Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!

Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!

Gracias a mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y a Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.


Capítulo 22: Edward

Jueves, 8 de noviembre

Malibú, California

13 semanas

Era casi medianoche y estaba cansadísimo. Aunque había estado rodando una comedia y no una película de acción, los días habían sido largos e intensos. Todas las mañanas salía a las seis, pero la mayoría de las noches no llegaba a casa hasta casi las ocho. Para poder rodar de noche, hoy el llamado era más tarde, lo que significaba desayunar con Bella. Era el último día de rodaje, y ya había tenido días largos en el pasado, así que intenté no quejarme.

Bella había estado allí todas las noches cuando llegué a casa esta semana, y había sido increíble volver a casa con ella. Me preguntaba cómo me había ido en el día, me contaba cómo le había ido a ella y nos poníamos al día. Sabía que ese era el tipo de espacio que ella decía necesitar y, aunque la había echado mucho de menos durante todo el día, tenía razón. Volver a casa y pasar tiempo con ella era aún más especial e importante.

Dejé las llaves del auto en el piso de arriba y apenas me acordé de programar el despertador mientras bajaba al dormitorio. Mis pies chocaron contra el salón, y bostezando, crucé el camino para continuar escaleras abajo hasta la cama.

—¡Por fin!— La voz de Bella resonó en la oscuridad y di un respingo, sobresaltado. Me di la vuelta para verla levantarse del sofá. Detrás de ella, la luna brillaba en el cielo, dibujando su silueta en la oscuridad.

—Cariño, ¿qué haces levantada?— pregunté negando con la cabeza. No podía ver su expresión, pero por la forma en que tenía los brazos cruzados, sólo podía imaginármelo. ¿Estaba enfadada porque llegaba a casa tan tarde? Sabía que hoy tenía llamado para grabar de última hora.

Bella se acercó a mí y se me secó la boca cuando la luz de la luna captó su cuerpo. Estaba desnuda. Gloriosa y maravillosamente desnuda. —¿Bella?— pregunté con la voz entrecortada.

Se sacudió el pelo, parecía una maldita diosa de la antigüedad.

—No me jodas.

Parpadeé, sacudiendo la cabeza. —¿Qué?

Bella rodó los hombros, dando un paso hacia mí. —Cariño, sé que probablemente estés cansado, y que has tenido un día muy largo, y yo he aguantado todo lo que he podido, pero no puedo dormir, y estoy tan jodidamente cachonda pensando en ti, y necesito que me folles para poder dormir.

Me quedé boquiabierto, con el cerebro cansado intentando seguir su discurso.

Se puso delante de mí y mis ojos recorrieron su cuerpo. Era magnífica.

—¿Estoy soñando?— pregunté cuando Bella me tendió la mano. Sus dedos se engancharon en mis vaqueros y tiraron del botón para abrirlo. Soltó una risita.

—¿Sueñas con esto?—, ronroneó mientras sus labios recorrían mi cuello. Mis brazos reaccionaron lentamente, rodeando su torso desnudo y recorriendo su piel sedosa antes de hundirse finalmente en el pelo de la base de su cabeza.

—Nena, siempre sueño contigo—. Sonrió y metió la mano en mis vaqueros, apretándome a través del bóxer. —Mierda, Bella, yo...— No encontraba las palabras. No podía pensar con claridad. Su boca caliente estaba en mi cuello y perdí el conocimiento por un segundo.

—Edward, quiero montarte, aquí mismo, en el suelo, en medio de la sala— gruñó.

Apenas pude responder. —Sí, cielos— jadeé.

Bella me había quitado la camiseta antes de que me diera cuenta de lo que estaba pasando. Se inclinó hacia mí, lamiéndome los labios con avidez mientras sus uñas se clavaban ligeramente en mi espalda. —Carajo—, gemí, y las rodillas se me doblaron. Caí al suelo, y Bella estaba justo encima de mí, pasándome la lengua por el cuello y el pecho. Intenté seguirle el ritmo, de verdad, pero aún no me hacía a la idea de que ahora era una diosa.

La luz de la luna reflejaba sus pechos y me acerqué a ellos, hipnotizado. Ella gimió y se inclinó hacia mí mientras arqueaba la espalda. —Sí—, siseó, y sus uñas me arañaron ligeramente el pecho. Mis músculos se crisparon bajo sus caricias y ella se movió de repente, arrancándome los vaqueros. La miré, más allá de mi pene palpitante, y vi sus ojos clavados en mí. Era una gata salvaje y yo su presa.

—Demonios, nena.

Me besó en el muslo, y sus dedos siguieron el rastro de su boca. Me eché hacia atrás, con la respiración agitada. Bella me agarró la polla, apretando ligeramente mientras su lengua daba un largo lametón. Me sacudí. —Demonios—. Estaba tan excitado que sabía que no aguantaría con ella ahí abajo. —Nena, yo... yo...— qué carajos estaba intentando decir. Bella me tomó en su boca, chupando con fuerza, y de nuevo me retorcí. Gemí, y ella soltó mi polla, sonriendo.

—Oh, no, no vas a terminar tan rápido—, ronroneó, subiendo de nuevo por mi cuerpo. La observé mientras se colocaba sobre mí. Alargué la mano para agarrar sus caderas, desesperado por sujetarla. Me miró a los ojos y esbozó una sonrisa perversa mientras se hundía sobre mí. Gemí, con los ojos en blanco.

—Carajo.

Bella gruñó, moviendo las caderas sobre mí. Marcó un ritmo rápido y vi cómo sus tetas rebotaban magníficamente. Me acerqué a ellas y me senté lo suficiente para meterme una en la boca. Ella gimió, moviéndose con más fuerza, y sus manos se enredaron en mi pelo.

—Sí, cariño, así—, gruñó.

Le pasé la lengua por el pezón, saboreando sus pechos. Aunque había tenido mucho tiempo para contemplarlos en las últimas semanas, apenas había tenido ocasión de acercarme a ellos porque sabía que aún le dolían. Que le dolieran o no, parecía irrelevante mientras me instaba a seguir.

Sus movimientos se estaban volviendo erráticos y me di cuenta de que estaba cerca. Joder, había estado a punto en cuanto la vi allí desnuda.

Llevé la mano hasta su clítoris, rozándolo con los dedos mientras mordía ligeramente uno de sus pezones, asegurándome de que mis labios cubrían mis dientes. Bella vaciló, y yo agarré sus caderas, inclinando las mías, de modo que toqué ese punto en ella que la hacía deshacerse. Bella se estremeció a mi alrededor, atrayéndome tan fuerte que no pude evitar seguirla.

Creo que entonces me desmayé de verdad, porque cuando volví en mí, estaba tumbado en el suelo y respiraba hondo. Bella estaba encima de mí, con la respiración igual de agitada.

—Mierda—, gemí. Bella soltó una risita y me dio un beso en el pecho. —¿Cuánto tiempo has estado esperándome? — pregunté.

Bella tarareó. —Unas cuantas horas. Te juro que intenté dormir, pero no pude—. Me miró y yo me reí, negando con la cabeza.

—Nunca te disculpes por ese tipo de saludos—, dije riendo entre dientes. Me sonrió y me agaché para rodearle la cara con las manos. —Te veías, etérea, esperándome a la luz de la luna—. Ella frunció el ceño y yo asentí animándola. —En serio, Nena. Yo...— Suspiré. No tenía palabras.

Bella se inclinó para besarme el pecho antes de gemir y ponerse de pie. Ambos estábamos cubiertos de sudor, y estaba seguro de que habíamos dejado una tonelada de sudor en el suelo, pero ahora mismo, no me importaba.

—Vamos, Cariño. Tenemos un largo día mañana. Vamos a la cama.

~Home~

Viernes, 9 de noviembre

Los Ángeles, California

13 semanas

—Así que así es como viajan los famosos—, dijo Bella, mirando la sala VIP. La miré y sonreí.

—Supongo que sí—, miré a mi alrededor. Nadie nos prestaba atención, tal y como me gustaba. —Es más fácil estar aquí. No me reconocen tanto, o si lo hacen, no es para tanto.

Bella asintió, recostándose en el lujoso sillón de cuero. Estábamos esperando para embarcar en el primer vuelo de nuestro viaje, un vuelo sin escalas a Sydney. Desde allí, conectaríamos con un vuelo a Cairns. Iba a ser un viaje largo, pero al menos cómodo.

Bella soltó un largo suspiro. —Si hubiera sabido que la primera clase podía ser así de cómoda, habría trabajado más duro para permitirme esta mierda—, suspiró. Resoplé y ella me sonrió con los ojos entrecerrados.

—Espera a que estemos en el avión—, le dije. Abrió los ojos y me miró. —Te sorprenderá.

Me sonrió, su cuerpo se movió y apoyó la cabeza en mi hombro. —Gracias por esto—, dijo en voz baja. Me agaché y la besé.

—Créeme, es un placer—, le aseguré. Bella soltó un pequeño suspiro y cerró los ojos.

—Ya estoy cansada— murmuró. Sonreí satisfecho, y uno de sus ojos se abrió, mirándome. Sonrió y me besó el hombro. Esta mañana me había despertado con los recuerdos de la noche anterior más parecidos a un sueño que a la realidad. Bella seguía sorprendiéndome.

Por encima de nosotros, se oyó un suave anuncio de que nuestro vuelo estaba a punto de embarcar. La empujé suavemente y nos pusimos en pie, recogiendo nuestras cosas. Me colgué el bolso al hombro y ella cogió el suyo. Me puse las gafas de sol y me aseguré de que la garra me cubriera el pelo. Bella también se puso las suyas y entrelazó sus dedos con los míos mientras salíamos de la sala.

Lo que más me gustaba de los aeropuertos era que la gente estaba tan ocupada concentrándose en sus propios destinos que rara vez se tomaban tiempo para ver quién estaba cerca. Probablemente era lo más parecido al anonimato que podía encontrar.

Bella y yo nos dirigimos a la puerta de embarque y ofrecimos nuestras tarjetas de embarque a los asistentes. Una de las azafatas me miró sorprendida al ver mi nombre, pero el profesionalismo hizo efecto enseguida y sus facciones se suavizaron al desearnos un buen vuelo.

Bella se quedó boquiabierta cuando la conduje a nuestros asientos.

La sección de primera clase era elegante, privada y espaciosa. Nuestros asientos estaban en la parte delantera del avión, con uno junto a la ventanilla y otro en el pasillo. La conduje a las tumbonas privadas que eran nuestros asientos, y Bella negó con la cabeza. —¿Estás bromeando?—, siseó. —Así no es como volamos los del pueblo—, resopló. Bufé mientras colocaba mi bolso en el gabinete de arriba.

Bella dejó su bolso en el asiento e inspeccionó la zona. —¿Todo este espacio es nuestro?—, preguntó. Asentí. Ella negó con la cabeza.

—¿Quieres el asiento de la ventanilla?— le pregunté. Me miró y negó con la cabeza.

—No, cógelo tú. Creo que la gente se quedaría menos boquiabierta, además—, resopló, señalándose el estómago. —Voy a orinar mucho.

Sonreí y me acomodé en el asiento. Bella se acomodó a mi lado, examinando los detalles del asiento. Una azafata apareció junto a nosotros, con una bandeja de champán en las manos. —¿Les apetece una copa antes del vuelo?—, preguntó. Bella negó con la cabeza.

—Por casualidad tendrá agua con gas, ¿por favor?—. La azafata asintió.

—¿Señor?—, preguntó. Negué con la cabeza.

—Agua también.

Asintió y se alejó de nosotros. Bella se volvió hacia mí. —No tienes que abstenerte por mí—, protestó. Le cogí la mano y le besé el dorso.

—Lo sé, cariño. Pero aparte de lo de la otra noche, la verdad es que no soy muy bebedor.

Bella sonrió con satisfacción. —Sí, bebiste poco. ¿Qué fue eso, tres tragos y ya estás fuera?

Me estremecí. —Creo que más bien fueron cinco.

Bella se rio. —Fuera lo que fuese, fue un juego de niños. Es bueno saber que podría emborracharte fácilmente si se presenta la ocasión.

Me reí, apretándole la mano.

—Sospecho que hay muchas cosas en las que podrías superarme.

Bella sonrió con complicidad. —Oh, te sorprenderías.

La observé, curioso, pero como no me dio más detalles, me recosté en el asiento. La azafata nos trajo las aguas y las dejó entre nosotros antes de atender a personas que venían detrás. Bella me soltó la mano para coger su vaso.

—Este ya es el vuelo más cómodo de mi vida, y ni siquiera hemos despegado—, suspiró. Le sonreí. —Una vez—, se volvió hacia mí y soltó una risita. —Una vez, volaba a Marruecos y el avión era una cosa vieja y destartalada. Era un desastre. Debía de estar en sus últimos días. Pero, en fin, yo tenía un asiento en la ventanilla y, como venía de Japón con mucho jet lag, apoyé la cabeza en la ventanilla y se desprendió. Estábamos en el aire, sobrevolando Rusia, y casi me da un ataque de pánico porque se supone que las ventanillas de los aviones no se caen, así como así. Tardé unos tres minutos en calmarme y darme cuenta de que la ventanilla exterior seguía allí y funcionaba bien. Pensé que me iba a morir—. Resopló y yo me reí, sacudiendo la cabeza.

—Eso suena aterrador—, dije mientras seguía sacudiendo la cabeza. Bella asintió.

—Quiero decir, no es la experiencia de viaje más loca que he tenido, pero carajo, sucedió estando arriba—. Se rio para sus adentros, y yo no pude evitar sonreír. Apenas estábamos iniciando el camino y ya estaba tan viva. ¿Cómo pude pensar que sería feliz con algo menos que esta vida?

Ese pensamiento me oprimió el corazón y solté un suspiro, deseando que desapareciera. Quería fingir que Bella podía ser feliz conmigo, como lo habíamos sido.

Bella me miró y me apretó suavemente la mano. La miré, curioso. —Sigo diciéndolo, y seguiré haciéndolo, pero estoy muy agradecida de que hagas esto conmigo. Por mí—. Suspiró, sacudiendo la cabeza. —Significa mucho para mí poder compartir esto contigo.

Le sonreí. —Significa mucho para mí que quieras compartirlo—, le dije. Se inclinó hacia mí y me besó dulcemente.

Bella se recostó en la silla y dejó escapar un suave suspiro mientras cerraba los ojos. La observé durante un momento, aprovechando la oportunidad para quedarme mirándola. Al otro lado del pasillo, un movimiento me llamó la atención y levanté la vista para ver a una mujer que me miraba con los ojos muy abiertos. Le ofrecí una pequeña sonrisa antes de mover el cuerpo para apartar un poco la cara de ella. No me importaba que la gente se fijara en mí, pero preferiría que evitaran hacerme fotos.

—Creo que me voy a echar una siesta—, Bella suspiró, removiéndose en su asiento. La miré y asentí.

—Hazlo. Vamos a despegar pronto.

~Home~

Había estado en muchos vuelos en mi vida. Normalmente, me ponía los auriculares y me desconectaba, ignorando a todos los que estaban a mi lado.

Bella durmió las primeras horas del vuelo y yo me dediqué a escuchar música y entretenerme.

Sólo se despertó cuando la azafata se acercó a tomar nota de nuestros pedidos de comida, e incluso entonces, sentí que probablemente no se habría despertado si no fuera por la comida.

—¿Cuánto tiempo?—, preguntó frotándose la cara.

—Llevamos en el aire unas dos horas—, le dije. Bella asintió, bostezando.

—Tengo muchas ganas de orinar—, gimió. Me reí entre dientes y asentí con la cabeza mientras ella se desabrochaba el cinturón y se levantaba para ir al baño. La miré mientras se marchaba y volví a fijarme en la mujer del otro lado del pasillo. Me sonrió con ansiedad, y yo le dediqué una breve sonrisa antes de volver la atención a mi teléfono. Algunas personas eran fáciles de disuadir. A otras, no tanto.

Centré toda mi atención en mi teléfono, aunque no estaba haciendo nada con él. No quería volver a hacer contacto visual accidentalmente con la mujer e invitarla por error a hablar.

Bella volvió del baño, sacudiendo la cabeza. —Hasta los baños son acolchados—, dijo. La miré y sonreí satisfecho.

Se sentó, estiró las piernas y suspiró. —Las azafatas están hablando de ti—, dijo inclinándose hacia mí. Me reí, mirándola.

—¿Qué?

Señaló hacia la parte delantera del avión. —Las oí mientras esperaba para usar el baño. Al parecer, hay algunos asistentes en clase turista que se mueren por verte.

—De ninguna manera soy la persona más interesante de este avión—, dije en voz baja. Bella canturreó.

—No, probablemente no. Pero seguro que eres el más sexy.

Solté una carcajada, y la gente a nuestro alrededor se volvió para mirar en nuestra dirección. Bella me sonrió mientras me agachaba más en mi asiento. —Intento no llamar la atención—, dije sacudiendo la cabeza.

Bella resopló. —Créeme, cariño, no lo estás consiguiendo.

Puse los ojos en blanco, y Bella subió las piernas a la silla, doblándolas debajo de ella. —Bueno, ¿qué hacen los ricachones como tú en los vuelos largos?

Me reí entre dientes. —Suelo ponerme a escuchar música; es más fácil que intentar evitar las conversaciones—. La miré. —¿Qué sueles hacer tú?

Bella sonrió. —Hablar con desconocidos.

Volví a reírme. ¿Cómo podíamos ser tan diferentes y a la vez sentirnos tan atraídos el uno por el otro?

—Buena suerte si consigues que alguien hable contigo—, dije en voz baja. —La mayoría de la gente quiere su espacio, por eso pagan más.

Bella entrecerró los ojos. —De acuerdo, desafío aceptado—. Se dio la vuelta, con los ojos fijos en la primera clase, buscando a alguien con quien hablar. Quise acercarme a ella, detenerla, pero estableció contacto visual con la chica del otro lado del pasillo y sonrió. La chica parpadeó, sorprendida, pero le devolvió la sonrisa y me dirigió la mirada.

—Hola, soy Bella—, dijo Bella, inclinándose hacia ella desde el otro lado del pasillo. La chica se sentó más erguida, sacudiéndose el pelo rubio.

—Hola, soy Lauren.

Bella le sonrió. —Encantada de conocerte, Lauren. ¿Qué te lleva a Australia?

Lauren se movió, sus ojos se desviaban hacia mí cada pocos segundos. —Oh, eh, bueno. Mi hermana se va a casar.

Bella sonrió. —Oh, qué bien. ¿Has estado en Australia antes?

Mi mente desconectó de Bella y Lauren mientras consideraba la posibilidad de que fuéramos a la misma boda. ¿Y si así fuera? Quiero decir, la boda de Jess no era hasta dentro de un par de semanas. Sin embargo, ¿no sería incómodo?

Bella habló con Lauren hasta que las azafatas nos trajeron la comida. Cuando la bandeja aterrizó frente a ella, Bella se recostó en su propia silla, sonriendo a la comida. —Esto no es comida normal de avión—, dijo sacudiendo la cabeza. Me encogí de hombros. —Tiene buena pinta—, murmuró.

—¿Qué posibilidades crees que hay de que vayamos a la misma boda?— le pregunté a Bella en voz baja. Me miró, parpadeando.

—¿Eh?— Asentí hacia Lauren sutilmente. Bella siguió mi mirada y se volvió hacia mí. —Oh, vamos, Edward; es Australia en verano, y ahora mismo se están celebrando montones de bodas.

Me encogí de hombros. —Puede ser, pero…—, hice una pausa, negando con la cabeza. Bella me miró con el ceño fruncido.

—¿Qué pasa?

Suspiré. ¿Cómo diablos podía decir esto sin sonar como un imbécil arrogante? —No deja de mirarme, y me preocupa un poco que venga a intentar hablar conmigo si vuelves a levantarte.

Bella se rio de mí. —Cariño, duh— dijo sacudiendo la cabeza mientras yo fruncía el ceño. —Probablemente eres su crush famoso. ¿Con qué frecuencia te cruzas con uno de esos? Por supuesto, te está mirando—. Bella soltó una risita, sacudiendo la cabeza. Yo resoplé.

—Créeme, algunos fans son persistentes y otros están completamente locos. Creo que ella podría estar entre esos dos extremos.

Bella volvió a reírse de mí, acercándose para darme un beso. —Estás loco, y me encanta—, suspiró contra mí. —Si se vuelve loca, te defenderé. No te preocupes.

Me reí, sacudiendo la cabeza. —No quise decir que no pueda manejarlo solo—, dije retrocediendo. Bella se limitó a tararear.

—Nop. No. Soy oficialmente tu guardaespaldas. Puedes llamar a Jane y despedir a cualquier equipo de protección que hayas planeado para nosotros—. Se rio entre dientes.

Puse los ojos en blanco y ella soltó una risita. —Ríete todo lo que quieras, ya verás. Tengo razón— dije en voz baja.

Bella se acercó y me besó el hombro antes de volver a su comida. Miré más allá de ella a Lauren, tratando de no parecer obvio. Los ojos de Lauren estaban en mí, y ella sonrió cuando nuestras miradas se encontraron. Volví a mi comida, tomé un bocado y me lo metí en la boca.

Después de comer, Bella y yo nos las arreglamos para bajar la consola central y que ella pudiera estirarse a mi lado. Se apoyó en mi pecho y me rodeó la cintura con un brazo, y yo rodeé su costado con el mío. Aunque todavía era de noche en Los Ángeles, estaba cansado. Colocamos las sillas reclinables y Bella levantó su mampara para impedir que la gente del pasillo nos mirara. Cuando estuvimos reclinados, Bella se acurrucó más a mi lado y suspiró.

—En serio, esta forma de volar es única—, murmuró. Asentí y le besé la coronilla.

—Desde luego que sí—, dije estrechándola más contra mí. Nos quedamos dormidos antes de decidir qué película ver.

~Home~

Sábado, 10 de noviembre

Cairns, Australia

14 semanas

Estaba tan jodidamente cansada.

Habíamos aterrizado bien en Sydney y, tras pasar la aduana, nos dirigimos directamente a nuestro vuelo de conexión a Cairns. El avión había sido más pequeño, y tres horas más en un avión habían sido brutales. Yo lo había llevado bien, pero resultó que Bella era ahora propensa a marearse durante el viaje.

Unas horas antes de aterrizar en Sydney, Bella empezó a vomitar. Como nunca se había mareado viajando, supusimos que se debía a Pip. Conseguimos aterrizar y ella pudo recuperar un poco el aliento, pero volver a coger otro vuelo le resultó difícil.

Cuando por fin aterrizamos en Cairns, Bella estaba a punto de llorar de alivio.

Tenía un auto esperándonos en el aeropuerto de Cairns y, tras recoger nuestro equipaje, nos dirigimos al hotel.

Llegamos alrededor de medianoche.

Cuando llegamos a nuestra habitación, Bella corrió inmediatamente al baño. Fui a seguirla, pero volvió a salir un minuto después, sacudiendo la cabeza.

—A la mierda con esto—, gimió. Cruzó la habitación hasta su bolso de mano y abrió la cremallera para encontrar su neceser.

—Lo siento, cariño—, le dije negando con la cabeza. Ella gimió.

—Nunca había estado tan enferma—. Encontró su neceser y volvió al baño a cepillarse los dientes. Suspiré, inseguro de lo que podía hacer por ella.

Eché un vistazo a la suite. Era grande, bonita y espaciosa. Había un balcón fuera del salón por el que habíamos entrado y unas puertas dobles que daban al dormitorio. Me acerqué al teléfono que había junto a uno de los sofás y llamé a recepción. —Buenas noches, señor, ¿en qué puedo ayudarle?

Me froté el cuello. —Sé que es tarde y que probablemente sus cocinas estén cerradas, pero ¿hay alguna forma de enviar cerveza de jengibre y galletas saladas?

—Déjeme ver qué puedo hacer, señor—, dijo tras una leve pausa. Solté un suspiro.

—Gracias—. Colgué y me dirigí al cuarto de baño. Bella salió con aspecto agotado.

—No sabía que viajar pudiera sentirse así—, suspiró.

Fruncí el ceño. —¿Por qué no te das un baño e intentas relajarte un poco antes de irnos a la cama?— le sugerí. Bella se frotó el estómago y asintió.

—No es mala idea. Lo haré—. Volvió al baño y me froté la cara. Estaba agotado, pero mientras ella estuviera despierta y enferma, no podría dormir.

Me acerqué a nuestras maletas y decidí que lo menos que podía hacer era sacarle un pijama para cuando saliera del baño.

Unos veinte minutos después, llamaron a la puerta.

Una vez abierta, uno de los conserjes estaba de pie en el pasillo, con una bolsa de plástico en las manos. —Señor, lo siento, no teníamos los artículos en stock, pero hemos ido corriendo a la tienda—. Me ofreció la bolsa y parpadeé.

—Vaya, gracias. Toma—, saqué mi cartera, sacando algo de dinero.

—No, señor, es un placer—, dijo, negando con la cabeza. Le puse cien dólares en la mano.

—Por favor, no sabe lo que esto significa para mí. Gracias.

El hombre sonrió.

—Es un placer, señor. Por favor, díganos si hay algo más que podamos hacer por usted.

Asentí y volví a darle las gracias antes de cerrar la puerta.

Me dirigí a la cocina y saqué un vaso y un plato para la cerveza de jengibre y las galletas. Los preparé antes de dirigirme al baño.

Bella estaba acurrucada en la bañera, con los ojos cerrados. —Hola, cariño—, le dije suavemente. Abrió los ojos y me miró cansada. —He llamado al conserje; han ido a buscar esto para ti.

Le ofrecí el plato y la bebida. Sus ojos se abrieron de par en par y se sentó en la bañera.

—Gracias—, jadeó, cogiendo una galleta. Me senté a su lado en el baño, sosteniendo el plato. —Mierda, no tenía ni idea de que pudiera ponerme tan enferma—, dijo sacudiendo la cabeza. Le ofrecí el vaso y bebió un sorbo. —Mm, está bueno—. Me lo devolvió y cogió otra galleta. —Al parecer, algunas mujeres se sienten así durante nueve meses seguidos. No me lo puedo ni imaginar—. Sacudió la cabeza y me estremecí al pensarlo. Sería miserable ver a Bella así durante tanto tiempo.

—¿Te está ayudando el baño?— le pregunté.

Ella suspiró.

—Sí, y estas también—, señaló las galletas. —Gracias.

Asentí. —Ojalá pudiera hacer más—, le dije.

Ella resopló.

—Bueno, ya que no puedes ocupar mi lugar y ser quien lleve a Pip, con esto me basta—, dijo metiéndose otra galleta en la boca. Sonreí y ella suspiró, echándose hacia atrás. —Creo que me siento lo suficientemente estable como para dormir—, dijo, sacando el tapón de la bañera. Asentí con la cabeza, poniéndome de pie y dejando el plato sobre la encimera. Cogí una toalla y se la ofrecí cuando salió del agua. Parecía una diosa e intenté no distraerme cuando estaba claro que no le apetecía.

La envolví con la toalla y la besé suavemente cuando salió de la bañera. Suspiró y se apoyó en mi pecho.

—Vamos, nena—, le dije suavemente. —Vamos a dormir.

~Home~

Domingo, 11 de noviembre

Cairns, Australia

14 semanas

A pesar de haberme acostado cerca de la una de la madrugada, me desperté temprano, sobre las siete. No tenía ni idea de la hora que era en Los Ángeles, pero estaba seguro de que el desfase horario había contribuido en gran medida a mi madrugón.

Bella seguía profunda cuando me levanté, así que salí de la habitación sin hacer ruido y me dirigí al gimnasio privado reservado para los huéspedes del ático. Hice un entrenamiento ligero, siguiendo el programa modificado que Alec me había preparado antes de salir de Los Ángeles.

Cuando terminé, volví a la habitación. Llamé al servicio de habitaciones para pedir algo de desayunar antes de meterme a la ducha.

Cuando salí, había una bandeja de comida en el salón y Bella empezaba a despertarse. Se dio la vuelta en la cama y arrugó ligeramente la frente. Me arrastré hasta la cama, con la toalla aún enrollada en la cintura.

—Hola, cariño—, le dije suavemente. Bella frunció el ceño y sus grandes ojos se abrieron lentamente.

—Hueles bien—, murmuró, volviendo a cerrar los ojos. Sonreí y le besé la mejilla.

—El desayuno está en el salón.

Bella canturreó con los ojos aún cerrados. Sonreí y bajé de la cama para vestirme.

Me dirigí a nuestras maletas y rebusqué en ellas algo de ropa para el día. Aún era temprano, pero ya hacía calor fuera.

Dejé caer la toalla mientras sacaba ropa interior y, detrás de mí, Bella silbó. Me volví para mirarla, sonriendo. Estaba tumbada en la cama, mirándome con un ojo abierto. Me sonrió mientras yo me reía.

—¿Qué hora es?—, preguntó bostezando. Miré el reloj. —Casi las ocho y media—, dije mirándola de nuevo. Ella gimió y se frotó la cara.

—Me estoy haciendo vieja, o he subestimado a Pip—, dijo frotándose los ojos. La miré. Se quitó las manos de la cara y se quedó mirando al techo. Me acerqué a su lado y me arrodillé en la cama junto a su cadera.

—Hola—, le dije suavemente. Me miró y pude ver algo en sus ojos que parecía tristeza. —No hay prisa, aquí no, ¿bueno? Nos tomaremos nuestro tiempo; haremos las cosas a nuestro ritmo. Sé que tienes todo tipo de ideas y actividades planeadas, pero cariño, estoy feliz de estar aquí contigo. Cualquier otra cosa es solamente un extra, ¿de acuerdo?

Soltó un largo suspiro y asintió lentamente. Sonreí y me incliné para besarla.

Ella gimió.

—No, para, hueles tan bien y yo me siento asquerosa—, gimoteó. Me reí y me separé de ella. Se sentó, apoyando su peso sobre los codos detrás de ella y suspiró. —Bueno, voy a ducharme como es debido y luego volvemos a hablar de eso—, dijo haciéndome un gesto con la mano. Me reí y me levanté, poniéndome la camiseta. Bella salió de la cama y se dirigió al baño. Oí abrir el grifo y volví a centrarme en el salón.

Apenas me había acordado de enchufar el móvil anoche al entrar. Lo cogí del cargador y me senté a la mesa para ver los mensajes. Tenía algunos mensajes de mi madre y de Jane. Había uno de Emmett desde Nueva York y, para mi sorpresa, también uno de Tanya.

Abrí el mensaje de Tanya con curiosidad.

...

Hola Edward. Bella me matará si sabe que estoy hablando contigo de esto, pero sé que no sacará el tema. Mientras viajan, intenta señalar cosas que podrían hacer con Pip algún día. Quiero que empiece a replantearse los viajes en su cabeza para que incluyan escribir para padres y familias. Es terca, así que no me hace caso cuando hablo de ello, pero sé que va a ser bueno para ella. Diviértete y cuida de mi chica.

...

Sonreí a mi teléfono. Tanya siempre iba un paso por delante, cuidando de Bella. Le respondí diciéndole que vería qué podía hacer.

Me tomé unos minutos para revisar el resto de mis mensajes y correos electrónicos, y cuando terminé, Bella ya había salido de la ducha y estaba vestida. Se acercó a la mesa y olisqueó los platos. Había pedido un poco de todo, no sabía si su estómago seguiría revuelto.

—Huele bien—, dijo.

Le sonreí.

—Come—, le dije.

Tomó un plato y se sirvió fruta antes de echar un vistazo a las demás viandas.

—Entonces, ¿qué hay en la agenda para hoy?— le pregunté. Bella me miró.

—Bueno, cuando hice los planes, sabía que llegaríamos cansados, así que hoy iremos a visitar los alrededores de Cairns. Mañana iremos al arrecife, pero hoy es un día de relax.

Asentí, reclinándome en la silla. —Me parece estupendo.

Asintió; su cara se distrajo mientras destapaba las salchichas. Cogió dos y se relamió. —Ahora que Pip y yo nos llevamos mejor, la carne vuelve a ser nuestra amiga—, suspiró, alzando una salchicha y mordiéndola. Yo me reí.

—Me alegro.

Bella tarareó. —Esto está buenísimo—, gimió. —¿Vas a comer?

Asentí, inclinándome hacia delante. —Sí, sólo quería que primero comieras lo que quisieras.

Bella señaló la mesa. —Come, cariño... o me lo comeré todo.

Volví a reír y preparé mi plato. Justo a nuestro lado, más allá de las cortinas de gasa, el mar brillaba mientras amanecía el perfecto día de verano. Miré hacia el mar y por fin me di cuenta de que estaba de vacaciones con Bella. Podríamos hacer lo que quisiéramos; no había obligaciones laborales que nos interrumpieran. Sonreí al pensarlo y la miré a través de la mesa. Estaba masticando un banano, moviendo la cabeza mientras se contoneaba feliz en la silla. Sonreí.

Nunca podría pedir nada más que este momento con ella, ahora mismo.