Aroma
La fiesta de Halloween del Ministerio era una cita que ningún trabajador se perdía. Desde que Kingsley logró terminar con todos los mortífagos prófugos tres años después de la guerra, había instaurado aquella tradición que seguían al pie de la letra desde entonces.
Cada año, la noche del 31 de Octubre utilizaban la antigua mansión de los Crabbe, reconvertida en la sala de fiestas y actos oficiales del Ministerio, para celebrar Samhain y acudían todos los trabajadores con sus familias, incluidos los niños menores de once años que no estaban en Hogwarts.
La mansión se dividía en distintas salas para albergar a niños y adultos, realizando todo tipo de actividades de entretenimiento hasta altas horas de la noche.
—Esto es una mala idea, Potter —Draco estaba al lado del auror, con la espalda pegada a una pared, los brazos cruzados y la mirada fija en la gente que bailaba, comía o consumía algún tipo de alcohol —las medidas de seguridad aquí son inexistentes ¿Cómo, en nombre de Merlín, no has impedido a Shacklebolt hacer esto?
Harry rió sacudiendo la cabeza.
—¿Impedirle? Se ve que no le conoces ¿Qué te hace pensar que puedo impedirle hacer algo?
—Mierda, Potter ¿Acaso no era uno de los mejores aurores del Ministerio antes de convertirse en el jodido ministro?
—Lo era, miembro de la Orden del Fénix durante la guerra, además.
Draco resopló.
—¿Y qué le ocurre entonces? ¿Está chocheando ya? —se pasó la mano por el pelo despeinándose ligeramente.
—Supongo que no quiere que cunda el pánico.
—Quieres decir que está cometiendo el mismo error que cometió Cornelius Fudge, el mismo error que acaban cometiendo antes o después todos los ministros.
—No lo creo, Malfoy. Kingsley es consciente de lo que ocurre pero sabe que la fiesta no es el problema y tú y yo también lo sabemos ¿Qué más da? El asesino del Caracol atacará donde y cuando quiera, si algo hemos aprendido es que él conoce ya a su siguiente víctima.
—Dime al menos que conseguiste que las brujas que tenemos localizadas se quedaran en su casa.
—Están avisadas y vigiladas… más o menos.
Eso hizo que Draco se tensara.
—¿Más o menos?
—No tengo suficientes aurores para tener a todas bajo control.
—Buenas noches, Draco
La voz de Astoria hizo que el rubio gruñera por lo bajo y apretara los puños al sentir la forma en la que la bruja le aferró el brazo de forma posesiva.
—Astoria —dijo entre dientes —¿Qué haces aquí? Que yo sepa no trabajas en el Ministerio ni tienes familia trabajando allí.
—Tampoco tú —replicó ella, altiva.
—Sí trabajo allí, temporalmente al menos. No obstante —añadió quitándose las manos de la bruja de encima con elegancia —he venido como acompañante de modo que, si me disculpas, sería de muy mala educación dar mi atención a una mujer habiendo venido con otra.
Y sin más, se alejó de allí dejando a Potter para bregar con ella y se acercó hacia dónde había visto a Granger hablando con el Ministro.
Realmente esperaba que no hubiera venido acompañada porque él había salido de su casa a primera hora de la tarde para trabajar con Potter en la seguridad de la mansión y los alrededores por lo que no había vuelto a verla hasta ese momento y no sabía si tenía o no acompañante para la fiesta.
Aunque viéndose como se veía, si no lo tenía era porque los magos de Londres eran ciegos o estúpidos.
Granger se había convertido en una mujer a la que un hombre quería mirar dos veces, o tres.
Llevaba un vestido rojo y largo que dejaba sus brazos y su espalda al descubierto y se abrazaba a su pequeña cintura para caer hasta sus pies acariciando sus espectaculares curvas.
Draco se preguntó por qué había sido un joven tan estúpido en Hogwarts y cómo había llegado a pensar realmente alguna vez que la sangre era importante.
Por suerte de adulto sabía que había otras cosas mucho más importantes que el estatus, como ese trasero envuelto en seda que parecía no tener ni una sola marca debajo.
Con un repentino sobresalto se dio cuenta de que estaba pensando en las bragas de Granger cuando llegó hasta ella y quiso lanzarse una maldición a sí mismo por dejar que su mente desvariara hasta ese punto.
—Sígueme el rollo.
La cogió de la mano y tiró de ella pegándola a su costado mientras la acercaba hacia la mesa de la bebida.
La llevó hasta allí y, poniendo la mano en su espalda desnuda, mientras fingía que no se había dado cuenta del modo en el que ella se estremeció antes su contacto, se agachó hasta que sus labios casi tocaron su oreja.
—Me has traido de acompañante —instruyó dándole una copa y tomando otra para él —así que sonríe y mírame como si el sol saliera y se pusiera para mí.
Hermione rió con ganas y le miró con los ojos brillantes.
—Eso me va a resultar difícil.
—Pues finge, maldita sea —siseó con los dientes apretados y sonriendo con falsedad.
—Vaya, Granger —Astoria, que le había seguido hasta allí, cogió una copa y les miró, levantando su champagne en un silencioso brindis —yo que pensé que siempre venías sola a estos eventos.
—Sí —respondió ella sin amilanarse, con una suave sonrisa y exquisitos modales —es una suerte que Draco esté aquí —apoyó la mano en el antebrazo del rubio y le dio un pequeño apretón que, a ojos de cualquiera, podría pasar como un gesto educado de cariño e intimidad —¿Quién iba a pensar que después de tantos años resultaría una compañía tan… fascinante?
—Sí —Astoria apretaba tanto la copa que Draco pensó que la rompería —quien lo iba a decir… Bueno, aun así, dado que le has traído como compañero de trabajo, seguro que no te molesta que te lo robe el resto de la noche —dejó la copa sobre la mesa y dio un paso hacia él —Draco, amor, necesito hablar contigo en privado.
—Oh, discúlpame, Astoria —Hermione, que seguía con esa pacífica sonrisa y su máscara de dulce impasibilidad acarició con los dedos la manga de la túnica de gala de su acompañante —me temo que si me molestaría, querida —se giró para mirar a Malfoy —Lo siento, Draco, me siento un poco posesiva esta noche.
Draco rió con ganas, una risa auténtica, lejos de sus muecas rígidas y frías, una risa que iluminó sus ojos de mercurio y dibujó un pequeño hoyuelo en su mejilla.
—Hermione —dejó su bebida en la mesa, le quitó la suya para hacer lo mismo y tomó su mano, dejando un ligero beso en sus nudillos antes de girarla hacia la pista de baile —creo que voy a sacar partido de tu recién descubierta posesividad.
Dejando atrás a Astoria por segunda vez, Draco se alejó con Granger sintiendo que, en aquella ocasión, casi catorce años después del Torneo de los Tres Magos, era él y no Krum quien llevaba al baile a la bruja más bonita de la fiesta.
—Bien —Hermione apoyó la mano en su hombro y trató de no volver a estremecerse cuando él, de nuevo, le tocó la espalda desnuda —¿Y ahora puedo saber por qué he montado semejante escena delante de Astoria y de ese grupito de cotillas que había al lado de la mesa de las bebidas, querido?
Draco sonrió.
—Vamos Granger, eres la bruja más inteligente de nuestra generación y todo eso. ¿De verdad necesitas que te lo explique?
Ella suspiró.
—¿Por qué es tan intensa? —preguntó finalmente
—Porque soy irresistible —respondió él, de buen humor.
Ella puso los ojos en blanco pero sonrió. ¿Quién hubiera dicho años atrás que llegaría un día en el que estaría bailando y bromeando con Draco Malfoy? La madurez estaba, ciertamente, llena de sorpresas.
—En realidad supongo que se ha dado cuenta de que puedo no tener la fortuna de los Malfoy, pero sí la de los Black —frunció el ceño, con obvio disgusto —además creo que su infructuoso intento de convertirse en la nueva señora Zabini también hace que, de pronto, esté muy intersada nuevamente en mi.
—Eso no dice nada bueno de ella —murmuró Hermione.
—Lo cierto es que no es tan mala —la atrajo más hacia él para dar los siguientes pasos de baile —supongo que es la forma en la que nos educaron a todos, ya sabes, todo eso de la clase social, la necesidad de casarse con un buen partido y procrear…
—… la necesidad de mantener la pureza de las nuevas generaciones…—replicó la bruja
Él chasqueó la lengua, pero no pareció molestarse por el comentario.
—No en el caso de los Greengrass, ellos nunca fueron seguidores de Voldemort ni demasiado interesados en el estatus de sangre.
—¿De veras? —preguntó ella con interés.
—No, como te dije, según mi padre no eran más que unos nuevos ricos con mucho dinero y nada de poder o clase.
—A lo mejor por eso ella tiene esa necesidad de encontrar un marido socialmente…
—¿Superior? —él sonrió con burla.
—Eres un idiota.
—Lo cierto es que me da igual qué es lo que Astoria está buscando, créeme cuando te digo que no cometeré el mismo error dos veces.
—Ella es muy bonita
Tú lo eres más.
Draco parpadeó cuando ese indeseado pensamiento pasó por su cerebro. ¿De dónde había venido eso?
Tragó saliva y agradeció a la oclumancia porque su rostro hubiera permanecido impasible.
—Bonita o no —dijo en cambio —perdió su oportunidad.
Se quedaron en silencio mientras los últimos acordes se derramaban sobre ellos y Draco, embebiéndose del olor que emanaba de los alborotados rizos de la castaña, se dijo que nunca, jamás, volvería a tener un pensamiento similar a ese acerca de Hermione Granger.
Él había regresado a Londres con el único propósito de cerrar un caso, después regresaría a Lyon y nunca más miraría atrás. Incluso si el aroma de las violetas le perseguía por el resto de su vida.
