Disclaimer: Crepúsculo es de Stephenie Meyer, la historia de LyricalKris, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Disclaimer: Twilight belongs to Stephenie Meyer, this story is from LyricalKris, I'm just translating with the permission of the author.

Capítulo beteado por Yanina Barboza

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Edward odiaba a los abogados.

No. Supuso que eso era injusto. Los abogados lograron mantener su estúpido trasero fuera de prisión tanto tiempo como pudieron. Cuando él, en contra de sus consejos, se declaró culpable de su último delito, mantuvieron su sentencia al mínimo. Charles Swan, al igual que sus padres, podía permitirse lo mejor. Confiaba en su equipo de víboras para mantener a Bella fuera de problemas a largo plazo.

Era ese proceso el que odiaba. Su piel se erizó con el recuerdo de estar donde Bella estaba ahora: sentada en la mesa, frente a tres grandes inquisidores con sus padres rondando cerca. Era diferente, por supuesto. Bella no había hecho nada para merecer estar en el banquillo de los acusados. Para Edward, siempre significó reconocer cada maldita y tonta cosa hecha y tratar de explicarse.

Explicarse nunca funcionó. No había entendido hasta mucho después por qué hacía las cosas que hacía. Los abogados, incluso los suyos, tenían la costumbre de hacerlo sentir pequeño.

El hecho de que Bella fuera inocente lo enojó aún más por tener que pasar por esto. Los abogados nunca iban a ser personas agradables cuando eras tú quien estaba siendo interrogado. Sus preguntas, todas las cosas que creían que debían saber, siempre eran exasperantes, vergonzosas y demasiado personales.

―¿Tuvo algún contacto sexual con el señor Demetri Fontaine cuando lo conoció? ―preguntó Victoria Hunter, jefa del equipo legal de Bella.

Edward, sentado a la derecha de Bella, le apretó la rodilla para apoyarla. Estaba inclinada sobre la mesa del comedor de su padre, con la cabeza entre las manos.

―No ―respondió ella.

―¿Alguna vez intentó iniciar un contacto sexual?

―No.

―¿Se le insinuó? ¿Actuó provocativamente? ¿Coqueteó? ¿Lo presionó?

―¡No! ―Bella levantó la cabeza y miró al otro lado de la mesa.

Edward apretó la mandíbula, tratando de mantener su temperamento bajo control. Bella no necesitaba tener que calmarlo a él además de tener que lidiar con esta mierda. En su mente racional, comprendía que los abogados sabían lo que estaban haciendo. Tenían la doble tarea de establecer una buena defensa y descubrir cualquier detalle que la fiscalía pudiera refutar. Hacían variaciones de la misma pregunta porque los casos se ganaban y se perdían en los matices.

―¿Tuvo usted contacto sexual o íntimo con alguien que no sea el señor Fontaine cuando lo conoció? ―preguntó James Damon, otro miembro del equipo legal.

Bella suspiró y cerró los ojos.

―No.

―¿Ni siquiera con el señor Cullen?

―No. ―Esta vez fue Edward quien respondió, entrecerrando los ojos.

James lo miró con una expresión fría.

―¿Y antes de conocer al señor Fontaine? ―cuestionó intencionadamente.

Edward se puso de pie dándole la espalda a la mesa. Se alejó unos pasos. Lo que tuvieron con Bella fue la cosa más pura y hermosa de su vida. No quería que ninguno de ellos lo mancillara, ni siquiera que lo supieran.

―Están tratando de ayudar ―apaciguó Renée suavemente desde donde estaba sentada al otro lado de Bella, ofreciendo apoyo maternal por primera vez en la vida de su hija.

―No es necesario que estés aquí ―le indicó el senador.

Edward se giró para mirarlo. El senador estaba de pie contra la pared al otro lado de la habitación, del lado del abogado, con los brazos cruzados. Edward cuadró los hombros.

―Te gustaría eso, ¿no? ―Volvió a sentarse en su asiento, sabiendo cuánto irritaba al otro hombre. Charles creía que él pertenecía al lado de Bella, que merecía ser quien se sentara con ella y la consolara durante esta terrible experiencia. Le molestaba muchísimo que su hija prefiriera a Edward.

Podría revolcarse en ello, pensó Edward, y extendió una mano suave hacia la espalda de Bella.

―En realidad, el señor Cullen está en nuestra lista de entrevistados ―explicó el tercer y último miembro del equipo, Laurent Boucher, dirigiéndose a Charles―. Aunque siempre podemos hablar con él por separado si lo prefiere.

―No lo prefiero. ―Bella se enderezó en su silla. Levantó la barbilla y se dirigió al señor Damon, respondiendo a su pregunta―. Tuvimos algunos momentos íntimos antes. ―Sus mejillas ardieron, pero su voz era firme, sin vergüenza―. Decidimos por nuestra cuenta… ―miró a su padre―… no buscar una relación. Vi a Edward muchas veces después de conocer al señor Fontaine, pero solo como amigos.

El interrogatorio se prolongó durante horas. El senador mandó a pedir un festín italiano. A Edward no le pasó por alto que lo que ordenó eran todos los favoritos de Bella. Ella jugueteó con un palito de pan, pero la mayor parte de la comida se enfrió a medida que avanzaba la noche.

A las diez, Edward estaba considerando ponerse firme. Dudaba que alguien hubiera dormido algo la noche anterior, y mucho menos Bella. Parecía agotada y, sin embargo, tan decidida a ser adulta que le rompió el corazón. La necesidad de tomarla en sus brazos y alejarla de todo esto se estaba volviendo demasiado difícil de ignorar.

―Está bien. ―Por primera vez, la expresión de la señora Hunter se suavizó―. Tenemos más que suficiente para empezar. Repasaremos todo y nos reagruparemos con usted mañana. Ahora, debería descansar un poco. ―Realmente le sonrió a Bella―. Trate de no preocuparse. Tiene un caso sólido. La afirmación del señor Fontaine tiene poco o ningún sentido frente a gran parte de la evidencia física. Y con la evidencia de su padre, esto ni siquiera podría llegar a juicio.

―¿La evidencia de mi padre? ―Bella miró al senador.

El bigote del hombre se movió.

―Una confesión completa sobre mi participación en el engaño de Demetri. La prueba que respalda mi historia.

―¿Dejaste un rastro en papel? ―Bella levantó una ceja.

―Por supuesto que no. ―Charles hizo un gesto con la mano―. Sin embargo, la línea de tiempo de los eventos se puede probar. Hay fotografías de nosotros conversando en el evento en el que le hablé sobre ti.

―Estúpidamente, la policía hizo el arresto después de haber sido presionados por la gente de Fontaine ―explicó Damon―. Basado en evidencia superficial de precedencia. El hecho de que usted solía asociarse con personas que perpetuaron crímenes contra personas homosexuales es irrelevante. Su versión de los acontecimientos del asalto al señor Fontaine el día que se conocieron es la única que tiene sentido. Pegarle un puñetazo a un hombre que acaba de conocer porque sospechaba que era gay, cuando él hizo todo lo que estaba en su poder para parecer heterosexual, no cuadra.

―El señor Fontaine tiene heridas defensivas en sus manos y brazos, una indicación de que fue atacado ―agregó Boucher, guardando otra pila de papeles en su maletín―. Pero el raspado de uña que le recogieron a usted durante su ingreso al hospital también muestra cómo obtuvo él esos rasguños en los brazos. Eso, junto con el hecho de que fue él quien le hizo tantas llamadas telefónicas esa noche, corrobora su versión de los hechos.

―Él será quien esté en la cárcel al final de la semana ―declaró la señora Hunter y sonrió de nuevo.

Tan pronto como los tres salieron de la habitación, con el senador con ellos para acompañarlos a la salida, Bella dejó escapar un gran suspiro y se dejó caer, apoyando su cabeza contra el hombro de Edward. Él le frotó la espalda, abrazándola con fuerza.

―Jane, sácame de esta locura ―le susurró.

―¿Los Supersónicos? ¿Cuándo diablos viste Los Supersónicos?

Ella resopló y el aire de su aliento le hizo cosquillas en el cuello.

―¿Los qué? Es de esta vieja película, "Una novia sin igual".

―Vieja. ―Edward se rio entre dientes―. Vamos. Te sacaré de aquí. ―Él se puso de pie y la levantó con él.

―Realmente creo que todo va a estar bien, cariño. ―Renée abrazó a Bella mientras Edward recogía sus cosas―. Y estoy aquí, ¿está bien? Sé que es tarde, pero estoy aquí ahora. Lo que sea que necesites.

―Lo entiendo, ¿sabes? ―Bella se aferró a su madre―. Realmente lo hago.

Renée se echó hacia atrás y apartó el cabello de Bella de su rostro. Ella sonrió con tristeza.

―Lamento que tuvieras que entenderlo. ―Ella besó su frente―. Pero tenemos tiempo para todo eso. Más adelante.

Edward le ofreció su mano a Bella. Ella la tomó y juntos se dirigieron hacia la puerta. Edward tuvo que detenerse en seco para evitar chocar contra Charles, quien se dirigía de regreso al comedor con su paso habitual y decidido.

―¿Adónde vas? ―inquirió el senador.

―Lejos ―masculló Bella, soltando la mano de Edward para poder rodearlo por la cintura con un brazo, presionándose contra su costado.

―Bella…

―No quiero hablar contigo ahora, papá.

―Isabella, escucha…

―No. Dios, ¿no puedes respetarme y respetar lo que quiero, incluso ahora? No tengo energía para ti. Estoy cansada. Quiero irme a casa.

―De eso es de lo que quiero hablarte. ―El senador levantó un poco la voz mientras Edward y Bella seguían caminando hacia la puerta―. No puedes volver a tu casa.

Edward apretó la mandíbula y desaceleró un poco, decidido a dejar que Bella manejara esto como necesitara.

Ella se detuvo, pero no se giró. El senador suspiró, el sonido fue silencioso. Se aclaró la garganta.

»Hay periodistas cerca de tu apartamento. Se ha convertido en toda una historia.

Bella miró a su padre.

―Sí, deben estar emocionados. ¿Un político republicano homofóbico que resulta ser gay? Eh, he pasado por eso. ¿Una historia de "adivina quién intentó asesinar a quién"? Bueno, eso es un giro en la trama. ¿Descubrir que el distinguido senador demócrata entregó a su hija a los lobos a propósito? Vaya. Esa es una maldita telenovela.

―Isabella ―la reprendió.

―No quiero hablar contigo ―repitió―. No me presiones. Estoy cansada y no tengo nada bueno que decirte en este momento.

―Hablar con la prensa antes de hablar con mi encargado de relaciones públicas no es una buena idea.

El temperamento de Edward estalló, pero antes de que pudiera atacar al hombre, Bella se giró.

―¿En serio? ¿Eso es lo que te preocupa? Debería haberlo sabido. Supongo que debería agradecer que me dejaras hablar con los abogados primero antes de que podamos pasar a lo que crees que es lo más importante: tu imagen. No te importa lo que quiero. Solo quieres asegurarte de que mi historia sea clara para la prensa. Estoy segura de que tu imagen recibió un golpe. Es hora de pasar a control de daños, ¿verdad?

―Eso no es… ―Charles presionó una palma en el centro de su frente, frotándose con fuerza―. Esta situación no necesita dramatismo.

―Esta situación no existiría si no fuera por tu maldito drama. Eres la reina del drama más grande que conozco. Actúas como si todo se fuera a desmoronar si no estuvieras ahí para manipular a todos a que hagan lo que crees que es correcto. Siempre te has convertido en la víctima por excelencia. Si tan solo tuvieras una mejor esposa, una mejor hija. Si tan solo Edward se hubiera mantenido alejado. Todo es una mierda melodramática.

»¿Y para qué? Eres tan jodidamente ignorante a todo lo que has destruido. Mi madre te lastimó. Mi madre era voluble y errática. Las personas volubles, erráticas e hirientes no son las mejores madres. Eso es lo que decidiste. Y ¿adivina qué? Tenías razón hasta cierto punto. Tener una madre como ella habría tenido repercusiones, pero lo que nunca entiendes es que "imperfecto" no es lo mismo que malo. Hubiera tenido una madre descabellada y un poco irresponsable. ¿Y qué? Sobreviví con un padre mojigato y crítico.

Tanto Renée como la esposa del senador se acercaron a la entrada. Estaban, como él, calladas. Incluso Sue parecía estar de acuerdo en que Bella merecía decir lo que pensaba.

»Intentaste alejarme de la boda de Leah porque pensaste que haría una escena. Se arruinó de todos modos, porque la vida es muy complicada con o sin tus manipulaciones. Y suceden cosas buenas cuando simplemente lo dejas ser. Leah y yo estamos empezando a ser amigas porque asistí. No creo que te des cuenta de eso. Nos enviamos mensajes de texto. Quizás algún día seamos familia a pesar de que renunciaste a esa idea cuando te diste cuenta de que nunca sería tan buena hija como tus hijastros.

―Bella, yo nunca…

―¿Y esto? ¿Qué diablos pensaste que iba a pasar? Podría haber muerto. Aún podría ir a prisión. ―Su voz se quebró―. Prisión, papá. Para... para siempre.

Edward apretó su agarre sobre ella.

―Eso no va a suceder ―sentenciaron él y el senador al mismo tiempo. Edward tuvo que esforzarse mucho para no devolver la mirada fulminante del otro hombre.

―Oh, Dios. ¿Podrías solo detenerte? ―Bella sonaba disgustada―. ¿Tienes doce jodidos años? Deja de fulminar con la mirada a mi novio.

Edward tuvo que morderse el interior de la mejilla para evitar reírse.

»Sea lo que sea que te preocupara, Edward nunca te hizo nada a ti ni a tu preciosa imagen ―espetó Bella―, lo hiciste tú solo. Construiste tu carrera dándole a los criminales reformados una segunda oportunidad y luego actúas como si Edward no valiera la pena. En caso de que todavía pienses que eres mejor que él, él nunca me hará daño.

―Soy un tonto, no un imbécil. ―Edward no contuvo su sonrisa. Requirió un esfuerzo hercúleo no golpear al hombre, especialmente estos últimos días. No pudo evitar sentir un poco de satisfacción por el hecho de que Charles parecía como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

La esposa del senador dio un paso adelante con las manos extendidas.

―Lo que nos preocupa es tu imagen. Por eso queríamos que hablaras con la persona de relaciones públicas. Por ti. Creo que todo lo que tu padre intentaba decir es que no encontrarás paz en tu apartamento. Siempre eres bienvenida a quedarte con nosotros.

―Es una casa grande ―agregó Charles, sin emoción―, no tienes que verme. A nadie. No tienes que hablar. Aquí es seguro.

Bella resopló y miró sus pies un momento antes de mirar a su padre y a su madrastra.

―Gracias, pero no gracias. Esta casa nunca ha sido un espacio seguro para mí.

Hubo tanto dolor en el silencio que cayó entre ellos ante esas palabras. Edward frotó la espalda de Bella con un toque suave.

―Puedes venir a casa conmigo.

―¿Crees que los periodistas no saben dónde vives? ―cuestionó Charles, pero no había nada mordaz en sus palabras. Parecía y sonaba como un hombre derrotado.

―Iremos con mis padres ―ofreció Edward, buscando una reacción en los ojos de Bella―. Una entrada privada. Podemos acampar en mi antigua habitación todo el tiempo que necesitemos.

El alivio cruzó por su rostro y asintió.

―Sí, eso sería grandioso. ―Ella tomó su mano―. Vamos.

Condujeron en silencio, con las manos entrelazadas sobre la palanca de velocidades. Edward frotó un pulgar sobre sus nudillos cuando pudo.

―Ojalá tus padres fueran mis padres. ―Bella habló tan suave que Edward no estaba seguro de haberla escuchado bien.

Cuando procesó las palabras, tuvo que reírse.

―¿Crees que lo que necesita este dramático interludio son matices de incesto?

―Dije que quiero a tus padres, no que quiera ser tu hermana, tonto. ―Ella se rio y luego suspiró―. Solo... ni siquiera tengo que preguntarte si estás seguro de que no les importará que nos quedemos esta noche. Siento que si tu mamá supiera que estoy triste, me prepararía sopa o algo así.

―Carlisle hace la sopa. La de lentejas es mi favorita. ―Una sonrisa apareció en los labios de Edward―. Cuando era un adolescente malhumorado y enojado, Esme me obligaba a ayudarla a hacer pan. Le encanta hacer panes elegantes. Hablaba y hablaba. Yo me mantenía molesto. Asi que era una amasada agresiva.

―Eso es bueno para el pan.

―Exactamente. Y después, teníamos pan. Delicioso pan que yo había hecho. ―Sacudió la cabeza y giró hacia la calle donde vivían sus padres―. Pensé en convertirme en panadero. Probablemente debería haberlo hecho. Me ayudaba... tener algo que hacer con mis manos. Es metódico. Químico. Pero, por supuesto, tenía que demostrar mi valía... sea lo que sea que se suponga que eso signifique.

Golpeó el volante, observando la casa en la que creció mientras metía el auto en el largo camino de entrada. Esta casa de la que nunca se había sentido realmente parte.

»Mis padres son buenos con los extraviados ―reflexionó―. Me lo ofrecieron todo en bandeja de plata: todo lo que un buen padre debería ser. Se esforzaron mucho en encontrar un punto medio. Nunca pude aceptar lo que querían darme. Todavía lo encuentro difícil.

Si la vida fuera justa, deberían haberse intercambiado, pensó mientras salían del coche. Ella merecía padres como los suyos y sus padres merecían tener una hija como ella.

Edward tomó la mano de Bella y la condujo al interior de la casa. Estaba en silencio, casi a oscuras, pero estaba una luz encendida en la entrada. La luz de la cocina también estaba encendida.

―¿Qué estamos…? ―comenzó Bella mientras él se dirigía en esa dirección, pero cuando llegaron a la puerta, exhaló con una ráfaga―. Oh.

Sobre la mesa había una pequeña bandeja: carnes, queso y otras guarniciones para sándwiches. Un plato repleto de galletas. Y una jarra de metal rodeada de azúcar, miel y una variedad de bolsitas de té.

―Has pertenecido a mi familia desde que Alice te trajo a casa ―indicó Edward, agachando la cabeza contra su oreja―. Serán lo que necesitas si se los permites.

Bella exhaló un suspiro tembloroso, con los ojos vidriosos, y Edward la guio hacia la cocina.

Aunque la mesa de la cocina era bastante espaciosa, se sentaron uno al lado del otro, con las rodillas tocándose. Bebieron pero no hablaron, y Edward esperó que el té estuviera haciendo su trabajo. Existía algo atemporal y reconfortante en una taza de té. La casa del senador Swan era fría, no en temperatura sino en atmósfera. El hielo de la desolación, la soledad, el mal. El té tenía el efecto de calentar los corazones fríos y heridos, y esta casa estaba llena de amor.

Edward nunca sintió que perteneciera aquí, pero Bella sí. Y si él le pertenecía a ella, tal vez finalmente podría pertenecer también a esta familia.

Bella solo logró terminar un tercio de su sándwich antes de dejar de comer. Con la mirada perdida, sin mirar realmente nada mientras suspiraba.

Se le había acabado. Después de todo lo acontecido, finalmente se había quedado sin energía. Ella no tenía que decírselo. Él conocía ese tipo de cansancio, cuando era demasiado esfuerzo incluso llevarse la comida a los labios.

Se puso de pie y se agachó, cargándola en sus brazos. Ella volvió la cara hacia su cuello.

―Edward ―susurró contra su piel, como si fuera a discutir.

―Shhh ―la tranquilizó, y ella no volvió a protestar. Ella rodeó su cuello con los brazos y cerró los ojos mientras la llevaba escaleras arriba.

La dejó en su cama. La caminata le devolvió a ella un poco de energía. Usó la punta de un pie para empujar su zapato hacia abajo y movió el pie hasta que el zapato voló a través de la habitación. Edward la miró, desconcertado por la forma en que ella se mordió el labio inferior en concentración, decidida a conquistar su obstinado zapato.

Qué regalo era, qué placer absoluto, saber que tenía todas las posibilidades de que tuviera años y el resto de su vida para aprender cada una de sus pequeñas peculiaridades.

Ambos se despojaron de lo que necesitaban para sentirse cómodos y se metieron bajo las mantas. Él la tomó en sus brazos.

Esto, susurró una voz. Ellos.

Ellos eran ese momento en el que líneas aparentemente aleatorias se convirtieron en una imagen clara y perfecta en el lienzo de un artista.

Eran la letra perfecta y la música que fluía como sangre por sus venas.

El hecho de que él estaba destinado a ella y ella a él era la primera cosa en toda su vida que parecía absolutamente cierta.

Se ocuparían de todo lo demás como debían hacerlo. Juntos.