Recen por mí para que no baje los brazos en esta misión s-word.
yo x ti tú x mí
por Syb
Día 6: Noche de Copas
Mimi
—Michael está en la ciudad —dijo Miyako Ichijouji en un susurro, como si no pudiera contener más ese secreto dentro de sus pulmones, pero tan bajo que quizás esperaba que Mimi no escuchara del todo. La castaña pretendió no hacerlo por unos segundos, intentando atrapar a un mesero para poder sacar de su bandeja una copa de champaña, pero apenas la tuvo en su poder, pescó el anzuelo de la esposa de Ken.
—¿Qué está haciendo aquí? —susurró de vuelta mientras cerraba sus ojos para esperar el golpe.
—Hoy fue a la compañía, tuve que invitarlo…, nos financió por al menos dos años —repuso la mujer con tanta culpa que se llevó las manos a la cara como si estuviese teniendo un ataque de ansiedad—. ¡No sabía si reír o llorar! Es bueno que su familia tenga tanto dinero y que él haya tenido un betamon como compañero…, lo malo es que sea tu exesposo.
—Está bien —dijo Mimi con una sonrisa más bien débil. Todavía amaba a Michael y no podía esperar al momento en que pudiesen conversar sin tantas expectativas, pero no podía decirlo en voz alta porque no sabría cómo explicarlo. ¿Por qué se habían separado entonces? Ni ella sabía, nunca había sido tan miserable y tan feliz a la vez como lo estuvo con él—. ¿Se ve bien?
—Sí, sigue siendo guapo —le respondió Miyako y luego suspiró, a lo que Mimi aprovechó para tomarse toda la copa de champaña para prepararse para lo que su amiga estaba intentando callar, sin mucho resultado—. ¿Crees que fue una excusa para ver a Koushiro? Lo siento, sé que no debería preguntar eso. Es inapropiado, pero ¿será verdad? Michael pidió hablar con él repetidas veces mientras dábamos un paseo por las nuevas instalaciones de la compañía. Se notaba que intentaba no ser tan obvio, pero hasta el señor Hairuko se dio cuenta.
» He visto demasiados doramas, lo sé porque Ken siempre me lo dice, pero hoy fue el primer día que pensé que quizás podría tener razón y que está afectándome la mente. Es por eso por lo que me empezó a dar miedo de que, si Koushiro aparecía por la puerta, Michael se volvería loco y querría golpearlo frente a todos los trabajadores. Intenta imaginarte al señor Takenouchi y a mí intentando separar al jefe del inversionista, porque yo no puedo. Le tuve que enviar un mensaje a Ken por los nervios, ya sabes, para que estuviese atento si es que mandaban a llamar a la policía a la compañía y el pobre no entrara en pánico si pensaba que su querida esposa estaba en peligro. Eso sí, en mi mente, solo Koushiro lo estaba. En fin, sé que Michael es pacífico y que fue estúpido pensar en eso, aunque Ken me dijo que estaba bien la precaución. —Miyako por fin se detuvo para poder respirar y buscó entre la gente de la fiesta de apertura de la exhibición de Sora algún mesero que pudiera darle un poco de agua. Cuando Mimi pensó que dejó el tema por lo inapropiado, Miyako volvió a hablar—. ¿Crees que Michael siga sintiéndose inseguro por Koushiro? Solo viviste con él por poco más de un mes, sé que las relaciones pueden ser intensas y fogosas y geniales en poco tiempo; la mía con Ken empezó así, pero lo suyo no fue realmente una relación, ¿verdad? Nunca hablas de él como si fuera un exnovio.
Mimi apretó los labios y no supo a qué responderle.
—Creo que estoy de acuerdo con tu esposo: sí ves demasiados doramas —repuso ella y llamó al mesero de la bandeja repleta, señalándole la copa sin champaña—. Michael nunca golpearía a nadie. Siempre escucha antes de actuar, a veces parecía mi terapeuta.
—¿Crees que quería preguntarle algo a Koushiro? —preguntó Miyako, como si estuviese intentando averiguar el desenlace de la trama del dorama que veía, oculta en su oficina durante el receso del almuerzo—. ¿Acaso pensará que él tiene algo que ver con tu divorcio?
Seguramente, quiso decir Mimi, pero solo fue a cambiar la copa vacía por una llena y le agradeció al mesero. Su divorcio no tenía nada que ver con Koushiro. Lo único que tenían en común sus dos separaciones era que, en cierto punto, ella sintió la necesidad de huir, pero no sabía de qué. Mimi intentaba convencerse a sí misma y al resto de que no servía para ser la esposa de alguien, esa era la explicación más simple y la que hacía que la gente dejara de preguntarle por el final del cuento de hadas de ella y Michael.
La fiesta de matrimonio que ofreció la familia Barton había sido un sueño cumplido y siempre recordaba con cariño el vestido de princesa, las flores blancas que cubrieron todo el piso de la iglesia, la recepción elegante de la que su madre no paró de hablar por un año completo y la fiesta que duró toda la noche y que la mandó a dormir por horas porque los zapatos de tacón destruyeron sus pies. Sin embargo, Mimi no era capaz de recordar el traje que Michael había utilizado; si había sido blanco, azul o marfil, era todo un misterio. La primera persona que le había sugerido que quizás se había casado con Michael por el concepto del matrimonio más que por amor por él había sido su terapeuta y fue la última vez que pisó su despacho. Entendía que su exesposo sintiera que había alguien más habitando en su subconsciente y que ese alguien bien podía ser el genio con el que había vivido por un tiempo corto, cuando visitó su ciudad natal. No era un secreto para Michael que ella había vivido con Koushiro, ya que ella misma se lo había contado cuando todavía eran solo amigos y ella había vuelto a los Estados Unidos por trabajo.
—¿Mimi? —preguntó Miyako a su lado—. ¿Estás bien? Si estás enojada conmigo, por favor, dímelo. Sé que puedo ser un poco molesta. Olvida todo lo que dije.
—Estoy bien —respondió ella y le dio un sorbo a su copa de champaña—. Si quieres saber lo que pasó, es bastante aburrido, la verdad —indicó Mimi con una mueca que apenas podía considerarse como una sonrisa—. Creo que Michael y yo nunca debimos casarnos, funcionamos mejor como amigos que como una pareja. Él y yo somos muy parecidos, creería que eso nos haría un buen matrimonio, pero no lo fue en mi caso.
Miyako sonrió, estaba hablando de algo que entendía. La señora Ichijouji amaba decir que ella y su marido eran como el sol y la noche, y que se complementaban bien, ya que no podía existir el uno sin el otro. Miyako era la que le sacaba las sonrisas que él necesitaba en momentos oscuros y Ken era el que le proporcionaba la realidad que Miyako muchas veces perdía por vivir siempre en las nubes.
—Eres sapiosexual, siempre lo he sabido —dijo ella con propiedad—. No digo que Michael no sea brillante, él debe serlo en su rubro, aunque no sé muy bien cómo es la vida de un millonario como él; pero le falta ser un poco más obsesivo y racional para que no te aburra.
No hacía falta que Miyako dijera a quién describía porque Mimi ya se lo intuía. Aclaró la garganta y volvió su vista a la exhibición de su amiga pelirroja. Había heredado su atelier de su madre y había añadido textiles a su repertorio, por lo que había arreglos florales y kimonos inspirados en ellos detrás de vitrinas por doquier. Suspiró pensando en que no había tan buena idea salir de la casa de sus padres a un evento tan grande, tampoco lo había sido el mezclar sus ansiolíticos con champaña.
Esa mañana había despertado con la idea de disculparse con Sora por su constante crítica no salir de casa de su madre, ya que luego del divorcio, se había convertido en lo que juró destruir y volvió a dormir en la cama de su adolescencia. Sin embargo, con Miyako hablando sin parar de su divorcio, recordó que, además de haber sido una mala amiga, también había sido una mala esposa.
—¡Hikari, aquí! —exclamó Miyako a su lado y Mimi vio a la maestra de primaria en el reflejo de la vitrina que tenía enfrente. A un lado de la hermana de Taichi, vio el reflejo de un hombre alto y rubio, pero no era Takeru. Mimi sintió que el alma volvió a su cuerpo, ya que ella ya no era el centro del chisme, sino que lo era la chica del emblema la luz.
—¿Quién es ese? —susurró Mimi al voltearse y ver cómo la pareja se aproximaba a su encuentro. Definitivamente no era ni Ishida ni Takahashi, era un extranjero al que no le sonaba su cara—. No es Takeru.
—Es Alexei, llegó de Rusia este mes para trabajar en la compañía. Los presenté hace unas semanas, pero no creo que sea realmente serio —respondió Miyako entre susurros—. No he visto a Takeru en meses, vendió una idea de una trilogía a una editorial. Ahora está trabajando en la primera novela en el viñedo de su abuelo en Francia. Está viviendo una vida bastante bohemia.
—Pensé que Hikari y él se casarían —murmuró Mimi, intentando mover lo menos posible sus labios cual rusa—, aunque me alegra que no, eso significaría que no me invitaron.
—Yo pensé que tú y Koushiro se casarían —cortó Miyako y se acercó a la pareja para abrazar a Hikari. Mimi sabía que la mujer no lo había dicho con mala intención, pero de igual forma se sintió como una estocada en el costado. Quizás era una cucharada de su propia medicina, al tener la misma una sinceridad fatal que varias veces la había metido en aprietos. Mimi pensó que quizás los ansiolíticos habían funcionado cierto modo—. ¿Cómo están?
—Bien —respondió Hikari, sin querer gastar sus palabras en sí misma, y empezó a mirar a Mimi de manera compasiva, como si no supiera qué o cómo preguntarlo—. Te presento a Alexei, Mimi. Todavía no sabe hablar muy bien el idioma, pero se esfuerza.
—Privet —saludó Mimi, era lo único en ruso que sabía, pero también sería la única oportunidad que tendría para practicar el saludo en ruso, así que no perdió la ocasión.
El ruso rio y con él Hikari y Miyako, y fue entonces que Mimi se disculpó para irse a cambiar su copa de champaña vacía por otra. Caminó sin rumbo, pretendiendo que veía las demás vitrinas con distintos diseños de kimono dependiendo del arreglo floral, hasta que llegó al baño y decidió encerrarse en un cubículo de un inodoro. Si seguía bebiendo champaña con los sedativos, quizás despertaría en la cama de Alexei sin recordar nada y Hikari la odiaría por robarle a su cita. Sin embargo, qué le importaba a ella si era Hikari la debía ir detrás de Takeru, antes de que Catherine Deneuve lo conquistara con su acento de femme fatal. Alexei evidentemente solo era una distracción para la maestra. Sus neuronas adormecidas le regalaron el nombre de Michael Barton apenas pensó en Alexei y quiso llorar dentro del cubículo.
—¿Mimi? —escuchó su nombre en la voz de Sora e inmediatamente llevó sus manos al seguro de la puerta para asomar su cabeza—. Miyako dijo que te vio entrar acá —explicó con una sonrisa—. ¿Estás bien?
—Sí —respondió ella—. ¿Por qué Hikari está con ese ruso y no con Takeru?
—La verdad, no lo sé. —Sora se encogió de hombros y luego se rio a carcajadas—. Me tomó de sorpresa cuando los vi de lejos porque pensé que vino con Takeru, pero yo acompañé a Yamato a dejarlo al aeropuerto cuando se fue a Francia, así que no tenía sentido.
Mimi apretó los labios cuando ella mencionó al hermano de Takeru, ya que todavía no se acostumbraba a que Sora hablara abiertamente de él como su novio. Ese triángulo amoroso existía hace tanto tiempo que hacía un poco imposible entender que habían perdido una arista. Era lo obvio, pensó Mimi, ya que tanto Yamato como Sora venían de hogares rotos y hablaban en el mismo idioma. Taichi no era consciente de las heridas que llevaban esos dos, por lo que debió sentirse excluido eventualmente. El moreno necesitaba a una chica menos atormentada…, si ella no hubiese sido sapiosexual, seguramente habría intentado seducir a Yagami en vez de Alexei.
—Mimi, debo decirte algo —indicó Sora con un dejo de preocupación en la voz, a lo que Mimi sintió que se le revolvía el estómago—. Mi padre acaba de llegar a la exhibición y trajo a Koushiro con él, creo que vienen directo de la oficina. ¿Estarás bien si lo ves? Si no es así, puedo llamarte un taxi.
Mimi pensó que quizás debió seducir a Takeru para que la llevara con él a Francia y huir juntos de Koushiro y Hikari, y luego miró a Sora y vio la misma preocupación en sus ojos de cuando ella estaba protegiendo los sentimientos del pelirrojo. Era el turno de protegerla a ella de algo que todavía no era consciente.
—¿De qué hablas? —le dijo ella, levantándose del inodoro con la cabeza dándole vueltas, solo para ir hacia la puerta y espiar desde ahí—. Tengo ganas de ver cómo se ve Koushiro. Ya sabes, no es fácil encontrar a alguien que la tenga tan grande como él —rio mientras lo decía, intentando canalizar la misma energía que tenía cuando fue a verla, luego de la primera noche que pasó con el ingeniero; pero no fue capaz de oír la risa puritana de Sora detrás de ella.
Apenas vio a Haruiko Takenouchi entendió la aprehensión de su hija, porque a su lado estaba Koushiro y sus rodillas se hicieron agua cuando lo vio acomodarse el cabello sobre la frente. Quiso ir corriendo hacia él, asustarlo o cubrirle los ojos con sus manos para hacerlo adivinar de quién se trataba, pedirle que fueran a un lugar más privado y besarle los labios en algún callejón oscuro. Le diría que no iría a huir más a Estados Unidos, o a Rusia o Francia, y que por favor la aceptara de vuelta y así poder replicar ese mes alargado en su apartamento tecnológico. Quería decirle que ya estaba cansada de vivir otra vez con sus padres y que ya entendía a Sora, ya que ella también estaba sanando cosas junto a ellos que no sabía que tenía. También le diría que ya no le importaba su trabajo ni que ya no tuviera esperanzas, porque ya había aprendido a convivir con el luto, rodeada de personas con digivice de piedra. Acurrucada en sus brazos en medio de la madrugada, le diría que debían ser un poco más inteligentes que Takeru y Hikari y casarse. Mimi ya había vivido la boda de sus sueños, ahora solo le bastaba firmar unos papeles en una ceremonia pequeña. Sin embargo, su mente desequilibrada hizo que dejara de respirar.
—Llama al taxi —le respondió a Sora—, no estoy lista para verlo.
—Ven al despacho, es mejor que esperes allí —repuso la dueña del atelier y salió del baño con ella.
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