Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!
Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!
Gracias a mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y a Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.
Capítulo 33: Bella
Miércoles, 15 de mayo
Malibú, California
40 semanas
La fecha de parto de Pip ya había pasado y no había señales de trabajo de parto. Claro, la fecha de parto de Pip había sido técnicamente hace sólo un par de días, pero yo estaba jodidamente cansada de estar embarazada. Me dolía todo, no dormía, estaba de muy mal humor y, para colmo, mi deseo sexual era tan bajo que hacía semanas que no estaba con Edward. Era molesto, porque una parte de mí, que siempre lo había deseado, seguía ahí, pero mi cuerpo lo había apagado por completo. Era suficiente para subirme por las putas paredes.
Habíamos estado en contacto con la Dra. Pierce, que nos había asegurado que las fechas de parto no eran nada definitivo. Teníamos que ser pacientes y seguir controlando. Me dijo que, si Pip se quedaba mucho tiempo, inducirían el parto. Por lo que a mí respecta, un minuto después de la fecha de parto ya era demasiado.
Para colmo, había estado bajo vigilancia las 24 horas. Cuando Edward no podía estar en casa conmigo, uno de nuestros amigos o sus padres venían. Los amo a todos por preocuparse, pero me estaba volviendo loca sin ningún tipo de tiempo a solas.
Edward se había ido esta mañana a una reunión, aunque tenía que volver en la siguiente media hora o algo así. Antes de irse, Rose había venido a estar conmigo. De nuestros amigos, Rose era la que menos me molestaba, así que no me importaba pasar la mañana con ella. Se sentó al piano de Edward a componer mientras yo intentaba trabajar en el salón o en el despacho. Me daba espacio y se lo agradecía eternamente.
Hoy había decidido hacer ejercicio en el patio. Hacía calor y era un día primaveral absolutamente precioso. Había terminado mis ediciones y se las había devuelto a Tanya hacía un tiempo, así que técnicamente no tenía mucho que hacer para mi libro, pero Tanya me había animado a empezar a escribir un esbozo para un segundo libro. Se había abierto la preventa, que había sido un éxito para mi primer libro. Tanya ya sabía que habría demanda para otro libro.
Me asomé al patio, me estiré bajo el cálido sol y suspiré profundamente. Era un día espléndido para estar con el portátil.
Bajé la pantalla, lo dejé a un lado y volví a estirarme, respirando hondo. Estaba tan jodidamente cansada estos días. Rara vez encontraba una postura que me reconfortara.
Sentí que me adormecía en la soleada tarde y pronto me dormí profundamente. Necesitaba desesperadamente un sueño pesado y sin sueños, y no me desperté hasta que sentí un dolor sordo.
Parpadeé contra la luz brillante, insegura de qué me había despertado exactamente. Me senté en el sillón reclinable, frotándome los ojos y bostezando. El eco del dolor me retumbaba en la parte baja de la espalda y fruncí el ceño. ¿Habría sido una contracción?
Me levanté del sillón y llevé el portátil al interior. Rose estaba al piano, escribiendo furiosamente en su cuaderno. Me miró cuando entré en el salón. —¿Cómo va todo?—, preguntó.
Negué con la cabeza. —Creo que acabo de tener una contracción—, dije lentamente. Rose pareció sorprendida.
—¿Ah?—. Parpadeó un par de veces y luego asintió. —Bien, ¿qué necesitas?
Sacudí la cabeza. —Creo que tengo que cronometrarlas. Tengo que esperar a que se acerquen para ir al hospital.
Rose asintió. —De acuerdo, ¿cuándo ocurrio?
Me encogí de hombros. —¿Tal vez cinco minutos?
Asintió y pasó a una nueva página de su cuaderno, anotándolo. —Avísame cuando haya otra—, dijo en voz baja. Asentí con la cabeza. Aunque sólo había sido una contracción, y en realidad no estaba segura de que hubiera sido una en lo absoluto, me sentía cada vez más ansiosa, la realidad de que dentro de unos días podría estar conociendo a Pip -teniéndolo en brazos por primera vez- se apoderaba de mí.
Mierda, iba a ser madre.
Me senté en el sofá, sacudiendo la cabeza. —¿Te importa si enciendo la tele?— le pregunté a Rose. Negó con la cabeza y se levantó. —¿Quieres agua o algo?
Asentí y se metió en la cocina mientras yo encendía la tele. Cambié de canal, buscando algo que me distrajera, cuando pusieron una de las películas de acción de Edward. Estaba a la mitad, y aunque la acción no me interesaba mucho, me encantaba verlo, así que la dejé encendida.
Rose salió con una botella de agua para mí, y la recibí agradecida. Se acomodó en el sofá cerca de mí y cogió un par de agujas de tejer. Estábamos a punto de terminar la manta del bebé, a la espera de que María, la amiga de Alice, la uniera. Aunque habíamos terminado la manta, todo el mundo se había aficionado a tejer y ahora, cuando estábamos sentados en el salón, eso era lo que normalmente hacíamos. Emmett había empezado a hacer gorritos de bebé para Pip, y los tejedores más avanzados de nuestro grupo de amigos se habían unido a él. Yo seguía con los cuadritos, pero Rose había estado aprendiendo a hacer gorritos y escarpines, así que en eso había estado trabajando.
La televisión era sólo ruido y hacía poco por distraerme. Mi mente no dejaba de pensar en Pip y oscilaba entre el pánico y el alivio por estar tan cerca del final del embarazo.
Una media hora después de la primera contracción, vino otra. Duró unos treinta segundos y no fue tan dolorosa, aunque desde luego no fue cómoda. Sabía que aún estaba en las primeras fases, pero era un alivio que mi cuerpo pareciera querer aliviarme el dolor, en lugar de meterme de lleno en él.
Rose notó la contracción y me sonrió. Solté un largo suspiro y le devolví la sonrisa. Aún me quedaba un largo camino por recorrer.
Edward llegó a casa unos diez minutos después de mi segunda contracción. Vino inmediatamente al salón y le sonreí. —Hola cariño, ¿qué tal la reunión?
Rose me miró. Sabía que no soltaría que había empezado a tener contracciones, por suerte, porque tenía la sensación de que Edward podría sobreactuar, aunque probablemente aún faltaban horas para que tuviera que ir al hospital.
—Estuvo bien—, dijo encogiéndose de hombros. —Gales será el año que viene.
Sonreí cuando se inclinó para besarme antes de sentarse en el sofá a mi lado.
—Estupendo. Será genial pasar un tiempo en Gales—, dije frotándome el estómago. Asintió con la cabeza. Sabía que estaba entusiasmado con el proyecto. Iba a ser un reto para él como actor, pero eso le encantaba.
Dirigió su atención al televisor e hizo una mueca cuando se dio cuenta de lo que estábamos viendo. Solté una risita y le besé la barbilla. Sabía que me gustaba ver sus películas cuando él no estaba. Me hacía sentir como si al menos estuviera cerca.
—¿Cómo van las cosas por aquí?—, preguntó mirándome. Me encogí de hombros.
—Bien—, dije, sin apartar los ojos del televisor. Pude ver que me miraba con el rabillo del ojo, pero no lo miré, así que asintió y se acomodó en el sofá a mi lado. Se quedó callado mientras veíamos la película y yo sabía que debía contarle lo de las contracciones, pero, sinceramente, me daba un poco de miedo hablar de ellas. No estaba preparada para hablar de ellas.
Al final, me vino otra y me estremecí, intentando contar mentalmente cuánto duraba. Esta vez duró unos treinta y cinco segundos. Edward se movió a mi lado y se incorporó, con los ojos muy abiertos. —¿Qué ha sido eso?
Le miré mientras el dolor de las contracciones volvía a disminuir. —¿Qué?
Los ojos de Edward se clavaron en mí. —¿Estás de parto? —Se le quebró la voz y negué con la cabeza.
—No. He tenido tres contracciones, pero aún están muy separadas— le dije. Prácticamente se le salieron los ojos de las órbitas y se puso en pie.
—¡Carajo, Bella!, ¿por qué no me lo dijiste? Mierda, tenemos que recoger nuestras cosas. ¿Has llamado a la doctora Pierce?—, se tiraba del pelo y parecía dispuesto a correr en círculos. Gruñí y me senté hacia delante, tirándole de la camisa para que se centrara.
—Cariño, cálmate. Mis contracciones son cada media hora. Recuerda que esta parte puede durar horas—. En realidad, había leído en alguna parte que esta parte podía durar días, y ese conocimiento casi me había provocado un ataque de pánico en toda regla.
Edward me miró frenéticamente y Rose intervino. —Tiene razón, Edward. Tú mismo me dijiste que en este momento debería quedarse en casa y aguantar las contracciones. Todavía falta mucho para que tengan que ir al hospital.
Edward la fulminó con la mirada, pero ella tenía razón. Edward había investigado tanto que sabía más que cualquiera de nosotros.
Volvió a pasarse una mano por el pelo, con cara de impotencia.
—Cariño, siéntate. Te prometo que te avisaré de mis futuras contracciones. Puedes cronometrarlas y grabarlas si quieres—, le dije. Resopló y volvió a sentarse a mi lado.
—¿Por qué no me lo dijiste cuando llegué a casa? — Me encogí de hombros culpable.
—No quería que te asustaras—, dije en voz baja. No estaba preparada para afrontar lo que significaban las contracciones.
Pero no iba a decírselo.
Edward soltó otro ruido estrangulado y se recostó contra el sofá. Le sonreí y me acurruqué contra su pecho. Sus brazos me rodearon automáticamente y me besó la cabeza. Ahora estaba entrando en pánico, pero aún nos quedaban unas putas horas.
~Home~
—¡Mierda, mierda, mierda, mierda!
Edward me miraba impotente mientras yo daba vueltas por la habitación del hospital. Nos habíamos quedado en casa todo el tiempo posible, e incluso había conseguido echarme otra siesta, aunque había sido interrumpida por las contracciones. Rose nos había dejado poco después de que Edward volviera a casa, haciéndonos prometer que mantendríamos a todo el mundo informado. Prometió encargarse de avisar a nuestros amigos de que había empezado el parto, lo cual fue estupendo, porque aunque sabía que querían saberlo, no quería ser yo quien se los dijera.
Edward y yo nos quedamos en casa esperando a que las contracciones fueran más seguidas. Finalmente, a las diez, subimos a la habitación de invitados, en la parte superior de la casa. No queríamos arriesgarnos a que bajara las escaleras y tuviera que volver a subir cuando empezara el trabajo de parto.
La habitación de invitados era bastante agradable, pero no era la nuestra y, aunque últimamente no había dormido mucho en nuestra cama, casi no dormía en ella.
Finalmente, hacia la una de la madrugada, renunciamos a quedarnos en casa y fuimos al hospital. Las contracciones habían empezado a empeorar y me cabreaba saber que ni siquiera era lo peor que iba a pasar.
Me llevaron a una habitación privada donde tuve que esperar más contracciones. Me indicaron que caminara todo lo posible para aliviar las molestias.
No me había servido de nada.
—¿Qué puedo...?— Edward empezó. Lo fulminé con la mirada.
—No. No puedes hacer nada—, gruñí. Asintió abatido. Sé que le angustiaba verme así, pero ahora no podía concentrarme en él. Mi pánico aumentaba con cada contracción y, para ser sincera, sentía que la mitad de mi energía se iba en mantener a Pip dentro de mí.
No estaba preparada para ser madre.
Llamaron a la puerta y levanté la vista para ver a Esme asomando la cabeza en la habitación. —Bella, cariño, ¿cómo estás?
Intenté no hacer una mueca ni gritarle. —Aguantando—, gruñí. Esme asintió comprensiva.
—Por lo que he visto, parece que tu trabajo de parto ha ido relativamente bien—, dijo en voz baja. —Yo estuve en labor con Edward durante casi quince horas —dijo lanzándole una mirada. Él hizo un gesto de dolor y Esme sonrió un poco. Gemí y sacudí la cabeza.
—A la mierda—, jadeé mientras otra contracción me golpeaba. Hice una mueca de dolor, disculpándome por haber dicho palabrotas delante de Esme, pero ella me apartó.
—Tendrías que haberme oído cuando estaba de parto —dijo riendo entre dientes. —Creo que los médicos y las enfermeras aprendieron de mí toda una nueva serie de palabrotas.
Me reí, a mi pesar, y Edward pareció sorprendido. Se volvió hacia él e inclinó la cabeza.
—Cielo, tu padre está intentando localizarnos un poco de café. ¿Le ayudas a traerlo?
Edward se puso en pie, comprendiendo claramente a Esme. Me miró y yo asentí para que se marchara. Sonrió un poco y salió de la habitación. Esme se volvió hacia mí. —Amo a mi hijo, más que a nada en la vida, pero hay algunas cosas en las que creo que no debería estar—, dijo con suavidad. La miré con el ceño fruncido.
—¿Qué quieres decir?
Esme sonrió y se acercó para frotarme la espalda mientras me apoyaba en la cama del hospital. —Sólo quiero saber cómo estás. Ver cómo estás realmente.
La miré sorprendida. ¿Cómo lo sabía?
Se me secó la boca y negué con la cabeza, tragando saliva. —Estoy bien—, balbuceé. Esme suspiró y volvió a frotarme la espalda.
—Cuando estaba de parto, tuve un colapso total y absoluto -dijo sacudiendo la cabeza. La miré sorprendida. —No estaba preparada para ser madre, no quería enfrentarme al siguiente capítulo de mi vida. Me gustaban las cosas como habían sido, y aunque ya amaba a Edward, una gran parte de mí deseaba no haberme quedado embarazada— Suspiró. —Nunca me he arrepentido de tener a mi hijo. Es todo mi mundo y tenerlo salvó mi matrimonio. Carlisle es mi mejor amigo, pero sin Edward, nos habríamos desviado demasiado hacia nuestras propias vidas, nuestras propias carreras—, hizo una pausa. —Cuando estaba donde tú estás ahora, me quedaba petrificada.
Asentí en silencio. Petrificada apenas lo definía. Esme sonrió y volvió a frotarme la espalda. Era suave, y aunque Edward había intentado frotarme la espalda antes, había algo en el tacto de una madre que calmaba el alma.
—Estoy aterrorizada, demonios—, murmuré. —Mi madre fue como un remedo, y yo soy un desastre de ser humano. Es un puto milagro que siga viva, porque he tomado algunas decisiones muy cuestionables en la vida—, resoplé, sacudiendo la cabeza. Esme siguió frotándome la espalda con suavidad. —¿Cómo se supone que voy a guiar a otra persona por la vida cuando apenas puedo cuidar de mí misma?
Esme sonrió un poco. —Bella, cariño, rara vez hay una persona en este mundo que esté preparada para ser padre o madre. Incluso si hubiera tenido otro hijo después de Edward, no habría estado preparada para ello—. Frunció el ceño. —Mi madre fue ama de casa toda su vida. Nunca tuvo un trabajo formal, tenía una educación mínima y creía que su papel en la vida era ser un ama de casa. Actualmente, cuida de los que puede. Es todo lo que sabe, y es lo que nos enseñó a mi hermana y a mí -dijo con dulzura. Fruncí el ceño. —A pesar de las limitaciones de mi madre, tanto mi hermana como yo tuvimos vidas extraordinarias. Hemos crecido a partir de las lecciones que ella nos enseñó, para bien o para mal, y hemos hecho algo más—. Sonrió un poco y me apartó el pelo de la cara. —Tú, cielo, eres una mujer extraordinaria, y ya has crecido mucho más allá de las limitaciones de tu madre y de las lecciones que te enseñó.
Me escocían las lágrimas y tragué saliva.
—Me presiono mucho para ser mejor que Renée, para ser suficiente para Pip—, susurré, con las lágrimas quemándome los ojos. Esme sonrió y volvió a frotarme la espalda.
—Date mérito, cielo. Eres mucho más de lo que crees.
Hice una pausa cuando otra contracción se abalanzó sobre mí y cerré los ojos. Esme siguió frotándome la espalda, lo que me ayudó a soportar el dolor.
Cuando pasó, respiré hondo y volví a mirar a Esme. Me sonrió, con sus ojos verdes llenos de amor y ternura. Parecía imposible que aquella mujer formidable que me había hecho pedazos cuando nos conocimos pudiera ofrecerme tanto amor ahora. Se me llenaron los ojos de lágrimas al mirarla y estiré la mano para coger la suya. Sonrió y me apretó los dedos con suavidad.
—Cielo, todos estamos aquí para ti.
Tragué saliva y asentí con la cabeza. No sabía qué había hecho para merecer a gente tan extraordinaria en mi vida, pero fuera lo que fuese, estaba agradecida por ello. No podía imaginar mi vida sin su amor y su apoyo.
~Home~
—Muy bien, Bella. ¿Estás lista para empezar a pujar?
Maldita sea. Me parecía que llevaba horas preparada. Asentí a la Dra. Pierce, que se volvió hacia su equipo. Edward me apretó la mano y lo miré. Había vuelto a la habitación después de mi conversación con Esme y me había disculpado por haberle gritado. Se había mostrado amable y me había disculpado fácilmente.
La Dra. Pierce me indicó que empujara, e hice lo que me dijo. El dolor era jodidamente cegador, y el esfuerzo que me costó pujar, a pesar de que llevaba tiempo sintiendo que necesitaba hacerlo, fue inmenso. La Dra. Pierce me hizo relajarme y respiré hondo.
—Eres jodidamente increíble, nena—, susurró Edward. Gruñí.
—Lo sé—, solté. Sonrió y me besó la frente sudorosa. Quise sonreír, pero llegó el momento de pujar de nuevo.
Tuvieron que pasar casi cuarenta minutos hasta que Pip empezó a coronar. —¡Demonios, Pip!— grité cuando la Dra. Pierce me dijo que necesitaríamos otro par de pujos para sacar a Pip. Las enfermeras se rieron e incluso la doctora parecía divertida. Edward se rio y volvió a besarme la frente mientras yo pujaba otra vez.
Pude sentir cómo Pip me abandonaba y todo mi cuerpo se desinfló. Santo cielo.
Me recosté, con el corazón acelerado mientras esperaba a que alguien hablara. Edward me besó la frente y la doctora Pierce dejó escapar un suave suspiro cuando un pequeño llanto rompió el silencio de la habitación. Las lágrimas brotaron de mis ojos inesperadamente y levanté la vista para ver a Edward mirando hacia las enfermeras con asombro. —Edward, ¿quieres cortar el cordón?
Edward se apartó de mi lado para mirar a Pip. Cortó el cordón umbilical con los ojos muy abiertos, separando a Pip de mí.
—Bella, Edward—, dijo suavemente la doctora Pierce, mirándonos con una sonrisa mientras ponía a Pip en brazos de Edward. —Saluden a su hija.
Edward recibió a Pip, sus ojos enormes mientras la miraba. No podía ver mucho de ella, aunque podía ver que tenía un enorme mechón de pelo cobrizo. Su piel era cerosa y pálida, y cuando Edward se volvió hacia mí, la expresión de su rostro hizo que se me cortara la respiración.
Acercó a Pip hacia mí y la bajó para ponerla en mis brazos. Me temblaban las manos mientras la miraba. Estaba arrugada, lloraba y era tan jodidamente perfecta que el corazón me retumbaba. Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras miraba a Pip.
—Bella, tienes que alumbrar la placenta—, dijo la doctora Pierce en voz baja. Dejé de mirarla y asentí mientras Edward alzaba a Pip. Una enfermera vino a buscarla para limpiarla y revisarla mientras la Dra. Pierce me ayudaba en el alumbramiento. Gracias a Dios, no me dolió, y el proceso duró sólo unos minutos.
Edward volvió con Pip y la colocó de nuevo en mis brazos. Inmediatamente empezó a acurrucarse contra mi pecho y la Dra. Pierce sonrió.
—Adelante, intenta darle pecho—, me dijo. La miré sorprendida, pero asentí con la cabeza y me desabroché la bata. Atraje a Pip hacia mí y, al cabo de unos minutos, se agarró a mi pecho y mamó tranquilamente. Se me saltaban las lágrimas mientras la miraba. Era tan pequeña y tan perfecta. Su piel empezaba a rellenarse y a suavizarse y era igualita a Edward. Lo miré y él sonrió, inclinándose para besarme suavemente.
—¿Han elegido un nombre para ella?—, preguntó la enfermera con suavidad. Edward asintió. Apenas podía apartar la mirada de ella.
—Pippa Alexandria Cullen—, le dijo Edward a la enfermera. Se me llenaron los ojos de lágrimas al oír su nombre. Mi Pip era jodidamente real.
La doctora Pierce hizo un ruido suave y la miré a través de las lágrimas. Nos sonreía mientras ella y otra enfermera ayudaban a limpiarme. Me dolía todo el cuerpo y estaba agotada, pero me daba igual. Cada gramo de dolor había merecido la pena.
—¡Gracias!—, le dije temblando. Ella sonrió y me dio unas palmaditas suaves en la pierna.
—Bella, has estado tremenda. Me alegro de conocer por fin a Pip—, dijo suavemente.
Volví a mirar a Pip y negué con la cabeza, hipnotizada por ella.
—Debería ir a contárselo a todos—, dijo Edward suavemente, inclinándose para besarme el pelo. Le miré y asentí.
—Sí, ve.
Edward salió de la habitación y yo me tomé mi tiempo, volviendo a mirar a Pip. —Hola, cariño—, le susurré. Todavía tenía los ojos cerrados, pero inclinó un poco la cabeza al oír mi voz. —Te prometo que voy a hacerlo bien, a ser mejor. Por ti.
Se contoneó un poco contra mí, su mano subió y golpeó ligeramente mi pecho mientras seguía mamando. Sonreí y levanté la mano para cogerla. Aún tenía los dedos enroscados y la miré, asombrada de lo pequeña que era.
La puerta se abrió y levanté la vista para ver a Edward que volvía a entrar. Me sonrió mientras volvía a mi lado.
—Mamá está a punto de derribar las paredes para ver a Pip—, dijo en voz baja. Sonreí y asentí. Las enfermeras limpiaron la habitación y empezaron a desalojar. La Dra. Pierce nos dio el visto bueno para traer a la familia a la habitación y, poco después, Esme irrumpía silenciosamente por la puerta.
—¡Oh, cielos!—, estaba emocionada, adulando a Pip. Había dejado de mamar y yo había intentado hacerla eructar suavemente. Ahora estaba acurrucada contra mi pecho, haciendo ruiditos y respirando contra mí. Sonreí a Esme.
—¿Te gustaría alzar a tu nieta? — le pregunté. Esme rompió a llorar y asintió. Le pasé a Pip y ella la tomó en brazos.
—Oh, Pippa—, suspiró, arrullando a mi hija. Carlisle miró por encima de los hombros de Esme, con lágrimas en los ojos. Me sonrió y extendió la mano para frotarme el hombro con suavidad.
—Gracias, Bella —dijo en voz baja. Les sonreí a los dos, disfrutando de verlos adorar a su nieta.
La puerta se abrió y levanté la vista, sorprendida. Edward y yo habíamos acordado que nuestros amigos tendrían que esperar hasta que la familia hubiera entrado y vuelto a salir.
Se me cortó la respiración cuando vi entrar a papá y a Sue. —¡Papá!— dije incorporándome un poco. Él sonrió mientras se acercaba a mi lado.
—Hola, niña—, dijo suavemente, extendiendo la mano para darme un suave abrazo. Lo abracé con cansancio. Olía como siempre, y su aroma me tranquilizó.
—¿Qué haces aquí? —pregunté con los ojos empañados por las lágrimas. Sonrió al separarse de mí.
—Edward llamó cuando viniste al hospital anoche.
Miré a Edward, que sonreía suavemente. Volví a mirar a papá, con lágrimas quemándome los ojos.
—Gracias por venir con tan poca antelación—, dije, con la voz entrecortada por las lágrimas. Papá sonrió y me apretó el brazo un poco torpemente.
—Lo teníamos planeado desde hace tiempo, Bells. Sólo esperábamos la señal.
Miré a Edward, sintiendo que mi corazón triplicaba su tamaño por el amor que sentía por él. —Gracias—, le susurré. Sonrió y se sentó a mi lado en la cama, rodeándome con un brazo y besándome la sien.
Papá se volvió hacia Carlisle, que sostenía a Pip. —¿Así que esta es ella?— preguntó papá, con la voz gruesa. Sonreí.
—Pippa Alexandria—, le dije. Papá me miró y sonrió satisfecho.
—Pip—, dijo asintiendo. Sonreí.
—Pip.
Carlisle se volvió hacia papá y le ofreció a Pip. Papá la tomó en brazos con suavidad, parecía mucho más tierno de lo que yo estaba acostumbrada a verlo. Le sonrió, toda su cara se iluminó.
—Se parece a ti, Bells—, dijo en voz baja. Negué con la cabeza.
—Se parece a Edward—, protesté. Papá negó con la cabeza.
—No, Bells. Puede que tenga su color, pero es toda tú.
Sonreí un poco y Edward soltó una risita, besándome la sien de nuevo. —Gracias a Dios por eso—, susurró. Puse los ojos en blanco, sonriendo un poco. Nos volvimos hacia papá mientras Sue se acercaba y nos abrazaba a los dos. Se giró para sostener a Pip, mirando a su nueva nieta. Pasara lo que pasara, Sue sería la abuela de Pip, igual que se había convertido en mi madre.
Nuestros padres se quedaron un rato más antes de acomodar a Pip en el moisés que le habían traído. Se fueron y entraron nuestros amigos. Tanya lloraba, para mi sorpresa, mientras abrazaba a Pip.
—Hola, cariño—, dijo entre lágrimas. —Tú y yo vamos a hacer muchas travesuras juntas—, susurró. Sonreí a mi mejor amiga y negué con la cabeza.
—¿Te dijo Edward su segundo nombre?— le pregunté. Tanya me miró y negó con la cabeza. —Alexandria.
Los ojos de Tanya se abrieron de par en par y más lágrimas cayeron por sus mejillas. —¿En serio?—, graznó. Asentí con la cabeza. Tanya miró a Pip, con una sonrisa radiante. —¿Oíste, Pip? Tenemos el mismo segundo nombre. Eso significa que haremos muchas más travesuras juntas—, dijo con dulzura. Me reí.
—Esperemos a que al menos hable para enseñarle a meterse en líos—, dije suavemente. Tanya me guiñó un ojo.
—Cuenta con ello, B.
El resto de nuestros amigos entraron a verla, todos asombrados por lo hermosa que era. Todo el mundo dice que su bebé es la cosa más bonita del mundo, pero Pip realmente parecía que podía serlo. Era perfecta y parecía una muñeca viviente.
Aunque no podía ser menos con los genes de Edward.
Finalmente, todos se fueron, dejándonos solos a Edward, Pip y a mí. Edward la había traído para que descansara en mis brazos mientras se acurrucaba en la cama con nosotros.
—Mira lo que hemos hecho, carajo—, susurré. Edward sonrió y apoyó su cabeza en la mía.
—Aquella noche que nos conocimos siempre será una de las mejores noches de mi vida—, susurró, y su mano se acercó para acariciar suavemente la suave cabeza de Pip. Le sonreí.
—Lo sé, soy un gran polvo.
Edward se rio y me besó el hombro. —Sí, lo eres—, dijo suavemente. Sonreí y apoyé la cabeza en la suya.
—Siempre será una de mis favoritas también—, le dije. Sonrió y volvió a mirar a nuestra hija. Ella era todo lo jodidamente bueno y puro de este mundo, y me pasaría el resto de mi vida haciendo todo lo que pudiera por ella.
Ella lo era todo.
¿Fin?
¡No se vayan! Aún nos falta por leer un epílogo y un outtake para poder despedirnos de esta pareja *suspiro*.
