Disclaimer: Crepúsculo es de Stephenie Meyer, la historia de LyricalKris, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Disclaimer: Twilight belongs to Stephenie Meyer, this story is from LyricalKris, I'm just translating with the permission of the author.

Capítulo beteado por Yanina Barboza

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Opciones.

Edward se sorprendió momentáneamente al darse cuenta de que tenía opciones para el desayuno. La cafetería del hospital era pequeña, pero tenían una selección decente. Tenían tocino, como prometió Bella, pero también tocino de pavo, salchichas, tanto hamburguesas como empanadas, bizcochos y salsa. Tenía seis tipos diferentes de pan para elegir para tostadas. Yogur con una selección de frutas y granola para ponerle. Una selección de cereales secos con una selección de leche desde entera a de almendras. ¿Jugo de naranja o café? ¿Avena o crema de trigo? Demonios, incluso había un empleado manejando la plancha, tostando un sándwich de desayuno para una enfermera.

Vio un pequeño cartel que indicaba que podían pedir hamburguesas siempre que la parrilla estuviera abierta. Se le hizo agua la boca. Hacía tanto tiempo que no comía una gruesa y jugosa hamburguesa.

―Te estás concentrando mucho ―observó Bella, arqueando una ceja hacia él.

―Se suponía que la comida del hospital era casi tan mala como la comida de la prisión, pero esto se ve bastante bien. Aun así, no estoy seguro de que este lugar sea la mejor opción para mi primera hamburguesa en el exterior. ¿Realmente quiero arruinar esa experiencia?

Ella parecía desconcertada.

―Esa es una pregunta que solo tú puedes responder. Pide lo que quieras. Yo voy a comer tocino y huevos. Clásico. No puedes equivocarte con tocino y huevos.

―Tienes un buen punto.

Unos minutos más tarde, se sentaron con su tocino y huevos. Bella tenía pan tostado al lado. Edward había optado por un tazón pequeño de crema de trigo con un chorrito de leche y un paquete de azúcar. La primera cucharada, cálida y dulce, fue tan reconfortante que Edward casi gimió. Suspiró, recordando que esa era una de las únicas comidas que nunca pudo ocultarle a Carlisle que le gustaba. Su padrastro se había esforzado tanto, pero Edward había sido un niño muy enojado. Casi todas las comidas que le presentaron fueron descartadas como repugnantes.

―Entonces, acabemos con esto ―sentenció Bella.

Edward frunció el ceño, perplejo.

―¿Qué?

―La inevitable conversación.

Ante eso, Edward tuvo que ocultar su temor. Por supuesto. Sabía que ella tendría curiosidad. Tomó otra cucharada, vacilante, seguro de que ella estaba a punto de preguntarle cómo terminó en la cárcel.

»¿Cuáles son tus palabras? ―preguntó ella.

Él parpadeó.

―¿Qué?

―Las palabras de tu alma gemela.

Durante otro instante se quedó mirándola y luego se echó a reír. Se pasó una mano por los ojos.

―Jesucristo. Ni siquiera puedo recordar la última vez que alguien me hizo esa pregunta.

―¿De verdad? ―Sus cejas se arquearon.

Afuera, en el mundo real, era, como Bella acababa de indicar, un inevitable tema de conversación. Las palabras del alma gemela podrían ser muy interesantes. Como Edward sabía por experiencia de primera mano, incluso las palabras más mundanas eran un buen rompehielos. Y, si la persona ya había conocido a su alma gemela, eso abría la conversación a más historias.

―No creo que nadie esté realmente interesado en encontrar a su alma gemela en prisión ―reflexionó Edward. Eso podría ser una pesadilla. Imagina crecer sabiendo que las primeras palabras de tu alma gemela para ti serían algunas de las palabras crueles que se intercambiaban incluso en una prisión de mínima seguridad. Esa sería una conversación incómoda para la mamá y el papá de alguien que está creciendo.

―Puede suceder. Sería algo para contarles a los nietos. ―Bella sonrió―. "Conocí a tu papá cuando lo transfirieron a mi bloque". Un encuentro de lo más lindo.

―Oh, sí. Sería adorable. ―Él se rio irónicamente―. Bueno, supongo que sería posible que conociera a mi alma gemela en prisión. Sin embargo, no es probable, ya que no soy gay. ―El alma gemela platónica no era desconocida, pero era poco probable en este caso. No era como si alguien fuera a prisión para hacer amigos.

―¿Entonces? Escuchémoslas. ¿Cuáles son tus palabras? ―Ella arrugó la nariz―. Oh, hombre. Tu madre no murió antes de poder decírtelo, ¿verdad?

―Me lo dijo antes de morir. ―Edward suspiró―. Para lo poco que sirvió. Son tan genéricas que es inútil. Hola. Eso es todo.

―Un saludo estándar. Maldita sea.

―Muy estándar ―coincidió. No escapó su atención que la primera palabra de Bella para él fue hola. Tenía que admitirlo, le causó una emoción que hizo que sus pantalones se apretaran más, pero ¿quién podría culparlo por eso? Ella era una mujer bonita. Había pasado mucho tiempo desde que había visto a una mujer bonita, y mucho menos estado lo suficientemente cerca de una como para tocarla―. Entonces, ¿cuáles son las tuyas?

Ella se burló.

―No tan interesantes como las tuyas. ―Ella sonrió―. Joder un pato.

―¿Joder un pato?

Ella asintió y él se rió.

»Siempre pensé que era una frase extraña. Joder un pato. Tenía un amigo en la escuela secundaria que solía decir eso todo el tiempo, pero es un saludo extraño. Bueno, no puedes confundirlo.

―Te sorprenderías ―musitó ella. Sus ojos se encontraron con los de él brevemente, y suspiró, dejando el tenedor para envolver sus brazos alrededor de sí misma―. Cuando estaba en tercer grado, se me acercó un chico nuevo. Jacob. Estaba cantando una de esas estúpidas canciones que inventan los niños. Esta era como "rema, rema, rema tu bote", excepto que estaba cantando, joder, joder, joder un pato. Me agarró de las manos y me lo cantó directo a la cara: "Joder, joder, joder un pato, follar un canguro". Solo bromeando, ya sabes. Niñito desagradable.

Ella se encogió de hombros.

»Cuando era niña, pensé que íbamos a ser de esos amigos-almas gemelas. Pero luego fuimos adolescentes juntos.

―Sin poder suprimir las hormonas, supongo.

Su sonrisa era sorprendentemente triste, y tuvo que resistir la tentación de estirar la mano y tocarla para consolarla.

―Sí, exacto. ―Respiró hondo y sacudió la cabeza, haciendo un evidente esfuerzo por sentarse derecha―. Me tomó una eternidad darme cuenta de que él realmente no dijo las palabras de mi alma gemela. Joder, joder, joder un pato es lo que dijo. Mi oración es simplemente joder un pato.

―La semántica es para volverse loco. ―Le dio un mordisco al tocino, saboreando el sabor. Lo distrajo de su deseo de hacer una de las muchas preguntas que le vinieron a la mente mientras la observaba. Tenía la sensación de que las cosas habían terminado mal. Por la forma en que ella se comportaba cuando hablaba de eso, cómo parecía encogerse, indicaba dolor. Quería saber, pero no quería que ella sufriera. De todos modos, no era asunto suyo.

―Todo el asunto del alma gemela es más problemático de lo que vale ―escupió ella.

―¿Lo crees?

―¿Cuál fue la palabra que usaste? ¿Semántica? Odio la idea de que algo es inevitable. ¿De qué sirve saber algo sobre el futuro? La gente pasa toda su vida esperándolo o, peor aún, estructuran sus vidas en torno a eso. Historias de padres que les dicen la oración del alma gemela a las personas con las que quieren que sus hijos salgan.

»Y luego conoces a tu alma gemela, pero ¿y qué? Encontrar el yin de tu yang no ayuda mucho cuando tu yin está atrofiado emocionalmente debido a una infancia traumática. No hay garantía de que tu yin no sea un pedófilo.

―La oración del alma gemela ya te causó problemas, ¿no es así? Creciste pensando que tenías una conexión profunda con un chico. ¿Por qué pensarías en mirar a alguien más cuando ya sabías que él era el indicado? ―Él la miró con una mirada inquisitiva.

La piel alrededor de sus ojos se tensó y ella agachó la cabeza.

―Exactamente.

―No terminó bien ―adivinó, leyendo su lenguaje corporal.

―No. No, no lo hizo.

―Bueno, no sé si te sirve de consuelo, pero creo que las relaciones de la mayoría de las personas en la escuela secundaria no terminan bien, con o sin la complicación del asunto del alma gemela. ―Se rio entre dientes, pensando en las relaciones desastrosas que tuvo durante la escuela secundaria y después.

―Hablando de conocer el futuro ―murmuró y ambos sonrieron.

―Una vez leí un estudio que planteaba la hipótesis de que la oración del alma gemela tenía menos que ver con la compatibilidad de la relación que con la supervivencia general. Las almas gemelas engendran los mejores bebés.

―¿Evolución? ―La expresión de Bella se volvió pensativa―. Sin embargo, poner la información en manos de los padres no es la mejor idea. Los padres pueden mentir.

―Sí. He pensado en eso. ¿Qué pasa si mi madre mintió? No es como si pueda preguntarle. ―Puso los codos sobre la mesa y se inclinó―. Sí lo cuestioné. Conocí a este hombre. Quiero decir... sus primeras palabras para mí fueron, "eres una pequeña perra, ¿no?" pero, bueno, nos sorprendimos por el mismo detalle. Llegamos a conocernos un poco mejor. Fue extraño. Parecía entenderme en un nivel que nadie nunca ha hecho.

Los ojos de ella eran enormes.

―¿Hablas en serio?

―No ―dijo inexpresivo.

Ella parpadeó. Y no pudo contener su sonrisa. Él se rió cuando su mirada de asombro se convirtió en un ceño fruncido no demasiado serio.

―Eres una persona terrible ―regañó, sacudiéndole un trozo de tocino.

―Esa se está convirtiendo en una opinión popular por aquí ―indicó Edward con el ceño fruncido. Le molestaba más de lo que debería que la esposa de su hermano lo odiara.

―La gente es idiota ―le recordó, su expresión amable.

―E incluso los idiotas tienen almas gemelas, eso es lo que estás tratando de decir.

―Hitler tenía un alma gemela. Y quizá era genial cuando solo eran ellos dos, pero al final del día, tu alma gemela sigue siendo Hitler. ―Ella se encogió de hombros.

Él inclinó la cabeza, mirándola por unos segundos.

―Entonces, ¿dónde te deja eso? Románticamente, quiero decir. ¿Te sientas y esperas por el indicado o juegas en el campo mientras tanto?

Qué demonios pensaba que estaba haciendo, Edward no tenía ni idea. Sabía muy bien que no tenía por qué coquetear con esta mujer. Le sorprendió siquiera recordar cómo. Siete años era mucho tiempo.

Pero, la conmoción que pasó por su rostro valía la humillación del inevitable rechazo. Realmente no estaba hablando en serio. Simplemente había descubierto que le gustaba observar sus reacciones. Sus expresiones eran tan claras. Tuvo que morderse el interior de la mejilla para no sonreír.

Bella se rio una vez y agachó la cabeza. Lo miró por debajo de sus pestañas, con una sonrisa jugando en la comisura de su boca.

―No tengo un plan. Realmente no ha surgido desde que me deshice de Jacob.

―¿Hace cuánto tiempo fue eso?

―Cuatro años. Casi cinco.

Sus cejas subieron hasta la línea de su cabello.

―¿Estás tratando de decirme que nadie te ha invitado a salir en cinco años?

Ella sostuvo su mirada un instante más antes de enderezarse y echarse hacia atrás. Pasó el brazo por el respaldo de su silla.

―Nadie que haya tenido una jodida posibilidad en cinco años. No he tenido necesidad de averiguar cómo me siento respecto a las citas o, ya sabes, lo que sea, hasta que haya alguien en quien valga la pena pensar.

Sus palabras eran tan seguras como su sonrisa, pero sus mejillas brillaban con un rubor rosado.

Sus miradas se encontraron, y un relámpago corrió por su columna. Los vellos de sus brazos se erizaron y el aire a su alrededor se calentó. De repente, Edward fue muy consciente de cuánto tiempo había pasado desde que estuvo tan cerca de una mujer que no estaba en una posición de autoridad sobre él. Accesible. Tocable.

Y él quería tocarla.

―¿Edward?

Edward saltó ante el sonido de su nombre. Se puso de pie justo a tiempo cuando un borrón de pelo oscuro se lanzó a sus brazos. Resopló y se rió, su corazón dolió y se volvió demasiado grande para su pecho al mismo tiempo.

―Hola, hermanita.

―Fuimos a la casa pero no estabas allí ―reclamó.

―Lamento que no estuviéramos allí para recibirte. Queríamos estar ―agregó otra voz.

Edward levantó la cabeza, manteniendo a Alice en sus brazos mientras levantaba la vista para ver a Carlisle y Esme acercándose a él, ambos sonriendo. Otra oleada de calidez se apoderó de él al ver a sus padres. Carlisle puso un brazo sobre su hombro y Esme le revolvió el cabello.

Se alegró, entonces, de que Emmett detuviera su impulso inicial de alejarse lo más posible del hospital. No empieces tu drama, le dijo su hermano mayor. No importaba que Edward no entendiera por qué, aun después de todo lo que les hizo pasar, su familia quisiera verlo. No importaba lo que Rosalie tuviera que decir al respecto, el resto de ellos todavía lo querían.

Con un sobresalto, soltó a su familia y miró a su alrededor. Frunció el ceño cuando se dio cuenta de que en medio de toda la conmoción, Bella había desaparecido.

~0~

Edward suspiró, cerrando los ojos ante la sensación de unos dedos suaves en su cabello. Hasta el día de hoy, Esme Cullen lo hacía sentir como un niño. No de mala manera. Era solo que le recordaba el mejor momento con su verdadera madre. Los raros momentos en que ella lo sostenía y lo abrazaba, pasando los dedos por su cabello y frotando una tierna mano arriba y abajo de su espalda.

Llevaba mucho tiempo sin ternura. Su familia lo había visitado en prisión, por supuesto, pero tenían límites en cuanto a cómo podían tocarlo. Esme se quedó con Edward en el sofá del vestíbulo principal mientras Carlisle y Alice iban a ver al bebé Henry. Esme se sentó a su lado, rodeándolo con un brazo y no dejaba de acariciarlo.

―Esto es bueno. Verte afuera en el mundo. ―Esme revolvió su cabello y luego lo peinó. Tomó su mejilla, acariciándolo suavemente y mirándolo a los ojos―. Entonces, ¿qué piensas? ¿Por el buen camino?

Él suspiró. Ella era tan amable que su regañina ni siquiera lo molestó. Más que nadie, sus padres tenían derecho a decirle estas cosas. Cerró los ojos con fuerza, tragando el nudo de vergüenza que tenía en la garganta. Levantó la cabeza y se obligó a mirar a Esme a los ojos.

―Por el buen camino ―prometió.

Palmadita. Palmadita. Palmadita.

―¿Y dejarás que te ayudemos?

Otro suspiro.

―Estoy aquí.

No es que tuviera otro lugar a donde ir.

Cerró los ojos de nuevo y se permitió la indulgencia de descansar la cabeza en el hombro de ella. Mientras escuchaba, Esme hizo lo que Esme hacía mejor. Empezó a planificar, a hacer listas de las cosas que él tenía que hacer y en las que enfocarse.

―Eres un chico inteligente ―afirmó Esme.

Él resopló.

―Chico. Seguro.

―Todavía eres un hombre joven con el mundo a tus pies.

―Sí. La gente ama a los delincuentes, por lo que escuché.

―Edward ―lo amonestó.

Se mordió el interior de la mejilla.

―Lo siento.

―Tienes educación, eso es algo.

Él tarareó en reconocimiento a sus planes y consejos mientras ella hablaba, sintiéndose mucho más cansado de lo que tenía derecho. La prisión había apestado. Seguro, era una prisión de mínima seguridad, pero aun así había apestado. Fue difícil. En realidad, era un hombre muy inteligente, y sabía muy bien que su familia superrica y su capacidad aparentemente infinita para amar y perdonar era su mejor oportunidad de rehabilitación.

Quería una vida normal. Siempre quiso una vida normal. La ira y el resentimiento se interpusieron en su camino todo el tiempo. Incluso ahora, siete años de su vida desperdiciados porque nunca escuchó a las personas que solo querían lo mejor para él, el resentimiento amenazaba con ahogarlo.

¿Por qué habían pensado que podían arreglarlo? ¿Hacerlo como ellos? Él no era como ellos. Nunca sería uno de ellos. Nunca encajaría.

―Hola.

Su labio se torció en la comisura. Había olvidado lo que era escuchar las palabras de su alma gemela todo el tiempo, de personas deliciosamente femeninas. Y esta mujer en particular...

―Hola, querida ―saludó Esme a Bella, poniéndose de pie para darle un abrazo.

―Hola, Es.

Interesante. Bella era lo suficientemente cercana a Esme como para llamarla por un apodo. Eso era extraño, considerando que ella era la madre de una amiga. Inusual.

La mujer despertaba su curiosidad.

―Necesito ir a clase ―informó Bella―. Emmett esperaba que subieras. ¿Dijeron que hay actividad? Con Rosalie.

La expresión de Esme se iluminó.

―Oh. Eso es genial. Es fantástico. ―Miró a Edward y su expresión se endureció.

―No te preocupes por mí. ―Hizo un esfuerzo por sonreír―. Los veré en la casa.

―Rosalie... El embarazo es un momento extraño. Rosalie se puso un poco paranoica, eso es todo. ―Respiró hondo―. Ella va a despertar. Ella y Henry van a estar bien, y hablaremos sobre ti. Todo va a estar bien.

―Seguro.

Esme palmeó su mejilla.

―Es realmente bueno tenerte de vuelta.

Ante eso, su sonrisa fue genuina.

Bella se quedó mientras Esme se alejaba. Edward no pudo evitar admirarla de perfil. Le gustaba la forma de ella y la forma en que su cabello colgaba. Quería enroscar su cabello alrededor de su dedo, y…

Edward parpadeó cuando Bella se giró hacia él, aclarándose la garganta.

―Qué mal que Rosalie no quiera que veas a Henry. Tampoco tiene ningún sentido. No es como si pudiera evitarte cuando están en la misma familia.

―Sí, bueno. No hay mucho que pueda hacer al respecto.

Se mordió el labio inferior, rebotando en el lugar, obviamente agitada. Ella resopló.

―Está bien. Esto es... No debería estar haciendo esto, pero… ―Ella puso los ojos en blanco―. Abrazo a los bebés. Aquí. En la UCIN. Es algo que se hace. Les ayuda. Tengo que ir a clase, pero puedo llevarte a verlo. A tu sobrino. Si quieres conocerlo. Unos pocos minutos.

Antes de que pudiera procesar eso, ella le empujó una hoja de papel.

―Realmente tengo que irme. Solo llámame si estás interesado. Nos vemos.

Él la miró fijamente mientras se iba. Quería ir tras ella, pero su lengua estaba atada.

Se sentía significativo, y él no sabía lo que eso significaba. Miró el papel que tenía en la mano: su número.

Iba a averiguarlo.