Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!
Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!
Gracias a mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y a Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.
5 años después
Jueves, 31 de octubre
Forks, Washington
—¡Mamá!
Levanté la vista de mi portátil, parpadeando mientras mis ojos se ajustaban. La puerta principal se abrió de golpe y Pippa entró corriendo en la cocina. —¡Mamá! Mira lo que nos ha traído el abuelo—. Me puso una bolsa de plástico delante de las narices y parpadeé, echando un poco el cuerpo hacia atrás para mirar la bolsa.
—¿Qué te compró el abuelo? — pregunté mirando la bolsa. Pip rebuscó en la bolsa, sacó una corona de plástico y me la acercó.
—Esta noche voy a ser una princesa—, gritó colocándose la corona sobre su pelo de bronce. Se deslizó hacia un lado y ella sonrió, girando tan rápido que la corona salió volando. Corrió tras ella, volvió a colocársela y me miró expectante. Sonreí.
—Creía que esta noche querías ser un fantasma—, dije mirando la corona. Pip negó con la cabeza.
—No, princesa.
Sonreí y asentí. —¿Metiste en la maleta un disfraz de princesa?— pregunté. Pip asintió, subiendo las escaleras hacia su habitación. Sonreí y me volví hacia la puerta principal, por donde entraba papá con Charlotte en brazos. Sonreí y me levanté de la mesa de la cocina. —Hola, papá—, dije, dirigiéndome hacia ellos. Charlie se zafó de sus brazos al verme.
—¡Mamá, mila!—, dijo levantando su propia corona. Me agaché frente a ella y sonreí suavemente.
—¿Qué compraste, cariño? — le pregunté, extendiendo las manos para sostenerla mientras intentaba acercarme la corona.
—Abu, mi abu, me compló una colona—, dijo tendiéndomela. Sonreí.
—Ya veo, cariño. ¿Te la vas a poner esta noche?
Asintió enérgicamente. Sonreí. —Parece que esta noche tendremos la casa llena de princesas—, dije, mirando a papá. Él sonrió satisfecho mientras Charlie se adentraba en la casa. Me levanté y le miré. —Gracias por llevártelas—, dije indicándole que entrara en casa. Asintió.
—Por supuesto. No necesito una excusa para ver a mis niñas. ¿Pudiste trabajar?
Suspiré, echando un vistazo a mi portátil. Nuestra niñera, Bree, solía estar aquí con nosotros a tiempo completo, pero se había tomado unas vacaciones por la boda de su hermana. Por supuesto, su ausencia había coincidido con el final de una de las giras promocionales de Edward y con un plazo que yo tenía para mi editor. Como tenía poco tiempo y no podía entretener a las niñas a tiempo completo, decidí traerlas a la casa que Edward y yo habíamos comprado en Forks. Papá se había retirado de la policía el año pasado, y él y Sue compartían un tiempo con sus nietas.
—Presiento que lo haré—, dije volviéndome hacia papá. Él asintió.
—Espero que puedas hacer más esta noche, cuando Sue y yo llevemos a los niñas a pedir caramelos—, dijo rascándose la mandíbula. Le sonreí.
—Te lo agradezco de verdad, papá—, dije acomodándome en el sofá. Papá se encogió de hombros, hundiéndose en el sillón reclinable.
—Es un placer, Bells. Me gustaría tener más tiempo con ellas, ya lo sabes—, dijo lanzándome una mirada. Suspiré.
—Estaremos aquí el próximo verano—, le prometí. —Edward termina de rodar en mayo y hablamos de ir a algún sitio en junio por su cumpleaños, pero estaremos aquí la mayor parte del verano hasta que tenga que irme de gira a finales de septiembre— le recordé. Papá asintió.
—Lo sé, lo tenemos apuntado—, se rio entre dientes. —Me encanta pasar tiempo con ellas. Crecen tan rápido.
Solté un suspiro, asintiendo. De verdad. Parecía que hacía sólo unos meses que había tenido a Pip, y ahora tenía cinco años y medio, y Charlie iba a cumplir tres mañana. El tiempo había pasado volando.
—¿Sabes algo de Edward?—, preguntó papá. Levanté la vista hacia él.
—Su vuelo aterriza en Seattle esta noche. Dice que va a venir directamente. Llegará en algún momento después de medianoche—, dije rascándome el brazo. Papá sonrió un poco.
—Pip me dijo que ha visto algunas de sus películas—, dijo alzándome una ceja. Resoplé.
—Quiere hacerlo, pero la mayoría de las películas de Edward son demasiado maduras o violentas. Ha visto uno que otro tráiler y esa comedia romántica que hizo hace unos años, aunque tuvimos que saltarnos algunas escenas—, dije sonriendo. Papá se dio la vuelta, avergonzado. Mi marido no solía hacer escenas de sexo, y cuando tenía que hacer una, se aseguraba de que fuera bastante suave. A mí no me molestaba, aunque sabía que a papá le incomodaba. No lo culpaba. Ver a Edward en una escena de sexo era una imagen bastante gráfica de lo que realmente hacíamos, y eso era algo a lo que papá no quería enfrentarse. —Edward mencionó que está esperando noticias sobre esa comedia familiar—, dije mirando a papá. —Es algo que las niñas podrían ver, y creo que está emocionado por probar algo nuevo.
Papá asintió, sonriendo un poco. —Es difícil imaginarlo en algo tan… soso.
Sonreí. Edward era un actor grandioso, y se había esforzado emocional, mental y físicamente en los últimos años. Cada papel que aceptaba era un nuevo reto, y había estado a la altura de todos y cada uno de ellos de forma admirable. Era sólo cuestión de tiempo que lo nominaran para otro Oscar.
Pip bajó corriendo las escaleras, vestida con una gruesa falda de tul y la corona en la cabeza. Sonreí y me incliné hacia ella. —Cariño, sólo llevas la mitad del disfraz—, le dije con dulzura. Asintió con la cabeza.
—El resto me lo pondré más tarde para no ensuciarme con la cena—, explicó. Sonreí, asintiendo. —¡Cha-Cha, vamos!—, llamó subiendo las escaleras. La pequeña Charlie apareció, vestida de forma similar a Pip y bajó las escaleras, mucho más despacio que su hermana. Las niñas desaparecieron en mi habitación saltando sobre nuestra cama.
—Poca azúcar esta noche—, le recordé a papá. Se rio entre dientes.
—Ya nos encargaremos nosotros de la subida de azúcar—, dijo fácilmente. Fruncí los labios antes de sonreír.
—Pip tiene mi energía—, le señalé. Papá sonrió satisfecho.
—Vaya si lo sé. Pensaba que eras activa, pero no eras nada comparado con ella—, dijo sacudiendo la cabeza. Sonreí. Pip era mi pequeño clon, extrovertida, intrépida y con una energía sin límites que alimentaba una curiosidad inagotable. Podía parecerse físicamente a Edward, pero la personalidad de la chica era toda mía. Charlie, en cambio, era completamente Edward. Callada, aunque locamente inteligente, y si bien era profundamente interna como yo, también tenía la profunda concentración de Edward. Charlie podía pasarse horas trabajando en algo mientras que Pip perdía el interés a los pocos minutos.
—¿Seguro que te parece bien que las niñas se queden a dormir esta noche?— le pregunté a papá. Asintió.
—Embry y Rachel también se quedarán. Necesitas una noche para terminar tu trabajo, y a Sue y a mí nos apetece pasar un rato con los niños después de hacer el recorrido cantando truco o trato—, me recordó. Solté un suspiro.
Edward y yo estábamos ocupados todo el puto tiempo. Si no era por los horarios de rodaje o las giras promocionales de mis libros, siempre estábamos viajando promocionando alguna mierda. El trabajo nos mantenía locamente ocupados a los dos, pero de algún modo en los últimos cinco años habíamos conseguido encontrar un cierto equilibrio. Nunca pasábamos más de un mes separados y nos asegurábamos de que las niñas hablaran siempre con el padre que estaba lejos de ellas a diario. Si Edward y yo no podíamos estar los dos con las niñas, el otro estaba siempre con ellas. Era increíblemente raro que las niñas pasaran una noche lejos de los dos al mismo tiempo.
Yo había pasado mucho tiempo lejos de las niñas y de Edward mientras trabajaba, aunque a ellas les gustaba venir conmigo cuando podían. Habíamos intentado llevar a Pip a un preescolar en Orange County cuando tenía casi tres años. Había sido un colegio estupendo, pero nuestra agenda, siempre muy apretada, había hecho que no pudiera pasar mucho tiempo en la escuela, relacionándose con otros niños. Cuando terminó el curso, decidimos educar a las niñas en casa e intentar que socializaran mientras viajábamos. Bree no sólo era nuestra niñera, sino que tenía un título en educación infantil y se había encargado de gran parte del desarrollo de las niñas. Sabía que Pip se estaba haciendo lo bastante mayor como para que tuviéramos que empezar a hablar de buscarle un tutor o uno de nosotros tendría que estar siempre en Los Ángeles para que pudiera ir al colegio con regularidad.
Con nuestras agendas, eso probablemente significaría que Edward y yo pasaríamos mucho menos tiempo juntos, lo cual era inaceptable para ambos.
—Tienes razón—, acordé. —Gracias papá—. Suspiré. —Voy a buscar a las niñas para que puedan irse—, dije, mirando el reloj. Papá asintió y encendió nuestra televisión mientras yo me dirigía hacia las escaleras. —Niñas, es hora de hacer las maletas para ir a casa de los abuelos—, grité. Salieron corriendo de mi habitación con sendas bufandas en sus cuellos.
—Mamá, ¿podemos usarlas? — preguntó Pip, levantando la bufanda. Era una de las más elegantes, aunque no tenía nada realmente caro en la casa de Forks. Mi armario estaba lleno de vaqueros y franelas.
—Puedes, pero necesito que tengan cuidado con ellas—, dije suavemente. Pip asintió y subió corriendo las escaleras.
Charlie subió las escaleras más despacio, sus piernecitas no eran tan rápidas ni fuertes como las de Pip. Subí las escaleras con ella hasta que llegamos arriba. La casa que habíamos comprado hacía unos años tenía técnicamente tres dormitorios, pero de momento habíamos puesto a las niñas en una habitación mientras ofrecíamos el tercer dormitorio a Bree. Las niñas eran aún lo bastantes jóvenes como para que compartir habitación no les supusiera un problema, sobre todo desde que tenían sus propias habitaciones en Malibú.
No vivíamos mucho en Forks, pero aproximadamente un año después de casarnos, Edward me había sorprendido sugiriéndome la casa. Después de buscar durante unos meses, encontramos el lugar perfecto y, poco tiempo después, la casa ya era nuestra. Habíamos hecho algunas obras, renovándola y asegurándonos de que todo era seguro y estaba en regla. La inversión había merecido la pena, ya que cada año pasábamos al menos uno o dos meses en Forks.
Llevé a las niñas a su habitación y las ayudé a meter el resto de sus disfraces en una bolsa de viaje, así como pijamas y sus productos de aseo personal. Parecía una esperanza remota que las niñas se cepillaran los dientes esta noche, pero lo hice de todos modos.
Cuando estuvieron listas, las llevé abajo y me aseguré de que estuvieran bien abrigadas antes de que salieran con papá. Les di un beso a cada una antes de volver a abrazar a papá y darle las gracias. Las ayudé a subir al auto de papá -un Volvo que Edward y yo le habíamos regalado cuando se jubiló- y las saludé con la mano mientras se marchaban. Nuestra casa estaba a pocas manzanas de la de papá y Sue, y sabía que no había un lugar más seguro para que las niñas pasaran el tiempo, pero aun así me costó un poco despedirme de ellas.
Cuando doblaron la esquina al final de la calle, me apreté más mi abrigo y volví a entrar para seguir trabajando.
~Home~
Aparté las manos del teclado, me senté y cogí mi copa de vino. Después de mis primeros libros, ahora me aventuraba a escribir ficción en lugar de viajes. Era una transición aterradora, que no estaba segura de poder llevar a cabo con éxito.
Gracias a la fama de Edward y a nuestra relación, mi libro había recibido más atención de la que habíamos previsto. Se había convertido en un best-seller instantáneo, y recientemente se había hablado de desarrollar una película basada en él.
Aún no había contratos ni acuerdos definitivos, pero cada día parecía más probable.
Edward había bromeado sobre la posibilidad de presentarse a una audición para un papel, aunque yo sabía que, si los productores se enteraban de que quería participar, lo haría. Era un ganador del Oscar, por no mencionar que el guion podría estar escrito por su mujer. Era una mina de oro de marketing.
Sin embargo, toda la charla sobre la película estaba en un segundo plano, porque ahora mi principal objetivo era entregar el manuscrito a tiempo.
Llevaba tiempo escribiéndolo, pero había una escena con la que seguía teniendo problemas y sabía que me volvería loca si lo entregaba tal cual.
Le di un sorbo a mi copa de vino, tratando de entender qué intentaba hacer la escena y por qué no funcionaba. Sabía que, lógicamente, podía entregar el manuscrito y que mi editor me ayudaría a solucionarlo, pero ahora era una cuestión de orgullo.
No me dejaría vencer por esta maldita escena.
Dejé la copa de vino y volví a inclinarme hacia delante mientras releía la escena.
—Parece que vas a explotar.
Grité, levantándome de un salto de la mesa, y giré sobre mí misma, con el corazón en la boca. Edward abrió mucho los ojos y extendió las manos para sostenerme. —¡Mierda!— Grité, golpeándole el pecho con una mano. —¡Carajo, mierda, carajo!
Edward resopló, riendo mientras me tendía la mano. Negué con la cabeza, con el corazón retumbándome en el pecho.
—Espero que las niñas no estén aquí—, dijo tirando de mí hacia él. Me hundí contra él, a pesar de que aún tenía el pulso acelerado.
—Mierda, cariño. ¿Cuándo... qué...?—. Hice una pausa, sacudiendo la cabeza. —No, las niñas están con papá y Sue. ¿Qué haces aquí tan temprano?
Edward sonrió, inclinándose para besarme. Lo rodeé con los brazos automáticamente y me puse de puntillas para devolverle el beso. Sabía a menta, como si se hubiera cepillado los dientes antes de aterrizar.
—Volé a Port Ángeles para ahorrar tiempo en el viaje. Quería darte una sorpresa—, murmuró, mientras sus labios recorrían mi cuello. Se me cortó la respiración, mis dedos se agarraron a su pelo y mi corazón dio un salto por una nueva razón.
—Misión cumplida—, gemí.
Edward se rio contra mi cuello y se apartó un poco. —¿Estás trabajando en tu manuscrito?
Miré el portátil y asentí. Gracias a Dios no había derramado el vino encima. Lo habría perdido si se hubiera estropeado en el último momento.
—Sí, estoy intentando arreglar esta última escena—, dije, sacudiendo la cabeza y volviendo a mirarlo. Sonrió. A pesar de que acababa de tomar un vuelo de quién sabía cuánto tiempo, su aspecto seguía siendo perfecto. Llevaba el pelo recortado y peinado como de costumbre para las ruedas de prensa. Tenía un poco de barba incipiente, pero le quedaba de maravilla. En nuestra pequeña y pintoresca casa de Forks, Edward, recién salido de su gira mediática, parecía la estrella de Hollywood que era.
—Siento haberte asustado—, dijo en voz baja. —Creí que me habías oído entrar por la puerta principal.
Negué con la cabeza, apoyándola en su pecho. —No, estaba demasiado concentrada en mi manuscrito—, suspiré. Dejó caer un beso sobre mi cabeza. —¿Qué tal el vuelo?
Edward gimió y lo conduje fuera de la cocina hasta el salón. Nos acomodamos en el sofá y Edward se quitó los zapatos para que pudiéramos acurrucarnos juntos.
—Volar contigo es mucho más divertido—, dijo sacudiendo la cabeza. —Demonios, incluso volar con las niñas es mejor que volar solo.
Sonreí con simpatía. Nos habíamos acostumbrado a viajar juntos y, aunque las niñas aún eran muy pequeñas, viajaban bastante bien. Por supuesto, no estaba de más que siempre voláramos en primera clase y hubiera más que suficiente para entretenerlas.
—Me alegro de que estés en casa—, susurré, dándole un beso contra su pecho. Él sonrió, apretándome un poco.
—Yo también me alegro. Las echaba mucho de menos.
Sonreí con tristeza. —Nosotras también te hemos echado de menos—, murmuré. Habíamos hecho videollamadas todas las noches antes de que las niñas se acostaran. Desgraciadamente, eso significaba que Edward se levantaba a horas de locos, pero no se había quejado ni una sola vez.
—¿Cuándo vuelven las niñas?
Le sonreí. —Mañana. Papá va a hacer que todos sus nietos pasen la noche en su casa—, le expliqué. Edward parecía sorprendido y un poco decepcionado. Fruncí el ceño. —Puedo llamarlo para que las traiga—, le ofrecí. Edward negó con la cabeza.
—No, deja que pasen la noche con su abuelo. Les daremos la sorpresa por la mañana.
Sonreí y me apoyé en él. Hablamos un rato de su campaña mediática y Edward me contó detalles que no habíamos podido comentar por teléfono con las niñas presentes. Una de sus jóvenes coprotagonistas había estado traspasando los límites con él casi desde el primer día. La había visto un puñado de veces, al igual que las niñas, pero no parecía importarle que Edward estuviera felizmente casado y con hijas. Confiaba en Edward más que en nadie en el mundo y sabía que nunca haría nada que me hiciera daño a mí o a nuestra familia, así que, por suerte, las historias sobre la coprotagonista me divertían mucho, aunque me daba cuenta de que le molestaban a Edward.
—Intentó meterse a mi habitación en París—, gimió Edward, sacudiendo la cabeza. Alcé las cejas, sorprendida.
—¿Qué pasó?
Edward gruñó. —Miré por la mirilla, vi que era ella y no contesté. Me aseguré de que las luces estuvieran apagadas y mi teléfono en silencio por si intentaba llamar... y lo hizo—, resopló. —Finalmente le envié un mensaje y le dije que, después de todo, había ido a la fiesta. Se fue después de esperar unos diez minutos en mi puerta—. Sacudió la cabeza. —Cambié de habitación a la mañana siguiente.
Resoplé y le pasé una mano por el pecho. Se movió y se estiró en el sofá para que yo quedara encima de él. —Parece loca—, dije en voz baja. Edward asintió.
—Ahora sé que no debo volver a trabajar con ella. No supo ser profesional y cruzó muchos límites conmigo.
Tenía el ceño fruncido y parecía enfadado, así que me acerqué a él, le besé el pecho y subí por su cuello.
Edward respondió de inmediato, envolviéndose en mi cuerpo mientras su polla se agitaba debajo de mí. Sonreí. Incluso después de años juntos, seguía teniendo la misma reacción visceral a mis caricias. Me encantaba.
—¿Segura que las niñas se han ido por toda la noche?—, preguntó, y sus manos subieron por la espalda de mi blusa, rozándome la piel. Sonreí y asentí con la cabeza, besándole de nuevo el pecho mientras una mano bajaba serpenteando hasta su cintura, acariciando la franja de piel bajo la camisa. Se estremeció debajo de mí y se incorporó, sorprendiéndome sobremanera. Me cogió y nos sentó, dándome un beso desesperado en los labios. Gemí, inclinándome hacia él. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos.
—Mierda, sí que te he extrañado—, gemí, separando mi boca de la de Edward. Aspiró profundamente mientras me besaba en el cuello y tiraba del dobladillo de la blusa. Se apartó de mí el tiempo suficiente para arrancármela antes de continuar su camino por mi pecho. Mis manos acariciaban su camisa, pero estaba jodidamente distraída por la sensación de su boca, siguiendo el borde de mi sujetador.
Sus manos me rodearon la espalda y soltaron los broches. En el momento en que me lo quité, su boca rodeó mi pezón izquierdo y grité, con las manos apretando su cabeza contra mí.
Mis caderas se restregaban contra él, buscando desesperadamente la fricción, y sentí que empezaba a moverse en respuesta. Se apartó de mí, con los ojos fundidos y oscuros por la excitación.
Antes de que me diera cuenta, se levantó, me rodeó con los brazos y me levantó, manteniéndome pegada a él. Solté un grito de sorpresa y le rodeé el cuello con los brazos. Sonrió y me besó con fuerza mientras intentaba llevarnos a nuestra habitación. No conocía esta casa como conocía la nuestra de Malibú, así que tropezamos con una mesa auxiliar y luego con una silla, y casi chocamos con la barandilla de la escalera antes de llegar a la puerta. Solté una risita cuando Edward me dejó caer sobre la cama, sacudiendo la cabeza.
—¿Estás bien, semental?
Resopló. —Está claro que no he venido a esta casa lo suficiente—, dijo arrastrándose sobre mí. Se acomodó entre mis muslos y sonrió. —Mi misión en la vida es poder llevarte a ciegas en todas las casas que tengamos—, dijo pasando una mano por mi costado, recorriendo ligeramente mi vientre y luego mis pechos. Me estremecí y él sonrió. —Es de vital importancia que nada nos interrumpa, estemos donde estemos.
Carajo.
—Sí, bien—, jadeé mientras su mano seguía recorriendo, provocando, mi piel. Edward sonrió y se inclinó para besarme el pezón izquierdo. Mi cuerpo se estremeció al contacto.
—Odio estar tanto tiempo lejos de ti —suspiró, y su aliento se esparció por mi pecho. Levanté la vista hacia él, intentando despejarla lo suficiente como para centrarme en él.
—Yo también—, le dije. Me miró, y la pasión que había en sus ojos hacía un momento había desaparecido. Ahora me miraba con tanto amor que me dejó sin aliento. Incluso después de más de seis años juntos, era capaz de dejarme sin aliento con una sola mirada.
Me agaché, le acaricié la cara y lo acerqué a mi cuerpo para besarlo. Nuestros besos eran tiernos y pausados mientras usábamos nuestros cuerpos para decir todo lo que las palabras no podían. No había nadie en el mundo en quien confiara más que en Edward Cullen. Me había demostrado cientos de veces que su amor era puro, incondicional e infinito. Su devoción a su familia, a su carrera y a sí mismo me asombraba. A veces, pensar en el increíble hombre que era me hacía llorar. Edward no era perfecto, pero estaba muy cerca de serlo.
Edward y yo nos movíamos lentamente, adorándonos con cada caricia. No había necesidad de precipitarse, ni de separarse. Ahora mismo, lo único que importaba en el mundo éramos nosotros dos, aquí mismo.
~Home~
Viernes, 1° de noviembre
Forks, Washington
Me desperté con olor a café, y si no lo amara ya, me habría enamorado de él en ese mismo instante. Abrí los ojos parpadeando y me moví en la cama para ver a Edward sentado de lado, apoyado contra el cabecero. Me sonrió cuando me incorporé.
—Buenos días—, me dijo en voz baja. Alcancé la taza que tenía en las manos y él me la entregó, porque era un marido increíble. Tomé un sorbo del maravilloso café oscuro y suspiré, moviéndome para tener las piernas debajo de mí. Seguía desnuda y Edward sólo llevaba un par de bóxer. Estaba delicioso a la luz de la mañana.
—¿Qué hora es? —grazné. Edward sonrió y cogió una segunda taza de café de la mesita. Le dio un sorbo y miró el reloj que tenía al lado.
—Las seis y algo—, dijo volviéndose hacia mí. Gemí.
—¡No!
Se rio mientras yo me tumbaba en la cama, asegurándome de no derramar el café. No iba a desperdiciar ni una gota con mi dramatismo.
—Lo siento, amor. Jet lag—. Se inclinó hacia mí y me besó el hombro desnudo. Me estremecí, moviendo la cara para mirarle a través del pelo. Había echado de menos despertarme con él.
Me apoyé en los codos y volví a llevarme la taza a la boca. —Me alegro de que estés en casa —dije después de tragar otro sorbo. Edward se iluminó y se inclinó para besarme de nuevo, esta vez buscando mis labios.
—Yo también—, susurró. Eché un vistazo a nuestra habitación. Como no pasábamos mucho tiempo en Forks, la decoración de la casa era mínima. Era bonita, pero no era realmente nuestra, no del todo. No como nuestra casa de Malibú.
Aun así, cualquier lugar en el que estuviera Edward me parecía mi hogar.
—¿Tienes más entrevistas?— pregunté mirándolo. Suspiró.
—Un par, pero Jane consiguió que fueran por teléfono, así que puedo llamar desde aquí.
Sonreí, aliviada. Hoy era el cumpleaños de nuestra hija menor, y sabía que la decepcionaría si él tenía que trabajar demasiado.
—¿A qué hora?
Edward miró el reloj. —Una a las siete. La otra podemos hacerla justo después, ya que será pregrabada.
Asentí. —Entonces, ¿terminarás sobre las nueve?— Edward asintió. —Muy bien, le enviaré un mensaje a papá para avisarle que a esa hora iremos por las niñas—. Sonreí. —Charlie se va a poner muy contenta.
Edward sonrió. Pip y yo habíamos sido uña y mugre desde que ella nació, aunque adoraba absolutamente a Edward, y a menudo lo prefería para muchas cosas. Pero éramos tan parecidas que Pip y yo solíamos estar de acuerdo. Charlotte, en cambio, era todo Edward. Puede que se pareciera a mí, con la excepción de sus ojos color avellana, pero era una niña de papá hasta la médula. Aunque sabía que Edward iba a hacer todo lo posible por llegar a casa para su cumpleaños, me había abstenido de decírselo a las niñas, pues quería que su llegada fuera una sorpresa para ellas.
—Estoy deseando verlas—, suspiró Edward. En serio, era el padre más devoto. Cada segundo que podía pasar con nuestras hijas, lo hacía. Estaba muy presente y ellas lo adoraban por ello.
Le sonreí, sintiendo que se me hinchaba el corazón. Ver a Edward convertirse en un padre más seguro y confiado había sido increíble. Había sido muy atento desde el principio, pero también tenía muchas inseguridades. Demonios, los dos las teníamos.
Habíamos visto a Kate casi todas las putas semanas durante el primer año de vida de Pip.
Seguíamos viéndola de vez en cuando, sólo para ver cómo estábamos y cómo nos sentíamos. Por suerte, Kate había solucionado tantos de nuestros primeros problemas que, cuando la veíamos juntos, casi nunca nos quedaba nada sin resolver. Aún nos peleábamos y teníamos malentendidos, pero podíamos resolverlos inmediatamente, sin la mediación de Kate.
Se había creado un vínculo muy fuerte entre nosotros.
—Estaba pensando que, si las niñas se animan a hacer un viajecito por carretera, podríamos ir mañana a Olympia a tomar sidra —dijo Edward, apoyándose en la cabecera de la cama. Le di un golpecito a mi taza y asentí pensativa.
—Sí, seguro que les encantaría. A las niñas les encantan los paseos en auto contigo y a Charlie le gustan mucho los animales de granja. Creo que le gustaría ir a verlos—, dije pensativa. Hacía unos años que habíamos descubierto una pequeña granja familiar al sur de Olympia. Tenían unos productos horneados y una sidra fenomenales, y muchas actividades para los niños. Era un viaje infernal, pero las niñas iban muy bien en el automóvil y, sinceramente, una pequeña excursión en familia sonaba genial. Sonreí a Edward. Aunque echaba de menos nuestra relación física cuando no estaba, lo que más echaba de menos era a él. Hablar con él, estar con él. Era mi mejor amigo y me encantaba pasar tiempo con él.
Nos sentamos en la cama, charlando un rato más antes de que Edward tuviera que prepararse para la llamada de su entrevista. Me levanté, me envolví en una bata de baño y me tomé lo que quedaba de café antes de llevar las tazas a la cocina. Las dejé en el lavaplatos y volví a la habitación para meterme en la ducha.
Me duché rápidamente, disfrutando de la ligera tirantez en los músculos por haber pasado la noche envuelta alrededor de Edward.
Cuando me hube aseado, me vestí, me cepillé los dientes y me dirigí a la cocina para preparar el desayuno.
Todavía no era una gran cocinera, pero Carmen había estado trabajando conmigo en un par de recetas a lo largo de los años. Lo suficiente como para poder alimentar a mis hijas cuando estábamos sin su ayuda.
Saqué unos huevos y tocino, decidiendo que lo mejor era un desayuno sencillo. Pude ver a Edward en el porche, hablando por teléfono con una sonrisa en la cara. Sonreí. Parecía que la llamada iba bien.
Puse el tocino en la parrilla y freí un par de huevos, poniéndolos sobre una tostada. Puse el doble de comida en el plato de Edward, ya que sabía que estaba intentando ponerse en forma para una película.
No sabía cómo iba a conseguir estar aún más definido y esculpido, pero me moría de ganas de averiguarlo.
Terminé de preparar el desayuno, justo cuando Edward entraba dando pisotones. —Mierda, qué frío hace—, gimió. Resoplé.
—Ponte un abrigo, Hollywood—, dije negando con la cabeza. Se rio. —¿Tienes un minuto antes de tu siguiente llamada?— pregunté. Edward asintió.
—Unos diez minutos—, dijo mirando la comida. Asentí y le indiqué que se sentara. Se sentó e inmediatamente empezó a comer. Sonreí, sirviéndonos más café antes de sentarme yo también.
—¿Cómo te ha ido? — le pregunté, cogiendo un trozo de tocino y mordiéndolo.
Edward gruñó con el tenedor. —Bien—, dijo, intentando hablar y comer. —Nunca me preguntan nada original. Siempre son las mismas preguntas aburridas—. Sacudió la cabeza.
Asentí en señal de comprensión.
Desayunamos rápidamente antes de que Edward tuviera que volver a salir para hacer su segunda llamada. Terminé de comer, ya que había comido más despacio que él, y luego recogí los platos, limpiando la cocina cuando terminé.
La segunda llamada de Edward fue mucho más corta, y en poco tiempo, estaba de regreso en la casa. —Carajo, qué frío hace esta mañana—, gimió, abriendo el armario de los abrigos y sacando una chaqueta más gruesa. Solté una risita.
—Cariño, creciste en Chicago—, le dije. Me lanzó una mirada.
—Hasta los dieciséis años. He pasado la otra mitad de mi vida en California y en climas cálidos—, resopló. Solté una risita y lo abracé.
—Sabes, una de las ventajas de estos días fríos es encontrar formas creativas de entrar en calor—, ronroneé, deslizando las manos bajo su abrigo y recorriéndole la espalda. Se quedó inmóvil, con los ojos fijos en mí. —Cómo generar mucho calor corporal.
Pude ver la indecisión en sus ojos. Me deseaba, como yo siempre lo había deseado, pero también sabía que quería salir de aquí para buscar a las niñas. Sonreí, me incliné hacia él y le di un beso abrasador en los labios. —Ya hablaremos de eso más tarde—, le prometí. Gimió y sacudió la cabeza.
—Mierda, sí. Más tarde.
Sonreí satisfecha y salimos de la casa, tomados de la mano. Guardamos un auto aquí para cuando estuviéramos en Forks, decidiendo que sería más fácil tener un vehículo que intentar encontrar uno de alquiler en Port Ángeles o algo así. No vi ninguno alquilado en la casa, y me pregunté si Edward habría tomado un servicio para que lo trajera a casa desde el aeropuerto. Probablemente sí, ya que era lo que solía hacer cuando volábamos dentro y fuera de la ciudad.
Papá vivía tan cerca de nosotros que en realidad era un poco más fácil ir andando que intentar calentar el auto, así que nos pusimos en marcha, con las manos entrelazadas.
—¿Has mirado ya tu correo electrónico?— preguntó Edward. Había enviado mi borrador a última hora de la noche, después de nuestra segunda ronda. Desde entonces no había vuelto a usar el móvil ni el computador, porque sabía que no recibiría una respuesta tan rápido.
Negué con la cabeza. —No. Pasará un tiempo hasta que sepa algo y no tengo prisa por empezar con mi ansiedad—, admití. Edward asintió, comprensivo. —La semana pasada recibí un mensaje de Jess—, dije, mirándolo. Me sonrió.
—¿Cómo está?
—Bien. Ella y Ty siguen en Melbourne, y parece que Jess está embarazada.
Edward pareció sorprendido antes de sonreír ampliamente. —Es una noticia maravillosa. Sé que llevan tiempo intentándolo -dijo sacudiendo la cabeza. Asentí con la cabeza.
—Está muy emocionada y ansiosa. Me dijo que acababa de pasar el primer trimestre, pero que aún no se atrevía a decírselo a la gente, por lo que les había sucedido en el pasado—, dije, refiriéndome a los dos abortos espontáneos por los que ya había pasado. Edward frunció el ceño y asintió con simpatía.
—No puedo imaginarme pasar por eso, y menos dos veces—, dijo en voz baja. Asentí con la cabeza, pensando brevemente en mi propio aborto. Respiré hondo y sacudí la cabeza para despejar mis pensamientos.
—Jess también me dijo que Ty y ella planeaban venir a Estados Unidos por Navidad. Se dirigen a Kansas para estar con la familia de ella, pero han hablado de pasar por Los Ángeles en Año Nuevo. Para entonces deberíamos estar de vuelta en Malibú, así que le dije que nos avisara cuando estuvieran en la ciudad—, le dije. Asintió. Habíamos recibido a Tyler y Jess un puñado de veces en nuestra casa. Sabía que a Edward le gustaba nuestra intimidad, pero había llegado a disfrutar realmente que la gente se quedara con nosotros.
—Sí, me parece estupendo—, dijo asintiendo. Sonreí y le apreté un poco la mano. Dimos la vuelta a la manzana y solté un pequeño suspiro al ver la calle que me resultaba familiar.
—Me rompí el brazo justo ahí—, dije, señalando un lugar en la acera. Edward me miró sorprendido. —Iba corriendo hacia el autobús porque llegaba tarde. Resbalé en el hielo negro y me lo comí. Papá tuvo que recogerme en el auto patrulla y llevarme al hospital—. Sonreí con satisfacción. —La mayoría de los viajes de mi infancia al hospital parecían mucho peores porque siempre me dejaban en la patrulla, aunque, para ser justos, hubo algunos años en los que fui muy propensa a los accidentes—, dije sacudiendo la cabeza. Edward se rio un poco.
—Todos mis huesos rotos eran por deportes o acrobacias normales de un niño tonto—, dijo en voz baja. Le sonreí.
Nos dirigimos hacia la casa de papá, pateando las pocas hojas caídas en el camino. En Washington no había muchos árboles que crecieran, pero papá había plantado algunos cuando yo era pequeña porque me encantaba verlos crecer. Todavía estaban allí, hermosos y dorados como siempre.
Llegamos al pequeño porche antes de sacar las llaves y abrir la puerta principal. Dentro, los dibujos animados sonaban a un volumen casi doloroso y parecía que hubiera cien niños, en lugar de cuatro, sentados viéndolos. Eché un vistazo al salón y sonreí al ver a las niñas, aún en pijama, pegadas al televisor. Casi nunca veíamos la tele en casa. Era un placer verlas con los abuelos.
Edward sonrió mientras se acercaba sigilosamente al salón. Lo miré y asintió con la cabeza. Me volví hacia el salón, gritando por encima del estruendo de la televisión.
—¡Hola, papá! Ya estoy aquí.
Oí un pequeño ruido en la cocina, pero las niñas levantaron la vista al oír mi voz. Ambas dirigiendo su mirada hacia mí y notaron a Edward en el mismo momento.
—¡Papi!— gritó Pip, saltando y corriendo hacia Edward a toda velocidad. Saltó sobre el respaldo del sofá y él apenas la atrapó antes de que se plantara de bruces en el suelo de madera. Charlie rodeó el sofá y no repitió la imprudencia de su hermana. Edward se agachó y levantó a Charlie para sujetar a las dos niñas.
—¡Papá!— gritó Charlie, rodeándole con los brazos. Él se rio y le besó la mejilla.
—Hola, mis amores—, dijo, apretándolas contra él. —Me han hecho mucha falta.
—¡Papi! ¡Ven a ver los caramelos que tenemos!— gritó Pip, zafándose de sus brazos. La dejó en el suelo y ella corrió a la cocina. Charlie se quedó en sus brazos, abrazada a su cuello. Él sonrió y la abrazó con más fuerza.
—¡Feliz cumpleaños, cacahuete!—, le dijo en voz baja. Charlie sonrió.
—¡Es mi cumpleaños!—, gritó. Él sonrió y la besó tontamente, haciéndola gritar. Casi me dolía el corazón, estaba tan feliz de ver a Edward con las niñas. Después de sólo unos meses de ver a Edward con Pip, sabía que nunca me cansaría de verlo con nuestras hijas. Cuando quedé embarazada de Charlie, me encantó la oportunidad de volver a ver a Edward con un bebé. Edward más un bebé era poderosísimo, y había tenido que tener cuidado de no volver a quedarme embarazada justo después.
Me volví hacia el salón, donde Embry y Rachel seguían viendo la televisión, menos interesados en el alboroto que habían montado las niñas. Sonreí a sus espaldas antes de dirigirme a la cocina.
Sue estaba fregando los platos y Pip estaba prácticamente escalando los mostradores tratando de llegar a su bolsa de «truco o trato» que había sido claramente puesta encima de la nevera. Sonreí a mi persistente hija.
—Hola, Sue—, dije entrando en la cocina. Levantó la vista del plato que estaba secando y sonrió.
—Bella, cariño. ¿Cómo estás?
Me acerqué y la abracé suavemente, besándole la mejilla antes de asentir. —Bien. ¿Y tú?
Ella asintió. —Encantada de pasar tiempo con mis nietos—, dijo cariñosamente. Sonreí.
—¿Se portaron bien?— pregunté. Charlie era bastante tranquila y hacía casi todo lo que le decían, pero Pip era muy luchadora y traviesa. Me pregunté si yo habría sido tan mala cuando tenía su edad.
—Estuvieron maravillosas—, me aseguró Sue. Estaba segura de que había algo que no me estaba contando, pero asentí, aceptando su respuesta de todos modos.
Miré a Pip, que intentaba arrastrar una silla hasta la nevera, y me interpuse. —Pip. No quiero que te subas a los muebles de la abuela. Si necesitas algo, por favor, pídelo—, le dije suavemente. Me miró impaciente.
—¡Quiero enseñarle a papá mis caramelos!—, gimoteó. Levanté la mano y cogí la bolsa de encima de la nevera.
—Pon la silla en su sitio, por favor, y luego se lo enseñas a papá—, le prometí.
Empujó la silla por la cocina y la volvió a colocar en su sitio antes de correr hacia mí. Le di la bolsa y salió corriendo hacia el salón.
—¿Está Edward?
Miré a Sue y asentí con la cabeza, sonriendo. —Llegó anoche. Quería sorprender a las niñas—, le dije. Ella sonrió.
—Qué bonita sorpresa.
Asentí con la cabeza. —¿Ya desayunaron? Tengo pancakes que puedo calentar—, me ofreció. Negué con la cabeza.
—Gracias, pero ya hemos comido—, le dije. Asintió y guardó los últimos platos. —¿Está papá?
Sue señaló hacia el salón. —En alguna parte. Subió a buscar una cosa u otra. No estoy segura—, puso suavemente los ojos en blanco y sonreí, dirigiéndome de nuevo al salón. Papá estaba sentado en el sofá junto a Edward. Charlie seguía en el regazo de Edward mientras Pip vertía sus caramelos sobre la mesita, intentando colocar cada pieza.
—Hola, papá—, le dije, sentándome en el sofá junto a Edward. Charlotte se acurrucó más en el pecho de Edward, como si pensara que iba a intentar separarla de él. Le sonreí. Era toda una niña de papá.
—Hola, Bells. ¿Cómo te fue anoche?
Mis ojos se dirigieron a Edward antes de que pudiera evitarlo, y hubo un momento incómodo en el que Edward intentó no reírse, y papá empezó a sonrojarse. Me aclaré la garganta y sonreí.
—Bien. Ya envié el manuscrito—, dije volviendo a mirar a papá. Se aclaró la garganta y asintió con la cabeza, volviendo a mirar la televisión para serenarse. Le sonreí.
—¡Mamá, mira mis caramelos!— exigió Pip. Volví mi atención hacia ella. Me miraba fijamente, observándome con aquellos ojos tan agudos que tenía. Podían ser verdes como los de Edward, pero el descaro que había en ellos era cien por cien mío.
—¿Qué tienes, nena?— pregunté, inclinándome hacia delante. Cogió un puñado de caramelos y me lo acercó. Le tendí la mano para alisarle el pelo enredado mientras nos enseñaba sus caramelos favoritos. Pip era muy habladora y, si tenía la oportunidad, se sentaba y parloteaba sobre cualquier cosa durante una hora entera.
—Y este me gusta, pero a veces no me gusta porque a veces se me queda pegado a los dientes, pero a veces está bueno. Me gusta el morado, pero también me gusta el azul, y este es el tuyo, mamá—, dijo, dándome un caramelo. No estaba segura de si estaba pensando que la barrita era mi favorita o si la estaba personificando para que fuera como yo, pero asentí, en cualquier caso.
—¿Esto es para mí?— le pregunté. Me miró.
—Um, sí. Es para ti, pero no demasiados—, dijo, señalándome con un dedo. Sonreí satisfecha y me metí el caramelo en el bolsillo.
Edward soltó una leve risita y yo me eché hacia atrás en el sofá para apoyarme en su costado. Su brazo me rodeó y miré a la pequeña Charlie.
—¿Y tú, cariño? ¿Te dieron caramelos anoche?
Charlie asintió, pero no hizo ningún esfuerzo por levantarse y enseñárnoslo. Pip nos miró.
—¡Sí! A ella también le dieron. Iré a buscarlos—, dijo corriendo hacia la cocina. Por suerte, Sue seguía allá y pudimos oír cómo Pip le pedía ayuda para bajar los caramelos.
Eso pareció llamar la atención de Embry, que se levantó y corrió también a la cocina. Rachel, para no quedarse fuera, lo siguió.
Miré a papá. —¿Cómo se portaron?— pregunté. A papá se le crispó el bigote y sonreí satisfecha. Le dije que debería limitarles el consumo de azúcar.
—Estuvieron muy bien—, dijo sacudiendo la cabeza. Resoplé y negué con la cabeza. Papá mentía peor que yo.
Pip volvió a entrar en la habitación con la bolsa de Charlie.
—Esto es tuyo, Cha-cha—, dijo, colocando la bolsa en el regazo de Edward. Charlie cogió la bolsa y la rodeó con sus deditos.
—¡Sí!—, dijo, reconociendo la bolsa. Pip sonrió a su hermana y volvió a ordenar sus propios caramelos. Negué con la cabeza mientras Embry y Rachel volvían al salón con sus bolsas de caramelos.
—Pip, recoge tus cosas. Debemos irnos pronto a casa—, dije con suavidad. Pip me miró.
—Espera, mamá. Cinco más—, dijo levantando cinco dedos hacia mí. Asentí mientras ella volvía a sus caramelos.
—¿Vendrán a cenar esta noche?— preguntó papá. Le miré.
—Sí, a las cinco, ¿cierto?— pregunté mirando a Edward. Él asintió. Charlie estaba acurrucada en su pecho, con la cabecita debajo de la barbilla. Una de sus manos estaba apoyada en el pecho de él, sus diminutos dedos jugaban con los botones de su abrigo.
Se veían jodidamente hermosos juntos.
Sue entró en el salón y nos sentamos a charlar un rato. Pip acabó abandonando su clasificación de caramelos y se fue a jugar con Rachel y Embry. Charlie se negó a abandonar el regazo de Edward.
Finalmente, decidimos irnos a casa, así que después de conseguir que Pip recogiera sus cosas -una tarea casi imposible, ya que se distraía constantemente- nos dirigimos a casa. Charlie caminaba tomada de la mano de Edward y Pip corría delante de nosotros, parándose a recoger hojas antes de salir corriendo de nuevo. Charlie tomó mi mano también y le sonreí.
—¿Qué quieres hacer por tu cumpleaños, Cha-Cha? — preguntó Edward, mirándola. Charlie frunció el ceño.
—¡Playa!—, gritó. Me reí. Era noviembre, pero a ella no le importaba. A Charlie le encantaba el agua.
—Hace demasiado frío para meterse en el agua—, le dije. —Pero podemos pasear.
Charlie saltó un poco entre nosotros y sonrió. —¡Playa, playa, playa!—, coreó. Edward resopló.
—¿Sabe que esto no es la playa de casa?—, me preguntó. Me encogí de hombros.
—Ya se enterará—, señalé. Delante de nosotros, Pip se detuvo a recoger otra hoja y volvió corriendo hacia nosotros, tendiéndosela.
—¡Papi! Mira, es una rana.
Miramos sus manos con curiosidad. Para mi sorpresa, tenía una rana de verdad en las manos. Era pequeñita y trataba de zafarse de sus manos.
—Ten cuidado con ella, Pip—, dijo Edward con suavidad. Ella asintió con los ojos muy abiertos.
—Mamá, ¿me morderá?
Negué con la cabeza y su alivio fue inmediato. Pip intentó acariciar la cabeza de la rana, pero no pudo moverse lo bastante rápido. Charlie miraba las manos de su hermana, insegura sobre la pequeña criatura.
Al final, Pip encontró una bonita hoja donde la colocó. Vimos cómo ponía otra hoja cerca de la rana, de modo que ésta quedara un poco suspendida sobre ella. Cuando nos miró, parecía orgullosa de sí misma.
—Necesitaba un pequeño hogar—, nos explicó. Los dos asentimos y ella se adelantó, despidiéndose de la rana por encima del hombro. Edward sacudió la cabeza y me miró.
—Nuestra chica no tiene miedo—, dijo en voz baja. Sonreí. Era verdad. Pip no tenía miedo a nada. Su curiosidad era tan fuerte que la había sorprendido varias veces capturando diferentes insectos y muchas arañas diferentes, sólo para examinarlos. Ella creía en la captura y liberación, y habíamos tenido que entrenarla en el hábito de liberar todo afuera, en lugar que dentro de la casa.
—Intrépida y hermosa—, dije sonriendo tras ella.
—Igual que su madre—, dijo Edward en voz baja. Lo miré, con el corazón hinchado. Me incliné sobre Charlie y lo besé rápidamente. Sonreía mientras Charlie se reía debajo de nosotros. Nos soltó las manos mientras corría detrás de Pip.
—¡Mira Cha-Cha! ¡Un gusano!— Pip llamaba a su hermana.
Edward tomó mi mano entre las suyas y sonreí, apoyándome un poco en su hombro. Viajábamos por todo el mundo, vivíamos aventuras increíbles en familia, pero nada, absolutamente nada, superaba momentos como este. Momentos que pasábamos en familia sin las presiones del mundo exterior, sin expectativas, en los que podíamos simplemente ser. Aquí era donde éramos más felices.
Hace seis años, yo era una egocéntrica con fobia al compromiso que creía que la mejor manera de ser independiente era no dejar entrar a nadie. Pensaba que mi vida era plena, satisfactoria y completa.
En retrospectiva, apenas era un cascarón de persona. No tenía ni idea de que la vida podía ser mucho más si te permitías amar y dejar entrar a los demás.
Edward me había salvado de muchas maneras. Me había empujado a crecer más allá de mis limitaciones, a enfrentarme a mis demonios, y había estado a mi lado en todo momento. Me había devuelto la esperanza, una vida y una familia que amar. Edward me había dado lo que nunca pensé que necesitaría. Me había dado un hogar.
Mi hogar estaba realmente donde estaba mi corazón, y mi corazón eran estos tres increíbles amores en mi vida.
¿Qué más se puede pedir?
~Fin~
Y si llegaste a este punto es porque disfrutaste de esta historia y es el momento de ir a agradecerle a fanficsR4nerds por escribir esta historia y permitirnos leerla en español. El link a la historia original está en este perfil y en mi grupo de Facebook. Es importante dejar abierta la puerta para traducciones futuras. ¡Gracias!
