Ventana
Hermione había tratado de mantener la calma. Ayudaba bastante el hecho de que Cormac se hubiera marchado hacía horas y la hubiera dejado allí sola.
Estaba atada, amordazada y sentada en el suelo en un rincón de un polvoriento sótano, aunque por suerte no parecía haber bichos cerca.
Gracias a la pequeña ventana que había cerca del techo, había sido capaz de no perder la noción del tiempo por lo que sabía que llevaba allí por lo menos veinticuatro horas.
Intentó no pensar en Ronald y en la forma en la que se había quebrado su voz. Tenía tanto miedo de que aquel cabrón le hubiera hecho daño que las primeras horas que pasó en aquel cautiverio se las pasó llorando de pura angustia.
Estaba aterrada, por supuesto ¿Cómo no iba a estarlo? No tenía varita, se encontraba absolutamente a merced de aquel loco y había llevado la investigación de los múltiples asesinatos que había cometido pensando en ella. Definitivamente el pánico era el sentimiento que más prevalecía en ese momento.
Tragó saliva y parpadeó cuando nuevas lágrimas quisieron derramarse de sus ojos.
No. No iba a llorar. Ya había pasado el momento del desconsuelo y la lástima de sí misma. Tenía que mantener el control, tenía que ser fría y astuta, tenía que poner a funcionar sus células grises y buscar la forma de salir de aquello.
Se levantó como pudo con las manos atadas a la espalda y trató de ver en la penumbra. Necesitaba algo que le ayudara a cortar las cuerdas con las que sus muñecas permanecían sujetas la una con la otra pero no había nada en el suelo que pudiera utilizar.
No sabía donde la había metido Cormac pero parecía el sótano de una casa y únicamente había estantes y cajas a las que no tenía acceso porque no podía usar las manos.
Caminó hasta girar a un pequeño pasillo de estanterías metálicas y se raspó al rozarlo.
¿Qué es esto?
Volvió a rasparse y se dio cuenta que el metal estaba algo roto y el saliente estaba lo bastante afilado para arañar la carne por lo que pensó que tal vez podría intentar rasgar la cuerda y dedició los siguientes minutos a tratar de hacerlo.
No sabía cuanto tiempo estuvo allí hasta que lo logró, pero le había parecido una eternidad, sobre todo cuando sintió las manos doloridas por los arañazos que se había hecho en cada intento de cortar la soga.
Se quitó la mordaza con la que Cormac le había tapado la boca y, por un momento, pensó en gritar para ver si, a través de la pequeña ventana alguien podía oirla.
No lo hizo.
No sabía donde estaba Cormac ¿Quién le decía que no estaba en esa misma casa? Podría estar en el piso superior y bajaría al menor ruido fuera de lugar volviendo a maniatarla.
—Piensa, Hermione —susurró frotándose las sienes con fuerza.
Era imperativo que se calmara porque ella no necesitaba la varita para hacer magia, al menos la magia más básica. Dos años atrás visitó a Minerva en Hogwarts mientras ésta tenía como invitado a un profesor de transformaciones de La Escuela de Magia Uagadou, una escuela en la que los profesores usaban los dedos para realizar magia en lugar de canalizarla a través de la varita.
A Hermione le resultó tan útil y curioso que le pidió ayuda para entender el proceso y poder trabajar en ello y, durante los siguientes meses se dedicó a practicarlo hasta ser capaz de realizar distintos hechizos de primer año con gestos de sus manos.
Era capaz de abrir la puerta, pero tenía miedo de lo que podía encontrar afuera de modo que decidió dedicarse a la ventana.
Con cuidado utilizó unas cajas para alzarse hasta que llegó a ella y con un par de chasquidos y giros de los dedos susurró.
—Alohomora
Apretó el botón y abrió la ventana. No veía nada más que la acera, algunas plantas y las ruedas de un coche un poco más lejos. Lamentó no ser capaz de conjurar un ascendio y usó las doloridas manos para empujarse hacia fuera, arrastrándose hasta que logró salir al exterior.
Una vez fuera miró a ambos lados y se dio cuenta de que estaba en un callejón de modo que, sin pensárselo dos veces, salió corriendo hacia el lugar que no estaba cortado hasta que se topó con un cuerpo que le bloqueó el paso.
—Hermione
Aquella voz…
Se estremeció y estuvo a punto de sollozar como una niña al escuchar su nombre dicho de aquella forma suave.
Levantó la vista y contempló aquellos ojos grises que amaba y odiaba en igual medida.
—¿Draco?
—¡Hermione!
Harry apareció al otro lado del rubio y, cuando la vio, inspiró hondo y cerró los ojos con el rostro elevado al cielo como si estuviera enviando una plegaria.
—¿Estás bien? —de nuevo la voz de Draco hizo que girara la cabeza para mirarle de nuevo.
Hermione parpadeó, confundida al verle allí, al sentir sus manos en los hombros, su cálida mirada recorriendo cada milímetro de su rostro, como si estuviera tratando de escanearla para comprobar que no había nada fuera de lugar.
—Sí —susurró con la voz ronca.
Él dejó sus hombros y acarició su cuello hasta tomarla de las mejillas, pasando los pulgares por debajo de sus párpados donde unas sombras constataban su cansancio y su preocupación.
—¿Te ha hecho… algo?
A Hermione le sorprendió lo trémula que sonaba aquella voz, normalmente segura y arrogante.
—No… no le ha dado tiempo, supongo.
Él inspiró con brusquedad, cerró los ojos y, en un arrebato la atrajo hacia sí hasta envolverla entre sus brazos, como si quisiera meterla debajo de su piel donde pudiera protegerla de todo y de todos.
Una parte de ella quiso empujarle y mandarle a la mierda por todo lo que la había hecho pasar. Por desaparecer, por abandonarla, por irse y hacerle lo mismo que a todas las demas. Pero otra parte, la que le amaba desesperadamente, únicamente quiso refugiarse en su abrazo y olvidarse del mundo.
—¿Cómo has salido? —preguntó Harry que se había puesto delante de ellos para dejarla cubierta entre los dos.
Ella se apartó de Draco y les mostró las manos.
—Conseguí cortar las cuerdas con una estantería rota, después abrí la ventana —dijo señalandola —y me arrastré hasta subir.
—¿Y tú varita? —preguntó Draco.
—No tengo. Me la quitó.
—¿Y cómo abriste la ventana?
Ella suspiró cansada y, de forma inconsciente, se acurrucó contra él. Draco la rodeó nuevamente con sus brazos acunándola con su calor.
—Puedo realizar algunos hechizos menores sin varita.
El rubio parpadeó, contempló su coronilla con admiración y después miró a Potter quien asintió, encogiéndose de hombros en un gesto que decía algo así como: Es Hermione ¿Qué esperas?
—Te sacaré de aquí —dijo Malfoy —y volveremos a por él.
—No —ella se revolvió ligeramente entre sus brazos —no quiero irme.
—No tienes varita y estaríamos más preocupados por ti que otra cosa.
—Sabes que tiene razón —intervino Harry —entorpecerías la misión en tu situación actual.
Y ella murmuró maldiciones en voz baja porque sabía que tenían razón pero no quería irse.
—No hay ningún sitio seguro —empezó diciendo —y ni siquiera sé si realmente está allí.
—Hay un sitio —dijo con el ceño fruncido Draco —Potter, dame cinco minutos.
—Haré guardia, por si sale. No tardes —respondió con total confianza.
Un segundo después, Draco se apareció con ella bien pegada a su cuerpo.
Cuando Hermione se dio cuenta de donde estaban buscó los ojos de Draco de forma frenética.
—¿Qué hacemos aquí?
—Es el lugar más seguro.
—¿Estás loco? —Susurró la mujer —no tengo mi varita, Draco.
¿Cómo iba a entrar allí sin su varita? Se revolvió ligeramente pero Malfoy le dio un apretón en el brazo para pedirle que se mantuviera quieta justo cuando la puerta se abrió.
—Oh Merlín… ¡Draco!
Narcisa Malfoy, que parecía algo más envejecida y tenía el rostro cetrino y cansado, se llevó las manos a la boca y, dejando a un lado su sempiterna máscara de elegante frialdad, bajó los escalones y, temblando por la necesidad de lanzarse a los brazos de su hijo, se contentó con alzar una mano para tocar su rostro con dedos trémulos.
—Hola madre — Hermione vio a la mujer tragar saliva y parpadear, como si tratara de reprimir las lágrimas que amenazaban con desbordar sus ojos —necesito un favor —señaló a la bruja a la que continuaba abrazando contra su torso —necesito que esté segura y protegida durante unas horas y no hay lugar más seguro para ella que Malfoy Manor ahora mismo.
Narcisa la miró con sorpresa. La identidad de Hermione era de sobra conocida en todo el mundo mágico.
—Señorita Granger —murmuró la bruja mirándola más con curiosidad que con el desagrado de antaño.
—Hola señora Malfoy —respondió Hermione aferrándose a Draco como si no tuviera pensamiento de soltarle jamás.
—¿Puedes hacerlo, madre? ¿Puedes protegerla? —carraspeó, incómodo —no te lo pediría si no fuera importante —importante para mí.
Aquellas últimas palabras no las dijo pero hay cosas que una madre entiende sin palabras y, pese a la sorpresa inicial, supo que después de todo lo que había hecho Lucius y del tiempo que había pasado separada de su hijo, haría cualquier cosa para ayudarle, incluso esconder a una hija de muggles en su hogar.
—Sí. Pase, señorita Granger.
Y, cuando Draco se apareció tras ella con un inconfundible crujido, Hermione se quedó allí, delante de la puerta de Malfoy Manor y de Narcisa Malfoy, sin varita y completamente sola.
