Pasadas varias horas donde la chica pudo conciliar un poco el sueño, una mano le movió el hombro con cuidado. Abrió los ojos poco a poco, en la bodega entraba ya algo de luz, el rostro de Trafalgar era sereno.
–Vamos a desembarcar –le informó a medida que la chica se desperezaba.
Ella ya lo sabía, pues su poder proveniente de una fruta siempre estaba activo. Notaba las gaviotas del cielo, los marineros que estaban en cubierta, las ratas que correteaban por la bodega, los peces nadando a su alrededor e incluso la cercanía con la isla, además de la presencia de más personas allí. Ambos subieron al otro piso, esquivando a algún que otro marinero.
El hombre al que sobornaron anoche estaba en cubierta, mandando a dos hombres bajar una pequeña barca con remos al agua. Law se acercó para hablar con él y probablemente pagarle más. Pero la mujer se quedó mirando por la barandilla de madera, el clima era frío por las horas tempranas pero no tanto como anoche, el agua brillaba por la luz del sol reflejada. La brisa marina era agradable, la libertad también era maravillosa.
Finalmente el pirata se había despedido de los marineros y ambos bajaron al bote que ahora descansaba sobre el agua, esperando a ser usado. La isla no estaba lejos, ambos se pusieron de acuerdo para remar en esa dirección, ninguno abrió la boca en todo el viaje, la tensión se podía sentir en el aire.
Trafalgar se había molestado en atar el bote a un árbol tras desembarcar en la isla, que parecía a simple vista desierta –de vida humana–, pero llena de animales de todo tipo.
La temperatura en aquella zona era algo más cálida y el sol agradable en la piel. Ella comenzó a caminar hacia donde sentía la presencia de personas, dentro de la jungla, al otro lado de la costa, en una zona llena de acantilados y rocas.
Law sacó un comunicador del bolsillo para llamar a sus compañeros, pero la cobertura no funcionaba del todo bien. Lo volvió a guardar, algo molesto, tocaba explorar.
–No te alejes mucho, aquí hay serpientes venenosas –siseó a la chica, viendo como entraba con total confianza a un matorral.
–Lo sé –le responde ella, con una pequeña sonrisa que no pudo ver el pirata.
Llevaban un rato caminando por la zona, se extrañaba de no haber percibido ninguna amenaza, ni siquiera escuchaban a los animales, no había visto tampoco insectos. Parecía que estaban solos, y es que la mujer estaba provocando que toda vida se alejara de ella por su poder. Las ondas electromagnéticas que desprendía su habilidad eran un buen repelente de seres sensibles a ellas.
Trafalgar se sentía un poco mareado, pensó que sería el calor de la isla tropical, pero sobre los humanos también era efectivo pero imperceptible. A cada paso que daba, su cabeza daba vueltas. Hasta que casi tropezó y acabó sentado sobre una gran roca cubierta de musgo antes de caer al suelo.
La mujer se dio la vuelta por el ruido y caminó hasta el pirata, agachándose un poco para verle la cara mejor, aprovechando que ya no llevaba el gorro de la noche anterior. Una gota gorda de sudor bajaba por su sien.
–¿Estás cansado? –preguntó extrañada, había sido el primero en dormir la noche anterior– ¿Tienes calor?
–S-Si –se pasó la mano por la cabeza, peinándose el cabello desordenado un poco.
–¿Sí a qué? –murmuró ella, viendo como el pirata intentaba hacerse el fuerte y se levantaba casi tambaleándose para retomar el camino.
Tras dar dos pasos, se dejó caer contra el tronco de un árbol grande. La chica rodó los ojos y se fue en otra dirección a buscar algo de agua, había sentido un riachuelo cerca.
Tenía un poco de calor, se había desabrochado el abrigo largo que le prestó la noche anterior. Notaba el sudor en su pecho, pero corría una pequeña brisa que hacía aguantable el clima. Decidió que era el momento de desactivar su poder, al menos por ahora.
Un rato más tarde, ella había aparecido con una hoja grande doblada en forma de cuenco, llena de agua fresca que acababa de recoger de un pequeño río que fluía jungla dentro. El pirata no se había movido mucho del sitio, así que eso facilitó que lo pudiera localizar, aunque al llegar se encontró una situación diferente.
Law se había retirado la camisa larga negra que vestía, y se había colocado en otro árbol donde daba más sombra. El tronco estaba fresco por el musgo y el rocío de la mañana, lo que ayudaba a regular su mareo. Se había colocado una hoja sobre la frente para bajar la temperatura corporal y permanecía con los ojos cerrados, pero atento a todo. Estaba un poco mejor.
–Toma –le murmuró la chica, sin despegar la vista de él, entregando con el máximo cuidado la hoja.
El hombre la miró brevemente antes de comenzar a beber lentamente aquel líquido esencial. Tras esto, se secó la comisura del labio con el dorso de la mano tatuada y suspiró en alto. Sus músculos definidos se tensaron un poco.
La mujer se quedó unos segundos pasmada, admirándolo. En su corta existencia había visto demasiados hombres escasos de ropa por haber estado trabajando en el burdel, pero durante esa etapa de su vida ninguno –por muy atractivo que fuera–, le había llamado la atención. Ese pensamiento iba muy ligado al hecho de que nunca había podido vivir su sexualidad libremente, con relaciones consensuadas y deseadas. Así que por primera vez, estaba disfrutando de las vistas.
–Gracias… –le murmuró, volviendo a apoyar la cabeza en la madera de atrás con aire despreocupado– Por cierto, ¿cómo te llamas?
La aludida volvió a la realidad, notando esos ojos grises clavados en su ser.
–Yo… –dudó en decirle la verdad, pero a estas alturas ella era una don nadie– Serah, no recuerdo otro nombre.
El hombre se quedó en silencio, al menos ya no tenía que dirigirse a ella como "mujer". No quiso añadir nada a la última frase, conocía de sobra lo que era vivir como esclavo para la familia Donquixote, no iba a remover la mierda ahora.
–¿Puedo saber el nombre de mi salvador? –Serah había reído en voz baja por la broma.
Él estaba muy lejos de ser un salvador, lo miró de arriba abajo una vez más antes de que se levantase y se volviera a vestir. Más bien parecía la maldad encarnada, pero nada más lejos de la realidad.
–Trafalgar Law –le respondió, mostrando una pequeña sonrisa por la ocurrencia de ella.
–¿Law? –repitió en alto– Me suena ese nombre de los periódicos, ¿eres alguien famoso?
El pirata retomó el camino y ella lo siguió, aunque en realidad era al revés porque solo Serah sabía la ruta.
–Algo así… –respondió perezosamente el moreno.
–Eres buena orientándote.
Aquello era una especie de felicitación por parte de Trafalgar. Serah se encogió de hombros, realmente era su habilidad, pero ahora no iba a revelarle todo. Si el tiempo los volvía aliados, ya tendría otro momento de confiar en él.
–Vamos a reunirnos con mi tripulación –anunció él, una vez vieron de lejos el grupo de hombres que se encontraban cerca de la playa rocosa.
–Espero que no me dejes aquí después –le avisa antes de que el resto los viera acercarse.
–Tampoco he prometido lo contrario… –responde Law, pero Serah no se enfada, nota el tono de broma en sus palabras– Aunque tampoco soy de abandonar a damiselas en apuros en una isla desierta.
Ella se encoge de hombros pero no responde nada. Nota que con el paso de las horas, el hombre es más amistoso y hablador, todo lo contrario a la primera impresión que había tenido de él.
–¡Capitáááán! –grita uno de sus subordinados antes de salir corriendo hacia él.
Un hombre de metro setenta y vestido con un mono blanco se abalanzó sobre el pirata y casi lo hace caer al suelo. Law lo aparta con sus manos como puede pero luego otros dos compañeros más se lanzan sobre él, y finalmente acaban rodando por la tierra. Uno de ellos ni siquiera era humano, si no un oso polar gigante ciertamente intimidante.
–Os quitáis ya u os lanzo por la borda luego… –amenazó apartando a manotazos a los tres, que estaban encima de él gritando mil cosas a la vez.
Serah levanta las cejas ante la escena, desde luego que no esperaba ese comportamiento tan infantil en unos piratas. Pero desde fuera ya se les veía como algo anormal dentro de su mundo. Empezando por ese dichoso animal bípedo que no apartaba la mirada de la chica desde que se había levantado después de aplastar a su capitán.
–Capitán, ¿quién es su acompañante? –pregunta de forma inocente, señalando la ropa que le había prestado y que obviamente Law no portaba– ¿No había ido a por información?
–¡Que os quitéis! –gritó el susodicho aún en el suelo, apartando por fin a sus subordinados e incorporándose, sacudiendo los restos de tierra de su ropa– Es largo de contar…
Y así, todos los miembros presentes se quedaron mirando con curiosidad a la chica, preguntándose por la relación que tenía con su capitán. Algunos descartaron que fuera su nuevo ligue, ella era demasiado guapa. Otros dijeron que sería el nuevo miembro de la tripulación.
Sea como fuere, finalmente subieron a bordo del Polar Tang –el submarino amarillo que estaba atracado ahí mismo– y se adentraron de nuevo en el mar junto a una nueva compañera. Era tan solo el inicio del vuelco que iba a dar su vida en los próximos meses.
