Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!

Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!

Gracias a mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y a Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.


Capítulo 12: Edward

Domingo, 30 de septiembre

Londres, Inglaterra

8 semanas

Estaba agotado. En cuanto aterricé, me llevaron al set para rodar casi toda la noche. No había podido dormir hasta la madrugada del domingo. Le había enviado un mensaje a Bella al aterrizar, pero había estado tan ocupado que ni siquiera había podido comprobar si me había respondido. Me acosté tarde el domingo, sabiendo que me esperaba otra noche de rodaje. La mayoría de las veces, teníamos los fines de semana libres, pero teníamos un horario que recuperar debido a mi abrupta partida, y sabía que no podía quejarme por ello.

Cuando me desperté, estaba desorientado. Miré la hora y gemí al ver que eran casi las tres de la tarde. Tenía que estar en el set dentro de una hora, pero sabía que, si hubiera podido, habría dormido otras quince horas.

Sabiendo que tenía que salir de la cama, busqué mi teléfono, esperando ver un mensaje de Bella. Tenía uno de Jane, otro de mi padre asegurándose de que había aterrizado bien, pero no había nada de Bella. Fruncí el ceño, me incorporé y marqué su número.

La llamada saltó directamente al buzón de voz.

Un pequeño escalofrío de miedo me recorrió. Estaba seguro de que todo iba bien. No esperaba que Bella estuviera al teléfono constantemente esperando a que le enviara un mensaje. Rápidamente eché cuentas y me di cuenta de que aún eran las siete de la mañana en Los Ángeles. Bella aún no se habría despertado. Respiré hondo para calmarme y le envié un mensaje antes de levantarme de la cama para prepararme.

Ben tenía un carro esperándome abajo para llevarme al plató y, cuando llegué, fruncí el ceño al ver las cámaras que me esperaban. La prensa había notado mi ausencia, aunque poca gente se había dado cuenta de que había vuelto a Estados Unidos. Ahora que había vuelto, los paparazzi eran constantes.

Subí al automóvil que me esperaba sin demasiados problemas y salimos a toda velocidad por Londres para dirigirnos al plató.

No paraba de mirar mi teléfono celular, cada vez más ansioso cuanto más tiempo pasaba sin recibir respuesta.

Cuando llegué al plató, Ben me estaba esperando. —Hola, Ben—, le dije entregándole mis teléfonos. —Si Bella llama o manda un mensaje, ¿me avisarías enseguida?— le pregunté. Ben asintió.

—Sí, entendido.

Le sonreí mientras me dirigía al vestuario. Aunque estaba seguro de que todo iba bien, no podía evitar la ansiedad que me producía el silencio de Bella.

Traté de concentrarme en las escenas que íbamos a rodar hoy. Necesitaba volver a concentrarme.

~Home~

Cada vez que salía del plató, buscaba a Ben para preguntarle por Bella. Cada vez, negaba con la cabeza, ansioso.

Cuando terminé de rodar, llamé a Bella de camino al hotel. Volvió a saltar el buzón de voz. No podía evitar mi energía ansiosa. Mis dedos golpeaban el muslo con impaciencia y el corazón me latía en el pecho, apretado por el miedo. ¿Y si había huido? ¿Y si no volvía a saber de ella?

Cerré los ojos. No podía pensar así. Tenía que seguir diciéndome que todo iba bien. O, al menos, que todo iría bien.

Martes, 2 de octubre

Londres, Inglaterra

8 semanas

Estaba hecho un puto lío. Habían pasado días sin que Bella se comunicara conmigo. Esperaba que sólo se estuviera tomando un descanso del teléfono, pero necesitaba estar seguro.

—Hola, Edward—, la voz de Alice era alegre, y el sonido me dio una ligera esperanza de que Bella estuviera bien. Tal vez había perdido su teléfono o algo así.

—Hola Alice. ¿Está Bella?

Alice se quedó en silencio. —¿No está contigo?

Mi corazón se detuvo. —No, ¿qué quieres decir?

Alice sonaba ansiosa ahora. —Me mandó un mensaje, me dijo que se iba de viaje. Supuse que se iba contigo a Londres.

No podía respirar. —¿Has sabido algo de ella desde entonces?

—No. Intentaré llamarla. Deja y te vuelvo a llamar—. Colgó y mi corazón latió a un ritmo ansioso. Unos minutos más tarde, Alice me estaba llamando.

—¿Algo?— Pregunté.

—No, la llamada va directa al buzón de voz.

Un sonido salió de mí que nunca había oído. Sonaba como si me estuvieran estrangulando.

—Déjame llamar a Tanya—, ofreció Alice.

—¿Me enviarías el contacto de Tanya? Me gustaría hablar con ella—, dije pasándome una mano por el pelo.

—Claro—, dijo en voz baja. —Estoy segura de que Bella está bien. Ella hace esto, ¿sabes?

No respondí a eso. —Llámame si llegas a enterarte de algo.

Alice suspiró. —Por supuesto, lo haré. Cuídate, Edward—. Colgó y un momento después estaba recibiendo un mensaje con la información de contacto de Tanya. Marqué el número de Tanya, sin poder respirar.

—Este es el despacho de la señorita Hunter—. Dijo una voz alegre.

—Necesito hablar con Tanya inmediatamente—, dije, incapaz de ser civilizado.

—Ella está en una reunión en este momento—, dijo la chica lentamente. —Puedo tomar su mensaje.

Negué con la cabeza. —Es urgente. Dígale que llama Edward Cullen.

La chica se quedó en silencio. —¿Edward Cullen?—, chilló. Me contuve de gruñirle. —Um, bien, un momento—. Dijo, con la voz un poco más alta. Me puso en espera y un minuto después, Tanya estaba al teléfono.

—¿Edward? ¿De verdad eres tú? Has puesto nerviosa a mi asistente— se rio.

—¿Dime que sabes algo de Bella?— Exigí. Tanya guardó silencio.

—No desde que me fui.

Dejé escapar un suspiro estrangulado. —No puedo encontrarla— dije con la voz temblorosa. —Le dijo a Alice que se iba de viaje, y Alice pensó que vendría conmigo a Londres. Pero no lo hizo. ¿Adónde iría?

Tanya soltó un suspiro. —Bueno, Edward, cálmate un momento. La mejor pregunta es a dónde no iría Bella. Intentaré llamarla, pero si no quiere que la encuentren, no queda más remedio que esperar— dijo. Me atraganté con mi protesta, y Tanya suspiró. —Espera—. Se quedó callada un momento mientras yo me paseaba por la habitación del hotel. Iba a vomitar. —Acabo de intentar rastrear su teléfono. Creo que está apagado porque no aparece nada. Puede que esté fuera de cobertura—. Nada de lo que Tanya decía me hacía sentir un poco mejor. —Edward, dale tiempo. Sé que es difícil y que estás preocupado, pero Bella volverá.

—¿Cómo lo sabes?— pregunté hundiéndome en la estúpida cama del hotel.

—Ella vuelve con la gente que le importa—dijo Tanya en voz baja. —Ella se preocupa por ti, Edward.

Me pasé una mano por la cara. —Nunca he estado tan asustado en mi vida— admití. Tanya tarareó.

—Así es amar a Bella Swan—. Dijo en voz baja. Dejé escapar un suspiro estrangulado, dejándome caer de nuevo en la cama. —Dame tu número. Te llamaré si sé algo de ella—. Me dijo. Pronuncié el número e inmediatamente Tanya me envió un mensaje de texto para que tuviera su número. —Aguanta, Edward. Es la primera vez que desaparece, pero puede que no sea la última—. Me advirtió. Quería vomitar.

—Sólo necesito saber que está bien.

Tanya suspiró. —Lo sé. Te mantendré informado.

Tragué saliva. —Gracias, Tanya.

Colgamos y me tumbé de nuevo en la cama, arrepintiéndome de haber vuelto a Londres. Mi mente se movía en círculos inútiles y frustrantes, intentando echarle la culpa de la desaparición de Bella a cualquier cosa. La reunión con mis padres, el trayecto en coche hasta el aeropuerto, el hecho de que hubiera querido pasar todo el tiempo posible con ella aquella semana que estuve en casa.

Mi mente era un bucle de culpa, preocupación y pánico.

Sábado 6 de octubre

Londres, Inglaterra

9 semanas

Por algún milagro, conseguí pasar la semana de rodaje. Me sentía totalmente desconcentrado y ajeno al trabajo, pero como nadie se quejaba, supuse que podría lograrlo de forma convincente. Volaba de regreso a Los Ángeles en cuanto terminé el rodaje, y aún no sabía nada de Bella. Había hablado a diario con Alice y Tanya, e incluso Tanya empezaba a parecer un poco preocupada. Nadie había visto ni sabido nada de Bella desde que me había ido hacía más de una semana.

Apenas había dormido en toda este tiempo, el estrés me abrumaba por completo.

Estaba seguro, a pesar de las garantías de Tanya, de que Bella se había ido de mi vida. ¿Por qué si no se iría y sin decir una palabra?

Mark se acercó a darme una palmada en el hombro cuando volvía del vestuario. —Ha sido duro al final, pero creo que lo hemos conseguido—, dijo sonriendo. Le ofrecí una pequeña sonrisa. —Pareces agotado. Vete a casa, duerme un poco y mantente en forma para la gira promocional— bromeó. Asentí. —Ed, aunque me hayas lanzado esa bola curva, ha sido genial trabajar contigo, como siempre—. Me tendió la mano y se la estreché, intentando concentrarme en él.

—Lo mismo digo, hombre—. Me sonrió.

—Vete de aquí, amigo. Me estás cansando sólo de estar a tu lado—, bromeó. Asentí y le di las gracias una vez más antes de dirigirme al auto que me esperaba. Una vez de camino al aeropuerto, llamé a Tanya.

—Hola, Edward—, dijo suspirando.

—¿Algo?— pregunté, desesperado. Tanya suspiró.

—No. Nada todavía.

Gemí, con la cabeza golpeando el reposacabezas. —¿Cuál ha sido el periodo más largo en el que no has sabido de ella?

Tanya canturreó. —El más largo fue de unas tres semanas, pero entonces estaba en lo más profundo del Congo. Si está cerca, suele ser una vez a la semana, si acaso.

Me llevé una mano a la cara, frotándome las sienes. —Vuelvo ahora mismo—, dije en voz baja. Tanya volvió a tararear.

—Muy bien. Suenas como una mierda, así que apuesto a que no estás durmiendo. Descansa un poco en el vuelo y veré si puedo llamar a algunos de sus contactos. Es raro que Bella vaya a algún sitio completamente sola, así que veré qué puedo averiguar.

Dejo escapar un suspiro tembloroso.

—Gracias, Tanya.

—Descansa un poco, Edward. Llámame cuando aterrices en Los Ángeles y te pondré al día.

Asentí y colgué. No iba a poder dormir hasta que supiera que Bella estaba bien.

~Home~

Bella

Sábado, 6 de octubre

Oaxaca, México

9 semanas

Llevaba más de una semana en Oaxaca y, aunque la ciudad era increíble y vibrante, algo no me había gustado en toda la semana.

Apagué el teléfono durante el vuelo y no me molesté en volver a encenderlo al aterrizar. Necesitaba tiempo y espacio para pensar, y mi teléfono sólo me distraería.

Ya había estado antes en México, aunque había pasado la mayor parte del tiempo en Baja California, explorando la costa y todas las ricas experiencias que ofrecía. Oaxaca no podía ser más diferente.

Era exactamente el tipo de ciudad que me encantaba explorar, repleta de cultura y tradiciones. Por lo general, ya habría conocido a varios lugareños y establecido vínculos que durarían lo que durase mi viaje.

Esta vez ni siquiera había intentado contactar con nadie.

Me sentía rara, y no sabía muy bien a qué se debía.

Echaba de menos a Edward, mucho más de lo que quería admitir. Me alegraba que estuviera filmando, me daba espacio para mí misma, pero en el fondo, lo extrañaba. Incluso hablar con él.

Había cogido el teléfono varias veces durante la semana, tentada a encenderlo y llamarlo, pero ¿qué iba a decirle? Aún no sabía lo que sentía y empezaba a preocuparme no poder averiguarlo nunca.

Como no había planeado el viaje con antelación y no había hecho nuevos contactos en México con los que quedarme, me había alojado en un hostal toda la semana. Era grande y había conseguido un lugar en el dormitorio sólo para mujeres, lo que había estado bien. No había mucha gente viajando, y aunque algunas de las chicas me habían invitado, no me había sentido inclinada a unirme a ellas. Además, apenas tenía energía. Había salido todos los días, pero por la tarde tenía que volver para echarme una siesta. Había sido un auténtico asco.

No era yo misma y, aunque probablemente podía culpar a Pip de la fatiga, el resto no lo tenía claro.

El sábado, extrañamente, echaba de menos Los Ángeles. Nunca antes había sentido nostalgia y esa sensación me resultaba incómoda y extraña. Vivía para viajar, para explorar el mundo y ver qué había a la vuelta de la esquina. No pensaba en volver atrás.

Pero echaba de menos a Edward. Echaba de menos su casa en el acantilado mirando al océano, echaba de menos a mis amigos y la frecuencia con la que había podido verlos cuando estaba en Los Ángeles. Odiaba sentirme dependiente de su compañía ahora, y una parte de mí se preguntaba si sería mejor seguir adelante, darme más distancia y separación, sólo para superar estos sentimientos de complacencia. Pero cada vez que pensaba en seguir adelante, me sentía mal, como si estuviera cometiendo un terrible error. Pensar en alejarme de Edward era doloroso.

Luego estaba Pip. Había intentado fingir que viajar sería lo mismo, pero estaba embarazada de apenas nueve semanas y no podía negar que viajar así había sido un asco. ¿Qué iba a hacer cuando creciera más y más y, finalmente, cuando tuviera un Pip? No podía cuidar de un niño yo sola. Eso era un hecho. Además, había querido que Edward conociera a su hijo. ¿No había sido parte de la razón de tenerlo?

Decidida a regresar, encendí el teléfono, ansiosa por afrontar las consecuencias de mi improvisado viaje.

Inmediatamente, mi teléfono empezó a vibrar con mensajes perdidos. Me estremecí, sintiéndome culpable al ver que me llegaban mensajes no sólo de Edward, sino también de Tanya y Alice. Todos estaban preocupados por mí, todos se preguntaban dónde estaba.

Mierda. La culpa se apoderó de mi estómago mientras leía los mensajes de Tanya.

Bella, ¿dónde estás? Edward acaba de llamarme preocupado por ti.

.

Bella, ¿dónde estás?

.

Edward no para de llamarme. ¿Por qué no hablas con nadie?

.

Perra, enciende tu teléfono.

.

Bella, te juro que la próxima vez que te vea, te voy a patear el culo.

.

Edward suena como una mierda.

No creo que haya dormido en toda la semana. Llámalo.

.

Isabella Marie Swan. Contesta tu maldito teléfono. Ahora estoy preocupada.

.

Edward viene de regreso. Si no le da un infarto de la preocupación antes de aterrizar será un puto milagro.

.

Dejé escapar un suspiro tembloroso y la llamé.

—¿Dónde coño has estado?— gruñó. —Dime que estás bien—, exigió antes de que pudiera decir nada.

—Lo siento—, dije miserablemente. —Estoy bien. Sólo necesitaba respirar, pensar.

Tanya soltó un suspiro que sonó casi como un bufido. —Bella, desapareciste de la faz de la tierra durante una semana. No creas que te vas a salir con la tuya así como así.

Cerré los ojos y me incliné hacia delante, con la cabeza entre las palmas de las manos. —Soy una jodida estúpida— murmuré.

Tanya dejó escapar un suspiro estrangulado. —Lo eres—. Refunfuñó. Mis ojos se llenaron de lágrimas y ella suspiró. —Al menos dime que has superado tu mierda.

Cerré los ojos con fuerza. —Ya nada me parece bien—, susurré.

—¿Qué quieres decir?

Suspiré, mirando alrededor de la habitación del hostal. Estaba vacía, aparte de mí, gracias a Dios. —Subí al avión y todo me pareció bien, como antes, pero cuando aterricé, me sentí ansiosa. Estoy en un albergue, no he hecho nuevos amigos, apenas he salido de la ciudad—. Hice una pausa, secándome las lágrimas. —Ya nada me parece bien.

Oía respirar a Tanya. —Bella—, dijo lentamente. —Eso es porque ya no eres la misma.

Fruncí el ceño. —Sigo siendo yo— protesté. Ella gruñó.

—Cariño, estás embarazada.

Me estremecí y me llevé la mano al estómago. La ropa me había apretado más esta semana, y apenas había podido comer la mayor parte de la comida que me había hecho ilusión en México. —¿Por qué iba a cambiar eso lo que soy?— pregunté obstinadamente. Tanya gruñó.

—Te juro que si alguna vez descubren la forma de estrangular a alguien a través de un teléfono tendrás un problema enorme—, gruñó. —Bella, todo en ti es diferente. Puede que sigas teniendo la aventura en tu corazón, pero tus prioridades han cambiado. Tienen que cambiar. Estás gestando un hijo y planeando un futuro con un hombre que se preocupa por ti.

Sus palabras me hicieron entrar un poco en pánico. —Pero sigo siendo yo. Me siguen gustando las aventuras, los viajes, la gente y los lugares nuevos—, protesté.

Tanya gimió. —Claro que te gustan. Eso no va a desaparecer. Pero afrontémoslo, esta semana has huido de tus problemas y eso no ha aliviado ninguna de tus cargas, ¿verdad?— No respondí y ella tomó mi silencio como un sí. —Mira Bella, si de verdad crees que puedes seguir fingiendo que todo sigue igual en tu vida, lo siento, nena, pero eres una jodida idiota.

Suspiré, recostándome en la litera que estaba alquilando. —¿Qué hago?

—Para empezar, vuelves a Los Ángeles y te disculpas con Edward. Nunca había oído a alguien tan jodidamente preocupado por nadie, nunca.

La culpa me atravesó y cerré los ojos. Se me escaparon lágrimas por las comisuras de los ojos.

—Segundo—, dijo Tanya, sabiendo que no iba a hablar. —Tienes que empezar a tratar tus problemas con compromiso. Ve a un terapeuta si lo necesitas—. Sugirió. Me mordí el labio, insegura. —Bella, odio decir esto, pero si no empiezas a abordar estos problemas, puedo garantizarte que serás exactamente como Renée, si no peor.

Me estremecí y se me saltaron las lágrimas.

—¿Crees que sea demasiado tarde?— pregunté.

Tanya suspiró. —No sé. No lo creo, pero va a costar trabajo— hizo una pausa. —Edward es un puto desastre, y no sé cómo será cuando haya trabajado estos sentimientos.

Me llevé una mano a la cara, presionando mis ojos para detener mis lágrimas. —No quiero perderlo—, grité.

Tanya suspiró. —Lo sé, cariño.

Tanya me dejó llorar, e inmediatamente sentí nostalgia. Quería estar de vuelta en Los Ángeles, con mis amigos a mi alrededor. No sabía cuándo habían empezado a ser tan importantes para mí, pero lo eran, más que mis aventuras.

—Ven a casa—, sugirió Tanya. —Edward está regresando en este momento. Si las cosas—, hizo una pausa. —Llámame si necesitas que vaya a Los Ángeles a buscarte—, dijo redirigiéndose. Yo hipé ansiosamente.

—Gracias, T.

Suspiró. —Te ama, nena— cerré los ojos, incapaz de creerle. —Mucha gente te ama—, dijo en voz baja.

Suspiré. —Yo te amo, T.

Me había costado mucho decírselo, aunque se había convertido en mi familia. Las palabras habían tardado años en poder verbalizarlas.

—Lo sé, cariño. Yo también te amo. Ven a casa y llámame cuando llegues.

Asentí. —Lo haré.

Colgué y me sequé los ojos. Como no quería esperar ni un momento más, recogí mis cosas y las metí en la bolsa antes de dirigirme al vestíbulo. Le pedí a la recepcionista que me llamara un taxi para ir al aeropuerto, y la chica asintió y cogió el teléfono. Me paseé por el vestíbulo ansiosa. Rezaba por no haberlo fastidiado todo con Edward. No sabía qué haría si él no podía perdonarme.

Me llevé una mano al estómago y respiré con calma. Aún no notaba ningún bulto, pero era ligeramente más consciente de que Pip crecía en mi interior. No sabía lo que me esperaba en Los Ángeles, pero sabía que pasara lo que pasara, fueran cuales fueran las consecuencias de mis actos, trabajaría duro para asegurarme de tomar las decisiones correctas de aquí en adelante. No sólo por mí, sino por el Pip de Edward.

~Home~

Edward

Sábado, 6 de octubre

Malibú, California

9 semanas

No tenía mensajes de Tanya ni de Alice cuando aterricé en Los Ángeles. Casi había dejado de esperar un mensaje de Bella.

Mi chófer me recogió en el aeropuerto y me llevó a casa.

No podía hablar. Apenas podía respirar. Si Bella se había ido para siempre, me volvería loco buscándola. No podía dejar que desapareciera de mi vida, no así.

Estaba agotado y tan estresado que sentía que iba a estallar en cualquier momento.

Atravesamos Los Ángeles rápidamente. Era tarde y había menos tráfico de lo habitual.

Cuando llegamos a mi casa, ya había decidido que intentaría dormir un poco. Podía seguir preocupándome por Bella, pero si no dormía pronto, me iba a desmayar.

Demetri atravesó la verja con el mando que Jane le había dado. Se detuvo y suspiré. —Gracias—, susurré. Me miró por el retrovisor.

—Duerma un poco, señor. Parece agotado.

Asentí, bostezando. Cogí mi equipaje del asiento de al lado y me bajé. Vi cómo su coche daba la vuelta y salía por la puerta. Suspirando, saqué las llaves del bolsillo y me dirigí hacia la puerta.

—¿Edward?

Se me paró el corazón y levanté la vista. Bella estaba acurrucada en el escalón de la entrada, con las mejillas llenas de lágrimas. Las llaves se me escaparon de los dedos mientras la miraba fijamente. Se levantó, pero arrastrando los pies, insegura de sí misma. Sentí que iba a desmoronarme bajo el peso de mi alivio.

—Bella—, exhalé. Di un paso hacia ella y salió volando del escalón, corriendo hacia mí. La abracé y sentí que las rodillas me fallaban. Las lágrimas se derramaron por mis mejillas mientras el miedo y la ansiedad de una semana empezaban a salir de mí.

—Lo siento mucho—, susurró una y otra vez en mi pecho. Yo no podía hablar. La abracé hasta que sentí que me iba a desmayar. Cuando sintió que volvía a flaquear, se apartó y se secó las mejillas con el dorso de las manos. —Estás temblando— me dijo. No pude responder. Me cogió suavemente de la mano y con la otra recogió el bolso y las llaves. Me condujo a la casa y abrió la puerta. Al entrar, desconecté automáticamente la alarma. Bella me miró ansiosa.

—Necesito sentarme— dije al cabo de un minuto. Bella asintió. Dejó las maletas junto a la puerta y me siguió escaleras abajo.

Sentí que me partía en dos. Una parte de mí estaba tan aliviada que sentía que podría llorar el resto de mi vida. La otra parte de mí estaba tan abrumada y confundida que sentía que nunca podría ordenar todas mis emociones. Llegué hasta el sofá antes de que las piernas me fallaran y me derrumbara, con las lágrimas manchándome el cuello de la camisa. Bella estaba sentada frente a mí, con la ansiedad profundamente grabada en el rostro. La miré fijamente, sin saber por dónde empezar.

—Lo siento mucho— dijo, sus grandes ojos se llenaron de lágrimas. —Lo siento mucho.

Repitió las palabras hasta que empezaron a no significar nada. Sacudí la cabeza, deteniendo su mantra.

—¿Dónde estabas? — balbuceé.

—En Oaxaca— dijo en voz baja. Parpadeé.

—¿México?

Asintió, con lágrimas corriendo por sus mejillas. Parpadeé, apartando la mirada de ella.

—Estoy tan...

—Para — la interrumpí. Me miró y negué con la cabeza. —Para—. Una nueva oleada de lágrimas cayó en cascada por sus mejillas. —No puedo hacerlo esta noche—, dije al cabo de un momento. Bella asintió, abatida. Miré las escaleras que bajaban a mi habitación. No sabía si sería capaz de llegar hasta abajo.

Bella se quedó callada. —Me iré.

Mi mano salió disparada, agarrando su muñeca. —No—, balbuceé. Ella parpadeó. No podía confiar en que no volvería a desaparecer. No podía arriesgarme. —No—, repetí. Bella asintió y volvió a tumbarse en el sofá a mi lado. Me pellizqué el puente de la nariz, desgarrado.

Finalmente, me quité los zapatos y me estiré en el sofá. Tiré de la muñeca de Bella y ella se levantó, deslizándose en el sofá a mi lado. La rodeé con los brazos y la acerqué a mi pecho. Acurrucó la cara entre mi cuello y mi hombro. —Te he extrañado mucho—, susurró. Me estremecí, mis brazos se flexionaron a su alrededor hasta que probablemente la estaba apretando demasiado fuerte.

No podía hablar por las lágrimas y me dormí antes de que cesaran.

~Home~

Me desperté con un terrible dolor de cabeza y de espalda. Abrí los ojos, estremeciéndome al sentirlos. En mis brazos, Bella seguía profundamente dormida.

Respiré hondo y cerré los ojos. Estaba aquí y estaba a salvo.

Los ojos cansados se me llenaron de lágrimas. Me escocían y parpadeé con fuerza para despejarlos. Bella murmuró en sueños, acurrucándose contra mí. El corazón me latía dolorosamente en el pecho. No tenía ni idea de lo que sentía. Ni siquiera sabía cómo empezar a procesar mis emociones. Bella me había aterrorizado esta semana. Aunque estaba seguro de que la tortura había sido involuntaria, su desaparición había destrozado la confianza que tenía en ella. La pérdida de esa confianza me oprimía dolorosamente el corazón y los pulmones. No estaba seguro de poder volver a confiar en ella.

Bella se movió entre mis brazos y la miré. Tenía los ojos hinchados, como seguramente estaban los míos. Tenía una arruga en la frente y, por mucho que me apetecía calmar esa preocupación, no lo hice. Volvió a moverse y vi cómo abría los ojos. Parpadeó un par de veces antes de mirarme. Tragó saliva con ansiedad e intenté sonreírle. Empezó a soltarse de mis brazos y tuve que luchar contra el instinto de estrecharla contra mí. —Tengo que ir al baño—, dijo incorporándose. Asentí y también me incorporé. Me dolía la espalda y la cabeza me estaba matando.

—Necesito agua—, gemí. Bella asintió. Se levantó y se dirigió al baño, y yo solté un largo suspiro. Al cabo de un minuto, me levanté, me dirigí a la cocina y me serví un vaso de agua. Me lo bebí todo y volví a llenarlo. Bella entró en la cocina unos minutos después y le ofrecí un vaso. Lo recibió agradecida.

Se quedó de pie al otro lado de la isla, observándome ansiosa. —Háblame—, me pidió. Solté un suspiro tembloroso.

—No sé por dónde empezar—, dije negando con la cabeza. Bella tragó saliva. —Desapareciste sin decir palabra, ni dejar rastro—. Mi ira estaba justo ahí, bajo la superficie de mi alivio, y se precipitó de inmediato. A Bella se le aguaron los ojos y bajó la mirada hacia su vaso.

—Lo sé.

Cerré las manos en puños y mi ira se volvió más oscura. —Llamé a todos los que pude. Tuve gente buscándote toda la semana. Pero desapareciste.

Las mejillas de Bella volvieron a mancharse de lágrimas, y aunque una parte de mí se sentía mal, otra parte más oscura sentía que no era suficiente.

—¿Qué demonios pasó?— le pregunté.

Las manos de Bella jugueteaban con su vaso y no podía mirarme. —Entré en pánico—. Dijo en voz baja. Solté un fuerte suspiro y ella me miró por fin. —Sé que no es una excusa, pero es lo que pasó—, dijo negando con la cabeza. —Yo sólo, me sentía tan fuera de control, como si mi vida se hubiera alejado tanto de mí, y no sabía cómo recuperarla, así que simplemente me fui. Es lo que siempre he hecho.

La miré fijamente, con la ira a flor de piel. —¿Funcionó?— le pregunté. Bella respiró entrecortadamente.

—No— su voz era tan suave y quebrada. Sonaba confusa, dolida y aterrorizada. Me sacó del borde de la ira y respiré hondo. —Siempre he huido de mis problemas—, dijo Bella, mirándose las manos. —Mi madre me dejó, así que fingí que no me importaba y nunca volví a hablar de ella. En el instituto—, hizo una pausa. —Había un chico. Creía que lo amaba. Estaba dispuesta a seguirlo a cualquier parte, y entonces él también me dejó—. Cerró los ojos. Le temblaban las manos alrededor del vaso. —Ya no podía más. Me fui de casa y seguí moviéndome para que nadie pudiera dejarme otra vez. No antes de que yo pudiera dejarlos primero— Bella no me miraba, pero podía ver lágrimas corriendo por su cara. Respiró entrecortadamente un par de veces antes de continuar. —Pensé que también podría dejarte a ti antes de que tú me dejaras a mí.

Su confesión me estrujó el corazón. —¿Qué demonios te hizo pensar que te dejaría?— le pregunté. Bella me miró por fin, y el dolor de su rostro casi me dejó sin aliento.

—Porque cuanto más amo a alguien, más rápido se va.

La miré fijamente, incapaz de moverme. El corazón me retumbaba tan fuerte en los oídos que me expulsaba cualquier otro pensamiento de la cabeza. Bella se levantó y se secó las mejillas con las manos. Miró al techo y una nueva oleada de lágrimas se apoderó de ella. —No puedo evitar joder algo bueno cuando lo tengo delante. Soy tóxica— susurró.

Me moví alrededor de la isla para pararme frente a ella. —Bella—, dije incapaz de formar palabras lo suficientemente rápido. —Estoy tan jodidamente enfadado contigo—, dije sacudiendo la cabeza. —Estoy enfadado y dolido, y siento que ya no puedo confiar en ti— admití. Sus lágrimas volaron más rápido por sus mejillas y me acerqué a ella. —Pero te amo muchísimo, carajo, y aunque haya toda esta mierda entre nosotros, no me voy a ir a ninguna parte—. Era demasiado, demasiado pronto, pero era la puta verdad. De alguna manera, me había enamorado de esta hermosa, salvaje y loca mujer. Nunca me había sentido tan fuera de control.

Bella jadeó, mirándome. Le brillaban los ojos de lágrimas. La estreché contra mi pecho y sollozó contra mí. Mis propias lágrimas caían sobre su cabeza. —Edward, yo—, sollozó contra mi pecho. —Quiero decírtelo—, gimió. —Quiero decírtelo, pero—, negó con la cabeza y la abracé con más fuerza.

—Lo sé, no pasa nada—. Bella se desplomó contra mí y me aferré a ella. Sabía cómo se sentía, aunque no pudiera decirlo. Había tanta mierda con la que teníamos que lidiar, tanto que resolver y trabajar, pero por ahora, estaba bien.

Encontraríamos la manera de superarlo.