–No –la respuesta del capitán fue fulminante.
–Te he dicho que puedo entrenar y pelear… –Serah se removió en la cama de él, enfadada.
Miró al respaldo de la silla de al lado, donde estaba el hombre sentado intentando estudiar unos planos, pero la chica de nuevo había interrumpido en su habitación con total confianza. Ya se había acostumbrado a molestarlo por las noches cuando le atacaban las pesadillas de nuevo.
Law al principio refunfuñaba, pero luego y aunque le costase aceptarlo, le agradaba su compañía. Últimamente se pasaban horas hablando por las noches, hasta que ella se cansaba y se iba a su cuarto a dormir, cuando ya no le daba más conversación.
Pero esa noche era diferente, esa noche le pidió participar en la alianza pirata que tenía con los Sombrero de Paja, quería ayudar contra Doflamingo, pero él se había negado abiertamente. Ya no solo por su delicado estado de salud, también porque hasta hace un par de semanas era un simple civil sin entrenamiento. No había salvado su vida para arriesgarla de nuevo a la primera oportunidad.
Sin embargo, Serah tenía un as en la manga para intentar convencerlo. Se levantó de la cama de un brinco y se quedó de pie junto a él, tocó tímidamente su hombro con la mano y esperó a que el hombre la mirase.
Ahí es cuando se concentró en su poder, activó el radar, ahora sentía su presencia al lado, la superficie de cada centímetro del submarino, los otros piratas en el comedor hablando o durmiendo, los peces que nadaban a una distancia prudencial, las gaviotas que sobrevolaban el océano… Sus iris se habían tornado rojos por la intensidad del poder.
Antes de decir nada, Law se tocó la sien con un par de dedos, empezaba a sentir molestia y un leve dolor de cabeza, incluso náuseas.
–¿Qué está pasando? –preguntó, frunciendo el ceño.
No sabía si era su imaginación, pero podía ver una sombra detrás de la chica, casi igual de alta y traslúcida.
–Puedo ser útil para el plan –le respondió, sonriendo.
–¿Qué estás haciendo? –insistió, su dolor de cabeza estaba en aumento– ¿Eres usuaria? ¿Algún tipo de haki?
–¿Cuántos peces crees que están nadando a nuestro alrededor, capitán?
El pirata se había levantado del escritorio, empezaba a notar un fuerte mareo. No entendía qué era ese poder, pero sabía que lo estaba produciendo ella. Quería mostrar lo amenazante que podía llegar a ser.
–¿Sabes que Bepo está dándose una ducha? –informó en tono de pregunta– ¿Sabes que Shachi está jugando a las cartas en el comedor?
–¿Cómo sabes todo eso? –su tono era de preocupación, los oídos le pitaban.
–Puedo verlo todo –pronunció la última palabra con más énfasis– Hace años comí la fruta Sona, y me convertí en un sonar viviente.
Ella desactivó el poder, el mareo cesó. Law lo agradeció, se cruzó de brazos. No le había gustado mucho ser su conejo de indias para demostrarlo.
–¿Como el de un submarino? –preguntó con curiosidad.
–Más o menos, pero funciona en tierra y en mar –explicó orgullosa– Puedo notar la vida, la muerte, los objetos inanimados, cualquier cosa que se mueva, y si me concentro puedo verlo como si estuviera ahí delante …
–Curioso –murmuró para sí mismo– ¿Cuánta distancia tiene?
–Ahora puedo extenderlo a ocho kilómetros.
El pirata asintió mirando a la chica y luego volvió a sentarse en su escritorio. El plan de conseguir los planos de la mansión de Doflamingo había fracasado por esa chica, pero si lo hacía bien, irónicamente ella también podría solucionarlo con su poder.
–Quiero ayudar, Law. Por favor.
Ahora debía debatir si ponerla en peligro era proporcional a la ayuda que les podría conceder revelando la ubicación de todos los enemigos. Volvió a mirar el mapa de Dressrosa que tenía delante, todo era tan complicado…
–Bueno, ahora que sabes mi secreto –dijo ella tirándose a la cama de espaldas no sin antes arrebatarle un libro del escritorio, dispuesta a quedarse un rato más– ¿Me cuentas sobre tu poder?
El pirata no le digirió más miradas, pero pensó que era su momento de devolverlo. Una risotada inundó la habitación, pero pronto fue cortada por sus quejas.
–Shambles.
–Oye –protestó Serah por el libro que acababa de desaparecer de sus manos y en su lugar había una pluma de escritura– ¿Usaste lo mismo aquella vez, verdad? Cuando me sacaste de la isla.
–Si –su respuesta fue bastante escueta.
–¿Y no me puedes decir nada más? –se quejó.
La observó ahí tirada, con una cara de enfado digna de una cría pequeña, en cierto modo le dio ternura. Pero antes de que sus pensamientos siguieran por ese camino, quiso echarla de la habitación.
–No –se levantó de su silla de nuevo, ordenando a la chica que se levantará de la cama y se fuera a la puerta– Y sabes, es tarde, quiero dormir.
–Pero si te acuestas super tarde, mentiroso –le acusó ella, levantando una ceja– Si te molesto, solo tienes que decírmelo, eh.
Serah se marchó de la habitación del capitán, dejándolo con la palabra en la boca. Law se arrepintió de haber sido tan borde con ella, simplemente necesitaba tiempo para pensar.
Se sentía más y más agotado cada día, tantas cosas que perfeccionar y planear, se pasaba casi las noches en vela repasando el mapa. Quería que todo fuera perfecto… Poco a poco se iba desmoronando esa fachada de tipo duro que intentaba mostrar con ella.
–Menudo idiota, si molestaba solo tenía que decirlo…
La chica se alejó del camarote farfullando por los pasillos, de camino al comedor porque sentía algo de hambre. Allí se encontró a Shachi jugando con Penguin a las cartas, no había nadie más. Ambos la invitaron a sentarse en cuanto la vieron aparecer por la puerta.
–¿Otra vez sin dormir?
–Más o menos –respondió ella con mala cara, asaltando la nevera para coger algo de comida.
Después de encontrar una lata de refresco, se sentó con ellos en aquellos bancos metálicos.
–¿Has discutido otra vez con el capi? –dijo Penguin, sonriendo ampliamente.
Serah suspiró, abrió la lata y dió un largo sorbo. Sintió el frío de la bebida subir rápidamente a su cerebro, arrugó la nariz ante tan desagradable sensación.
–Más o menos –repitió.
–No se lo tengas en cuenta, siempre es así –le defendió el otro– Literalmente, desde crío siempre ha sido así de borde y enfadica.
La chica se quedó mirando el montón de cartas que había sobre la mesa, en silencio. Luego decidió preguntar con algo de curiosidad.
–¿Os conocéis desde niños? –ladeó la cabeza, interesada en el tema.
Si bien en los últimos días había conseguido arrancar de Law un par de frases más aparte de sus monosílabos, aún sentía que no lo conocía del todo bien. Aunque hasta ahora lo que sabía de él no le desagradaba en absoluto.
–Ah, ¡él nos salvó la vida! –reconoció el pelirrojo, tomando una carta del mazo.
–Suena un poco exagerado… –murmuró la chica.
Pensó en algún tipo de metáfora relacionada con su amistad, pero nada más lejos de la realidad.
–En serio, le salvó el brazo a Penguin –el susodicho se bajó la manga del mono y enseñó la cicatriz que unía su extremidad– Le explotó una bomba, y el capi fue capaz de operar y unir las partes.
Los chicos seguían jugando animadamente a las cartas mientras ella pensaba en la situación. Serah se estremeció al pensar en la herida que tuvo para tener semejante corte. Y también admiró el hecho de que alguien tan joven pudiera realizar tal hazaña.
–Pero en otras ocasiones es tan estúpido.
–Hacía falta una mujer en la tripulación –murmuró Penguin, dejando otra carta sobre la mesa, pero con más entusiasmo que antes– He ganado.
–Una mierda –se quejó su amigo, dejando sus cartas amontonadas sobre el metal– Eres un tramposo, no juego más.
Serah se limitó a mirar cómo discutían ambos hasta que se cansaron y Shachi volvió a barajar para jugar otra partida.
–¿Me consideráis de la tripulación? –preguntó ella, dejando salir una pequeña sonrisa– Algunos no parecen estar de acuerdo.
Habían sido unas palabras algo tontas, pero sentir que perteneces a algún sitio y puedes tener un objetivo, era algo realmente gratificante.
–Por supuesto, Serah –le respondió el pelirrojo, mostrando la hilera de dientes con su sonrisa– El capitán también desea que te quedes, aunque no lo diga a menudo, más bien nunca. Pero le conozco.
–Bueno, os haré caso… –dijo ella pegando el último sorbo a su refresco y levantándose del asiento para tirarlo en la basura.
Tras esta breve conversación nocturna, la mujer se marchó a su habitación, dejando a los chicos jugando animadamente un par de partidas más antes de irse a dormir.
