Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!

Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!

Gracias a mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y a Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.


Capítulo 15: Bella

Jueves, 11 de octubre

Malibú, California

9 semanas

Por primera vez en semanas, dormí toda la noche. No di vueltas en la cama, no me agité, sólo dormí, un sueño verdadero y profundo que calmó mis nervios alterados.

Cuando me desperté, Edward estaba allí, durmiendo profundamente. Lo observé, con el corazón hinchado al verlo. Lo había echado de menos con un dolor profundo y, aunque las cosas entre nosotros no estaban arregladas, el hecho de que me hubiera dejado volver a su vida me había parecido una gran victoria.

Seguíamos vestidos con la ropa del día anterior y me estiré, estremeciéndome al sentir que los vaqueros se me clavaban. Me incliné hacia delante y le di un beso en la garganta antes de soltarme de sus brazos. Me dirigí al baño para aliviar mi vejiga desesperadamente llena.

Cuando terminé, volví al dormitorio. Tenía hambre, pero no quería sobrepasar mis límites y suponer que seguiría siendo bienvenida en casa de Edward como lo había sido antes.

En lugar de eso, me volví a tumbar en la cama. Edward se movió un poco y frunció el ceño. Quise acercarme a él para calmar su preocupación, pero me resistí. Miré las ventanas de su habitación, pero las persianas automáticas estaban bajadas, por lo que era difícil saber qué hora era.

Me volví hacia Edward y vi que una de sus manos se había extendido sobre la cama, buscándome. Sonreí y le tendí la mano. Sus dedos se enroscaron alrededor de mi mano y soltó un pequeño suspiro.

Parpadeé y se me saltaron las lágrimas.

Hablar ayer con Kate había sido brutal. Odiaba oírme admitir en voz alta lo realmente jodida que estaba. ¿A cuántas personas había hecho daño como a Edward a lo largo de los años? ¿Por qué no me había preocupado por ninguno hasta él?

Era un puto monstruo, y lo peor de todo era que no tenía a nadie más que a mí misma para culparme por ello. Claro, la gente me había hecho daño en el pasado, pero hacía años que no los veía. Ahora era yo quien la estaba cagando.

Pensé en la última vez que le había dicho a un hombre que no fuera mi padre que lo amaba. Era demasiado joven para saber lo que era el amor. Ese amor había sido desesperado, un amor infantil en el que había depositado demasiadas esperanzas. Fue un amor que me dejó destrozada y devastada durante mucho tiempo.

Mis ojos recorrieron las facciones de Edward. Me aterraba sentir algo tan fuerte por él después de tan poco tiempo. Claro, nos habíamos conocido hacía meses, pero apenas nos conocíamos y, sin embargo, aquí estaba yo, aterrorizada ante la sola idea de haber metido la pata lo suficiente como para perderlo para siempre.

¿Cómo había podido atravesar mis defensas con tanta eficacia?

Edward empezó a revolverse y yo lo observé impasible.

Sus ojos verdes parpadearon un par de veces antes de centrarse en mí. En los primeros instantes de su despertar, antes de que subiera la guardia, vi que en sus ojos brillaba el amor, sin filtro ni freno. Me escocían las lágrimas y deseé desesperadamente poder decirle lo que sentía.

—Hola—, dijo, con la voz ronca. Cerró los ojos y frunció el ceño.

—Eh—, susurré. Abrió los ojos y cuando se posaron de nuevo en mí eran más duros y cautelosos. Intenté no llorar.

Había mil cosas que quería decirle. Este era el momento de decírselo, de compartir cualquier parte de mí con él. Era la oportunidad perfecta para mostrarme vulnerable y contarle por qué me costaba tanto decirle lo que sentía.

Él me observaba, sus ojos recorrían cada indecisión que cruzaba mi rostro.

Cuando no dije nada, suspiró, cerró los ojos y giró la cabeza para mirar al techo.

Era una cobarde.

Edward gimió, llevando una mano hacia arriba para frotarse la frente. —No recuerdo la última vez que dormí tanto tiempo.

Tragué grueso. Yo también me sentía aturdida por el sueño, aunque mi cuerpo se sentía aliviado de haber dormido por fin toda la noche. Edward me miró, frunciendo ligeramente el ceño. —¿Qué tienes pendiente para hoy?—, preguntó.

Fruncí el ceño. ¿Estaba intentando deshacerse de mí? Me mordí los labios. —Tengo que trabajar en mi manuscrito—, dije en voz baja. Edward asintió. —¿Y tú?

Suspiró, con la mano sobre el pecho. —Hoy tengo que hacer unas cuantas cosas de promoción—. Frunció el ceño y me miró. —¿Quizá esta noche podamos intentar hacer eso de la cita que sugirió Kate?—, preguntó. Sonreí débilmente.

—Sí, me gustaría.

Se me ocurrió que nada de lo que habíamos hecho Edward y yo había parecido una cita. ¿Qué significaba salir con él? Antes de que pudiera preguntar, Edward empezó a hablar.

—Creo que por ahora sería mejor que nos quedáramos a puerta cerrada—, dijo mirándome. —Ya será bastante difícil intentar conocernos sin que el mundo intente observarnos.

Asentí. —De acuerdo.

Edward miró el reloj y suspiró. —Tengo que levantarme y prepararme.

Me senté y Edward me observó. —¿Quieres, quiero decir, tienes hambre?— pregunté, mirándolo. Me miró y no supe qué estaba pensando.

—Creo que tomaré un café—, dijo finalmente. Asentí con la cabeza, mirándome las manos.

—Eso suena bien.

Edward se levantó de la cama y cruzó la habitación para ir al baño. Exhalé un largo y tembloroso suspiro. No me había sentido tan insegura con un chico desde que era adolescente. Odiaba que la facilidad que había entre nosotros hubiera desaparecido.

Me pregunté si alguna vez volvería.

~Home~

Edward me dejó en casa de Alice antes de irse a trabajar, prometiendo llamarme cuando terminara para cenar juntos. Estaba ansiosa por cenar con él. Habíamos cenado juntos muchas veces, pero esta me parecía tan oficial e importante. Tenía miedo de cagarla como ya lo había hecho con todo lo demás.

Alice se había ido cuando llegué y, aunque estaba segura de que no quería compañía en ese momento, odiaba lo aislada que me sentía.

Pensé en llamar a Tanya, sabiendo que su sabiduría de hermana probablemente me haría sentir mejor, pero ahora mismo no necesitaba una hermana. Necesitaba una madre.

Mis pensamientos se volvieron amargos al pensar en Renée. ¿Cuántas veces en mi vida había deseado tener una madre con quien poder hablar, a quien acudir cuando necesitaba ayuda? La odiaba por abandonarme, la odiaba por su debilidad.

Las lágrimas me quemaron los ojos y me golpeé las mejillas, con rabia. No lloraría por ella. Ya no.

En lugar de eso, me dirigí a mi dormitorio, cogí el portátil y lo arrastré conmigo hasta el balcón. Hacía un día precioso y, con una ligera manta sobre los hombros, me senté a trabajar.

A los quince minutos me di cuenta de que era inútil. Estaba demasiado distraída.

Cogí el teléfono, insegura de qué era exactamente lo que había planeado, cuando me encontré desplazándome por mis contactos. Mi dedo encontró el contacto de Sue, y el teléfono estaba marcando su número antes de que pudiera pensarlo.

—¡Bella! Qué sorpresa tan agradable. ¿Cómo estás?

Dejé escapar un largo suspiro al oír su voz. —Hola Sue, no te llamo en mal momento, ¿verdad?

Sue canturreó. —No, en absoluto. Acabo de volver del supermercado—. Asentí, hurgando en un hilo deshilachado de la manta. —¿Cómo estás?

Suspiré. —Estoy…—, hice una pausa. ¿Cómo estaba? ¿Cómo estaba?

Me quedé en silencio el tiempo suficiente para que Sue hablara. —Tu padre me contó lo del bebé—, dijo suavemente. Solté un suspiro. —¿Estás bien? ¿Has cambiado de opinión?

—No, no he cambiado de opinión—, dije en voz baja. —En realidad estoy un poco perdida.

Sue se quedó callada un momento. —¿Literal o metafóricamente hablando?

Sonreí a pesar de las lágrimas en mis ojos. —Metafóricamente. Todavía estoy en Los Ángeles—, dije. Sue rio suavemente.

—Bella, creo que es completamente comprensible sentirse perdida en este momento— dijo suavemente. —Yo estaba perdida cuando me quedé embarazada de Leah, y en ese momento estaba casada y llevaba varios años intentando quedarme embarazada.

Resoplé. —¿Puedo preguntarte algo un poco personal?

—Por supuesto, ¿qué tienes en mente, Bella?

Suspiré. —Después de que Harry murió— hice una pausa insegura de querer preguntarlo. —¿Te costó decirle a la gente que los amabas?

Sue tarareó. —¿Estás hablando de tu padre?— ante mi tarareo, Sue suspiró un poco. —Me llevó un tiempo. Tu padre y Harry eran buenos amigos, y yo conocía a Charlie desde hacía tanto tiempo que tardé un poco en darme cuenta de que habían surgido nuevos sentimientos hacia él. Al principio me sentí culpable, como si estuviera traicionando a Harry. Pero me di cuenta de que Harry habría querido que siguiera adelante después de su muerte. Él amaba a Charlie, y sé que está feliz por nosotros— dijo en voz baja. Me mordí el labio. Sue esperó pacientemente a que hablara, permaneciendo en silencio.

—Creo que podría haber hecho algo irrevocablemente dañino— dije después de un minuto.

—¿Qué pasó?— No sonaba recelosa ni sentenciosa, sólo paciente. Dejé escapar un suspiro.

—Edward, el hombre que…—, hice una pausa estremeciéndome. —El hombre—, dije finalmente. —Tuvo que irse a trabajar la semana pasada y cuando se fue, yo desaparecí. Volví, pero durante toda la semana lo ignoré y nadie sabía dónde estaba. Desaparecí y ahora él no puede confiar en mí, y apenas podemos hablar. Las cosas están muy rotas entre nosotros, y tengo tanto miedo de que no podamos arreglar las cosas—. Hice una pausa, quitándome las lágrimas de las mejillas. —Fuimos a ver a una terapeuta ayer, y yo sólo, estoy tan jodida. No sé cómo voy a convertirme en alguien lo bastante madura como para llevar una relación con él.

Sue se quedó callada un momento antes de suspirar. —Bella, no sé por lo que estás pasando exactamente. Te han pasado cosas muy injustas y no sé qué se siente ni qué tipo de cicatrices deja—, dijo despacio. Sollocé y pellizqué la manta. —Pero, cariño, yo sí te conozco. Eres la persona más intrépida y tenaz que he conocido. Sé que, si quieres proponerte algo, lo vas a hacer.

Dejé escapar un suspiro tembloroso. —¿Pero y si vuelvo a meter la pata y decide que no valgo la pena?— pregunté, expresando una preocupación muy real.

Sue canturreó. —Cariño, si su amor no es incondicional, no es una relación que merezca la pena. Lleva tiempo que el amor se vuelva incondicional, es cierto, pero sabrás a medida que crezcan juntos si él es capaz de dártelo o no.

—Pero y si soy yo quien no puedo devolvérselo.

—Bella, tú amas más ferozmente que nadie que yo conozca. A cada persona que has decidido dejar entrar en tu corazón la has amado incondicionalmente. Es tu segunda naturaleza.

Fruncí el ceño, reflexionando. —¿De verdad lo crees?

Sue se rio. —Bella, te conozco desde que eras pequeñita. Tienes un corazón tremendo y lo has demostrado una y otra vez.

Dejé escapar un suspiro tembloroso.

—Sue, ¿hasta qué punto conociste—, hice una pausa —a Renée?

Sue suspiró. —No muy bien. Tus padres acababan de casarse cuando naciste, y Harry y Charlie aún no eran muy unidos. Pero veía a Renée por la ciudad, y en fiestas y cosas así.

Fruncí el ceño, insegura de si quería hacer la siguiente pregunta que bullía en mi interior. —¿Crees que me parezco en algo a ella?

Sue se quedó callada un momento, pensativa. —La Renée que yo conocí era carismática y extrovertida. Siempre era el alma de la fiesta, deseosa de ser el centro de atención. Le encantaba contar historias, aunque no recuerdo que tuviera mucha paciencia para escucharlas. Era carismática, pero nunca sentí que fuera demasiado cariñosa o que se interesara demasiado por los demás. Su vida giraba en torno a ella misma. Puede que tú seas tan extrovertida como ella, pero tu corazón es más grande y firme de lo que nunca fue el suyo.

Me mordí el labio. Nunca le había preguntado a nadie más que a mi padre por mi madre. Nunca había querido escuchar la opinión de nadie más sobre ella. —Te diré otra cosa—, dijo Sue, atrayendo de nuevo mis pensamientos hacia ella. —Puedo decirte que Renée vivió su vida con miedo. Siempre estaba hablando de cosas que se estaba perdiendo. No sé si tenía interés o incluso capacidad para pararse a reflexionar sobre lo que tenía delante.

Reflexioné sobre lo que Sue me había dicho, intentando procesar mis sentimientos. —¿Alguna vez esperaste más de tu vida?— pregunté, e inmediatamente me estremecí. —No es que, ya sabes, tu vida no sea estupenda ni nada de eso—, dije echándome atrás. Sue se rio.

—No pasa nada, Bella. Sé lo que quieres decir—. Se rio entre dientes. —De niña quería ser bióloga marina. Renuncié a ello cuando me casé porque Harry y yo queríamos formar una familia, y sabía que quería ser madre a tiempo completo, pero a veces sigo pensando en ello. Creo que ya soy demasiado mayor para volver a estudiar, pero trabajo como voluntaria en distintos organismos de conservación marina, dirigiendo excursiones escolares por las playas, y eso me hace muy feliz. No creo que me haya perdido una vida mejor por centrarme en mi familia. Tomé una decisión que era la correcta para mí, y puedo decirte que no creo que haya nada más gratificante que ver a mis propios hijos crecer y empezar sus propias vidas. La verdad es que, para mí, no era una cuestión de futuros mejores o peores. Eran caminos diferentes, y los honro como tales.

Me quedé callada. —No puedo evitar esta sensación que tengo—, hice una pausa, insegura de cómo expresarlo. —No sé, estoy hecha para algo más que la maternidad.

Sue tarareó. —Bella, y así lo creo yo. Pero que tengas un gran futuro no significa que ser madre no forme parte de él. Mi camino se dividió en dos direcciones, pero muchas mujeres eligen ambas. De eso se trata, elegimos qué camino tomamos. Cada día, cuando nos levantamos, decidimos quiénes vamos a ser y qué caminos vamos a seguir. Algunas personas son lo suficientemente valientes, fuertes y afortunadas como para seguir varios caminos al mismo tiempo. Creo, Bella, que ese es tu futuro.

—Sue—, dije suavemente. —Creo que no te lo digo con suficiente frecuencia, pero estoy muy agradecida de que mi padre te tenga a ti—. Hice una pausa. —De tenerte en mi vida.

Sue hizo un ruido suave. —Bella, estoy agradecida todos los días por ti y por tu padre. Ambos le han traído mucha alegría a mi vida. Hubiera estado bien, después de la muerte de Harry, sola. Pero ahora, ahora mi familia ha crecido, y tengo una nueva alegría que pensé que sería incapaz de conseguir de nuevo en la vida.

Los ojos me escocían de lágrimas. —Los extraño—, dije en voz baja. Sue canturreó.

—Puedes venir a casa cuando quieras, cariño. Sabes que la puerta siempre está abierta.

Respiré hondo, apartando las lágrimas de mis mejillas. —Gracias, lo sé.

Sue se quedó callada un momento. —Estarás bien, Bella. Tengo un buen presentimiento sobre este hombre en tu vida, pero aunque me equivoque y no pueda darte lo que necesitas, tienes una familia que te ama incondicionalmente.

Parpadeé con fuerza contra las lágrimas frescas. —Gracias, Sue.

—Por supuesto, cariño. Llámame si alguna vez necesitas hablar, ¿de acuerdo? Sabes que me encanta hablar contigo.

Sonreí débilmente. —Lo haré. Gracias.

Tarareó. —Adiós, dulce niña. Cuídate.

—Tú también.

Colgué y solté un suspiro tembloroso. Sinceramente, si mi padre no se le declaraba pronto a aquella mujer, lo haría por él.

~Home~

Alice llegó a casa antes de que Edward me recogiera. Me sorprendió verla en casa tan temprano, pero cuando entró corriendo, saludándome con la mano mientras corría a su habitación para cambiarse, me di cuenta de que debía de tener una cita. —¿Cómo te fue ayer?— Alice llamó desde su habitación. Ayer por la mañana le había confiado a Alice que Edward y yo íbamos a ir a terapia. Yo estaba ansiosa pero Alice me había asegurado que le parecía una gran idea.

—Estuvo bien—, dije lentamente. Alice hizo un ruido, asomando la cabeza fuera de su habitación.

—Ven a contármelo mientras me preparo para mi cita con Jasper—, dijo señalando hacia su cama. Sonreí suavemente.

—¿Jasper? —pregunté entrando en su habitación. Me acomodé en su cama y ella sonrió, quitándose la blusa.

—Es el hombre más guapo, más tonto y más dulce que he conocido—, me dijo. Yo sonreí.

—Tanya siempre dice esas cosas, pero de ella suelen sonar más insultantes—, bromeé. Alice se rio, quitándose los pantalones.

—Se queja de ella, pero se nota que también la adora. Creo que está muy orgulloso de ella, aunque dudo que se lo diga directamente. Debe de ser cosa de hermanos—, se encogió de hombros, metiéndose en el baño. Asentí con la cabeza. —En fin, háblame de lo de ayer. Anoche no te vi llegar a casa. Así que debió de ir bien.

Suspiré, doblando las piernas sobre su cama.

—Sí y no. Creo que ahora mismo hay mucho daño entre nosotros, pero también creo que Edward simplemente me extrañaba tanto como yo a él— fruncí el ceño. —Los dos dormimos mejor uno al lado del otro.

Alice asomó la cabeza desde el baño para mirarme. —¿Bella-duerme-en-cualquier-lugar-Swan no puede dormir sin su hombre al lado?—, preguntó arqueando una ceja. Gemí.

—Lo sé. Una vez, literalmente, dormí de pie en un tren, a horcajadas sobre un hueco por el que podía ver pasar las vías. No sé qué me pasa.

Alice sonrió, volviendo a salir al dormitorio.

—Bien, así que te quedaste a dormir. Hubo algún...— su voz se entrecortó y negué con la cabeza.

—Edward todavía apenas puede mirarme— murmuré. Alice suspiró.

—Volverá a hacerlo. Créeme. Si no te está mirando directamente, entonces te está mirando cada vez que apartas la mirada. El chico está obsesionado contigo.

Me mordí el labio y encogí un hombro. —No sé.

Alice suspiró, dirigiéndose a su armario. —De acuerdo, aún no ha habido sexo, ¿qué tal la parte de la terapia?

La vi rebuscar en su armario y solté un suspiro apretado. —Fue difícil. No se me da bien, ya sabes, ser vulnerable o lo que sea—. Alice me miró por encima del hombro y asintió. —En algunos momentos parece imposible, superar toda esta mierda entre nosotros, pero Kate nos ayudó mucho recordándonos que en realidad sólo llevamos juntos un par de semanas. Creo que ahora mismo hay tanta presión por saberlo todo el uno del otro, que es una locura. Apenas sabía el apellido de los tres últimos chicos con los que estuve— sacudí la cabeza.

Alice se volvió hacia mí y sacó un vestido azul oscuro de su armario. Me sonrió. —Me alegro de que se los haya dicho. Es tan fácil olvidar que ha pasado tan poco tiempo entre ustedes. Incluso a mí me parece que han pasado meses. Supongo que es porque ustedes son muy intensos.

Fruncí el ceño. —¿Intensos?

Alice asintió, poniéndose el vestido. Era ceñido, con tirantes y terminaba en lo alto del muslo. Me di cuenta de que el vestido no era del todo azul. Era... —¿Son estrellas?— pregunté. Alice sonrió, dándome una pequeña vuelta.

—Me va a llevar al Observatorio Griffith—, dijo sonriendo. —Pensé que sería apropiado.

Me reí y asentí. —Vas a ser el sueño de todos los nerds—, dije sonriendo. Alice se rio y se volvió hacia su armario, sacando unos letales zapatos de tacón azul marino. Los tiró cerca de la cama antes de volver al baño y coger su maquillaje.

—Entonces, ¿cuándo vas a volver a verlo?—, preguntó. Suspiré.

—Esta noche. Kate quiere que nos veamos por las noches, que seamos vulnerables el uno con el otro y que nos conozcamos.

Alice me miró, con un pincel de maquillaje en las manos. —¿Y te vas a poner eso?

Me miré el jersey holgado y los leggings, encogiéndome de hombros. —Me imaginé que no querría ir a ninguna parte. Es muy raro que estemos en público.

Alice dejó el cepillo y se acercó a la puerta, mirándome fijamente. —¿Y? No me visto así para todos los que nos vea. Lo hago por Jasper, y por mí misma porque sé que estoy buena—, dijo riéndose entre dientes. Sonreí. —Si tienes una cita esta noche, ¿por qué no hacerlo bien?

Me mordí el labio. —En realidad no tengo citas. No sé qué hacer.

Alice tarareó. —de acuerdo, quédate con el jersey, es apropiado para la temporada, pero en lugar de los leggings, ponte esto—, se metió en el armario y sacó una falda marrón de piel de ante. Me hizo un gesto para que me levantara y me bajé de la cama. Me quité los leggings, cogí la falda y me la puse. Me quedaba un poco ajustada y fruncí el ceño. Hace un par de semanas, Alice y yo teníamos la misma talla.

Miré a Alice, que frunció el ceño y me llevó la mano a la cintura. Metió un poco el jersey y luego se apartó para examinarme. Asintió con la cabeza. —Sí, bien—. Me miró la cara y el pelo. —Maquíllate un poco. Sé que no te gusta mucho, pero con un toquecito bastará—. Me indicó el cuarto de baño y la seguí. Señaló el maquillaje que estaba esparcido por la encimera. Reconocí la mayor parte, aunque Alice era mucho más experta en cosmética que yo.

Alice me indicó por dónde empezar y nos quedamos en su cuarto de baño maquillándonos y hablando de su día de trabajo. Realmente no quería hablar mucho más sobre Edward y yo y nuestra noche por delante. Ya estaba bastante ansiosa sin hablar de ello.

Cuando terminé, Alice me indicó que me arreglara un poco el pelo. Seguí sus instrucciones, usando su rizador mientras ella continuaba aplicando su perfecto maquillaje. Terminé primero, y cuando lo hice me senté en la taza cerrada mirando cómo Alice terminaba de arreglarse.

—¿Cuántas citas has tenido con Jasper?— pregunté. Ella me miró.

—Esta es nuestra quinta cita.

Parpadeé sorprendida. —¿Ya?

Alice sonrió y asintió. —¿Qué puedo decir?, el chico no se cansa de mí—. Ella sonrió y yo sonreí.

—Me alegro mucho por los dos—, dije con sinceridad. Alice me miró y su sonrisa era contagiosa.

—Sinceramente, Bella. Siento que tengo que agradecértelo todo. Nunca me habría cruzado con Jasper sin ti en mi vida. Aún es pronto para nosotros, pero sé que es el indicado para mí.

Parpadeé, sorprendida. —¿En serio?

Alice asintió, con una sonrisa desenfrenada. —Es tan dulce, divertido y amable. A veces, cuando se pone a hablar de algún tema de robótica o de alguna otra cosa de nerds en el trabajo, se ilumina y cobra vida, y yo me quedo mirándolo, sin aliento, porque es tan guapo. No sólo por fuera, sino porque su pasión es tan vibrante que la siento resonar en mi alma— suspiró, sus ojos se cerraron. —No se parece a nadie que haya conocido, y no hay ninguna posibilidad de que lo deje escapar—. Abrió los ojos, sonriendo ante su reflejo. La miré atónita.

Ese tipo de pasión era lo que casi siempre me atraía de la gente. Era embriagadora. Había visto destellos de ella en Edward, y pensé que debía estar ahí -no había forma de que tuviera tanto éxito sin ella-, pero hasta ahora apenas había podido presenciarla.

Quizá fuera algo que pudiéramos cambiar.

Llamaron a la puerta y levanté la vista, sorprendida. Miré a Alice, que se encogió de hombros.

—Se supone que Jasper no debería estar aquí hasta dentro de media hora, pero está tan nervioso por llegar a tiempo que probablemente sea él—, soltó una risita. Me reí y me puse de pie.

—Lo haré pasar.

Alice me sonrió mientras salía de su cuarto de baño. Me dirigí a la puerta principal, sonriendo mientras la abría. —Hola, oh.

Edward estaba allí, vestido con una camisa verde oscura y unos pantalones de lino. Llevaba la camisa por dentro y las mangas enrolladas en los antebrazos. Estaba perfectamente arreglado, aparte del pelo, que estaba tan alborotado como de costumbre.

Mirarlo me dejó sin aliento.

—Hola—, me dijo suavemente. Solté un pequeño suspiro y sonreí suavemente.

—Hola.

Me tendió un pequeño ramo de flores y parpadeé. —Son para ti.

Miré entre él y las flores, atónita. Nunca nadie me había comprado flores.

—Gracias—. Se las recibí, insegura de si debía invitarle a pasar o si simplemente nos íbamos a marchar. —Déjame... déjame buscar un jarrón—, dije apartándome de la puerta. Edward asintió y me siguió al interior. La puerta se cerró suavemente tras él y me dirigí a la cocina. Encontré los jarrones de Alice con facilidad. Tenía tantos que era casi difícil elegir uno. Estaba claro que había recibido muchas flores en su momento.

—¿Están bien? No sabía qué tipo de flores te gustaban—, dijo Edward detrás de mí. Me volví hacia él. Parecía inseguro. Parpadeé.

—Edward, son preciosas. Estoy un poco aturdida porque nunca nadie me había regalado flores—. Le dije tranquilizándolo. Él sonrió un poco. Puse el ramo en un jarrón y añadí agua. Puse las flores sobre la encimera, admirándolas. Era una mierda identificando flores, pero no importaba. No necesitaba saber cómo se llamaban para saber que eran preciosas. Había unas cuantas flores grandes, rojas y anaranjadas, algunas amarillas, otras de un precioso naranja quemado y un montón de hojas de color verde oscuro.

—Creía que las rosas eran demasiado mansas y genéricas para ti—, dijo Edward, atrayendo de nuevo mi atención hacia él. Aún parecía inseguro. —Sé que estas no son muy tradicionales ni comunes, pero bueno, tú tampoco lo eres.

Quería besarlo. ¿Tenía permiso para hacerlo? Odiaba ya no estar segura. —Edward, son perfectas—. Dije suavemente. Sonrió un poco más y asintió, bajando la mano de su cuello.

—¿Estás lista para irnos?—, preguntó. Asentí con la cabeza.

—Déjame buscar mi bolso y ponerme los zapatos.

Edward asintió y se apartó para que yo pudiera salir de la cocina. Me detuve frente a él e, insegura de sus límites en ese momento, le tendí la mano y le apreté el brazo suavemente. —En serio, son perfectas. Gracias.

Me sonrió. Lo solté para dirigirme a mi habitación a buscar mis zapatos.

—¿Es Jasper?— Alice llamó desde su habitación. Me detuve en su puerta y negué con la cabeza.

—Edward.

Alice asintió, con cara de curiosidad. —Pareces conmocionada—, susurró, acercándose a mí a través de su habitación. Dejé escapar un pequeño suspiro, echando un vistazo al pasillo para asegurarme de que Edward no estaba justo detrás de mí. Cuando lo vi en el salón, me volví hacia Alice.

—Pensé que me mandaría un mensaje cuando llegara al edificio para decirme que bajara. En lugar de eso, subió y me trajo flores.

La cara de Alice se suavizó. —¿Lo hizo?

Asentí con la cabeza. —Nunca antes me habían dado flores.

La sonrisa de Alice se ensanchó y estiró la mano para apretarme el brazo. —Bella, ¡qué tierno! Ustedes son como adolescentes torpes y cachondos que no saben cómo pasar de las cosas sociales para llegar a las buenas—, se rio. —Bueno, supongo que volveremos a eso—. Sus ojos se dirigieron a mi estómago y puse los ojos en blanco.

—Nos vamos. Pásalo bien con Jasper.

Alice sonrió. —Oh, confía en mí, lo haré. Mañana trabajo desde casa, así que estaré en Pasadena al menos hasta el domingo por la noche—. Me guiñó un ojo y me reí. —Pero llámame si necesitas hablar o lo que sea. Siempre puedo volver si me necesitas—, dijo muy seria. Solté un pequeño suspiro.

—Gracias, Alice. Pero estaré bien. Diviértete con Jasper. Nos vemos la semana que viene.

Alice sonrió y tiró de mí en un rápido abrazo. —Buena suerte esta noche—, susurró. Sonreí, separándome de ella. Fui a mi habitación, calzándome las botas y cogiendo mi bolso antes de volver al pasillo donde Edward me esperaba. —¿Listo? — le pregunté. Asintió, mirándome.

—Bella, estás muy hermosa.

Sonreí, contenta de que pensara así. —Gracias. Tú también -dije, observando la forma en que la camisa se estiraba sobre su pecho definido.

Edward soltó una suave carcajada y me llevó una mano a la espalda, moviéndome hacia la puerta principal. —Vamos, nena, salgamos de aquí.

~Home~

Sabía que nos dirigíamos a casa de Edward, pero cuando llegamos me sorprendió encontrar la terraza junto a la cocina decorada con lucecitas parpadeantes, un calefactor alto y mantas peludas sobre las tumbonas. Lo miré atónita y él sonrió tímidamente.

—Pensé que podríamos comer aquí, si te parece bien—. Dijo estirándose para frotarse el cuello. Asentí, muda. Edward me indicó que me sentara y me acomodé en una de las tumbonas. Aparte de la habitación de Edward, este era uno de mis lugares favoritos de su casa. Me encantaba sentarme en la terraza y contemplar el océano. Incluso de noche, era impresionante.

—Ahora vuelvo—, dijo Edward con suavidad. Asentí mirándolo mientras entraba en la cocina. El ambiente era romántico e íntimo, y me dio un poco de esperanza. Tal vez, sólo tal vez, las cosas entre nosotros pudieran arreglarse.

Edward volvió y me ofreció una taza caliente y humeante. La tomé con alegría, sorbiendo la sidra de manzana caliente y especiada. —Está buenísima—, gemí. Edward sonrió, sentándose en la tumbona a mi lado. Tenía su propia taza y se sentó de lado para quedar frente a mí.

—La preparó Carmen—, admitió. —Ella eh, en realidad hizo toda la comida.

Le sonreí. Carmen ya era mi cocinera favorita. Todo lo que hacía era increíble.

—Suena genial—, le dije sinceramente. Me sonrió nervioso. Le di un sorbo a la sidra y gemí, relamiéndome los labios. Vi que Edward me miraba bruscamente, y un pequeño estremecimiento me recorrió. —¿Qué tal el trabajo?— pregunté, tratando de comportarme. Edward soltó un largo suspiro.

—Tedioso—, dijo sacudiendo la cabeza. —Han sido sesiones de fotos y grabar fragmentos de sonido—, negó con la cabeza. —Quiero decir, todo forma parte del trabajo, pero la promoción es probablemente lo que menos me gusta.

Le miré, dándole la vuelta a mi taza. —¿Cuál es tu parte favorita?

Edward me miró, sorprendido. Frunció el ceño pensativo. —Supongo que la actuación—, dijo al cabo de un momento. —Me encanta el reto de convertirme en otra persona, descubrir lo que mi personaje necesita y quiere en la vida, y cómo reaccionaría ante cada pequeña cosa. Siempre es diferente, y me encanta el reto de descubrir esas pequeñas peculiaridades.

Sonreí mientras hablaba del trabajo. Ahí estaba, esa chispa de pasión. Vi cómo sus ojos se llenaban de ella mientras hablaba. Alice tenía razón, era impresionante. Edward me habló de meterse en la mente de uno de sus personajes, y yo le observé, incapaz de oírle de verdad porque estaba muy concentrada en mirarlo. Era hermoso, y sentí que se me hinchaba el corazón al verlo cobrar vida.

—Cuando era más joven, todo giraba en torno a papeles que me parecieran divertidos o que pudieran impulsar mi carrera. Ahora, sin embargo, quiero elegir papeles que me supongan un reto—. Sacudió la cabeza y me miró. —Lo siento, probablemente te estoy aburriendo—, dijo riéndose cohibido. Parpadeé y le tendí la mano por instinto.

—En absoluto. Me encanta oírte hablar de tu trabajo. Supongo que nunca antes había pensado en el proceso por el que tienen que pasar los actores—, dije sacudiendo la cabeza. Edward me miró.

—Imagino que será parecido para los escritores—, dijo al cabo de un momento. Lo miré, frunciendo el ceño. —El acto de ahondar en la psique de un personaje, descubrir todo sobre él, quién es, cómo se relaciona con el mundo y luego utilizar esa información para contar una historia—. Se encogió de hombros. Me mordí el labio.

—Cuando era más joven quería escribir ficción—, le dije. Edward pareció sorprendido. —Es decir, siempre estaba escribiendo en diarios y cosas así. Me encantaba contar historias.

Edward se removió en la silla. —¿Crees que alguna vez intentarás escribir ficción?

Me encogí de hombros, dando un sorbo a mi bebida. —Tal vez. Si consigo hacer carrera escribiendo sobre viajes. Se me da bien contar mis propias historias, pero me falta práctica para intentar empatizar con los personajes.

Edward asintió en señal de comprensión, dando un sorbo a su bebida. Me mordí el labio. No sólo me faltaba práctica para empatizar con los personajes. Había sido una pendeja muy egocéntrica durante tanto tiempo que me costaba incluso pensar en los sentimientos de los demás.

Tal vez sintiendo mi cambio de emociones, Edward dejó su taza y se levantó. —Voy por la comida. Ahora vuelvo.

Volvió a entrar y lo observé irse, sintiéndome ansiosa. Saqué una de las mantas del respaldo de la tumbona, me la puse alrededor y suspiré. Si quería que Edward y yo estuviéramos más cerca, tenía que tomarme este tiempo para ser vulnerable con él. Tenía que contarle cosas sobre mí, cosas de las que no me gustaba hablar.

La idea me aterrorizó y me llevé la taza a los labios, con las manos temblorosas. No era que no creyera que Edward se tomaría bien lo que tenía que decirle -había demostrado, después de escuchar mi historia sobre Renée, que podía soportar mi mierda-. No, lo que me preocupaba era la idea de revelarme ante él. ¿Y si me desenrollaba demasiado y no podía recomponerme? Era mucho más frágil de lo que me gustaba admitir.

Edward volvió a salir con dos pequeños platos de ensalada. Me ofreció uno, dejé la taza en el suelo y lo recibí. A pesar de mis habituales quejas sobre las ensaladas, Carmen se las había arreglado para que esta tuviera realmente buen aspecto. Había fruta fresca, frutos secos y verduras de aspecto curioso esparcidas por encima y la verdad es que tenía un aspecto apetitoso.

—Gracias—, dije, dejando el plato sobre mis rodillas. Edward asintió y me dio un tenedor y un cuchillo envueltos en una servilleta de tela. Los cogí agradecida mientras él volvía a acomodarse en la tumbona.

—Carmen también ha hecho pilaf (1) —dijo señalando el pequeño plato que tenía en el regazo. —Se está calentando en la cocina.

Asentí. —Me parece estupendo— le dije. Asintió mirando su propio plato. Me relamí los labios. Saqué el tenedor y probé un bocado a la ensalada. Estaba buena, y probé otro con ansia. Edward me observaba en silencio.

—¿Qué te pareció Kate?— preguntó Edward. Lo miré, masticando pensativamente.

—Fue duro—, dije por fin. —Hablar con ella. Quiero decir, sé que su intención es husmear en tu vida y esas cosas, pero es duro.

Edward asintió. —No creo que intentara entrometerse, necesariamente. Creo que sólo trataba de evaluar dónde estamos—. Explicó. Asentí, metiéndome otro bocado en la boca. —He llamado a la doctora Pierce para concertar otra cita—, dijo mirándome. Lo miré sorprendida. —Y luego enviaré un correo electrónico a Kate para confirmar las fechas de la semana que viene.

Asentí en silencio.

Edward me miró. —Alec ha encontrado un entrenador que estará encantado de enviarte cuando estés lista—. Continuó. Lo miré, soltando un suspiro apretado. Edward frunció el ceño. —Bella, tienes que decirme si te estoy agobiando—, gruñó. Negué rápidamente con la cabeza.

—No, es que. Es mucho que asimilar, pero es importante—. dije rápidamente. Edward me fulminó con la mirada. —Todo irá bien. Sólo dime dónde y cuándo y allí estaré—, le aseguré. Edward me miró un largo rato antes de asentir y volver a su comida.

Me mordí el labio mientras pensaba en cómo tender un puente para volver a una conversación normal y más alegre.

—¿Cuál es tu color favorito?— le pregunté, masticando un bocado de ensalada. Saboreé algo picante, cremoso y dulce a la vez. Estaba realmente bueno. Edward me miró, sorprendido.

—¿Qué?—, preguntó, con una pequeña sonrisa en la cara. Lo miré expectante. Nunca me había costado conocer a la gente, pero, por alguna razón, con Edward era mucho más difícil. Había tanta presión para que las cosas funcionaran con él que me confundía y me distraía.

—El mío es amarillo—, le dije, comiendo otro bocado. —Pero no como el amarillo brillante, aunque es bonito. Me encanta ese amarillo mantecoso del amanecer. Ya sabes, cuando las cosas están quietas y, de repente, se encienden.

Edward me miró, sonriendo suavemente. —Mi color favorito siempre ha sido el azul—, dijo al cabo de un minuto. Puse los ojos en blanco.

—Aburrido—, bromeé. Se rio suavemente.

—Lo sé. Es un tópico, pero es una respuesta más fácil que mi verdadero favorito—. Le miré con curiosidad y soltó un pequeño suspiro. —Hace unos años, estaba en un barco y miraba el océano. Estaba nublado porque aún era temprano, y el océano era de un gris azul oscuro. Entonces, el sol comenzó a salir y el mar simplemente, cobró vida. Era esmeralda, turquesa, azul y gris, todo mezclado. Nunca había visto nada igual.

Me quedé mirándole, con el corazón oprimido. —Suena increíble—, susurré. Edward me miró y asintió.

—Pienso en ese color todo el tiempo. Cuando lo vi, sentí como si, vaya, ese es el color de mi alma—, me miró, y vi que se le sonrojaba un poco el cuello. Sacudió la cabeza, aparentemente avergonzado.

—Me parece precioso—, dije en voz baja. Me miró. —Siempre—, hice una pausa. —Me encantaría sentir eso. Para eso vivo, para encontrar esos momentos y esas cosas en el mundo que me llegan al alma.

Edward asintió lentamente. —¿Qué fue lo último que encontraste que te llegó al alma?—, preguntó.

Tú. Lo miré fijamente, intentando reunir el valor para decirlo. Sentía un nudo en la garganta y tragué saliva con ansiedad. Los brillantes ojos verdes de Edward me miraron fijamente, clavados en mí, y sentí que me atravesaba, que me tocaba el alma aquí y ahora. En ese momento, me vio, me vio de verdad, y nunca me había sentido más expuesta o vulnerable. Lo miré fijamente, con los ojos muy abiertos, intentando abrirme a él, porque por mucho que me aterrorizara que me viera así, quería que pudiera hacerlo.

Edward me miró fijamente, y no fue hasta que parpadeé y las lágrimas empezaron a caer por mis mejillas que me di cuenta de que estaba llorando. Edward apartó la mirada y sus ojos se llenaron de lágrimas. En cuanto apartó la mirada de mí, me sentí vacía, como si hubiera dejado un vacío en mí al alejarse. ¿Cómo podíamos estar tan cerca y a la vez tan lejos?

Quería acercarme a él, atraerlo hacia mí, pero no sabía qué decirle. No sabía por dónde empezar.

En lugar de eso, me centré en la ensalada y me metí otro bocado en la boca sin probarlo realmente.

—Bella—, dijo Edward al cabo de un minuto. Lo miré, ansiosa. Suspiró, negando con la cabeza. Me mordí el labio, ansiosa. Me miró y no supe qué estaba pensando, aparte de que estaba luchando consigo mismo por algo. Finalmente, soltó un largo suspiro y volvió a sacudir la cabeza. Parecía que, fuera lo que fuera lo que iba a decir, había decidido no hacerlo. —Voy por el plato principal—, dijo en voz baja. Se levantó, cogiendo nuestros platos vacíos, y yo apreté más la manta a mi alrededor. Odiaba esta distancia entre nosotros. ¿Por qué no podía ser valiente? Todo lo que necesitaba era abrirme más, dejarle ver quién era yo. ¿Por qué era tan difícil?

Edward salió unos minutos después con dos platos de pilaf. Olía increíble, pero no probé bocado, con el estómago hecho un nudo por lo que había planeado a continuación. Edward se sentó y me miró, con el ceño ligeramente fruncido.

Aquí no pasó nada. —Cuando tenía dieciséis años, empecé a salir con un chico de mi ciudad—. Dije en voz baja. Edward me miró, sorprendido. —Se llamaba Jacob y habíamos sido amigos durante mucho tiempo, simplemente sentí como una evolución natural cuando empezamos a salir— me mordí los labios, queriendo apartar la mirada de él pero sin permitírmelo. —Jake me cuidó como nadie lo había hecho antes. Sentí que por fin podía confiar en alguien, que alguien podía ser responsable de mí y no al revés. Fue un alivio dejarme guiar por él— tragué saliva con ansiedad. —Quedé embarazada al final del penúltimo curso, cuando tenía diecisiete años—. Edward se puso rígido y me aseguré de mantener el contacto visual con él. —Estaba aterrorizada, pero emocionada. Podría formar mi propia familia que nunca me abandonaría—. Hice una pausa y tragué saliva nerviosa. Me temblaban las manos y las enrosqué alrededor del plato. —Aborté pronto, antes incluso de poder decírselo a Jake. Nadie lo sabía, se lo oculté a todo el mundo. Estaba muy avergonzada y con el corazón roto— me detuve, respirando hondo, una lágrima cayendo de mis pestañas, por mi mejilla. —Una semana después de abortar, me preparaba para contárselo todo a Jake, cuando me dijo que se iba. Era un año mayor que yo y, aunque habíamos hablado de quedarnos en la ciudad hasta que yo terminara el instituto, decidió que no podía esperar más. Esa misma semana se fue a Colorado. En Navidad, trajo a su nueva novia a casa para que conociera a su familia—, finalmente aparté la mirada de Edward, tratando de recomponerme. —No sabía cómo afrontar toda la pérdida a la que me había enfrentado. Estaba destrozada, asustada y confundida. Jake había sido la roca que me había estabilizado. Había estado construyendo todo mi futuro, mis esperanzas y sueños en torno a él y él simplemente, se fue— parpadeé, las lágrimas me nublaban la vista. —Al día siguiente de mi graduación, me largué, y desde entonces no he parado de correr— dejé escapar un suspiro tembloroso y volví a mirarlo. —No me arrepiento del hijo que no tuve con Jake. En retrospectiva, nuestra relación era disfuncional en el mejor de los casos, y no podía imaginarme lo atrapada que habría estado en esa vida con él— respiré hondo. —Cuando me escapé la semana pasada, fue porque me sentía tan fuera de control, tan abrumada. Tú lo manejas todo tan bien, y sería muy fácil dejar que te ocuparas de las cosas, dejar que te ocuparas de mí, pero no puedo volver a perderme. Huí porque pensé que era la única manera de restablecerme. Fue estúpido, egoísta y cruel, y aunque nunca quise hacerte daño, sé que te herí profundamente— observé la garganta de Edward y suspiré. —No puedo compensarlo de la noche a la mañana, y lo sé. Pero quiero que sepas que lo intento. Voy a seguir intentándolo. Porque te mereces algo mejor que yo. Eso es un hecho—, dije cuando abrió la boca para protestar. —Sé quién soy y sé que mereces más, pero si me eliges a mí, voy a hacer todo lo posible para ser digna de esa elección.

Edward dejó su plato y extendió suavemente la mano para tomar la mía de mi regazo. Las puso sobre la mesa, entre los dos, y luego se acercó a mí. Me despojé de la manta que me rodeaba los hombros y fui a sentarme con él con impaciencia. Me subió a su regazo y me abrazó con fuerza. Mis lágrimas mancharon su camisa mientras me acurrucaba en su pecho.

—Te amo, Bella—, me dijo en voz baja. Las lágrimas brotaron más deprisa de mis ojos y los cerré, los ojos, los dedos enroscándose en la parte delantera de su camisa. —Gracias, por compartir eso conmigo— susurró, y pude oír las lágrimas en su garganta mientras hacía una pausa para serenarse. —Siento el daño que te ha hecho la vida. No es justo, y es mi instinto intentar borrártelo. Si pudiera, lo haría—. Su gran mano rodeó mi espalda, abrazándome con fuerza y me estremecí entre sus brazos. Sentía que él era lo único que me mantenía unida.

Nos sentamos en la tumbona mientras lloraba en su pecho. Edward me acariciaba el pelo y la espalda; su corazón latía a un ritmo relajante bajo mi cabeza. Finalmente, mis lágrimas cesaron y respiré entrecortadamente. —Me preguntaste cuándo fue la última vez que algo me llegó al alma —dije, con la voz débil y aguada. Edward se quedó quieto, esperando a que continuara. Me aparté lo suficiente para mirarle a los ojos. —Eres tú. Siempre eres tú. Cada vez que me miras, es como si miraras a través de mí, directo a mi alma.

Edward tragó saliva y me apartó el pelo de la cara. —Tú también me ves, cariño.

Respiré hondo. —Edward, quiero seguir mostrándote más. Quiero que veas todo de mí. Pero es tan jodidamente difícil. Apenas puedo reconocer partes de mí. Tengo miedo de mostrárselas a alguien, especialmente a ti.

Me tomó la cara con suavidad y apretó su frente contra la mía. —Lo sé, cariño. No hay prisa, ¿bueno? Estoy agradecido por todo lo que me has mostrado y por todo lo que me sigues revelando. Sé que te presiono mucho, y no es mi intención—, me dijo con dulzura. —Este es un territorio nuevo para ti, y lo entiendo, pero también lo es para mí—, dijo suavemente. Asentí, comprendiendo. —Iremos paso a paso, ¿de acuerdo?— me limpió las lágrimas de las mejillas y yo asentí.

—Gracias—, susurré. Exhaló un largo suspiro y volvió a acercarme a él.

—Gracias—, repitió, besándome en la coronilla. Me acurruqué en su pecho, pensando en la conversación que había tenido con Sue esta mañana. Aún no habíamos llegado a este punto, pero tal vez, sólo tal vez, el amor de Edward podía ser incondicional. Hasta ahora, había sido inquebrantable y eso me daba esperanzas. Tal vez algún día, sería capaz de mostrarle todo lo que yo soy y él me amaría de todos modos.

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(1) Pilaf, pulaw o pulau es un modo tradicional de cocinar el arroz, con hortalizas, carne de borrego o res, pollo o a veces pescado, y con condimentos picantes. Se consume habitualmente acompañado de té. Es un plato típico del Oriente Medio.