Descargo de responsabilidad: ya saben ustedes que PUCCA y sus personajes no me pertenecen, le pertenecen a su creador Boo Kyoung Kim. Yo sólo usé sus personajes, para crear esta historia loca, pero según yo entretenida.

Descargo de responsabilidad 2: así como el libro de Harry pottery sus personajes no me pertenecen, pues le pertenecen a la autora JKRollin. yo sólo utilicé a Harry potterpara juntarlo con Pucca, así que no plagien, adapten o copien por favor que eso no está bien.

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"Sé que no lo van a querer, pero es necesario si quieren su salvación." _( Albus Dumbledore)

La profesora McGonagal sabía que no debía insistir, pero no pudo evitarlo, así que preguntó curiosa y se volvió a sentar.

–¿Una carta?

Al ver que no respondía, continuó más intrigada.

–Dumbledore ¿Está seguro que podrá explicarlo todo en una carta? Esa gente jamás comprenderá a Harry y mucho menos los Sanada entenderán a Garu, serán famosos, unas leyendas. No me sorprendería que el día de hoy fuera conocido en el futuro como el día de Harry y Garu Potter, escribirán libros sobre Garu y Harry, todos los niños del mundo conocerán su nombre.

–Exactamente.

Dijo Dumbledore con mirada muy seria por encima de sus gafas.

–Sería suficiente para marear a cualquier niño, famosos antes de saber hablar y andar, famosos por algo que ni si quiera recuerdan, ¿No se da cuenta que sería mucho mejor para ellos que crezcan lejos de todo hasta que estén preparados para asimilarlo?

La profesora McGonagal abrió la boca, cambió de idea, tragó y luego dijo.

–Sí, sí, tiene razón, por supuesto. Pero, ¿Cómo van a llegar los niños hasta aquí, Dumbledore?

De pronto observó la capa del profesor, como si pensara que podía tener escondido a Harry y a Garu.

–Hagrid va a traerlos.

–Le parece, "sensato", ¿confiarle a Hagrid algo tan importante como eso?

Cuestionó la profesora McGonagal, respondiendo Dumbledore sin dudarlo.

–A Hagrid le confiaría mi vida.

–No estoy diciendo que su corazón no está donde debe estar.

Dijo a regañadientes la profesora McGonagal.

–Pero no me dirá que no es descuidado, tiene la costumbre de... ¿Qué ha sido eso?

Un ruido sordo rompió el silencio que los rodeaba, se fue haciendo más fuerte. Mientras ellos miraban a ambos lados de la calle, buscando alguna luz.

Aumentó hasta ser un rugido, mientras los dos miraban hacia el cielo. Y entonces una pesada moto calló del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos como si no fuera nada.

La era de la moto inmensa, pero si se le comparaba con el hombre que la conducía parecía un juguete. Era dos veces más alto que un hombre normal y al menos cinco veces más ancho, se podía decir que Hera demasiado grande para que lo aceptaran y, además, tan desaliñado, cabello negro, largo y revuelto y una barba que le cubría casi toda la cara, sus manos tenían casi el mismo tamaño que las tapas del cubo de la basura y sus pies, calzado con botas de cuero, parecían crías de delfín, en sus enormes brazos musculosos sostenía dos bultos envueltos en mantas.

–Hagrid.

Dijo aliviado Dumbledore.

–Por fin, ¿Y ¿Dónde conseguiste esa moto?

–Me la han prestado, profesor Dumbledore.

Contestó el gigante, bajando con cuidado del vehículo mientras hablaba.

–El joven Sirius Black me la dejó. Los he traído, señor.

–¿No havido problemas por allí?

Cuestionó Dumbledore, a lo que Hagrid dijo.

–No, señor. La casa estaba casi destruida, pero los saqué antes de que los muggles comenzaran a aparecer, se quedaron dormidos mientras volábamos sobre Bristón.

Dumbledore y la profesora McGonagal se inclinaron sobre las mantas, entre ellas se veían dos niños pequeños, profundamente dormidos. Y bajo una mata de pelo negro azabache sobre la frente, pudieron verles una cicatriz con una forma curiosa, como un relámpago.

–Fue allí.

Susurró la profesora McGonagal.

–Sí.

Respondió Dumbledore.

–Tendrán esa cicatriz para siempre.

–¿No puede hacer nada, Dumbledore?

Preguntó la profesora McGonagal y Hagrid.

–Aunque pudiera, no lo haría. Las cicatrices pueden ser útiles, yo tengo una en la rodilla izquierda que es un diagrama perfecto del metro de Londres.

Dijo Dumbledore e indicó.

Bueno, deja a Harry aquí, Hagrid, es mejor que terminemos con esto.

Dumbledore se volvió hacia la casa de los Dursley.

–Puedo… ¿Puedo despedirme de ellos, señor?

Preguntó Hagrid, respondiéndole Dumbledore.

–Sí, pero solo de Harry, aún tenemos que llevar a Garu a otro lado.

–Pero, ¿A dónde, señor?

Cuestionó Hagrid con curiosidad, hablando de nuevo Dumbledore.

–Ya lo verás, pero por ahora apresúrate.

–S-Sí, señor.

inclinó la gran cabeza desgreñada sobre Harry y le dio un beso, raspándolo con la barba. Entonces, súbitamente, Hagrid dejó escapar un aullido, como si fuera un perro herido.

–Shhh.

Lo silenció la profesora McGonagal.

–Vas a despertar a los muggles.

–Lo… Siento.

Lloriqueó Hagrid y se limpió la cara con un gran pañuelo.

–Pero no puedo soportarlo. Lili y James muertos y los pobrecitos de Harry y Garu tendrán que vivir con Muggles.

–Sí, sí, es todo muy triste. pero domínate, Hagrid, o van a descubrirnos.

Susurró la profesora McGonagal, dando una palmada en un brazo de Hagrid. Mientras Dumbledore pasaba sobre la verja del jardín e iba hasta la puerta que había enfrente, dejando suavemente a Harry en el umbral y retiraba a su gemelo Garu de su lado.

Sacó de su capa una carta, la escondió entre las mantas del niño y luego volvió con los otros dos, sosteniendo a Garu con los dos brazos. Durante unos largos minutos los tres contemplaron al pequeño bulto que habían dejado, mientras que los hombros de Hagrid se estremecieron. La profesora McGonagal parpadeó furiosamente, la luz titilante que los ojos de Dumbledore irradiaban naturalmente parecía haberlos abandonado.

–Bueno.

Dijo finalmente Dumbledore.

–Ya está, no tenemos nada que hacer aquí. será mejor que nos vallamos, dejemos a Garu en la aldea de Sooga, por allá por corea del sur y nos unamos a las celebraciones.

–Ajá.

Respondió Hagrid con voz ronca.

–Voy a devolver la moto a Sirius. Buenas noches, profesora McGonagal, profesor Dumbledore.

Hagrid se secó las lágrimas con la manga de la chaqueta, se subió a la moto y le dio una patada a la palanca para poner el motor en marcha y con un estrépito se elevó en el aire y desapareció en la noche. El profesor Dumbledore y la profesora McGonagal no se despidieron, solo se alejaron uno del otro sin mucha prisa.

Se paró Dumbledore en el otro lado de la calle y con una sola mano sacó de su capa el apagador, que activó varias veces y las luces de todo el lugar se encendieron. Desde allí pudo ver el gato atigrado que se escabullía entre las casas y al bulto en la puerta del número cuatro, mientras que el volvía a guardar el apagador y sostenía a Garu con más firmeza. Dándose la vuelta y bajando por la calle, para desaparecer con un movimiento rápido de su capa, mientras se despedía del niño que había dejado.

–Buena suerte, Harry.

Y allí se quedó el niño, que no sabía que él y su hermano eran héroes, que no se enteraría pronto que era parte de un mundo mágico, que había perdido a su gemelo, que se despertaría con los gritos de la señora Dursley cuando sacara las botellas de leche, que su primo lo jalaría por ansioso y que millones de personas coreaban su nombre y el de su hermano.

–Que viva Garu y Harry Potter, los niños que sobre vivieron.

No, él no se Enteraría de nada. Solo se giraría un poco entre sus mantas y tomaría la carta, apretándola entre sus manitas mientras dormía.