Para siempre.


El claro día se vislumbra desde el vasto horizonte, el color grisáceo del alba lentamente cambió a un brillante cielo azul a medida que el sol avanza en su recorrido; al mismo tiempo, un hombre se despide de su amada esposa dentro de la única cabaña albergada en la colina.

—Volveré tan pronto termine de trabajar —anunció acomodando las hebras azabaches de ella. La joven dama asintió otorgándole una sonrisa tranquilizadora, haciéndole saber que lo esperaría obedientemente en casa. Que no iría a ningún lugar.

Que no podía ir a ningún lugar.

Le otorgó una mirada dulce pasando por alto las terribles cicatrices que se rosaron contra sus mejillas cuando él se inclinó a darle un beso. A ella no le molestaban en absoluto.

No lo hacían.

Antes.

—Pórtate bien ¿De acuerdo? Ya dejé todo preparado y a tu alcance mientras esté fuera. No te apures por que alguien pueda venir a molestarte, estás en un lugar seguro.

Ella asintió de forma sucinta. Entonces el hombre procedió a envolver gruesas vendas alrededor de su rostro antes de colocar su sombrero de paja, cubriendo los estragos que el fuego le dejó.

Marcas de por vida de las que se encontraba completamente orgulloso, pues eran la prueba fidedigna de que los sentimientos por esta mujer no tenían límites u obstáculos.

—Adiós, Kikyo.

Finalmente, salió de la casa cerrando tras de si.

Ella entonces se permitió liberar la respiración, comenzando sollozar en silencio. Sus manos que alguna vez fueron hermosas ahora mostraban las hendiduras de sus articulaciones debido a la delgadez. Sus piernas bajo la manta no le obedecieron a pesar de hacer su mayor esfuerzo.

Y el pensamiento de que no le obedecerian nunca más la llenó de sofoco. De terror. Porque no quería seguir en este lugar, atada al pirómano que una vez incendió su hogar cuando ella le rechazó.

En un desesperado intento por llevarlos a ambos a la muerte.

¿Quién sabía que ambos lograrían sobrevivir con la ayuda de los pobladores de la aldea?

¿Quién sabía que ella perdería sus recuerdos logrando engañarla con el cuento de ser su esposo, su salvador? El que arriesgó su vida para sacarla del siniestro.

¿Quién sabía que ella perdería toda capacidad de caminar o de hablar?

Se cubrió el rostro con las manos. Incapaz de soportar el hecho de haberlo apreciado por aquella mentira tan vil. Adolorida porque estaba encadenada a ese monstruo cuya locura se podría identificar si lo mirabas atentamente a los ojos.

Esos ojos que se clavaban en ella con triunfo. Los mismos que le infundieron pesadillas hasta recuperar sus recuerdos. Recuerdos que tendría que oprimir mientras lo trataba de forma dulce y soportaba el rose de las cicatrices cuando le dejaba un beso de despedida o la ayudaba a lavar su cuerpo.

Resignada al hecho de no poder tomar ni su propia vida ante la cuidadosa selección de artículos dejados alrededor de ella. Ninguno lo suficientemente mortífero. Resignada a continuar anclada a él, fingiendo amnesia.

Para siempre, escondida en este recoveco aterrador.


Prompt: Amnesia.