Ojos de gato.
Kagome sintió un escalofrío en la espalda, uno que le puso la piel de gallina. Aunque ya acostumbrada a esa sensación y sabiendo su origen, se dio la vuelta para encarar al responsable.
Tal como esperaba, Buyo, el gato de la casa, estaba detrás de ella mirándola fijamente, casi listo para atacar. La chica suspiró, desde que su hermano menor había adoptado al gato, parecía haberla odiado a primera vista. No toleraba estar cerca de ella pero cuando la miraba parecía tener todas las intenciones de atacarla aunque sin atreverse.
Un poco cansada por la actitud del animalito, decidió sobrepasar esa barrera acariciandolo un poco.
Empezó por llamarlo hacia ella como solía hacer Sota o su madre pero no hubo efecto. Incluso el abuelo parecía tener más suerte con el minino. Tomando la afrenta como un reto personal, comenzó a seguirlo por todo el patio hasta que ingresó en un pequeño shinto donde se albergaba un pozo antiguo.
Sonriendo con triunfo, Kagome ingresó al edificio cerrando las puertas detrás de ella. Caminó sigilosamente hasta acorralar a Buyo y tomarlo entre sus manos.
El animal luchó naturalmente contra su tacto, pero ella lo sujetó por debajo de los brazos como si alzara a un niño pequeño. Buyo no pudo pelear demasiado debido al gran peso de su barriga y quedó como un títere entre las manos de Kagome. Mirando fijamente su cara.
La chica sonrió cerrando los ojos con éxito—. ¿Ves? No era tan difícil que me dejaras tocarte —señaló al animalito. Ella abrió los ojos contemplando las facciones de Buyo encontrando fascinantes sus enormes orbes que parecían dos canicas de cristal llenas de brillo—. Qué raro, nunca había conocido a un gato con ojos rojos —se extrañó. Había visto conejos con tal característica pero nunca a un gato. Sin embargo no le dio importancia.
—Eres muy lindo —susurró elevandolo por encima de su cabeza. Extrañamente, el color rojo pareció modificarse en cuanto cambió de posición. Frunciendo el ceño, Kagome volvió a acercarse un poco al animal que ahora estaba muy quieto y parecía obsesionado con su rostro. Hizo algunos movimientos más dándose cuenta de que el rojo solo se encendía cuando lo tenía justo delante de ella.
No era alguien supersticiosa, así que por su mente nunca se atravesó el pensamiento de que su gato pudiera estar poseído, el cambio de color de ojos debía tener una explicación lógica. Quizá era por el moño de su uniforme.
—¡Kagome, hora de comer!
El grito de su madre la sacó de sus pensamientos obligándola a abandonar a Buyo para ir dentro de la casa.
No fue hasta la noche, mientras se cepillaba el cabello frente al tocador, que se dió cuenta de la verdad. Había sido una milésima de segundo, pero podía apostar su vida a que fue real y ahora las piezas encajaban.
Todo su cuerpo se puso rígido cuando se dió cuenta de que Buyo no le tenía miedo, ni siquiera la veía a ella. Tampoco era el causante de los escalofríos.
El responsable era el reflejo que acababa de presenciar detrás suyo, cuya figura desapareció tan pronto se dió la vuelta. También era el mismo que reflejaba el color rojo en los ojos del gato.
Prompt: Reflejo macabro.
