Disculpar que lo haya subido con un día de retraso pero ayer fue Halloween y tuve una fiestecita por lo que no pude usar el ordenador.
Bienvenidos al final de este fictober!
Espero que hayáis disfrutado de este viaje tanto como yo.
besos y abrazos
AJ
Susto
—Ilegalizaron la caza de los snidget dorados en 1640 y Nicolas Flamel creó la piedra filosofal en el 45—estaba diciendo Lucius con el ceño fruncido.
—Yo creo que la caza de los snidget dorados se ilegalizó el mismo año en que Flamel creó la piedra filosofal. Cuando estuve buscando información sobre él en primer año, recuerdo perfectamente la anotación sobre la creación de la Reserva de Snidget Modesty Rabnott llevada a cabo por la Presidenta del Consejo de Magos Elfrida Clagg el mismo año en que se descubrió la piedra.
—Precisamente, señorita Granger —replicó Lucius golpeando el suelo con su bastón —la creación de la Reserva fue posterior a la ilegalización de la caza por lo que usted misma está admitiendo su error. Elfrida Clagg inaguró la Reserva el año en que nació Flamel, es decir, posteriormente a la ilegalización de la caza de los snidget dorados.
Draco se quedó en la puerta, incapaz de creer lo que veía.
Su padre estaba discutiendo de Historia de la Magia con Granger y ninguno parecía querer lanzar una maldición sobre el otro.
Narcisa daba pequeños sorbos de su té y, por la forma en la que miraba la pared, Draco supo que ni siquiera les escuchaba, lo que le hacía pensar que debían llevar tiempo con aquella conversación.
— Es cierto —dijo Hermione, no sin cierta sorpresa mientras utilizaba su prodigioso cerebro para recordar los datos que, sin lugar a dudas, tenía allí almacenados —Elfrida Clagg los declaró especie protegida en el 40 y cinco años después creó la Reserva.
Lucius alzó una ceja y sonrió. Draco casi se estremeció al ver aquella calculadora sonrisa.
—A mí no me gusta demasiado el Quidditch pero reconozco que hay que agradecer al encantador de metales Bowman Wright que creara la snitch, el uso de los snidget era algo bárbaro y horrible.
—¿Ha leído usted Quidditch a través de los tiempos, señorita Granger?
Cuando Draco vio el brillo en aquellos ojos castaños supo que, obviamente, sí lo había leído y decidió intervenir antes de que la conversación continuara por otros derroteros.
—Buenas tardes —dijo desde la puerta.
—¡Draco!
Hermione se levantó de un saltó y corrió hacia él, lanzándose a sus brazos sin ni siquiera pensar en dónde y con quién estaban. Sin recordar el abandono, las noches de lágrimas y angustia, el dolor que le había causado su ausencia y su rechazo.
Lo único que sabía es que él estaba allí, que había ido a buscarla y que aunque fuera una última vez necesitaba sentirle cerca, necesitaba ese abrazo más de lo que necesitaba respirar. Aún estaba aterrada por lo que le había sucedido a ella, por lo que podría haberle pasado a él o a Harry y Draco olía a hogar y se sentía cálido y firme bajo su contacto.
Por su parte, los brazos de Draco se cerraron a su alrededor y la apretó contra su pecho, necesitando aquel contacto para sentir que el mundo volvía a girar sobre su eje una vez más.
Recordó los días y las noches a solas en París, las veces que creía que podría superar su recuerdo, las veces que pensaba que realmente debía hacerlo.
Sí, siempre había sido un gilipollas y al parecer no había cambiado tanto como se vanagloriaba de haber hecho porque ¿Qué hombre en su sano juicio renunciaría a tener a su lado a una mujer como ella?
Uno que no cree merecerla.
Y ahí estaba, la verdad descarnada.
Él no la merecía.
Pero ahora que había estado a punto de perderla…
Se estremeció y acarició su espalda. Alejarse había sido un error que únicamente la había puesto en peligro, un error egoísta que le hacía aún menos merecedor de aquel amor que veía brillar en sus ojos castaños.
Ella le quería, le seguía queriendo, pese a todo.
Y no lo merecía, pero lo ansiaba de verdad e iba a tomarlo. Si ella aún le quería en su vida… nada ni nadie iba a impedirle tenerla.
Suspiró cuando notó los temblores que recorrían su pequeño cuerpo y la aferró con más fuerza al oírla susurrar su nombre en un murmullo ronco y suave.
—Ya ha terminado —le dijo besando su coronilla, ignorando a sus padres sentados unos metros más adelante.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Está bien Harry? ¿Le habéis detenido?
Draco sonrió sin poder evitarlo y cerró los ojos, disfrutando de su calidez y su contacto.
—Te lo contaré más tarde, ahora creo que es el momento de que regreses a casa.
—Iré al Ministerio —dijo separándose de él —creo que es donde debo estar ahora mismo. Formo parte del caso y…
—Y estás hecha un asco, Granger —señaló su cuerpo —dónde debes estar es en casa, dándote un baño y tratando de olvidar las últimas veinticuatro horas —ahogó un bostezo —y yo también agradecería dormir un rato.
—¿Ya os marcháis? —Narcisa se había levantado y estaba justo detrás de Hermione.
Draco se sorprendió al darse cuenta de que su madre parecía ligeramente ansiosa y preocupada.
—Podéis quedaros aquí —ofreció.
Él sintió como Granger se tensaba y sonrió.
—Creo que ella necesita ir a su casa.
—Mis cosas de la cabaña… —intervino la mujer.
—Potter y yo las dejamos en tu apartamento.
—¿Volverás? —Narcisa no pudo evitar poner la mano sobre la manga de su hijo para evitar que se marchara —Draco frunció levemente el ceño y vio como su padre miraba las llamas que danzaban y crepitaban en la chimenea —podrías venir a tomar el té mañana… ambos podéis venir.
—¿Sabes, Draco? —Lucius, al que llevaba años sin ver y del que no había recibido ni una sola carta en su cumpleaños o Navidad desde que le repudiara, se había levantado y caminado hasta ellos —esta —señaló a Granger con el bastón y habló, arrastrando las palabras de la misma forma en la que lo hacía su hijo —al menos tiene un buen cerebro y no usa la cabeza solo para llevar peinados —obvió el hecho de que también tenía contactos y era respetada en todo el mundo mágico, motivos, a su entender más que suficientes para aceptarla por allí. Caminó hasta la puerta y les miró por encima del hombro con evidente incomodidad —espero volver a verla pronto, señorita Granger… es… bienvenida a esta casa siempre que quiera —contempló a su hijo con algo que, en otra persona, podría haber sido arrepentimiento —tú también, Draco.
Se marchó sin volver la vista atrás y dejó al Malfoy más joven confuso y desubicado.
—Draco, por favor… sé que no es el momento y tienes razón, deberías llevarla a su casa y tú debes descansar —antes de pensar en lo que hacía pasó las yemas de los dedos bajo los párpados de su hijo, siguiendo el contorno de una de las ojeras —pero me gustaría mucho poder hablar contigo y yo…
—Está bien, madre. No me iré de Londres sin venir de nuevo… —suspiró, frustrado —ya incumplí mi promesa por lo que entiendo que bien podría volver a hacerlo para hablar contigo.
—¿Qué promesa? —preguntó Hermione en un murmullo.
—Juré no poner nunca más un pie en esta casa —se encogió de hombros con un gesto elegante.
—Y la rompiste… por mí.
—Necesitabas un lugar seguro… créeme, este es uno de los lugares más seguros de Gran Bretaña.
Hermione sonrió y se apretó de nuevo contra él, necesitando de su fuerza y su calor.
—Gracias
Él pasó el brazo por encima de sus hombros y la guió hacia la chimenea.
—Te mandaré una lechuza, madre —no se abrazaron, de hecho ni siquiera se volvieron a tocar, pero Hermione se dio cuenta de todas las emociones que pasaban de uno a otro sin palabras.
Draco pronunció la dirección de la mujer y ambos se aparecieron en casa de Hermione.
Sin soltarla, la llevó hasta la puerta del baño y la empujó dentro.
—Te traeré el pijama —murmuró desapareciendo en la habitación que habían compartido.
Hermione abrió el grifo del agua caliente y se desnudó casi como un autómata. Quitó el vapor que se había condensado en el espejo y se miró.
Era verdad que estaba hecha un asco. Además, revisó su cuerpo y vio algunos moretones en los brazos y suspiró.
Se curaría después.
Descorrió la puerta de cristal de la ducha y, justo cuando había metido dentro un pie, la puerta del baño volvió a abrirse y Malfoy entró con el pijama en la mano.
—No he encontrado el…
Las palabras se quedaron perdidas en algún lugar de su cerebro cuando levantó la vista y la contempló, allí, completamente desnuda y sonrojada.
Merlín, era la mujer más preciosa que había visto jamás. Incluso así, con el pelo enredado, las mejillas sucias y los moretones en sus brazos…
¿Moretones? Frunció el ceño.
—¿Qué te ha pasado? —se acercó a ella y la sujetó el brazo con delicadeza, inspeccionando cada milímetro de su piel —¿Qué te hizo?
La lívido de Draco, que se había disparado en el momento en que la vio desnuda, había pasado a segundo plano en pro de la preocupación y su mirada buscó la de ella sin esconder el miedo, a angustia y todos los sentimientos a los que era incapaz de poner nombre y expresar.
—Estoy bien —susurró Hermione —Draco, estoy bien. No me hizo nada… sólo me dejó en el sótano, nada más.
Los ojos del hombre se entrecerraron y la observó tratando de leer sus pensamientos sin usar la legeremancia y constatar la verdad de aquellas palabras.
—No me hizo nada aunque me sujetó muy fuerte —miró uno de los moretones que parecía el resultado de un apretón —por eso las marcas.
Se quedaron mirándose en silencio, con el vapor llenando la estancia, el agua salpicando las piernas de Hermione y su cuerpo erizado por el contacto de Draco y el frío.
—Joder, Hermione.
Olvidando la desnudez de la bruja, el lugar y el momento, entró completamente vestido a la ducha, ignorando las salpicaduras del agua y la abrazó con tanta fuerza que ella emitió un quedo murmullo.
—Me diste un susto de muerte —suspiró su nombre y hundió el rostro en el cuello de ella, aspirando el leve olor a violetas que exudaba su piel —te extrañé… maldita sea, intenté no hacerlo pero no he podido sacarte de mi cabeza —cerró los ojos y apretó los dientes odiando perder así el control de sí mismo, odiándose por esa debilidad.
Exhalando lentamente se preguntó si sería capaz de aparcar el orgullo por un instante, si sería capaz de….
—Draco
Hermione, pese a estar pegada a las baldosas de la pared del interior de la ducha, se las arregló para apartarse lo justo para poder mirarle a la cara y entonces lo supo.
Sí, era capaz. Por ella.
Sólo por ella.
—Fui un gilipollas —dijo con brusquedad, soltando su cuerpo para afianzar sus mejillas con las palmas de las manos —un auténtico imbécil.
Pese a que se sintió incómodo por la humedad que había empezado a pegar la ropa a su piel no se movió.
—Lo fuiste —constató ella, lamiéndose los labios sin apenas parpadear.
—No deberías perdonarme por dejarte atrás.
—No, no debería —susurró Hermione.
—Pero lo harás —ordenó Draco con aquel tono autocrático que a ella le sacaba de quicio.
Y puede que, en otro momento o en otras circunstancias, Hermione le hubiera mandado a la mierda por ser tan despótico, pero pese a sus palabras, los ojos argénteos de Draco realmente se veían tristes y llenos de culpa y su voz era tan tiernas que ella sintió un nudo en la garganta y las lágrimas a punto de derramarse por sus mejillas.
—Es posible —respondió con la voz trémula.
— Lo harás —repitió él —lo harás porque me quieres.
Aquellas palabras nunca habían sido dichas, estaban ahí, entre los dos, desde hacía más tiempo del que ninguno quería reconocer, pero eran un tabú.
—¿Me quieres, Hermione? —preguntó Draco con los labios pegados a los de la mujer, acariciándola con su aliento en cada respiración —¿Me quieres? —repitió.
Ella cerró los ojos y le echó los brazos al cuello sin contener el sollozo que la sacudió.
—Sí —Draco sintió más que escuchó aquella palabra contra su boca —te quiero.
Las piernas del rubio se estremecieron y el alivio le recorrió de la cabeza a los pies. Su corazón comenzó a latir desaforadamente y con un gruñido devoró aquella boca que era solo suya, con besos ávidos y desesperados.
—¿Y tú, Draco? —murmuró ella entre besos.
Abrió los ojos para buscar sus ojos y le encontró observándola con un brillo desconocido en aquellos orbes plateados.
La intensidad de su mirada la traspasó hasta acariciar su misma alma.
La quería.
Estaba allí, escrito en la forma en la que bebía de su rostro, en el modo en que sus manos se aferraban a ella, como si estuviera temeroso de soltarla y que se escapara de entre sus dedos. Las emociones parecían desbordarle y se veía perdido y confuso, como si nunca hubiera tenido que bregar con nada similar.
Hermione sonrió.
—Me quieres, Draco —aseveró volviendo a buscar su boca.
La afirmación de él se perdió en un nuevo beso, en uno tierno, suave, casi casto. Un beso que les hizo alcanzar lo que posiblemente algunos llamaran paraíso.
Pronto la ropa de Draco quedó empapando el suelo del cuarto del baño y, durante mucho rato, todo lo que pudo escucharse en esa pequeña estancia fue el eco de sus gemidos y susurros, de sus jadeos y gruñidos, del entrechocar de sus cuerpos desnudos y la humedad del agua resbalando sobre ellos.
Porque allí, bajo esa ducha muggle, su historia realmente acababa de comenzar y serían ellos quienes escribieran su futuro.
Ninguno de los tenía dudas de que no sería fácil pero sabían que merecería la pena.
Memento mori
Mucho rato después, ya en la cama abrazados y satisfechos, Hermione recordó aquella frase que tan siniestra le había parecido meses atrás.
Recuerda que morirás.
La vida era fugaz, efímera y la mortalidad del ser humano, un hecho inamovible.
Eran ellos quienes debían de hacer de aquella vida algo maravilloso y allí, abrazada a Draco Malfoy, su némesis de la infancia mientras se quedaba dormida, supo que con él a su lado, no sería simplemente maravilloso, sería épico.
