Sueños.


Siempre era lo mismo. Las entrañas se le revolvían de forma tétrica cuando se encontraba alguno por la calle. Sus piernas empezaban a temblar, en ocasiones imposibilitando su capacidad de caminar y sudor frío acudía a toda su espalda. No importaba si la gente le decía «es solo un perro ¿Por qué tienes tanto miedo?».

Era simplemente horrible sentir el pánico tomando dominio de su cuerpo. Una sensación de vértigo que se derramaba desde la cima de su cuerpo hasta la punta de sus dedos. Su pecho apretado siempre requería respiración profunda para calmarse.

Todo debido a un sueño. Una pesadilla de infortunio que tuvo a los cinco años.

Nadie podía ayudarla a superar el miedo desatado por las escenas de su inconsciente. Si se esforzaba, podía recordar con claridad aquel bosque de abedules sumido en la penumbra. Escuchando las pisadas de una jauría hambrienta detrás de ella mientras intentaba escapar por su vida.

Las plantas desnudas de sus pies lastimadas por los múltiples escollos del sendero terroso. El ardor de sus vías respiratorias a punto de ceder al helado viento entrando en su organismo, las lágrimas que escapaban de sus ojos debido a la inminente sensación fatal inyectada por las miradas fieras sobre su débil figura infantil.

Podía sentirse a sí misma cayendo contra el implacable suelo lleno de piedrecitas que se incrustaban a su piel, aunque el dolor producido por aquellas no se comparaba a la agónica tortura de unas fauces llenas de saliva clavándole los colmillos sin piedad, desgarrando los tejidos de su tierna carne blanda, provocando gritos desgarradores en medio de la nada, suplicando una ayuda que jamás llegó.

—¿Estás bien? —le cuestionó un hombre alto de inusual cabellera plateada. Ella levantó la vista saliendo del letargo que volvía su semblante pálido. Encontrando aquella apariencia solo pudo pensar que debía ser un angel. Sobre todo porque ahuyentó al canino que le ladraba.

Le tomó un tiempo reajustar sus emociones antes de entonar—. Disculpe las molestias, pero gracias por ahuyentar al perro. —El hombre no respondió, simplemente la miró como si buscara algo. Ella sonrió decidiendo continuar con su camino a casa al reponerse de su ataque de pánico—. De nuevo, muchas gracias —despidió con una reverencia.

Atrás, él reveló el color dorado de sus ojos antes camuflados y la examinó desde la espalda. Pensando en los recuerdos sobre cómo terminó su vida pasada, en los recuerdos que no pudo borrarle cuando recogió su alma.

Sin alternativa echó los pasos para seguirla.

A veces, los dioses de la muerte también se equivocan y tienen que reparar el daño de alguna forma.


Prompt: Fobia.