Control mental

Kikyō tuvo que agachar la cabeza. No se sentía capaz de mirar a nadie a la cara. Sentía las mejillas encendidas encendida al punto de que el calor, que claramente no tenía nada que ver con el clima, se volvió sofocante.

Sin embargo, estaba bastante agradecida de que fuera Abi la que explicara lo que habían convenido. La chica no quería que su madre supiera que fueron al templo profanado, así que mezclando unas cosas con otras, cuando llegaron a la casa, se adelantó a decir que saliendo del salón de té fueron seguidas por dos hombres y trataron de perderlos.

—¡Por supuesto que estábamos asustadas! —chilló Abi —¡¿Por qué otra razón nos meteríamos en una arbolada?!

Las dos tenían los vestidos sucios, rasgados levemente en algunas partes, el pelo revuelto y varios raspones repartidos por todo el cuerpo.

Naraku, por su parte, tenía una expresión indescifrable, miró a una y otra, mientras que un dejo de irritación se hacía visible.

—Kagura. Llama al médico.

Kikyō respingó en su sitio.

—¡No es necesario! —exclamó —Solo... nos caímos.

—Sí, es un poco alarmista, si un niño de ocho sobrevive bien a esto, nosotras también.

Naraku dejó escapar un suspiro de resignación. No obstante, su humor no cambió. Enderezó la espalda, acomodándose en la silla de su escritorio.

—Entiendo, supongo que solo queda que se den un baño y se alisten para cenar.

Aun avergonzadas, las dos chicas salieron del despacho para ir a las habitaciones de arriba. Sin embargo, Kikyō no pudo evitar mirar sobre su hombro. Fuera del despacho, estaban Muso, Byakuya, Juromaru y Kageromaru, los cuatro entraron después de que ellas salieron.

No alcanzó a ver el rostro de Muso, pero se afligió de pensar que otra vez le había causado un problema. Él había sido asignado a acompañarlas en su tarde de compras, pero cuando llegaron al salón de té y aseguraron que estarían un rato, él fue a dejar las compras a la casa porque las bolsas lo sobrepasaban. Si lo hubieran esperado, obviamente no se habrían metido en todo ese embrollo.

Luego de la cena, los cuatro hombres de Naraku llevaron a Abi de vuelta a su casa, para presentar las debidas disculpas por el incidente, de modo que Naraku y Kikyō quedaron a solas en el comedor.

—Disculpe—susurró Kikyō llamando la atención del hombre —, sobre lo que sucedió… no fue culpa de Muso. Abi y yo nos escapamos de él.

Solo hubo un momento de silencio en el que pensó que las facciones del rostro del hombre se relajaron, y la miró con la misma tranquilidad de siempre.

—No te preocupes por él. No es que lo vaya a matar, pero tiene cierta tendencia a hacer lo que quiere y no lo que le digo. No puedo dejar que siga haciendo lo que quiera; si le digo que te proteja, es lo que debe hacer. Si le digo que encomiende su vida a ti, es lo que debe hacer.

Luego le ofreció su brazo y la llevó así a su habitación. Y, sin contar lo último, ¿cómo estuvo el día?

Kikyō suspiró.

—Me avergüenzo bastante de esto. Traté de controlar a Abi, pero al final… no pude evitar que comprara muchas cosas…

Pero en lugar de parecer molesto, parecía más bien complacido.

—¿Hay algo de eso que puedas mostrarme?

La pregunta le pareció justa, después de todo, era su dinero, así que no le dio muchas vueltas al asunto y le pidió que entrara a la habitación, en donde estaba Kanna acomodando las cosas. Apenas entraron, la niña dejó lo que estaba haciendo, inclinándose respetuosamente.

Con bastante sencillez, como si fuese una asistente de ventas más que para presumir sus nuevas posesiones, como si no fuese algo suyo.

Algunos vestidos, y listones, un sombrero de ala ancha y un segundo par de zapatos. En el estilo se notaba claramente la influencia de la otra chica, que se desapegaba de lo tradicional, incluso en la sombrilla que según le explicó Kikyō, dijo Abi que estaba a juego con una suya. Naraku, por su parte, pensó que no tardaría en darse cuenta de que todo el nuevo guardarropa lo estaba.

Al mismo tiempo, se dio cuenta de que, entre las compras, no había ni una sola joya. Seguramente pensó que sería excesivo, o no lo consideró siquiera ya que no estaba acostumbrada a usarlas, aunque estando con Abi, resultaría extraño que ella no lo hubiese cuando menos sugerido.

Entonces, cuando ella se acercó, aprovechó para tomar su mano.

—No te sientas mal por esta insignificancia —le dijo. Por un momento, Kikyō pensó que la iba a besar en el dorso, pero no fue así, solo se puso de pie y le deseó buena noche para enseguida salir, cerrando por fuera, y no estaba segura si se sentía aliviada o decepcionada.

Dejó escapar un suspiro.

Había sido un día agotador, pero ni bien se metió a la cama, sus pensamientos volvieron a la escena del perro.

—El mundo es muy voluble…—susurró con tristeza, contraponiendo las tiendas de vestidos a los hombres decapitando al animal.


La risa de Kagura llamó su atención. No la había escuchado antes, la mujer vivía con un mal humor constante, al menos cuando estaba presente.

Estaba esperando a Muso para que la acompañara a la escuela, y aunque no quería interrumpir lo que fuera que tenía contenta a Kagura, pronto apareció en su rango de visión.

—Realmente te creí hombre muerto, pero estás bien.

—Yo también pensé que me moría —respondió entre risas —, pero al final todo salió bien.

Ambos repararon en la joven de pie en el vestíbulo, que solo se había encogido en sí misma.

—¡Señorita Kikyō! —exclamó el hombre arrodillándose frente a ella, lo que de inmediato consiguió que Kagura frunciera el ceño profusamente —¡Juro por mi vida que no volveré a dejarla sola!

Kikyō cerró los ojos y apretó los labios.

—¡¿No vas a decir nada?!

Se tragó las palabras "desvergonzada" y "desagradecida" porque no tenía ganas de que Naraku le pegara otra vez.

—Yo… yo…

Kikyō reunió todo su valor para mantener la compostura, solo quería salir corriendo.

—Te lo agradezco… Muso.

—¡A partir de ahora solo viviré por y para usted!

—¡¿De qué estás hablando, idiota?! —gritó Kagura.

Kikyō apretó con fuerza los libros, tanto que los dedos estaban volviéndose blancos.

—No es necesario, no…

—¡Por favor! —exclamó Muso —¡Es lo único que deseo! ¡Ni dinero ni otras mujeres! ¡Solo usted!

Kagura jadeó, cuando vio a Muso entrando a la cocina más temprano le provocó cierta envidia saber que el incidente con las muchachas no le había causado un castigo terrible, mientras que ella se había aguantado un golpe por llamarla por lo que era: una campesina.

¡Él la había dejado sola y la habían perseguido unos malhechores en consecuencia!

Se mordió un labio, frustrada.

Muso era un idiota, solo servía para hacer algunos recados y tenían que soportar sus delirios de grandeza. De alguna manera bastante extraña parecía creer que era el heredero de Naraku, que en algún momento lo trajes elegantes y los autos serían suyos. De hecho, sabía por Juromaru y Kageromaru que el muy idiota se paseaba con las chicas de alterne como si fuera un hombre importante.

Pese a todo, pero verlo de esa manera era humillante, sobre todo porque esa mujer no decía nada.

—¡Solo levántate y váyanse ahora! ¡No quiero seguir mirando este sinsentido!

Kikyō asintió, necesitaba salir, y en la escuela estaría bien. Se resistió a correr, no entendía lo que estaba pasando y su corazón latía desbocado, aún así, cada que podía adelantaba un poco, aunque sin resultado, Muso rápidamente saltaba a su lado.

Si no se alejaba de él, se iba a volver loca.

—Oye…

Kikyō se detuvo al escuchar esa voz a la vez que se llenaba de un alivio impresionante.

—Kōga —lo llamó.

El soldado la miraba fijamente, sus ojos azules destellaban un dejo de molestia.

—¿Qué diablos haces con ese noppera-bō?

Quiso correr hacia él, pero como si lo intuyera, Muso la tomó por los hombros, obligándola a mirar su cabeza sin rostro, una superficie lisa y aterradora de la que emitía sonidos aun sin tener boca.

—¡Yo existo solo para usted, señorita Kikyō! ¡Señorita Kikyō!

—¡Ya basta con eso! —exclamó Kōga lanzándose hacia Muso.

El movimiento brusco empujó a Kikyō contra el muro de una casa. Otros viandantes giraron por el revuelo, pero ninguno se acercó. Era un soldado, y el otro seguramente hizo algo para provocarlo.

—¡Algo pasó con él! —exclamó Kikyō —¡Él no era así! ¡Él era…!

Quería decir "normal", pero la palabra se atoró en sus labios, porque la odiaba.

De cualquier forma, Kōga no iba a matarlo, evidentemente, y cuando dos de sus compañeros aparecieron, alertados por los ruidos, les dijo que lo llevaran al calabozo, y estos no dudaron, dejándolo con la joven.

—¿Qué mierda fue eso? —preguntó Kōga girándose hacia ella, aunque al notar que temblaba, se arrepintió de ser tan brusco, y como no se le ocurría nada más, solo la estrechó contra él.

—Vamos, dime que pasó.

—Yo… no lo sé…

Y era verdad, solo que no podía dejar de pensar en lo que le dijo Naraku por la noche:

"Si le digo que te proteja, es lo que debe hacer. Si le digo que encomiende su vida a ti, es lo que debe hacer."

¿Acaso Naraku había tenido algo que ver? ¿Cómo?


Comentarios y aclaraciones:

Ya habían entrado en escena, pero no los había presentado debidamente, los Noppera-bō son los fantasmas sin cara. Son más traviesos que peligrosos.

¡Gracias por leer!