Disclaimer: Crepúsculo es de Stephenie Meyer, la historia de LyricalKris, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Disclaimer: Twilight belongs to Stephenie Meyer, this story is from LyricalKris, I'm just translating with the permission of the author.

Capítulo beteado por Yanina Barboza

Grupo en Facebook: Tradúceme un Fic


A pesar de la forma en que su padre la trataba, Bella sabía que no era una niña. Él podía negar con la cabeza todo lo que quisiera, pero ella ya no era esa adolescente salvaje que andaba con la gente equivocada y hacía todas esas estupideces sin pensar en las consecuencias.

Siguió recordándose a sí misma estas cosas mientras bajaban por el otro lado de la montaña. A pesar del aire frío que le picaba las mejillas, el resto de ella ardía. Era demasiado consciente de su posición: apretada como estaba contra la espalda de Edward, sus brazos entrelazados alrededor de su cintura, sus manos tan cerca de su entrepierna.

Por mucho que intentara convencerse a sí misma de que era una mujer adulta, la época en la que el sexo era el último tabú no era tan lejana. No hacía mucho tiempo atrás, ella y sus compañeros de clase hablaban de eso en susurros y se reían por lo bajo.

Con Jacob, el sexo fue el problema en el que se metieron juntos. Ambos eran nuevos en eso, torpes e incómodos. Se rieron, se sonrojaron y se escabulleron a espaldas de sus padres.

Edward estaba muy lejos de la incomodidad de un adolescente torpe. Ella quería mantenerse con calma, como si fuera algo normal saber que solo estaban pasando las horas hasta que la habitación del hotel estuviera disponible, porque las habitaciones de hotel aparentemente no estaban disponibles hasta después de las cuatro.

Porque era totalmente normal rentar una habitación de hotel para tener sexo.

O ver Roger Rabbit. Esa opción también estaba sobre la mesa.

―Oye.

La cabeza de Bella se levantó de golpe y, sorprendida, dejó caer su panqué en el plato.

―¿Qué? ¿Sí? Hola. ―Sus mejillas se encendieron.

Una pequeña sonrisa jugó en la comisura de los labios de Edward. Él se inclinó y tomó su mano.

―Aquí tienen tortas de migas. No necesitabas hacer las tuyas.

En todo caso, sus mejillas se encendieron aún más. Había reducido la parte superior de su panqué a migas en su plato.

―Ja ―masculló ella secamente. Cualquier cosa más inteligente que eso estaba fuera de su alcance. Él comenzó a frotarle los nudillos y eso la estaba volviendo loca. Su piel estaba viva.

Él inclinó la cabeza, estudiándola mientras sus dedos acariciaban la piel de su muñeca. Ella se mordió el labio, extrañamente segura de que él sabía lo que estaba pensando, como si estuviera escrito en toda su cara. Ella trató de agachar la cabeza, pero él la atrapó en la mejilla con un toque tierno.

―Tengo una idea ―sugirió.

Unos minutos más tarde, estaban al otro lado de la calle de la pequeña panadería donde estuvieron tomando café. Bella se rio mientras caminaban hacia un hermoso patio.

―Esto es un pequeño viñedo, ¿no?

―Lo es. ―Edward apretó su mano, jalándola más cerca.

―¿Te gusta el vino?

Él sonrió.

―No, pero vamos. Por lo general, tienen las mejores bandejas de queso de todos modos.

Entraron, rechazaron la cata de vinos y, en cambio, se sentaron en un pequeño mostrador donde Edward pidió una bandeja de queso y dos Moscatos. Se rio disimuladamente de la mirada sucia que le dio el mesero antes de darse la vuelta.

―Lo desaprueba ―observó Edward.

―Él no tiene que beberlo. ―Bella miró a los felices bebedores de vino con escepticismo.

El mesero regresó con dos copas de vino y un momento después con un plato de quesos, carne, frutas y nueces.

―Esto es elegante. ―Bella negó con la cabeza, recordando caminar por clubes de campo con gente elegante comiendo de manera similar.

Edward levantó su copa, girando su muñeca para que el vino se arremolinara como en todas las películas.

―Cuando tenía veinte años, quería impresionar a esta mujer con la que estaba saliendo. ―Su sonrisa se hizo más amplia―. Ella tenía treinta… y algo.

Bella apretó los labios. No estaba exactamente en condiciones de hablar.

»Tenía una identificación falsa y era una pequeña mierda engreída. ―Sacudió la cabeza, su expresión triste―. Fue lo más adulto y sofisticado que se me ocurrió: beber vino y mordisquear queso de lujo.

―Querías que te tomara en serio. Lo entiendo.

Él hizo una pausa con un trozo de manzana cubierta con queso gruyere a medio camino de su boca. La miró fijamente durante dos segundos y luego se echó a reír, agachando la cabeza.

―¿Qué? ―preguntó Bella, con el ceño fruncido.

―Nada. ―Suspiró, escondiendo una sonrisa detrás de su mano―. Tuve una resaca fatal porque, bueno, el vino es... Digamos que es más fácil incurrir en la ira de las uvas de lo que podrías esperar. La peor resaca de mi vida. Probablemente por eso fue fácil que Esme y Carlisle me hicieran confesar lo que hice. Nunca pudieron entender por qué hacía cosas así. Realmente yo tampoco podía explicarlo. ―Su sonrisa se hizo más amplia cuando la miró―. Tienen terapia en prisión. El consejero dijo exactamente eso. Tomaba malas decisiones en un esfuerzo equivocado para ser tomado en serio.

»Por eso hice lo que hice para que me enviaran a prisión. ―Rodó los ojos―. Tenía un trabajo y era bueno en eso. También ganaba bien. Pero era... Ya sabes, mis padres pagaron mi educación. Me dieron un futuro y me desempeñé como se esperaba. Nada especial. Como un niño pequeño que pone una clavija redonda en un agujero redondo. Solo es especial si lo hace un niño pequeño.

»Emmett, por otro lado... Fundó una empresa y tuvo éxito desde el principio. Yo estaba ganando dinero decente, pero él estaba ganando dinero a manos llenas. ―Edward se encogió de hombros―. Suena patético ahora. Actitudes de niño pequeño, pero quería que fuera yo del que estuvieran tan orgullosos. Yo de quien se jactaran ante sus amigos de cómo los llevaba a cenas elegantes o pagaba para que todos nos fuéramos de vacaciones.

―Solo querías que te tomaran en serio ―repitió Bella, su voz era un susurro nostálgico.

Ella realmente lo entendía. Después de perder a su bebé, había trabajado muy duro para mejorar, para ser una persona diferente. Aun así, su padre nunca reconoció su esfuerzo. Después de todo, él le dio todas las herramientas. Dinero para terapeutas y escuela. El techo sobre su cabeza y el coche que conducía. Sabía que tenía suerte. Mucha gente en su lugar no tenía ni la mitad de lo que ella tenía, pero aun así ella se había esforzado.

Edward inclinó su cuerpo hacia un lado y tomó sus manos. Su sonrisa era suave pero amplia; sus ojos tiernos y brillantes.

―Me tomó años de terapia descubrir por qué hice las cosas estúpidas que hice. Tú me descifraste en cinco segundos.

Se inclinó hacia adelante, frotando dos dedos en el interior de su muñeca. El latido de su corazón se aceleró, y contuvo la respiración cuando él la miró a los ojos.

―Te tomo en serio, Bella. Crees que alguna vez pensaré que eres menos madura que yo solo por nuestra diferencia de edad. ―Se burló―. Vivo con mis padres en mis treinta, uso una tarjeta de crédito para pagar vino, queso y una habitación de hotel para impresionar a una mujer.

Eso hizo que su estómago diera un vuelco: la idea de que alguien, y mucho menos alguien como Edward, quisiera impresionarla. Ella tragó saliva.

―Ves, esa es la desventaja de tener una motocicleta.

Él parpadeó.

―¿Qué?

―Si hubiéramos traído un automóvil, podríamos habernos saltado la habitación del hotel. El asiento trasero es lo suficientemente bueno para mí.

Él la miró un instante y ella se encogió de hombros.

»Diría que no hay nada de malo en estar al aire libre, pero ser arrestado por indecencia pública probablemente no sea lo que necesitas en este momento.

―Jesucristo ―murmuró, quitando su mano de la de ella y cubriendo su rostro. Sus hombros temblaron de risa. Cuando bajó las manos, su rostro estaba sonrojado y su sonrisa malvada. Él se inclinó, envolviendo un brazo alrededor de ella mientras la besaba con fervor. Dejó que su lengua se deslizara un poco, presionando la punta a lo largo de la comisura de su boca.

El vino Moscato dulce sabía mucho mejor de esa manera.

―Me vuelves tan loco ―gruñó contra sus labios y la besó de nuevo.

~0~

―Vaya.

Bella apretó los labios, tratando de no reírse. Estaban juntos justo dentro de la habitación del hotel. Era…

Bien. Probablemente era lo que debería esperarse de un pequeño y pintoresco pueblo en el campo. Llevaban el tema de una pequeña posada de campo al siguiente nivel. El cubrecama era de un patrón acolchado. El papel tapiz era horrible. Los estantes altos estaban decorados con latas y macetas de plástico. Las paredes estaban sobrecargadas: el patrón del papel tapiz chocaba con cuadros enmarcados de gallos y otras cosas de tipo granjero.

―Esta habitación me lastima un poco los ojos ―comentó Edward, su mano en su cintura y su cuerpo lo suficientemente cerca como para que ella pudiera sentir su calor contra su espalda. El estruendo de su voz envió deliciosos escalofríos por su espalda.

―Se siente como si estuviéramos en la casa de la abuela de alguien. No hay nada sexi en esta habitación ―murmuró ella, distraída por sus dedos acariciando su cadera de arriba abajo.

―Hmm. Yo no diría eso.

El sonido de la puerta cerrándose hizo que el corazón de Bella se acelerara. Cerró los ojos y presionó la lengua contra el paladar, tratando de respirar de manera constante. La electricidad zumbaba a través de su cuerpo. Suspiró, inclinando la cabeza cuando él le dio un beso a un lado de su cabello.

¿Por qué se sentía tan a menudo como si él lo supiera? ¿Cómo supo quedarse quieto al principio, apenas acariciándola y presionando el más pequeño de los besos en su oreja? ¿Cómo sabía que no debía dejar que sus manos vagaran, que la sensación de su suave toque en su cadera era casi demasiado en ese primer minuto? ¿Cómo sabía que solo tenía que esperar, que la energía entre ellos superaría las últimas inhibiciones y miedos de ella?

Inhaló. Exhaló. Y se giró. Agarró cada lado de su chaqueta de cuero y lo arrastró hacia ella, estirando las puntas de sus pies para encontrar su boca en un beso acalorado. Las manos de él se deslizaron debajo de su chaqueta, subiendo por su espalda, presionando cada línea de ella contra él.

Se movían como la música: una balada de amor. Esos primeros minutos sonaron como los primeros acordes de una guitarra, una suave melodía de besos y manos errantes. Las chaquetas y los zapatos se deslizaron. La camisa de él. La suya. Ella lo empujó ligeramente y él se sentó en la cama. Ella se sentó a horcajadas sobre su regazo y él tomó su trasero con ambas manos.

Se restregó contra él siguiendo un ritmo, presionada cerca, de modo que su piel se tocaba, y se alejaba. Los dedos de ella se enredaron en su cabello.

Él desabrochó el broche de su sostén y ella se enderezó, rompiendo el beso para que él pudiera quitárselo. En lugar de reclamar sus labios de nuevo, él inclinó la cabeza, reclamando su pezón en su lugar. Su lengua la lamió, y ella susurró su nombre con voz ronca, con la cabeza echada hacia atrás. Ella hizo un ruido estrangulado y él gruñó, el sonido vibró hasta su centro.

El ritmo de su balada se aceleró. Edward la volteó sobre su espalda. Un segundo ella estaba en su regazo, moviéndose y jadeando y deleitándose con el exquisito placer de las cosas que estaba haciendo con su boca, su lengua, sus dientes. Al siguiente, ella lo miraba fijamente a los ojos. Soltó una pequeña risa y se estiró para alisar su cabello. Era un hombre hermoso. Y la forma en que la miraba...

No había palabras.

No era una canción; era toda una sinfonía. Un concierto. En su vida, nada se comparaba con el poder puro de la música. Sonido y letras fluyendo, llenando el auditorio y hundiéndose en la médula de sus huesos. Un pozo de emoción se atascó en su garganta. Era trascendente y arrollador.

Nada más se había comparado... hasta ahora.

Hasta que los ojos de Edward se encontraron con los suyos y el resto del mundo se desvaneció. Hasta que su toque le cantó, y su cuerpo respondió al suyo, la armonía a su melodía. Hasta que ella fue deshecha y rehecha en el fuego que él avivó dentro de ella. La sensación de él, la aspereza de su voz mientras cantaba su nombre...

Ella envolvió sus piernas alrededor de su cintura, acercándolo más. Tomó su mejilla con una mano, respirando el aire que él exhalaba.

Se corrieron juntos.

Ella no sabía que eso era algo real. O que era posible correrse tan fuerte que su visión se volvió blanca. O que el peso de él, laxo y resbaladizo por el sudor encima de ella, pudiera sentirse tan bien. Tan correcto.

Una neblina se asentó sobre ellos después. Estaban callados, acostados de lado, besándose y tocándose al azar. Sus ojos estaban adormecidos como ella esperaba que estuvieran los suyos, pero ninguno de los dos se dejó llevar por el sueño.

De ninguna manera sus sueños eran mejores que su realidad hoy.

Sus dedos golpeaban un ritmo particular contra su cadera. Su boca se movió, pero cantó en silencio.

―¿Qué estás haciendo? ―inquirió Bella, mirándolo.

―Tocando mi guitarra. ―Rasgueó contra su vientre. Él le cantó entonces: Nothing Else Matters de Metallica.

Como si hubiera sabido lo que ella estaba pensando, que juntos eran música y letras. Una suave balada de amor.

Le escocían los ojos. Los cerró, pero una lágrima escapó de todos modos. La canción se interrumpió y ella sintió el pulgar de él en su mejilla, limpiándole la lágrima.

―Estás llorando. ¿Por qué estás llorando? ―susurró, echándole el pelo hacia atrás para poder besarle la oreja.

Ella se estremeció ante la sensación y respiró por la nariz, preguntándose si realmente iba a decir las palabras que estaban en su cabeza. Tal vez no tenía tanta experiencia con los hombres, pero sabía que no debía admitir la intensidad de lo que estaba sintiendo solo porque habían tenido sexo. No intercambiaron promesas entre ellos. No hablaron de tener algo más.

Pero la forma en que la miraba...

―No estoy actuando como una chica necesitada, ¿verdad? Sientes esto, ¿no?

Sus ojos buscaron los de ella, pero asintió lentamente.

Ni siquiera se sintió aliviada. Ella lo sabía sin que él tuviera que decirlo. Dondequiera que estuvieran, estaban allí juntos en la misma página. Ella resopló y lloriqueó, las lágrimas se desbordaron por el rabillo del ojo.

»Tú no eres mi alma gemela ―indicó, con la voz entrecortada. Tomó una respiración temblorosa―. No entiendo cómo algo podría sentirse más fuerte que esto, pero no eres mi alma gemela.