Descargo de responsabilidad: ya saben ustedes que PUCCA y sus personajes no me pertenecen, le pertenecen a su creador Boo Kyoung Kim. Yo sólo usé sus personajes, para crear esta historia loca, pero según yo entretenida.

Descargo de responsabilidad 2: así como el libro de Harry pottery sus personajes no me pertenecen, pues le pertenecen a la autora JKRollin. yo sólo utilicé a Harry potter para juntarlo con Pucca, así que no plagien, adapten o copien por favor que eso no está bien.

000

"Aunque escapen nunca dejan de seguirnos, a pesar de que no son bienvenidos y los quiero fuera." _(Vernon Dursley)

La mañana del domingo, tío Vernon estaba sentado ante la mesa del desayuno con aspecto de cansado y casi enfermo, pero aparentemente feliz.

–No hay correo los domingos.

Les recordó alegremente, mientras ponía mermelada a su periódico.

–Hoy no llegarán las Malditas Cartas.

Algo llegó zumbando por la chimenea de la cocina, mientras él hablaba y le golpeó con fuerza en la Nuca. Al momento siguiente, 30 o 40 cartas cayeron por la chimenea como balas. Los Dudley se agacharon, pero Harry saltó en el aire, tratando de atrapar una.

–¡FUERA! ¡FUERA!

Tío Vernon cogió a Harry por la cintura y lo arrojó al recibidor, cuando 'tía Petunia y Dudley salieron corriendo, cubriéndose la cara con las manos. Tío Vernon cerró la puerta con fuerza, dejando a todos afuera en el recibidor.

Podían oír el ruido de las cartas, que seguían cayendo en la habitación. Golpeando contra las paredes y el suelo furiosamente, dándole a Harry cada vez más curiosidad.

–Ya está.

Dijo tío Vernon, tratando de hablar con calma. Pero arrancándose, al mismo tiempo, parte del bigote que casi nunca se quitaba.

–Quiero que estéis aquí dentro de 5 minutos, listos para irnos. Nos vamos, coger alguna ropa, sin discutir.

Parecía tan peligroso con la mitad de su bigote arrancado, que nadie se atrevió a contradecirlo. 10 minutos después habían abierto camino a través de las puertas tapiadas y estaban en el coche, avanzando veloz mente hacia la autopista.

Dudley lloriqueaba en el asiento trasero, pues su padre le había pegado en la cabeza cuando lo pilló tratando de guardar el televisor, el video y el ordenador en la bolsa. Condujeron y siguieron avanzando, ni siquiera tía Petunia se atrevía a preguntarle a dónde iban. De vez en cuando, tío Vernon daba la vuelta y conducía un rato en sentido contrario.

–Quitárnoslos de encima, perderlos de vista.

Murmuraba cada vez que lo hacía, no se detuvieron en todo el día ni para beber ni comer.

Al llegar la noche, Dudley aullaba. Nunca había tenido un terrible día así en su vida, tenía hambre, se había perdido cinco programas de televisión que quería ver y nunca había pasado tanto tiempo sin estallar uno de los monstros en su juego de ordenador.

Así que tío Vernon se detuvo en un hotel de aspecto lúgubre, en las afueras de una gran ciudad. Dudley y Harry compartieron una habitación con camas gemelas con sábanas húmedas y desgastadas y en la noche, Dudley roncaba fuertemente de una manera molesta.

Pero Harry se mantuvo despierto, sentado en el borde de la ventana. Contemplando las luces de los coches que pasaban y deseando saber que hacían allí, o porqué escapaban de casa por culpas de unas simples carta.

Al día siguiente, comieron para el desayuno copos de trigo, tostadas y tomates de lata. Estaban a punto de terminar, cuando la dueña del hotel se acercó a la mesa.

–Perdonen, ¿alguno de ustedes es el señor H Potter? Tengo como cien de estas en el mostrador de la entrada.

Extendió la carta para que pudieran leer la dirección en tinta verde.

Señor H Potter habitación 17 hotel Railview Cokeworth.

Harry fue a coger la carta, pero tío Vernon le pegó en la mano. la mujer lo miró asombrada, no entendiendo lo que les pasaba.

–Yo la recogeré.

Dijo tío Vernon, poniéndose de pie rápidamente y siguiéndola para recoger las cartas.

–¿No será mejor volver a casa, querido?

Sugirió tía Petunia tímidamente, unas horas más tarde, pero tío Vernon no pareció oírla.

¿Qué era lo que buscaba exactamente?

Nadie lo sabía, aunque lo pensaran una y otra vez. Los llevó al centro del bosque, salió, miró alrededor, negó con la cabeza, volvió al coche y otra vez lo puso en marcha. Lo mismo sucedió en medio de un campo arado, en mitad de un puente colgante y en la parte más alta de un aparcamiento de coches, en donde tampoco estaba lo que buscaba aparentemente.

–Papá se ha vuelto loco, ¿Verdad?

Preguntó Dudley a tía Petunia aquella tarde, en la que de nuevo estaban agotados. Tío Vernon había aparcado en la costa, los había encerrado y había desaparecido, extrañando aún más a su hijo, a su esposa y a Harry.

Comenzó a llover, gruesas gotas golpeaban el techo del coche. Dudley gimoteaba, arto ya de todo aquello que sucedía.

–Es lunes.

Dijo a su madre.

–Mi programa favorito es esta noche, quiero ir algún lugar en donde haya un televisor.

¡LUNES!

Eso hizo que Harry se acordara de algo, un detalle que era muy importante para él. pues si era lunes y habitualmente se podía confiar en que Dudley supiera el día de la semana, por los programas de la televisión que solía ver.

Entonces, al día siguiente sería martes, el cumpleaños número once de Harry. Claro que sus cumpleaños nunca habían sido exactamente divertidos, ya que el año anterior con sus tíos.

Para poner un ejemplo, los Dursley le regalaron una percha y un par de calcetines viejos de tío Vernon. Sin embargo, no se cumplían once años todos los días. Tío Vernon regresó sonriente, llevaba un paquete largo y delgado y no le contestó a Tía petunia cuando le preguntó que había comprado.

–E encontrado el lugar perfecto.

Les dijo más animado.

–¡VAMOS! ¡TODOS FUERA!

Hacía mucho frio cuando bajaron del coche, haciéndolos tiritar al caminar por el lugar. Tío Vernon señalaba lo que parecía una gran roca en el mar, haciendo que todos miraran a esa dirección en concreto.

Y en sima de ella, se veía la más miserable choza que uno se pudiera imaginar. Una cosa era segura, allí no había televisión alguna.

–Han anunciado tormenta para esta noche.

Anunció alegremente tío Vernon, aplaudiendo por ese terrible hecho.

–Y este caballero aceptó gentilmente alquilarnos su bote.

Un viejo desdentado se acercó a ellos, señalando un viejo bote que se balanceaba en el agua grisácea.

–Ya he conseguido algo de comida.

Dijo tío Vernon.

–¡ASÍ QUE TODOS ABORDO!

En el bote también hacía un frio terrible, el mar congelado les salpicaba, la lluvia les golpeaba la cabeza y un viento gélido les azotaba el rostro. Después de lo que parecía una eternidad, llegaron al peñasco, donde tío Vernon los condujo hacia la desvencijada casa, muertos de frio y con ganas de descansar en donde sea.

El interior era horrible, había un fuerte olor a algas, el viento se colaba por las rendijas de las paredes de madera y la chimenea estaba vacía y húmeda, algo que hacía que se quisieran ir. El colmo era que solo había dos habitaciones, en la que obviamente Dudley y Harry debían compartir en una de ellas, la comida de tío Vernon resultó ser cuatro plátanos y un paquete de patatas fritas para cada uno. Trató de encender el fuego, con las bolsas bacías, pero solo salió humo.

–Ahora podríamos utilizar una de esas cartas, ¿No?

Dijo alegremente, parecía estar de muy buen humor. Era evidente que creía que nadie se iba a atrever a buscarlos allí, con una tormenta a punto de estallar sobre la choza en la que estaban.

En privado, Harry estaba de acuerdo, aunque el pensamiento no lo alegraba. Al caer la noche, la tormenta prometida estalló sobre ellos.

La espuma de las altas olas chocaba contra las paredes de la cabaña y el feroz viento golpeaba contra los vidrios de la ventana, volviendo el ambiente tétrico y sombrío para todos ellos. Tía Petunia encontró unas pocas mantas en la otra habitación y preparó una cama para usarla, ella y tío Vernon se acostaron en una cama cerca de la puerta y Harry tuvo que contentarse con un trozo de suelo y taparse con la manta más delgada.

La tormenta seguía aumentando de ferocidad durante la noche, por lo que Harry no podía dormir. Se estremecía y daba vueltas, tratando de ponerse cómodo con el estómago rugiendo de hambre.

Los ronquidos de Dudley quedaron amortiguados por los truenos que estallaron cerca de la media noche, el reloj luminoso de Dudley que colgaba de su gorda muñeca, informó a Harry que tendría once años en diez minutos. Esperaba acostado a que llegara la hora que diera inicio a su cumpleaños, pensando si los Dursley se acordarían y preguntándose donde estaría en ese momento el escritor de las cartas.

¡CINCO MINUTOS!

Harry oyó algo que crujía afuera, esperó que no fuera a caerse el techo, aunque tal vez hiciera más calor si eso ocurría.

¡CUATRO MINUTOS!

Tal vez la casa de Privet Drive estaría repleta de cartas, cuando regresarán al lugar, que podría robar una.

¡TRES MINUTOS PARA LA HORA!

¿Por qué el mar chocaría con tanta fuerza contra las rocas?

Y, faltaban dos minutos.

¿Qué era aquel ruido tan raro?

¿Las rocas se estaban desplomando en el mar?

Un minuto y tendría once años, treinta segundos, veinte, diez, nueve.

Tal vez despertará a Dudley solo para molestarlo.

Tres, dos, uno.

¡VAGO!

Toda la cabaña se estremeció y Harry se enderezó, mirando fijamente a la puerta. Alguien estaba afuera, llamando a la puerta de la horrenda cabaña.