Persecución

—¿Kikyō pasó bien la noche?—preguntó Naraku.

La mujer que estaba de pie a su lado, apenas le dirigió la mirada. Su expresión de desagrado se acentuaba con el labial rojo y el maquillaje de sus ojos.

—No lo sé.

—¿No lo sabes?

Ella se encogió de hombros.

—Anoche aseguró su puerta. No bajó a cenar.

Naraku entrecerró los ojos.

—Kagura, te di una única indicación.

—¡Si está más cansada que hambrienta ¿qué puedo hacer yo?! Seguro está acostumbrada a pasar hambre, las campesinas…

No acabó de hablar, el golpe en su cara resonó con brutalidad en el silencioso comedor. La mujer se llevó la mano a la boca, le había sangrado, pero Naraku permanecía impávido.

—Cuida la forma en la que hablas de ella—le dijo con frialdad.

Kagura apretó los dientes para no maldecirlo.

—Bien, entonces ¿qué va a hacer? ¿Estará en la cocina o ayudara a Kanna con los pisos?

No le respondió al momento, volvió la atención a la forma cuidadosa en que la niña disponía la mesa para el desayuno, según sus indicaciones.

—Kikyō estará a cargo de esa casa —dijo finalmente.

—Creí que ese era mi trabajo.

Esta vez, Naraku profirió una risa baja, llevándose la mano al pelo para reacomodar su flequillo.

—¿Tú? No te confundas, no eres nada más que una sirvienta privilegiada, y que está colmando mi paciencia. Mi propósito es que ella esté a cargo de esta casa.

Por la forma en la que repitió lo dicho, Kagura finalmente entendió a lo que se refería y frunció el ceño, entendiendo porqué le había ordenado a Kanna que dispusiera de dos lugares en la mesa.

¿Por qué estaba interesado en una campesina tan ordinaria?

Él siempre había sido despectivo incluso con las mujeres más hermosas y de noble cuna que había conocido debido a sus negocios, ya que más de un aspirante a socio buscaba que mediante una hija o hermana, facilitar la relación.

—Sube a verla, la esperaré para desayunar y volveré a salir.

Incapaz de negarse, Kagura fue arriba, y para su fortuna, la encontró lista, justo saliendo de la habitación. La miró de arriba abajo, su ropa era vieja, estaba recocida, aunque con esmero, además de estar limpia. El color pálido, sin patrones de ningún tipo, delataba que la había hecho ella misma con un muy tosco hilado.

Chasqueó la lengua, vista de día, no tenía mal ver. Aunque su palidez era absurda, era demasiado delgada, todo en ella daba una sensación de fragilidad ridícula, todo excepto sus ojos.

—¿Sucede algo? —preguntó.

Kagura sintió un escalofrío, la mirada que le dirigió tenía una presencia difícil de ignorar. Sacudió la cabeza para alejar sus pensamientos.

—Naraku te espera para desayunar —dijo —, quiere hablar contigo ya que va a salir.

La joven asintió levemente y cerró la puerta detrás de ella para luego seguirla, aunque se detuvo un momento al llegar a la ventana con la que había soñado, y al mirar, encontró con que tenía vista a una bonita zona boscosa, en la que destacaba un pozo.

Fijó la mirada y creyó vislumbrar algo que parecía salir, como deslizándose.

Siguió avanzando cuando se percató de que la otra mujer la esperaba.

Para ese momento, la casa le pareció mucho más grande que en la noche, quizás porque estaba demasiado cansada. También descubrió que había muchos objetos decorando los muros, mesas que parecían no servir para nada más que sostener otras cosas, espejos y jarrones tan altos como ella. El comedor también se le figuró inmenso, sobre todo porque solo había dos lugares dispuestos, pese a que había en total nueve personas incluyéndola a ella.

—Buenos días —saludó Naraku —¿Pasaste bien la noche? ¿Es de tu agrado la habitación?

Kikyō no respondió al momento. Su atención había pasado a la sombra que había entrado a la casa y se mantenía agazapada en la esquina de la habitación, detrás de las otras personas. Si embargo, cayendo en cuenta de su distracción, se volvió hacia su anfitrión.

—Buenos días, estoy muy agradecida por sus atenciones. Todo es más de lo que puedo desear.

El hombre asintió, claramente complacido.

—Acércate, quiero que conozcas al personal de la casa.

Así lo hizo, aunque no le hacía mucha ilusión acercarse a lo que fuera que había salido del pozo.

—A Kagura y Kanna ya las conoces, junto con Muso, Juromaru y Kageromaru se encargan de mantener todo en orden. Hakudoshi se hace cargo de los animales y Byakuya es mi secretario personal. Ella es la señorita Kikyō, vivirá aquí a partir de ahora. Está bajo mi cuidado.

—Mucho gusto en conocerlos —dijo Kikyō, inclinándose respetuosamente —, espero que podamos trabajar bien juntos…

—Sobre eso —la interrumpió —, toma asiento, quiero hablar contigo.

Kikyō obedeció dócilmente, entendiendo sus indicaciones para ocupar uno de los dos lugares disponibles. Casi enseguida, y luego de un ademán del hombre, todos salvo la niña pequeña y la detestable sombra, dejaron el lugar.

—Estuve pensando en lo que hiciste por mí en el pueblo, y creo que es un desperdicio que de dediques a fregar pisos, cuando tienes el talento para convertirte en una enfermera licenciada.

—¿Una enfermera licenciada? —preguntó confundida.

Conocía el oficio, la esposa del médico de su aldea lo era, aunque nunca la había visto hacer nada especialmente destacable, le dejaban a ella la mayor parte de las tareas en la minúscula clínica, ella solo se ocupaba de cuidar a alguien si acaso cuando ocurrían los accidentes en la mina.

Naraku asintió, tomando un plato de verduras al vapor.

—He preguntado en el colegio, aunque requieren que tengas un certificado escolar antes, y eso lo puedo arreglar muy fácilmente, si estás de acuerdo, por supuesto.

Kikyō bajó la mirada.

—Eso me tomaría más tiempo del que podría destinar a atender las tareas que me encomiende. No me atrevería a abusar de su generosidad.

Él se detuvo un instante.

—Aprecio mi propia vida más que nada en este mundo —dijo con seriedad —, y en orden de eso, la persona que la salvó es mi prioridad.

La joven le miró un instante. Había un matiz innegablemente honesto en esa declaración, tanto como lo era el ego inherente.

—Si esa es la manera de corresponder sus atenciones, entonces así lo haré.

—Perfecto. Necesitarás algunas cosas, Muso te acompañará a conseguirlas, desafortunadamente yo debo ir a otro lugar, ni ausencia ha provocado muchos inconvenientes en mis negocios, espero puedas disculparme.

—Por favor, no se excuse conmigo. Muchas gracias, de nuevo.

Para cuando acabaron de comer, la comida más abundante que había tenido en mucho tiempo, el muchacho que la acompañaría escuchó las indicaciones sobre los lugares que tendría que visitar.

—Te veré por la noche —dijo Naraku, apenas tocándola por el hombro.

Salieron casi al mismo tiempo, Naraku y Byakuya se fueron en el auto, mientras que ella y Muso tomaron camino.

—Es muy cerca —le dijo el hombre.

No obstante, y pese a que la ciudad tenía cualquier cantidad de cosas que podrían llamar su atención, la joven no podía dejar de mirar por sobre su hombro, la cosa del pozo los seguía, y aunque le había dado la impresión de lentitud, se mantenía relativamente cerca.

La primera parada fue una tienda que, si no fuera porque su acompañante le dijo que lo era, habría pensado en un palacio.

No quería seguir comparando su humilde pueblo, no era justo, pero jamás se hubiera imaginado que existiera un papel de tan fina calidad, menos aún pinceles tan delicados.

En la librería, la inmensidad del mundo la sobrecogió con más fuerza, y mientras el encargado entregaba a Muso lo que necesitaba, se permitió explorar un poco el recinto.

Sin embargo, su emoción no duró demasiado. Aunque había estado manteniendo cierta distancia, lo que había salido del pozo estaba al final de un estrecho corredor.

Trató de mantenerse calmada, pero el estremecimiento de su cuerpo la traicionó.

¿Por qué salía a la luz del día?

Se alejó lentamente, pero el sutil ruido de uñas rasgando el suelo, los delataba aproximándose a ella rápidamente. No supo cómo, pero salió de la librería por la puerta trasera, viéndose en un callejón que, pese a la hora del día estaba oscuro.

¿Qué iba a hacer? ¡Nunca se habían acercado tanto! ¡Menos de día ni con tanta claridad!

Necesitaba encontrar un templo, era lo único que se le ocurría, así que sin más sutilezas, empezó a correr.


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