Un murmullo lejano lo despertó.

–¡Han derrotado a Sugar! ¡Los juguetes se han despertado!

Law parpadeó un par de veces hasta poder abrir los ojos totalmente.

–¡La ciudad es un caos, Doffy! –alguien gritaba a lo lejos– ¿Qué hacemos?

–Malditos Sombreros de Paja…

El cirujano pudo distinguir que estaba tirado en el suelo de una habitación enorme, con las paredes grises hechas de piedra. Había alguna ventana que permitía la entrada de luz en la estancia, pero estaba tapada por enormes cortinas, así que esa claridad tampoco molestó a sus ojos.

Los pasos de alguien resonaron a lo lejos y una puerta de madera se cerró fuerte, dejándolos solos de nuevo, pues su compañera estaba al lado de él, también en el suelo.

El médico se sentía mareado y confuso, tenía ambas manos apresadas con unos grilletes de piedra de mar, por lo que sus movimientos eran limitados. Serah seguía ahí tirada, decidió intentar despertarla, moviendo ligeramente su espalda.

–Despierta –pidió el moreno, agitando su cuerpo de forma algo brusca al ver que no hacía ruido alguno.

Pero después de unos segundos, la chica se removió en su sitio y levantó la cabeza, taciturna. También sentía un mareo propio de llevar aquellas cadenas, pero añadido al dolor de hace unas horas, su cuerpo era una mezcla de sensaciones desagradables.

–Mmm… –se quejó antes de incorporarse un poco contra la pared– ¿Law? ¿Qué ha pasado?

–Nos apresaron –respondió.

–Estamos jodidos –Serah soltó una carcajada, apoyándose en la pared junto a él.

El hombre le dedicó una pequeña sonrisa. Poco más podían hacer. No conocía a Luffy desde hacía mucho, pero estaba seguro de que se encargaría de poner las cosas patas arriba, si no lo estaba haciendo ya.

Hubo unos segundos de silencio, ninguno quiso decir nada. El ánimo estaba bastante bajo, ambos habían fallado en su intento de venganza, si no conseguían salir de allí, todo estaba perdido. Solo les quedaba disfrutar de su desgracia, al menos en compañía.

–Oye Law… –murmura la chica, mirando de lado al pirata– El otro día estabas muy raro conmigo, ¿hice algo que te molestó?

Trafalgar dudó, con todo el lío del último día se había olvidado del famoso sueño que tuvo con ella. Se reprochó por la vergüenza que sintió al recordar aquella fantasía, estaban en una situación bastante sería como para pensar en tonterías.

Serah seguía observándolo con una mueca, sus labios fruncidos demostraban la molestia que sentía al verse ignoraba por el hombre demasiado rato.

Se dignó a girar la cabeza y mirarla también, tenía un corte en el rostro, magulladuras por todos los lados, las ropas rasgadas y manchadas además de la sangre seca. Un ardor surgió de lo más profundo de su interior. Un odio que iba dirigido al autor de aquello, Doflamingo.

Tal vez sus sentimientos no eran una tontería, tal y como pensaba.

–Es complicado –fue lo único que dijo, volviendo a enterrar la cabeza entre sus rodillas.

Serah no estaba contenta con esa respuesta. Ya habían aclarado que él la quería en la tripulación, pero a veces sus acciones eran tan extrañas. Un día la abrazaba y al siguiente no le dirigía la palabra en horas.

–Tenemos tiempo –negó ella, apoyando su mano en el hombro de él– Demasiado, muy lejos no vamos a irnos así.

Y levantó los brazos molesta por las cadenas. La piedra de mar consumía poco a poco las pocas energías que tenía dentro. Sabía que solo podían esperar, con los piratas de la familia Donquixote fuera, poco podrían hacer.

–Me gustaría no pasar las últimas horas de mi vida aburrida mirando a una pared de piedra –insistió al ver que él ni se inmutaba.

Law suspiró, demasiado alto para su gusto. Estaba agobiado por todo. Por un lado se sentía un inútil incapaz de cumplir sus palabras. Tantos años esperando aquel día, donde supuestamente derrotaría a Doflamingo. Y apenas duró dos minutos de combate contra él.

¿Qué pensaría Corazón de él? ¿Estaría decepcionado?

Estaba temblando como un flan, se sentía pequeño y cobarde, como cuando tenía diez años y no paraba de llorar por la muerte de su mentor. No había cambiado nada ahora a sus veintidós.

Serah se quedó callada, viendo como su capitán derramaba lágrimas silenciosas. Desde lo más hondo de su corazón podía entender la profundidad del significado de la venganza contra el pirata. Aunque no se lo había contado directamente, sabía que era algo muy personal, y sentía haber fallado.

La mujer intentó consolarlo un poco, acercándose, apoyando su cabeza en el hombro de él, rodeando su espalda con sus brazos –todo lo que me dejaba las cadenas. No estaba solo, tenía a su tripulación, al banco, le tenía también a ella. Nadie estaba decepcionado por él.

–Llevas demasiada carga… –murmura ella en su oído de forma cariñosa– A veces debemos apoyarnos en los demás para seguir adelante.

– No me gusta delegar las cosas –niega él, sin querer levantar la cabeza, aún sigue llorando, le tiembla la voz.

– No eres más débil por pedir ayuda –contestó la morena, decidida– Las personas más fuertes se suelen apoyar en los demás, y de ahí sale su fortaleza.

Law dudó, se secó rápidamente las lágrimas y los mocos que acababan de salir, y luego la miró. Era la primera vez que se derrumbaba así delante de alguien desde que era un crío. Tal vez no era una experta consolando a los demás, pues realmente el médico había sido su primer amigo real, pero él lo agradeció y se sintió un poco más calmado.

–Gracias.

Ella sonríe ampliamente, aunque muestra una pequeña mueca de dolor. Trafalgar se apoya de nuevo en la pared, no tiene su gorro y se siente raro con el cabello suelto, despeinado. Siente que ella aún lo vigila, no está del todo satisfecha con su respuesta.

–Te molestó que me quedase dormida en tu habitación –no era una pregunta.

–No –responde él, pasando sus brazos por detrás de la cabeza para acomodarse mejor en la pared.

Además, fue él el que la había invitado a volver de nuevo.

– Te molestó que te robase el abrigo –siguió enumerando cosas.

– ¿No? –murmuró– Si te lo di yo para el frío.

– Entonces fue la apuesta de Shachi y Penguin… –Serah se había puesto algo nerviosa.

Law enarcó una ceja, era la primera vez que escuchaba sobre el tema.

–¿Qué apuesta? –preguntó al ver la reacción cómica de la chica.

–¡Ah, nada! –intentó disimular.

Serah se encogió de hombros e intentó cambiar de tema, pero el cirujano era también demasiado curioso y no iba a dejarlo estar tampoco.

Tuvieron una batalla de miradas hasta que ella se sintió cansada y acabó confesando.

–Hace unos días apostaron otra vez que estábamos o liados o discutíamos mucho –dijo con cierta vergüenza.

– ¿Otra vez? –esas dos palabras juntas con esa oración no le hacía mucha gracia.

–Hace semanas que lo hicieron por primera vez.

Sus amigos habían estado haciendo travesuras de nuevo a sus espaldas.

–¿Y qué les hace pensar que ahora sí?

–Bueno, cuando me tuvieron que despertar en tu cama … –torció los labios– Intenté explicarlo pero no entraron en razón y…

– Da igual, es una tontería –negó, volviendo a cerrar los ojos, despreocupado– Ya se cansarán.

El corazón de Serah, que hasta ahora iba a mil por hora, fue calmándose progresivamente. Tal vez para ella no era una idea tan estúpida. Tal vez sí que había algo de sentimientos de por medio, de ahí su nerviosismo al hablar del tema. Quería tantear el terreno con él, pero al ver que Law mostraba desinterés, se decepcionó un poco.

–Tienes razón –rió ella, disimulando– No sé qué tienen en la cabeza para pensar que yo querría eso…

El cirujano entreabrió los ojos y observó en dirección a la chica, que miraba un punto fijo del suelo. No sabía si había soltado eso como puya o lo pensaba realmente.

–¿Perdón? –se inclinó un poco hacia ella– ¿Acabas de insinuar que no merezco la pena?

Serah se aguantó la risa, había caído en su trampa completamente.

– No dije eso, dije que no tengo tan mal gusto –le guiñó el ojo, jugando.

Law se mordió el labio, en condiciones normales no le seguiría la broma pero en la situación en la que estaban, prefería hablar a quedarse sentado mirando la nada y lamentando su existencia por horas.

– Cuando me viste en la ducha desnudo, tu cara no decía lo mismo.

La sonrisa de ella se esfumó en un segundo. Ella levantó una ceja y ladeó la cabeza, él también quería participar, pero no iba a darle el gusto.

– No fui yo el que se metió en la cama cuando estaba durmiendo.

Trafalgar no supo qué decir, así que aquel sueño que tuvo fue parcialmente real. Solo supo que se había despertado en su silla, desconocía hasta qué parte se había imaginado. Tal vez era el momento de investigarlo.

– Porque estabas temblando de frío –se excusó.

No sonó muy convincente.

– Podrías haberme echado una manta, no meterte…

–¿Tanto te molestó? –preguntó, extrañado.

–No –negó, realmente fue una de las mejores noches que tuvo.

– Pero podrías haber dicho que estabas despierta –se quejó.

– Estaba más cómoda contigo –Serah había respondido eso por impulso, notó algo de calor en sus mejillas– Además, nunca me habían acariciado el cabello así…

Esto último hizo que el cirujano soltara una pequeña risa, un punto más a su ya crecido ego.

–¿Dónde quedó el mal gusto? –se burló.

–Cállate… –protestó la mujer, apoyándose de nuevo en la pared, el médico la imitó.