Disclaimer: Crepúsculo es de Stephenie Meyer, la historia de LyricalKris, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Disclaimer: Twilight belongs to Stephenie Meyer, this story is from LyricalKris, I'm just translating with the permission of the author.

Capítulo beteado por Yanina Barboza

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Bella estaba en ese maravilloso espacio entre estar despierta y dormida: consciente pero sin ningún pensamiento concreto. De alguna manera tenía la espalda fría. Registró el sonido de pasos sobre la alfombra y la sensación de la cama hundiéndose.

―Te fuiste. ―Su voz sonó áspera como papel de lija contra madera.

Edward se acurrucó alrededor de ella, con su pecho contra su espalda y el brazo alrededor de su cintura. Su nariz acarició su oreja.

―No creí que te gustara que mojara la cama.

Ella tarareó y suspiró, deleitándose con el delicioso cosquilleo de su toque.

―Ese no es un fetiche mío.

Le apartó el pelo hacia un lado y la besó en el hombro.

―¿Cómo te sientes?

―Buena pregunta. ―Ella se agachó hasta donde la mano de él le acariciaba el vientre. Realmente no sabía cómo se sentía. No podía comprender cómo el día anterior fue a la vez un sueño y una pesadilla.

Tampoco se le escapaba que él estaba en un ángulo extraño. Ella estaba pegada a él, pero sus caderas estaban alejadas de ella.

―Sé cómo quiero sentirme ―sugirió, empujándose hacia atrás para que su trasero presionara donde él estaba duro. Él siseó, su mano agarró con fuerza su cintura―. Sé lo que quiero sentir.

Quizás la mayoría de las personas, al tener relaciones sexuales con una persona que sabían que era su alma gemela por primera vez, hubieran querido el cliché: misionero, ojos cerrados, narices rozándose, caderas moviéndose como si escucharan una música hermosa.

No era lo que Bella quería.

Antes de que pudiera encontrar las palabras para articular sus deseos, Edward comenzó a dejar besos a lo largo de su hombro. Ella se había quitado la mayor parte de su ropa antes de meterse en la cama, por lo que solo tenía que ayudarla a quitarse la camiseta.

Luego, la empujó sobre su vientre y Bella gimió. Era un ruido de entusiasmo, anticipación, pero sobre todo era un sonido de alivio. Él siempre lo sabía. ¿Era parte de ser su alma gemela? ¿Que él simplemente supiera lo que ella necesitaba?

Tal vez solo no quería lidiar con su aliento matutino.

Ella se rio, enterrando el sonido en la almohada.

―¿Crees que es gracioso? ―inquirió Edward, el calor de su cuerpo presionando, pero no del todo. Sus labios rozaron su oreja, su voz era un murmullo bajo que vibró en su sangre.

Ella sacudió la cabeza con vehemencia, aunque la ligereza de su tono le indicó que no estaba ofendido. Y si estuviera buscando una explicación, no habría usado sus rodillas para separarle las piernas como lo hizo. El pensamiento se desvaneció y fue reemplazado por la experiencia de su tacto, su olor, el sonido de ellos dos.

Esto era lo que ella quería, lo que necesitaba. No quería pensar; ni siquiera sobre dónde poner sus manos o cómo moverse con él. Quería que la tomara; la consumiera. Sin preámbulo. Sin juegos previos. Sin palabras dulces. Ya habría tiempo para lo suave más tarde.

Tómame. Reclámame.

Su cuerpo estaba flexible y dispuesto, como arcilla moldeada por el tacto de un maestro. Con las manos en sus caderas, la levantó lo suficiente. Se deslizó dentro de ella. La deliciosa fricción envió escalofríos por su columna, a través de su sangre. Sus piernas se abrieron más, su cuerpo se abrió para aceptarlo, moldeándose a su alrededor. Él la rodeó, su cuerpo envolviendo el de ella, sus dedos entrelazados fuertemente con su mano sana sobre su cabeza. Estaba perdida en él, atrapada por su peso. El aire que respiraba estaba hecho de su aroma y su calor.

Y Dios. Estaba bien.

Sí. Esto. Consúmeme.

Con los labios de él en su cuello, los dientes hundiéndose en su piel, comenzó a moverse dentro de ella. Movimientos largos y lentos al principio. Él se echó hacia atrás, su longitud deslizándose dentro de ella, activando cada terminación nerviosa, y empujando hacia adelante, enterrándose hasta el fondo.

Él rebasó sus sentidos. Los ruidos que hacía ―gruñidos guturales, suspiros suaves y el sonido reverente y entrecortado de su nombre en sus labios― eran una sinfonía. El sabor del aire, el olor de su piel, del sudor y del sexo, formaban una mezcla embriagadora; una droga que le hacía dar vueltas la cabeza. Y la sensación de él a su alrededor, dentro de ella...

Había lugares en ella que le pertenecían a él. Con cada embestida, esos lugares, desolados y fríos, se llenaron. Una sensación de perfecta unidad, de plenitud la invadió, la recorrió.

Su cuerpo estaba vivo, hecho de placer, alegría y la profunda sensación de que se estaba creando algo nuevo.

Estaba él y estaba ella. Pero mientras se movían juntos, allí estaban los dos: una entidad propia, hermosa y desconcertante. Entonces comprendió lo que era ser uno con otra persona.

Toda su vida creyó que uno más uno eran dos y, sin embargo, aquí estaban, envueltos el uno en el otro en cuerpo y alma.

Y él estaba enterrado profundamente dentro de ella. Ella agarró sus dedos con su mano buena, con la boca abierta en un gemido silencioso mientras se perdía en el éxtasis.

La cegadora luz blanca de su creciente orgasmo ahuyentó la oscura incertidumbre que la estuvo atormentado durante tanto tiempo. Ella se corrió con un grito que ahogó en la cama, apenas lo suficientemente consciente como para recordar dónde estaban y que existía un mundo fuera de él.

Y cuando volvió a recuperar el aliento, descubrió que su mundo, que antes giraba fuera de su eje desde que escuchó la frase de su alma gemela pronunciada por la persona equivocada, se había enderezado. Estaba anclada, centrada, en sus brazos.

―A salvo ―susurró para sí misma.

―¿Mmm? ―El tarareo de Edward fue amortiguado contra la piel de su hombro donde él apoyaba su cabeza.

―Nada. Vuelve a dormir.

―Mmm ―coincidió.

Y se durmieron.

~0~

Cuando despertó de nuevo fue con el suave murmullo de la voz de Edward. Ella se empujó hacia atrás y frunció el ceño cuando no chocó contra su duro pecho. Sus ojos se abrieron de mala gana, y cuando se enfocaron, fue recibida por la visión de Edward sentado en una extraña silla en el suelo, su mirada fija en ella y su teléfono en su oreja.

―Gracias, Eleazar. Te lo agradezco ―indicó al teléfono antes de dejarlo en el suelo a su lado.

Se miraron fijamente durante unos segundos. Bella se mordió el interior del labio tratando de controlar la amplia sonrisa que amenazaba con extenderse por su rostro.

Lo que sentía por este hombre era un estudio de contrastes. La pureza de la alegría que sentía era total y muy inocente. Un sonrojo subió a sus mejillas y una parte tímida de ella quiso agachar la cabeza. Sin embargo, al mirarlo, sintió una exigente atracción. Las cosas que ella le haría. Las cosas que ella quería que él le hiciera.

Bien. Pureza no era la palabra para todo eso.

La seguridad que encontró en sus brazos; el peligro de entregarse a otra persona. La cómoda certeza: nada en su vida se había sentido tan bien, tan natural. Al mismo tiempo, la sorprendió. Seguramente una emoción como esta no podía ser humana, tan mundana que casi todas las personas en el mundo la sentirían alguna vez. Ella podría volar con un amor como este; era completamente sobrenatural.

Era el yin y el yang.

Él era su alma gemela.

―¿Me estás mirando mientras duermo? ―Ella arqueó una ceja, tratando de sonar severa a pesar de la sonrisa que apareció en sus labios.

―Sí ―aceptó descaradamente.

―Mmm. ―Bella se tocó el costado de la mejilla, solo un poco tímida―. Espero no haber estado babeando.

―Sin baba. ―Él sonrió ampliamente―. Hablas en sueños. ¿Lo sabías?

Sus mejillas se sonrojaron. Lo sabía, por supuesto, pero después de haber dormido sola durante muchos años, era algo que convenientemente había olvidado.

―¿Qué dije?

―Tienes un enamoramiento.

―¿Lo tengo?

―Sí. Nombraste a alguien llamado Edward varias veces.

―Oh, él. ―Ella suspiró, abrazando más su almohada―. Estoy un poco obsesionada con ese tipo.

―¿Un poco?

Levantó la mano, manteniendo el pulgar y el índice a una pulgada de distancia.

Él se puso de pie y cruzó la habitación, arrodillándose en el suelo frente a ella. Besó la punta de su nariz con una suave presión.

―Él también está un poco obsesionado contigo. Ya sabes... en caso de que te lo preguntes.

Ella le agarró la nuca y le bajó la cabeza para poder acariciarle la mejilla con la nariz. Ella le acarició el pelo con los dedos.

―¿Qué quería Eleazar?

―¿Mmm? ―Él parecía feliz por las caricias de ella a lo largo de su cuero cabelludo―. No quería nada. Yo le estaba pidiendo algo.

―¿De verdad?

―Así es normalmente como funciona el asunto del mayordomo.

―Ah. Siempre me lo pregunté, pero al tener dos manos y dos piernas que funcionan, siempre preferí el método de moverme y hacerlo yo misma. ―Ella le guiñó un ojo en caso de que él no supiera que estaba bromeando.

Él besó dulcemente su nariz y luego sus labios.

―Pero entonces tendría que dejar de mirarte mientras duermes.

―Adulador.

Él trazó la forma de su rostro con un toque suave como una pluma. Su suave sonrisa vaciló mientras recorría su cuello, los vívidos moretones allí.

―¿Yo…? ―Tragó audiblemente―. ¿Te lastimé? Cuando nosotros... no fui tan cuidadoso como debería haber sido.

Y ahí estaba esa ráfaga vertiginosa otra vez. Esa burbuja de felicidad tan pura que ella quería reírse de la alegría. Él era un buen hombre.

Bella abrió la boca para negar sus palabras pero lo reconsideró. Hasta ahora no había hecho muchas cosas bien en su vida. Esto, ellos, era importante. No iba a dar eso por sentado solo porque él fuera su alma gemela.

Así que, no iba a mentirle.

―Alguien me dio una paliza hace unos días. ―Ella suspiró y acarició su mejilla antes de que él pudiera agachar la cabeza―. Tú no fuiste quien me lastimó. Estoy dolorida. No estoy rota. Me diste exactamente lo que necesitaba.

Él puso una mano sobre la de ella contra su mejilla, acariciando las crestas de sus nudillos.

―Estás un poco lastimada. ―Deslizó sus dedos por su brazo hasta que encontró su mano enyesada―. De eso estaba hablando con Eleazar.

―¿Sobre mi muñeca rota? ―Ella arqueó una ceja.

―Le pedí que dejara algunas cosas en el baño, en caso de que quisieras darte una ducha. ―Inclinó la cabeza―. O usar la bañera.

―Oh, la bañera ―susurró con reverencia. ¿Cuándo fue la última vez que usó una tina?

―Si la usas, no tendrás que vendarte la muñeca, siempre que tengamos cuidado. ―Se puso de pie e hizo un gesto con la cabeza―. Vamos. Te ayudaré.

Unos minutos más tarde, Bella se encontró en un baño grande e iluminado, abrigada con una bata que Edward sacó de la nada, observando mientras llenaba la bañera redonda. El vapor se elevó, haciendo que el aire fuera espeso y agradable, impregnado por el aroma del aceite de baño de lavanda que vertió en el agua caliente. Lo observó, mordiéndose el labio inferior.

Él la miró y frunció el ceño. Se puso de pie y se acercó a ella, con una mano en su hombro mientras le limpiaba una lágrima del rabillo del ojo.

―¿Qué ocurre?

―Nada. ―Ella resopló con fuerza y sacudió la cabeza, acercándose a él―. Solo... no creo que nadie me haya preparado un baño.

―¿Nunca?

―Bueno. Tal vez una niñera cuando era una niña pequeña. ―Ella lo rodeó con sus brazos y se apoyó contra su pecho.

Él le dio un apretón y se apartó, llevándola hacia la bañera.

―Vamos.

Ella observó con sorpresa cómo él se metía en la bañera. Vestido solo con bóxer, se sentó en el amplio borde de la cabecera de la bañera y se dio unas palmaditas en la rodilla. Entendiendo la idea, Bella se quitó la bata prestada y entró en la bañera. Usando su rodilla para mantener el equilibrio, se sentó en el agua, gimiendo mientras el calor perfecto fluía sobre su piel.

―Eso se siente tan bien. ―Su cuerpo dolorido se relajó y se reclinó contra las piernas de él.

Él le frotó el lugar detrás de las orejas, aliviando un leve dolor de cabeza.

―¿Estás bien ahí? ―preguntó Edward, en tono suave. Vertió agua tibia con una taza sobre su cabeza inclinada para mojarle el cabello.

Bella se dio cuenta de que llevaba callada durante varios minutos. Aspiró el vapor y la lavanda, buscando las palabras adecuadas, preguntándose si debería sentirse cohibida.

―Estaba pensando si seré buena o no en todo este asunto de la relación. ―Ella dejó escapar un gemido bajo, feliz mientras él le aplicaba champú en el cabello, masajeando su cuero cabelludo mientras lo hacía―. Has hecho esto antes.

―¿Esto? ―Él se rio entre dientes―. Creo que nunca antes le he dado un baño a alguien. ―Dejó que sus manos se sumergieran en el agua, jugueteando con el contorno de sus pechos―. Aunque disfruto la vista.

―No esto. ―Ella le arrojó agua―. Simplemente eres bueno cuidándome. No sé si se me habría ocurrido hacer algo así por ti.

―Bella. ―Le puso la mano bajo la barbilla y le levantó la cabeza. Se inclinó y besó la punta de su nariz―. ¿Crees que no me cuidas? ¿Qué fue lo primero que hiciste el día que nos conocimos? Alimentaste a un extraño recién salido de prisión, medio hambriento. Me presentaste a mi sobrino. Eres buena conmigo, cariño. Eres buena para mí.

La idea la complació. Quién lo diría. ¿Había alguien más en todo el maldito mundo cuya vida mejorase porque ella era parte de él? Qué concepto tan novedoso, y al que tomaría algún tiempo acostumbrarse.

―No sé si te hace sentir mejor, pero en caso de que así sea, todo esto también es nuevo para mí. ―El tono de Edward era plano, tan gentil como sus manos mientras se movían sobre su cabello, masajeando el acondicionador ahora.

―¿Qué es nuevo? ¿Las relaciones? ―Bella frunció el ceño―. Pero las has tenido antes.

Él suspiró y se rio entre dientes.

―Cariño, eso fue hace mucho tiempo. Al menos tres versiones de mí desde la primera relación. ―Mojó sus manos en el agua y enjuagó el exceso de acondicionador―. Ahora pienso en las relaciones de manera diferente que antes.

―Ibas a casarte con Tanya. Eso es bastante serio.

―Bueno, en términos de compromiso, claro. Hemos tenido versiones de esta conversación. La gente entabla relaciones sin pensar a largo plazo, sin pensar en cómo será la sociedad. Iba en serio con Tanya. La amaba. Pero ¿eso me convierte en una buena pareja? ―Él se burló―. ¿Quién habría elegido al hombre que era en ese entonces? Un mentiroso. Y un tramposo. Un criminal.

Con las manos en sus hombros, la empujó hacia adelante suavemente.

―Córrete.

Ella lo hizo y él se deslizó en la bañera detrás de ella, con bóxer y todo. Él la rodeó con sus brazos, sus dedos recorrieron su cuerpo mientras enterraba su nariz en su cuello.

―Necesito que sepas que esto, para mí, es más, Bella. ―Presionó sus labios contra su mejilla y su cabello―. No doy nada por sentado. Si esto fuera solo sobre emoción, sobre atracción y conexión, sería pan comido. Me enamoré de ti antes de saber que debía hacerlo. Mi corazón y mi alma son tuyos. Pero nada de eso me convierte en una buena pareja para ti.

―Edward…

―Shh. ―Sus brazos alrededor de ella se apretaron―. Está bien. Lo que digo es que todavía no sé quién debo ser. Estoy tratando de ser bueno. Un buen hombre. Un buen hijo. ―Él tragó con fuerza y el sonido sonó fuerte en su oído―. Si alguna vez llega el momento en que no soy lo suficientemente bueno para ti…

―Edward ―lo amonestó.

―Tú y yo sabemos que lo del alma gemela no me hace suficiente.

Ella se apartó y estiró el cuello para mirarlo.

―Y te elegí antes de eso. Te elegí por mi propia voluntad. A la mierda el destino.

Él sonrió y besó su mejilla.

―Lo sé. Y no estoy diciendo que estuvieras equivocada. Estoy diciendo que sé que necesito trabajar para ello. Trabajar en mí. Trabajar en nosotros.

―Ambos lo necesitamos. ―Tuvo que sonreír, porque ¿no estuvo pensando lo mismo antes? ¿Que no podía dar nada por sentado? Ella inclinó la cabeza hacia atrás y besó la parte inferior de su mandíbula―. Esto va a funcionar.

―¿Oh? ―Él besó sus labios. Sus dedos dibujaron círculos alrededor de su ombligo bajo el agua―. ¿Qué te hace decir eso?

Ella suspiró, disfrutando de su toque, su cuerpo volvió a la vida fácilmente, las terminaciones nerviosas se despertaron una por una.

―Ninguno de nosotros sabe lo que está haciendo ―susurró―, quiénes vamos a ser. Estamos en la misma página. El mismo libro. ―Ella levantó los ojos para mirar los de él―. Yo también tengo que ser lo suficientemente buena para ti. Podemos resolverlo. Juntos.

―Juntos ―repitió, como si estuviera probando la palabra.

―Suponiendo que no me encierren por intento de asesinato.

Él sacudió la cabeza y se agachó para besarle el hombro.

―No lo harán. ―Las palabras eran firmes: una promesa.

―Lo sé ―musitó, casi creyéndole.

Le presionó la barbilla con dos dedos y volvió a levantarle la cabeza. Él la besó. Y la besó.

Y mientras sus manos descendían, acariciando el interior de sus muslos, ella dejó que esa preocupación se desvaneciera y dejó que su mundo volviera a reducirse a él.

A ellos.