Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!
Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!
Gracias a mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y a Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.
Capítulo 27: Bella
Viernes, 21 de diciembre
Los Ángeles, California
19 semanas
Me paseaba de un lado a otro por la puerta de llegadas, emocionada y ansiosa al mismo tiempo. Las últimas semanas habían pasado volando y ahora estaba recogiendo a papá, a Sue y a Seth en el aeropuerto. Me hacía mucha ilusión tenerlos aquí por Navidad.
Acabé cediendo y llamé a la organizadora de eventos amiga de Esme. Siobhan Brennan era una fuerza a tener en cuenta, y había sido una bendición absoluta, haciéndose cargo por completo de la planificación de la boda. Estaba entusiasmada con la ceremonia que habíamos conseguido organizar en tan poco tiempo y sabía que a papá y a Sue les encantaría.
Edward se había planteado venir conmigo a recogerlos al aeropuerto, pero pensamos en reservar para la intimidad el primer encuentro, que podría resultar incómodo. No queríamos que los paparazzi descubrieran a Edward en el aeropuerto. Papá odiaría ese tipo de bienvenida. En vez de eso, iría sola. A esas alturas, la mayoría de los paparazzi me reconocían, pero después de que pasara el shock inicial del embarazo, me había convertido en una noticia menos interesante. Algunos actores se habían visto envueltos en un escándalo sexual y nos habían apartado de los focos, para mi alivio. Últimamente, Edward y yo salíamos cada vez más por Los Ángeles y no dejaba de haber gente fotografiándonos, pero tal y como Chelsea había previsto semanas atrás, conseguir esa muestra de nosotros como pareja bastaba para saciar a la prensa. Durante unas semanas, había sido frustrante, pero a partir de la semana pasada, las cosas por fin se habían calmado un poco. Aún me fotografiaban cuando salía, pero era mucho menos frecuente que cuando estaba con Edward.
Además, hacía unas semanas que me había mudado oficialmente con Edward. Apenas tenía nada que trasladar, ya que había dejado un puñado de cosas en casa de Alice. Había pensado en pedirle a papá que me enviara algunas cosas desde Washington, pero en realidad todo lo que tenía allí eran cosas que ya no necesitaba. Al final, la mudanza había sido bastante decepcionante, aunque Edward se había pasado días tratando de insistir en que cualquier cambio que quisiera hacer en la casa, debía sentirme libre de hacerlo. Sin embargo, yo no quería cambiar nada de la casa, porque todo en ella era perfecto, tal y como estaba.
No sabía que tener un lugar al que llamar hogar pudiera ser tan reconfortante. Siempre lo había considerado una carga, pero era un alivio tener un lugar al que acudir, un lugar constante y seguro. No tenía ni idea de cuánto me iba a gustar.
Delante de mí, el tablón de llegadas se movió, sacándome de mis pensamientos. Su vuelo había llegado hacía unos minutos y deberían atravesar la puerta en cualquier momento.
Estaba muy emocionada por ver a mi familia. Papá había insistido en alquilar un automóvil y venir por tierra, pero yo se lo había impedido. Cuando viajaba, una de mis cosas favoritas era ver a la gente reunirse en el aeropuerto. Nunca me había pasado, lo cual estaba bien, pero ahora quería dárselo a mi familia. Además, de todas formas, se iban a quedar en nuestra casa y Edward tenía suficientes autos para prestarles. Quería que su viaje fuera lo menos costoso posible.
Una oleada de gente atravesó el control de seguridad y vi a Seth, más alto que casi todos los que le rodeaban. Le sonreí al verme.
Corrí hacia ellos justo cuando papá apareció entre la multitud. —¡Papá!— grité, dándole unos cinco segundos de advertencia antes de estrellarme contra él. Gruñó al atraparme. —¡Bells! Me alegro de verte, niña—, dijo rodeándome con los brazos. Olía a betún de cuero, a humo de leña y a franela. Respiré hondo, más que feliz de verle.
—Me alegro mucho de que estés aquí —dije hundiendo la cara en su cuello. Papá se rio y me apretó antes de soltarme. Sonreí, me volví hacia Sue y la envolví en un fuerte abrazo. Su abrazo era fuerte, firme y familiar, y sentí que las lágrimas me picaban en los ojos. No me había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos a mi familia.
—Bella, cariño, estás radiante—, dijo apartándose y tocándome ligeramente la mejilla. Sonreí.
—Gracias. Me alegro mucho de verlos a todos—, dije volviéndome hacia Seth. Le estreché en un fuerte abrazo, riendo. —¿Sigues creciendo?— le pregunté. Ahora era muy alto, pero seguía siendo delgado como un riel. Se rio, acariciándome la espalda.
—Parece que no para—, dijo encogiéndose de hombros. Sue puso los ojos en blanco.
—Estoy deseando que pare. Está a punto de comernos a todos—, dijo sonriéndole cariñosamente. Seth sonrió, encogiéndose de hombros.
—Bueno, vamos a por sus maletas y luego nos vamos—, dije, tirando de ellos hacia los carruseles de equipaje. —¿Qué tal el vuelo?
Papá resopló. —Nunca había estado en un avión—, dijo sacudiendo la cabeza. —Pero si hubiera sabido que podía ser tan agradable, lo habría intentado antes.
Edward, por supuesto, les había comprado asientos en primera clase. Era la primera vez que mi padre y Seth viajaban en avión. Sue me dijo que no había volado desde antes de tener hijos, y yo estaba feliz de poder compartir una experiencia tan increíble con ellos.
—Me alegro de que haya estado bien—, dije mirándolo. Papá asintió.
—¿Y dónde está Edward?—, preguntó mirando a su alrededor. Negué con la cabeza.
—Está en casa. Pensamos que sería mejor que se conozcan en privado, sin gente embobada—, dije. Sue asintió.
—¿Cómo llevas lo de los paparazzi?—, preguntó. —Tengo la sensación de que cada vez que abro una revista, ¡ahí están ustedes!
Me mordí el labio. No tenían ni idea. Sue y papá no estaban muy pendientes de las redes sociales, pero según Tanya, llevábamos tiempo siendo tendencia en Twitter (1). —A veces es duro, pero al final te acostumbras.
Papá frunció el ceño. Sabía que lo pasaba mal con este aspecto de mi relación con Edward. En la mente de papá, cualquier cosa que me pusiera en riesgo de exposición era mala. Necesitaba tiempo para explicárselo todo y dejar que se adaptara a la idea, como yo había necesitado.
Recogimos sus maletas antes de llevarlos al estacionamiento.
Papá silbó cuando me detuve detrás del Audi, abriendo el maletero. —¿Este es tu auto, Bells?
Me reí, negando con la cabeza. —No, es de Edward. Todavía no tengo auto.
Papá asintió, colocando su equipaje en el maletero antes de alcanzar el de Sue. Seth metió también su maleta y yo cerré el baúl antes de que nos amontonáramos en el auto.
—¿Así que esto es Los Ángeles?— preguntó papá. Me encogí de hombros.
—Más o menos. La ciudad de Los Ángeles está un poco más adentro. Nos aseguraremos de recorrerla—, le prometí.
—¿No vives ahí?— preguntó Seth. Le miré mientras salíamos del estacionamiento.
—No, vivimos en Malibú.
Papá me miró. No le había dicho que me había mudado oficialmente con Edward, aunque a estas alturas no sería difícil adivinarlo. Todo era parte de una conversación que necesitaba tener con él, una que había estado posponiendo hasta que estuviéramos cara a cara.
El tráfico era tan ligero que volvimos a Malibú bastante rápido. Seth me entretuvo con anécdotas de su último año de instituto, y Sue intercalaba sus propias historias de vez en cuando. Papá se quedó casi callado, lo cual no era raro en él.
Me acerqué a la puerta y accioné el mando a distancia. Papá gruñó sorprendido cuando crucé en la entrada. —Muy bien, ya está— dije apagando el auto. Lo metería en el garaje más tarde, cuando hubiéramos descargado todo.
—¡Vaya, qué casa más bonita!— exclamó Sue. Le sonreí.
—Espera a ver las vistas—, le dije. Edward había contratado a una empresa para que instalara luces en el jardín y todo el lugar brillaba con las luces de Navidad. Me había quedado tan encantada con la fachada que Edward había vuelto a traer al equipo para que arreglaran también el porche y el patio trasero. Probablemente era excesivo, pero me encantaba.
La puerta principal se abrió y allí estaba Edward. A veces me quedaba sin aliento al mirarlo, y sonreí, sintiéndome cálida y contenta en cuanto volvió a estar cerca de mí. —Todos, este es Edward. Edward, este es mi padre Charlie, y Sue y Seth—, dije señalándolos. Edward sonrió ampliamente, mostrándoles una sonrisa devastadoramente encantadora.
—Es un placer conocerlos a todos, por favor, pasen—. Hizo un gesto detrás de él mientras salía por la puerta. Sue y Seth entraron en la casa y papá me miró antes de seguirlos.
—Dejen los abrigos aquí arriba—, dije señalando el armario detrás de la puerta principal. Me quité el mío y lo colgué en un perchero. También me quité los zapatos.
—Esto es precioso, ¡mira qué vistas! —Sue jadeó, sus ojos viajando a la pared de la ventana.
—¿No es espectacular?— Asentí. Sue me miró, con los ojos muy abiertos. —Vamos, déjame enseñarte el resto de la casa—, la insté. Asintió y se quitó el abrigo y los zapatos. Hice un gesto a todos para que me siguieran escaleras abajo. Edward revoloteaba al fondo del grupo, con aspecto ligeramente ansioso. Estaba segura de que era por conocer a mi padre, pero sabía que pronto encontrarían tiempo para charlar. Papá se encargaría de ello.
En el piso de abajo habíamos puesto todo nuestro empeño en la decoración navideña. Había un enorme árbol que aún no sabía cómo había llegado hasta aquí, enclavado cerca de las ventanas de cristal entre el piano y el salón. Habíamos pensado en encargar la decoración a un profesional, pero al final decidimos hacerlo nosotros. Era un poco desordenado, pero me encantaba. La mayoría de los adornos que teníamos eran preciosas piezas de cristal que Edward había conseguido a lo largo de los años. Me dijo que no tenían ningún valor emocional para él y que quería que coleccionáramos juntos adornos nuevos y significativos. Me encantó la idea.
Sue se deshizo en elogios hacia el salón y la decoración, y yo sonreí. Lucía muy bien.
—Permítanme mostrarles sus habitaciones—, les dije indicándoles que me siguieran. Los llevé por el pasillo del segundo piso. Edward tenía algunas habitaciones libres aquí arriba, aunque casi nunca íbamos a ellas.
—Esta es la de ustedes dos—, les dije a Sue y a papá, abriendo la puerta. Tenía las mismas vistas que nuestra habitación de abajo, aunque era más pequeña que la suite principal. —Por ahí hay un cuarto de baño—, dije señalándolo. Ambos asintieron. —Seth, tu habitación está aquí—, dije abriendo otra puerta. Sonrió, entró y dejó su bolso en el suelo. —El baño está al final del pasillo, a la izquierda—, señalé.
—Esto es genial, Bells—, dijo sacudiendo la cabeza. Sonreí a todos.
—Los dejaré que se instalen un poco. Edward y yo estaremos en el salón—, les dije. Todos asintieron y me volví hacia Edward, que me esperaba al final del pasillo.
—Pareces contenta —murmuró. Le sonreí y le rodeé la cintura con los brazos.
—Mucho—, le dije. Sonrió y me besó dulcemente antes de llevarme de nuevo al salón.
—¿Qué tal el aeropuerto?
Sacudí la cabeza. —Suave. Había mucha gente, pero ningún fotógrafo.
Asintió mientras nos acomodábamos en el sofá. —Bien.
Me acurruqué contra su costado y su brazo me rodeó, apoyándose en mi estómago. Pip había empezado a dar patadas últimamente, y ahora Edward me ponía constantemente las manos en el estómago, intentando atrapar alguna.
Oí pasos en el pasillo y levanté la vista para ver a todos saliendo al salón. Les hice señas para que tomaran asiento en los sofás. —Rayos, Bells. Este sitio sí que es bonito—, dijo Seth sacudiendo la cabeza. Edward sonrió.
—Todo es Edward—, dije mirándole. —Yo no he tenido nada que ver.
Seth le sonrió. No había hablado mucho con Seth desde que había empezado a salir con Edward. No tenía ni idea de cuánto sabía de Edward, ni de si era fan. Hasta ahora, había sido su yo normal y adorable y no había actuado diferente a su alrededor, lo cual era agradable. Sabía que ayudaba a Edward a sentirse más tranquilo cuando la gente a su alrededor no se volvía loca por él.
—¿Qué tal el vuelo?—, preguntó, mientras sus manos recorrían inconscientemente mi vientre. Los ojos de papá se fijaron en el movimiento y se aclaró la garganta, volviendo a mirar a Edward.
—Genial, gracias de nuevo por pagar unos asientos tan bonitos. Ha sido un poco excesivo, pero te lo agradecemos—, dijo bruscamente. Edward asintió.
—Siento que es lo menos que podía hacer. Significa mucho para mí poder por fin conocerlos a todos.
Sue le sonrió y yo sonreí, acercándome para besarle el hombro. Me encantaba que quisiera conocer a mi familia.
—Bella, no puedo creer lo hermosa que estás—, dijo Sue mirándome de arriba abajo. —¿De cuánto estás?
Sonreí, moviéndome un poco. —Serán 20 semanas la semana que viene—, dije frotándome el vientre. —Pip acaba de empezar a dar patadas. Te avisaré si se activan para que puedas sentirlas—, le prometí.
—¿Has averiguado el sexo?—, preguntó. Negué con la cabeza.
—Vamos a dejar que sea una sorpresa. Tuvimos una cita hace un par de semanas y está perfectamente sano.
Sue sonrió. —¿Lo llamas Pip?
Sonreí con satisfacción. —Sí, es nuestro apodo— le dije.
Seth resopló. —¿Pip? ¿El diminutivo de Pippin?— preguntó. Me reí, negando con la cabeza.
—No, la verdad es que no. En cierto modo viene de Party Pooper—, dije sintiéndome un poco avergonzada. Seth aulló de risa y yo solté una carcajada. —Lo sé. Fue al principio, no podía comer ninguna de mis comidas favoritas y eso me cabreaba.
Seth negó con la cabeza. —Sólo tú, Bells.
Sonreí con satisfacción. —Hablando de comida, íbamos a pedir pizza o algo así—, dije mirando a Edward. Él asintió. —¿Los tres están de acuerdo?
Sue y Seth asintieron. Papá nunca rechazaba la pizza, así que aunque estaba estoicamente sentado en el sofá, tomé su silencio como un sí.
—Genial, iré a pedir—, dijo Edward, poniéndose de pie. —¿Alguna petición?—, preguntó. Sue negó con la cabeza y Seth ofreció sus preferencias. Tenía los ojos fijos en mi padre y Edward sabía lo que me gustaba la pizza, así que no dije nada.
—Oye papá, déjame enseñarte mi vista favorita—, dije poniéndome de pie. Papá me miró sorprendido antes de asentir y ponerse de pie. Sue me lanzó una mirada de disculpa, pero me encogí de hombros. Conocía a mi padre y sabía que iba a necesitar tiempo para adaptarse a todo lo que le estaba echando encima. Apenas había viajado más allá de los límites de Forks, y ahora estaba a miles de kilómetros de casa y enfrentándose a mi nueva realidad. No lo culpé por permanecer callado.
Lo llevé a la terraza que había junto a la cocina y me detuve junto a las tumbonas en las que Edward y yo solíamos comer. —Este es mi lugar favorito de toda la casa—, le dije, suspirando profundamente mientras me acomodaba en la tumbona. Papá se sentó a mi lado.
—No te culpo—, dijo al cabo de un momento, con la mirada clavada en el océano. Lo dejé sentarse unos minutos en silencio, tratando de ordenar sus pensamientos.
—Soy feliz, papá—, dije por fin. Me miró. —Ha sido duro y no ha sido perfecto, pero estamos solucionando las cosas y soy más feliz que nunca.
La cara de papá se suavizó un poco y asintió. —Lo sé, puedo verlo en ti— suspiró. —Parpadeé y creciste—. Me miró. —Siempre has sido madura e independiente, pero esto es diferente. No puedo creer lo estable que te has vuelto.
Sonreí suavemente. —Todavía me siento inestable la mayor parte del tiempo—, admití. Papá resopló.
—Todos lo hacemos—, resopló. Aquello me sorprendió. Papá era, con diferencia, la persona más estable que conocía. No tenía ni idea de que él también se sentía inestable algunos días. —Me alegro de que hayas encontrado una manera de hacer que todo esto funcione—, dijo después de un momento. —Me preocupé cuando me llamaste para decirme que estabas embarazada—. Me miró el estómago. —No me lo podía creer—, dijo negando con la cabeza. Gruñí.
—Ni tú ni yo—, murmuré. Papá soltó una risita.
—Esto es mucho que asimilar, niña—, dijo sacudiendo la cabeza. Asentí con la cabeza.
—Sé que lo es. Y quiero darte tiempo para que lo asimiles todo, pero quiero que sepas que realmente amo a Edward y él a mí.
Papá respiró hondo, mirándome. —Sí, lo vi escrito en la cara de ese chico en cuanto abrió la puerta—, negó con la cabeza. —¿Te está cuidando bien?
Asentí. —Sí, incluso cuando no me lo merezco—, admití. Papá me miró con el ceño fruncido.
—Cariño, cuando metemos la pata es cuando más lo necesitamos.
Sonreí con tristeza y asentí. —Me alegro de que estés aquí, papá.
Gruñó. —Hace falta mucho para sacarme de debajo de mi piedra—, dijo sacudiendo la cabeza. Solté una risita. —Pero Bells, habría sacado el culo de ahí por ti, sin importar dónde me necesitaras.
Le sonreí. Lo sabía, y lo amaba mucho por eso. —Te he echado de menos, papá.
Sonrió un poco. —Yo también te eché de menos, niña—. Me miró el estómago. —Así que tenemos un Pip, ¿eh?
Resoplé. —Sí, ¿te parece bien?
Papá sonrió. —Me parece bien todo, siempre que me llame abuelo.
Se me estrujó un poco el corazón y me moví de la tumbona, sentándome en el borde de la suya y tirando de él para abrazarlo. Papá se puso rígido por la sorpresa, pero me rodeó con sus brazos.
—Te amo, papá.
Se aclaró la garganta. Sabía que le incomodaba ponerse demasiado sentimental, pero ahora mismo no me importaba. —Yo también te amo, Bells.
Me separé de él y sentí una patada de Pip. Mis ojos se abrieron de par en par y agarré su mano, tirando de ella hacia mi estómago. —¿Sientes eso?— pregunté mientras Pip pataleaba contra su mano. Los ojos de papá se convirtieron en platillos. —Pip está deseando conocerte, abuelo.
Me pareció ver un atisbo de lágrimas en los ojos de mi padre y me quedé mirándole, muda. Nunca había visto llorar a mi padre.
Se aclaró la garganta un par de veces antes de asentir finalmente, con una pequeña sonrisa en la cara.
—Yo también estoy deseando conocerte, Pip.
~Home~
Domingo, 23 de diciembre
Anaheim, California
20 semanas
—Bells, ¿estás segura de esto?
Miré a papá en el asiento trasero. Parecía ansioso, aunque emocionado. Miré a Edward, que sonrió y asintió. —Estaremos bien—, le dije a papá. —Será duro en algunos momentos, pero creo que todo irá bien.
Papá frunció el ceño, pero Sue se acercó a él y le tocó suavemente el hombro. A su lado, Seth estaba radiante como un niño pequeño. —Siempre he querido ir a Disneylandia—, gritó. Yo me reí.
—Yo también—, le dije. Edward sonrió a mi lado. Edward me había asegurado que en Disneylandia había suficientes famosos como para no llamar demasiado la atención. Para estar seguro, se había puesto su fiel gorra de béisbol y gafas de sol.
Como su madre se iba a casar, había conseguido convencer a Leah para que viniera a California por Navidad. Su marido Sam tenía familia en el condado de Orange con la que se quedaron, y Leah se negó a que Edward o yo pagáramos nada. Cualquier cosa excepto entradas para Disneylandia. Su hijo Embry ya tenía casi cuatro años y, aunque su hija sólo tenía un par de meses, yo sabía que estaban entusiasmados con la idea de llevar a la familia al parque temático. Íbamos a encontrarnos con ellos en el parque, y yo estaba ansiosa por ver a Leah. La última vez que habíamos tenido una conversación cara a cara, había sido un desastre.
Edward nos acercó a Anaheim y la influencia de Disney empezó a aparecer allá donde mirábamos. —Es enorme—, murmuré, mirando por la ventana cuando el parque se hizo visible. Edward canturreó a mi lado y lo miré.
—Se ha estado expandiendo últimamente —. Nos acercó a un estacionamiento, pagó la tarifa y condujo para estacionar. Todo estaba organizado, y el estacionamiento estaba lleno de asistentes que nos indicaban exactamente dónde ir. Aparcamos y Edward me sonrió. Yo le sonreí y recogí el bolso del suelo. Había cambiado mi bolso habitual por uno pequeño de llevar en la espalda para poder llevar agua y crema solar extra para nosotros.
Salimos del auto y me puse mi propia gorra, pasándome la coleta por detrás. Papá me miró con el ceño fruncido, pero yo estiré la mano y le di una palmada en el hombro con una sonrisa.
—Está lleno—, refunfuñó papá. Era temprano y ni siquiera estaba segura de que el parque estuviera oficialmente abierto, pero estaba lleno de gente.
—Es porque casi es Navidad—, dijo Edward, poniéndose a mi lado. —Tienen decoraciones especiales que ponen y suelen recibir a mucha gente por las fiestas.
Papá volvió a fruncir el ceño y yo me reí, acercándome y apretándole el hombro.
—Relájate, papá. Este es el lugar más feliz del mundo—, le recordé mientras avanzábamos por el estacionamiento. Papá resopló.
—Sería más feliz si mi hija no tuviera que disfrazarse para entrar—, dijo lanzándome una mirada. Puse los ojos en blanco.
—Esto no es un disfraz, papá. Es una gorra—. Negué con la cabeza y papá volvió a resoplar. Sabía que estaba preocupado por mí. Ayer habíamos pasado tiempo juntos y les habíamos enseñado Santa Mónica y las playas. Había habido un par de paparazzi, pero nada exagerado. Sabía que esa parte de la vida de Edward -mi vida ahora también- estresaba a papá. Quería mantenerme a salvo de todo el mundo.
Nos dirigimos hacia las enormes escaleras automáticas que descendían a la planta baja de la plaza.
—¿Alguna idea de dónde está Leah?— preguntó Edward, rodeándome la cintura con un brazo mientras estábamos en la escalera. Saqué el teléfono del bolsillo y le envié un mensaje a Leah. Me respondió un minuto después diciéndome que se reuniría con nosotros en la puerta principal. Transmití el mensaje al grupo mientras subíamos al tranvía.
—¿Cómo de grande es este sitio? — preguntó Sue con los ojos muy abiertos mientras llenábamos los asientos del tranvía. Yo me encogí de hombros, igual de desconcertada.
El tranvía se puso en marcha y delante de nosotros vi a un par de adolescentes que se giraban en sus asientos para mirar a Edward. Él trató de ignorarlas lo mejor posible.
El tranvía rodeó la parte trasera del parque y nos dejó junto a un montón de tiendas. Edward nos dijo que esta zona se llamaba Downtown Disney. Era una enorme plaza comercial y de restaurantes fuera del parque.
Nos dirigimos hacia las puertas y el sonido de la alegre música de Disney empezó a avivar mi entusiasmo. Siempre había querido ir a Disneylandia, desde que era pequeñita.
Llegamos a las puertas y Edward fue a comprar las entradas para nosotros mientras todos le esperábamos fuera de la cola. —¿Recuerdas cuando me suplicabas que te trajera?— preguntó papá, llamando mi atención hacia él. Asentí con la cabeza, sonriendo un poco.
—Todo el tiempo—, asentí. Papá sonrió satisfecho.
—Solía decirte que un día te traería—. Frunció el ceño. —Supongo que te impacientaste porque ahora eres tú quien me trae—, dijo sacudiendo la cabeza. Solté una risita.
—¿Te sorprende?
Papá se rio. —No, Bells. Me parece perfecto.
Le sonreí justo cuando oí a Sue pronunciar el nombre de Leah. Me giré para ver a Leah y Sam dirigiéndose hacia nosotros. Sam tenía una sonrisa fácil mientras Embry tiraba de su mano, desesperado por ser soltado en el parque, pero la cara de Leah tenía ese ceño fruncido permanente cada vez que me veía.
—¡Me alegro tanto de que hayas podido unirte a nosotros!— gritó Sue, tirando de Leah en un suave abrazo. Leah se ablandó en los brazos de su madre.
—Los chicos están emocionados—, dijo apartándose y mirando a Embry, que prácticamente se arrastraba por la pierna de su padre para entrar en el parque. Sonreí. Había visto a Embry una vez, cuando acababa de nacer. Era un niño superguapo, con el pelo negro azabache y la misma piel marrón dorada de sus padres. Sus ojos eran grandes y oscuros como tinteros y captaban cada pequeña cosa a su alrededor.
Leah y Sam saludaron a Seth y a papá antes de acercarse a mí. —Hola, me alegro de verte— le dije a Leah. Me miró fijamente y sus ojos se dirigieron varias veces a mi barriguita antes de asentir con la cabeza. Bueno, eso fue más cortés de lo que esperaba.
Me volví hacia Sam y Embry, sonriéndoles. —Hola, Sam —dije cuando Embry volvió a tirar de su brazo. Hizo un gesto de dolor y me sonrió.
—Hola Bella, me alegro de verte—. Sam era de trato fácil y siempre había sido amable conmigo, por suerte. Embry se desconcentró un momento y me miró.
—Hola, Embry—, dije, agachándome. —Probablemente no te acuerdes de mí. Soy Bella.
Sam sonrió, tirando de la mano de Embry. —¿Quieres saludar a la tía Bella?.
Me estremecí un poco al oír el nombre, pero sonreí más ampliamente. Me gustaría que me consideraran tía de los niños, aunque casi nunca los veía.
Embry me dedicó una sonrisita tímida y yo le devolví la sonrisa. —He oído que estás emocionado por ir a Disneylandia—, le susurré. Asintió, todavía tímido. —Yo también. ¿Quién es tu favorito?
Embry frunció el ceño antes de señalar su camiseta. —Me gusta Buzz—, dijo, señalando su camiseta de Toy Story. Yo sonreí.
—A mí también.
Embry sonrió un poco más, aún tímido, pero algo más tranquilo. Sentí que Edward se acercaba a nosotros y me puse en pie, volviéndome hacia él. Me sonrió mientras se acercaba a nuestro grupo. —Sam, Leah, este es Edward. Cariño, estos son Leah, Sam y Embry—, dije señalándolos. —Y, ¿Rachel?— pregunté señalando el cochecito. Sam asintió. Edward extendió la mano y estrechó la de Sam, que parecía un poco sorprendido, pero sonrió con facilidad. Leah miraba a Edward con los ojos muy abiertos, y cuando él fue a darle la mano, ella se limitó a asentir, aceptando su mano en un silencio atónito.
—Encantado de conocerlos—, dijo sonriendo a todos. Miró a Embry y se agachó para estrecharle la mano. Embry se rio de algo que le dijo Edward y le dio la mano, para mi sorpresa. Vaya, Edward tenía un don natural con los niños.
Le sonreí mientras se levantaba y entrelazaba mis dedos con los suyos. Me sonrió y rebuscó en su bolsillo. —Muy bien, tengo las entradas de todos—, dijo, repartiéndolas. —Tenemos park hopper passes, así que podemos ir a cualquiera de los dos parques durante todo el día—, me explicó. No me había dado cuenta de que había dos parques hasta que Edward me lo explicó en el camino. Estaba Disneylandia y un segundo parque llamado California Adventure.
—Disney es genial y clásico, pero California tiene más atracciones para niños pequeños—, me explicó. Sam asintió.
—Me parece estupendo. ¿Qué quieres hacer primero? preguntó Sam, mirando a Embry.
—Quiero ver a Buzz—, exigió. Todos rieron y Sam asintió.
—De acuerdo, iremos a buscar a Buzz.
Edward sonrió. —Bueno, esto es Disney, ¿estamos listos?—. Todos asintieron y nos dirigimos hacia las puertas.
—Oye—, le susurré mientras nos poníamos en fila. Me miró. —¡Gracias!
Edward sonrió, inclinándose para besarme dulcemente. —Cualquier cosa por ti, amor.
~Home~
Disneylandia era realmente mágica. Todo estaba perfectamente orquestado y coordinado, y en cuanto cruzabas aquellas puertas, la magia del lugar te envolvía. Corrimos por el parque todo el día, a veces como un grupo masivo, a veces en grupos más pequeños. Había muchísima gente, pero Edward tenía razón. En su mayor parte, la gente nos dejaba en paz. Un par de personas se le acercaron para pedirle autógrafos o fotos. Los autógrafos los dio con gusto, pero era más exigente con las fotos. Si podía hacerse sin llamar la atención, aceptaba; si no, se negaba educadamente, diciendo que estaba intentando pasar tiempo con su familia. Algunos de sus admiradores me reconocieron, y una chica se volvió loca hablando conmigo de un artículo que había escrito sobre Japón. No me había dado cuenta de que yo también tendría fans, pero fue agradable hablar con ella sobre el trabajo. Me contó que estaba a punto de mudarse a Japón. Había ido por primera vez después de inspirarse en uno de mis artículos y, al parecer, le había cambiado la vida. Fue un momento vergonzoso, pero asombroso.
Algunas personas preguntaron por Pip, pero, en general, las fans de Edward estaban bastante centradas en él.
Aun así, en general, el día fue increíble, y Disneylandia había sido todo y más de lo que jamás podría haber esperado.
El otro imprevisto del día fue Embry. Al parecer, tras unas breves conversaciones, Edward y yo le habíamos convencido y nos había pedido que nos sentáramos con él en varias atracciones. Era el niño más tierno y, sinceramente, no me costó mucho llevarlo a las atracciones. Yo le caía bien, pero estaba completamente enamorado de Edward. Casi me dolía el corazón al ver lo tierno que era Edward con Embry. No podía creer el padre natural que era, y pensar que lo sería con nuestro Pip me aceleraba el corazón.
Era justo después de comer y necesitaba sentarme y relajarme un poco más, así que encontramos un banco fuera de la atracción Buzz Lightyear. Embry ya se había subido tres veces, pero había exigido volver a hacerlo y le había pedido a Edward que le acompañara. Después de obtener el visto bueno de Sam y Leah, Edward había llevado a Embry a la fila felizmente. Yo me acomodé en un banco con Leah, que intentaba darle el biberón a Rachel.
—Embry es el niño más tierno—, dije sacudiendo la cabeza. Leah me miró sorprendida antes de sonreír un poco.
—Gracias—. Bajó la mirada hacia Rachel, que estaba absolutamente despampanante, con unos enormes ojos oscuros enmarcados por pestañas. —Se ha encariñado mucho con Edward—, dijo mirándome. Asentí.
—Nunca lo había visto con niños—, dije frotándome la barriga. Los ojos de Leah se dirigieron a mi bulto.
—¿De cuánto estás?
La miré. —De 20 semanas.
Leah asintió. —No podía creerlo cuando mamá me dijo que estabas embarazada y que salías con una estrella de Hollywood—, hizo una pausa y sacudió la cabeza. —Bueno, me lo creí, porque parecía una locura—, admitió. Asentí con la cabeza, sonriendo un poco.
—Es una locura—, acepté. —Todavía no me lo creo la mayoría de los días.
Leah me miró. —Siento haber estado tan enfadada contigo los últimos años—, dijo suavemente. La miré sorprendida. —Estaba celosa de que tuvieras el valor de vivir tan libremente y me molestaba que no eligieras el mismo camino que yo. Me encanta mi vida, no me malinterpretes—, miró a Sam, que estaba apoyado en una valla baja hablando con Seth. —Es sólo que, a veces... quería más para mí antes de sentar cabeza y tener hijos—, suspiró. No sabía muy bien cómo tomarme su disculpa. ¿Sólo se disculpaba ahora porque yo estaba embarazada y también iba a ser madre? ¿O por fin había dejado de culparme de su propia infelicidad?
—Aún eres joven—, le dije. —Todavía puedes hacer cualquier cosa con tu vida.
Leah me miró, sus ojos oscuros duros. —No, Bella. No puedo hacer cualquier cosa. Esa es la cuestión. Nunca he podido, y tú vas por la vida como si todo el mundo hubiera tenido las mismas oportunidades que tú y fueran estúpidos por no aprovecharlas—, sacudió la cabeza, mirando a Rachel.
Fruncí el ceño. —Sé que mi vida ha sido un privilegio—, dije en voz baja. —He sido testigo de innumerables personas en este mundo que nunca tendrían las mismas oportunidades que yo he tenido. No me lo tomo a la ligera.
Volvió a mirarme. —Espero que no.
La miré fijamente. Estaba claro que Leah tenía problemas conmigo. No era algo que pudiéramos resolver en un banco de Disneylandia.
Respiré hondo, intentando liberar la tensión de mis hombros. —Gracias por venir—, le dije al cabo de unos minutos. Ella volvió a mirarme. —Sé que es difícil viajar con niños y todo eso, y les agradezco que hayan podido venir.
Leah soltó un suspiro y asintió. —Gracias por llamar y tenderme la mano. No creo que lo hubiera hecho si no se fueran a casar—, dijo, mirando más allá, donde papá y Sue estaban sentados en otro banco. Estaban compartiendo una limonada helada. Se veían tan lindos juntos. —Pero me alegro de que hayamos venido—, dijo Leah volviéndose hacia mí. —Es bueno que Embry pase tiempo con su otra familia.
No sabía si se refería a la familia de Sam o a nosotros, pero asentí sonriendo.
Nos sentamos en el banco, esperando en un silencio satisfecho a que Edward y Embry salieran del paseo. Sin Edward, no estaba en el radar de nadie, así que podía sentarme en paz.
Un grupo de gente salió de la atracción y se me encogió el corazón al ver a Edward. Llevaba a Embry de la mano, asegurándose de que el pequeño no saliera corriendo en cuanto pudiera. En cuanto estuvieron a unos metros de nosotros, Edward lo soltó mientras Embry venía corriendo hacia nosotros para contarnos la puntuación que habían conseguido. Sonreí a Edward mientras se acercaba.
—¿Has disparado a suficientes alienígenas?— le pregunté. Sonrió con satisfacción, asintiendo.
—Creo que hemos detenido la invasión—, dijo mirando a Embry. El chico estaba radiante.
—¿Podemos ir otra vez? Quiero ir con el tío Seth—, dijo corriendo hacia Seth. Seth se rio y asintió.
—Iré contigo—, aceptó.
Edward me miró. —Quiero llevarte a mi atracción favorita. ¿Te importa si te robo por un rato?
Sonreí y asentí, levantándome del banco. —Vamos a dar una vuelta. Nos reuniremos con ustedes después—, prometí a nuestro grupo. Todos asintieron, y Sam vino a ocupar mi sitio en el banco. Edward pasó su mano por la mía mientras me guiaba fuera de Tomorrowland.
—¿Te estás divirtiendo? — Lo miré y sonreí.
—Muchísimo. Este lugar es increíble—, dije negando con la cabeza. Sonrió y me apretó suavemente la mano.
—Siempre me ha gustado Disney—, admitió. —Me encantan las películas de Disney, y Disneylandia siempre ha sido uno de mis parques temáticos favoritos.
Le sonreí. No sabía eso de él.
Edward nos llevó a través del parque, tomándonos nuestro tiempo para señalarme diferentes paseos y atracciones.
—De acuerdo, técnicamente tengo dos atracciones favoritas—, dijo, tirando de mí hacia una fila. No estaba segura de dónde estábamos, pero le miré con curiosidad. —Una está en California Adventure, a la que iremos más tarde, pero esta es mi atracción favorita de la vieja escuela de Disney—. Señaló el cartel de la atracción y yo sonreí.
—¿Piratas del Caribe? — pregunté. Edward asintió y yo solté una risita. —Me encanta. Sabía que la película estaba influenciada por la atracción, pero no sé hasta qué punto.
Edward sonrió satisfecho. —Bastante. Han cambiado mucho la atracción desde entonces y tiene más escenas que reflejan la franquicia, pero sigue siendo una de las mejores.
Sonreí y le rodeé con los brazos. —Me encanta ver esta faceta tuya—, le dije. Me miró sorprendido. —Tan juguetón y divertido y verte con Embry—, hice una pausa, mordiéndome el labio y negando con la cabeza. Pude ver sus ojos más allá de sus gafas de sol mientras se centraban en mi labio. —Pip tiene mucha suerte de tenerte—, dije por fin. Edward parpadeó y sonrió tímidamente, acercándose para besarme con dulzura.
—No puedo esperar a volver aquí con Pip—, susurró contra mi boca. Yo sonreí.
—Todo el tiempo—, le prometí.
~Home~
Martes, 25 de diciembre
Malibú, California
20 semanas
No importaba en qué parte del mundo me encontrara, ni lo lejos que estuviera de Forks, una de las fiestas para las que siempre estaba en casa era Navidad. Aunque estuviera en la ciudad durante veinticuatro horas, siempre pasaba las fiestas con mi padre. Era nuestra única tradición familiar, y estaba encantada de que este año, aunque no estuviéramos en Forks, pudiera continuar. Me gustaba mucho la Navidad. Ayer, la mayoría de nosotros habíamos pasado el día agotados y exhaustos por todo el día que habíamos pasado en Disneylandia. Edward nos explicó que estábamos experimentando un Disney-Hang Over. Una dura mezcla de sol y caminatas durante todo el día, combinada con deshidratación, comida frita y una exposición a miles de personas durante todo el día. Había pasado por muchas cosas en la vida, pero esa resaca de Disney había sido dura. Pasamos la mayor parte de Nochebuena holgazaneando en casa, decorando las casitas de jengibre que Carmen nos había preparado hacía unos días. Esta noche íbamos a invitar a todo el mundo a casa para la cena de Navidad, así que anoche sólo quedamos nosotros cinco. Sue había insistido en cocinar algo para nosotros, para la cena, y con la ayuda de Seth, la comida había sido extraordinaria. Después de cenar, todos nos fuimos pronto a la cama, pero no antes de que papá deslizara un pequeño regalo en mis manos. Desde que era pequeña, papá me había dejado abrir un solo regalo en Nochebuena. Casi siempre eran pijamas de Navidad nuevos que me pondría esa noche. Los últimos años habían sido libros, y me había pasado toda la noche leyendo. Sonreí a papá y le besé la mejilla en señal de agradecimiento. Él se sonrojó un poco y se encogió de hombros torpemente.
—He dejado algunos regalos en sus habitaciones—, le dije.
Papá frunció el ceño. —No funciona así, Bells. Te doy algo para que lo abras.
Sonreí y me encogí de hombros. —Bueno, supongo que voy a tener que empezar a practicar para Pip—, le dije. Papá sonrió y sentí que se me disipaban un poco los nervios del estómago. Nos dimos las buenas noches y Edward y yo bajamos a nuestra habitación. Sobre nuestra cama había una caja para Edward. Este año les había comprado a todos pijamas de Navidad. Era una tontería y una ridiculez, pero no podía evitarlo.
Edward frunció el ceño y me miró. Sonreí, asintiendo hacia él mientras abría el regalo que me había hecho papá. Era un libro que había dicho que quería leer hacía unos meses, y sonreí, abrazándolo contra mi pecho. Papá tenía una memoria de hierro para esas cosas.
Edward había rebuscado en la caja como un niño pequeño, y sonrió cuando sacó el pijama a rayas de bastón de caramelo. Me miró, sonriente, y yo sonreí, dirigiéndome al armario y sacando mi conjunto a juego. Él se rio y nos pusimos los pijamas antes de irnos a la cama.
Como siempre, apenas había podido dormir. Me quedé sentada en la cama leyendo mi nuevo libro hasta que me dormí. Cuando me desperté esta mañana, me habían apagado la luz y el libro estaba colocado con cuidado en la mesilla de noche. Edward seguía profundo, pero sabía que debía de haberse levantado en mitad de la noche para apagarla y atenderme.
Sonreí y me incliné para besarle el pelo. Se movió un poco, pero siguió durmiendo. Era temprano y sabía que probablemente no había dormido lo suficiente, pero ahora mismo no podía volver a dormir, así que cogí mi libro, lo abrí y me puse a leer en la penumbra.
Unas horas más tarde, Edward se movía a mi lado y lo miré.
—¡Feliz Navidad!—, le susurré cuando abrió los ojos y me miró. Sonrió y me tendió la mano. Dejé el libro en la mesilla y me agaché, rodeándolo con las piernas enredadas.
—¡Feliz Navidad, mi amor!—, susurró. Sonreí con los ojos recorriendo sus rasgos mientras sus ojos se cerraban un instante antes de abrirse y volver a centrarse en mí. —¿Cuánto tiempo llevas despierta?
Bromeé. —No lo sé, unas horas. Me metí tanto en el libro que anoche no podía dejarlo y me desperté con ganas de terminarlo—, susurré. Sonrió y me besó la barbilla. Me acerqué más a él, deseando no llevar tanta ropa.
—Te extraño—, susurré, deslizando mis piernas por las suyas. Él gimió. Estábamos a un piso entero de distancia de mi padre, pero no habíamos tenido sexo desde que empezamos a ser anfitriones. No había sido una decisión específica; los dos estábamos agotados después de hacer de anfitriones todo el día y nos quedábamos dormidos enseguida.
—Yo también te extraño—, susurró, mientras su mano serpenteaba por mi espalda y se colaba bajo mi camiseta. El contacto de su piel con la mía, incluso en mi espalda, me animó y sonreí, enganchando mi pierna sobre la suya y empujándolo para que se pusiera boca arriba. Me subí sobre su regazo, acomodándome sobre sus caderas con una sonrisa. Me sonrió y me quitó las manos de la espalda para posarlas en el vientre.
—Buenos días, Pip—, dijo suavemente. El deseo ardiente que sentía por él se calmó un poco al verle hablar con mi estómago. —No estarás aquí por un tiempo todavía, pero el año que viene, vas a ser la personita más mimada como nunca por Navidad—, susurró, sus manos recorriendo suavemente mi estómago. Sentí que Pip empezaba a moverse y sonreí. Pip respondió inmediatamente a su voz. —¡Feliz Navidad, mi pequeño!—, susurró. Pip pataleó a mi lado, y los ojos de Edward se iluminaron cuando Pip apuntó justo a su mano. Me miró, radiante, y yo sonreí, con el corazón tan lleno que sentí que casi me ahogaba.
Me incliné hacia él, besándolo suavemente, y Edward me soltó el estómago, rodeándome con sus brazos.
¿Cómo podía haber tenido tanta suerte en la vida de haberlo encontrado? Era increíble y sabía que iba a ser un padre increíble. A pesar de lo insegura que aún me sentía como madre, me reconfortaba saber que Pip tenía a Edward. —Te amo mucho—, susurré contra su boca, rompiendo el beso y apoyando la frente en la suya. Edward me sonrió.
—Yo también te amo mucho—, susurró. Me entraron ganas de llorar, lo cual era un poco irracional, así que me incorporé y respiré hondo.
—Deberíamos subir. Quiero abrir los regalos—, dije sonriendo. Edward se rio y asintió, sentándose mientras yo seguía a horcajadas sobre su regazo.
—Me parece bien, vamos.
Como era de esperar, papá ya estaba levantado cuando subimos. Estaba en la cocina, sirviéndose una taza de café. Sonreí cuando vi que llevaba puesto la pijama que le había comprado. Era de cuadros rojos con una camisa negra que ponía abuelo y un gorrito de Papá Noel en la A. Me había emocionado cuando la encontré hacía unas semanas. —¡Feliz Navidad!—, le dije sonriéndole. Papá sonrió cuando me acerqué al mostrador y le besó la mejilla.
—¡Feliz Navidad, Bells!—. Me abrazó con un brazo mientras con el otro aún sostenía su café. —¡Feliz Navidad, Edward!
Edward le sonrió y repitió el saludo. —Llevas puesta la pijama—, le dije mirándole de arriba abajo.
—Claro que sí. Puede que sea mi conjunto favorito—, dijo sonriendo. Yo sonreí.
—Gracias por el libro—, le dije, pasando a su lado para prepararme una taza de té. —Me quedé despierta hasta muy tarde leyéndolo y luego me desperté muy temprano para seguir leyendo—, dije riendo. Papá sonrió y Edward se rio entre dientes, sirviéndose una taza de café.
—Me desperté en mitad de la noche y ella se había quedado dormida con el libro sobre la cara—, dijo riendo entre dientes.
Papá se rio y yo me encogí de hombros. —Me alegro de que te guste, Bells.
Le sonreí mientras terminaba de prepararme el té. —¿Se ha levantado alguien más?
Papá asintió. —Sue. Seguro que despierta a Seth o si no estaremos esperando hasta pasado el mediodía para verlo—, rio entre dientes. Resoplé y nos dirigimos al salón. Había un número sorprendente de regalos bajo el árbol. Le había preguntado a papá si quería sorprender a Sue con una ceremonia antes o después de Navidad, y me había sorprendido diciendo que querían casarse el día de Navidad. Al parecer, Sue había empezado a planear una pequeña ceremonia para las próximas Navidades, sin saber que este año tendría algo. Teníamos un par de horas antes de tener que prepararnos y dirigirnos al lugar.
—¿Cómo te sientes?— le pregunté a papá mientras nos acomodábamos en el sofá. Me miró y resopló.
—Lo admito, estoy nervioso—, dijo en voz baja. Fruncí el ceño.
—¿Te preocupa que no le guste?— le pregunté. Papá negó con la cabeza. Llevaba todo el mes hablándole de los planes y él los había aprobado todos, excepto, por supuesto, la luna de miel, de la que no sabía nada.
—No, no es eso. Es que llevo mucho tiempo soltero—, se encogió de hombros y de repente lo entendí. La última vez que se había casado, había acabado desastrosamente. Yo también estaría asustada si estuviera en su lugar. Le tendí la mano y me sonrió suavemente.
—Sue es increíble—, le susurré. —Y está absolutamente loca por ti—, le recordé. Papá sonrió.
—Lo sé—, me aseguró. —Supongo que a uno no se le pasan este tipo de nervios—, se encogió de hombros y yo fruncí el ceño, considerándolo. Volví a mirar a Edward, que sorbía su café en silencio. Me recosté a su lado y su brazo me rodeó automáticamente. No habíamos vuelto a hablar de matrimonio desde Australia. Pensar en ello seguía aterrorizándome, y me alegraba que me diera espacio al respecto.
Sue salió al salón, sacándome de mis pensamientos, y le sonreí. —¡Feliz Navidad!—, nos saludó. También llevaba puesta la pijama que le había regalado y sonreí. Había estado dudando si comprarle una pijama a juego con la de papá. Al final, me decidí por la camiseta de abuela. Pip la conocería como abuela, y yo estaba más que de acuerdo con eso.
—¡Feliz Navidad!—, le dije sonriéndole. Ella sonrió, acomodándose junto a papá en el sofá.
—Bella, muchas gracias por la pijama—, dijo suavemente, tocando la camiseta. Yo sonreí.
—Espero que no te importe—, dije rápidamente. —Sé que vas a ser una abuela increíble para Pip, aunque no estés emparentada biológicamente—, sentí que me ponía a desvariar y Sue negó con la cabeza, tendiéndome la mano.
—Cariño, me siento muy honrada. Gracias.
Solté un suspiro y sonreí, asintiendo.
Seth salió unos minutos después, con la pijama de elfo tonto que le había encontrado. Nos sonrió e indicó la cocina. Todos asentimos con la cabeza mientras él se iba a por su propia taza de café. Cuando volvió, se sentó en el sofá y bostezó.
—Muy bien, ahora que por fin estamos todos aquí, podemos entregar los regalos—, dije levantándome de un salto. Todos se rieron mientras corría hacia el árbol. Tenía un gorro de Papá Noel junto al árbol y me lo puse en la cabeza antes de rebuscar en el montón y encontrar regalos para que todos los abrieran. Cuando todos tuvieron un par de regalos delante, volví a sentarme, con mi propio montón cerca de mí. —¿Quién quiere ser el primero?
Nos turnamos para abrir los regalos y reírnos los unos de los otros. Papá y Sue le habían regalado a Seth unas entradas para un concierto en Seattle al que quería ir. Papá recibió de Edward y de mí un nuevo equipo de pesca que prometimos enviarle a Forks. También le compramos a Sue unos electrodomésticos nuevos que llevaba tiempo queriendo. La mayoría de los regalos que intercambiaron papá, Sue y Seth eran menos voluminosos o los habían dejado en Forks y, en su lugar, habían intercambiado fotos de los objetos. Edward y yo teníamos un montón de regalos de los tres que eran para Pip. En cuanto abrí el primer enterizo, estuve a punto de echarme a llorar. Era tan pequeño, blanco y con una inscripción en negro que decía: «El favorito del abuelo». Había un montón de conjuntos lindísimos que me destrozaron nada más verlos. Estaba aterrorizada por Pip, pero no podía negar que una parte de mí también estaba muy emocionada. Me moría de ganas de ver a Pip con esos conjuntitos o en brazos de Edward. Todo mi cuerpo se calentó con ese pensamiento.
Papá se levantó, sacó un paquete de debajo del árbol y me lo entregó. —Esto es para los dos—, dijo encogiéndose de hombros, incómodo. —No sabía qué regalarles, ya que compran casi todo lo que quieren—, dijo mirando a Edward. —Pero bueno, supuse que esto no lo tenían, así que...—. Me tendió el regalo y yo lo cogí, sonriéndole. Rompí el envoltorio.
Dentro había una caja blanca y la abrí con curiosidad. Dentro de la caja había dos adornos. Reconocí el primero de inmediato y se me llenaron los ojos de lágrimas. Lo saqué. Era un pingüino pequeñito, en brazos de un pingüino padre. Ambos llevaban gorritos de Navidad, y en la parte inferior del adorno estaba la letra de mi padre. «Para mi pequeña Bell, con amor papá».
Era mi primer adorno, algo que mi padre me había comprado cuando yo solo tenía unos meses. Llevábamos toda la vida poniéndolo en el árbol, y se me saltaron las lágrimas al mirarlo.
—Papá, ¿estás seguro?—, hice una pausa, con un nudo en la garganta. Papá me sonrió.
—Es tuyo, Bells. Te mereces tenerlo en tu árbol.
Sonreí y me levanté, acercándome al árbol para colgar el adorno. Inmediatamente, me sentí aliviada al verlo allí arriba.
—Papá, gracias. Significa mucho para mí—, le dije volviéndome hacia él. Sonrió y se movió un poco incómodo.
—Hay un poco más—, dijo señalando la caja junto a Edward. Asentí y volví a sentarme, colocando la caja sobre mi regazo. Saqué el segundo adorno y se me llenaron los ojos de lágrimas. Se trataba de dos ardillas, una claramente mayor, que sostenía a la pequeña en brazos. Ambas llevaban gorros de Navidad, igual que los pingüinos. En la parte inferior, papá había escrito una nota. «Para mi pequeño Pip, con cariño del abuelo».
Rompí a llorar, mostrándole el adorno a Edward. Lo cogió entre sus manos con delicadeza mientras yo me levantaba del sofá y me acercaba a papá para darle un fuerte abrazo. No parecía incómodo mientras lloraba en su hombro, incapaz de expresar lo mucho que significaba para mí tener esos adornos. Papá había sido la única constante en mi vida, y aunque sabía que estaba emocionado por Pip, ver que nuestra tradición del adorno continuaba, me decía que, pasara lo que pasara, papá estaba conmigo, seguía apoyándome, y ahora también estaría con Pip.
Me sentí tan abrumada que no pude evitar que se me saltaran las lágrimas. Papá me abrazó con fuerza y yo saboreé la sensación de estar en los brazos de mi padre.
Cuando por fin conseguí controlarme y me separé de él, me sorprendió ver lágrimas en sus mejillas. —Gracias, papá. Esto…—, hice una pausa. —Esto significa mucho para mí.
Papá se aclaró la garganta, enjugándose los ojos. —Te amo, pequeña, y aunque aún no lo conozco, también amo a ese pequeño Pip.
Las lágrimas volvieron a escocerme en los ojos y sonreí, limpiándome las mejillas. Volví a mirar a Edward, que me observaba con una mirada tierna. Apreté la mano de papá una vez antes de levantarme y acurrucarme en el regazo de Edward. Inmediatamente, me rodeó con los brazos y me besó la cabeza.
—Gracias, Charlie. Es precioso—, dijo mirando a papá. Papá se aclaró la garganta, su incomodidad volviendo.
—Confío en ti para que cuides de estos preciosos regalos—, dijo papá, mirando a Edward. Estaba claro que no se refería a los adornos. Edward asintió, abrazándome a él con más fuerza.
—Con mi vida.
