Notas del autor:

Estaba a punto de publicar la parte 5 cuando me di cuenta que ni siquiera había publicado la parte 4 aún. Perdón por eso, jeje.


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El corazón de Saitama se agita, su estómago hace cosquillas.

Él aprieta sus labios y cierra sus puños. Luego, poco a poco, comienza a liberar la presión y sus manos se relajan, sus dedos se abren y, lentamente, con torpeza y de forma dubitativa, los lleva hacia la cintura de Fubuki. Las puntas de sus dedos tocan la tela que cubre la piel de ella.

Saitama no asiente en silencio ni afirma en voz alta, sino que se limita a acercar su rostro mientras cierra sus ojos y contiene su respiración. Puede sentir a Fubuki hacer lo mismo y de nueva cuenta sus labios se juntan.

Sus bocas de mueven, sus respiraciones se mantienen en pausa un momento aunque el beso permanezca constante, no se rompe, incluso si Fubuki en el fondo sigue esperando eso. En poco tiempo consiguen intensificar la unión, irónicamente más lento que las otras veces. La alarma en la cabeza de Saitama no se ha apagado, pero al menos ya no puede decir que se siente igual de ansioso; y es que Fubuki se mantiene paciente en sus movimientos y trata de ir considerablemente más lento para hacerlo sentir tranquilo, no asustarlo, no alterarlo, simplemente resguardando el momento y grabándolo en su memoria.

Saitama sigue el ritmo como puede, como ha aprendido. Sus manos tiemblan y su corazón late con cada vez más fuerza. Él está más despierto. Aún no está listo pero está dispuesto.

Ambos necesitan aire. Saitama abre su boca sin abrir los ojos. Él susurra. —Yo… uhm, ¿cómo decirlo…?

En la corta proximidad, Saitama logra sentir a Fubuki sonreír. —Lo sé, no te preocupes. —Responde ella y sus manos van hacia la camisa de su piyama. Utilizando sus poderes, ella comienza a desabrochar botón por botón. —Yo te guiaré.

Saitama siente y ella le da un beso en la mejilla.

Una vez desabrochados los botones, Fubuki coloca sus brazos alrededor del cuello de Saitama, pegando sus pechos, juntando sus corazones, y, acercando su aliento su oído, le pide que desabroche su sostén.

Las manos de Saitama obedecen arrastrándose desde su cintura hasta llegar a la espalda, metiéndose por debajo de la tela y buscando un botón, un cierre o lo que sea que tengan los sostenes para desabrocharse. Finalmente consigue sentir los diminutos ganchos de metal y los separa. Una simple acción que le tomó más de lo que le gustaría. Mientras tanto, Fubuki aprovecha para besar su cuello.

Sentir los besos húmedos en sus clavículas, mentón y cuello provoca que Saitama de un ligero brinco repentino y de pronto Fubuki parece que quiere echarse a reír, pero no se detiene. Saitama debe obligarse a alzar su cabeza para darle más espacio y apretar sus labios para soportar la sensación.

Se siente bien, no es ni el comienzo y ya se siente así se bien.

El cuerpo de Fubuki se hace a un lado con la intención de recostarse sobre el futón, su boca lo busca y sus brazos en su cuello lo jalan para que la siga. Saitama no tiene más remedio que hacerlo.

El futón es pequeño, justo para los dos en esa posición. Fubuki boca arriba y Saitama sobre ella, apoyándose con sus manos sobre la almohada. Fubuki vuelve a besarlo y está vez es más voraz. Saitama vuelve a sentirse preocupado, sus manos se cierran en la tela de la almohada pero se recuerda a sí mismo que necesita aprender a sentir, que Fubuki confía en él y él necesita confiar en ella. Y con eso en mente, en lugar de separarse o romper el beso con brusquedad, Saitama aumenta el nivel.

Sus dientes chocan debido a la rapidez y torpeza de su acción intrépida, sus lenguas se encuentran y sus respiraciones se entrecortan, se hacen sonoras y Fubuki comienza enterrar sus dedos en la piel de Saitama.

El cuerpo de él se pega más al de Fubuki, más como una atracción involuntaria que por decisión propia, y una de sus manos se coloca en su cintura. Intenta subir, luego baja, pero al final no se mueve demasiado, no sabe a dónde o cómo. Pero Fubuki había prometido que lo guiaría y eso hace, ella toma su mano y la mete debajo de su camisa, subiendo y tocando justo debajo de uno de sus pechos. Luego se retira.

Saitama se siente enrojecer al darse cuenta de lo que está pasando. De pronto no sabe qué hacer con toda esta libertad que Fubuki le está concediendo.

Pero quiere intentarlo. Quiere hacerlo. Desea, anhela, añora, amaría…

Los dedos de Saitama escalan de forma dubitativa hasta tocar el sostén de Fubuki, ya está desabrochado así que no es nada difícil alzar la copa y meterse por ahí. Primero sus dedos lo tocan con suavidad hasta sentir una punta de piel endurecida. Luego el entusiasmo lo llena y se anima a posar la palma de su mano por todo el pecho. Es muy suave, amplio, puede sentir la punta del pezón y las ganas de acariciar más aumentan con creces. Él no puede evitarlo y presiona con una mínima fuerza, aunque es muy suave por fuera, no lo es tanto por dentro.

Saitama sigue con los masajes ampliando el agarre lo más que puede y Fubuki se contrae un poco removiendo su cuerpo y acercando sus piernas. Él sigue acariciando y sus acciones rápidamente se guían por sus deseos de besar los hombros y cuello de Fubuki. Para eso, él comienza a deslizar la camisa y ella le ayuda a quitarla alzando los brazos. De pronto hace demasiado calor. Todo lo que queda de tela sobre ella son los pantalones y su sostén desabrochado. Quizás sea el brillo que desprenden sus poderes desde su cuerpo, pero la piel de Fubuki es mucho más pálida de lo que imaginaba, teniendo sentido con el hecho de que ella suele mantener su piel cubierta del sol casi en su totalidad. Saitama baja su mano sobre el estómago de Fubuki y no sabe si el viento frío se está adhiriendo a ella o es él quien tiene fuego por sangre, mas el choque de diferentes sensaciones entre pieles estremece el cuerpo de ella y lo hace temblar.

Saitama en realidad no sabe cómo se hace eso, tampoco entiende mucho de juegos previos. Es por eso que Fubuki continua dirigiendo su mano hacia arriba, de lado, abajo, haciendo presión con la mano de Saitama sobre su cintura y piernas, ella lo anima a dejar de dudar de una vez por todas. Y Saitama no puede evitar pensar en lo familiar que se siente eso, el hábito de que Fubuki siempre lo incite a probar cosas nuevas.

Él baja su mano hasta el vientre de Fubuki y ella suelta un suspiro tembloroso. —¿Estás segura de esto? —Pregunta Saitama.

El sonrojo en el rostro de ella aumenta, luego frunce su ceño. —Soy yo la que debería preguntar eso, ¿en verdad vas a hacerlo? —Responde ella con otra interrogante.

La cabeza de Saitama se eleva un poco y su vista se enfoca en el rostro de Fubuki. Entonces la contempla. Sus labios y mejillas visten de un bonito y tenue rojo, el contorno de su piel es iluminada por un verde azulado ligero y sus ojos son grandes y llenos de determinación, cariño y sorpresa, como si ella tampoco pudiera creer que en verdad esto está pasando.

Se ve hermosa, brillante, dulce. Y Saitama desea probar todo de ella, quiere que Fubuki lo lidere en esta nueva, desconocida, magnífica y angustiante experiencia.

La respuesta es obvia, por supuesto que él quiere. Él en verdad hará esto con ella.

Así que Saitama se inclina y vuelve a besarla en los labios, en sus mejillas y finalmente cumple sus ganas de besarla en el cuello. Fubuki se lo permite abrazándose a él y aprovechando para retirar la camisa de su piyama, concentrándose en acariciar su espalda y nuca. Entonces Saitama deja caer todo su peso sobre sus rodillas y su antebrazo en la almohada, sólo así consigue enfocarse en su principal tarea que es deslizar su mano abierta hasta la entrepierna de Fubuki, debajo del pantalón. Ella suelta algo que parece un gemido involuntario al sentir la repentina caricia.

Saitama no esperaba eso. Él retira su mano de inmediato y voltea a verla al instante temiendo haberle hecho daño. Pero la reacción de ella es diferente a lo que se imaginó encontrar.

Es increíble la delgada línea que hay entre una expresión de sufrimiento y una de placer.

—Estás muy roja. —Le dice de pronto Saitama y se arrepiente al instante porque entonces Fubuki esconde su rostro con sus manos mientras gira su cabeza.

Ella lo mira de reojo con ceño fruncido, sus pupilas están dilatadas. —Sólo… no es como que tú estés mejor.

Y Saitama le cree porque puede sentir el calor de sus orejas. Pero tampoco es como que quiera detenerse, todo lo contrario, el hambre de seguir explorando el cuerpo de Fubuki aumenta. Es por eso que opta por tomar un momento para sentarse y quitarse la camisa de su piyama de una vez por todas y ante los ojos atentos de Fubuki. Ella se mantiene expectante conforme descubre su rostro, después sus ojos lo examinan y sonríe de lado.

Sus manos se dirigen a sus brazos firmes, fuertes y protectores. —Es un desperdicio que tus músculos no luzcan sobre tu traje de héroe. —Dice ella.

Saitama siente su rostro acalorarse, quizás es algo en la voz de Fubuki, o en sus ojos juguetones que inspiran ternura. Ella lo dijo de forma casual, pero ante sus oídos eso fue casi melodioso.

La emoción lo colma de forma exorbitante, como si su cuerpo siempre hubiera deseado eso. Casi como si estuviera consciente de que no habría vuelta atrás y, por lo tanto, debe apresurarse y terminar antes de darse cuenta del caos que está a punto de causar.

Y entonces Saitama se da cuenta de que esto, definitivamente esto, es la "calma antes de la tormenta" de la que ha escuchado antes.

Sus ropas de pronto estorban, queman, no tienen sentido, sólo sirven para interponerse entre ellos y ninguno de los dos quiere saber algo sobre distancias, murallas o límites; no importa qué tan prudentes sean.

Los pantalones empiezan a apretar. Está demasiado caliente. Necesita tomar acción de una vez por todas.

Pero, ¿qué sigue?

¿Besos? Ya.

¿Abrazo? Ya.

¿Caricias? Más, por favor.

La duda está en cada uno de sus movimientos, pero no se detiene.

Su mano baja por el vientre de Fubuki con la palma abierta y los dedos extendidos, llega a la parte baja y tienta sobre la ropa interior de ella. Sólo es una leve caricia de sus dedos, pero es suficiente para sentir cómo Fubuki se estremece conforme el tacto se dirige hacia el Sur. Está húmedo y es cálido.

Fubuki se limita a suspirar con profundidad y de forma pausada, su cuello nuevamente es expuesto.

Saitama se acerca y vuelve a besarla, con más prisa porque ella se lo exige y él, como buen novio que es, le obedece.

De forma intrusiva, a Saitama le viene a la mente la frase sobre que la gente baila como hace el amor y decide que él debe ser el peor bailarín del mundo, uno con dos pies izquierdos. Sin embargo, Fubuki parece tensarse bajo sus caricias de una forma positiva. Eso le da la suficiente confianza a Saitama para continuar.

Entre los besos, Saitama reacomoda su cuerpo para apoyar su brazo junto a la cabeza de Fubuki, las manos de ella entonces se entierran en su espalda, acariciando todo lo que le sea posible. La mano sobre la pantaleta de Fubuki sigue el camino de su entrepierna y se mete entre sus piernas, yendo cada vez más abajo, hundiéndose.

—No, no, vuelve a subir… —Dice ella.

Saitama se deja liderar, se siente aprisionado entre las piernas de Fubuki, incluso cuando es ella la que está debajo de él.

—¿Qué debo de hacer? —Se atreve a decir Saitama a pesar de su vergüenza. Él cree que esto no es algo que se debería preguntar.

Instinto. El instinto.

Fubuki no responde, tampoco lo mira, sólo toma su mano entre la suya y la dirige a un punto específico, señalándolo con su dedo justo debajo de su vientre y al comienzo de la apertura, en la punta y en medio de dos canales de piel.

Es suave, húmedo, casi imperceptible, pero cuando lo roza… Dios…

Las piernas de Fubuki se retuercen por un instante, un impulso fuera de control que desata un golpe de viento por toda la habitación, como una brisa violenta. Pero Saitama apenas pestañea.

Interesante…

Parece que Fubuki es totalmente sensible en esa zona, en ese punto.

Saitama quiere recordar esto y lo usa como base para su próximo movimiento. Sus dedos comienzan a masajear de un lado a otro ese lugar y de pronto Fubuki suelta un gemido involuntario y entrecortado.

Bien hecho.

Los dedos de Saitama se mueven más rápido mientras las uñas de Fubuki se entierran en la piel de su espalda, de sus hombros y su cuello. —Sai… Sait… ama.

Él toma esto como música para sus oídos, una luz verde.

Fubuki se retuerce, pero Saitama la retiene haciendo lo mismo que ella hizo antes: comenzando a besar sus clavículas. Los besos son torpes, profundos y de pronto siente más ganas de succionar que de hacer presión con sus labios. Aunque los toques son tiernos y sin ningún afán de lastimar, parecen ser lo suficientemente fuertes para dejar marcas rojas en la piel pálida de ella.

Los gemidos de Fubuki se intensifican. Saitama la entiende, él también necesita más.

Los dedos de Saitama masajean, tocan, acarician, buscan meterse entre los canales húmedos de Fubuki y luego vuelven a subir. Ella se contrae bastante, su cuerpo se curva creando un hueco en su cintura, espacio suficiente para que Saitama pase uno de sus brazos por ahí y la abrace de sus caderas, de su cintura, de su espalda. Las piernas de Fubuki se abren por completo, dándole entrada al cuerpo de él.

Saitama en realidad no sabe cómo se hace eso, qué está haciendo, cómo o qué hará; él no entiende nada de juegos previos, mucho menos de tiempos de preparación.

Pero a Fubuki nada de esto le importa. Ella con sus movimientos, suspiros y la brisa de sus poderes lo alienta a que toque más, que haga más presión. No importa si deja marcas y mancha su piel, ella puede encontrar el placer a través del dolor. Porque terminar muerta no es el mayor de sus problemas justo ahora. La vida es de quién la quiere y ella quiere, necesita, sentirlo por completo.

Y de alguna forma Saitama encuentra eso tan cautivador como familiar. El hecho de que Fubuki lo incite a probar cosas nuevas y a aprender a disfrutar de aquello que se viste de pecado y esparce libertinaje bajo un control total de forma irónica. Ella toma el mundo con sus manos y tuerce las reglas a su favor, sobresaliendo, intimidando, destrozando a cualquiera que se meta en su camino. Hace un tiempo ella lo hizo con héroes novatos, ahora lo hace con los temores de Saitama.

Él decide poner en práctica un poco de esa ambición característica de ella y, con sus manos muy abiertas, toma las piernas de Fubuki.

Sus manos suben, bajan, crean caricias en círculos, aprietan, sus palmas buscan acaparar todo lo que puede de sus muslos hasta conseguir llegar a su trasero. Saitama se detiene ahí y corta el beso para mirar a Fubuki de forma dubitativa, como pidiéndole permiso para continuar, como preguntando si esto estará bien y, al mismo tiempo, esperando que esto sea exactamente lo que ella quiere también, porque él está disfrutando esto.

Fubuki le sonríe y coloca sus manos sobre las de Saitama, hundiéndolas sobre el contorno de su trasero.

Entonces Saitama aprieta sus dedos sobre la piel, es suave pero no tan blando como lo imaginó y eso sólo lo hace querer tocar más. No hay problema. Los ojos de Fubuki lo invitan a tocar lo que quiera. Ella está guiándolo y él sólo la sigue. Saitama en estos momentos es un alma sin rumbo que sólo sigue la corriente, por otro lado, Fubuki es un ser que, como de costumbre, ha tomado la delantera, se ha puesto al frente y está dirigiendo el camino a una dirección que ella ya ha definido de principio a fin.

Si ella quería el mundo, la luna y las estrellas, Saitama se lo daría.

Conforme las caricias se intensifican y se vuelven más voraces, más sencillo es para Saitama verse embriagado con rapidez por la suavidad, el aroma y lo caliente de su piel; su mente comienza a nublarse, su corazón se acelera y de pronto empieza a considerar como una buena idea dejar que Fubuki lo lleve a donde sea que quisiese.

Fubuki se renueve los pantalones y Saitama hace lo mismo con los suyos. Él mira de reojo y nota que el encaje de su sostén combina con la de sus pataletas, uno muy bonito, verde sobrio, oscuro, está tan oscuro, pero Saitama puede ver los patrones del encaje coqueto; y eso le hace preguntarse si todas las chicas tienen su ropa interior a juego, si Fubuki tenía esto preparado desde un principio, si ella siempre venía preparada para este tipo de cosas. ¿Por qué querría lucir bien debajo de la ropa? No es como que siempre la gente te viera al desvestirse. ¿Qué tan especial puede llegar a ser Fubuki cuando se trata de verse bien?

Entonces Fubuki estira una de sus manos y atrae con sus poderes su bolso. Una luz azul ilumina el interior con algo flotando hasta su mano y, estando cerca, agarrándolo, le entrega el pequeño paquete metálico a Saitama.

La ropa interior de encaje a juego es una cosa, pero cargar con condones en su bolso mientras pasa la noche parece increíble, sospechoso, posiblemente todo ha sido siempre una trampa. Saitama se separa un poco de ella y la mira con asombro. —En serio, ¿cuándo planeaste todo esto?

—No sé de qué hablas. —Fubuki le sonríe.

—¿Cuándo compraste todo esto? No me digas que ten-

Pero Fubuki lo jala del cuello y vuelve a besarlo para que se calle.

Funciona.

Después ella desliza sus pantaletas entre sus piernas hasta que éstas caen a sus pies, luego toma la mano de Saitama y la dirige hacia el Sur, justo en el medio. Va más rápido que antes. Saitama no comprende qué es lo que ella quiere que él haga así que libera la fuerza de su mano para dejarse guiar. Ella entonces toma uno de los dedos de él, el más largo y dirige la punta hacia una partición que no sólo es muy cálida, sino que también es muy húmeda. —…Mételo. —Dice ella.

Saitama parpadea. —¿…Eh?

—Mételo. —Repite Fubuki acercando el dedo más hacia su entrada, su voz es un susurro tembloroso y su respiración es un viento agitado. —Primero uno, luego dos…

El dedo de Saitama entra, sólo una pequeña punta, no más lejos de donde está su uña. Lo primero que siente es humedad, una especie de agua viscosa. No parece tener un gran efecto en ella, aunque Saitama puede darse una idea de lo que sigue a continuación.

Fubuki no tiene ninguna reacción, eso no es nada. —Todo, debe ser tu dedo completo.

Saitama asiente y obedece. Esta vez sí hay una reacción para ambos. Ella traga saliva y se nuestra ansiosa, él en verdad no esperaba que estuviera tan mojado, pero le gusta. Él siente piel, lisa, suave, cliente, pero hay más dentro. Al mover su dedo, el futón se sacude con brusquedad.

—Ey, ¿estás bien?

—N-no es anda, sólo sigue… es… —Fubuki vuelve a tragar saliva, su frente suda, su rostro está rojo. —Continúa… —Dice ella.

Quizás Saitama no sea muy listo, pero consigue comprender que esta es una reacción buena en ella, ¿no? Primero es un dedo, luego son dos. Parece que el movimiento es lo que le causa placer, ya que la zona donde tiene metido sus dos dedos más largos se pone cada vez más caliente y mucho más mojada. Poco a poco el líquido viscoso y ligeramente espeso comienza a escurrirse y Saitama es capaz de verlo brillar con la poca luz de la luna, o de los faros de la calle, o de los poderes de Fubuki, sobre eso. Es transparente.

Saitama, más asertivo y curioso que nunca, decide comenzar a intercalar sus dedos de arriba hacia abajo, aún dentro, abriendo las paredes de carne que los envuelve. Fubuki ahoga un sonido en su garganta y esto sólo consigue aumentar el entusiasmo en él. Así que Saitama sigue jugando con sus dedos de forma determinada, esta vez deslizándolo hacia dentro y hacia afuera también, haciendo que las piernas de Fubuki se tensen y muevan de forma involuntaria. Son movimientos simples pero rápidos, es casi divertido ver lo rojo que está el rostro de ella.

Él está tan concentrado en esto que no nota cómo el cabello de Fubuki comienza a elevarse. El viento se dirige en una misma dirección y comienza a girar en círculos alrededor de la habitación. Las cosas comienzan a vibrar, los vidrios tiemblan y, si los focos estuvieran encendidos, seguramente estarían parpadeando sin parar.

—Es s-suficiente…

Saitama está más que de acuerdo, él necesita seguir. El ardor en su entrepierna le dice que necesita meter algo ahí además de sus dedos.

Toma el condón entre sus dedos temblorosos y ligeramente pegajosos para abrirlo. Saitama está agitado y con prisa pero intenta hacerlo de la forma más cuidadosa posible para evitar romperlo. Después debe tomarse un par de momentos más para poder colocárselo de forma correcta. Fubuki frota sus piernas y acerca su trasero hacia él, está impaciente.

Las cortinas tras ellos se mueven con fuerza. El aire se vuelve más denso. La lluvia cae con más fuerza.

Saitama alza su cuerpo y se encorva entre las piernas de Fubuki mientras acerca la cabeza de su miembro hacia la abertura ya preparada, completamente empapada. Lo sujeta con su mano para introducir una parte, luego se mantiene quieto, dejándose embriagar por el cosquilleo que nace entre sus piernas, por su pecho y en su estómago. Sus ojos se dirigen a Fubuki y nota cómo ella ha cerrado sus ojos con fuerza y sus manos se sostienen de la almohada.

¿Se siente bien? ¿Aún está segura de esto? ¿Duele?

Saitama se introduce y el rozamiento que envuelve su propia carne lo hace sentir casi extasiado. Es como el fuego hecho agua lo que lo enreda, el hormigueo del placer puro e inquieto. Esto podría volverse una adicción.

Fubuki suelta un quejido y su cuerpo se enciende en un aura brillante. Saitama la contempla en silencio, deteniéndose a la mitad, sus manos se dirigen a las rodillas de ella y suavemente desplaza el tacto por sus muslos y sus caderas hasta detenerse en su cintura; un agarre mucho más fuerte que la primera vez. Sus bocas están entreabiertas, Fubuki abre sus ojos y lo mira, de pronto su expresión es un mensaje claro para Saitama, algo obvio, más que una petición, es una exigencia.

"No te detengas."

Y Saitama no se queja, reclama ni pone ninguna clase de objeción. Fubuki bien podría haberle dicho que le trajera un diamante del centro de la tierra y Saitama sólo asentiría en silencio e iría por eso; él abriría en dos el planeta tal y como lo hace con sus piernas y se metería en el fondo del mundo por aquello que la hiciera feliz, justo como en ese momento se estaba metiendo en ella por completo.

Saitama afirma el agarre de la cintura de Fubuki y lo usa como apoyo para adentrarse por completo. Al hacer eso, el futón da una fuerte sacudida que toma por sorpresa a Saitama.

Del cuerpo de Fubuki emana un frío pesado que baña sus manos y lo empuja hacia atrás. Ella no se da cuenta. Él no comprende esta reacción evasiva hasta que, al retirar sus manos, nota que la fuerza que ha aplicado en su agarre, de forma inconsciente por la sorpresa, lo ha hecho sobrepasarse y ha dejado un rojo marcado con la forma de sus dedos en la piel de ella.

Ese error crea un disparo de terror en Saitama mientras comienza a retirar su cuerpo pero es detenido por las manos de Fubuki cuando su miembro casi sale de ella.

Saitama comienza a balbucear. —L-lo siento, yo…

Fubuki lo observa y niega con su cabeza de forma insistente, ahogando su voz mientras aprieta sus dientes con fuerza. Ella toma sus manos y las vuelve a colocar en su cintura. Ella quiere que continúe.

Saitama traga saliva y respira profundo, intentando calmarse lo más que puede. Siempre ha tratado de mantener su fuerza al límite mínimo cuando se trata de un ser humano, ahora debe hacer lo mismo. Fubuki confía en él.

Él cierra sus ojos, suspira y se vuelve a adentrar por completo, aunque esta vez mucho más lento para evitar causarle daño al cuerpo de Fubuki. Una vez que lo hace, espera por varios instantes a que los cuerpos de ambos se acostumbren a la sensación. En su mente llega la duda sobre si debería ser un poco más considerado, es decir, ella le está permitiendo tomar esta experiencia por sus propias manos, lo guía y se mantiene paciente a su completa inexperiencia. ¿Ella también lo está disfrutando? ¿Quiere detenerse? Así que Saitama acerca su rostro al de ella y su pregunta sale en voz baja. —¿Cómo… cómo te sientes?

Era obvio que Fubuki no esperaba esa clase de cuestión, pero supo recomponerse soltando un suspiro de sus labios entreabiertos, haciendo un esfuerzo por modular su voz. —Llena.

Esa es una respuesta que mantiene la mente de Saitama en blanco un par de segundos. Ella ahoga una risa y le pide que continúe.

Entonces las manos de Saitama se mueven hacia el futón, haciendo presión para alzar un poco su cuerpo de nuevo. Piensa en colocarse de rodillas para iniciar las estocadas, pero luego se arrepiente y se vuelve a agachar. Luego se le ocurre alzar las piernas de Fubuki sosteniéndola de su trasero, pero al intentarlo siente que pierde el equilibrio y eso provoca que desista de la idea de inmediato. De pronto no sabe qué está haciendo o cómo debería estarlo haciendo. Si mover sus caderas o las de Fubuki. Ya está dentro, ahora necesita moverse de adentro hacia afuera y continuar así hasta que sea suficiente.

La vergüenza lo inunda con rapidez acompañado de una gran impaciencia, pero necesita ser cuidadoso, necesita medir su fuerza, esta es la parte más difícil.

De pronto siente demasiado calor, comienza a sudar, su corazón no para de latir con fuerza, incluso es capaz de escucharlo en sus oídos. Y ella se mantiene expectante.

Entonces Fubuki acerca su cuerpo hacia él, lo toma del cuello y de los hombros y lo acerca hacia ella. Ella y él. Lo obliga a agacharse y doblar sus brazos sobre el futón para estar más cerca, recargarse en su pecho, con sus manos a su costado y aumentando la presión en la entrada. Ella lo abraza, lo envuelve, cierra sus ojos, suspira con su nariz entre su cuello y curva sus labios en una sonrisa. —Sólo… mantente cerca. —Le dice de forma cálida, susurrante, su voz es un tierno beso en sus oídos.

Esa posición es mucho más cómoda para ambos. De esta forma Saitama puede ver a Fubuki de frente y besarla mientras sus caderas comienzan a mecerse hacia atrás y hacia adelante, despacio, paciente, suave, caliente, inmenso, húmedo, hace cosquillas y la sensación de placer se prende como una llama furiosa en su estómago y pecho. En su mente hay pensamientos sobre no detenerse, sobre ir más lento, sobre ir más rápido, sobre si los gemidos de Fubuki suenan lindos y actúan en él como la leña al fuego.

Sometido por tan magnífica sensación, Saitama la abraza con fuerza y la besa, incluso si Fubuki no puede sostener el beso por mucho tiempo y sus palabras se vuelven simples sonidos entrecortados. No le importa, ama esto, la ama a ella, ama la lluvia, el fuerte silbido en sus oídos, el frío viento que choca y lo empuja tras su espalda y el brillo azul que baña el cuerpo de Fubuki, como si fuera la luna misma, incluida la forma en la que sus cabellos se mecen de manera ya no tan lenta, flotan, como si ella acabara de entrar al espacio.

Las diminutas motas de polvo bajo el aura de Fubuki se convierten en estelas y es esa misma luz la que ilumina su cabeza y sus cabellos negros, como si fuera un aro, como simulando a un ángel. Pero Fubuki no es nada como un ángel. Ningún ser divino y puro tiene tanta ambición y terquedad como ella.

Las paredes oscuras se asemejan al cielo de la noche y Saitama considera que, ante sus ojos, Fubuki bien podría ser la luna misma. Es hermosa, brillante y, después de mucho tiempo, está en ella.

Saitama se pregunta cómo algo así puede sentirse tan bien. Tiene tantas cosas en la cabeza que apenas tiene tiempo de reaccionar. Y es en ese preciso momento donde él, como el humano que es, cede con gran facilidad a eso que todos llaman instinto.

Ahora él puede sentirlo, o más bien ignorarlo, dejarse envolver por Fubuki y sus labios y el calor de su cuerpo y el frío del viento cada vez más agresivo.

Los truenos se vuelven mudos. Los destellos de luz azul y los ojos verdes opacan la noche mientras la voz entrecortada de Fubuki se convierte en su líder, tomándolo por los brazos, espalda y cuello a manos y piernas abiertas.

Ella lo ha atrapado.