La sensación de dolor y desesperación era agobiante. Las ganas de llorar afloraban por cada centímetro de su piel. Su cuerpo comenzó a temblar, reviviendo una y otra vez los traumas de años atrás.
Law había reparado en que Serah, ahora tumbada en su cama, estaba tensa. La chica había aceptado su invitación de nuevo y se había tomado la libertad de invadir el camarote del capitán. Pero rato después de dejar de hablar porque él seguía estudiando unos planos, ella se había quedado dormida sobre el blando colchón.
El hombre quiso acercar la mano y despertarla con cuidado, pero vio las enormes ojeras que tenía bajo los ojos, posiblemente llevaba días sin dormir apenas. No era el momento de interrumpir su sueño, pero tenía que hacer algo para apaciguarlo. Y tuvo la idea de solucionarlo con algo fuera de su normal comportamiento.
Pero ya había roto esos límites con ella horas antes, haciendo contacto físico. Ya había demostrado una vez su cariño en voz alta, si ella despertaba en mitad de la noche, tampoco iba a ser una sorpresa ver aquello.
Con cuidado la movió un poco a un lado de la cama, y luego de descalzarse, se acomodó a su lado, la almohada era suficientemente larga para ambos. Dudó unos segundos, pero luego de continuar viendo cómo temblaba, la acunó en su pecho lentamente, para no perturbar su sueño en exceso.
Después de unos instantes, ella se removió bajo sus brazos, y Law se quedó estático pensando en que despertaría y probablemente se pusiera nerviosa –o lo mandaría a la mierda– después de verlo así de cerca.
Nada de eso pasó, Serah se acomodó de nuevo en su nueva almohada, algo más cálida, y siguió durmiendo dejando de temblar progresivamente. El capitán la observó un poco más, hasta que decidió que era momento de cerrar también un poco los ojos.
¿Cuántos años hacía que no dormía junto a alguien?
Vino a su mente esos días en los que dormía en la casa del viejo Wolf junto a Shachi, Penguin y Bepo. Había tenido una infancia muy desgraciada, al igual que ella. Conocer a sus amigos fue prácticamente su salvación.
No todos tenían dicha suerte. Había gente que tenía la desgracia de vivir siempre sumida en un mundo de oscuridad, así era su vida en la familia Donquixote.
Recordó las últimas palabras que le había dedicado Corazón antes de ser asesinado por su hermano.
Él ya era libre.
Había encontrado un sitio donde vivir y disfrutar de la vida. Siguió aprendiendo medicina, como si su existencia dependiera de ello, entrenó cada día, se hizo más fuerte junto a sus amigos.
Partieron de la Isla Swallow hacía ya tantos años, sin mirar atrás. Y sólo regresaría a visitar a Wolf cuando Doflamingo estuviera entre rejas.
Se sentía orgulloso de sus logros, pero no era suficiente. Debía vengar a su amigo, el que arriesgó su vida por salvar su enfermedad. Llevaba mucho tiempo con aquel veneno devorando su corazón.
Apenas quedaban unos días para pisar Dressrosa, y mañana se reunían por fin con los Sombrero de Paja. Estaba ansioso y nervioso por ambas partes. No sabía qué sería de él en apenas 72 horas.
Volvió a abrir los ojos y observó el sueño tranquilo de Serah. Su respiración elevaba su pecho lentamente, notaba sus latidos calmados contra su piel. Parecía descansar tranquila.
El olor que provenía de su cabello era agradable, nunca había prestado atención a esos detalles. No era especialmente fanático de las flores, pero ese leve aroma a lavanda le gustaba.
Sin casi pensarlo, alargó el brazo para acariciar su pelo, era largo, suave y brillante. Sus dedos se enredaron en las hebras oscuras sin ningún problema, y siguió bajando la mano para terminar de peinarlo. Repitió varias veces, era relajante.
Aún con la leve luz de su camarote, no perdía detalle de su rostro mientras seguía acariciando su cabeza. Pestañas alargadas, mejillas coloridas, nariz respingona, barbilla fina… y unos labios rosas algo gruesos.
¿En qué estaba pensando Law?
En lo terriblemente atractiva que se veía esa mujer entre sus brazos. En lo hermosa que estaba durmiendo tranquila. En la ternura que le provocaba verla descansar gracias a él.
Y fue acercando su rostro al de ella, lentamente.
Podía notar su respiración chocando contra su piel, aquella visión era hipnotizante. Se sentía casi hechizado, necesitaba urgentemente tenerla más cerca. No era una persona impulsiva, salvo aquella vez con trece años que se encabezonó en tatuarse la palabra "muerte" en los dedos de la mano.
Acarició su mejilla con el dorso de la mano, era igual de suave a como se la imaginaba. Recordó el tímido beso que le dio en el moflete horas antes.
¿Esos labios, contra los suyos, serían igual de suaves?
Ahora era su rostro el que acumulaba sangre por la vergüenza. Qué extraña sensación.
Se inclinó un poco más, ella tenía la boca entreabierta, más tentadora que antes. Pero se detuvo, eso no estaba bien.
Por muchos deseos que tenía de aquello, de sentir su boca contra la suya, de explorar cada cavidad húmeda con su lengua, de acariciar cada centímetro de su piel, no era lo correcto. Al menos no así, con ella durmiendo, sin poder decidir si quería o no. Si finalmente tenían relaciones, sería siempre bajo su consentimiento.
Cerró los ojos y suspiró en el momento en que pensaba eso. Se preguntó si ella deseaba corresponderlo en algún momento. No era idiota, sabía cómo lo había mirado antes en la ducha, pero de ahí a desear profundizar la cosa, había un largo camino. La respuesta no se hizo esperar mucho más.
–¿Law? –una suave voz lo llamó.
Serah había despertado, sus ojos oscuros estaban clavados en él. No parecía rechazar la cercanía, pero se veía algo confusa y sorprendida.
El médico iba a hablar, a intentar explicar porqué se había metido en la cama con ella y la abrazaba con cariño. Pero era difícil de justificar. Le costaba aún aceptar lo que deseaba acortar esa distancia entre los dos.
–Por favor… –los ojos de ella lo miraban casi suplicantes.
El pirata se sorprendió. Ahí tenía su respuesta. Ella también deseaba acabar esa tortura. O se decidía a hacerlo, o se apartaba y no volvería a molestarla nunca más. Su corazón iba a mil por hora, casi sufría una taquicardia.
Durante apenas unos segundos sus ojos marrones y grises chocaron, pero rápidamente esas miradas bajaron a otro objetivo.
Así que él decidió seguir inclinándose
más y más, hasta estar lo más cerca posible, la nariz de ambos rozó un poco por la cercanía.
Serah había notado su respiración cálida y agitada en el rostro, y después un suave beso sobre sus labios rosados. Aunque el primer contacto fue algo áspero por la incipiente barba que crecía en el rostro del médico, el tacto de piel contra piel fue demasiado agradable.
Sabe Dios que ella nunca había deseado un beso de un hombre como ahora deseaba aquel con su capitán.
Primero uno lento, ambos tenían los ojos cerrados. Law quería dominar la situación, sin embargo, aquel era prácticamente su primer beso. Sus labios presionaban levemente el superior de ella, no sabía cómo continuar, se sentía tan inexperto.
La mano que anteriormente había acariciado su mejilla ahora se había deslizado hábilmente hasta el cabello oscuro, enredándose entre sus hebras, como había disfrutado antes con el olor a lavanda.
La chica suspiró contra sus labios, apenas se habían separado un poco para tomar aire. Luego se incorporó un poco en el colchón, con medio cuerpo sobre Law, y decidió iniciar ella otro lento pero apasionado beso. Su mano se apoyó en el pecho de él, podía sentir perfectamente su corazón latir del nerviosismo, cosa que le pareció tierna. Ahora eran dos adultos disfrutando plenamente de la compañía del otro.
Caricias, besos…
Ella se deleitaba jugueteando con su lengua, era mucho más experta en esas cosas por lo que tenía ventaja en saber dónde tocar y qué hacer, conociendo perfectamente las reacciones que iba a tener su capitán.
Se alejó pero no demasiado. Tomó su rostro con cuidado, lo giró hasta dejar el cuello expuesto. Dejó un camino de besos de la mejilla hasta la oreja agujereada con dos pendientes dorados. Pasó la lengua de forma traviesa desde el lóbulo hasta el cartílago superior, un escalofrío recorrió la espalda del pirata.
Luego de terminar de humedecer su oreja, pasó a divertirse por su cuello, más besos, más mordiscos. Serah había doblegado completamente a ese chico. Se sentó sobre su cadera en cuanto pudo, él ya no respondía. Mantenía los ojos cerrados, la piel expuesta y la boca entreabierta.
Hasta ahora se había mordido la lengua, pero cuando ella aumentó el ritmo de los besos húmedos, él ya no pudo aguantar algún que otro gemido.
Serah se separó un poco, lo suficiente para acomodarse encima suyo y notar lo que estaba provocando en Law. Sus ojos grises brillaban como nunca, en sus labios asomaba una sonrisa que jamás había visto en él, mezcla de vergüenza y excitación.
Casi podía jurar que tenía las mejillas algo rojas. Tampoco le preguntó si quería seguir. No, ese bulto duro bajo sus bragas le resumía bastante bien lo que deseaba hacer con ella.
Y ahí despertó.
Unos tímidos golpes en la puerta de su camarote hicieron que Law abriera los ojos molesto. Se había quedado dormido sobre la mesa, encima de todos esos mapas de Dressrosa. Se sentía aún un poco atontado, la chica dormía aún en su cama, tal y como recordaba.
El médico se levantó y abrió con cierta molestia a su navegante. Tan solo asomó media cara para hablar con él.
–Capitán, ya hemos contactado con los Sombrero de Paja –informó casi susurrando– En media hora los alcanzamos.
–Genial –asintió el aludido, cerrando la puerta y dejando a Bepo algo confundido en mitad del pasillo.
Se apoyó en la puerta de hierro y maldijo en su interior a su compañero, a su interrupción, pero sobre todo a aquella mujer que dormía plácidamente delante de él, ignorando todo a su alrededor.
Había tenido el mejor sueño que recordaba nunca y reconocía que no le importaría recrearlo. Pero ahora tenía que dejar de lado esos deseos, porque se aproximaba el culmen de su venganza.
Así que salió del camarote rumbo a las duchas, para darse una bien helada y volver a la realidad.
