N/A: Acabo de empezar cuarto de carrera y estoy hasta arriba. Lo siento, pero tiene pinta de que voy a tardar más.

He cambiado los poderes de algunos prodigios, pero aún me faltan dos. Si a alguien se lo ocurre alguno sería genial.

Yo no puedo ver la portada. ¿La veis?

Este es un poco más corto de lo habitual en la parte anterior. Los primeros del anterior eran más de 5000 palabras y el resto entre 4000 y 5000. Este tiene aproximadamente 4000, pero algunos podrían salirme más largos.

Gracias a Katherine.


– ¿Cómo vamos a encontrar al guardián? – pregunto. Alguien debe tener una idea.

Chloe abre mucho los ojos y mira entre Alix y yo. Creo que ella no tiene lo que busco.

– No lo sé. Mi padre y mi hermano lo han estado buscando bastante tiempo. – dice Alix. – Incluso yo no puedo verlo con mi prodigio. Usa el prodigio de la protección o algo así.

Eso no lo sabía, aunque era de esperar. Lepidóptero habrá buscado al guardián antes que nosotras y claramente no lo han conseguido encontrar.

– Tenemos encontrarlo cuanto antes si queremos tener tiempo de entrenar a los otros portadores para cuando ese ejército actúe. Es él quien los elige.

– ¿Quién ha dicho eso? – se oye desde la dirección de Alix, sólo que no es su voz, sino la de Fluff. – Bueno, en realidad sí sé quién lo ha hecho. Tenéis que decírselo.

¿Decirnos qué? ¿Quién?

Hay un silencio.

– Vamos a mi casa. – dice Alix. – Aquí puede venir alguien en cualquier momento.

Recoge todas las cosas que había traído para hacer un graffiti.

En su casa se encuentran su padre y su hermano. Nos saludan cuando entramos y vamos a su habitación.

¿Cuánto exactamente saben ellos? ¿Saben quiénes somos nosotras?

– ¿Qué tenéis que decirnos? – pregunta Chloe.

Tanto Longg como Polen tienen una reacción. No sé exactamente qué se supone que significa, pero deben ser ellos los que no nos han contado algo.

– ¿Sabéis dónde está el guardián? – vuelve a intervenir Fluff.

Mi kwami niega con la cabeza.

– No. Estábamos en cajitas. Desde la caja del guardián hasta las casas de las portadoras fue como si estuviéramos durmiendo.

Si hubiera sabido dónde estaba el guardián, no le hubiera perdonado.

– Si no es eso, ¿qué no nos habéis contado?

Mi pregunta hace que se miren el uno a la otra.

– No es el guardián quien escoge a los portadores. – declara Polen.

Eso fue lo que me dijo Longg. Me mintió.

– Si no es él, ¿quién lo hace? – inquiere Alix.

– Nosotros. – dice Longg. – Los kwamis dependemos de los humanos. La acción humana nos ha debilitado, por lo que necesitamos unirnos a un humano para seguir viviendo. Y tenemos que hacerlo, ya que representamos todos los aspectos de la naturaleza.

– Para elegir un humano necesitamos que su magia sea compatible con nosotros. – explica Polen. – El guardián no puede saber cómo nos sentimos con respecto a una persona. Tenemos que elegir nosotros.

– Longg acaba de decir que estar en esa cajita es como estar dormido. ¿Cómo nos seleccionáis entonces?

La duda de Chloe tiene mucho sentido. Si el guardián es capaz de saber lo que piensan los kwamis dentro de las cajitas, entonces es como si nos eligiese él mismo.

– Porque lo hacemos cuando sois bebés. Sois mucho más vulnerables, es más fácil hacer una conexión. Una noche, todos salimos por nuestra cuenta a buscar bebés. – dice Longg.

Eso suena como si ellos fueran dañinos o peligrosos.

– Además, escoger bebés hace que todos tengamos portadores de edades cercanas, así podéis llevaros mejor. – continúa Polen.

– Tenemos que elegir en el mismo día. Por eso te elegí a ti. Eres la única de la edad adecuada en la familia Kubdel.

No me parece bien que Fluff haya dicho eso. Suena como si no tuviera más opción mientras que a Chloe y a mí nos eligieron de entre todos los niños mágicos que había.

– Entonces el guardián sólo tuvo que saber qué personas habíais escogido.

Eso tiene que ser difícil.

– Sí. Dejamos marcas mágicas en vosotros que sólo él sabe leer.

– Aún así, es demasiado complicado. El guardián tiene que ir por todo el mundo buscando niños. A lo mejor es por eso que nos seleccionó a nosotras, pesar de nuestros distintos caracteres. – teorizo.

Polen arruga la cara.

– ¿Por qué piensas que elegimos niños de todo el mundo? Eso es muy complicado de hacer en un día.

– Porque Longg me escogió a mí y yo nunca había salido de Japón hasta el año pasado.

El kwami se pone delante de mi cara.

– Eso no es verdad, Kagami-san. Tú vivías aquí cuando eras un bebé, en una casa tan llena de espadas como la actual. Fue por eso que te elegí a ti en lugar de a otro bebé mágico. Sabía que aprenderías a luchar.

Pero mi madre nunca me ha contado que yo haya estado en Francia.

Longg no tiene motivos para mentir con esto, debe estar diciendo la verdad.

– ¿Por qué quisiste que yo fuera tu portadora? – pregunta Chloe a su kwami.

– Porque eres lo más parecido posible a una princesa en este país. Yo siempre tengo que servir a una reina.

Me sorprende que diga algo así. A los franceses les gusta mucho la República. Pero ellas se lo toman bien.

– ¿Por qué no me habías dicho que me escogiste tú?

Miro a Longg, acusándolo. Sí, me molesta que me mientan. Mi madre me oculta cosas, Longg me oculta cosas. Hasta D'Argencourt me ocultó por qué Martin no era de fiar. Podría haberme atacado a mí.

Me ocultan cosas como si yo fuera una niña incapaz de pensar por mí misma o de aceptar la verdad. No soy tan inmadura.

– Sé que estás dolida, pero portadores anteriores han sentido una gran presión al saber que yo les había elegido personalmente. Soy viejo y poderoso. Intentaron impresionarme y lo que yo quiero es cercanía y familiaridad, lo que tenemos. Es mucho mejor que piensen que ha sido un anciano aleatorio y que quieran impresionarlo a él.

Es lógico y basado en la experiencia. Es un buen argumento. No puedo no perdonarle, aunque mis sentimientos digan que no.

– Aún así ¿por qué tenías que delatarnos, Fluff? Es traicionero.

– Estamos en una situación inaudita y peligrosa. Alguien está usando un prodigio para el mal y para atacar al guardián y a mí. Él se arriesga mucho al buscar a otros portadores. Me importa una mierda que te sientas molesto, Longg.

Él no responde. Ha debido pensar lo que yo antes: lógico y bien argumentado.

– ¿Por qué no me lo dijiste a mí? – inquiere Chloe.

– Ego. – responde Polen. – Las reinas suelen tener mucho. No te conocía en aquel entonces y no me iba a arriesgar.

Mi amiga asiente.

– Bueno, ahora que hemos aclarado las mentiras, hay que encontrar al guardián. Empezemos por la descripción: ¿Cómo es físicamente? ¿Sabéis a qué se dedica?

– Es un hombre viejo, chino. Trabaja en algo, pero no recuerdo el qué. – dice Polen.

No muy detallado.

– Trabaja en medicina tradicional china, haciendo acupuntura y vendiendo remedios, desde su casa.

Eso puede ser mejor.

– Entonces buscamos todos los hombres que hacen medicina tradicional china en París y hacemos una lista para visitarlos. – sugiere Chloe.

Alix y yo estamos de acuerdo y Alix trae un folio y tres bolígrafos. Las tres a buscamos en nuestros teléfonos y apuntamos todos los sitios. Son unos pocos.

– Son bastantes. No pasa nada, nos los repartimos. Sólo tenéis que fingir que os habéis hecho daño ante vuestros padres y...

– Si tengo una lesión, mi madre suele ser quien me trata. – le interrumpo. – Podría ir a escondidas.

Alix niega con la cabeza.

– No. Ya iremos nosotras dos.

– Yo tampoco puedo hacerlo. – dice Chloe. – Estoy segura de que mi madre me lo prohibiría. La medicina tradicional china es china. Ya sabéis cómo es ella con lo extranjero.

Cierto. Su madre es una racista. Y también le pega. Me sorprendió mucho verlo en el blog de Alya. He querido preguntarle, pero no sé cómo. Ella es... especial con ese tipo de cosas. Estoy preocupada por ella. Me gustaría poder traerla a casa y alejarla de esa bruja.

– Pues lo haré yo. Le pediré ayuda a mi padre y mi hermano. Ya saben que soy Bunnyx y ellos ya han estado buscando al guardián...


Es la hora del almuerzo cuando llegan.

Hace un tiempo maravilloso, una lluvia fina y un frescor agradable. Me encanta el olor a tierra mojada.

Cuando llueve me siento con mucha más energía, por lo que llevo toda la mañana tomando notas sin perderme nada.

En el descanso para comer, nos han dejado salir y también quedarnos en el aula si es lo que preferimos.

Nosotras hemos decidido salir, ellas saben que me encanta la lluvia, y nos hemos sentado en un banco bajo un soportal. Aunque en parte ha sido por el ambiente sofocante de la clase, para ellas, claro. Yo no me he dado cuenta de dicho ambiente.

Nuestra clase se está dividiendo: algunas personas han dejado a Marinette y se han acercado a Lila. De eso sí me he percatado. Hay tensión entre los dos grupos, según Alix.

Adrien no ha venido con nosotras. Aún se está ganando el favor de Lila, y según la nueva situación, lo necesitamos. A pesar de ser consciente de ello, hubiera preferido que viniese con nosotras.

Estamos a mitad de nuestro almuerzo (el mío ya no es un bento) cuando vemos entrar a dos personas. A simple vista parecen gente normal, por ejemplo, para que vienen para recoger a un alumno enfermo.

No es hasta que se nos acercan, ya que somos las únicas que estamos fuera, que vemos las placas en las presillas de sus pantalones. Son policías.

No me cabe duda de que es por lo del señor Martin. ¿Qué otra cosa podría ser? Los policías nunca han entrado al recinto por los akumas, como mucho, se quedaban en el exterior para protegernos de los adultos que venían con los primeros. Pero ellos ya no están. Se fueron, al igual que media ciudad.

Verlos me sobresalta, sin embargo, soy capaz de ocultar mis sentimientos y pongo una prístina máscara de frialdad. No pueden notar ni por un segundo que sé por qué están aquí.

– Buenos días. Nos gustaría saber dónde se encuentra el despacho del director. – dice la mujer en un tono lo suficientemente autoritario como para que respondamos y lo suficientemente suave para que no nos sintamos amenazadas.

Alix señala una escalera.

– Por ahí, subid, todo recto. Las puertas grandes. No tiene pérdida. – explica con toda naturalidad. Estoy segura de que sabe por qué han venido y no sé cómo hace para parecer tan desinteresada. Casi parece que no tiene que ver con ella.

– Gracias. – dice el hombre. Y se marchan.

En el momento en que les hemos perdido de vista, nos miramos entre nosotras.

– ¿Sabrán ellos que fui yo quien encontró el cadáver?

Alix niega con la cabeza.

– No tiene pinta de que te hayan reconocido.

Es extraño. Siento un dolor en el pecho. Estoy segura de que es culpabilidad. Lo curioso no es eso, sino que no lo he sentido en todo este tiempo. Sólo me sorprendí de lo que yo misma llegué a hacer.

He estado pensado en ello y tienen razón. La lógica dice que hice lo correcto. La moral dice que hice lo correcto. Hombres como él no tienen que existir. La mano del destino decidió que yo debía hacerlo.

– ¿Vosotras estáis bien?

– ¿Por qué no iba a estarlo? Si lo pensamos bien, en realidad no me ocurrió nada. No soy una víctima aquí. Sólo fue un susto momentáneo. Nada más.

Su tono es extraño. Yo pienso que se está intentado convencer a sí misma.

– Si no fuera por mí serías una víctima, Alix. No intentes minimizarlo. Por mi parte, estoy bien. Y cada vez que te veo me siento mejor.

Cada vez que la veo me reafirmo. Hice lo correcto.

– Si están aquí es porque ya lo han identificado. Muy lento para ser porque tuviera su identificación consigo, pero demasiado rápido para que sea por coincidencias con desaparecidos. ¿Creéis que estaba fichado?

Sí. Por lo que dijo D'Argencourt, estoy segura de que no es la primera vez que hace algo así. No sé por qué no estaba en la cárcel. ¿Cuánta más gente sabía que era un violador? ¿Por qué lo han dejado estar cerca de menores? En realidad, sí lo sé. D'Argencourt dijo que estaban muy desesperados por tener un profesor después de echarlo. Ahora tendrán que volver a contratarlo, como él quería.

– Tenemos que pensar qué les voy a decir. – dice Alix. – Yo era alumna suya. Si van a preguntar a alguien, es posible que yo sea una de esas personas.

Chloe se gira en su dirección, dándome la espalda.

– Tienes que hacerte la sorprendida, confundida e incluso un poco curiosa, como si no tuvieras nada que ver con el tema. No tienes que decir nada malo de él o serás una sospechosa. Y si te preguntan, estabas en casa. Aquí no ha pasado nada. – le ordena.

Habla como si ya supiera hacer esta clase de cosas. Recuerdo que ella me dijo que sabía lo que tenía que hacer, que ya lo había hecho antes. ¿De dónde viene todo ese conocimiento?

Se termina la hora de comer y tenemos que volver a clase.

Desde mi asiento veo cómo Adrien vuelve de la última fila. Ahí es donde se sienta Lila oficialmente.

– ¿Y bien? – pregunta Chloe.

– Va bien. Creo que le gusto.

– Pues claro que le gustas. ¿A quién no le gustan los chicos guapos y ricos?

Adrien mira a Alix, que no nos está prestando atención alguna y, en su lugar, tiene la cabeza girada hacia la derecha, dónde se sientan Nathanael, Max y Kim.

¿Aún no lo ha superado? Pensé que le había ayudado con eso.

– ¿Qué más da? Ya lo he superado. Pero ella es le muestra de que no tienes razón, Chloe.

– Ella no importa. Lila es mucho más normal.

Adrien asiente y me mira.

– ¿Te vienes esta tarde a mi casa?

Me está preguntando a mí. ¿A Chloe la deja fuera?

– ¿Para estudiar?

Se encoge de hombros.

– Claro. ¿Por qué no?

¿Para qué si no?

A mitad del la quinta clase del día llaman a la puerta del aula. El profesor abre sin saber muy bien que está pasando. Nosotras ya nos lo imaginamos.

Entran los dos policías acompañados por el señor Damocles.

– Chicos, estos policías necesitan preguntaros algunas cosas. Me gustaría que les ayudaráis todo lo que podáis.

Todos empiezan a hablar entre sí al mismo tiempo, hacer preguntas y comentarios, de manera que no se puede oír a nadie en concreto, sólo mucho ruido. Para disimular, creo, Alix se acerca más a mí y dice algo que no logro oír. Adrien se gira y nos mira con el celo fruncido. Está confundido.

– ¡Silencio! – exclama el director.

Todos se callan y se sientan recto, mirando al frente.

Alya levanta la mano.

– ¿Sí, señorita Cesaire?

– La policía no puede interrogarnos sin el permiso de nuestros padres, somos menores de edad.

Entonces interviene el hombre.

– No es un interrogatorio. Ninguno de vosotros sois sospechosos. Sólo queremos haceros algunas preguntas.

Alya no responde nada a eso.

– ¿Sabéis algo del señor Martin, el profesor de educación física?

¿Por qué hace esa pregunta? Tienen que saber que está muerto.

Es posible que quieran medir nuestras reacciones. Dejo la expresión en blanco. Estoy entrenada, puedo hacerlo.

– El profesor Martin faltó a clase el viernes. – dice Kim.

Me doy cuenta de que la mujer mira fijamente a Chloe. Debe saber que fue ella quien encontró el cuerpo.

– ¿Alguno de vosotros ha tenido conflictos con el señor Martin?

Algunos compañeros miran a los lados, buscando a quien diga que sí. Yo también lo hago, pero para ver qué hace Alix.

No está haciendo nada en especial. Lo está ocultando. Eso es bueno.

Tras un momento de silencio, hace otra pregunta más.

– ¿Alguno de vosotros sabe de alguien que haya tenido conflictos con el señor Martin?

Una vez más, nadie dice nada.

Le dicen algo al director en un tono bajo y los tres se despiden y se marchan.

Esas preguntas son extrañas, como si supieran lo que era ese hombre. Teniendo en cuenta lo que me dijo D'Argencourt, es muy posible que lo sepan y que estuvieran buscando una alumna que pudiera encauzar la investigación.

Los sabían y, aun así, lo dejaron venir aquí.

Son inhumanos.


Llego a la casa Agreste después de terminar mi clase de esgrima y ducharme. Por suerte, mi clase es temprano y aún tengo el resto de la tarde. Además, mi madre no estaba para prohibirme salir. De todas maneras, creo que me hubiera dejado hacerlo si le hubiera dicho que es para estudiar, aunque no si supiese que es con Adrien.

A pesar de que nuestros padres se odian, el señor Agreste no parece estar en contra de que pase tiempo con su hijo. Sin embargo, tampoco lo he visto cuando he venido, como si me rechazara. La verdad es que no lo entiendo. No entiendo los comportamientos ni las indirectas. No sé si intenta decirme algo con el no aparecer cuando yo estoy aquí.

No debo calentarme tanto la cabeza pensado en los códigos de conducta o nunca dejaría de hacerlo.

La mujer abre la puerta.

– Ah, eres la amiga de Adrien que ya ha estado aquí. Entonces supongo que podrás llevar tú sola a su habitación.

Todos los amigos e incluso los no amigos de Adrien han estado aquí. Nino akumatizado nos trajo a la fuerza. Pero creo que nadie llegó a entrar en la casa.

Voy a su enorme habitación. Él está sentado en su sofá, jugando con un videojuego de esos de disparar. No sé cuál es, todos me parecen iguales. No me saluda ni da ninguna muestra de saber que ya he llegado.

Me he acerco al sofá y pongo mi mochila junto a él. Se sobresalta y pausa el juego para poder mirarme.

– Hola. – dice con una sonrisa. – Eh, cierra la puerta. ¿No querrás que me pillen saltándome la práctica de piano?

Se levanta para cerrarla, dejando el mando sobre el sofá. Ahora que lo menciona, me doy cuenta de que nos acompaña una melodía de piano. Me fijo en que su móvil está reproduciendo un vídeo de YouTube por los altavoces, pero con el volumen correcto para que parezca que lo toca él.

– Tú también desobedeces a tu padre.

– A veces. Es difícil seguir ese horario. ¿Recuerdas ese día que estaba tan... deprimido por la cantidad de cosas que tenía que hacer? He pensado una manera de evitar llegar a ese punto.

Ah. Definitivamente no me ha llamado para estudiar.

– ¿Por qué estoy aquí? – pregunto. No se me ocurre qué puede querer de mí.

Hace una mueca. ¿He dicho algo malo?

– Antes pasaba mucho el tiempo con Nino. Cada vez que tenía algo de tiempo, lo llamaba. Ahora ya no me junto con él y he empezado a hacer planes con Chloe. Me he dado cuenta de que te estaba dejando de lado y no quiero.

– ¿Soy una sustituta?

– No, claro que no. Sólo quería pasar tiempo contigo.

Eso está bien. Muy bien. Me gusta.

Si lo que quiere es relajarse y no estudiar, ¿qué deberíamos hacer? Los videojuegos no son lo mío.

– ¿Quieres que hagamos ejercicio?

– Llevas falda.

Sí, es verdad. No es buena idea.

– ¿Jugamos al futbolín?

Él sonríe.

– Si quieres estudiar, podemos estudiar.

No. A mí también me gusta divertirme.

Voy al piano, me siento y quito la música. Se supone que con mi llegada tiene que dejar de practicar.

Toco una tecla. Es un impulso, en realidad no quiero hacer nada con el piano. Me levanto para dirigirme al futbolín. No vamos a estudiar.

– ¿Quieres que toque?

Me fijo que en su mirada apunta al piano.

– Acabas de decir que te has saltado la práctica.

– No es lo mismo practicar que tocar para alguien.

Él se acerca al piano y se sienta en la banqueta. Me hace un gesto para que me siente junto a él.

– ¿Cuál quieres que toque?

– No lo sé. Yo sé tocar el violonchelo y no sé me da muy bien , así que no me interesé por composiciones de otros instrumentos.

Se encoge de hombros.

– No pasa nada, elijo yo.

Comienza a tocar una melodía lenta, calmante y muy bella. Me serena tanto que me empiezo a relajar. Cierro los ojos y me inclino a un lado, apoyando la cabeza.

La música continúa, haciendo que me pierda en ella y casi me duerma.

La melodía se termina y siento un roce en la cara, como me apartan el pelo y me lo ponen detrás de la oreja. También me rozan el cuello, pero no tengo miedo. No me asusto como hace unos días. Estoy acompañada, estoy con Adrien.

Oh, vaya.

Me alejo de él rápido, me había apoyado en su hombro. ¿Cómo se me ha ocurrido?

Lo miro, avergonzada, y él tiene los ojos como platos y la mano alzada.

La baja y vuelve a encarar el piano.

Es cierto lo que dijo Alix. Esto es incómodo.

Es incómodo porque no sé qué hacer. Es incómodo porque me doy cuenta de que con él bajo la guardia. ¿Qué tiene él de distinto? Con las chicas también lo hago, pero mucho menos. Es incómodo porque este comportamiento que tenemos entre nosotros no está entre los que la aplicación explica. Eso quiere decir que nosotros somos algo distinto a amigos.

No entiendo del todo cómo funcionan estas cosas. Debería preguntarle.

– Adrien.

– ¿Quieres jugar al videojuego? – me interrumpe. Señala a la televisión, con el videojuego en pausa.

No me ha dejado hablar. Puede que sea buena idea, a veces hago las cosas sin pensar. A lo mejor preguntarle directamente lo hace sentir incómodo.

Abro la boca. No sé qué voy a decir.

– ¿Sabes qué? Voy a por un aperitivo, una macedonia. Y nos ponemos a estudiar. Tienes razón en que nos hace falta.

Se levanta y se va, muy rápido. Tengo razón, está incómodo. Pero realmente me gustaría entender qué ha pasado.

– Kagami-san, por favor, no hagas eso cuando estoy contigo.

Eso no tiene sentido. Es mi kwami, que va conmigo a todas partes.

– Siempre lo estás.

– Exacto. Deberes centrarte en Lepidóptero y su nuevo ejército, no en chicos.

Tiene razón. Esto es una estupidez. Lo que hemos descubierto es mucho más importante, crucial para el futuro de París. Lo que tenemos que hacer es encontrar al guardián para que nos ayude a encontrar al resto de portadores.

Adrien vuelve con un cuenco de fruta cortada y una sonrisa tan forzada que me percato de ella.

Esto va a ser aún más incómodo.

Comenzamos a estudiar, en silencio y comiendo algo de fruta de vez en cuando.

Hasta que Adrien habla. Por suerte, no es de lo que acaba de pasar. Desgraciadamente, es de otro tema del que tampoco quiero hablar.

– Qué raro lo de hoy, ¿verdad?

No hay que ser muy listo para darse cuenta que se refiere a los policías. Yo me aseguro de poner mi máscara de indiferencia.

– Ha sido curioso, y muy inusual. – respondo. Es una respuesta neutral, como se supone que yo debo ser. – Yo no tengo clase con él, así que no sé a qué se deben esas preguntas.

Adrien mastica lentamente un trozo de manzana. Mira a sus deberes, al piano, al rocódromo. Creo que le cuesta decir algo.

– El señor Martin es... raro. Bueno, no. No lo es. Es espeluznante. Siempre está muy cerca de las chicas. Incluso ha cambiado la manera de hacer el calentamiento, de tal manera que casi siempre lo hace cerca de una chica. Puede que le estén buscando por algo relacionado con el acoso.

Vaya. Entonces había indicios. Los alumnos lo sabían.

Yo debería hacerme la soprendida. Alix no me ha contado nada de esto y se supone que D'Argencourt tampoco. Además, me he estado mentalizando sobre cómo mentir.

– ¿El profesor es un acosador?

Él se encoje de hombros.

– Eso creo. Lo mejor sería preguntarle a la chicas, pero ninguna ha dicho nada a los policías.

Asiento. Él parece estar menos incómodo conmigo.

Yo me siento mucho más tensa. Nunca llueve a gusto de todos.