Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!

Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!

Gracias a mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y a Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.


Capítulo 29: Bella

Jueves, 7 de febrero

Roma, Italia

26 semanas

Me miré las manos, con la mente completamente en blanco. ¿Qué había estado haciendo? Tenía un bolígrafo en una mano y unos calcetines en la otra, y no sabía por qué.

—Maldita sea—, siseé con los ojos inexplicablemente llenos de lágrimas. El cerebro de placenta (1) era real, y me había estado pateando el culo las últimas dos semanas. Había empezado poco a poco, pero últimamente me repetía a mí misma, olvidaba cosas en medio de la acción y me quedaba en blanco constantemente cuando Edward y yo hablábamos. Era lo peor.

—¿Bella?— Me giré y miré a Edward. Salía del baño, asegurándose los puños de la camisa. Frunció el ceño cuando vio las lágrimas en mis mejillas. —¿Qué pasa, amor?

Gruñí, levantando las manos hacia él. Hizo inventario y volvió a mirarme, con una pregunta en su hermoso rostro. —¿Qué estaba haciendo? — le pregunté. Edward parecía tan perdido como yo y negó con la cabeza. Yo sacudí la mía, dejé caer las manos y arrojé los objetos sobre la cama. Fuera lo que fuese lo que había estado haciendo, esperaba que si era importante lo recordaría más tarde.

—Nena—, dijo Edward, acercándose y agarrándome suavemente de los hombros. Le miré petulante. —Estás literalmente fabricando un ser humano ahora mismo. No pasa nada porque tu cerebro se desvíe un poco. Todo se normalizará.

Levanté la mano y me sequé las lágrimas. La yema de mi dedo volvió un poco negra. Mierda. Había olvidado que llevaba maquillaje.

—Me siento tan incompetente—, admití. Edward me estrechó contra su pecho y, aunque sus brazos casi siempre me reconfortaban, ya no podía acurrucarme en él como antes. Pip era demasiado grande... bueno, yo era demasiado grande y, aunque me abrazaba, lo sentía demasiado lejos. Se me saltaron más lágrimas y las limpié rápidamente para no manchar su camisa blanca de maquillaje. Estaba hecha un puto desastre.

—No tenemos que ir esta noche—, dijo suavemente, apartándose para mirarme. Negué con la cabeza, secándome más lágrimas.

—No voy a tener un impacto negativo en tu carrera—, gruñí. Edward suspiró. Ya habíamos tenido esta pelea un par de veces. Yo había tenido un puñado de crisis mientras viajábamos y, en cada ocasión, Edward se había ofrecido a faltar a cualquier evento de trabajo al que se enfrentara. Lo amaba por estar dispuesto a hacer eso, pero que me cuelguen si iba a dejar que arruinara esta gira por mi culpa y mis hormonas locas.

—Ya casi terminamos—, me recordó. Lo miré. En circunstancias normales, probablemente no me habría importado ir con él de gira. Habíamos tenido un itinerario apretado y, sinceramente, no había visto mucho a Edward, ya que sus días estaban repletos de entrevistas. Habíamos ido juntos a un par de fiestas y a algunos actos más formales, pero en general, Edward había estado bastante ocupado. Roma era la última parada internacional antes de regresar a Los Ángeles, donde Edward terminaría con algunas entrevistas más. Había empezado allí en enero y había cubierto muchas, pero aún le quedaban un par por terminar.

—La próxima vez estaré más estable emocionalmente—, le prometí. La sonrisa de Edward fue casi cegadora. Se agachó para besarme dulcemente.

—No puedo esperar—, susurró contra mí. Sonreí un poco a mi pesar. Por lo menos, viajar cuando yo era un desastre me había demostrado que Edward me amaba de verdad. Su paciencia conmigo era exponencial.

Me separé de él y suspiré. —Deja que me arregle el maquillaje y me ponga los zapatos—, le dije. Asintió y me apartó un mechón de pelo de la cara.

—Estás increíble—, susurró. Suspiré y puse los ojos en blanco, sonriéndole mientras me apartaba. Estaba enorme, pero Edward era muy dulce mintiéndome.

Me dirigí al baño, aliviada al ver que mi maquillaje estaba bien. Me retoqué un poco y me acordé de tomar el pintalabios al salir del baño. Lo metí en el bolso y cogí los zapatos de tacón que iba a llevar. Me quedé mirándolos un largo rato antes de gemir y sentarme en el borde de la cama para ponérmelos. Sabía que a las veintiséis semanas probablemente podría llevar zapatos planos a todos los eventos de alfombra roja de Edward, pero se había convertido en una cuestión de orgullo. No podía llevar los tacones mucho tiempo, pero los llevaría todo el puto tiempo que pudiera y no dejaría que ni una sola persona se diera cuenta de lo tortuosos que se habían vuelto para mí.

Edward me observó en silencio, y pude ver que quería hacer un comentario sobre ellos, pero sabiamente se quedó callado. Por muy desastre que fuera últimamente, también me había vuelto irracionalmente discutidora y terca. Era una puta maravilla.

Me levanté, extendiendo la mano para estabilizarme un momento antes de asentir. —Bien, vámonos— le dije. Edward suspiró, pero cuando lo miré, asintió.

Salimos de la habitación del hotel en dirección al ascensor. Me cogió de la mano, y por mucho que se tratara sólo de cogerme la mano, sabía que también intentaba darme algún tipo de apoyo. Lo amaba por eso, aunque lo hubiera hecho pedazos si hubiera expresado sus intenciones.

Subimos al ascensor y me tomé un segundo para examinar mi reflejo en las puertas de espejo pulido. Llevaba un vestido negro de manga larga. Me llegaba por los hombros y terminaba cerca de las rodillas. Era sencillo, pero lo había combinado con los pendientes que Edward me había regalado cuando estuvimos en Australia. Esperaba que el look resultara elegante más que nada.

Miré a Edward y casi gruñí. No sabía cómo se volvía más y más devastadoramente hermoso cada vez que lo miraba, pero de alguna manera lo hacía. Mis intentos de seguirle el ritmo eran casi vergonzosos.

Me miró, sonriendo suavemente, y traté de alejar los pensamientos. Él podría verlos en mi cara, y yo no quería entrar en una pelea.

—Sé que las últimas semanas han sido agotadoras—, dijo Edward suavemente. —Pero te agradezco mucho que hayas estado aquí. Gracias por aguantar toda la mierda que viene con mi vida—, dijo suavemente. Mi corazón se derritió un poco y me acerqué a él.

—Cualquier cosa, Cariño—, susurré. Él sonrió. Llegados a este punto, parecía que los dos habíamos comprendido por fin que pasaríamos por cualquier cosa el uno por el otro. Había sido una toma de conciencia absolutamente aterradora, pero nos había acercado más de lo que yo creía posible.

El ascensor llegó al vestíbulo y nos dirigimos al auto que nos estaba esperando. Teníamos que ir a una última fiesta antes de volar a casa mañana. Aunque me encantaba viajar, estaba lista para volver a casa. Compartir a Edward con el mundo durante las últimas semanas había sido sorprendentemente agotador para mí. Sabía que a él también le agotaba y, aunque lo había llevado como un profesional, notaba que estaba cansado. Casi no habíamos tenido tiempo de visitar sitios entre una entrevista y otra. Las noches que estábamos demasiado cansados para asistir a las fiestas y eventos, volvíamos a la habitación del hotel y pedíamos comida. Aquellas habían resultado ser mis noches favoritas. Edward y yo solos, acurrucados en una habitación de hotel y aislados del mundo.

La mayor parte del tiempo, mientras él trabajaba, yo me esforzaba por investigar por mi cuenta. Todavía estaba esperando que me devolvieran las notas de mi manuscrito, lo que significaba que había pasado la mayor parte del viaje haciendo excursiones de un día, intentando imaginar cómo podría llevarme a Pip conmigo en el futuro. Había descubierto muchas cosas sorprendentes y, cuando pude tomar notas sin que mi cerebro de placenta interrumpiera mis pensamientos, tenía un buen punto de partida.

—Creo que Pip debe aprender un idioma extranjero—, dije dirigiéndome a Edward. Él parpadeó y se removió en el asiento de atrás.

—Bien, me parece estupendo. ¿Alguna preferencia?

Fruncí el ceño. —No lo sé. Estudié español en el instituto. Lo he usado mucho desde entonces, en mis viajes—, dije despacio. —¿Supongo que un idioma que sirva para muchos sitios?— pregunté. Edward se encogió un poco de hombros.

—Bueno, se supone que las lenguas romances son fáciles de aprender cuando sabes una, ¿no?

Asentí. —¿Qué idiomas sabe tu madre?

Edward se rio. —No lo sé. No estoy seguro de que nada moderno, aunque seguro que podría enseñarle a Pip un puñado de lenguas muertas—, dijo riendo entre dientes. Fruncí el ceño.

—El latín estaría bien—, musité. —Deberíamos investigar un poco—, dije mirándolo a la cara. Edward asintió.

—De acuerdo, podemos hacerlo.

—Y creo que deberías enseñarle a Pip a tocar el piano—, dije moviéndome un poco. Edward parecía desconcertado, pero asintió. —¿Y tal vez algún tipo de deporte o algo así? Creo que un arte marcial estaría bien.

Edward extendió su gran mano que posó en mi rodilla y distrajo por completo todos mis pensamientos. —Cariño, estoy de acuerdo contigo en que Pip haga actividades, pero ¿de dónde viene esto?—, preguntó suavemente. Dejé escapar un suspiro.

—Es que... quiero que Pip esté preparado para enfrentarse al mundo. Estoy segura de que viajaremos mucho cuando sea pequeño, y quiero que tenga la habilidad y la confianza para seguir así.

Edward parpadeó, con cara de sorpresa. No lo culpaba. Rara vez hablaba de Pip más allá de lo inmediato. Desde luego, nunca había planeado el futuro de Pip.

—Pip aprenderá de nosotros a tener confianza en sí mismo y a ser capaz—, dijo Edward con suavidad. —Podremos enseñar con el ejemplo, y Pip aprenderá y crecerá para ser capaz y seguro de sí mismo e independiente—. Me apretó la rodilla. —Me alegro de que te preocupes así por el futuro de Pip, pero cariño, tenemos algo de tiempo. Tenemos que conocer a Pip y averiguar qué le gusta, qué quiere de la vida.

Dejé escapar un largo suspiro y asentí. —Lo sé, es que...— hice una pausa, un nudo se formó en mi garganta. —A veces pienso en Pip viviendo la clase de vida que yo he vivido y me entra pánico porque quiero más para mi bebé, y quiero ser capaz de darle lo que mi madre no me dio a mí, y quiero que funcione bien y sea feliz y capaz de enfrentarse a la mierda en lugar de huir de las cosas—, se me saltaban las lágrimas de nuevo y Edward me tiró suavemente, desabrochándome el cinturón de seguridad para poder atraerme contra él.

Me dejé caer contra él y le rodeé el pecho con los brazos.

—Bella, vas a ser una madre increíble, y Pip tiene suerte de tener a alguien que lo ame como tú—, susurró Edward contra mi pelo. —No somos perfectos, nadie lo es, pero intentamos activamente convertirnos en mejores personas, y eso le dará a Pip una vida mejor, pase lo que pase. Tenemos que seguir trabajando en nosotros mismos, y no tengo ninguna duda de que Pip va a ser todo lo que nosotros no pudimos ser, y más.

Las lágrimas me quemaron los ojos y dejé escapar un suspiro tembloroso. —Estoy tan asustada. Siento que tenemos que ser perfectos y estar tan encima de todo cuando llegue Pip y he tenido la cabeza metida en el culo la mayor parte de este embarazo y ahora no estoy preparada—, dije sacudiendo la cabeza. Edward se rio un poco.

—Cariño, aún tenemos tiempo. Los dos tenemos mucho que aprender, pero no será de la noche a la mañana, ni debería ser así.

Respiré hondo, intentando dominar mis emociones. Maldita sea, esta noche estaba desorientada. —Siento ser un desastre—, susurré separándome de Edward. Él extendió la mano y me frotó ligeramente los ojos con los dedos. Estaba segura de que ahora parecía una mierda.

—Oye, no eres un desastre. Tienes derecho a estar asustada y abrumada, Bella. Esto de ser madre es una mierda que da miedo—. Sonrió satisfecho y yo me reí un poco a mi pesar. —Tenemos tiempo para resolverlo juntos—, me prometió. —Las cosas serán difíciles, pero también mejorarán.

Asentí, secándome los ojos. Sentí que el auto se detenía y respiré hondo. —¿Luzco bien?

Edward sonrió y se inclinó hacia mí, besándome dulcemente. —Estás impresionante—, murmuró contra mis labios. Suspiré, deseando acercarme a él, estrecharlo contra mí, pero me resistí. Nos separamos y asentí con la cabeza, agarrando la cartera de mano. Edward salió del auto y volvió a tenderme la mano. Salí con él y sonreí mientras las cámaras se encendían.

—Vamos, nena. Vamos a pasar esta noche—, me dijo apretándome la mano. Lo miré y sonreí un poco. Lo que tuviera que venir, vendría, pero una cosa tenía clara ahora. Fuera lo que fuera, Edward estaría conmigo para afrontarlo. Superaríamos cualquier cosa, juntos.

~Home~

Domingo, 10 de febrero

Malibú, California

27 Semanas

—¡Mierda, carajo, demonios!— grité, corriendo por la cocina. Un momento después, la alarma de humo se disparó cuando abrí el horno y salieron nubes de humo. Tosí y saqué la bandeja de galletas quemadas.

—¿Nena? ¿Estás bien?

Miré a Edward cuando entró en la cocina, con los ojos muy abiertos. Se quedó mirando la bandeja de galletitas quemadas y volvió a mirarme.

—Ni siquiera puedo hacer el postre más fácil del mundo—, dije sacudiendo la cabeza. Dejé la bandeja sobre la encimera, frustrada. Edward entró en la cocina.

—Nena, ¿qué estabas haciendo?

Lo fulminé con la mirada. —Me estoy masturbando. ¿Qué te parece que estoy haciendo?— espeté. Edward sonrió un poco.

—Estoy a favor de masturbarse en la cocina, pero espero que me invites al menos a mirar—, dijo acercándose a mí. Puse los ojos en blanco y tiré los guantes de cocina sobre la encimera.

—Estaba intentando hornear—, dije altanera. Edward se acercó a mí, cogió un paño de cocina y lo lanzó al aire para despejar el humo de la alarma. Dejó de chillar y me miró.

—¿Querías hornear?—, preguntó. ¿Estaba siendo estúpido a propósito?

—Puedo probar cosas nuevas—, espeté. Edward se rio.

—Lo sé, eso no es...— hizo una pausa, sacudiendo la cabeza. —¿En qué puedo ayudarte?

Solté un largo suspiro. Sabía que no estaba intentando provocarme y, sinceramente, si pudiera sacarme la cabeza del culo y dejar de tener los sentimientos tan jodidamente sensibles, podría reconocer que esta situación era divertida.

—Cómete una galleta y dime que seré una buena madre—, le dije. Edward frunció el ceño, apoyándose en la encimera.

—¿A qué viene esto?

Me encogí de hombros, mirando la bandeja. —No voy a ser esa madre que hace galletas para los niños cuando llegan del colegio. No puedo hacer cosas para ventas de pasteles o cumpleaños. Voy a tener que hacer que Carmen sea la madre por mí.

Edward me tendió la mano y yo caí en sus brazos de buena gana. Puso sus manos en mis caderas mientras me apoyaba un poco en él. —Sabes que no hay ninguna regla que diga que como madre tengas que ser buena en todo—, señaló suavemente. Gruñí.

—Pero eso es lo que se supone que deben hacer las madres—, solté.

La cara de Edward cambió y sus rasgos se suavizaron un poco. —Cariño, tú no eres tu madre.

Me estremecí y se me llenaron los ojos de lágrimas. —No quiero ser una inútil como lo era ella.

Edward frunció un poco el ceño. Guardó silencio un largo momento antes de hablar. —Nena, hay un par de cosas que creo que deberíamos abordar en esa afirmación, pero lo primero y más importante es que de ninguna manera se te podría calificar de inútil—. Sus manos me apretaron las caderas y lo miré más allá de mis lágrimas. —Eres inteligente y capaz, y Pip va a aprender a ser tan feroz, independiente e inteligente como tú—. Sonrió un poco. —Hacer galletas no es el distintivo de una buena madre.

Dejé escapar un largo suspiro. —Es que quiero ser como las demás mamás—, susurré. Edward negó con la cabeza.

—No, Bella. No deberíamos aspirar a ser como otros padres, porque no somos como otros padres. Fíjate en quiénes somos como personas. La mayoría de la gente no lleva el tipo de vida que llevamos nosotros, y no creo que esté bien que nos sometamos a los estándares de los demás.

Me hundí un poco. Sabía que tenía razón, pero me costaba superar la presión a la que me estaba sometiendo. Sus manos subieron por mis costados y llegaron hasta mis hombros, apretándolos suavemente. —Bella, sé que tienes muchos conflictos debido a tu madre, y tus sentimientos son totalmente válidos y justificados —dijo asegurándose de que lo miraba a los ojos. Asentí en silencio. —Pero no estoy seguro de que le des a tu madre suficiente crédito por el tiempo que pasó contigo—. Me quedé paralizada, con la ira y la actitud defensiva surgiendo de inmediato en mí. Edward se apresuró a seguir hablando. —Sé que te falló de muchas maneras, y eso es imperdonable—, dijo rápidamente. —Pero, cariño, te dio mucho en el tiempo que pasaste con ella. Eres intrépida, extrovertida y curiosa. Has aprendido a amar la aventura y el descubrimiento, y creo que todas esas son cosas que tu madre te enseñó.

Negué con la cabeza con vehemencia, pero incluso cuando empecé a enumerar las razones por las que estaba equivocado, me di cuenta de que no podía negarlo. Él tenía razón. Ella me había enseñado esas cosas. Por obvias razones, no me las había enseñado papá.

Las lágrimas quemaron mis ojos mientras lo miraba. —Pip se merece más que mi madre—, dije negando con la cabeza. Edward asintió.

—Pip lo está recibiendo todo de ti—, dijo suavemente. —Bella, seguiremos aprendiendo, creciendo y cambiando. La cagaremos, pero aprenderemos y lo haremos mejor. Eso es lo que hacen los padres.

Exhalé un largo suspiro y me apoyé en su pecho. Me rodeó con los brazos y me besó la cabeza.

—Si de verdad significa tanto para ti—, dijo suavemente, frotándome la espalda. —Le pediremos a Carmen que nos enseñe a preparar algunas comidas.

Le miré. —¿En serio?

Edward asintió. —Los dos aprenderemos a alimentar a Pip. Creo que sería bueno que supiéramos lo básico de todos modos.

Suspiré y volví a apoyar la cabeza en su pecho. —Creo que me gustaría—, suspiré. Edward asintió y sentí que se movía debajo de mí. Lo miré con curiosidad y vi que estaba cogiendo una de las galletas quemadas. —Cariño, no te comas eso—, le dije tendiéndole la mano. Sacudió la cabeza y se la metió en la boca. Lo miré, con la boca abierta de sorpresa, mientras él hacía una mueca. Masticó un par de veces, tosió un poco y cogió el vaso de agua que tenía en la encimera. Me reí cuando se bebió el vaso. —¿Qué tal? ¿Cómo te pareció?

Edward se aclaró la garganta, con los ojos un poco llorosos. Le solté una risita. —Creo que hasta que podamos hablar con Carmen, quizá deberías limitarte a masturbarte en la cocina.

Me reí y le di un ligero golpe en el pecho mientras me sonreía.

—Limitarme a lo que sé, ¿eh?

Edward rio entre dientes. —Después de todo, es una de las cosas que mejor sabes hacer.

Sonreí con satisfacción, mientras mis manos recorrían su pecho. —Sabes, creo que me vendría muy bien un sous-chef, ya sabes, para asegurarme de que hago mi mejor trabajo.

Edward sonrió, me rodeó con sus brazos y me besó profundamente. No se había afeitado desde que llegamos a casa el viernes por la noche, y su barba incipiente me rozaba la cara, provocándome y arañándome. Me encantaba.

—Dime dónde me quieres, chef.

~Home~

Lunes, 11 de febrero

Malibú, California

27 Semanas

—Muy bien, cariño, ya me voy.

Levanté la vista del portátil y asentí. Edward se acercó al sofá y me besó dulcemente. —¿Quedamos para almorzar?— le pregunté. Edward asintió.

—Sí, mi entrevista debería haber terminado para entonces. ¿Quieres que vaya a recogerte?—, preguntó. Negué con la cabeza.

—Nos vemos en el centro.

Edward asintió y me besó una vez más.

—De acuerdo, te amo. Nos vemos en unas horas.

Le sonreí. —Yo también te amo. Pórtate bien—. Grité mientras se dirigía hacia las escaleras. Él soltó una carcajada y yo solté una risita. Edward era el entrevistado perfecto. Nunca se salía del mensaje y siempre se las arreglaba para eludir con elegancia los temas de los que no quería hablar. Chelsea no paraba de hablar maravillas de él.

Volví a centrarme en el portátil. Anoche había recibido notas sobre mi manuscrito y desde entonces me había concentrado en ellas. Las notas no eran tan malas como había temido, aunque había partes importantes en las que tenía que trabajar.

Trabajé unas horas antes de que sonara la alarma de mi teléfono, recordándome que tenía que almorzar con Edward. Me había acostumbrado a poner un millón de alarmas y recordatorios en el teléfono. Era muy molesto, pero la mayor parte del tiempo me había servido para concentrarme en mis tareas.

Cogí mi bolso y me aseguré de que tenía todo lo que necesitaba antes de dirigirme al garaje.

Me resultaba un poco incómodo conducir, aunque aún podía hacerlo bastante bien. Aun así, sabía que tarde o temprano, probablemente no sería capaz de ponerme al volante cómodamente. La idea me decepcionó.

Navegué por el centro, sorprendida cuando llegué al restaurante antes de lo esperado. Hoy el tráfico no había sido una auténtica pesadilla.

Dejé el auto al parqueador y entré, no quería quedarme esperando a Edward. El restaurante que habíamos elegido era pequeño, pero estaba acostumbrado a ver famosos, lo que significaba que Edward y yo no seríamos gran cosa. Últimamente estaba en todas las noticias, pero no era de extrañar debido a la rueda de prensa que acababa de hacer para su última película.

Me senté a la mesa e inmediatamente un camarero me trajo un menú y agua. Le di las gracias y se marchó para dejarme tranquilamente sentada. Envié un mensaje a Edward para informarle de que había llegado temprano y me fijé en el menú. Me moría de hambre.

Estaba sopesando los pros y los contras de comer ensalada -mucho más sana, pero probablemente volvería a tener hambre en un par de horas- cuando la silla de enfrente se movió. Levanto la vista del menú y sonreí. —Si me como una ensalada ahora, ¿crees que podríamos cenar algo asquerosamente poco saludable?— pregunté, levantando la vista. Me quedé helada cuando me di cuenta de que no era Edward el que estaba al otro lado de la mesa. Era una mujer de pelo castaño claro y suaves ojos azules. Llevaba el pelo recogido en una coleta desordenada y llevaba una chaqueta vaquera sobre una camisa desteñida y unos vaqueros. Me dedicó una sonrisa tentativa y sentí que se me cortaba la respiración.

—Hola, Botón.

El corazón se me aceleró tanto que creí que iba a vomitar. Dejé caer el menú sobre la mesa y me temblaron las manos.

—¿Qué haces aquí?

Renée parecía exactamente la misma, sólo que más vieja, más desgastada. No recordaba que tuviera tantas arrugas en los ojos ni en la boca.

Se movió, parecía incómoda. —No quería sorprenderte así—, dijo en voz baja. —Es que... pasaba por aquí y te vi a través de la ventana y necesitaba aprovechar la oportunidad.

No podía respirar. Necesitaba salir de aquí, ahora. Cogí mi bolso y me puse en pie.

—Bella, espera—, dijo Renée, acercándose a mí. —No te vayas por mí. No me quedaré. Yo sólo...— hizo una pausa, sacudiendo la cabeza. —Sé que te debo una disculpa y una explicación. ¿Crees que podríamos vernos alguna vez?

No podía ni pensar. Me quedé mirándola en un silencio atónito. Renée asintió y se metió la mano en el bolsillo. Sacó una tarjeta y me la dio. —Este es mi número. Si te animas a escucharme, me encantaría que habláramos alguna vez—, me dijo apretándola contra la palma de la mano. Miré la tarjeta y luego volví a mirarla. Sonrió un poco y sus ojos se clavaron en mi estómago. —Estás preciosa, Botón— susurró. Me sonrió tímidamente antes de darse la vuelta y salir del restaurante. Estaba temblando tan fuerte que no podía respirar.

—¿Señorita?

Levanté la vista hacia el camarero, mis oídos apenas registraban el hecho de que había estado intentando hablar conmigo. ¿Cuánto tiempo llevaba aquí sentada?

—Tengo que irme—, balbuceé. Parpadeó, sorprendido. Me levanté y, mientras cogía el bolso, vi que el auto de Edward se acercaba. Salí corriendo del restaurante e impedí que Edward le entregara las llaves al parqueador. —Edward—, sollocé. Me miró, sorprendido.

—Cariño, ¿qué te pasa?—, preguntó, rodeando inmediatamente el auto. Me arrojé a sus brazos, con todo el cuerpo tembloroso. Mis sollozos brotaron de mí, meciéndonos a los dos. Edward me murmuraba, intentando sacarme una respuesta, pero yo no podía hablar. Apenas podía respirar.

—Llévame a casa—, pedí entre sollozos. Edward nos llevó al auto y me sentó en el asiento delantero. Se agachó y me cogió la cara con las manos mientras yo me sentaba en el auto.

—Nena, háblame. ¿Estás herida?—, me preguntó. Tenía los ojos desorbitados, aterrorizados. Negué con la cabeza, incapaz de pronunciar las palabras. Me miró una vez más antes de asentir y meterme en el auto. Cerró la puerta y se dio la vuelta, encendiendo inmediatamente el auto. Respiré hondo, tratando de recomponerme, pero seguía temblando. Nunca había estado tan confundida en toda mi vida.

Estaba casi completamente aturdida mientras conducíamos de vuelta a casa, con mis pensamientos girando en círculos inútiles. No podía procesar nada de lo que había pasado y me sentía vulnerable, indefensa y expuesta.

—Nena, ya estamos en casa—, dijo Edward con suavidad. Parpadeé, lo miré y asentí en silencio. Mis lágrimas se habían secado y habían dejado huellas ásperas en mis mejillas. Edward salió del auto y se acercó, tirando de mí con suavidad. Me condujo a la casa, me llevó al salón y me sentó en el sofá. —Voy a traerte agua—, dijo en voz baja. Asentí en silencio.

Edward se marchó y volvió un momento después, ofreciéndome un vaso. Lo cogí y bebí un sorbo agradecida. Cuando terminé, cogió el vaso y lo dejó sobre la mesita, mirándome de arriba abajo. Me di cuenta de que aún tenía la tarjeta en la palma de la mano y se la tendí a Edward. La cogió con curiosidad y vi cómo la leía por encima.

—Mierda—, maldijo. Me miró, y una nueva oleada de lágrimas se formó en mis ojos. —Nena, lo siento mucho—, susurró, estrechándome entre sus brazos. Me acurruqué en su pecho, con los ojos cerrados mientras las lágrimas me asaltaban.

Edward me abrazó mientras yo sollozaba hasta quedarme dormida.

~Home~

(1) Muchas mujeres, cuando se encuentran embarazadas experimentan una pérdida parcial de memoria a corto plazo conocida como amnesia del embarazo, mumnecia, o lo que los anglosajones suelen llamar placenta's brain (cerebro de placenta).


Nota de la autora: Lo sé, Renée ha vuelto y puedes apostar a que es un espectáculo de mierda a punto de ocurrir.