Remplazo de identidad
La joven camarera dejó el servicio de té en la mesa, sin poder evitar reparar en el soldado; su porte, el perfil bien delineado y sus poco comunes ojos azules no permitían que pasara desapercibido. Lo que le llamó la atención, sin embargo, fue que llevaba el uniforme nacional y no el extranjero, como podría suponerse por su apariencia. Seguramente tenía ascendencia extranjera y militaba para ganarse el favor de una sociedad que valoraba bastante la pureza de la sangre.
Él notó su mirada fija, y bastó con un breve contacto visual para que se sintiera intimidada, como si le hubiese hecho promesas de dolor o muerte. Pero no le dedicó más tiempo que eso, volvió su atención a Kikyō, que había tomado una de las tazas.
Sus manos estaban tan frías que el contacto fue un contraste marcado.
—¿Y estás completamente segura de que sí tenía un rostro hasta ayer?
—Desde que llegué a la casa hasta anoche mismo, no es algo que se pueda no notarse.
Kōga enlazó las manos frente a su rostro, recargando los codos en la mesa.
—Los noppera-bō son fantasmas con la peculiaridad de poder mostrarse a voluntad incluso con personas si habilidades sensoriales, pero lo que los hace lo que son, es que no pueden recordar su vida —explicó con seriedad —, esa falta de identidad se refleja en su falta de rostro. A lo que voy, aún si Muso estuviera muerto, no podría ser ese tipo de fantasma, porque es claro que sí tiene recuerdos.
—Entonces... ¿puede que no sea Muso?
—Seguro solo es un idiota cualquiera que pensó que era buena idea tomar la vacante...
Sin embargo, Kōga se detuvo en lo que decía, y Kikyō tuvo el mismo pensamiento.
—¿Crees que él esté bien?
La primera reacción del oficial había sido asegurarle que sí, pero al mismo tiempo también pensó que había sido un riesgo muy grande para una criatura tan débil como un noppera-bō.
No existía tal cosa como una entidad que regulara lo que las criaturas sobrenaturales podían o no hacer mientras vivieran con los humanos ordinarios, todo era cuestión de sentido común. Hacer algo así solo traería la atención de sacerdotes que los exorcizarían.
—Le dije a los chicos que lo encerraran por disturbios públicos, estará ahí hasta mañana, a menos que tu jefe pida que lo suelten antes.
Ella asintió, y dio un sorbo al té. El sabor amargo relajó sus nervios lo suficiente como para centrarse en lo que sucedía desde una perspectiva más objetiva.
Hubo un momento de silencio entre ambos antes de que Kōga finalmente se animara a seguir hablando.
—Puedo preguntar... ¿por qué estás con Naraku? No me da la impresión de que seas la clase de mujer acorde a... él.
Kikyō levantó la mirada que había permanecido enfocada en su reflejo en el té. Recordó lo que le dijo la vez que la acompañó de vuelta a casa, y que pensó que su cambio de humor se debía a una historia pasada con Kagura.
—Es mi benefactor —dijo con simpleza.
Hasta que el propio Naraku no le dijera textualmente y en persona que quería casarse con ella, no cometería la imprudencia de reclamar el derecho a llamarse su prometida. Así sería menos humillante si cambiaba de opinión.
La respuesta, no obstante, no pareció satisfacer al joven.
—Tuvo un accidente cerca de mi aldea natal, yo cuidé de él hasta que pudo regresar. Dice que valora su vida más que a nada, y por eso ahora insiste en que tiene una deuda conmigo.
Kōga profirió una risa despectiva, algo como un bufido bajo mientras sonreía.
—Y pensar que pudiste salvar al mundo si lo dejabas morir.
Kikyō no pudo evitar fruncir el ceño. Desearle la muerte a alguien era bastante descortés. Aunque, su expresión no consiguió que se disculpara, todo lo contrario, se rio con ganas.
—¿Sabes a qué se dedica?
La pregunta la tomó desprevenida, con todo y que, siendo que ella vivía con él, tendría que saberlo, pero "hombre de negocios" no era exactamente una respuesta razonable. Kōga se inclinó al frente, y aunque la mesa estaba de por medio, le dio la impresión que estaba encima suyo, disfrutando de su incertidumbre.
—Ese hijo de perra es un agente del gobierno que se encarga de las tareas sucias que los honorables altos manos no quieren hacer.
La expresión de la mujer se contrajo más, acusándolo con la mirada.
—¿Por qué te mentiría?
Kikyō sintió que se iba a volver loca por la forma en la que estaba sonriéndole, haciéndole sentir tonta por su ignorancia, pero no se sintió con el valor para golpearlo por mucho que quería hacerlo.
—Escucha. Es un tipo importante, si estás bajo su cuidado estarás bien, es solo que no deja ser peligroso...
Incapaz de seguir mirándolo, solo desvió giró el rostro. Si trabajaba para el imperio, ¿qué tan malo podría ser?
.
Kagura se mostró francamente sorprendida cuando vio a Kikyō llegar tan temprano.
—Hubo un incidente con Muso... y no llegué a la escuela.
—¿Incidente? ¿Qué pasó?
Sin embargo, apenas distinguió quién la acompañaba aguzó la mirada, y si fuese alguna clase de animal, seguramente se habría visto cómo echaba las orejas hacia atrás mostrando los colmillos.
—Parece que convenientemente el heroico oficial acudió a tu rescate otra vez—dijo con hostilidad.
—Convenientemente —repitió él —. Su amigo, señora, está detenido por desorden público, saldrá mañana si se comporta.
Kagura resopló, luchando por recobrar la compostura. Así que solo hizo un ademán, acomodándose el flequillo y relajando su rostro, dándose un aire ligeramente arrogante.
—Gracias —le dijo, modulando su voz —. Seguramente solo es un malentendido, le informaré al señor.
Sus intenciones claramente eran recordarle con quién se estaba metiendo, pero no parecía mínimamente amedrentado, y desde el otro lado del recibidor, Kikyō solo los miraba en silencio, preguntándose qué clase de relación tenían, o habían tenido, y cómo era posible que sobrevivieran a eso, el choque de sus personalidades debería volver insoportable cualquier estancia que compartieran.
—Tu señor también podría considerar contratar personal más competente.
Kikyō dejó escapar un suspiro, mientras que Kagura le cerraba la puerta en la cara con tal fuerza que, si no fuera por el marco de esta, seguramente lo habría golpeado. Cuando se giró hacia ella, temió que la fuera a culpar por lo de Muso, pero solo pasó a su lado, refunfuñando.
—¿Está bien si me hago cargo de la cena? —preguntó, esperando que entendiera su ofrenda de paz.
Kagura la miró de arriba abajo. Sería extraño que creyera que no supiera cómo hacerlo, sabía de antemano sus orígenes humildes, claramente tenía que hacerlo mínimo por supervivencia.
—Sí, está bien. Le diré a Kanna que te ayude.
Se inclinó levemente para agradecer y subió para cambiarse de ropa, no quería ensuciar el uniforme, aunque una vez que abrió el armario, igualmente le apenaba a posibilidad de manchar alguno de los vestidos nuevos.
.
—¡Sargento!
Kōga se detuvo al ver a uno de sus subordinados correr hacia él apenas entró a la base.
—¿Qué pasa?
—¡Es sobre el tipo que encerró en la mañana!
Súbitamente interesado, tomó las hojas que el otro llevaba, frunciendo el ceño a medida que iba leyendo.
—¿Estás seguro?
El otro asintió casi con exageración, haciéndose a un lado cuando Kōga siguió de largo.
Las celdas de la base militar funcionaban como punto de detención temporal mientras se hacían los arreglos de las instalaciones que serían oficiales. Hacía un tiempo que los altos mandos, tanto civiles como militares se dieron cuenta que la minúscula estación de policía y su calabozo ya eran insuficientes para una ciudad que había crecido desmesuradamente en poco tiempo, pero parecían no tener demasiada prisa en resolverlo, de modo que pervertidos y borrachos solían pasar la noche de su arresto en una barricada acondicionada, rodeados de cadetes y soldados.
Kōga se acercó, golpeando los barrotes y el hombre saltó casi enseguida a él.
Ese hombre sin rostro le causaba repulsión, como todos los espíritus, pero sabía que los demás solo veían a un tipo perfectamente normal, aunque un poco ansioso.
—¡La señorita Kikyō! —exclamó —¡Tengo que ir con ella!
—Yo creo que no. Pero tal vez considere soltarte si me dices quién diablos eres.
La criatura ladeó la cabeza, y a saber qué expresión hizo porque su subordinado, detrás suyo, se rio.
—Mi nombre es Muso...
—No —interrumpió Kōga.
Realmente no había gritado, pero la profundidad e inflexión de su voz fue tal que incluso los otros prisioneros giraron para verle. Puso las hojas que le habían dado contra los barrotes.
—Este es Muso, es un sacerdote desaparecido hace dos años mientras hacía un peregrinaje, y cuyo cuerpo encontramos hace un mes flotando en el rio, con muy poco tiempo de muerto. Así que volveré a preguntar, ¿quién eres tú?
El noppera-bō se apartó un poco. Kōga no podía ver su rostro falso, pero prestó atención a la reacción del resto de su cuerpo, la forma en la que se había tensado, y supo que no se trataba de ningún delirante, que sabía perfectamente a quién había reemplazado.
La pregunta real era ¿por qué? Y más importante ¿Qué figuraba Naraku ahí?
Comentarios y aclaraciones:
*Nota sin importancia: que Kikyō tenga pensamientos respecto a actuar un poco "violenta", no es algo exclusivo de este fic. En general es un head canon que tengo, y que iría en relación a que Kagome si lo hace, es decir, como cuando Inuyasha le pidió que se quitara la ropa (porque estaba usando lo que usaba Kikyō, y él lo decía porque le recordaba eso y no otra cosa) y le da con una roca "por atrevido", claramente no era un ataque con intenciones homicidas, pero la gente normal no golpea con rocas del tamaño de un balón. Pienso que Kikyō podría tener esa clase de pensamientos también, pero jamás lo hizo porque es mucho más retraída, y la verdad, reprimida, además de que no era bien visto que las mujeres en ese entonces fueran reactivas. Sería, pese a todo lo que se enfatizó de que aun como reencarnación Kagome es completamente individual, un rasgo en común.
¡Gracias por leer!
