Todo comenzó a temblar como si sucediera un terremoto a gran escala, una bola gigante rodeada de fuego descendió del cielo bajo la atónita mirada de los cuatro. Las olas comenzaron a chocar ferozmente contra la playa, subiendo la marea.

–¿¡U-un meteorito!? –gritó Robin, preparada para usar su habilidad, pero en ese momento poco podría hacer con su fruta.

Trafalgar Law, activando rápidamente su poder, agitó su katana cortando el aire a gran velocidad y dicha piedra en el camino. Los pedazos de roca terminaron hundiéndose en el agua, lejos de ellos.

El médico estaba atento a todo, a un simple movimiento o ataque. Oyeron pasos del interior de la jungla a sus espaldas, un enorme matorral se removió y una mano surgió detrás para terminar de apartarlo. Un hombre alto, corpulento y vestido con un blanco uniforme apareció frente a ellos, caminando tranquilo, envainando de nuevo su espada.

–Vaya, parece que alguien paró mi ataque –se quejó el hombre.

Esa larga capa blanca era la prueba inequívoca de que no era un espadachín normal y corriente.

–¿Qué hace aquí la Marina? –preguntó Robin en alto.

–¿La Marina? –cuestiona Serah, sin perder de vista al marine que acababa de aparecer frente a ellos.

Mantenía los ojos cerrados, visiblemente inútiles por una profunda cicatriz en ambos que cruzaba ferozmente su rostro. Pero su expresión era solemne, tranquila. Se paró y tomó aire.

–Este hombre es un almirante –le informa la arqueóloga casi en un susurro– Se llama Fujitora.

El cuerpo de Serah se tensó de arriba abajo. Así que ahora entendía esa sensación de miedo que tuvo al activar su sensor antes. Ese enorme poder emanaba de aquel hombre, y era tan terrorífico que no podía llegar ni a imaginar lo que era capaz de hacer.

–Todos sois piratas buscados – dijo el almirante, alzando la voz y desenfundando el arma– Pero a mí ahora solo me interesa Caesar Clown. Tiene cuentas pendientes por Punk Hazard…

Apuntó con la katana directamente a Law aunque no fuera capaz de ver, era obvio que su ceguera no era impedimento alguno.

– Entrégamelo, cirujano, a menos que quieras que haga daño a tus compañeras y acabéis todos en Impel Down –su voz se había vuelto seria y amenazadora.

Un escalofrío recorrió la espalda de la nueva integrante de los Heart.

Law solo miró en dirección a Robin y su compañera, ellas asintieron en silencio. El plan seguía su curso, si entregaban a Caesar, no tendrían con qué distraer a Doflamingo. Ahí empezaba su apuesta arriesgada de vida o muerte.

Pasaron los segundos, nadie dijo nada. La tensión era tan cortante. El almirante asintió en silencio, y una formidable sonrisa cruzó su rostro.

–Con que esas tenemos, ¿eh? –amplió más aún su sonrisa– Juguemos. ¿Serás capaz de detener más?

El médico lanzó el corazón del científico a Robin, quién lo detuvo con cuidado y guardó bajo la ropa. Era una orden directa de que se marchasen. Caesar lo miró casi con odio, pero no tenía más remedio que seguirlas, aunque ya no estaba aprisionado con piedra marina y podía usar perfectamente sus poderes para escapar volando, no le convenía huir demasiado si quería seguir vivo.

–Room –pronunció el cirujano en alto, que ya se había despegado el ridículo bigote que había llevado para ocultarse del enemigo, ya no tenía sentido si hasta un ciego lo reconoce.

Una cúpula color azul envolvió casi toda la isla, el poder de Law había mejorado considerablemente. Estaba dispuesto a luchar con todo, al menos hasta que ellas estuvieran lo suficientemente lejos y a salvo de Fujitora.

Y así Robin tomó a Serah de la mano y corrieron lo más rápido que sus piernas lo permitieron, seguidas del científico detrás.

–Empecemos –anunció el almirante, desenvainando la katana violeta.

Pero poco pudieron avanzar, pues algo cortó a gran velocidad el aire y se clavó directamente en las extremidades de Serah, provocando un grito de dolor extremo por parte de la mujer, que cayó al suelo chocando con las rodillas en la arena.

El cirujano, que paraba las embestidas de Fujitora a duras penas, se giró para ver cómo su compañera se arrodillaba ante una figura que acababa de descender del cielo casi por arte de magia, rosa, imponente.

Era él.

Doflamingo.

Su risa inundó la isla.

–No te distraigas –le reprochó Fujitora, arremetiendo un par de veces más contra la katana de él– Tu rival soy yo.

–¡Serah! –le gritaba Robin, que había sido apartada de una patada por el recién llegado, posteriormente se levantó de la arena con cierta molestia.

–Oh, qué conmovedor –la voz de aquel hombre era una mezcla de aterciopelada y afilada a la vez– No sabía que ahora tenías una amiguita, Law.

Serah sentía algo metálico y fino atravesarle la piel, que tiraba directamente de sus huesos. Ese dolor era indescriptible. Esos hilos invisibles la hicieron levantarse de la arena de la playa y caminar hacia el nuevo pirata que los había interrumpido. Cuando estuvo más cerca, una mano alzó su mentón para poder admirarla mejor.

Ahí pudo observar a su captor, cabello corto y rubio. Una mandíbula profundamente marcada, aquella sonrisa siniestra, y unas gafas rojas que tapaban sus ojos. Vestía una mezcla de colores llamativos y otros pastel, llevaba un abrigo de plumas rosas sobre la espalda y el pecho al descubierto, al igual que la mitad de sus piernas.

Y supo quién era.

–¿Qué puedo hacer contigo, muñequita? –ronroneó aquel hombre, frunciendo el ceño, analizando a la chica de arriba abajo.

–¡Ni se te ocurra tocarla! –gritó al otro lado Law, aunque estaba entretenido en su pelea contra la Marina.

Doflamingo rió en alto y se apartó de la mujer apenas un paso atrás, luego hizo un gesto con los dedos y otros dos hilos atravesaron la piel de las piernas de Serah, terminando de tumbarla frente a él. Ella suplicaba en silencio que aquel dolor acabase, ya se estaba temiendo lo peor, todos muertos y ella de vuelta a un burdel. Cerró los ojos, aguantó las lágrimas, debía ser fuerte.

–No estás en posición de exigir, Law –le informó el pirata, mirando de forma divertida a la chica a sus pies– Pronto me divertiré contigo.

El almirante dio el último espadazo contra el cirujano de la muerte y luego se apartó de un brusco salto hacia atrás. Nunca le había gustado la forma de actuar de Doflamingo, y menos ahora, aprovechando que su rival estaba ocupado. Era el momento de poner a prueba a ambos y dejarse de juegos sucios. Cerró los ojos para concentrarse, volvieron los temblores. Esta vez uno fue uno, si no dos meteoritos los que se acercaron a la isla donde estaban todos.

Aprovechando la confusión, Robin –aún con el corazón en su poder–, se marcha corriendo junto al científico. Doflamingo deseaba detenerlos pero uno de los cometas va directamente a él, el otro al médico, que lo despedaza de un tajo limpio. Los resto de las piedras caen al mar y este se revuelve contra la costa. La tensión aumenta entre los tres.

Doflamingo vuelve al ataque contra Law, se cubrió las piernas de haki de armadura y arremete contra el hombre en una danza de golpes sin posible contestación, pues él solo se concentra en el cuerpo de Serah inerte en la arena, había perdido la consciencia por el dolor minutos antes y sus extremidades se encontraban llenas de sangre.

La había llamado a gritos más de una vez pero no era rival alguno para aquel hombre, menos si añadía al almirante. Un golpe más fuerte de lo normal, y el médico acabó en el suelo, lejos de su katakana. El rubio le pisó uno de los brazos, con suficiente fuerza para romper algún hueso, y en medio de aquel grito de dolor, se inclinó sobre su cuerpo, quedando en cuclillas sobre su pecho, haciendo alarde de su poder.

–¿De verdad creíste que escaparías de mí? –murmuró, rompiendo a reír, levantando el pie de nuevo y pisoteando la cara de Law con la suela de su zapato– ¿De verdad pensabas que podíais vencerme? No me hagas reír…

Fujitora, que se había mantenido al margen hasta ahora, levantó la katana hacia el pirata. Usó su habilidad con la gravedad y el cuerpo del médico se hundió en la tierra, arrancando otro grito de dolor por su parte, un par de costillas rotas más.

–Detente, no lo mates –le amenazó– Tus órdenes son apresarlo.

Doflamingo terminó de patear su cara hasta dejarlo inconsciente y luego miró al almirante con mala cara, odiaba que le interrumpieran cuando estaba jugando con su muñeco.

–Tsk –chasqueó la lengua– cómo odio a la Marina…

El marine se marchó de su vista segundos después, y el rubio observó a los dos cuerpos tirados patéticamente en la playa. Tenía órdenes de entregarlos a las autoridades, pero eso no quitaba que se pudiera divertir con ellos un poco más. Una amplia sonrisa apareció en su rostro antes de arrastrar a ambos a su palacio en lo alto de Dressrosa. Más tarde seguiría con su diversión.