Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!
Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!
Gracias a mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y a Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.
Capítulo 13: Bella
Domingo, 7 de octubre
Malibú, California
9 semanas
Edward me llevó escaleras abajo hasta su cama y, una vez sobre el colchón, ambos caímos privados. Me desperté varias horas después, con malestar y agotada. Edward había puesto un vaso de agua a mi lado en la mesita de noche y me incorporé para cogerlo. A mi lado, Edward estaba sentado en la cama, con la espalda apoyada en el cabecero. Bebí el agua, gimiendo. —Estoy muy cansada— gemí. Edward asintió.
—¿Cómo…?—, hizo una pausa, sus ojos miraron mi estómago. Me llevé la mano a la barriga, instintivamente.
—Estoy bien—, dije en voz baja. —Creo que debería concertar una cita con esa amiga de tu padre—, dije al cabo de un momento. —No tengo ni idea de con qué frecuencia debo ver al médico—. Cerré los ojos un momento, suspirando. Edward no dijo nada y me senté a su lado. —Creo—, me detuve, las palabras se me atascaban en la garganta. —Creo que tendría que ver a otro médico también—, dije al cabo de un momento. Edward me miró. —No le doy mucha importancia a la terapia, pero—, negué con la cabeza. —No puede ser peor de lo que ya soy.
Edward soltó un suspiro.
—Puede que no te haga daño si vemos una juntos—, dijo en voz baja. Le miré. Me mataba saber que ya no confiaba en mí. Me lo merecía, pero el dolor seguía siendo crudo y profundo.
—De acuerdo—, susurré. Edward me miró.
—¿Al menos lo pasaste bien?
Aparté la mirada de él, con la vergüenza inundándome. —No—, le dije mirando a mis manos. —Me pasé toda la semana echándote de menos.
Edward no dijo nada, y me llevé las rodillas al pecho, incapaz de mirarlo.
—Creo que deberíamos hablar de poner límites— Edward me dijo al cabo de un momento. Lo miré, con el corazón apretado por el miedo. No me gustaba cómo sonaba aquello, aunque no estaba muy segura de lo que quería decir. Me miró. —Obviamente, te estuve agobiando esa semana anterior. Tenemos que ser capaces de decirnos cuándo necesitamos espacio. Por el bien de los dos.
Asentí con la cabeza apoyada en las rodillas. Era una comunicadora de mierda. ¿Cómo había llegado tan lejos en la vida?
—¿Quieres que me vaya?— pregunté. Edward soltó un largo suspiro.
—No lo sé.
Cerré los ojos, apretando la cara tan sutilmente contra las rodillas como pude para evitar que se me escaparan las lágrimas.
—Estoy tan destrozado, Bella— dijo al cabo de un momento. Lo miré. —Estoy tan enojado contigo, pero en cuanto te pierdo de vista, entro en pánico.
Se me escaparon dos lágrimas gruesas. Era un monstruo por hacerlo pasar por todo esto. Sabía que mis disculpas habían dejado de significar algo para él, y quería acercármele, pero tenía mucho miedo de que se alejara de mí. En lugar de eso, me senté congelada en su cama, con el corazón latiéndome tan fuerte que pensé que seguramente él podría oírlo.
—¿Qué hacemos ahora?— pregunté después de unos minutos. Edward soltó un largo suspiro.
—No lo sé.
Cerré las manos en puños y me incorporé lo suficiente para poder rodearme con los brazos. Edward me miró. —Tengo miedo de que si me voy vuelvas a desaparecer.
Parpadeé y se me saltaron las lágrimas. —No lo haré—, dije en voz baja.
Edward negó con la cabeza. —No te creo.
Asentí. Me lo merecía, sobre todo porque aún había una vocecita en mi interior que me suplicaba que me fuera. —Dime qué quieres—, le pedí en voz baja. Edward se burló, con lágrimas brillando en sus ojos.
—Quiero poder confiar en ti, Bella— me estremecí y apreté los brazos contra mí. Edward tragó saliva y miró el reloj. —No has comido en todo el día— dijo en voz baja.
Negué con la cabeza. —No tengo hambre.
Edward me miró con dureza, levantándose de la cama. Suspiré y asentí, levantándome y siguiéndolo hasta la cocina. Abrió el congelador, sacando un par de comidas caseras congeladas que Carmen debió de dejarle. Se puso a descongelarlas mientras yo me acurrucaba en una silla junto a la isla.
—Esto va a tardar unos minutos—, dijo mirándome. Asentí con la cabeza. —Voy a hacer una llamada.
Salió de la cocina y lo oí subir las escaleras hasta su despacho. Solté un suspiro tembloroso y me froté la cara con las manos. De algún modo, mi teléfono seguía en mi bolsillo y lo saqué. Tenía poca batería, pero le envié un mensaje a Tanya.
Ya he vuelto. No sé si Edward me perdonará.
Tanya respondió de inmediato.
Dale tiempo, nena.
Suspiré. El tiempo era quizá lo que más me costaba dar ahora mismo. Mi teléfono zumbó y miré el mensaje que me llegaba.
Cuéntale de Renée.
Se me secó la boca ante la sugerencia de Tanya. Se lo debía, pero la idea de tener que abrirme de aquella manera me hacía sentir hueca y fría. No respondí a Tanya. En lugar de eso, apagué el timbre y coloqué el teléfono boca abajo sobre la encimera.
El microondas emitió un pitido y me levanté, sacando los platos con cuidado. Edward bajó unos minutos después y yo dejé los platos sobre la encimera. Nos sentamos en la isla, con una silla entre los dos, y comimos.
—Ya te dije que mi madre me abandonó cuando tenía siete años—, dije con voz temblorosa. Edward me miró. —Cuando tenía cuatro años, un día me llevaba a la guardería cuando decidió que ya no quería hacerlo más. Siguió conduciendo hasta que llegamos a Canadá. Una vez ahí, encontró a una mujer en el parque con sus propios hijos y decidió dejarme con ella. Mamá se fue y no volvió en horas— No levanté la vista hacia Edward mientras hablaba, necesitaba desahogarme. —La mujer con la que me abandonó llamó a la policía y ellos me acogieron. Mi madre vino a buscarme y actuó como si todo el mundo estuviera exagerando. Como si no hubiera llevado a su hija a un país extranjero y la hubiera dejado con una desconocida todo el día—. Respiré hondo. —Tuvo que llamar a mi padre para que trajera nuestros pasaportes y así poder volver a casa—, hurgué en la comida, tratando de reunir la fuerza de voluntad para seguir hablando. —De algún modo, pudo convencer a mi padre de que estaba estable, y él siguió dejando que me llevara a sitios. No volvimos a Canadá, aunque muchas veces acabábamos en Seattle u Olimpia en vez de en la escuela. Siempre buscaba a alguien con quien dejarme cuando salíamos de casa. A veces encontraba a una anciana en un parque, en otras tenía que llevarme con ella todo el día. Me hacía prometer que no se lo diría a mi padre. Lo llamaba nuestro secreto—. Respiré hondo. —Cuando tenía siete años, me llevaba al colegio cuando puso esa expresión en la cara. Dio la vuelta al auto y, de repente, nos alejábamos de la ciudad. No paramos hasta que mamá llegó a Portland. Me llevó a una heladería y me dijo que podía pedir lo que quisiera. Nunca me habían dejado elegir lo que quisiera, así que pedí un helado horrible con mantequilla de maní y chicle. De niña, era lo más increíble que había visto nunca—. Levanté la vista hacia Edward para ver que sus ojos estaban concentrados en mí, su comida olvidada. —Se levantó por su helado y luego, simplemente, no volvió. Estuve sentada en ese salón hasta que el dueño me encontró. Mi madre había dejado una nota clavada en mi bolso con el nombre y el número telefónico de mi padre y sólo esperaba que alguien responsable se encargara de llevarme a casa—. Se me llenaron los ojos de lágrimas. —Papá vino en automóvil, pero el trayecto era largo y yo estaba asustada y lo intenté mucho antes de que alguien lo llamara. No tenía ni idea de lo que le había pasado a mi madre. Tardé casi una hora en darme cuenta de que no había vuelto porque estaba muy concentrada en mi helado—. Levanté la mano, apartándome las lágrimas. —No fue hasta más tarde, ya estando en casa que vi la nota que me había dejado mi madre, y empecé a darme cuenta de lo que había pasado realmente—. Hice una pausa y aspiré. —¿Sabes lo que decía en su nota? ¿Qué palabras consideró suficientes para abandonar a su familia? 'No puedo hacerlo más'. Eso es todo. Eso es todo lo que decía la nota. Sin más, mi madre se alejó de nosotros, y desde entonces no la he vuelto a ver ni a saber nada de ella.
Respiré entrecortadamente y miré a Edward. Parecía dolido. —No es excusa para mi comportamiento—, dije en voz baja. —He tomado mis propias decisiones equivocadas y sé que no puedo culparla por ello—. Levanté la vista hacia él, con lágrimas quemándome los ojos.
Edward soltó un largo suspiro y me pareció ver lágrimas brillando en sus propios ojos. Bajé la mirada hacia mi comida. No tenía hambre, aunque sabía que debía comer. No podía seguir saltándome comidas.
—Bella—, suspiró Edward. Le miré, sonriendo tristemente.
—No tienes que decir nada—, dije en voz baja. —Sólo merecías saberlo.
Edward extendió la mano, cubriendo la mía. Lo miré, esperanzada. Me dedicó una sonrisa triste y me apretó la mano. Sollocé, girando mi mano para sujetar la suya. Aceptaría cualquier cosa que me ofreciera y no me quejaría.
Nos volvimos hacia la comida y comimos en silencio. Me sentía en carne viva por haber hablado de Renée, pero Tanya había tenido razón, como solía tenerla. Había sido lo correcto compartir aquello con él.
~Home~
Edward me preguntó si me quedaría esa noche y acepté encantada. Mientras no me apartara, estaría ahí, intentando encontrar alguna forma de reparar el daño que había hecho.
Edward y yo nos metimos en la cama, exhaustos. Dudé, insegura de si necesitaba su espacio, pero cuando me tendió la mano, suspiré aliviada. Me acerqué a él de buena gana y me acurruqué en su abrazo. Suspiró contra mi pelo.
—Llamé a mi terapeuta—, dijo al cabo de un momento. Fruncí el ceño y lo miré.
—¿Tienes un terapeuta?
Asintió con la cabeza, mirándome. —Todo el mundo en Los Ángeles tiene uno— dijo secamente. Asentí. —Está dispuesta a vernos como pareja. Dijo que también estaría dispuesta a verte de manera individual, si tú quieres.
Lo miré con ansiedad, pero asentí. Ya había admitido que necesitaba ayuda y, aunque la idea de tener que abrirme a otra persona me aterrorizaba, me tragué el miedo.
—De acuerdo.
Edward estudió mi rostro. —Tiene espacios libres esta semana—, continuó. Tragué saliva y asentí.
—Estoy libre. Sólo avísame cuándo.
Edward asintió y volvió a acercarme a él. Me frotó la espalda con las manos y yo me hundí en él. Me aterrorizaba ir a un terapeuta, pero lo haría por Edward. Haría cualquier cosa por él.
~Home~
Al final, Edward se durmió, pero yo no podía dejar de pensar en él. Nunca en mi vida había metido la pata tan horriblemente. De cualquier lío en el que me hubiera metido, había sido capaz de salir, olvidándolo casi inmediatamente después de decidir que ya no era mi problema.
¿Cuándo me había convertido en un monstruo?
Edward se movió un poco mientras dormía, separando los brazos de mí al darse la vuelta. Lo miré, con el corazón oprimiéndome dolorosamente en el pecho. Era tan hermoso. Físicamente, por supuesto, pero por dentro era un hombre amable y tierno que había soportado más que suficiente mierda de mi parte. No se merecía el espectáculo de mierda que era la antigua Bella. Pero, ¿cómo me convertiría en alguien que sí se merecía?
En la mesita de noche, mi teléfono zumbó suavemente. Lo miré, frunciendo el ceño. Eran casi las tres de la madrugada.
Me aparté con cuidado de los brazos de Edward y me acerqué a la cama para coger el teléfono. La luz era demasiado brillante y mis ojos cansados protestaron de inmediato. Gruñí y salí de la cama, bajando el brillo de la pantalla. Me deslicé hasta el baño, otra vez con ganas de orinar. Cuando terminé de lavarme las manos, me arrastré hasta la encimera, crucé las piernas y apoyé la espalda en el espejo gigante. Saqué el texto, parpadeando contra la luz.
Hola, chica, ¡llámame!
Me sorprendió ver que era un mensaje de Jess. Nos habíamos enviado un mensaje cuando yo estaba en Fiyi, pero no habíamos vuelto a hablar desde entonces. Levanté la vista para asegurarme de que la puerta del baño estaba bien cerrada y volví a mirar el teléfono. Me mordí el labio y marqué el número de Jess.
—¡Bella! Sabía que estarías por aquí. ¿Cómo estás?—, aulló al teléfono. Me estremecí ante su volumen.
—Hola Jess, ¿dónde estás?— pregunté, saltándome la pregunta. Jess se rio.
—Ese Tyler que me indicaste era exactamente lo que estaba buscando—, soltó una risita, y no pude evitar sonreír. —Ahora mismo estamos en Ciudad del Cabo y es increíble—, gimió. Yo sonreí.
—Es increíble, Jess— estaba un poco sorprendida de que realmente hubiese permanecido con Tyler durante tanto tiempo. Según ella, su relación más larga había sido en la secudaria cuando ella y un chico llamado Michael habían 'salido' durante una semana. —¿Han estado juntos desde julio?— pregunté.
Jess tarareó. —Sí. Al principio pensé que era un poco bobo, pero no sé, había algo en él. Es un poco tonto. ¿Estaba en finanzas cuando lo conociste?—, preguntó. Me reí por lo bajo.
—No sé. Estuvimos un fin de semana y no hablamos mucho—, dije sonriendo. Jess soltó una carcajada.
—¿En serio? Puede que sea un mega cerebrito, pero el chico aguanta—, suspiró, y yo sonreí.
—Entonces, ¿las cosas van bien? Quiero decir, ¿ya van tres meses?— pregunté.
Jess tarareó. —Sí. Bueno, por eso quería hablar contigo. Hemos estado en Australia sobre todo porque él trabaja mucho, pero por fin planeamos un viaje, de ahí que estemos Ciudad del Cabo—, dijo rápidamente. —Y estaba emocionada porque nunca había estado en Ciudad del Cabo y Tyler tampoco, y Bella, es precioso aquí. He conseguido muchas imágenes—, suspiró. —En fin. Salimos a cenar la otra noche y Tyler parecía realmente enfermo, y me pregunté si habría comido algo raro, así que interrumpimos la noche temprano para volver a la habitación del hotel cuando empezó a entrar en pánico y a despotricar y yo no podía entender de qué estaba hablando, ¡y entonces me propuso matrimonio!
Me quedé boquiabierta. —¿Estás comprometida?
—Lo sé, ¿verdad? Estaba tan asustado porque al parecer tenía un gran plan y nada le salía bien, lo que le ponía ansioso, ¿no es el mejor? De todos modos, le dije que sí, porque en serio Bella, él es para mí. Quiero decir, sé que he dicho eso en el pasado, pero Tyler simplemente me entiende. No intenta retenerme e impedirme vivir mi vida, de hecho, me apoya totalmente— dijo efusivamente. No supe qué decir.
—¡Felicidades, Jess!—, finalmente me atraganté. Jess se rio.
—Lo sé, es difícil de asimilar. A veces sigo sin creérmelo. Pero cuando encuentras al adecuado, no tiene sentido dejarlo escapar, ¿verdad?
Volví a mirar hacia la puerta del baño, pensando en Edward.
—Sí—, dije en voz baja.
—De todas formas, va a ser una ceremonia pequeña, sólo amigos y familia. No voy a hacer cosas tradicionales, si no te pediría que fueras mi dama de honor, pero quiero que sepas que estamos planeando la boda. Pensé que necesitarías tiempo para salir de la jungla en la que estés metida -dijo riendo.
Me ahogué de risa. —¿Cuándo se casan?
Tarareó Jess. —El mes que viene, creo. Aún no estoy segura de los detalles. Te mandaré un mensaje cuando volvamos a Melbourne.
—¿Es ahí donde vas a celebrar la ceremonia?
Jess suspiró. —No sé. Quiero ver si puedo convencer a Ty para ir a Bali o algo así. Aunque probablemente será por aquí cerca, así que debes estar atenta a las ofertas de vuelos y esas cosas— Jess hizo una pausa. —Vendrás, ¿verdad?
Era la primera vez que la oía sonar insegura. Sonreí, aunque no me sentía nada segura.
—Aunque tenga que robar un bote de remos—, dije en voz baja. Jess se rio.
—Oh, te he extrañado, Bella. Estoy segura de que ya has encontrado un enorme grupo de personas que están desesperadas por seguirte a todas partes, dondequiera que estés— bromeó. Tragué saliva.
—Sí, lo mismo de siempre—, dije intentando que mi voz fuera ligera. Jess soltó una risita.
—Tenemos que ponernos al día pronto. ¿Quizá podamos hablar por skype cuando vuelva a Australia?
Sonreí. —Me encantaría.
Jess tarareó. —Bueno, nena, tengo que irme. Ty tiene algún plan para nosotros hoy y se pone muy ansioso cuando llegamos tarde—. Ella soltó una risita. —¡Te quiero, nena!
Colgó antes de que pudiera responder. Aparté el teléfono de mi cara, atónita.
¿Por qué era tan fácil para Jess comprometerse cuando yo hacía todo lo posible por evitarlo? Las dos llevábamos estilos de vida parecidos, teníamos objetivos y personalidades similares, pero, de algún modo, Jess había descubierto cómo ser feliz con una sola persona, en un solo lugar.
¿Era ingenua al pensar que era imposible?
Volví a levantar la vista, frunciendo el ceño hacia la puerta del baño. ¿Cómo lo hacía Jess? ¿Cómo encontraba la forma de equilibrar su amor por alguien con su libertad? ¿Sería posible algo así para mí algún día?
~Home~
Martes, 9 de octubre
Los Ángeles, California
9 semanas
Después de volver y enfrentarme a la reacción de Edward, me aterrorizaba enfrentarme a cualquier otra persona. El lunes Edward había tenido reuniones por la mañana, así que había vuelto a casa de Alice para darnos algo de espacio. Alice no estaba cuando llegué, y me pasé todo el día preocupada por lo que me diría cuando llegara.
Había estado tan ansiosa que había limpiado todo su apartamento e incluso había conseguido hacer la cena, aunque sólo eran espaguetis con salsa de frasco. Cuando Alice llegó a casa, se había enfadado durante unos minutos, pero para mi eterno alivio, me había perdonado casi de inmediato. Me había dicho que sabía quién era cuando me pidió que me quedara con ella, y aunque había sido un alivio que comprendiera por qué había huido, me avergonzaba saber que Alice me consideraba huidiza y poco fiable.
Esa noche nos quedamos en casa, viendo películas en Netflix hasta que ambas estuvimos demasiado cansadas para mantener los ojos abiertos.
Aunque estaba cansada, cuando me metí en la cama me sentí inquieta. Echaba de menos la presencia tranquila y firme de Edward cerca de mí cuando dormía. Aquella noche, había dormido una mierda.
Hoy había pasado la mayor parte del día volcada en el trabajo. Quería recuperar el tiempo que había estado holgazaneando y, después de unas cuantas horas concentrada, me sentía bien con mis progresos. Probablemente era la única cosa en mi vida por la que sentirme bien ahora mismo.
Había recibido un mensaje de Edward diciéndome que Carlisle había concertado una cita con un ginecólogo-obstetra. Me sorprendió, pero acepté la cita. No estaba segura de si era algo a lo que Edward esperaba que fuera sola o no, pero cuando Edward me dijo que pasaría más tarde a recogerme, no puse ninguna objeción. Estaba nerviosa por volver a verlo, aunque lo echaba mucho de menos.
A las dos, dejé de escribir para almorzar tarde y prepararme para mi cita. Aún hacía calor en Los Ángeles, a pesar de ser octubre, así que me puse unos vaqueros y una camiseta. Cogí una chaqueta ligera, ya que tendía a refrescar por las tardes, aunque los días siguieran siendo cálidos. Recordando la necesidad de intimidad de Edward, me dejé el pelo suelto por si lo necesitaba para protegerme la cara cuando estuviéramos en público.
Me aseguré de que las gafas de sol estuvieran en el bolso antes de salir del apartamento y bajar a esperar a Edward.
En el vestíbulo, el portero, Jared, me sonrió cálidamente. —¿Has quedado con un amigo?—, preguntó con complicidad. Sonreí y asentí con la cabeza. Canturreó. —Parece simpático ese amigo tuyo.
Jared tenía unos sesenta años y me dijo que llevaba cuarenta trabajando en varios edificios de Los Ángeles. Era amable y desenvuelto, y yo lo había adorado al instante.
—Lo es—, dije asintiendo. Jared asintió y sus ojos recorrieron la calle. —Jared, ¿estás casado?
Me miró sorprendido antes de sonreír. —Sí, señorita Bella. Hace ya treinta y ocho años— sonrió.
—¿Lo supiste enseguida?— le pregunté. Jared frunció el ceño.
—¿Qué si sabía que había conocido al amor de mi vida? En aquel momento, no, pero en retrospectiva, sí, creo que lo sospechaba. Entonces era un tonto terco y tardé algún tiempo en hacer las cosas bien—, se rio. —Pero Maggie es la mujer más paciente del mundo. Esperó hasta que tuve la cabeza en su sitio y ha estado a mi lado desde entonces— me miró. —No le digas esto, pero sin ella yo seguiría dando vueltas por la vida con la cabeza en el ya-sabes-dónde—, se rio entre dientes. —Maggie es una buena mujer por verme bien.
Sonreí. —Me alegro de que se hayan encontrado.
Jared me miró y asintió lentamente. —Algunas personas tenemos otras mitades porque somos tan jóvenes e incompletos cuando nos conocemos que podemos ayudar a completarnos mutuamente—, hizo una pausa, rascándose la mandíbula. —Algunas personas se encuentran totalmente cocinadas, y cuando pueden encontrar una pareja que les acompañe en la unión, significa mucho más. Mi Maggie me completó, pero no creo que necesitara que yo la completara a ella. Fue paciente conmigo y me ayudó a crecer. Le debo todo por eso.
Fruncí el ceño, intentando asimilar sus palabras. Miró hacia la calle y me abrió la puerta. —Que tenga un buen día, señorita Bella.
Levanté la vista y vi a Edward llegando al apartamento. Asentí y le sonreí a Jared antes de acercarme al auto. Subí y le ofrecí una sonrisa tentativa. Él me devolvió la sonrisa, aunque parecía cansado. Me abroché el cinturón y Edward se alejó de la acera. —¿Cómo estás? — le pregunté.
Observé la garganta de Edward mientras tragaba. Pareció considerar mi pregunta antes de suspirar. —Estoy bien—. Me miró y, aunque llevaba gafas de sol, pude sentir sus ojos en mi cara. —¿Y tú?
¿Cuánto le había contado? ¿Fue demasiado? ¿Le digo cuánto lo extrañé anoche? ¿Que pensé todo el día en él? ¿Le digo que sentí dolor físico cuando pensaba en la distancia que había abierto entre nosotros?
—Estoy bien—, dije en su lugar.
Edward asintió y soltó un largo suspiro.
—Kate, mi terapeuta me ha dicho que tiene un hueco mañana o el jueves—, me ofreció Edward. Lo miré.
—¿Qué día te viene mejor?— pregunté. Me miró.
—Tengo reuniones mañana por la mañana, pero podría acudir a la cita después.
Asentí. —Me parece bien.
Edward asintió, en silencio. Condujimos por Los Ángeles y nunca en mi vida había experimentado un silencio tan distante.
El médico que Carlisle me había recomendado trabajaba en la UCLA, como él y Esme. Edward nos acercó al campus de la UCLA y mis ojos se abrieron de par en par ante los hermosos edificios de cristal que pasamos. Se detuvo ante un edificio y, en lugar de aparcar delante, condujo hasta que estuvimos en la parte de atrás, cerca de una bahía de estacionamiento. Lo miré. Sacó dos gorras del asiento trasero y me ofreció una. Asentí y me la puse. Me aseguré de ponerme las gafas de sol antes de salir del automóvil. Esta vez Edward no me tomó de la mano y la pérdida de ese contacto fue dolorosa.
Dentro, había una enfermera esperando en la puerta que nos saludó cordialmente. —Señor, nos informaron de que necesitaría total discreción—, dijo en voz baja. —Por favor, síganme a su sala de examen donde la doctora Pierce se reunirá con ustedes.
Seguimos a la enfermera por el pasillo, entrando en la sala de exploración cuando se detuvo ante la puerta. —La doctora estará con ustedes enseguida—, dijo, dedicándole a Edward una sonrisa radiante. Él le devolvió una pequeña sonrisa y ella sonrió, cerrando la puerta. Resoplé y Edward me miró.
De ninguna manera iba a empezar a hablarle de celos. Era lo último que necesitábamos entre nosotros. En lugar de eso, suspiré y me quité la gorra, guardando las gafas de sol en el bolso.
—Estoy nerviosa—, admití al cabo de unos minutos. Edward me miró, soltando un pequeño suspiro.
—Sí—, dijo en voz baja. Fruncí el ceño. Normalmente, estaría a mi lado, cogiéndome de la mano, asegurándome que todo iría bien. No tenía ni idea de cuánto podía echarle de menos a pesar de que sólo estaba a un metro de mí. Aparté la mirada de él, con los ojos llenos de lágrimas. Estaba harta de llorar. Antes del embarazo, casi nunca había llorado.
La puerta se abrió y entró una mujer alta y rubia. Nos miró y cerró la puerta tras de sí.
—Ustedes deben ser Bella y Edward—, dijo, alargando la mano para estrechárnosla. —Soy Lauren Pierce—. Nos indicó que nos sentáramos. Me acomodé en la camilla mientras Edward se sentaba a mi lado en una silla. —Muy bien, así que hoy sólo vamos a hacer un chequeo y establecer algunas rutinas. Podemos intentar ver si podemos oír el corazón del bebé en el Doppler, pero no quiero darles esperanzas— dijo acomodándose en su propio taburete. Los dos asentimos. —Bella, cuando hablé con Carlisle me dijo que estabas de unas ocho semanas. ¿Eso es cierto?—, preguntó, sacando un gráfico y un portapapeles. Me miró y yo negué con la cabeza.
—Creo que ya estoy de nueve semanas—, dije en voz baja. Asintió con la cabeza y tomó nota.
—¿Has tenido algún problema hasta ahora?—, preguntó, volviendo a mirarme. Negué con la cabeza.
—Me están creciendo mucho los senos y me duelen. También orino cada hora y estoy agotada—, dije negando con la cabeza. La Dra. Pierce asintió.
—Todos son signos normales en esta etapa del embarazo. ¿Has tenido náuseas matutinas?
Me encogí de hombros. —No estoy segura con algunos alimentos, pero por lo demás, no ha sido malo.
Asintió, anotando mis respuestas. —Bien, pues te haré un par de pruebas para asegurarme de que estás sana y de que todo sigue yendo como la seda—. Dijo haciendo clic con el bolígrafo. Asentí con ansiedad. Me pesó, me tomó la temperatura y la tensión, y todo salió normal. Las pruebas fueron bastante fáciles y familiares y, por suerte, terminaron pronto.
—Ahora, como estás de nueve semanas, existe la posibilidad de que podamos captar los latidos del corazón del bebé. ¿Estás dispuesta a intentarlo?
Miré a Edward con ansiedad. Tragó saliva, pero estuvo de acuerdo. La Dra. Pierce asintió. —Bien, déjame traer a Alicia para que prepare la máquina. Sólo serán unos minutos.
Nos sonrió y se quitó los guantes, saliendo de la habitación. Solté un suspiro tembloroso.
Miré a Edward, pero no me miraba a mí. Estaba mirándose las manos. Fruncí el ceño, deseando que me mirara.
La puerta volvió a abrirse y entró la enfermera que le había sonreído a Edward. Dejó un aparato sobre el mostrador y se volvió hacia mí. —Bien, por favor, levántese la camisa y bájese un poco los pantalones—, me indicó. Asentí y me subí la camisa hasta dejarla cerca del sujetador. Me desabroché los vaqueros y me los bajé un poco por las caderas. La enfermera me miró y asintió.
—De acuerdo, como sólo estás de nueve semanas, existe la posibilidad de que no oigamos nada—, advirtió. Edward y yo asentimos. Él se levantó y vino a ponerse a mi lado. La enfermera le sonrió.
Se volvió hacia su bandeja y trajo un gel que me aplicó suavemente en el bajo vientre. Una vez aplicado, asintió con la cabeza y cogió una varita. Miró a Edward. —¿Listo?—, le preguntó. Él asintió en silencio. Intenté no fulminarla con la mirada. Claro, a quién le importaba si la embarazada no estaba preparada.
La enfermera me aplicó la varita en el estómago y dejé de respirar. La máquina que tenía al lado emitía unos ruidos extraños, pero no pude distinguir ningún latido. La enfermera movió la varita alrededor de mi abdomen, con el rostro concentrado.
Al cabo de unos minutos, cuando aún no había nada, nos miró. —Parece que su pequeño es tímido—, dijo sonriendo. Me sorprendió la decepción que sentí y, a mi lado, Edward se desinfló. —No pasa nada—, dijo amablemente la enfermera. —Para la próxima cita, seguro que podrá oírlo—, nos aseguró. Bueno, en realidad a Edward. Empezó a recoger el equipo y me dio una servilleta para que me limpiara el gel de la ecografía.
Me limpié, me abroché los pantalones y me volví a poner la camisa. La enfermera se aseó y le dedicó a Edward una última sonrisa antes de volver a salir de la habitación. Antes de que pudiera decir nada, la Dra. Pierce volvió a entrar.
—Alicia me ha dicho que esta vez no ha funcionado—, dijo en voz baja. Negué con la cabeza. —Sé que ahora es decepcionante, pero nueve semanas es lo más pronto que podemos empezar a oír un latido. Normalmente, lo oímos por primera vez en torno a la semana doce—. Me explicó. Asentí. —Bien, parece que todo va bien. Bella, estás muy sana, así que este embarazo debería ser bastante sencillo. Sé que falta mucho, pero ¿has pensado en el tipo de parto que te gustaría tener?
Me quedé boquiabierta. —¿Uno normal?— pregunté, aterrada. La Dra. Pierce sonrió.
—No hay prisa por pensar en ello, pero te recomendaría investigar un poco. Aquí contamos con comadronas altamente capacitadas que son increíblemente valiosas durante este proceso—, dijo amablemente. —También tengo algunos nutricionistas que podría recomendarte si estás interesada—, me ofreció. Miré a Edward, que finalmente me miró.
—Tenemos uno—, dijo volviendo a mirar a la doctora quien asintió.
—Bien, creo que eso es todo por esta cita. Bella, me gustaría verte de nuevo en unas tres semanas.
Asentí. —Gracias, doctora Pierce.
Nos sonrió a los dos, estrechándonos la mano, antes de marcharse. Me levanté de la camilla, busqué mi bolso y saqué las gafas de sol. —¿Podemos irnos?— le pregunté a Edward. Me miró.
—Creo que sí. — Se acercó a la puerta y me la abrió. La atravesé y eché un vistazo al pasillo. Como no vi a nadie, seguí a Edward por donde habíamos venido. Una vez en el estacionamiento, subimos a su automóvil y, antes de que ninguno de los dos hablara, ya había recorrido la mitad de la calle.
—Tengo una cena—, dijo Edward sin mirarme. Le miré y asentí.
—De acuerdo. Déjame en casa de Alice—. Me sentí decepcionada. Aunque me parecía poco probable que me pidiera que fuera a su casa, no podía evitar tener esperanzas.
Edward nos llevó de regreso al apartamento de Alice. Si pensaba que el viaje de ida había sido malo, no fue nada comparado con el de vuelta. Cuando llegamos al edificio, estaba a punto de llorar. Me quité la gorra de Edward y la dejé en el asiento del copiloto mientras recogía mi bolso. —Avísame mañana a qué hora— dije, soltando el cinturón de seguridad. Edward asintió. —Buenas noches— Ni siquiera pude mirarle mientras salía del automóvil. Mis pies golpearon el bordillo y las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas. Me aseguré de no quitarme las gafas de sol mientras sonreía débilmente a Jared. Entré corriendo en el edificio, incapaz de mirar atrás para ver si Edward me observaba o no. Me contuve lo suficiente para entrar en el ascensor antes de echarme a llorar.
