Disclaimer: Crepúsculo es de Stephenie Meyer, la historia de LyricalKris, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.
Disclaimer: Twilight belongs to Stephenie Meyer, this story is from LyricalKris, I'm just translating with the permission of the author.
Capítulo beteado por Yanina Barboza
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Veintiún años después
Estaba un Uber esperándolo cuando salió por las puertas de alambre de púas de la prisión. El paso de Edward vaciló cuando vio el auto. El hombre que se apoyaba en él estaba de pie con los brazos cruzados y los ojos entrecerrados, evaluando a Edward con un aire de burla. Edward se mordió el interior de la mejilla y siguió avanzando.
¿Era esto mejor o peor que ver la amable y paciente pero preocupada sonrisa de su madrastra?
Apuró el paso de nuevo, presionando sus manos en los bolsillos de sus nuevos vaqueros, un regalo que sus padres le dejaron para que no tuviera que salir de la prisión en los que había llegado siete años atrás. Todos estos años y tantos problemas después, todavía tenía el impulso de usar los vaqueros viejos, de rechazar la ayuda que siempre trataban de brindarle. Aunque ya lo sabía. Sabía que necesitaba la ayuda. Después de todo, era un milagro que todavía estuvieran dispuestos a dársela.
Aunque había pasado tantos años diciéndoles que no debería importarles, tenía que admitir que le dolía que no estuvieran aquí. Prometieron que estarían.
Recordándose a sí mismo que tenía treinta y seis años y que definitivamente no necesitaba una mamá y un papá, incluso si necesitaba benefactores, Edward hizo un esfuerzo por enderezarse cuando se detuvo frente al conductor de Uber.
―Soy Edward Cullen. ¿Estás aquí por mí?
El hombre se quedó quieto con los brazos cruzados con fuerza y su expresión dudosa mientras sus ojos recorrieron a Edward de arriba abajo de nuevo.
―No pareces un delincuente.
La irritación estalló, pero Edward hizo todo lo posible por aferrarse a su humildad. Si este imbécil lo dejaba varado aquí afuera, quién sabía cómo iba a llegar a casa. No es como si tuviera dinero encima o un teléfono.
―Es una prisión de mínima seguridad. No soy peligroso.
El hombre se burló pero se empujó fuera del auto.
―Es un viaje largo. Entra.
Edward llevaba siendo un delincuente el tiempo suficiente para saber que no debía esperar mucho de la decencia de nadie. Se subió a la parte de atrás del coche. Después de intentar entablar una conversación cortés solo para encontrarse con un silencio sepulcral, apoyó la cabeza en la ventana y vio pasar el paisaje.
~0~
El conductor silbó cuando finalmente, finalmente, llegaron al vecindario de su familia.
―Tu familia me pagó por adelantado un viaje de ida y vuelta de seis horas. Ahora entiendo cómo. ―El conductor miró a Edward en el espejo, estudiándolo a los ojos por primera vez―. ¿Cómo es que alguien tan rico termina cumpliendo condena?
―La gente rica se mete en algunas de las cosas más turbias que puedas imaginar. ―Edward se irritó, pero presionó su lengua contra el paladar antes de que pudiera regañar a este tipo. ¿Cómo podría Edward culparlo por pensarlo? Era un idiota. Toda su vida era prueba de ello―. De todos modos, no es mi dinero ―agregó mientras el auto se detenía frente a la casa de sus padres, una mansión legítima. Salió rápidamente y volvió a asomar la cabeza―. ¿También te dieron propina?
El hombre se burló.
―¿Por qué? ¿Tienes dinero contigo?
Ese era un buen punto. Por supuesto, Edward no lo tenía. Entonces, en lugar de responder, se enderezó.
―Gracias por el viaje ―mencionó mientras cerraba la puerta de golpe.
Afortunadamente, el conductor se alejó de inmediato y una pequeña parte de Edward esperaba que estuviera avergonzado. Su auto, aunque limpio y obviamente lo suficientemente confiable, parecía basura en este vecindario.
Edward estaba familiarizado con esa sensación. Había vivido en esta monstruosidad de casa de vez en cuando desde que tenía diez años, pero nunca perteneció aquí. Su madrastra podría vestirlo con pantalones caros y una camisa nueva y almidonada, pero eso no lo haría encajar ahora más de lo que lo había hecho décadas atrás. Tal vez incluso menos.
Tenía treinta y seis años, acababa de salir de la cárcel y no tenía nada que mostrar por su miserable excusa de vida.
Respirando hondo, Edward hizo todo lo posible por quitarse ese pensamiento de encima y continuó la larga caminata. Era tanto consuelo como molesto el hecho de que nada cambiaba aquí. El jardín a lo largo de la entrada estaba impecable como siempre.
Tenía un juego de llaves en la bolsa que le habían entregado cuando salió de la prisión, una de las pocas cosas que tenía consigo cuando se lo llevaron, junto con el traje ahora arrugado que usó en la corte. Podía entrar él mismo en la casa. A sus padres no les importaría.
Se sentía mal, así que tocó. Eso también se sintió mal, pero al menos más educado.
Cuando la puerta se abrió aproximadamente un minuto después, no era nadie que Edward conociera. Dio un paso atrás, pero el comportamiento del hombre delató su título y lugar en la casa. Un mayordomo, porque así de rica era su familia adoptiva.
―De ninguna manera. ¿El viejo Jenks finalmente se retiró?
El mayordomo arqueó una ceja.
―¿Señor?
Edward se aclaró la garganta.
―Soy Edward. Edward Cullen.
El mayordomo levantó la barbilla y asintió.
―No me dijeron que le esperara, pero así han ido las cosas en los últimos días. Sé que el señor y la señora Cullen se han estado preparando para su llegada. ―Dio un paso atrás y le hizo un gesto a Edward para que entrara.
―¿Entonces no están aquí? ―preguntó Edward, una extraña sensación arrastrándose por su espalda.
Debería ser lógico. ¿No pasó todos esos años diciéndoles que deberían olvidar que existía? Que se hubieran asegurado de que tuviera un techo sobre su cabeza era más de lo que se merecía.
Pero dijeron que estarían allí, maldita sea.
―Puede que estén en casa esta noche ―informó el mayordomo evasivamente―. Mi nombre es Eleazar, por cierto. Si me sigue, puedo mostrarle dónde está la habitación que estaban preparando para usted.
―Ah. No es necesario, hombre. Gracias. He vivido aquí antes.
El hombre asintió, aceptando eso.
―No quería asumir. Avíseme si necesita algo, señor.
―Edward está bien.
Eleazar asintió de nuevo y Edward se alejó antes de que la situación se pusiera incómoda. Este tipo de mierda, ser atendido y guiado en una casa, siempre lo ponía nervioso. Era peor ahora, pero supuso que eso era de esperarse después de siete años de recibir órdenes. Toda esta cortesía lo estaba poniendo nervioso.
No podía soportar la cortesía, no podía soportar la rudeza. Era solo otro hombre enojado con el mundo.
Edward subió las escaleras hasta la habitación que siempre había sido suya. En el lado opuesto de la casa desde el dormitorio principal para que siempre tuviera su espacio, siempre fue bienvenido aquí. Simplemente era un desagradecido o un estúpido. Algo andaba mal con él, pero no había nada nuevo en eso.
Mirando alrededor de la habitación, Edward se frotó la parte de atrás del cuello, una ansiedad extraña y familiar arrastrándose por su piel. Este lugar tenía una sensación familiar y, sin embargo, fuera de su alcance. No para él, a pesar de la presencia de algunas de sus cosas.
Le tomó un minuto darse cuenta por qué la vista de su guitarra descansando en la esquina lo sorprendió. Con algo de sorpresa, recordó que no esperaba volver a verla. La mayoría de sus posesiones habían sido incautadas cuando fue arrestado. Esperaba que a estas alturas todavía estuvieran en cajas en algún almacén o vendidas en una subasta.
En una inspección más profunda de la habitación, se percató que no fue mucho lo que salvó. Sin embargo, las cosas importantes estaban ahí. Su guitarra. Una pequeña caja que contenía todo lo que le quedaba de su madre. Una pequeña estatuilla que compró en España en uno de los pocos viajes que se permitió hacer con sus padres. Una pila desordenada de sus partituras.
En el armario, encontró más tesoros, un poco de ropa de su antiguo y extensivo armario. Sacó la familiar chaqueta de cuero gastada y pasó las manos por ella. Sus dedos temblaron.
Apreciaba el regalo de ropa nueva de Esme, pero no había usado su propia ropa en siete años. Se cambió y se puso la chaqueta a pesar de que la casa se mantenía a una temperatura agradable durante todo el año. Un tintineo llamó su atención y metió la mano en el bolsillo de la chaqueta. Sus dedos se cerraron alrededor de un juego de llaves.
¿Significaba eso que su motocicleta estaba por aquí en alguna parte?
Inquieto, Edward comenzó a vagar por la casa, alejándose de Eleazar. Por lo general, había algunas otras trabajadoras domésticas alrededor, pero no se topó con ellas. Todavía estaba sorprendido de ver su foto en las paredes y las repisas, fotos viejas mezcladas con todo lo que se perdió.
No pertenecía aquí, pero eso no significaba que no amaba a su familia. Le dolió el corazón cuando vio a su hermanastro Emmett, mayor por cuatro meses, sonriendo a la cámara con una belleza escultural envuelta en sus brazos, su cabeza sobre su hombro mientras la sostenía contra su pecho. Rosalie. La conocía solo por su nombre. La esposa de Emmett desde hacía tres años. Estaban esperando su primer hijo.
Estaba una foto de su hermana pequeña, Alice, el día de su graduación, y otra de toda la familia, posando y beatífica.
Edward se dio la vuelta, apretando los dientes contra la ola de soledad que lo invadió, regresando a esta casa vacía. Había esperado ser recibido calurosamente, incluso si no lo merecía.
Cristo, necesitaba dejar de sentir lástima por sí mismo.
Vagó en dirección a la cocina. Aunque no había comido nada desde el día anterior, no tenía hambre. Era consciente de que su estómago estaba vacío y dolorido, pero no le importaba. Aun así, era algo que hacer.
En la cocina, una ordenada pila de papeles llamó su atención. Siempre era extraño ver algo fuera de lugar en esta casa. No creería que Eleazar fuera malo en su trabajo. Lo más probable es que Carlisle o Esme hubieran dejado los papeles afuera y los trabajadores no hubieran querido suponer dónde ponerlos.
Edward tampoco quería entrometerse, pero su atención fue atraída por lo que descansaba sobre el papeleo: un brazalete de plástico de color rosa brillante.
Era el tipo de cosa que usaban los niños, de fabricación barata. No era nada que sus padres usarían por cualquier razón que se le ocurriera. ¿Quizás era de Alice? Pero Alice no vivía aquí, y la última vez que Edward la había visto, este brazalete sería demasiado simple para su gusto.
Lo recogió y le dio la vuelta en sus manos, viendo una pequeña pegatina blanca en un lado.
Bebé McCarty, decía. En relieve en el plástico estaba el nombre del hospital donde trabajaba su padrastro.
Oh. Oh. Edward comprendió, dándose cuenta de repente por qué sus padres no estaban allí para saludarlo. Era un brazalete que usaban los hospitales para identificar quién podía visitar a un bebé. Emmett mencionó algo sobre eso la última vez que hablaron, cómo el doctor dijo que él era el guardián de los brazaletes que podían permitir que la gente entrara y saliera, tres a la vez. Pensaba que era divertido que le dieran un trabajo cuando su esposa sería la que haría todo el trabajo.
¿Ya habría nacido el bebé? Era temprano. Muy temprano. ¿Cierto?
¿Qué sabía Edward acerca de los bebés, de todos modos?
Y si el brazalete estaba allí, significaba que el bebé no era reciente. Había transcurrido suficiente tiempo para que sus padres llegaran a casa y dejaran el brazalete al azar, lo que explicaría por qué Eleazar no tenía un lugar para guardarlo. Eso, combinado con el hecho de que no estaban aquí para saludarlo, lo que en realidad no era propio de ellos en absoluto, indicaba problemas.
El corazón de Edward se retorció. De repente, necesitaba estar con su familia. Apretó sus manos alrededor de las llaves de su motocicleta en su bolsillo y se dirigió al garaje, esperando contra toda esperanza que estuviera allí.
Los capítulos pares serán desde el punto de vista de Edward, y los impares desde el punto de vista de Bella. Éste es de Edward, el siguiente será de Bella.
