Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!

Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!

Gracias a mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y a Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.


Capítulo 30: Edward

Lunes, 11 de febrero

Malibú, California

27 semanas

Miré la cara manchada de lágrimas de Bella, con el corazón estrujándose de dolor y compasión por ella. No podía creer que su madre hubiera aparecido. No sabía qué había pasado, pero la tarjeta que Bella me había enseñado había sido pista suficiente.

Maldita sea.

Bella se había quedado dormida llorando y yo nos había acomodado en el sofá, acurrucándola en mis brazos.

Mi mente bullía con las posibilidades de lo que podría haber pasado. ¿Había acechado Renée a Bella hasta aquí? ¿La había amenazado o se había metido en su vida esperando que no pasara nada?

Tenía la horrible sensación de que la repentina reaparición de Renée en la vida de Bella tenía algo que ver conmigo, y la idea me hacía hervir la sangre. Sabía que era algo que Bella debía afrontar por sí misma, pero que me condenaran si la dejaba pasar por eso sola.

Bella se movió contra mí y, cerca de mi estómago, sentí que Pip pataleaba contra mí. Sonreí con tristeza y abracé a Bella con más fuerza. Habíamos llegado tan lejos en los últimos meses y me aterraba la idea de que ver a Renée pudiera suponer un enorme revés no sólo para Bella, sino también para nuestra relación.

Me acerqué a la mesita y cogí la tarjeta de Renée. Parecía una especie de joyera o algo así. La tarjeta parecía haber sido impresa en casa e incluía un número de teléfono y una dirección web.

Con cuidado de no despertar a Bella, saqué el teléfono del bolsillo. Tecleé la página web de Renée, con la respiración entrecortada.

Parecía que Renée tenía una joyería en Etsy. Sus piezas eran eclécticas y coloridas, y ninguna parecía encajar con la siguiente, aunque en general se percibía el estilo de Renée. La tienda no indicaba su sede y volví a preguntarme si Renée había venido a Los Ángeles al enterarse de que Bella estaba aquí. La idea me volvía loco. Había quedado muy claro que Charlie no era alguien que se moviera mucho, si es que lo hacía. Renée tenía que saberlo. Entonces, ¿por qué no había vuelto allá para contactar con Bella?

Apagué el teléfono y mis pensamientos se agolparon en la frustración. Era inútil que me pusiera nervioso. No iba a ser yo quien dictara cómo procedían las cosas con Renée. Eso era cosa de Bella, y yo estaría aquí para apoyarla decidiera lo que decidiera hacer.

~Home~

Al final, Bella se despertó, con los ojos desorbitados y un aspecto más cauteloso de lo que le había visto nunca. Estaba callada, aunque sus dedos acariciaban el cuello de mi camisa mientras pensaba. Sabía por algunas dificultades pasadas que era una procesadora interna, así que le di tiempo para ordenar sus pensamientos, aunque deseaba desesperadamente poder oírlos. Al cabo de unos minutos, suspiró y me acarició el cuello con la uña. Tragué saliva y sus ojos se dispararon hacia mí. Sus hermosos ojos marrones estaban inyectados en sangre y tenían los bordes rojos. La acerqué a mí todo lo que Pip nos permitió. Su mirada era abierta, vulnerable, y pude ver todo su dolor, rabia y confusión. Quería quitárselo todo, pero como sabía que no podía, intenté ofrecerle lo mejor.

Así que me callé y esperé.

Fue una de las cosas más jodidamente difíciles que jamás había hecho.

El tiempo se evaporó cuando Bella me miró, nuestros ojos se clavaron y cada pensamiento se dibujó claramente en nuestros rostros. Era jodidamente hermosa, y cuanto más la conocía, más hermosa se volvía. Me enamoré de ella cien veces más mientras la miraba fijamente, y vi brillar en sus ojos el mismo amor que ella sentía por mí. Empujaba el dolor, la herida, hasta que brillaba con él.

Exhalé un largo suspiro, la rodeé y volví a acercarla a mí. Reposó su cabeza en mi cuello y me besó el hombro, el cuello y el pecho. Parpadeé mientras le besaba la coronilla y la acunaba tiernamente contra mi corazón.

Finalmente, empezó a separarse y la miré con curiosidad. —Necesito agua—, susurró. Me incorporé y asentí. El vaso que tenía sobre la mesita aún estaba medio lleno, así que lo cogí y se lo di. Lo cogió agradecida y se la terminó. Me levanté del sofá y cogí el vaso para traerle más. Me dirigí a la cocina, con los pensamientos dándome vueltas en la cabeza. Había tantas cosas que quería decir y hacer, pero sabía que tenía que esperar a Bella. Ella era lo primero, siempre.

Le llené el vaso y cogí un tarro de almendras, sabiendo que probablemente tendría hambre. Volví al salón, donde estaba sentada en el sofá, con las piernas dobladas. Le ofrecí el vaso y lo cogió agradecida. Acerqué la mesita para que pudiera dejar el agua y le di el tarro de almendras. Me miró con ojos tiernos. Tomé el agua y la dejé sobre la mesita mientras ella abría el tarro.

Se metió una almendra en la boca, canturreó y sacudió la cabeza. —Me cuidas muy bien—, susurró. Me acomodé a su lado.

—Te amo—, le dije simplemente. Ella me sonrió, aunque se le cayó rápidamente de los ojos. Extendió la mano y me rascó suavemente la rodilla mientras se metía otra almendra en la boca. Me estaba matando por no hablar y, por suerte, Bella pareció notarlo porque suspiró.

—¿Qué hago?

Fruncí el ceño, estiré la mano y la atraje hacia mí. Ella se movió, apoyándose en mí y manteniendo el tarro de almendras en su regazo. —Puede que no sea una respuesta útil—, dije despacio. Me miró. —Pero no tienes que hacer nada—, señalé. Ella frunció el ceño y yo continué mi reflexión. —Nena, no le debes nada.

Bella bajó la mirada hacia su regazo, y pude ver cómo se le llenaban los ojos de lágrimas. —Lo sé. Sé que no le debo nada, y que, si decido que no quiero volver a verla, estoy en mi derecho—, dijo en voz baja. —Pero intenta decírselo a mi corazón.

Mi chica sonaba tan rota y confusa. La acerqué un poco más a mí y le besé la cabeza.

—Nena, estaré aquí contigo. Hagas lo que hagas con ella, estoy aquí para ti y te apoyaré al cien por cien.

Me miró, con lágrimas en las mejillas. —¿Crees que debería hablar con ella?

Fruncí el ceño, con un nudo en la garganta. Me tomé un largo momento para aclarar la mente y la garganta antes de hablar. —No puedo decirte qué hacer, cariño. No fue a mí a quien abandonó.

Bella se estremeció, con lágrimas frescas en las mejillas. —Estoy jodidamente confundida—, admitió. Asentí y me agaché para secarle suavemente los ojos.

—Lo sé, amor. No puedo ni imaginarme cómo debes de sentirte ahora.

Bella se inclinó hacia mí y suspiró con fuerza. —Me llamó Botón—, murmuró. Fruncí el ceño, mirándola. —Había olvidado que solía llamarme así, y me llamó Botón en el restaurante.

Respiré con cuidado, mi odio hacia Renée estallaba a pasos agigantados. Estaba tan furioso con ella por lo que le había hecho a Bella, por lo que seguía haciéndole. Era una completa y absoluta estupidez.

Bella me miró y se inclinó hacia delante para dejar las almendras en la mesita antes de subir a gatas y sentarse a horcajadas sobre mi regazo lo mejor que pudo. Pip se sentó entre nosotros, impidiendo que pudiera ponerse a ras de mi cuerpo. Rodeé sus caderas con las manos para mantenerla en su sitio. —Tengo que pedirte un favor—, dijo en voz baja, subiendo las manos por mi pecho hasta apoyarlas a ambos lados de mi cara. La miré, asintiendo.

—Cualquier cosa, cariño.

Suspiró un poco, sus ojos se encontraron con los míos mientras hablaba. —Necesito saber...—, hizo una pausa, sacudiendo la cabeza. —Ella necesita saber lo que me hizo. No quiero oír sus excusas, pero tiene que saber lo mucho que se equivocó—, dijo al cabo de un momento. Me tensé un poco, pero asentí, esperando a oír qué más decía. Se mordió el labio, parecía ansiosa. —Quiero reunirme con ella y...—, volvió a hacer una pausa, y yo esperé pacientemente, con el corazón latiéndome ansiosamente.

—¿Qué pasa, amor?— pregunté suavemente. Soltó un pequeño suspiro.

—¿Quieres acompañarme?

No podría haberme sorprendido más si Bella me hubiera dicho que había nacido en la Luna. —¿Quieres que vaya contigo?— pregunté con la voz ronca. Bella se mordió el labio, parecía ansiosa.

—No quiero enfrentarme a ella, no estando sola. No se merece conocer mi futuro, pero...— hizo una pausa, sacudiendo la cabeza mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Solté un largo suspiro y la abracé.

—Por supuesto, iré contigo—, le dije suavemente. Sus ojos volaron hacia los míos.

—¿No te resultará muy difícil?—, preguntó tímidamente.

Resoplé. —Nena, hay un millón de cosas que me encantaría decirle a esa mujer, pero no se trata de mí. Voy a apoyarte. No tiene nada que ver con ella.

Bella asintió, mordiéndose un poco el labio. —Sé que es mucho pedir—, susurró. Negué con la cabeza.

—No, nena. No lo es. Tú eres mi vida. No hay nada que no haría por ti.

~Home~

Miércoles, 13 de febrero

Los Ángeles, California

27 Semanas

No sabía quién estaba más tenso, si Bella o yo.

Bella había llamado a Charlie el lunes por la noche para contarle la repentina reaparición de Renée. Charlie se había quedado atónito y furioso, pero sobre todo se había preocupado por Bella. Si había alguna duda en mi mente de que Charlie Swan era un buen hombre, ahora había desaparecido. Su única preocupación era su hija.

Para sorpresa de Bella, incluso había tenido que convencerlo de que no cogiera un vuelo. No quería enfrentarse a Renée, pero necesitaba asegurarse de que su hija estaba bien. Al final, había tomado la llamada con él, molestando a Bella puesto que Charlie ya no la escuchaba. Había podido asegurarle que tenía a Bella a mi cargo, independientemente de lo que ocurriera con Renée. Me había costado hablar con él, pero al final había conseguido convencerlo de que no viniera volando. A Bella le había exasperado que habláramos de su seguridad y bienestar sin contar con ella, aunque sabía que, en cierto modo, también lo agradecía. Sabía que mi chica podía cuidar de sí misma, sin nadie más, pero no quería que sintiera que tenía que hacerlo. Ese era el puto sentido de la familia. Te cubrían las espaldas, siempre.

Bella y yo habíamos ideado un plan, y el martes Bella había enviado un mensaje a Renée. Creo que Bella esperaba que la mujer la dejara plantada de nuevo, pero Renée había aceptado. No esperábamos que Renée apareciera, pero Bella estaba de acuerdo en que, si no lo hacía, no volvería a tener nada que ver con ella. Bella había sido una montaña rusa emocional y confundida los dos últimos días. Mi niña estaba luchando profundamente.

Anoche había ido a ver a Kate y, aunque no le había hecho daño, parecía que lo que ella y Bella habían hablado le estaba dando mucho que pensar.

Habíamos decidido que un lugar de reunión privado era crucial. No queríamos traer a Renée a casa y de ninguna manera íbamos a reunirnos con ella en público, así que moví algunos hilos y alquilé una pequeña sala de conferencias en un hotel del centro. Bella y yo habíamos llegado temprano, y Bella se había preparado una taza de té mientras esperábamos a que apareciera Renée. No había podido sentarse, y su taza de té estaba a mi lado mientras ella paseaba por la pequeña sala. Yo también quería pasearme, pero sabía que Bella necesitaba que estuviera tranquilo y estable en ese momento, así que recurrí a rebotar la pierna debajo de la mesa de conferencias.

—¿Estamos haciendo lo correcto?— preguntó Bella, quizá por enésima vez. La miré. No me estaba hablando, así que no me molesté en responder. Habíamos agotado la conversación en las últimas 48 horas.

Se oyó un leve ruido en el pasillo, más allá de la habitación, y Bella se quedó inmóvil. Me levanté, me alisé la camisa y tendí la mano a Bella. Estaba temblando y sus dedos se entrelazaron con los míos. —Pase lo que pase—, le susurré. —No voy a quedarme de brazos cruzados y dejar que te vuelvan a hacer daño, ¿me oyes?

Bella asintió en silencio. Había sido mi única condición. Iría con Bella y me reuniría con Renée, pero no me quedaría de brazos cruzados y dejaría que aquella mujer hiriera a mi amor. No podía soportar esa mierda.

Bella me apretó un poco la mano, besándome la mejilla. La puerta se abrió y ambos levantamos la vista.

Renée se parecía a Bella, aunque su pelo y sus ojos eran más claros. Tenía la misma cara en forma de corazón, la misma boca llena. Renée parecía agotada, exhausta por una vida dura, tal vez, pero las similitudes entre ellas eran innegables. Cerró la puerta, sus ojos se centraron en su hija después de mirarme sorprendida una vez. Mantuve mi rostro como una máscara estoica.

La puerta se cerró con un chasquido y la tensión en la habitación aumentó un poco. Finalmente, Renée se lamió los labios. —Gracias por aceptar verme—, dijo en voz baja. Bella no dijo nada y yo carraspeé.

—¿Por favor?—, pregunté, señalando las sillas. Renée asintió y le tendí la silla a Bella para que se sentara. Renée se sentó al otro lado de la mesa mientras yo me acomodaba en la mía. Me vinieron a la cabeza los duros modales que me habían inculcado mis padres y tuve que contenerme para no esbozar una sonrisa encantadora e intentar romper la tensión. En Hollywood había tenido que usar el encanto más de una vez para suavizar situaciones tensas, pero no estaba seguro de que eso sirviera aquí. Para empezar, no me importaba tranquilizar a Renée. En lo que a mí respecta, ella merecía sentirse incómoda.

Se movió en la silla y sus ojos pasaron de Bella a mí y de nuevo a Bella antes de posarse en el estómago de Bella. —¿De cuánto estás?—, preguntó rompiendo el silencio. Bella frunció el ceño.

—Segundo trimestre—, dijo vagamente. Renée asintió en silencio. Bella respiró hondo y yo le apreté la mano para tranquilizarla. —Quiero que sepas por qué he accedido a reunirme contigo—, dijo Bella, enderezando la espalda al ver a su madre. —Me importa una mierda por qué te fuiste. No hay una sola excusa en el universo que pueda perdonar lo que has hecho y, francamente, ya no me importa.— Los ojos de Bella eran duros, y vi que Renée se estremecía, juntando las manos en su regazo mientras asentía.

Renée respiró hondo, como si luchara consigo misma por algo, antes de sacudir la cabeza y desinflarse. —Entiendo—, susurró. Los ojos de Bella se entrecerraron un poco.

—¿Qué quieres?

Renée miró a su hija. Parecía dolida, pero también pude ver en sus ojos una determinación subyacente que reconocí en Bella. Mierda, las dos mujeres se parecían mucho. —Sé que no hay disculpa que pueda ofrecer que sea suficiente, nada que pueda hacer o decir que pueda hacer retroceder los últimos diecisiete años—. Hizo una pausa, sacudiendo la cabeza mientras se le llenaban los ojos de lágrimas. —No merezco tu paciencia, tu comprensión ni tu perdón—, suspiró, volviendo a mirar a Bella. —Pero tienes que saber que sólo porque fui demasiado débil y egoísta y tuve miedo de no ser la persona que necesitabas que fuera, nunca dejé de quererte.

La mano de Bella estrangulaba la mía, y me acerqué a ella, intentando calmarla. Tomó aire, parpadeando con fuerza para ahuyentar las lágrimas. —¿Por qué demonios has esperado diecisiete años para intentar decirme eso?—, exigió Bella con voz plana y dura. Renée se estremeció y volvió a mirar hacia la mesa.

—Cuando yo...—, hizo una pausa y miró a Bella. —Cuando me fui, era un desastre. Me metí con la gente equivocada y entré en una espiral. Me sentía culpable por haberlos abandonado a Charlie y a ti, pero también aliviada porque por fin me sentía libre. Había estado tan atrapada y no sabía cómo salir de esa sensación, excepto huyendo—, suspiró. —Al principio, me mantuve alejada porque quería fingir que los últimos ocho años de mi vida no habían ocurrido. Era más fácil que afrontar la culpa de lo que había hecho—, admitió, haciendo que Bella se estremeciera. —Luego, me alejé porque estaba en una espiral descendente. Conocí a un chico y me metí en su mundo de drogas y alcohol. Me quitó la vergüenza y lo ansiaba—. Parpadeó con fuerza, sin mirarnos a ninguno de los dos. La mano de Bella saltó un poco entre las mías y le pasé el pulgar por el dorso, tratando de tranquilizarla. —Por fin, hace unos cuatro años, conseguí desintoxicarme—, continuó Renée. Metió la mano en el bolso y sacó una página rota de una revista. Reconocí el artículo y Bella se quedó paralizada, con los ojos fijos en la foto del centro de la página. Había una rara foto de Bella con un grupo de niños gitanos. Todos sonreían mientras dos niños le hacían trenzas a Bella. —Me di cuenta de que habías seguido adelante y de que estabas haciendo algo por ti misma—. Renée negó con la cabeza. —Eras incluso mejor que yo en esta vida que intentaba vivir. Estaba tan orgullosa de ti y tan avergonzada de mí misma—, suspiró, sacudiendo la cabeza. —He seguido tu carrera. Has hecho cosas increíbles, Botón—. Bella se estremeció; sus ojos se llenaron de lágrimas. —Eres mejor que yo, en todos los sentidos. Y me di cuenta de que, aunque estaba limpia y por fin dispuesta a enfrentarme a mi pasado, tú ya no me necesitabas.

Miré a Renée. Tenía lágrimas cayendo por sus mejillas mientras miraba la foto de Bella. La página parecía desgastada, y había un puñado de agujeros en la parte superior donde, posiblemente, ella la había clavado con tachuelas innumerables veces.

—¿Por qué ahora? —le pregunté. Renée me miró con ojos apenados.

—Sabía que Bella estaba en Los Ángeles porque vi que estaba contigo—, dijo al cabo de un momento. —No pensaba acercarme a ella, la verdad, pero cuando la vi en el restaurante...—, hizo una pausa y negó con la cabeza. —Sé que no merezco nada de ti más que tu resentimiento, pero sólo necesitaba que supieras que incluso en mi momento más bajo, no hubo un momento en que dejara de amarte, de desearte la mejor vida que pudieras tener. No habrías tenido eso conmigo. Lo sabía, incluso entonces.

Bella parpadeó y unas lágrimas cayeron por sus mejillas. Estudié a Renée. Tenía que reconocer que su dolor y su vergüenza parecían auténticos. No nos había pedido nada, no había intentado suponer que iba a ser capaz de introducirse en nuestras vidas. Parecía más que nada, como si quisiera desaparecer de nuevo.

—¿Y ahora qué?— preguntó Bella después de un largo momento. Renée la miró. —¿Qué creías que conseguirías con esto?

Renée parpadeó. —No sabía lo que conseguiría—, dijo en voz baja. —Sólo supe al verte que te merecías la verdad, por fea y dolorosa que fuera.

Bella tragó saliva. Parecía que iba a desmoronarse en cualquier momento. Necesitaba terminar con esta reunión.

—¿Qué es lo que quiere?— le pregunté. Renée me miró. Parecía un poco vacía.

—Nada—, dijo negando con la cabeza. —Quiero decir, yo...— hizo una pausa, mirando a Bella. —No tengo derecho a pedir nada.

Asentí, contento de que lo entendiera, carajo. La mano de Bella agarraba la mía con tanta fuerza que sentí que empezaba a perder sensibilidad en los dedos.

Renée me miró, luego a Bella. —Gracias por reunirte conmigo y escucharme—. Recogió el artículo, lo dobló con cuidado y se lo metió en el bolso. Miré a Bella. Sabía que necesitaría tiempo para ordenar sus pensamientos, así que le apreté suavemente la mano.

—Permítame acompañarla parte del camino—, le dije a Renée. Parecía sorprendida y Bella me miró con el ceño fruncido. Me incliné hacia ella y le besé suavemente la frente. Me soltó la mano y me levanté.

Renée miró a Bella una vez más y le dedicó una sonrisa cansada y tentativa. Bella le devolvió la mirada estoicamente. Renée asintió, decepcionada pero no sorprendida. La conduje hacia la puerta, dejando a Bella con sus pensamientos. Estábamos en la última planta del hotel y al menos podría acompañarla al ascensor en privado. Pero no bajaría con ella al vestíbulo.

—Gracias—, dijo en voz baja mientras caminábamos por el pasillo alfombrado. La miré sorprendido. —Veo que la cuidas bien, que te preocupas por ella. Me alegro de que alguien pueda hacerlo—, susurró. La fulminé con la mirada.

—Renée, no voy a endulzarle las cosas—, dije en voz baja. —Lo que le hizo a Bella la jodió. Ha necesitado mucho tiempo, paciencia y sacrificio para superar lo que le hizo, y cuando apareció de la nada en su vida, me enojé muchísimo.

Renée se estremeció, pero asintió comprensiva. —No busco nada de ella—, dijo rápidamente, negando con la cabeza. La fulminé con la mirada.

—Puede que usted haya madurado y cambiado respecto a lo que piensa que era antes, pero lo que oí ahí dentro fue a una mujer ensimismada que intentaba culpabilizar a su hija para que la perdonara.

Renée dio un paso atrás y me miró sorprendida. —No, eso no es...

Sacudí la cabeza. —Me importa una mierda. Ojalá pudiera escucharla con tanta paciencia como Bella lo hizo, pero he visto de primera mano el daño que le ha hecho. No le ha preguntado ni una puta cosa sobre ella, no ha intentado saber nada de ella. Ella es la persona más increíble que he conocido y es a pesar de usted.

Los ojos de Renée se llenaron de lágrimas. —No pretendía que todo girara en torno a mí—, susurró. Suspiré y me pasé una mano por el pelo.

—Dele espacio, Renée. No voy a influir en ella. Va a tomar una decisión por sí misma—, le dije. Los hombros de Renée se hundieron un poco, no sabría decir si de alivio o de derrota. La estudié un momento, debatiendo mis próximas palabras. —Creo que no hace falta que le diga qué pasará si intenta utilizar a Bella para cualquier cosa—, dije con tono sombrío. Renée me miró.

—Yo no lo haría—, dijo rápidamente. Negué con la cabeza.

—No haga promesas que no pueda cumplir —gruñí. Cerró la boca y respiró hondo. Finalmente, asintió.

—No volveré a ponerme en contacto con ella—, dijo por fin. —Si quiere hablar conmigo, estaré aquí, pero... -hizo una pausa y echó un vistazo al pasillo. —Está claro que ya no me necesita.

No me opuse. Una parte de Bella probablemente siempre necesitaría a su madre, pero Renée tenía razón. Bella estaba aprendiendo a curarse del daño que Renée le había infligido, y definitivamente no necesitaba más de ese drama en su vida.

Llegó el ascensor y Renée entró, volviéndose para mirarme una vez más. —Cuida de ella—, me pidió en voz baja.

—Mejor que nadie—, le dije con frialdad. Renée asintió con la cabeza, con la mirada perdida mientras se cerraban las puertas del ascensor. Dejé escapar un suspiro, con el cuerpo todavía agitado y enfadado. Probablemente me había excedido al hablarle así, pero no podía dejar pasar lo que había dicho y hecho. Tenía que saberlo.

Me di la vuelta y volví al pasillo. Bella seguía sentada a la mesa, aunque tenía las manos alrededor del estómago y una suave v en medio de la frente mientras fruncía el ceño pensativa. —¿Nena?— pregunté, cerrando la puerta. Me miró y me sorprendió ver que tenía los ojos secos.

Se levantó de la mesa y me rodeó con los brazos. Parpadeé sorprendido, pero rápidamente la rodeé con mis propios brazos y la abracé contra mí. —Te amo mucho, Edward —susurró contra mi pecho. Sonreí un poco y le di un beso en la cabeza.

—Yo también te amo, Bella.

Se apartó, mirándome y sonriendo un poco. —¿Podemos irnos a casa?

Asentí, frotando mi mano sobre su espalda. —Por supuesto, nena.

Ella asintió, me soltó y recogió su bolso de la mesa. Se volvió hacia mí y deslizó su mano por la mía. Me pregunté qué estaría pasando por su cabeza. No parecía disgustada ni enfadada. Parecía... en paz.

La conduje fuera de la sala de conferencias hasta el ascensor y pulsé el botón de llamada. La miré un par de veces, pero tenía la mirada perdida mientras con la otra mano frotaba a Pip. ¿En qué estaría pensando?

Subimos al ascensor cuando llegó, y Bella permaneció en silencio.

De hecho, no dijo nada hasta que estábamos casi en casa. —¿Cuánto la amenazaste?

Me estremecí. —Lo siento, cariño. No la amenacé, no realmente—, dije mirándola nerviosamente. No parecía enfadada, y esperé a estar en un semáforo en rojo para mirarla de verdad.

—No, pero estoy segura de que tenías mucho más que decirle—, dijo suavemente. Solté un suspiro.

—Lo siento—, dije al cabo de un minuto. —Sabía que no debería haber dicho nada. Me pasé totalmente de la raya, yo sólo...— Mis manos apretaron el volante mientras pensaba en Renée. —No soy capaz de perdonarla por ninguna de sus estupideces—, dije en voz baja.

Bella extendió la mano y me apartó suavemente la derecha del volante. Entrelazó sus dedos con los míos y volví a mirarla.

—Lo sé, cariño. No pasa nada—, dijo con suavidad, llevándose la mano a la boca para besarme los nudillos con delicadeza. —Sinceramente, no estoy enfadada. Hay tantas cosas que debería saber, pero no estoy en condiciones de decírselas—. Suspiró, recostándose en su asiento, con sus dedos aún enrollados alrededor de mi mano derecha. —No sabía qué esperaba que dijera. No es nada que no sospechara ya en algún momento—, dijo después de un largo momento. Volví a mirarla. No había tenido en cuenta el lado adictivo de la personalidad de Renée, aunque, en retrospectiva, no me sorprendió tanto. Bella tenía algunos rasgos de personalidad adictiva que estaba segura de haber heredado de su madre, aunque las pequeñas adicciones de Bella se inclinaban hacia el chocolate y una marca particular de agua con gas, más que hacia las drogas y el alcohol.

—Por si se me olvida mencionarlo—, dijo Bella, girando la cabeza para mirarme. La miré mientras me acercaba a otro semáforo. —Gracias, por venir conmigo, por enfrentarte a ella, por defenderme—. Ella negó con la cabeza, sus manos apretando las mías. —Sé que ha sido duro. Pero gracias por tu apoyo.

Exhalé un largo suspiro. —Nena, siempre estoy aquí para apoyarte—, le dije con dulzura. Ella asintió, inclinándose para besarme la mano de nuevo.

—Lo sé—, susurró. Sonreí un poco, sin apartar los ojos de la carretera.

Llegamos a la puerta principal y accioné el mando a distancia. Miré a Bella, que nos miraba las manos. Me pregunté en qué estaría pensando, aunque su rostro parecía tranquilo, así que no podía imaginar que estuviera pensando en Renée.

Entramos en el garaje y salimos del coche. Cuando entramos en la casa, Bella suspiró. —Creo que voy a dar un paseo—, dijo, mirando el agua por la ventana—. Asentí con la cabeza.

—¿Quieres compañía?

Me miró y tomó aire. —Quiero pensar—, dijo al cabo de un momento. Asentí, comprendiendo. Se puso de puntillas e instintivamente me agaché para recibirla y me dio un dulce beso en la comisura de los labios. —Volveré dentro de un rato—, dijo suavemente. Asentí y la vi bajar las escaleras. Me pasé una mano por el pelo, ansioso y frustrado. No podía imaginarme por lo que estaría pasando Bella.

Demasiado impaciente para quedarme sentado, bajé a nuestra habitación, me puse la ropa de gimnasia y me dirigí a la sala de ejercicios. Empecé en la cinta, queriendo estirar los músculos con una carrera de calentamiento.

Me puse a un ritmo agotador, forzando mi cuerpo para intentar despejar la mente. Estaba muy enfadado con Renée, y sabía que no tenía derecho a estarlo. No era a mí a quien había herido, abandonado y defraudado. Sabía que no debía apropiarme así de los sentimientos de Bella, pero no podía evitarlo. Renée podía estar sobria, pero era tan egoísta como siempre la había imaginado y me preocupaba que, si Bella la dejaba volver a su vida, a mi chica le volverían a romper el corazón.

La idea me aterrorizaba.

Empujé en la cinta de correr hasta que los pulmones se me tensaron y las piernas me ardían. Cuando sentí que iba a desmayarme, reduje la velocidad, trotando hasta que pude detenerme. Me incliné hacia delante, apoyando las manos en las barras y respirando con dificultad. Quería proteger a Bella con todo lo que era, y me resultaba imposible afrontar la realidad de saber que había cosas de las que no podía salvarla.

Mi mente vagó brevemente hacia Pip. Habría cosas de las que tampoco podría salvar a Pip, y ese pensamiento casi me provocó un ataque de pánico. Me aparté de la cinta y me llevé una mano al pelo, con las piernas todavía temblorosas. Me senté en un banco y apoyé la cabeza en las palmas de las manos. ¿De qué servía si no podía proteger a mi familia?

Me levanté del banco para levantar unas pesas. Tenía las piernas agotadas, pero necesitaba desgastar todo mi ser, sobre todo mi mente. Empujé hasta que supe que estaba cerca de mi límite, con todo el cuerpo cada vez más fatigado. El dolor me ayudó a centrar un poco la mente, lo suficiente al menos para despejarla durante uno o dos minutos.

Cuando terminé, me quité la camiseta y me limpié la frente con ella. Estaba asqueroso y necesitaba una ducha inmediatamente.

Decidí utilizar el baño conectado a la sala de ejercicios, entré y abrí la ducha inmediatamente, quitándome las zapatillas, los pantalones cortos y el bóxer. Me metí bajo el agua caliente y gemí al sentirla contra mis músculos cansados.

La puerta de la ducha se abrió y las manos de Bella me rodearon el pecho, apretando su cuerpo contra mi espalda antes de que pudiera darme la vuelta. Me agaché y mis manos cubrieron ligeramente las suyas mientras ella me recorría el torso con los dedos. —Hola, nena. ¿Qué tal el paseo? — pregunté, tratando de mantener mi voz ligera. Suspiró y me dio un beso en la espalda antes de girarme para mirarla. Carajo, era tan hermosa. Llevaba su largo cabello retirado de la cara y los cambios que había hecho su cuerpo para adaptarse a Pip eran extraordinarios. Mis ojos recorrieron su cuerpo, admirando sus curvas, antes de posarse en sus ojos. Fruncí el ceño cuando vi que tenía los ojos enrojecidos. Había estado llorando.

—Oh, amor—, suspiré, atrayéndola hacia mis brazos. Ella se acercó de buena gana, apretando su cara contra mi pecho.

—Tenía muchas cosas en qué pensar—, susurró suavemente. Sentí que se me apretaba el corazón.

—Por supuesto—, dije en voz baja. —Nena, sabes que no tienes que tomar ninguna decisión de inmediato, ¿verdad? Tienes todo el tiempo que quieras—, le dije frotándole la espalda. Respiró hondo y sentí cómo me recorría el pecho al soltar el aire.

—Lo sé. Sólo...—, hizo una pausa, sacudiendo la cabeza. —Sólo lo estoy procesando— dijo finalmente. Asentí y le di un beso en la cabeza. Cerró las manos en pequeños puños contra mi espalda y me arañó la piel con las uñas. La sensación me puso la piel de gallina. —Edward, ¿estás bien?— preguntó, mirándome. Me moví, incapaz de mirarla de inmediato.

—Estoy bien, nena—, dije encogiéndome de hombros. Me soltó y llevó las manos a mi cara, las puso a ambos lados de la cabeza y me obligó a mirarla.

—Cariño, no lo estás—, me dijo suavemente. —Casi te matas haciendo ejercicio.

Fruncí el ceño. ¿Me había estado observando?

—Es que...— hice una pausa, inseguro de cuánto debía decirle. Me miró con esos malditos ojos grandes y prácticamente pude verla suplicándome que me abriera a ella. Dejé escapar un suspiro. —Nena, tengo miedo. Quiero protegerte y sé que hay cosas de las que no podré hacerlo y eso me aterra. Luego pienso en Pip y en cuánta mierda habrá de la que no pueda protegerlo y es demasiado—. Tragué con fuerza. —Si no puedo proteger a mi familia, ¿para qué mierda sirvo?

Bella sacudió la cabeza antes de que terminara de hablar. —Cariño, ¿de qué estás hablando? Tú nos proteges mejor que nadie—, dijo en voz baja.

Cerré los ojos, intentando que no se me saltaran las lágrimas. —No es suficiente.

Bella me besó el pecho y luego se acercó para besarme el cuello. —Lo es todo, Edward.

Me estremecí y la abracé con fuerza. —Lo siento—, dije tras un largo momento. —Estoy haciendo que esto sea sobre mí y no lo es. Todo esto debería girar en torno a ti.

Bella negó con la cabeza. —No, cariño. Se trata de los dos—. Respiró entrecortadamente. —No puedo perdonarla—. Dijo después de un momento. —Tal vez deba hacerlo, y tal vez sería bueno para mí o no sé qué diablos, pero tienes razón. Tengo que protegerme—, los ojos de Bella se llenaron de lágrimas. —Ojalá pudiera confiar en ella, pero la verdad es que hace años que no es mi madre. Ahora tengo a Sue y a Esme. Con eso me basta.

La miré fijamente con el corazón latiéndome dolorosamente en el pecho. —¿Estás segura?

Bella asintió. —Yo también quiero proteger a nuestra familia—, dijo en voz baja. —Aunque eso signifique protegernos de Renée.

Pude ver las lágrimas brotar de los ojos de Bella. Por mucho que pensara que era la decisión correcta, seguía sin ser una decisión fácil de tomar. Podía verlo en su cara. Me agaché y la besé con ternura, deseando que supiera que estaba con ella en todo esto. Me rodeó el cuello con los brazos y su cuerpo se pegó al mío. Permanecimos bajo el agua caliente unos minutos, abrazados, dando tanto consuelo como recibiendo.


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