Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!

Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!

Gracias a mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y a Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.


Capítulo 21: Bella

Sábado, 3 de noviembre

Malibú, California

13 semanas

Como era de esperar, me levanté mucho antes que Edward. Nunca lo había visto borracho y, aunque había sido un poco divertido, también había sido increíblemente revelador. Había sacado a relucir un montón de cosas cuando iba balbuceando en el auto de las que sabía que tendríamos que hablar.

Habíamos avanzado bastante con Kate, pero estaba claro que aún quedaban cosas por decir por ambas partes.

Me levanté de la cama y me preparé una taza de té. Dejé un vaso de agua y una aspirina en la mesita junto a Edward y volví arriba para empezar a desayunar. Cuando salió Edward, casi había terminado de preparar los pancakes. Tenía un aspecto desaliñado, el pelo en todas direcciones y una barba incipiente. Le miré cuando entró en la cocina.

—Buenos días—, le dije intentando no sonreír. Gimió, sentándose en la encimera.

—Mierda—, gimió. Dejé la espátula a un lado y me acerqué al armario para traerle otro vaso de agua. Se lo acerqué y se lo puse delante. Lo bebió con avidez.

—¿Cómo estás? — le pregunté, volviendo a la plancha. Suspiró y apoyó la cabeza en las manos.

—Me siento como un imbécil—. Gimió. Le di la vuelta a los pancakes y me miró. —Nena, siento mucho toda la mierda que dije anoche.

Lo miré y vi que hacía una mueca de dolor a la luz de la mañana. Suspiré y puse los pancakes en dos platos. Le acerqué uno, poniéndolo cerca de él por si tenía hambre.

Retrocedí para servirle una taza de café. Se la acerqué y se la dejé antes de acercarme al taburete que tenía al lado. Cogió el café y bebió un largo trago.

—Deberíamos hablar de algunas de las cosas que mencionaste—, sugerí finalmente. Edward asintió.

—Antes de que digas nada, me alegro mucho de que mi madre y tú se lleven bien— dijo sacudiendo la cabeza. —Lo digo en serio. Me sorprendí, pero la verdad es que estoy encantado—. Cerró los ojos, haciendo una mueca.

Lo miré fijamente y, al final, abrió los ojos y me miró. Parecía nervioso. Solté un largo suspiro. —Debí haberte dicho que me puse en contacto con ella—, dije en voz baja. —Ahora me doy cuenta. Siento no haberlo hecho. Al menos debí habértelo dicho cuando empezamos a charlar en términos más amistosos—. Hice una pausa y lo miré de arriba abajo. —Me gusta mucho tu madre, y creo que yo le gusto a ella. Y por mucho que me alegre de nuestra amistad, el hecho de que ella apruebe que yo esté en tu vida significa aún más— Edward me miró. —Cariño, tu madre te ama mucho; eres su mundo.

Suspiró. —Lo sé—, gimió. —Lo sé.

Le di un mordisco a mi pancake, masticando mientras pensaba. —No sé cómo estar con las mamás. En verdad que no—, hice una pausa, frunciendo el ceño. —No pensé en lo raro que podría ser para ti que yo fuera su amiga.

Edward me miró. —No, me alegro de ello. Simplemente me sorprendieron—, insistió.

Suspiré.

—¿Por qué demonios podrías pensar que estaba tramando irme con ella?

Edward hizo una mueca, con la cabeza agachada. —No lo creo, la verdad es que no. Creo que simplemente reaccioné de forma estúpida—. Levantó la mano para frotarse la nuca. —Hace unas semanas, mamá me dijo que ella y mi padre se habían separado antes de que yo naciera. Toda mi vida pensé que su matrimonio era perfecto, pero resulta que tuvieron problemas que casi acaban con todo. Cuando habló de irse durante un año, afloró en mí una profunda inseguridad. Me entró pánico—. Me miró. —Me avergüenzo de ello, y sé que no está bien, pero si mis padres ni siquiera pueden lograrlo, entonces nadie puede.

Fruncí el ceño. —Es mucha presión para tus padres.

Edward suspiró. —Lo sé. Lo he hablado con Kate, pero no he podido superarlo. Me da mucho miedo pensar en ello—. Volvió a dar un sorbo a su café, pensando en sus siguientes palabras. —Mamá me dijo que su amor mutuo no era suficiente para mantenerlos juntos—. Me miró. —Creo que una parte de mí siente pánico por eso. No puedo imaginar que el amor, el amor verdadero y profundo, no sea suficiente para mantener unidas a algunas personas.

No supe qué decir. Edward y yo sentíamos amor, pero sin Pip, probablemente nunca me habría quedado para encontrarlo. La idea me ponía ansiosa.

—No sé si el amor es suficiente—, dije al cabo de un momento. Edward me miró, con los ojos muy abiertos por la sorpresa. —Quiero decir, piénsalo. La gente se enamora todo el tiempo. Tiene que haber algo más—. Era algo de lo que Kate y yo habíamos hablado últimamente. No me había dado cuenta de cuánto más trabajo había que hacer para estar con alguien. Resulta que, para hacer las cosas bien, había que trabajar constantemente. —Te amo, pero sabemos que mi instinto de huir de la mierda es casi más fuerte que nada—. Bajé la mirada a mis pancakes, avergonzada hasta de pensarlo. —Si sólo confiáramos en el amor para llevar esta relación, no creo que hubiera durado ni siquiera este tiempo— lo miré. —Cada día, me despierto y te elijo a ti. Nos elijo a nosotros. Es trabajo, pero es un trabajo al que me comprometo—. Observé su rostro mientras intentaba ordenar sus pensamientos. Después de un largo rato, negué con la cabeza. —No eres el único que echa de menos a alguien cuando no está— dije suavemente. —Yo te echo de menos cuando no estás. A veces incluso me entristece no verte. Pero confío en que estés donde estés, estés haciendo lo que estés haciendo, volverás y te volveré a ver. Confío en que tú también vas a seguir eligiéndome.

Edward parecía dolido, aunque no sabría decir cuánto se debía a la resaca y cuánto a la conversación. —Confío en ti, Bella—, dijo mirando su café.

Bajé el tenedor. —Cariño, sé que piensas eso, pero es evidente que hay una parte de ti que sigue preocupada porque no vuelva.

Edward negó con la cabeza mientras yo hablaba. —No es eso— dijo en voz baja. Esperé a que se explicara. Levantó la mano y se frotó la nuca. —Sabes que tengo problemas de control— dijo mirándome. Asentí. Habíamos hablado mucho sobre ello dentro y fuera de la terapia. —Pero eso es sólo la parte que se ve. Soy un pendejo celoso y necesitado que no puede dejar de ser posesivo—. Se llevó la taza de café a los labios, dando un sorbo. —Bella, a veces, estoy tan abrumado por lo mucho que has llegado a significar para mí. Me asusta muchísimo, y mi instinto me lleva a aferrarme a ti y no dejarte marchar. No es que no confíe en ti, es que no confío en mí mismo para estar bien sin ti.

Lo miré fijamente, procesando sus palabras. Edward soltó un largo suspiro y se volvió hacia mí. Me lamí los labios y extendí lentamente la mano para cubrir la suya con la mía.

—Deberíamos poder decirnos cuándo nos sentimos así—, dije en voz baja. —¿No es eso lo que Kate no deja de decirnos?

Edward resopló. —Lo sé, es que... Pensé que si sabías el monstruo celoso que soy, no querrías tener nada que ver conmigo.

Fruncí el ceño. —Cariño, si puedes soportar todas mis locuras—, dije con ligereza, —creo que puedo soportar todas las tuyas.

Edward se desinfló un poco, mirándome con una pequeña sonrisa. Le froté suavemente la mano y me incliné para besarle el bíceps. —Dicho esto, no dudaré en dejarlos a ti y a tu padre como tristes compañeros de casa si alguna vez dejas de comunicarte conmigo. Sería perfectamente feliz en Europa con tu madre.

Edward resopló y luego hizo una mueca de dolor. —Carajo, qué imbécil soy. No puedo creer que te dijera toda esa mierda anoche.

Canturreé. —No estuvo del todo mal—, dije encogiéndome de hombros. Me miró y captó mi sonrisa burlona. Gimió y yo solté una risita. —Quién diría que fueras peso pluma.

Edward me miró. —Me tomé como cinco copas—, dijo, frunciendo el ceño. —Tal vez seis. No me acuerdo.

Sonreí, dando un mordisco a mis pancakes. Estaba claro que Edward no estaba tan acostumbrado a salir de fiesta como yo. Antes del embarazo, lo habría emborrachado. —Quizá la próxima vez que bebas, bebe una menos, así te quedas en borracho cachondo—, le aconsejé. Edward se ahogó en una carcajada y luego gimió, levantándose para frotarse la cabeza.

—Mierda, lo siento—, gimió sobre su café.

Solté una risita y él gruñó. Le di otro mordisco a mi pancake, intentando armarme de valor para lo que iba a decir a continuación. —Y no quiero a los demás más de lo que te amo a ti—, dije en voz baja. Me miró. —Ni de lejos—. Edward se quedó en silencio; sus ojos recorrían mi cara. —La gente me dice que amaré a Pip, y probablemente lo haga, pero no se puede comparar... no contigo.

Edward suspiró. —Es fácil decir eso ahora—, dijo en voz baja.

Fruncí el ceño. —Así que ahora es verdad. ¿Por qué no puede ser suficiente? Mira, sé que no lo expreso mucho, pero Edward, te amo. No es poca cosa para mí admitirlo, y mucho menos repetirlo. No puedo prometer que Pip no cambiará las cosas porque no sé qué pasará cuando lo vea. Pero cada día me despierto y te elijo a ti porque te amo.

Edward dejó el café y extendió la mano, atrayéndome hacia él. Sabía a café, y el sirope de mis labios se mezcló entre nosotros, dulcificando nuestros besos. Gimió, inclinándose hacia mí, y yo me moví, olvidando mis pancakes. —Demonios—, gruñó, inspirando entrecortadamente cuando nos separamos. —Bella, carajo. Te amo. Yo también te elijo. Siento ser tan imbécil.

Volví a acercarlo a mí, le rodeé con las piernas y me senté en el borde del taburete. —Eres mi imbécil—, gruñí. Edward zumbó contra mí, y yo estaba a punto de tirarlo sobre la barra y montarlo allí mismo cuando se apartó de mí. —Nena, no te lo tomes como algo personal, pero...—, se interrumpió, separándose completamente de mí y corriendo hacia el baño. Lo oí vomitar un minuto después y suspiré.

Me levanté para ayudarlo, pero un momento después, estaba tirando de la cadena y estaba de nuevo en la cocina. Hizo una mueca y sonreí. —Bebe más agua, ve a cepillarte los dientes y duerme la resaca—, le dije. Asintió y llenó el vaso.

—Gracias, nena—, dijo en voz baja. Asentí y lo vi bajar las escaleras. Suspiré, sacudiendo la cabeza. Terminé de desayunar y recogí rápidamente las sobras, guardando las de Edward en la nevera para que se las comiera más tarde. Bajé a ver cómo estaba y, cuando metí la cabeza en la habitación, oí unos suaves ronquidos. Sonriendo, subí al despacho y me senté frente al computador. Reflexioné sobre nuestra conversación y me reí en voz baja.

Qué hombre tan frustrantemente complejo y hermoso el que amaba.

~Home~

Trabajé un rato escribiendo algunos capítulos más que ya había esbozado, pero pronto me di cuenta de que mi mente divagaba. Guardé mi trabajo y abrí el navegador. Mis dedos vacilaron sobre el teclado mientras miraba la barra de búsqueda. Respirando hondo, tecleé rápidamente —Destinos para bodas en el sur de California— y pulsé Intro antes de cambiar de opinión e intentar buscar en una ventana en el navegador incógnito. Inmediatamente, aparecieron varias listas y las leí con cautela. La mayoría parecían demasiado lujosas y extravagantes para lo que yo tenía en mente.

Estaba tan absorta en mi búsqueda que no oí a Edward subir las escaleras hasta que estuvo justo detrás de mí. —¿Qué estás haciendo?

Grité, levantándome de un salto de la silla. Retrocedió de un salto, sobresaltado, con los ojos muy abiertos. —¡Maldición!— grité, llevándome una mano al corazón. —Mierda, me asustaste.

Me miró, con los ojos muy abiertos. —Lo siento—, se detuvo, y una sonrisa se dibujó en su boca. —Creí que me habías oído subir—, dijo riendo entre dientes. Mi mano seguía esperando que mi corazón se calmara. Negué con la cabeza y Edward rio más fuerte. —¿Por qué estás tan nerviosa?—, preguntó mirando la pantalla. Cerré el computador.

—Nada—, murmuré. —Sólo estoy investigando para mi padre y Sue.

Edward me observó durante un largo rato y no supe qué estaba pensando. Finalmente, asintió. —No sabía que necesitaras lentes.

Levanté la mano y me y me las quité. —No los necesito. Son para bloquear la luz azul de la pantalla. Me ayudan cuando estoy todo el día frente al computador—, dije, guardándomelas. Edward asintió. —¿Cómo te encuentras? — le pregunté, mirándole. Se encogió de hombros.

—Mejor de lo que merezco—, dijo suspirando. —Estaba pensando. Seguro que tienes mucho que hacer, pero ¿qué te parecería dar una vuelta?

Fruncí el ceño. —¿Ahora mismo?— Edward asintió. —Sí, la verdad es que suena divertido. Deja que me cambie—, dije señalando la camiseta que llevaba puesta. Él asintió.

—Me parece bien.

Me escabullí y bajé corriendo al dormitorio. Me quité rápidamente el bóxer y su camiseta que usaba para dormir. Me quité la ropa interior y corrí al baño a enjuagarme. Cuando terminé, me dirigí al armario y me puse unos leggings. Para mi disgusto, los vaqueros empezaban a apretarme demasiado. Me puse un sujetador y busqué un jersey. Lo encontré al final de mi pequeño grupo de perchas y me lo puse mientras me recogía el pelo del moño. Me pasé una mano por el pelo y cogí los calcetines. Me los puse en los pies antes de ponerme las Chucks. Cuando terminé, me miré en el espejo y subí a buscar a Edward.

Estaba en la cocina, comiéndose un pancake frío como si fuera un taco. —Están buenos—, gruñó. Sonreí y me moví por la cocina, asegurándome de que tenía un bocadillo para más tarde. No sabía cuánto tiempo estaríamos fuera, pero había aprendido que era mejor prevenir que lamentar.

Cuando terminé, Edward limpió su plato y me saludó con la cabeza. —¿Lista?—, me preguntó. Asentí y me indicó que lo siguiera escaleras arriba. Una vez arriba, Edward se detuvo en un armario cerca de la parte superior para sacar una chaqueta. Rebuscó y sacó una segunda chaqueta, ofreciéndomela. La acepté, frunciendo el ceño. —Confía en mí —dijo asintiendo. Cogí mi bolso y lo seguí hasta el garaje.

Edward tenía varios coches, aunque en realidad sólo habíamos usado uno. Hasta ahora no había prestado mucha atención a los otros. Edward me condujo hasta un pequeño y elegante auto negro. Me quedé mirándolo. —¿Qué clase de automóvil es este?— pregunté. No conocía mucho de autos, pero sabía que nunca había visto uno igual. Edward sonrió y se acercó al lado del conductor. Para mi sorpresa, desenchufó el auto de un puerto de carga de la pared. —Es un Tesla Roadster— dijo sonriendo. —Apenas han salido al mercado y sólo se pueden comprar mediante reserva previa—. Abrió la puerta y me quedé mirando el lado del pasajero. No había manilla.

Fruncí el ceño. —¿Cómo carajos voy a entrar?

Edward sonrió y sacó del bolsillo un cochecito de juguete. Lo miré con curiosidad mientras hacía clic en el lateral del auto. La puerta se abrió de golpe, asustándome. Me quedé mirándolo, con los ojos muy abiertos, mientras Edward se reía entre dientes. —Sube.

Rodeé la puerta y me deslicé en el asiento de cuero afelpado. Era como estar sentada en un cohete espacial. Miré la enorme pantalla de control y las elegantes líneas del interior, que me hicieron sentir como si hubiéramos dejado atrás la Tierra. Edward se sentó al volante y se volvió hacia mí. —¿Esto es un auto o una nave espacial?—, le pregunté. Se rio, pulsó la pantalla y el auto se iluminó. Nunca había visto nada igual.

Edward pulsó un icono en la enorme pantalla y la puerta del garaje empezó a abrirse. Lo miré, desconcertada.

—Será mejor que te pongas el cinturón, nena. Esta cosa puede alcanzar más de trescientos kilómetros por hora.

Me quedé boquiabierta y él sacó el auto del garaje con cuidado. Me puse el cinturón. Edward aparcó en la entrada y salió para quitar el techo de cristal. El cielo se abrió y, sobre mí, se veía un perfecto día de otoño en Los Ángeles. Edward guardó el techo en el maletero y volvió a ponerse al volante. —¿Lista?—, me preguntó. Asentí y abrió el portón. El auto iba increíblemente suave, y en cuanto estuvimos en la calle, Edward sonrió. Comprobando que la calle estaba vacía de tráfico, pisó el acelerador y me lanzó de nuevo a mi asiento. Solté una carcajada de sorpresa al sentir la fuerza de la gravedad. El auto bajó por la calle sin esfuerzo y se detuvo justo antes de que Edward entrara en la autopista. Me reí mientras abría la One, zigzagueando sin esfuerzo entre el tráfico mientras conducía a una velocidad imposible.

—¡Esto es una locura!—, grité por encima del viento que nos azotaba. Edward sonrió.

Subimos a toda velocidad por la costa, mucho más rápido que los coches que nos rodeaban. Pronto me acostumbré a la velocidad y volví a reír.

Nos alejamos de Malibú por la One. Las aguas eran impresionantes mientras ascendíamos por la costa de California. Con dificultad, me aparté el pelo de la cara para poder contemplar el océano mientras conducíamos.

Parecía que no había pasado mucho tiempo cuando nos acercábamos a Santa Bárbara.

Edward se abrió paso entre el tráfico, reduciendo un poco la velocidad para adaptarse a las obras de la carretera. Cuando atravesamos Santa Bárbara, volvió a pisar el acelerador.

Era estimulante: el aire marino, la velocidad del auto, el rugido del viento en mis oídos. No quería que parase nunca.

Condujimos durante un rato y me pasé todo el trayecto contemplando la costa, enamorada del océano Pacífico. Había crecido en las playas boscosas del norte de este océano, pero esto, esto era el Pacífico como nunca lo había visto. Era impresionante.

Justo después de Santa Bárbara, la autopista giró hacia el interior, pero no me importó. El paisaje era igual de interesante: grandes colinas onduladas salpicadas de árboles y vacas hasta donde alcanzaba la vista. Condujimos tranquilamente hasta llegar a la costa nuevamente. Edward no aminoró la marcha y yo no se lo pedí.

Yo sólo disfrutaba del viaje.

~Home~

Al cabo de un par de horas, Edward me miró sonriendo. Le miré con curiosidad. La carretera había vuelto a encontrarse con la costa y yo había disfrutado contemplándola. Edward aminoró un poco la marcha, lo suficiente para que pudiera oírle hablar. —Mira hacia allá—, me indicó con la cabeza. Fruncí el ceño, pero aparté la mirada del mar. A mi derecha había grandes colinas onduladas, la hierba marrón y moribunda por el invierno. Fruncí el ceño y volví a mirar a Edward.

—Es bonito, pero creo que me gusta más mirar al mar—, grité. Edward negó con la cabeza.

—¡Mira!

Volví a mirar hacia la colina. No estaba muy segura de lo que se suponía que estaba buscando cuando un destello en blanco y negro me hizo sentarme más erguida. Me incliné hacia delante, boquiabierta ante la colina.

Miré a Edward. Estaba sonriendo. —¿Eso era una cebra?— le pregunté. Se rio y señaló la colina con la cabeza. Me volví y, efectivamente, había una manada entera de cebras comiendo hierba seca. Me quedé boquiabierta ante su aparición en California. Edward redujo la velocidad del auto hasta que pudo detenerse al borde de la carretera. Salí del auto y me quedé mirando el campo. Las cebras estaban cerca de la valla que separaba el campo de la carretera, a unos veinte metros de nosotros. Nos ignoraban alegremente mientras masticaban. —¿Qué hacen aquí? — pregunté, volviéndome hacia Edward. Salió del auto y se puso a mi lado. Sonreía.

—Este es el castillo Hearst—, dijo, señalando la colina. Desde aquí podía distinguir el contorno más tenue de un edificio. —Las cebras forman parte de un zoo privado. No están domesticadas, pero llevan años aquí, vagando por la costa.

Me volví hacia él, asombrada. Había visto cebras antes, por supuesto. Había estado varias veces en África y me había cruzado con ellas. Pero esto era tan inesperado que no supe qué decir.

—Míralas—, exclamé, riéndome mientras miraba hacia fuera. Edward sonrió y me rodeó con un brazo.

—Pensé que te gustarían. Vamos; tengo algo más que enseñarte.

Me volví para mirarlo. —¿Más que cebras salvajes en California?—, pregunté. Edward sonrió satisfecho y me indicó con la cabeza que volviera al auto. Subí, saludando a las cebras mientras él saltaba de nuevo a la autopista. Condujimos sólo unos minutos antes de que volviera a parar, esta vez en la costa. Miré a mi alrededor, curiosa, pero no veía nada evidente. Edward aparcó en una bahía de estacionamiento vacía y sonrió. —Vamos.

Salimos del auto y un ruido extraño llegó a mis oídos. Fruncí el ceño y miré a Edward. —¿Qué es eso?— pregunté. Edward sonrió y señaló el agua con la cabeza. Lo seguí hasta la barandilla de madera que bordeaba la zona. En la playa había miles de focas enormes. —¿Qué son? —, pregunté, recorriendo la playa con la mirada. Estaban por todas partes.

—Elefantes marinos—, me explicó. —Están aquí todo el año. Ahora es época de apareamiento y los machos vienen del océano—, señaló con la cabeza a un macho que salía del agua. Era enorme, con una nariz grande y bulbosa y el pelaje lleno de cicatrices. Me quedé mirándolos, embelesada.

—Nunca había visto un elefante marino—, dije negando con la cabeza. Edward sonrió.

—Volveremos dentro de unos meses. Entonces habrá crías. Son adorables.

Lo miré, repentinamente llena de gratitud. Lo rodeé con los brazos y lo abracé con fuerza. Él se rio y me devolvió el abrazo. —Gracias—, suspiré, apoyándome en él. —Este día ha sido...— Hice una pausa, incapaz de pronunciar las palabras. En realidad, este día había sido exactamente el tipo de aventura que me encantaba vivir.

Vivía para esos momentos y el hecho de que Edward se desviviera por dármelos significaba mucho para mí.

Edward me acercó a él. —Te amo, Bella.

~Home~

Aceleramos más hacia la costa. Era una vista absolutamente increíble que me robaba el aliento en cada curva. Llevábamos la capota bajada y, aunque Edward reducía la velocidad para conducir por la carretera progresivamente sinuosa, el rugido del viento y el océano eran ensordecedores. Era espectacular. No tenía ni idea de que la costa de California fuera así. Había visto fotos antes, pero esto era algo totalmente distinto.

Llegamos tarde a Monterey y Edward nos guio hasta un cargador de Tesla mientras yo buscaba un hotel para pasar la noche. Nunca había estado en Monterey, y aunque estaba oscuro cuando llegamos, parecía absolutamente adorable.

—Sé que tenemos que volver mañana—, dije mirando a Edward. —Pero me encantaría volver aquí alguna vez, ya sabes, para explorar.

Edward asintió.

—No he pasado mucho tiempo por estos lados. Seguro que volveremos—, me aseguró. Le sonreí.

Cuando el auto estuvo cargado, Edward nos llevó al hotel que había encontrado. Me colé dentro para registrarnos, tratando de proteger a Edward para que no nos vieran. Habíamos tenido que ponerle el techo al auto poco antes de llegar a la ciudad y, por suerte, sus cristales estaban lo bastante tintados como para que nadie pudiera reconocerlo, aunque el auto ya llamaba bastante la atención por sí solo.

Una vez registrados, corrí hacia el auto y le indiqué a Edward dónde estacionar. El hotel tenía pequeños bungalows repartidos por toda la propiedad, y nos detuvimos frente al número 16. Entramos corriendo, pero no pudimos ver nada. Nos metimos dentro, pero parecía innecesario. No había nadie para ver a Edward.

La habitación era pequeña pero pintoresca y ciertamente lo suficientemente cómoda. Decidimos pedir servicio de habitaciones. Más tarde, esa misma noche, nos acurrucamos en la cama, comiendo de las bandejas y hablando de nuestro próximo viaje a Australia. Sabía que estábamos a punto de irnos tres semanas de vacaciones juntos, pero la espontaneidad de Edward hoy había sido tan increíble y divertida. Me había sorprendido tanto su capacidad para soltarse y dejarse llevar, por así decirlo. Parecía imposible que pudiera amarlo más, pero el regalo que me había hecho hoy, esta sencilla excursión por la costa, significaba tanto para mí que sentí que mi corazón se hinchaba de sentimientos hacia él.

Cuando nos levantamos por la mañana, nos tomamos nuestro tiempo para conducir por la costa y disfrutar de las espectaculares vistas. Un par de veces, Edward se detuvo y nos quedamos mirando el océano. Mi corazón se sentía como el mar: imposiblemente vasto, lleno y resplandeciente.

Había estado en muchos lugares del mundo, pero ninguno era comparable con otro. Tal vez fuera la compañía, pero California se estaba convirtiendo rápidamente en uno de mis lugares favoritos del mundo. Miré a Edward y le sonreí cálidamente. Él me sonrió y me estrechó contra su pecho mientras me besaba el hombro.

Esto es lo que significaba estar en casa.

~Home~

Lunes, 5 de noviembre

Malibú, California

13 semanas

—Nena, ya me voy.

Gruñí, con los ojos entreabiertos al oír la voz de Edward. Estaba suspendido sobre mí, inclinándose para susurrarme en la mejilla. Suspiré. —Bueno, pórtate bien—, gruñí. Se rio entre dientes y me besó suavemente.

—Volveré esta noche. Te amo.

Todavía tenía los ojos cerrados cuando murmuré. —Yo también... te amo.

Edward se fue y yo volví a dormirme.

~Home~

Me desperté un rato después, ligeramente aturdida. Las persianas estaban bajadas, pero ya hacía sol. Bostecé, estirándome mientras me incorporaba y echaba un vistazo al teléfono... y sí, eran más de las nueve.

Gruñí y salí de la cama. Me dirigí al baño y oriné rápidamente. Me quité la ropa y me metí en la ducha.

Cuando salí de la ducha y me vestí, subí a preparar el té. Me sorprendí al ver a Carmen en la cocina. No la había visto mucho últimamente, aunque normalmente estaba trabajando en la oficina cuando ella estaba cerca.

—Hola, Carmen—, dije sorprendida. Ella me miró y sonrió.

—Bella, me alegro de verte. ¿Cómo estás?

Bostecé y asentí. —Bien—, dije riendo más allá de mi bostezo. Me sonrió mientras me preparaba una taza de té.

—¿Tienes hambre? Puedo prepararte algo si quieres.

La miré.

—No te preocupes, he quedado con una amiga para almorzar—, le dije haciéndole un gesto para tranquilizarla. Ella asintió.

—¿Cómo te ha ido?—, preguntó.

—Bien. Edward y yo pasamos el fin de semana explorando un poco la costa. Fue increíble—. Sonreí y me apoyé en la encimera mientras esperaba la tetera. Carmen sonrió.

—Qué bien. Edward me ha dicho que se van a Australia la semana que viene.

Asentí. —En realidad nos vamos el viernes—, dije sonriendo. Carmen sonrió.

—Suena muy divertido; seguro que lo pasarán muy bien—. Carmen me tendió la mano y me la apretó suavemente. —Tengo algunas cosas que hacer en casa, pero avísame si necesitas algo, Bella.

Asentí y la vi salir de la cocina. Me serví una taza de té y suspiré. Me quedaba media hora antes de ir a almorzar con Rose.

Me llevé la taza de té al despacho y me senté frente al portátil para intentar trabajar un poco antes de encontrarme con Rose. Cuando me envió un mensaje a principios de la semana pasada para quedar para almorzar, me sorprendió. Habíamos tenido una buena charla en la noche de chicas, pero eso había sido básicamente el alcance de nuestra comunicación hasta su invitación. Al principio desconfié, pero le dije que sí, y ahora, aunque estaba ansiosa, también estaba deseando tener la oportunidad de conocerla mejor.

Me acomodé en el escritorio de Edward y abrí el portátil. Me quedé helada cuando apareció la última página que había consultado. Me había olvidado de buscar ubicaciones para mi padre.

El corazón me latía con fuerza en los oídos. Edward tenía que saber que estaba ayudándole a mi padre y a Sue. Era imposible que pensara...

Tragué saliva con ansiedad y salí del navegador. Tamborileé con el pulgar sobre el portátil y suspiré, entrando y borrando el historial mientras estaba allí. No necesitaba que quedaran cookies diciéndole a las empresas que me anunciaran mierdas de bodas.

Ver el sitio había perturbado mis pensamientos lo suficiente como para renunciar a intentar trabajar. Cerré el portátil, sorbí mi té y miré hacia el agua. Las cosas iban bien con Edward, y no veía ninguna razón por la que no pudieran seguir así un tiempo más. No teníamos prisa. No podía haberla. Teníamos demasiado por hacer.

Me terminé el té y me di cuenta de que ya era hora de irme. Bajé la taza a la cocina y la metí en el lavavajillas. Cogí mi bolso del sofá del salón y subí. Edward me había dicho que podía utilizar cualquiera de sus coches. Era una sugerencia peligrosa, y consideré el Tesla antes de negar con la cabeza y elegí las llaves del Audi RS 7. Guardé las llaves en el bolsillo y me dirigí al garaje.

Me dirigí al Audi y subí antes de abrir la puerta del garaje. Encendí el auto, que ronroneó bajo mis pies. Tarareé y me aseguré de que el asiento estuviera bien ajustado antes de asentir con la cabeza y arrancar. Cerré la puerta y, mientras esperaba a que se abriera el portón, introduje la dirección del restaurante en el navegador. El auto emitió un pitido silencioso, indicándome que siguiera la ruta. Salí del portal siguiendo las indicaciones.

No tenía auto desde que, en el instituto, mi padre me regaló su vieja camioneta. Me encantaba conducir, pero los automóviles eran anclas pesadas que no me habían interesado antes. Me di cuenta de eso porque parecía que iba a estar en Los Ángeles por un tiempo más, así que probablemente tendría que conseguirme un auto en algún momento. Pero por ahora, estaba feliz tomando prestado el de Edward.

Me dirigí al sur, hacia Santa Mónica, disfrutando del viaje. Era un día hermoso y templado, como parecían ser la mayoría de los días en Los Ángeles.

Rose y yo habíamos quedado en un café que me había recomendado. Nunca había oído hablar de él, pero estaba dispuesta a probar cualquier cosa.

El trayecto en auto fue rápido, gracias a que gran parte del tráfico de la mañana ya se había calmado.

El restaurante que Rose había sugerido estaba justo enfrente del océano y conectado a un centro comercial al aire libre. Estacioné con la esperanza de que el lujoso auto de Edward estuviera bien entre los coches normales. Sonreí al pensarlo y salí del auto.

Me aseguré de llevar puestas las gafas de sol mientras salía del estacionamiento y entraba en el centro comercial.

Aunque no era famosa, la reciente atención que Edward y yo habíamos recibido de la prensa me había hecho lo bastante reconocible para algunas personas. Seguía siendo difícil identificarme porque no tenía muchas fotos en Internet en las que se viera claramente mi cara, pero eso no me impedía sentirme paranoica. Sentí que una chica me miraba al pasar junto a ella, y me pregunté si me reconocía o me estaba observando por alguna otra razón.

Definitivamente, no era algo a lo que estuviera acostumbrada, y me encontré dudando de todos los que me rodeaban.

Me dirigí al restaurante y sonreí cuando vi a Rose sentada en una mesa del patio. Me acerqué inmediatamente. —Hola—, le dije acercándome. Me miró y sonrió.

—Hola, Bella—, me dijo cuando me senté a la mesa. Llevaba el pelo largo y rubio recogido en un moño y llevaba un jersey rosa pálido sobre unos vaqueros. Tenía un aspecto informal pero impecable. —¿Cómo estás?—, me preguntó mientras me acomodaba en la silla.

Sonreí. —Bien. ¿Y tú?

Rose sonrió y se quitó las gafas de sol mientras yo hacía lo mismo. —Bien. Echando de menos a Emmett esta semana—, suspiró.

—¿Cuánto tiempo estará fuera?— pregunté. Rose tarareó.

—Tardará. Es una gran película de acción, así que hay muchas acrobacias.

Asentí. Un camarero se acercó y me puso un vaso de agua delante. Le sonreí en señal de agradecimiento. —¿Le traigo algo más?—, preguntó. Negué con la cabeza y él miró a Rose. —Está bien, volveré en un momento a tomarles el pedido.

Se fue y miré a Rose. —Entonces, ¿estás lista para tu viaje?—, preguntó. Resoplé.

—Creía que sí, pero ya no me va a caber nada de la ropa de verano—, me miré. —Voy a tener que ir de compras—. Fruncí el ceño ante la idea. De por sí, no me oponía a ir de compras, aunque me agotaba enseguida. Lo que me agobiaba era la idea de tener que empezar a comprar ropa premamá.

—Hay algunas tiendas bonitas por aquí—, dijo Rose, señalando detrás de mí. —Podemos verlas después de comer—, me ofreció. Le sonreí tímidamente.

—¿Te apetece?—, le pregunté. Ella asintió y yo solté un suspiro, aliviada. —Sería estupendo, la verdad. Podría ayudarme a superarlo si alguien más está conmigo—. Me reí entre dientes.

Rose sonrió y alcanzó su vaso. —Así que empecé a buscar en algunos de esos sitios que me recomendaste—, dijo dando un sorbo a su agua. La miré con curiosidad. En nuestra noche de chicas, le había dado a Rose algunos sitios para que empezara a planear un viaje sorpresa para Emmett. Se acercaba su decimoquinto aniversario desde que empezaron a salir, y Rose había querido hacer algo especial para él.

—¿Ah, sí?—, pregunté, inclinándome hacia delante. —¿En qué has estado pensando?

Rose se apoyó en uno de sus codos. —Bueno, toda mi familia es noruega, y Emmett y yo llevamos años hablando de ir a verlos, pero no tenía ni idea de por dónde empezar. Quiero decir, tengo familia en algunos sitios con la que podríamos ir a quedarnos, pero quiero hacerlo bien.

Asentí. —Me parece una idea estupenda. He pasado bastante tiempo en Noruega. Tengo todo tipo de cosas que podría darte para que leas—, dije asintiendo.

—Me lo imaginaba. Iba a recurrir a Esme si de algún modo no tenías nada.

Me reí entre dientes. —Bueno, busca a Esme, de todos modos. Estoy segura de que ella tendrá grandes ideas que yo nunca habría elegido— dije dándole un sorbo a mi agua.

—¿Cómo van las cosas entre Esme y tú?

Me reí, dejando escapar un largo suspiro. —Estupendas. Casi demasiado bien. Edward y yo fuimos a cenar la otra noche, y creo que Edward estaba celoso de lo bien que nos llevábamos su madre y yo—. Negué con la cabeza. —Quiero decir, había otros asuntos en juego, no le dije que Esme y yo habíamos estado hablando, pero bueno, no lo manejó con mucha gracia.

Una de las cejas de Rose se alzó. —¿Qué dijo?

Alcé una mano, rascándome la nuca y apoyando el codo en la mesa. —Se emborrachó—. Rose pareció sorprendida, y yo asentí, continuando. —Mantuvo la compostura hasta que estuvimos en el auto, y entonces se puso a balbucear como un idiota—. Me reí en voz baja. —Casi siempre hacía pucheros, aunque de vez en cuando hacía algún comentario cachondo que no podía guardarse.

Rose soltó una risita. —No se emborracha a menudo—, dijo, sacudiendo la cabeza. Yo suspiré.

—Fue la primera vez que lo veía así. Fue un poco aleccionador, escuchar su interior despotricar en voz alta. Se guarda muchas cosas para sí mismo.

Rose torció la boca y suspiró. —Edward está tan acostumbrado a guardarse las cosas entre pecho y espalda que ya no sabe cuándo bajar la guardia—, dijo sacudiendo la cabeza. —Ha sido así desde que lo conozco.

Asentí frunciendo el ceño. —A la mañana siguiente hablamos, y estuvo bien. Pasamos el resto del fin de semana conduciendo por la costa—. Mi mano se posó en la mesa y miré a Rose. —¿Sabías que hay cebras en la costa?

Rose se rio. —Tendrías que haberme visto la primera vez que Emmett me llevó allá. Me negué a creerle. Le encantan las bromas, y me pareció que era imposible que fuera real.

Me reí, sacudiendo la cabeza. —Yo tampoco podía creerlo. Ya había visto cebras libres en la naturaleza, ¡pero esto era tan aleatorio!

El camarero se acercó entonces, mirándonos expectante. Rose pidió su comida mientras yo miraba el menú. Pedí lo primero que vi, sonriendo al camarero mientras cogía nuestros menús.

—Bueno, háblame de tu última canción—, dije mirando a Rose.

Rose sonrió, parecía un poco tímida. Empezó a hablarme de la canción en la que había estado trabajando y se le iluminó la cara al hablar de su música.

Durante todo el almuerzo, la conversación fluyó entre nosotras mucho más fácilmente de lo que esperaba. Hablamos de su música y de mi libro, de lugares en los que habíamos estado o en los que queríamos estar. No hablamos mucho de Edward ni de Emmett, así que la conversación giró en torno a nosotras. Fue agradable conocerla fuera de su relación con Edward.

Después de comer, nos dirigimos a algunas tiendas. Me abstuve de mirar tiendas de ropa premamá, ya que había visto a un paparazzi siguiéndonos desde el otro lado de la calle mientras comíamos. En su lugar, nos dirigimos a una pequeña boutique que parecía ofrecer al menos algo de protección de las miradas indiscretas.

Rose nos guio hacia la parte trasera de la tienda, donde estaban a la venta los artículos de verano. La ropa de otoño e invierno estaba delante, y aunque algunos de los jerséis parecían acogedores, los pasé de largo para seguirla.

—Bien, ¿qué necesitas?

Tarareé. —Probablemente necesitaré pantalones cortos y camisetas. También podría necesitar un traje de baño, ya que—, señalé a mis tetas, y Rose sonrió con satisfacción. —También necesitaré un vestido o algo para ponerme en la boda.

Rose asintió. —¿Qué de formal será?

Negué con la cabeza. —Descalza en la playa, creo.

Rose se volvió hacia uno de los percheros cerca de la parte trasera de la tienda. —¿Te sientes cómoda con un halter?

La miré mientras sacaba un vestido verde azulado del perchero. Era vaporoso y sencillo, aunque elegante. El corpiño era entallado y parecía acampanado en la cintura. Me encogí de hombros. —Me lo probaré—, dije asintiendo. Rose me entregó el vestido y me metí en el vestidor. Sacamos unas cuantas opciones más y me escabullí detrás de la cortina del probador para cambiarme.

—¿Algún color de bañador en particular?— llamó Rose mientras me cambiaba.

—No, no soy exigente—, le contesté. Me puse el primer vestido, rosa pálido, bonito, pero demasiado femenino y juvenil para mí. Me lo quité y cogí el vestido sin mangas. Me lo puse y sonreí ante mi reflejo mientras corría la cortina, llamando la atención de Rose. Me miró y soltó una risita.

—Bueno, hola a ustedes—, dijo riendo. Me miré el escote. Debido al corte del vestido, me las levantó y parecía un escote muy grande.

—Mierda, ni me lo digas—, dije riendo. —¿Pero es excesivo?—giré para que pudiera ver la parte de atrás del vestido. Se encogió de hombros.

—Es mucho, pero no creo que te haga parecer vulgar ni nada—, hizo una pausa, considerándome. —Llamará mucho la atención.

Resoplé. —A Edward le encantaría—, dije negando con la cabeza. Rose soltó una risita. —Ahora mismo está obsesionado con mis tetas. Por fin empiezan a dolerme menos, y creo que ha estado contando los días en secreto.

Rose soltó una sonora carcajada, y yo me reí con ella. —Llévalo. Aunque no te lo pongas en la boda, te queda increíble.

Le sonreí y volví al probador. Me probé los otros vestidos para asegurarme, pero ninguno se podía comparar. Cuando volví a ponerme la ropa, me encontré con Rose en un estante de trajes de baño. Señaló algunos que había sacado y yo asentí.

—Estoy acostumbrada a los bikinis—, dije mirando uno de los que había sacado. —Pero este es super bonito—. Era un traje de baño de una sola pieza con grandes aberturas en la cintura. Lo añadí a mi montón mientras seguíamos buscando por la tienda. Acabé comprando varios bañadores, algunos vestidos de verano, así como un par de pantalones cortos y algunas camisetas. Encontré un estupendo sombrero de paja que completaba los looks que estábamos construyendo, así como unos zapatos nuevos.

—Gracias por todo, Rose—, le dije mientras nos dirigíamos al mostrador. Ella me miró. —No suelo pasar los días simplemente saliendo con amigas. Hoy me he dado cuenta de que probablemente debería hacerlo más a menudo.

Rose me sonrió. —Lo mismo digo—, dijo suavemente. —Me alegro de que hayamos podido hacer esto juntas; ha sido muy agradable.

Le sonreí mientras dejaba mis cosas en la caja. Rose y yo todavía nos estábamos conociendo, pero después de hoy sabía que habría menos obstáculos entre nuestra amistad, y por eso, estaba agradecida.

Nota de la autora: Algunas notas sobre este capítulo.

*La historia transcurre aproximadamente en 2018, pero el Tesla de Edward es un roadster de 2020. Sé que apenas ha salido a la venta, pero, bueno, es un auto de locos y es definitivamente lo que me gustaría correr por la costa.

*El viaje que hicieron por el norte es un viaje real que es fácil de hacer la mayor parte del año y merece totalmente la pena. Las cebras no siempre están visibles desde la autopista, pero nunca he dejado de ver los elefantes marinos. Si estás en California, ya sea de visita o para vivir, te recomiendo encarecidamente ese viaje por la carretera One. Es mi viaje favorito, y absolutamente impresionante.