Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!

Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!

Gracias a mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y a Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.


Capítulo 31: Bella

Domingo, 24 de febrero

Los Ángeles, California

29 semanas

—¡Estás increíble!— susurró Alice; su tono era casi reverente mientras me examinaba. La miré en el espejo con ansiedad.

—¿Estás segura?— pregunté, incapaz de mirarme todavía. La expresión de Alice cambió y me fulminó con la mirada.

—Por favor, como si fuera a dejar que tuvieras otro aspecto que no fuera la perfección. Especialmente esta noche—, me miró arqueando una ceja y yo asentí, respirando hondo. Miré mi propio reflejo y me quedé boquiabierta. Alice me había encontrado el vestido perfecto. Era largo, de color rojo intenso, con mangas largas y escote al hombro. Era ceñido para que Pip se luciera y, lo mejor de todo, era lo bastante largo para cubrirme los pies y permitirme llevar zapatos planos. Ya no podía llevar tacones.

Últimamente me sentía enorme y completamente hinchada, pero unas horas en el spa, seguidas de un poco de la magia de Alice, y no podía negar que me sentía hermosa.

Me di la vuelta, con los ojos hinchados de lágrimas. —¡No, no llores!— dijo Makenna, adelantándose y sacando un pañuelo de su delantal. Sonreí mientras me limpiaba los ojos.

—Gracias—, le dije. Makenna era amiga de Alice y una de las mejores maquilladoras y peluqueras que podría haber pedido. Hacía horas que había venido con su equipo y, aunque habían tardado una eternidad, no podía negar que habían hecho un trabajo excepcional. Makenna se apartó su pelo fucsia de los ojos y me dedicó una sonrisa radiante.

—Estás increíble. En serio, la próxima vez que nos necesites, no lo dudes. Fue una gran paleta con la que trabajar—, dijo extendiendo la mano y dándome unas palmaditas. Me sonrojé un poco y asentí.

—Kens, muchas gracias por tu ayuda—, dijo Alice volviéndose hacia ella. Makenna asintió.

—Por supuesto, cariño. Cuando quieras—. Se giró hacia su enorme bolso y me devolvió la mirada. —Terminamos con tu cabello, que es perfecto, así que no lo toques—, dijo apuntándome con una larga uña verde metálica. Asentí con rigidez, intentando no mover demasiado la cabeza. Ella sonrió y levantó la mano para lanzarnos besos a Alice y a mí. —Que lo pasen muy bien. Nos vemos pronto, nenas.

La saludé con la mano mientras se despedía. Sus ayudantes entraron para llevarse el resto de su equipo y les di las gracias mientras se marchaban. Me volví hacia Alice.

—¿Segura que no parezco demasiado embarazada?— le pregunté. Alice negó con la cabeza.

—Estás estupenda. De verdad. Vas a hacer como Blake Lively en la alfombra y todo el mundo se va a morir por eso.

Fruncí el ceño. No estaba segura de qué significaba eso, pero confiaba en Alice. Volví a mirar al espejo y suspiré. Las últimas semanas habían sido una locura. Después de que Edward y yo nos reuniéramos con Renée, había decidido que no podía volver a lidiar con ella en mi vida. Le había enviado un mensaje de texto una vez, haciéndole saber que había escuchado lo que tenía que decirme, pero que necesitaba espacio. Después de su mensaje de respuesta de «Entiendo», no habíamos vuelto a hablar en lo absoluto. Aunque me lo esperaba, una parte de mí se sintió decepcionada de que Renée volviera a renunciar a mí tan fácilmente. Supongo que una parte de mí esperaba que luchara un poco más, que insistiera en conocer a su hija y futuro nieto. No lo hizo y, como siempre había hecho, Renée se marchó.

Había estado bastante emotiva, aunque sabía que era la decisión correcta para mí y mi familia. Había estado dándole muchas vueltas a si había tomado la decisión correcta o no, y ni siquiera las nuevas conversaciones con Kate me habían ayudado a aclarar las ideas.

Por si fuera poco, Edward había sido nominado al Oscar por su interpretación en el drama de época que su madre había asesorado. Me sentía muy orgullosa de él y, aunque se mostraba humilde, sabía que significaba mucho para él.

Al parecer, Alice había estado trabajando sin descanso con diseñadores -incluso antes de saber que necesitaría un vestido- para conseguir el look perfecto para el embarazo. Había estado entrando y saliendo de pruebas las últimas semanas y, aunque seguía creciendo y cambiando, por fin habían dado con una talla y un estilo que me sentaban bien.

—¿Recuerdas quién hizo el vestido?— preguntó Alice, mirándome fijamente. Parpadeé.

—¿John? — pregunté incapaz de recordar el resto del nombre. Alice resopló.

—Galliano. John Galliano.

Asentí intentando memorizar el nombre. —Bien, lo recordaré—, le prometí. Llevaba todo el día diciéndolo y aún no lo había conseguido, así que dudaba que lo recordara más tarde, pero confiaba en que Edward estaría allí para cubrirme si metía la pata. Siempre podríamos echarle la culpa al cerebro de placenta.

—De acuerdo. Estás lista, así que vamos a llevarte arriba—, dijo, señalando la puerta. Fruncí el ceño.

—Sé subir escaleras—, le dije.

Ella negó con la cabeza. —Tengo que alzar la cola del vestido. Quiero asegurarme de que no se ensucie ni se arrugue—, explicó. Resoplé, pero asentí.

Salimos de mi habitación y subimos las escaleras, donde sabía que Edward me esperaba. Estaba ansiosa por que me viera. Había estado lejos de él todo el día.

Llegamos al rellano y solté un suspiro ansioso. Edward estaba de pie en el salón, de espaldas a mí, mirando el océano. Al oír mi suspiro, se dio la vuelta dejándome con la respiración entrecortada. Siempre estaba guapísimo, de verdad, pero hoy estaba insondablemente magnífico. Su esmoquin se ajustaba perfectamente a su figura y el equipo de Makenna le había arreglado el pelo. Su aspecto era realmente perfecto, y sentí que Pip empezaba a dar patadas como reacción al tartamudeo de mi corazón.

El rostro de Edward parecía devoto mientras me observaba. —Nena, pareces…—, negó con la cabeza mientras sus palabras se apagaban. Mis ojos se llenaron de lágrimas y Alice sacó un pañuelo, empujándolo hacia mí antes de que mis lágrimas pudieran caer.

—Para, no hagas que se emocione. Este look tiene que durar—, siseó Alice. Edward cruzó la habitación mientras yo soltaba una pequeña carcajada, cogiendo el pañuelo y limpiándome delicadamente los ojos.

—Me emociono por todo—, le gruñí a Alice. Ella puso los ojos en blanco.

—Pues anímate, caramelito. Puedes llorar cuando él gane, pero sólo de manera bonita. Deja el llanto feo para el viaje de regreso en limusina—, dijo sonriendo a Edward. Él se encogió de hombros, sonrojándose un poco.

—No sabemos si ganaré—, protestó. —Me enfrento a unos actores realmente increíbles.

—Sí, y ellos también. No te subestimes, Edward—, le reprendió Alice. Él le sonrió un poco antes de volver a centrar su atención en mí.

—Pareces un cuadro renacentista hecho realidad—, dijo Edward en voz baja. —Tan hermosa que es casi inimaginable.

Mis lágrimas volvieron a brotar y Alice gruñó. —¡No, detente! Ni siquiera va a llegar a la limusina en este estado.

Solté una carcajada acuosa, secándome los ojos. —Intentaré contener las lágrimas—, le prometí. Arqueó una ceja y vi que le brillaban los ojos de diversión.

—Canaliza, Bella, eres la bruja más perra, esta noche. ¿De acuerdo?

Me reí, asentí y doblé el pañuelo. Tenía la sensación de que lo necesitaría varias veces antes de llegar al auto.

—¿Estás lista para irnos?— preguntó Edward, suavemente. Asentí, mirándolo de arriba abajo.

—Sí, vamos.

Alice sujetó la cola del vestido mientras subíamos el último tramo de escaleras y, una vez arriba, Edward me pasó el brazo por el suyo mientras me guiaba fuera, donde nos esperaba la limusina.

—Gracias, otra vez Alice—, le dije mirándola. Ella asintió mientras me ayudaba a subir a la limusina, asegurándose de que el vestido estaba bien colocado.

—Por supuesto, B. Que lo pasen genial, y Edward—, lo detuvo fuera de la limusina. —Será mejor que oiga un agradecimiento a la más increíble diseñadora de vestuario con la que has trabajado en tu discurso de aceptación—, le dijo golpeándole el pecho. Él se rio.

—Ya lo creo.

Alice sonrió y lo rodeó con los brazos, apretándolo rápidamente antes de dejarlo subir a la limusina detrás de mí. —¡Que se diviertan! Estaré vigilando de cerca, ¡así que no arruguen ni manchen ese vestido durante el camino!—, gritó mientras cerraba la puerta. Me reí cuando nos sonrió a través de los cristales tintados. Se alejó de la limusina y se dirigió hacia su auto. Edward se volvió hacia mí cuando la limusina se puso en marcha.

—Ey—, murmuró. Sonreí con satisfacción.

—Ey, cariño—. Me incliné hacia él y lo besé suavemente. Intenté detenerme, ya que Alice se daría cuenta de que se me había corrido el carmín.

—Estás increíble—, dijo Edward cuando me separé de él. —No puedo recuperar el aliento mirándote.

Sonreí y extendí la mano por su solapa sedosa. —Estás... — Hice una pausa, tratando de encontrar las palabras adecuadas. —Perfectamente delicioso—. Me lamí los labios y Edward gimió.

—Nena, no me mires así o te verás definitivamente arrugada y manchada cuando salgamos del auto delante de todas esas cámaras—, me amenazó. Me reí entre dientes y le froté el pecho una vez más antes de soltarlo.

—¿Cómo te sientes?— le pregunté. Soltó un largo suspiro.

—No sé—, dijo al cabo de un momento. —Quiero decir, estoy emocionado, ansioso y tratando de no hacerme ilusiones. Es mi primera nominación y creo que no debería esperar ganar en mi primera vez. Es un honor que me tengan en cuenta. Me enfrento a hombres que llevan actuando más tiempo que yo—. Sacudió la cabeza. —Lo quiero, pero estoy tratando de no estar demasiado enfocado en quererlo al mismo tiempo—, admitió. Extendí la mano y la enlacé con la suya.

—Oye, no te subestimes. Hay una razón por la que estás nominado con todos los que están ahí también—, dije en voz baja. —Eres un actor increíble, y puede que esos hombres tengan más años de experiencia, pero has demostrado que eres lo bastante bueno como para estar a su altura. Tienes una larga e increíble carrera por delante. No puedo ni imaginar cuántas veces más serás nominado para este honor.

Edward me apretó la mano y se inclinó sobre mí, besándome la comisura de los labios para evitar mi carmín. —Me alegro mucho de que estés aquí conmigo—, susurró.

Sonreí. —No hay ningún otro sitio en el que preferiría estar—, le dije con sinceridad. Edward pareció un poco sorprendido y yo sonreí, inclinándome para besarlo de nuevo. —Lo digo en serio, cariño. Ningún lugar del mundo al que haya ido se compara con el tiempo que he pasado contigo. Podría tener mil años para recorrer este mundo, y nada que pudiera hacer sola podría significar más para mí que lo que estamos haciendo juntos.

Edward parpadeó y noté lágrimas en sus ojos. Sonreí un poco y le tendí el pañuelo. Se rio, aceptándolo.

—Siento que ya he ganado todo lo que la vida podía ofrecerme—, dijo suavemente. Sonreí y volví a besarlo. Se apretó contra mí y sentí que empezaba a perderme en la sensación de sus labios sobre los míos, en su olor, limpio, mentolado y un poco picante. Se apartó justo cuando estaba a punto de tirar por la ventana todas las advertencias de Alice. Sonrió, levantó la mano y me rozó el labio inferior.

—Creo que te manché—, dijo suavemente. Negué con la cabeza, lamiéndome el labio y, de paso, su pulgar. Sus ojos se oscurecieron.

—Me importa una mierda—, susurré. Edward exhaló con fuerza por la nariz.

—Quizá no tengamos que ir—, dijo lentamente. Parpadeé y sacudí la cabeza, aclarando mis pensamientos.

—No, definitivamente tenemos que ir. Aunque no creyera que vas a ganar, debemos ir para apoyar a los demás, ¿no?

Edward asintió, sonriendo y acercándose para frotar un pulgar por mi mejilla. —Tienes toda la razón—, dijo suavemente. —Y sería imperdonable que el mundo nunca llegara a verte con este aspecto—, dijo, sus ojos recorriéndome. Parpadeé y negué con la cabeza.

—Para, ya estoy excitada y mi autocontrol es prácticamente inexistente estos días—, resoplé. Edward soltó una risita y me besó los nudillos antes de asentir y apartarse un poco de mí. No sirvió de nada. Seguía deseándolo.

—¿Cómo va tu edición?

Lo miré. Llevaba varias semanas trabajando en la edición de mi manuscrito. Por desgracia, la combinación de Pip, que no me dejaba dormir, y mi memoria y concentración fugaces me obligaban a trabajar a horas aleatorias, normalmente hasta altas horas de la noche. Sabía que Edward me echaba de menos, pero tenía que trabajar mientras tuviera algún tipo de energía o claridad mental estos días.

Suspiré. —Bien—, dije encogiéndome de hombros. —Creo que casi he terminado. Anoche avancé una buena parte.

Anoche intenté subir al despacho, pero veinte minutos en la silla y la espalda me estaba matando. Al final, acabé bajando el portátil al sofá. Edward me había encontrado profunda, con el portátil sin batería, sobre las cinco de la mañana.

—Me muero de ganas de seguir leyendo—, me dijo con dulzura. Le sonreí. Había tenido una paciencia increíble para leerlo. Sabía que quería leerlo todo, pero hasta ahora sólo le había dejado ver un capítulo. Por alguna razón, me daba vergüenza dejarlo ver más. Me sentía cohibida, y no sabía de dónde venía eso.

—Pronto—, le prometí. Sonrió y asintió en señal de comprensión. —¿Has hablado con tu madre?— le pregunté. Esme nos había llamado un par de veces en las últimas semanas. Sabíamos que quería hablar de su próximo año como profesora en el extranjero, pero habíamos estado tan ocupados que aún no habíamos podido sentarnos a charlar con ella.

—Le envié un mensaje—, dijo sacudiendo la cabeza. —Le hice saber que hemos estado muy ocupados. Lo entiende, pero quiere que vayamos a cenar pronto.

Asentí. —Me encantaría—, le dije. Sonrió.

—Le dije que nos citara esta semana. Así que eligió mañana.

Me reí. —De acuerdo, mañana por la noche.

Edward sonrió. Últimamente Edward ha estado hablando con Jane sobre su agenda. Quería tener la agenda despejada los primeros meses tras el nacimiento de Pip, pero Jane insistió en que Edward tuviera en cuenta el rodaje de una película en otoño. Se iba a rodar en Los Ángeles, y como parecía que el viaje sería mínimo, Edward aceptó. Intentábamos mantener los días alrededor de Navidad abiertos para poder viajar a ver a Esme y Carlisle a Inglaterra. Me sentía un poco culpable por no estar con papá en Navidad, pero cuando lo había llamado para hablar de ello, había calmado mis preocupaciones. En lugar de pasar las fiestas juntos, Edward y yo prometimos ir a Forks para Acción de Gracias. Me hacía ilusión que Edward conociera la pequeña ciudad en el que me había criado, aunque sabía que probablemente nunca se acostumbrarían a tener a una celebridad entre ellos. Probablemente no serían unas vacaciones para Edward, pero se portó muy bien y prometió que no le importaría, siempre y cuando pudiera estar con su familia.

—¿Se sabe algo de la película del año que viene?—, le pregunté mirándole. Edward negó con la cabeza.

—Jane está esperando noticias sobre la negociación del contrato. Pero parece optimista—, dijo encogiéndose de hombros. Si el contrato se daba y Edward firmaba, probablemente estaríamos en Gales el año que viene por estas fechas. Me moría de ganas.

Edward y yo habíamos estado investigando últimamente y decidí que probablemente lo mejor sería contratar a una niñera para que me ayudara con Pip. No es que Edward no pensara estar presente, pero mientras estuviéramos de viaje, ambos esperábamos trabajar casi a tiempo completo, y yo sabía que necesitaría ayuda para saber cómo trabajar y viajar con Pip. Ya habíamos empezado a aceptar currículos, pero hasta ahora nadie nos había llamado la atención.

—Tal vez podríamos buscar una au pair (1)—, sugerí. Edward me miró.

—¿Para Pip?

Asentí. —Podría ser una gran experiencia. Algún chico o chica tendrá la oportunidad de viajar gratis y si hablan un idioma diferente, pueden empezar a exponer a Pip a eso— señalé.

Edward se encogió de hombros. —Estoy abierto a eso—, dijo después de un momento. Sonreí.

La limusina avanzó y miré por la ventanilla. No habíamos tardado mucho en llegar a Los Ángeles, pero las colas habían sido ridículas. Sin embargo, parecía que por fin estábamos a punto bajarnos. Edward enderezó la espalda y me miró. —¿Estás lista?— Me preguntó. Asentí y me incorporé cuando la limusina se detuvo. Un empleado abrió la puerta y Edward salió, arreglándose el esmoquin antes de entrar en el auto para tenderme la mano. Se la di y, en cuanto salí de la limusina, me quedé ciega. Las cámaras parpadeaban desde todos los ángulos y yo parpadeé un par de veces. Había estado intentando entrenar mi cara relajada para que siempre estuviera sonriente, porque si no, tenía una cara de zorra en reposo.

Edward enlazó su mano con la mía y sentí que unos asistentes me arreglaban la cola del vestido antes de que empezáramos a caminar. —No puedo creer lo luminoso que es—, murmuré. Edward me miró y asintió.

—Lo sé. No hay nada mejor—, susurró.

Solté una carcajada y él me sonrió. —Bueno, guíame, superestrella.

Edward me llevó por la alfombra roja, parando donde nos indicaban para hacernos fotos. A lo largo de la alfombra roja había diferentes medios de comunicación y entretenimiento con los que Edward me explicó que tendríamos que parar y charlar. Yo pensaba quedarme en un segundo plano y dejar que Edward hablara. Al fin y al cabo, se trataba de él.

Nos detuvimos ante el primer periodista, que sonrió y estrechó la mano de Edward. Los dientes del periodista eran tan blancos que resultaban inquietantes. Se volvió hacia mí y no pude evitar darme cuenta de que se parecía un poco a un muñeco Ken. Tenía las mejillas enrojecidas y brillantes, el pelo peinado como un casco sobre la cabeza. —Edward, me alegro mucho de verte—, dijo en voz alta. —Y a la escurridiza Bella—, se volvió hacia mí. ¿Escurridiza? —Los dos están increíbles esta noche.

Le sonreí automáticamente mientras Edward hablaba. —Gracias.

El periodista se volvió hacia Edward. Le hizo varias preguntas sobre su nominación y la película que lo había llevado hasta allí. Edward respondió a la perfección. Fue encantador, claro y humilde. Era increíble.

Finalmente, el periodista se volvió hacia mí. —Bella, todos nos morimos por saberlo, ¿a quién luces esta noche?

Me aclaré la garganta. —John Galliano—, dije deseando haber recordado correctamente el nombre de aquel sujeto. El periodista sonrió.

—Qué vestido tan impresionante ha diseñado para ti.

Sonreí. —¡Gracias! Es difícil seguirle el ritmo a este de aquí—, dije dándole un codazo a Edward. El periodista rio y Edward negó con la cabeza.

—¿Se sabe algo de la fecha de parto de tu bebé?

Edward se adelantó y me rodeó con un brazo mientras negaba con la cabeza.

—A mediados de junio—, mintió. El reportero asintió con la cabeza, extasiado por la información. Edward, Chelsea y yo habíamos hablado y decidido engañar a la prensa sobre mi fecha de parto. Sería más fácil para nosotros cuando me pusiera de parto si nadie sabía lo que me esperaba.

Nos despedimos del periodista antes de seguir por la alfombra. Fue jodidamente agotador y duró una eternidad. Probablemente habría sido más entretenido si supiera quiénes eran la mayoría de las personas que me rodeaban. Tal y como estaban las cosas, sólo reconocía a un famoso si era lo bastante mayor como para haber actuado en películas que yo hubiera visto de pequeña. No conocía a ninguna de las caras nuevas de Hollywood, ni siquiera después de llevar meses aquí.

Edward era encantador y manejaba las entrevistas sin esfuerzo. Me di cuenta de que un buen puñado de periodistas se apresuraban a formularle las preguntas a Edward e intentaban hablar conmigo. Probablemente porque me había mostrado esquiva, o no sé qué demonios.

Si hubiera querido hablar con la maldita prensa, lo habría hecho.

Siguiendo las instrucciones de Chelsea y Tanya, hablé de mi libro cuando me preguntaron por él. No lo mencioné, pero algunos medios me preguntaron y hablé encantada. Al principio tenía mis dudas, pensaba que me estaba aprovechando de Edward para promocionar mi libro, pero habíamos hablado de ello y Edward me había animado a aprovechar la oportunidad. Tanya me dijo que, aunque ni siquiera habíamos terminado la edición, el interés por el libro era grande. Predijo que las preventas serían feroces cuando por fin estuviera disponible.

Por fin terminamos las entrevistas y nos dirigimos a nuestras sillas. Edward, al ser una estrella nominada, tenía unos asientos increíbles. Nos sentamos cerca de su coprotagonista, que estaba nominado a mejor actor secundario. Aunque había estado muy bien en la película, Edward lo había eclipsado.

Nos sentamos y unas cuantas personas sentadas delante de nosotros se giraron para charlar con Edward. No sabía sus nombres, aunque sus caras me resultaban un poco familiares. No sabía si era porque conocía su trabajo o porque los había visto recientemente por Los Ángeles.

Me sorprendió ver lo cómodo que se sentía Edward charlando con la gente en ese ambiente. Era extrovertido y sabía que le gustaba hablar con la gente, pero en público siempre se mostraba muy cauto. Aquí, con sus colegas, estaba relajado y feliz de hablar con todo el mundo. Era otra faceta suya.

Muchas de esas personas también querían hablar conmigo, lo que me sorprendió. La pareja que teníamos delante, a la que Edward había presentado simplemente como Peter y Charlotte, estaba interesada en saber más sobre mí. Pasé un rato hablando con Charlotte sobre mi trabajo, que parecía interesarle mucho. Era tranquila y sorprendentemente realista. No sabía si era actriz, música o lo que fuera, pero enseguida me cayó bien.

Su marido Peter, al parecer, era director. Al menos, eso es lo que deduje de su conversación con Edward.

Charlamos todos hasta que pareció que iba a empezar la entrega de premios y Peter y Charlotte se dieron la vuelta. Miré a Edward, sonriéndole. Él respiró hondo y entrelazó sus dedos con los míos.

—Te amo—, le susurré. Él me sonrió, inclinándose para besar el costado de mi cabeza.

—Yo también te amo.

~Home~

La entrega de premios duró un tiempo sorprendentemente largo. Fue entretenido, claro, pero maldición. Estaba tan ansiosa de que llegara la categoría de Edward. Ganara o perdiera, sólo quería que su categoría terminara para poder relajarme.

Edward me apretó un poco la mano y se rio mientras me besaba la mejilla. —Cariño, cálmate—, dijo suavemente. Gruñí.

—No puedo—, dije mirándolo. Sonrió y me besó, esta vez acercándose más a mi boca. Qué no daría por besarlo de verdad, carajo.

—Creo que estás más ansiosa que yo—, dijo suavemente. Resoplé. Probablemente lo estaba.

—No ayuda que Pip no deje de darme patadas—, dije negando con la cabeza. La mano de Edward abandonó la mía y bajó por mi estómago. Pip le dio una patada en la palma y él sonrió, besándome el hombro. Mantuvo la mano en mi estómago mientras Pip pataleaba. Probablemente Pip estaba tan activo porque yo estaba muy nerviosa, pero de ninguna manera iba a poder calmarme, no hasta que supiera si Edward había ganado o no.

Finalmente, llegó el momento de premiar su categoría. Sentí que mis manos se retorcían en mi regazo, y la mano de Edward viajó desde mi estómago hasta mis manos. Relajé el agarre y tomé su mano entre las mías. Deseaba tanto esto para él.

Los presentadores leyeron los nombres de los actores nominados, y me mordí el labio, ansiosa, a medida que iban enumerando a los impresionantes hombres. Rayos, estaba muy reñido.

El momento en que se abrió el sobre fue demasiado largo. Sentí que mi respiración se detenía mientras esperaba, con el corazón alojado en la garganta. Edward me apretó la mano y lo miré. Parecía tranquilo, incluso resignado. Abrí la boca para decirle algo, pero no salió nada. No tenía ni idea de qué decir.

La actriz que tenía el sobre se inclinó hacia delante, con una sonrisa en los labios mientras se aclaraba la garganta.

Me volví hacia Edward. —Te amo—, me atraganté. Él sonrió mientras me apretaba las manos.

—Te amo—, me susurró.

—¡Edward Cullen!

Mi cabeza giró hacia el escenario tan rápido que recibí un latigazo. Edward tiró de mis manos y le devolví la mirada. —¡Ganaste!—, dije atónita. Sonrió y me puse en pie de inmediato, tirando de él para darle un beso abrasador. Sonrió contra mis labios.

—Tengo que ir a dar un discurso, cariño—, dijo suavemente. Las lágrimas corrían por mis mejillas y asentí con la cabeza, apartándome y quitándole una mancha de carmín de la boca.

—¡Ve, te amo! No te olvides de Alice—, le dije mientras salía al pasillo. Se rio mientras se dirigía al escenario. Me senté y todo el mundo a mi alrededor me tendía la mano, dándome sus felicitaciones. Apenas los oía, pues me concentraba en Edward.

Edward subió al podio, besó a la actriz en la mejilla y abrazó al otro actor antes de aceptar la pequeña estatuilla dorada. Se acercó al micrófono y soltó un suspiro, sonriendo. —Hay tanta gente a la que tengo agradecer por esto, tanta gente que ha trabajado día y noche para hacer esto posible para mí—. Empezó por sus padres, antes de enumerar a la gente de la película, dando las gracias al director y a los guionistas, a sus compañeros actores, así como al equipo. —Un gran agradecimiento al increíble talento del equipo de vestuario, dirigido por una de las mejores modistas de esta ciudad, Alice Brandon. Le debo mucho profesionalmente por ayudarme a meterme en el personaje con sus increíbles trajes, pero le debo aún más personalmente por haberme presentado al amor de mi vida, la que pronto será la madre de mi hijo—, sacudió la cabeza y sus ojos se posaron en mí. —Bella, mi amor, esto y todo lo que hago es por ti. Por nuestra familia. Te amo.

Estaba hecha un puto desastre. El pañuelo que Alice me había dado estaba completamente destrozado con maquillaje por todas partes. Incluso con la mierda impermeable de Makenna, de alguna manera me las arreglaba para llorar lo suficiente como para hacerlo correr. Intentaba mantener las apariencias, pero no podía controlarme.

Edward bajó del escenario y, en cuanto estuvo cerca, lo abracé. Me rodeó con sus brazos, besándome profundamente mientras Pip pataleaba furiosamente entre nosotros.

—Estoy tan orgullosa de ti—, susurré cuando por fin nos separamos. —Eres tan increíble—, suspiré, sabiendo muy bien que mis lágrimas corrían por mis mejillas. Edward sonrió y se inclinó para darme otro beso en los labios.

—Te amo, Bella Swan.

~Home~

(1) Au Pair es un programa de intercambio cultural que brinda la posibilidad de pasar un tiempo en el extranjero, aprender sobre una cultura diferente y mejorar las habilidades en un idioma a cambio del cuidado de niños y pequeñas tareas domésticas. El término "Au Pair" viene del francés y significa "a la par", lo que quiere decir que la Familia Anfitriona y el Au Pair se tratan como iguales.