Doflamingo había anunciado recientemente a la prensa que dejaba su puesto en los Siete señores de la guerra del Mar, esto había conmocionado al mundo entero. Serah, Robin, Law y el prisionero paseaban por las calles de Dressrosa, había demasiada gente y mucho barullo formado.
Se habían vestido algo diferente para pasar desapercibidos, aunque Serah no tenía un cartel de "Se busca", el resto sí. La chica aguantó la risa cuando vio a su capitán con un bigote postizo en la cara y unas gafas de sol.
Luego se puso una gabardina marrón y la dejó abierta, enseñando el pecho, cosa en lo que ella no había protestado pero dudaba en la efectividad, sus tatuajes eran fácilmente reconocibles. Robin solo llevaba un vestido largo y unas gafas de sol para tapar sus ojos, desde luego que los Sombrero de Paja no se tomaban muy en serio esta misión.
El prisionero era un hombre muy alto, vestido con una bata de laboratorio demasiado llamativa. Law había decidido vestirlo con otro abrigo largo y negro y un gorro grande para que le tapase la cabeza, el pelo y la cara, pero éste no paraba de quejarse.
Como ir con esposas por la calle no era una opción viable, el médico había usado su habilidad para literalmente sacarle el corazón –cosa que impresionó demasiado a Serah y casi vomita de la impresión cuando lo vio sobre su mano, latiendo–. Volvió a ver a su capitán como un hombre sádico y cruel, una imagen que tenía tiempo antes de conocerle.
El plan parecía ir bien, iban esquivando a la gente, atravesando grandes calles, evitando hablar o chocar con nadie. Todo estaba lleno de juguetes que se movían y parecían tener vida propia, niños que jugaban alegremente con ellos, ignorando la oscura realidad de aquella isla. Cuando lo observas desde el exterior, sientes cierta lástima.
Se escurrieron entre el tumulto hasta llegar al inicio del largo puente metálico que conducía a la isla de Green Bit, un pequeño terreno que llevaba sin habitarse cerca de 200 años y presumiblemente abandonado. El cirujano había usado su poder para teleportar al grupo al otro lado rápidamente, no quería jugarsela por el mal estado del puente. Además dos de ellos eran usuarios de fruta.
Green Bit era realmente un islote pequeño y lleno de vegetación tan alta donde alcanzaban sus ojos. El capitán no abría la boca desde hacía rato, iba con su espada apoyada en el brazo y vigilando de reojo a Caesar, el prisionero, que caminaba a su lado sin parar de quejarse a cada segundo.
Serah suspiró, no sabía si seguía distante por algo que ella había provocado o simplemente estaba así por el plan. Sea como fuere, Robin –que caminaba junto a ella en silencio– se había dado cuenta.
–¿Y cómo decidiste unirte a su tripulación? –preguntó la arqueóloga, iniciando su interrogatorio.
–Oh, bueno … –soltó la otra mujer– Es una larga historia.
– Tenemos tiempo de sobra –rió.
Ambas mujeres se sonrieron. Serah dudó un poco, pero luego decidió confiar en Robin. Parecía buena persona y estaba lejos de tener malas intenciones, calaba a la gente demasiado bien.
Después de un resumen rápido de cómo Law la había rescatado de Ripper Down, contó sin mucho detalle el mes en los piratas Heart y su deseo de ayudar contra la familia Donquixote.
–Os parecéis bastante –murmuró su compañera, para evitar que el cirujano las escuchara.
Aunque el hombre estaba a bastantes metros de ella, paseando por la playa inquieto, seguido del prisionero, así que probablemente no podía oír nada entre sus quejas y el sonido del mar chocando con la arena y piedras.
–¿Law y yo? –preguntó Serah, en una mezcla de confusión y duda– Lo dudo.
Robin se aclaró la garganta.
– Investigué un poco su pasado, estuvo varios años en la familia Donquixote, hasta que asesinaron a un infiltrado.
La chica se cruzó de brazos algo inquieta. Debía reconocer que siempre se preguntaba el porqué de las acciones de Law. Siempre estaba serio y parecía enfadado cuando trataban el tema o hablaban de Doflamingo. Era obvio que algo ocurría, pero él no era el tipo de persona que se abre tan fácilmente a los demás.
–¿Y qué pasó después? –preguntó, curiosa.
– No hay rastro de él en años, hasta que aparece a los diecisiete fundando su banda pirata en el North Blue.
Robin se acomoda ahora las gafas de sol. El gigante luminoso está en todo lo alto del cielo y es ciertamente molesto.
El relato de su nueva amiga encajaba con la historia de su infancia que habían compartido Shachi y Penguin con ella. Indudablemente había una razón de peso para que se uniera a aquella infame familia, pero no era algo que le interesase remover ahora. Todos tenemos secretos, y también derecho a guardarlos.
Ambas de quedaron en silencio unos instantes, hasta que la arqueóloga decide preguntar algo más.
–¿Confías en él?
Serah tuerce los labios, la primera respuesta que cruza su mente es un claro "si", pero hay algo más.
–Me ha salvado la vida varias veces.
–¿Entonces estás aquí porque sientes una deuda? –insiste Robin.
Le gustaba conocer a la gente, le gustaba indagar sobre sus vidas, y a veces conocer también sus peores secretos. Gracias a eso, sabía la razón de actuar de muchos.
–No –niega rápidamente– Estoy aquí porque quiero que ningún niño más sufra lo que he pasado yo. Y si tengo que arriesgar mi vida para ello, lo haré.
Robin sonríe ampliamente con esa respuesta, es justamente la motivación que desea escuchar. Ese pensamiento también lo comparte con ellos, aunque no implica directamente a Doflamingo.
Law está cansado de esperar, no para de dar vueltas por la playa cual animal enjaulado. Caesar le sigue en todo momento.
– Devuélveme mi corazón, desgraciado.
El cirujano le ignora, saca un caracol de comunicaciones de su abrigo y duda en si llamar o no. Entretanto, el científico está de nuevo delante de él, molestando.
–¿Me has escuchado? –le gritó, agitando los brazos– Tú, Trafalgar, dame mis cosas.
El hombre de mirada gris le dedica una cara que le provoca un escalofrío por la espalda y se queda callado de nuevo.
Serah se fija de nuevo en su capitán, si no fuera por lo absurdo del disfraz, podría afirmar que aquella ropa le favorecía bastante. Sus tatuajes sobre los músculos marcados eran agradables a la vista.
Y ahí recordó el episodio de la ducha. Sin darse cuenta, los colores suben a sus mejillas rápidamente, cosa que no pasó desapercibida para la arqueóloga. Llevaba unos minutos observando detenidamente a los dos.
–Es guapo, ¿eh? –le da un codazo, acercándose un poco.
–¿¡Quién, Law!? –la otra morena había alzado demasiado la voz, hasta llamar la atención del aludido, al otro lado de la playa.
Pero al ver que no pasaba nada, ignoró a ambas y siguió en su tarea de mirar a la nada, haciendo que no escuchaba al científico protestar de nuevo.
–¿Te gusta, no es verdad? –le guiña el ojo la arqueóloga.
Serah se queda casi muda e intenta decir algo de forma atropellada.
–¡No! –niega casi a voces, su voz tiembla– ¡Para nada!
–No te pongas tan nerviosa –Robin había soltado una risita traviesa por lo bajo– Será nuevo secreto.
Pero antes de que pudiera protestar, el capitán se había teleportado delante de ambas haciendo uso de su habilidad.
–¿Qué ocurre, señor cirujano? –le interroga Robin, que volvía a ponerse sería.
Law desenfunda su katana hábilmente. La arqueóloga cruza los brazos, Serah simplemente activa su sensor, parece que hay peligro.
–Estad atentas –avisa él– Algo se acerca.
