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Serah abrió los ojos al llegar al orgasmo y arqueó la espalda, era la primera vez que un hombre la hacía correrse. También era la primera vez que deseaba que la tocasen como Law lo estaba haciendo. Sus piernas aún temblaban, notaba el clítoris palpitando por la concentración de sangre.

Estaba empapada en sudor, su pecho subía y bajaba rápidamente. El pirata se había recostado junto a ella en la cama, mientras recuperaba el aliento o lo intentaba.

–¿Qué tal? ¿Bien? –le preguntó él a la vez que se limpiaba los dedos y la comisura de los labios con su propia lengua– Qué rico.

La morena tomó aire y se comenzó a reír, muerta de vergüenza. Tuvo ganas de taparse la cara pero le encantaba chocar contra esa mirada intensa gris.

–¿Tú qué crees? –dijo mientras se despegaba el pelo de la cara– Idiota.

Ella se había girado sobre sí misma en la cama, apoyada en un codo sobre la almohada, para observar cómo su capitán la miraba con el ego subido por las nubes.

–No te podrás quejar.

Serah se humedeció los labios y luego amplió la boba sonrisa que asomaba en su rostro.

–¿No te gustaría seguir? –sugirió, pasando los dedos por el pecho de él, acariciando el tatuaje que lo decoraba.

–Es tentador… –murmuró Law, disfrutando con los ojos cerrados como ella dibujaba una línea imaginaria sobre los músculos de sus abdominales.

La chica no perdió tiempo, se había abalanzado sobre su capitán en apenas un abrir y cerrar de ojos. Le robó uno, dos, tres besos… Le encantaba probar su aliento. Volvieron a compartir aire y saliva unos segundos más, pero esta vez ella se había sentado sobre su cadera –como en el sueño de hace unos días.

Él gruñó cuando sintió el trasero de ella apretar lo que últimamente le estaba reclamando un poco de atención. Serah sonrió satisfecha cuando el pirata bajó las manos de sus caderas a su culo, y después apretó cada nalga con firmeza.

El muchacho le había dado un azote juguetón sobre la piel desnuda, que probablemente había dejado alguna roja por el golpe pero no le disgustaba, estaba marcando territorio. Eso solo se lo permitiría a él.

–Eres una caja de sorpresas, Law –le gimió al oído antes de pasar la lengua por todo el borde del cartílago hasta los pendientes del lóbulo– No sabía que te gustaba jugar así.

–Hay muchas cosas de mi que no sabes –le respondió en el mismo tono juguetón.

–¿Me quieres enseñar? –insinuó, a la vez que él introducía sus manos bajo el jersey violeta de ella.

Fue levantando con cuidado la prenda, a la vez que se besaban. Pero en el momento en que fue a acariciar su espalda desnuda, Serah se quedó paralizada. El cirujano notó que la chica estaba tensa y se detuvo.

–¿Qué ocurre? ¿Quieres parar? –preguntó al ver el cambio en su cara.

–Me gustaría mostrarte algo, aunque es un poco desagradable –le avisó, desviando la mirada.

–Dudo que tengas algo que me desagrade.

La chica sonrió con algo de amargura y terminó de retirarse la ropa, dejando su pecho al descubierto. Trafalgar Law pensó que era la mujer más atractiva que había visto nunca.

Ella tomó sus manos de nuevo y le invitó a seguir acariciando su espalda ahora descubierta del todo. Él fue pasando la palma de la mano con cuidado, esperando encontrar una herida o una cicatriz. Ahora entendía por qué solía estar tensa en las revisiones médicas o evitaba darle la espalda en la ducha.

Sus yemas palparon la piel que años atrás estuvo calcinada. Se había hundido levemente en la zona y era algo irregular, pero no le daba asco, todo lo contrario. Había vuelto a despertar ese odio que sintió hacia Doflamingo al descubrir su pasado. Ahora hacia el maldito noble mundial que se atrevió a ponerle la mano encima. Se lamentó de no haber estado para ella antes.

–Eres perfecta –añadió el pirata mientras acariciaba la enorme cicatriz que cubría su espalda.

La atrajo contra sí mismo, apretó sus hombros al momento en que ella comenzaba a sollozar sobre el hueco de su cuello.

–Te quiero –murmuró en un hilo de voz al momento que sus lágrimas comenzaban a brotar– No sé como agradecer todo lo que has hecho por mí…

Law no supo qué responder ante esto, lo había pillado con la guardia baja. Tal vez esa mezcla de sentimientos que tenía en el pecho cada vez que pensaba en ella tenían un nombre. Pero a él le costaba mucho más abrirse a los demás, por lo que aún tardaría en corresponder esas palabras. Besó su pelo con ternura.

–No hace falta que me digas nada ahora –dijo ella, volviendo a separarse un poco para poder mirarlo a los ojos– Sentí la necesidad de soltarlo. Con estar contigo así ya estoy feliz…

El cirujano comenzó a acariciar su cabello con mimo. Los dos quedaron en silencio unos segundos, disfrutando del calor del otro.

–¿Te sientes incómoda? –preguntó él, mirando fijamente al techo, con la otra mano libre le acariciaba la espalda.

–No –negó, apretando los labios– De hecho, aunque haya cortado un poco el rollo, yo quiero seguir…

Law levantó una ceja, desde luego que esa mujer era imparable, y eso prácticamente había hecho que se volviera loco por ella.

–No has cortado nada, eh –la interrumpió– Si no quieres seguir, lo entenderé y…

–Calla, bobo –Serah lo había silenciado con un beso, agarrando su cara con ambas manos, se había incorporado de nuevo.

Cuando se separó, apenas lo hizo unos centímetros, le gustaba sentir ese cosquilleo de su respiración, estar envuelta en su olor…

–Entonces, prefiero arriba –pidió el, tomando su cintura, con la idea de empujarla contra la cama.

–De eso nada, capitán –negó ella, riendo, colocando sus manos sobre las de él para apartarlas– Yo gané la apuesta…

–Ganaste un beso, el resto ha sido cortesía mía –se burló Law, activando su habilidad– Room. Shambles.

El médico había intercambiado posiciones con su compañera, ahora él estaba encima y ella bajo su dominio. Serah le dedicó una mala mirada.

–Eso es trampa, capitán –pronunció la última palabra de forma burlona.

–Entonces, castígame –murmuró aquellas palabras tan tentadoras justo en su oído, provocando un pequeño suspiro por parte de la chica.

– Buscaré una forma de hacértelo pagar –respondió, bajando sus manos del pecho del hombre hasta el inicio de los pantalones que aún llevaba puestos y le molestaban enormemente– Pero de momento, voy a divertirme…

Y ambos se sumieron en un intercambio de caricias, besos con lengua, suspiros… hasta quedar desnudos sobre la cama del camarote del capitán.

Aquella vez fue la primera de todas que Serah deseaba realmente ser tocada por alguien más, y el cirujano tuvo todo el cuidado del mundo para hacerla sentir cómoda y deseada.

Ambas tripulaciones seguían festejando en el barco de los Sombreros de Paja, mientras ellos disfrutaban de la compañía y el cariño del otro, pasando casi toda la noche en vela, conociendo Serah cada recoveco del cuerpo de su ahora amante.