Amnesia

Había algo en los ojos azules del soldado que le causaba inquietud. Nunca había visto ese color, aunque quizás no era eso, sino la naturalidad con la que le explicaba lo referente al templo que erróneamente creyó sagrado.

—Fue hace más de 50 años —le dijo —, un exorcismo salió todo lo mal que nada podría salir, el sacerdote acabó muerto y en cuestión de días el lugar acabó infestado con todos los malditos fantasmas de Kioto.

Su risa no hizo más que confundirla. No entendía lo gracioso, claramente se trataba de una tragedia que solo había crecido con el tiempo, pero no dijo nada.

Terminar de bajar la inmensa escalinata fue como entrar a otro mundo, uno ruidoso con olor a comida callejera en el aire y una iluminación rojiza que mitigaba la oscuridad de la noche.

—Entonces la señorita, la sacerdotisa, ¿Evita que los espíritus malignos salgan del templo?

—¿Tsubaki?

La confusión paso a Kōga, que enarcó una ceja.

—Esa bruja solo hace negocios.

Kikyō frunció el ceño, mientras que él solo seguía sonriendo con ese aire de superioridad que ya sabía, le era natural, aunque no estuviera presumiendo, precisamente.

—Tsubaki puede controlarlos. Si tienes suficiente dinero, manda alguno a solucionar algún problema que tengas con alguien.

—Así que a eso ibas...

—¿Eh? ¡No! A mis amigos les gusta venir de vez en cuando. También es muy buena con las adivinaciones. Mañana tenemos una encomienda, y se sienten más confiados cuando les lee la fortuna.

La joven lo miró de soslayo. Era más alto que ella, así que era inevitable levantar el mentón.

—Perturbar a los espíritus no puede traer nada bueno.

—No, supongo que no. Pero…

Se detuvo ahí, como si valorara el explicarse o no.

—Poder es poder —resolvió encogiéndose de hombros, y aunque parecía una respuesta honesta, claramente no pensaba darle detalles.

Kikyō miró a otro lado. No le gustaban los muchachos presumidos, ni tan atrevidos, así que cuando volvió a tomarla por el hombro, su primera reacción fue moverse ligeramente para escapar del contacto, pero cuando se topó de frente con otro de los espíritus sin rostro, vergonzosamente se dio cuenta de que se había pegado a él.

—Disculpa —mustió, casi tartamudeando, y dejando que Kōga que la apartara del camino. Por un momento temió que lo fuera a golpear también, pero algo más llamó su atención, y fue que el hombre con quien aparentemente iba, y que era perfectamente normal, solo inclinó la cabeza, tomando de la mano al espíritu y pasando a su lado.

—¿Todos pueden verlo? —preguntó en voz muy baja.

—Pueden ver la forma que escogió. Solo nosotros lo vemos por lo que es.

Cerró los ojos un momento. Para Kōga, todo resultaba tan normal que no podía evitar sentirse como la pueblerina ignorante que no quería ser cuando aceptó la proposición de Naraku para irse con él.

—Tranquila —le dijo, sin apartar la mano de su hombro —. Que haya tantos monstruos sueltos, solo hace que las cosas sean más divertidas. ¿De dónde eres?

Dejando escapar un suspiro, la joven pensó que era mejor salir de dudas en ese momento y evitar algún episodio vergonzoso como el de la mañana.

—El lugar en el que nací ni siquiera aparece en los mapas.

—Ya veo, por eso no lo controlas.

Ella le dirigió una mirada para que le explicara, y él entendió.

—Lo normal sería pensar que estas cosas son más comunes en pueblos perdidos y supersticiosos, pero por alguna razón a todas esas cosas les atraen más las ciudades. Mi teoría es que hay más gente de la que pueden alimentarse. Igual es extraño, estas cosas son de familia, seguro tienes alguna abuela o tía, sino es que tu madre.

¿Su madre?

La forma en la que la aldea la trató en sus últimos días, le daba la impresión de que ella pudo tener la misma habilidad, pero no podía recordar que alguna vez le hablara de la forma de sobrellevar la situación. Se llevó la mano al mentón en gesto meditabundo. Ni siquiera podía recordar mucho de ella hasta antes de la enfermedad que acabó por matarla. Y eso no era reciente, todo lo relacionado a lo que sería su infancia estaba fragmentado y difuso desde siempre, era más como una colección de sensaciones y breves imágenes, y ni siquiera se podía justificar con que era demasiado pequeña como para haberlo olvidado. Pero, en honor a la verdad, otras cosas habían cobrado más importancia que esas lagunas oscuras en su memoria.

Tal vez sería tiempo de resolver eso, al menos para no convertirse en la vecina loca.

Saliendo de sus pensamientos, Kikyō se animó a romper el silencio en el que se habían sumido, que la mantenía más tensa que la charla incesante de su acompañante.

—La señorita Tsubaki dijo que era raro el don. Sin embargo, he conocido a dos personas en un solo día. Y las dos claramente tienen mucha experiencia.

Kōga se encogió de hombros.

—No sé qué decir, ¿destino?

Kikyō respiró aliviada cuando vio la casa aparecer finalmente en su campo de visión. No era como si hubiera tenido dudas sobre si el soldado la llevara a otro sitio, pese a lo irritante que podía resultar con su aire de suficiencia, le pareció alguien confiable, y al entender las escuetas indicaciones que le pudo dar, competente también.

—¡Es ahí! —dijo, señalando la casa rosada.

Pensó que le haría alguna broma sobre su capacidad para orientarse, incluso coquetear un poco aludiendo a que ya sabría en dónde encontrarla. Sin embargo, la personalidad del joven cambió abruptamente, incluso su mirada se había endurecido, dándole un aspecto más adulto y acorde a lo que se esperaba de alguien de su oficio.

Sin decirle nada, se adelantó a la puerta usando una campanilla para llamar.

El tiempo entre eso y que Kagura abrió la puerta, le pareció infinito, así que cuando la mujer la miró de arriba abajo, ni siquiera se sintió molesta.

—Sigues viva —le dijo con sorna.

—Lo siento mucho —respondió, aunque se arrepintió enseguida, no se disculpaba por no morirse—, me separe de Muso y me perdí.

Sin embargo, Kagura no le hizo caso alguno, sus ojos estaban fijos en su acompañante.

—Él es Ōkami Kōga, sargento segundo del ejército Imperial, me ha ayudado mucho esta tarde—presentó.

—Sé quién es —respondió Kagura, claramente luchando por no escupir las palabras.

Kikyō supo enseguida que había una historia al medio.

Por su parte, Kōga adoptó una actitud arisca, como si quisiera matarla, para luego girarse hacía ella, tomándola de la mano para dejarle un beso en el dorso. Kikyō se escandalizó a nuevos niveles, y aunque se ruborizó de inicio, nada más ver la forma en la que el rostro de Kagura parecía transformarse en el de un demonio, supo que se había puesto pálida.

—Mi base no está lejos de aquí —dijo él—, este sitio es peligroso, así que si necesitas ayuda, puedes contar conmigo.

—No creo que sea necesario, pero gracias.

Por un momento le dio la impresión de que no quería soltarla, así que debió ser un poco más brusca para apartar su mano.

—Gracias de nuevo, y buenas noches.

Entró a la casa, escabulléndose en el espacio entre Kagura y el marco de la puerta, esperando que ella la cerrara enseguida. Lo que sí sucedió.

—Escucha —le dijo la mujer —, si tienes un poco de vergüenza con Muso, ahórrate contar la anécdota de hoy.

—No tengo intenciones de meterlo en problemas.

—Pues más te vale, porque Naraku no perdona fácilmente los errores. Sube, Kanna te preparará un baño, y no cierres la puerta, baja a cenar, que no tengo ganas de que me regañen porque prefieres dormirte sin comer.


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