No le dirás que te permití fingir ser un esclavo repudiado si conseguías información de la fortaleza del norte para mí? ¿No le dirás que fuiste un inútil en tu trabajo? ¿No le dirás que te di a escoger? El general o su esposa. Nombrarías a uno como traidor.
»Estabas tan desesperado por proteger a su esposa… Dile el nombre que me dijiste. —Y cuando Xue Yang insiste en su apabullante silencio, la voz de Jin Guangyao, fría como las noches de invierno en el desierto, añade—: Es una orden, Chengmei.
Song Lan sólo puede verlo con importancia, comprendiendo que nunca ha sido un hombre libre, que durante tantas lunas y más de dos ciclos de estaciones sus palabras han estado llenas de mentiras.
No tiene fuerzas para mostrarse devastado o traicionado. Simplemente alza las manos, aceptando su derrota y siente como le quitan la espada.
Lo único que puede escuchar, una y otra vez, es la voz de Xue Yang. La farsa, la mentira y la traición. ¿Por qué los arrastró a su juego? ¿Por qué dejó que Xiao Xingchen se enamorara de él, si era una ficha plantada por su enemigo? ¿Por qué suplicó de rodillas ante Song Lan? Si los iba a traicionar, por qué los miró a los ojos y los dejó perderse en ellos.
—Song Zichen —dice Xue Yang; su voz no tiembla—. Dije Song Zichen.
Notas de este capítulo:
1) Y sí, ya vamos rumbo al último arco y rumbo al terrible angst. Aprovecho para recordarles que este fic está muy lejanamente inspirado en una película llamada Padmaavat, yo no más digo. Pero tiene final feliz.
2) ¿Qué onda con Xue Yang? Hasta el capítulo 23 le toca POV. Habrá que esperar.
Andrea Poulain
