Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!

Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!

Gracias a mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y a Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.


Capítulo 11: Bella

Viernes, 28 de septiembre

Malibú, California

7 semanas

Para variar, me desperté antes que Edward. Él seguía profundamente dormido después de nuestra larga noche, y probablemente yo también lo estaría si no tuviera que orinar.

Salí a gatas de su cama y me dirigí al baño, suspirando. Oriné rápidamente y, cuando terminé de lavarme las manos, me puse delante del espejo y me quité la camiseta. Mi barriga no había cambiado nada, aunque mis tetas sí, ya eran notablemente más grandes. No me habría importado tanto si no fuera porque estaban sensibles y doloridas. Me parecía profundamente injusto. Me volví hacia un lado, entornando los ojos para ver mi reflejo, tratando de imaginarme hinchada. No podía imaginar nada agradable y, al cabo de unos minutos, sacudí la cabeza, ansiosa.

Volví a ponerme la camiseta de Edward y salí al dormitorio. Apenas salía el sol, pero la vista hacia el océano seguía siendo oscura. Me senté en el borde de la cama, mirando a Edward. Hoy volvía a Londres y, aunque probablemente era bueno que estuviéramos separados por dos semanas, una parte de mí estaba ansiosa por verlo marchar. Sabía que gran parte de mis crisis se evitaban gracias a su presencia constante. ¿Cuánto me desestabilizaría cuando se fuera?

Suspiré y cogí el teléfono. Abrí mis correos electrónicos, asegurándome de que la pantalla estuviera en penumbra para no despertarlo. Tenía un par de correos promocionales y uno de Tanya sobre el trabajo. Hice clic en un correo promocional, aburrida. Sólo estaba suscrita a un puñado de listas, aunque todas ellas eran muy relevantes para mi vida. El primero era sobre una oferta de billetes de tren para los Alpes. Lo envié a la papelera sin pensarlo. El segundo era sobre ofertas de vuelos desde Estados Unidos. Leí las ofertas con curiosidad. Algunas eran muy buenas.

Edward se revolvió a mi lado, apagué el teléfono y lo miré. Abrió los ojos con sueño. —Te despertaste temprano—, dijo en voz baja. Asentí.

—Tenía que orinar—, hice un mohín. Edward sonrió y me tendió la mano. Dejé el celular en la mesita y me acerqué a él. Me acurrucó contra su pecho, apoyando la barbilla en el pliegue de mi cuello y la mano sobre mi estómago. Me besó suavemente el hombro mientras su pulgar trazaba perezosos círculos sobre mi vientre. Me estremecí con su contacto.

Estuvimos acurrucados hasta que el cielo empezó a clarear. En algún momento, mi estómago empezó a rugir y Edward sonrió contra mi hombro.

—¿Tienes hambre?—, preguntó en voz baja. Sonreí con satisfacción.

—Siempre.

Edward soltó una risita y le devolví la mirada. —¿Has hecho la maleta para el vuelo?— pregunté. Edward suspiró.

—No, tengo que hacerlo ahora. No necesito mucho, ya que me dejé mucho en Londres—, dijo haciendo una mueca. Asentí con la cabeza.

—¿Por qué no haces la maleta y yo preparo el desayuno?— le ofrecí. Edward sonrió.

—¿Vas a cocinar?—, preguntó. Me encogí de hombros.

—¿Cocinar, tostar cosas? ¿Quién puede decirlo?

Edward se rio y se inclinó para besarme.

—Me parece estupendo. Nos vemos arriba.

Salimos de la cama y Edward se dirigió al baño mientras yo subía a la cocina.

Anoche había podido comer la increíble comida de Carmen, aunque la tarta de queso que nos había preparado había sido mucho para mí. Aun así, lo que había comido había sido increíble.

Me quedé mirando la nevera, sopesando mis opciones. Tenía hambre, pero nada de lo que consideraba sonaba bien.

Gimiendo, cerré la nevera y saqué el pan.

Oí pasos en las escaleras mientras abría la bolsa. —Oye, ya sé que Alec dijo que alto en proteínas, pero vuelvo a hacer tostadas para desayunar— gruñí. —Lo juro, si estas náuseas matutinas duran mucho más, voy a perder la cabeza.

Deslicé un par de rebanadas de pan en la tostadora y me di la vuelta. Me sobresalté. En la cocina no estaba Edward, sino una mujer de pelo color caramelo y grandes ojos verdes.

—Tú no eres Edward—, balbuceé. Ella parpadeó.

—No, tú tampoco—. Su voz tenía un suave acento inglés. Me moví cuando sus ojos se posaron en mí y me di cuenta de que sólo llevaba una de sus camisetas y algo de ropa interior. —Perdona, ¿has dicho que estás embarazada?

Antes de que pudiera responder, la voz de Edward subió hacia nosotros desde las escaleras. —Cariño, olvidé por completo que quedé en desayunar con mis padres esta mañana.

La mujer y yo nos giramos para mirar a Edward cuando entraba en la cocina. Se quedó inmóvil y sus ojos se posaron en la mujer. —Mamá.

Me encogí. Lo sabía, basándome en los rasgos y la coloración del cabello tan parecidos a los de Edward, pero una parte de mí había estado rezando por no haber anunciado mi embarazo a su madre de esa manera.

—Edward, cielo—, dijo su madre, cambiando de peso. Edward la miró con recelo. —Acabo de conocer a tu invitada, que me ha dicho que está embarazada—. Los ojos de Edward volaron hacia mí y negué con la cabeza con vehemencia. —Oh, no la culpes, pensó que yo era tú—. Me devolvió la mirada y fue imposible leer su expresión. —¿Te importaría explicarme?—, preguntó.

Edward tragó saliva, parecía nervioso. Me aparté del mostrador, buscando una salida.

—Quizá debería…—, señalé más allá de ellos, hacia las escaleras. La madre de Edward me miró.

—¿Esperas un hijo de mi hijo?— Preguntó. Me estremecí, pero asentí. Frunció los labios y se volvió hacia su hijo. —Cambio de planes. Llamaré a tu padre y comeremos aquí. Tú—, me señaló. —te unirás a nosotros. Parece que tenemos mucho que discutir.

—Realmente creo que debería dejarlos solos—, dije en voz baja. —Llamaré a un taxi.

La madre de Edward se volvió contra mí. —De ninguna manera. No permitiré que te lleven en un taxi como si fueras un secreto mal guardado. Si así es como te ha estado tratando mi hijo—, se interrumpió, mirándolo con odio. Negué con la cabeza.

—No, en absoluto, es sólo que pensé que esto parecía cosa de familia.

Se volvió hacia mí. —Esto es un asunto de familia, y tú, querida, ahora eres de la familia. Te quedarás—. Asintió con la cabeza y se alejó, dirigiendo a Edward otra mirada severa antes de entrar en el salón, acercándose el celular a la oreja. Miré a Edward. —Lo siento mucho—, siseé. —No sabía que estaba aquí y me ha oído hablar de las náuseas matutinas—, negué con la cabeza, presa del pánico. Edward me tendió la mano.

—Tranquila, Bella. No está enfadada. Bueno, puede que esté enfadada conmigo por no habérselo dicho antes, pero mamá habla por hablar. Créeme.

Lo miré escéptica. —Ven, vamos a vestirnos.

Entonces me di cuenta de que él seguía en bóxer. Asentí, deslizándome escaleras abajo antes de que su madre pudiera detenerme.

Me cepillé los dientes con frenesí, corrí al dormitorio y me puse el vestido de la noche anterior. Al recordar los pantalones de color crema y la blusa azul claro que llevaba la madre de Edward, me maldije por no haber traído nada más bonito.

Edward se puso un pantalón de vestir sencillo y, aunque era informal, cuando estábamos los dos solos era diferente.

—Siento que mi madre te haya tendido una emboscada—, dijo Edward mientras me pasaba un cepillo por el pelo. —Olvidé por completo que iba a verlos antes de volar de regreso.

Negué con la cabeza, incapaz de contestarle. Una cosa era saber que Edward tenía padres en algún lugar, de una forma vaga y desconocida. Otra cosa era tener que verlos cara a cara.

Ya le había causado una impresión terrible a su madre. No sabía cómo iba a superarlo.

Esta mañana tenía el pelo demasiado rebelde, así que me lo recogí en una coleta, deseando que se me dieran mejor los peinados. Me miré en el espejo, estremeciéndome ante lo que veía. No era fea en absoluto, pero no era elegante como Edward o su madre. Suspiré. Supongo que esto tendría que bastar.

Seguí a Edward escaleras arriba hasta el salón, donde su madre estaba sentada en uno de los sofás con los ojos fijos en el agua. Nos miró cuando subimos.

—Creo que esta mañana desayunaremos en el porche—. No había literalmente ningún indicio de si estaba enfadada o decepcionada o incluso molesta. Era imposible leerla. Nos llevó al patio fuera de la cocina. —Tu padre está en camino. Trae unos pasteles—. Me miró. —Edward, cariño, por favor, pon la tetera.

Edward me miró, pero asintió y volvió a la cocina sin decir palabra. Cobarde.

La madre de Edward me miró. —Siento mucho mis modales—, dijo acercándose a mí. —Soy Esme Cullen—. Me tendió la mano para que la estrechara.

—Bella Swan.

Asintió con la cabeza. —Debo disculparme por mi comportamiento de esta mañana. Me has cogido por sorpresa—. Se sentó a la mesa y me indicó que me sentara a su lado. Respiré hondo y me senté.

—Yo también lo siento—, dije en voz baja. —Nunca lo habría hecho—, hice una pausa. —No quería que te enteraras así.

Esme frunció los labios. —Sí, bueno, ha sido un shock. Supongo que no estás de mucho—, preguntó, mirándome la barriga.

—Casi ocho semanas.

Asintió. —Primer trimestre. Entiendo la necesidad de discreción, de verdad. El primer trimestre siempre es delicado—. Fruncí el ceño, pero no dije nada. —Perdona mi descaro, pero nunca he oído a mi hijo mencionar tu nombre. ¿Hace mucho que lo conoces?

Me estremecí. No debería ser yo quien le dijera esas cosas. —Eh, no— dije negando con la cabeza. Cuando me miró expectante, suspiré. —Nos conocimos hace unas ocho semanas.

Esme frunció la boca. —Ah, ya veo—. Se volvió para mirar el agua y traté de adivinar lo que estaba pensando. —Entonces, ¿es dinero lo que buscas? ¿Fama? Te das cuenta, por supuesto, de que si intentas vender información sobre mi hijo nuestros abogados podrán detenerte.

Se volvió para mirarme fijamente y me quedé boquiabierta. —No, no quiero nada—, dije rápidamente.

Esme frunció el ceño. —Mi hijo no es un hombre descuidado. Conoce los riesgos que conlleva su estatus y no se arriesga a la ligera. No me importa qué historia le hayas contado para llegar a este punto, pero quiero dejarte claro ahora que lo que sea que estés planeando no tendrá éxito a menos que aceptes nuestras condiciones.

Mierda, no estaba bromeando. Me quedé boquiabierta, aturdida y en silencio.

Edward salió entonces, con dos tazas de té que puso delante de mí y de su madre.

—Gracias, cielo—. Dijo alegremente. —Creo que tu padre llegará pronto. ¿Le ayudas a traer los pasteles?—. Edward asintió y se dirigió a la casa. Esme se volvió hacia mí, cogiendo su taza de té.

—No sé con qué clase de gente has tenido que tratar en el pasado—, dije en voz baja. —No puedo imaginar qué clase de basura habrá llegado a los pies de Edward. A juzgar por cómo me tratas, debe de haber sido mala—, miré a Esme a los ojos y ella me miró sin inmutarse. —Pero yo no soy así. Estaba dispuesta a interrumpir el embarazo y salir de la vida de Edward para siempre. No quería nada de él, pero me convenció para que me quedara. La única razón por la que sigo embarazada es porque tu hijo es un buen hombre, y yo no podría lastimarlo así.

Esme me estudió. Sus ojos verdes podían ser del mismo color que los de Edward, pero no podían ser más diferentes. Ella era aguda, calculadora y astuta, mientras que Edward sólo me había mirado con afecto o deseo.

—¿Mi hijo quiere al niño?—, preguntó, y oí un tono de incertidumbre en su voz.

—Sí.

Esme se quedó callada, con el ceño ligeramente fruncido. Cogí mi taza y bebí un sorbo de té. Permanecimos sentadas en silencio unos instantes antes de oír una voz a través de la cocina.

—¿Qué pasa, hijo?

Levanté la vista y tragué grueso. El hombre era casi tan guapo como su mujer y su hijo, aunque tenía el pelo rubio oscuro y una complexión más delgada que su fornido hijo. Llevaba una gran caja en las manos y su sonrisa era amable y sincera. Vio a su esposa y se iluminó al verla, antes de que su mirada se desviara hacia mí. Me sonrió sorprendido. Me puse en pie, ansiosa por conocer a los padres de Edward, sobre todo porque su madre ya parecía odiarme. Edward recibió la caja de su padre y me hizo un gesto.

—Papá, esta es Bella. Bella, este es mi padre, Carlisle.

Alargué la mano para estrechársela. Sus manos eran grandes, como las de su hijo. Tanto Carlisle como Esme eran despampanantes, y era obvio al mirarlos ver cómo Edward había llegado a ser tan infartante.

—Hola, Bella. Es un placer conocerte—. La voz de Carlisle tenía un ligero acento del medio oeste y le sonreí. Su energía era exactamente la opuesta a la de su esposa. Al menos, por ahora. Quién sabía cómo sería cuando se enterara de lo de Pip.

—Igualmente—, dije en voz baja. Miré a Edward. —Debería buscar unos platos—. Comenté alejándome del grupo. Corrí hacia la cocina antes de que nadie pudiera decir nada, respirando entrecortadamente. Edward apareció detrás de mí casi de inmediato.

—¿Qué pasa?—, preguntó. Le miré.

—No puedo hacer esto—, susurré, sacudiendo la cabeza. —Yo no—, hice una pausa. —Nunca he conocido padres. No puedo hacer esto. Tu madre ya me odia, y ustedes no necesitan que me entrometa. Voy a irme—, empecé a retroceder hacia las escaleras, pero Edward extendió la mano y me detuvo.

—Bella, para. Nadie te odia—. Dijo negando con la cabeza.

Le enarqué una ceja. —Edward, no puedo hacer esto. Es demasiado para mí.

Pude ver la desesperación en sus ojos mientras negaba con la cabeza. —Por favor, quédate. Come un pastelito. No volveré a dejarte sola con ellos—. Prometió.

—Esto es algo que deberías hablar con ellos, sin mí—. Dije en voz baja. —No debería formar parte de esta conversación.

Edward frunció el ceño. —Eres una parte importante de la conversación—, objetó.

Miré hacia el patio, con el corazón latiéndome tan fuerte que creí que iba a vomitar. Si me iba ahora, sabía que probablemente Esme siempre me odiaría. A una parte de mí le parecía bien, pero otra odiaba la idea. No quería que los padres de Edward me odiaran. Aunque no sabía qué quería exactamente de Edward, la idea de que me desaprobaran me incomodaba profundamente.

—Vuelve, nena—, dijo Edward suavemente. —Me llevaré la peor parte de la conversación, pero creo que es importante que vean quién eres—. Dio un paso hacia mí. —Quiero que vean a la tú audaz e intrépida. La tú que podría encandilar a mis padres sin esfuerzo. Sé que tienes miedo. Yo también tengo miedo, pero afrontémoslo juntos.

Me temblaban las manos, las cerré en un puño y crucé los brazos sobre el pecho. Lo miré. —Prométeme que no volverás a dejarme sola con ellos.

Edward asintió, tirando de mí hacia sus brazos con una respiración aliviada. —Te lo prometo—, susurró, dejando caer un beso en la parte superior de mi cabeza. Dejé escapar un suspiro tembloroso, rodeando su cintura con los brazos un momento antes de separarme de él.

—Volvamos antes de que cambie de opinión -gruñí.

Edward me cogió de la mano, probablemente para evitar que saliera corriendo. Fue una decisión inteligente, porque aún me lo estaba planteando. Cogimos platos y servilletas y volvimos al patio. Esme y Carlisle estaban sentados a la mesa y nos miraron cuando salimos. Edward me tendió la silla, lo miré y tomé asiento. Se sentó a mi lado y volvió a cogerme la mano.

—Creo que sería conveniente que nos cuentes desde el principio lo que pasa entre ustedes dos—, dijo Esme con frialdad. Edward respiró hondo y me apretó suavemente la mano.

—Bien—, Edward se aclaró la garganta. —Bueno, supongo que lo primero es que Bella y yo nos conocimos justo antes de irme a Londres para empezar a filmar. Volví antes porque Bella descubrió que estaba embarazada—. El padre de Edward se le quedó mirando, atónito. Miró a su mujer, que seguía observándome con una mirada indescifrable. —Llevamos toda la semana hablando de ello, y Bella y yo hemos decidido intentar que las cosas funcionen—. Volvió a apretarme la mano y yo se la devolví.

—¿Estás embarazada?— preguntó Carlisle, mirándome. Asentí con la cabeza.

—Edward, no quiero ser poco delicada—, empezó su madre.

—Ya nos practicamos una prueba de paternidad—, dijo él cortándola. —Yo soy el padre.

Ella cerró la boca y se acomodó en la silla. Dios, probablemente era una jugadora de póquer increíble. Literalmente no podía decir nada de lo que estaba pensando.

—¿Has encontrado un ginecólogo en Los Ángeles?— me preguntó Carlisle. Lo miré, negando con la cabeza.

—No, tengo un médico en Seattle al que veo para revisiones médicas periódicas, pero aquí no tengo nada.

Carlisle asintió con el rostro pensativo. —Tengo una colega, una de los mejores del país. Concertaré una consulta con ella.

Parpadeé, atónita. —Ah, sí, gracias—. Miré a Edward, que sonreía a su padre.

Carlisle asintió. —No quiero seguir entrometiéndome, pero no sería mala idea contactar al entrenador de Edward— miró a Edward. —Estoy seguro de que Alec conocerá al menos a alguien especializado en entrenamiento y nutrición para embarazadas.

—Ya lo hicimos.

—Excelente— se volvió hacia mí. —¿Dijiste que eres de Washington? ¿Dónde te alojas en la ciudad?

Parpadeé, abrumada por la reacción de su esposa.

—Estoy en casa de una amiga—. Dije tratando de salir de mi sorpresa.

—¿Tienes planes a largo plazo sobre lo que podrías hacer aquí?—, preguntó.

Me sobresalté y miré a Edward. Me apretó la mano para tranquilizarme.

—Bella y yo vamos paso a paso. Ella es escritora, así que puede trabajar en Los Ángeles sin que eso interrumpa su carrera —explicó. Carlisle asintió.

—Mis disculpas -dijo riendo entre dientes-. —Es mi movimiento para empezar a ordenar las cosas y planificar—. Me sonrió y yo le devolví la sonrisa ansiosa. —¿Qué tipo de cosas escribes?

Edward, sintiendo que la conversación había cambiado a aguas más seguras, soltó mi mano para abrir la caja de pasteles. Puso uno en mi plato y ofreció un poco a sus padres antes de coger el suyo.

—Soy escritora de viajes—, dije aclarándome la garganta. —Ahora estoy trabajando en mi primer libro.

Carlisle frunció el ceño, mordiendo su cruasán. —Tu apellido no será Swan, ¿verdad?—, preguntó. Asentí, sorprendida. —Amor, ¿no es esa la escritora que tanto te gusta?—, le preguntó a Esme. Ella lo miró. —Hicimos un safari el año pasado después de leer tu artículo sobre Kenia. Fue increíble.

Me calenté inesperadamente.

—Vaya, me alegro mucho de que lo hayan pasado bien—, dije sonriendo. Carlisle asintió.

—Esme lleva años leyendo tus artículos. Siempre está planeando viajes para nosotros—, se rio entre dientes. Esme soltó un pequeño suspiro. No quiso mirarme. Sonreí tímidamente, inclinándome hacia delante para darle un mordisco a mi cruasán de chocolate. Estaba mantecoso y delicioso, y se me derritió en la lengua.

Tuve que contenerme físicamente para no gemir en voz alta.

—Bella, ¿qué te trajo a Los Ángeles? — preguntó Carlisle.

Tragué el bocado y bebí un sorbo de té antes de hablar. —Acababa de llegar de un largo viaje por Asia. Estaba en Seattle para reunirme con mi editora y visitar a mi padre cuando me puse en contacto con mi amiga Alice. Ella había trabajado con Edward y me invitó a quedarme en su apartamento. Fue casualidad que nos cruzáramos con él y sus amigos aquella primera noche— lo miré y me sonrió.

El resto del desayuno transcurrió con bastante facilidad. Carlisle desvió la conversación hacia Edward, y hablaron de la película que estaba en pleno rodaje. Edward le preguntó a su padre por el trabajo, a lo que Carlisle tuvo muchas historias animadas que contar. Fue casi agradable, con la excepción de la madre de Edward, que apenas dijo dos palabras.

Cuando terminamos de comer, Edward suspiró. —Debería asearme—, dijo mirando su reloj. —Tengo que salir pronto para mi vuelo.

Carlisle asintió. —Déjame ayudarte a limpiar—. Me ofreció. Cogió los platos, y cuando me levanté para ayudarle, me detuvo. Mirando a su mujer, él y Edward se escabulleron dentro. Iba a matar a Edward.

Esme me miró, con sus duros ojos verdes. —No te mentiré -dijo al cabo de un momento. La miré con recelo. —Tu presencia en la vida de mi hijo me pone nerviosa—. Se sentó hacia delante, asegurándose de que tenía toda mi atención. —Quiero alegrarme por ustedes, pero no te conozco. Eres una variable que tiene un potencial muy real de destrozar el corazón de mi hijo. Y eso es algo que no me tomo a la ligera.

Tragué grueso. —No quiero hacerle daño.

Esme me estudió. —Te creo—, dijo al cabo de un momento. —Pero mi marido tiene razón. He leído tus escritos. Conozco el tipo de vida solitaria que llevas. ¿De verdad estás dispuesta a renunciar a todo eso por mi hijo?

Me moví inquieta, ansiosa. Aparté la mirada de ella, incapaz de encontrarla. Suspiró y se sentó. —Lo intento, Bella, de verdad. Pero hasta que no sepa que no le romperás el corazón a mi hijo, no podré recibirte con los brazos abiertos en mi familia.

La miré. Sus palabras me dolieron, pero aprecié su sinceridad. —Es justo—. dije finalmente. Esme asintió.

—Bella, si las circunstancias hubieran sido otras, sospecho que me habría encantado conocerte. He leído muchas de tus obras y aprecio tu arte desde hace muchos años—. Me miró, y me pregunté si eso significaba que había esperanza de que algún día nos lleváramos bien.

—¿Edward me dijo que eres profesora de Historia en UCLA?— pregunté. Esme asintió y yo sonreí con tristeza. —Creo que quizá algún día tengamos mucho de qué hablar.

Esme sonrió. Era pequeña y tentativa, pero no era fría. Tomaría eso.

—Espero, Bella, que algún día podamos tener esa conversación.

Asentí y ella se levantó. Yo también me levanté y la seguí al interior de la casa. Edward estaba de pie junto a la isla, mirándome ansiosamente. Sabía que le iba a caer mierda por dejarme a solas con su madre después de prometerme que no lo haría.

—Cielo, acompáñame a la puerta—, dijo su madre. Edward asintió mientras Esme se volvía hacia mí. —Nos volveremos a ver, Bella.

Asentí con la cabeza y ella se volvió para marcharse. Carlisle me sonrió. —Ha sido un placer conocerte, Bella. Dile a Edward que te dé mi contacto. Me pondré en contacto con ese médico—, dijo estrechándome la mano.

—Gracias —dije en voz baja. Sonrió y siguió a su mujer a la salida.

Dejé escapar un largo suspiro cuando se marcharon. Me temblaban las manos por la adrenalina o los nervios, no sabría decir cuál de las dos cosas, y el estómago me pedía más comida. Me volví hacia la caja de pasteles, cogí uno de fresa y me lo metí en la boca. Ahora que su madre se había ido y no me juzgaba, podía llenarme la boca tranquilamente.

Edward volvió a la cocina y me observó con recelo. Lo fulminé con la mirada; mi boca estaba llena de masa danesa.

—Lo siento— dijo negando con la cabeza. Resoplé, pero no hice ningún otro comentario. Suspiró. —Mi madre suele ser el comodín. Nunca puedo predecir cómo va a responder a las cosas—. Se frotó la nuca. —Debería habérselo dicho antes.

No respondí.

Edward frunció el ceño y miró el reloj de la cocina. —Odio esto, pero tengo que irme.

Me metí en la boca el último bocado de mi pastelito danés y mastiqué pensativamente. Cuando terminé, me limpié la boca con el dorso de la mano.

—¿Necesitas que te lleve al aeropuerto?

Edward me miró y negó con la cabeza. —Jane va a enviar un auto. No debe tardar en llegar—. Asentí con la cabeza. —Bella—, dijo con una mirada desesperada. —¿Estamos?—, frunció el ceño y sacudió la cabeza. —¿Estás bien?

Le miré. —No lo sé— dije, negando con la cabeza. No lo sabía. Me había quedado sin respuestas, sin palabras. Ya no quería hablar. Sólo quería salir, pasear por la playa o caminar por el desierto. Quería hacer cualquier cosa menos esto, aquí y ahora. Edward asintió con la cabeza, parecía abatido.

Me sentí un poco mal, pero no podía hacer que se sintiera mejor en este momento.

Se oyó un zumbido en la puerta y lo miré. —Tu auto está aquí—. dije redundantemente. Edward parecía desgarrado.

—Ven conmigo y te dejaremos de camino—. Se ofreció. Me mordí el labio, asintiendo. Cerramos la cocina y bajamos a buscar las maletas. Edward me dijo que no me preocupara por los restos de los pastelitos, ya que Carmen vendría más tarde a ocuparse de ellos, así que una vez cogimos las maletas, nos dirigimos escaleras arriba. Recogí mi portátil del despacho mientras Edward le explicaba al conductor el desvío.

Salí a la calzada y me deslicé en el asiento trasero junto a Edward.

—Tenemos que ir primero al aeropuerto. Creía que teníamos más tiempo—, dijo disculpándose. —Pero Demetri te llevará después— prometió. Asentí en silencio.

Atravesamos Malibú en dirección a Los Ángeles en silencio. Podía sentir la energía ansiosa de Edward a mi lado y me rodeé el torso con los brazos para no acercarme a él.

A pesar del tráfico, llegamos al aeropuerto demasiado pronto. Edward me miró ansioso hasta que le devolví la mirada.

—Volveré en cuanto pueda—, dijo en voz baja. Asentí en silencio. —Bella—, suspiró, pasándose una mano por el pelo. —Sea lo que sea que haya dicho mi madre, no te lo tomes a pecho. Ella no sabe cómo me siento, ni habla por mí.

Me ablandé un poco y le tendí la mano. Suspiró aliviado y me tendió la mano como si fuera un salvavidas.

—Que tengas un buen vuelo—, le dije, rodeándole con mis brazos. —Mándame un mensaje cuando aterrices.

Edward dejó caer un beso sobre mi frente y pude sentir su corazón latiendo erráticamente bajo mi mejilla.

—Cuídate—, susurró. —Yo—, hizo una pausa y me apretó más fuerte. —Te echaré de menos.

Sonreí contra su pecho. —Cursi—, susurré, separándome de él. Sonrió y me sequé una lágrima perdida. —Yo también te echaré de menos.

Se inclinó para besarme con ternura. Cuando se separó, suspiró y salió del coche. Lo miré irse, con su gorra y gafas oscuras que no eran un buen disfraz mientras se escabullía entre la multitud.

—¿A dónde, señorita?

Miré al conductor, con el corazón desbocado. Me mordí el labio. —¿Puedes dar la vuelta? ¿Regresar al aeropuerto hasta la terminal de American Airlines?

El conductor frunció el ceño, pero asintió. Se apartó de la acera para dar la vuelta mientras yo sacaba el móvil del bolsillo.

Me voy de viaje. Nos vemos luego.

Le envié el mensaje a Alice y eché un vistazo a mi bolso. Había viajado con menos y, ahora mismo, me daba igual lo que llevara encima. Tanya se había marchado a primera hora de la mañana y Alice entendería mi necesidad de escapar. No se lo diría a Edward, todavía no. No hasta que él ya estuviera en un avión y no pudiera regresar para detenerme.

Me llevé una mano al pelo y solté un suspiro tembloroso. Necesitaba volver a sentirme yo misma. Necesitaba sentirme libre.


Recuerden que yo solamente traduzco...