— Señora, el señor Weasley está aquí.

Narcissa despegó la mirada melancólica del fuego, dejó sobre la mesa el vaso que tenía hace rato entre las manos y se puso de pie.

— Hazlo pasar.

El elfo se dio la vuelta para salir de la habitación y su ama compuso mientras tanto el gesto altivo de siempre.

— Buenas tardes, señora Malfoy.

— Señor Weasley —le ofreció una inclinación de cabeza, ni tan siquiera la mano.

El joven fornido, el que domaba dragones, dio dos pasos adelante con una cesta en la mano, hasta dejarla sobre una mesa.

— Mi madre le manda esto. Me pide que le diga que la comida casera es lo mejor para estas ocasiones, especialmente si es en buena compañía.

— Su madre es insistente.

— Se preocupa por usted, no le gusta que pase la Nochebuena aquí sola pudiendo estar en nuestra casa con Draco y con Andy.

— Yo no celebro la Navidad, señor Weasley —contestó con voz helada, subiendo un poco la barbilla.

— El tercer día de Yule, en ese caso, señora Malfoy.

— El cuarto, joven.

En el rostro pecoso de Charlie un músculo se tensó por unos segundos.

— En cualquier caso, tanto la Navidad como Yule son fiestas familiares. Y usted tiene una familia, aunque no sea ortodoxa o esté a la altura de viejos estándares.

La mirada de Narcissa se volvió afilada, también su voz.

— ¿Cree usted que mi negativa tiene que ver con prejuicios, señor Weasley?

— ¿No es así?

Ella tomó el vaso de la mesa y dio un sorbo largo sin dejar de mirarle.

— No. No contra su familia o sus invitados, su madre es infinitamente amable conmigo, mucho más de lo que merezco.

— ¿Entonces? ¿Por qué se hace esto a sí misma? ¿Por qué renuncia a estar donde la quieren?

Narcissa sonrió, una sonrisa tan triste que resquebrajó totalmente su máscara altiva.

— El amor hay que ganárselo, Charles.

El joven se estremeció al escuchar el nombre en sus labios y dio varios pasos adelante, decidido, con los puños apretados.

— No creo que haya un hijo más entregado que Draco, Narcissa. O una hermana más cariñosa, no hay nada que ganar ahí.

— Sabes que no me refiero a ellos.

Las cejas claras de Charlie se alzaron casi hasta rozar el nacimiento del pelo y, con un último paso alargó la mano y tomó una de las de Narcissa entre las suyas.

— No tienes que ganarme, ya me tienes.

— Por unos días. No puedo sentarme a la mesa de tu madre y dejar que se vea en mi cara cuanto me duele no poder retenerte —confesó por fin, dejando ir todo artificio.

— ¿Es eso? ¿Por eso cada año rechazas la invitación? ¿Por eso esta vez Draco ha insistido en que venga yo a convencerte?

Narcissa se sentó en el sofá, sin recuperar su mano, y se tapó los ojos con la otra.

— Me salvaste, Charles. Esos meses después de la guerra, con todo loco a mi alrededor, los juicios, las pérdidas… Pero han pasado cinco años y ya no puedo con más despedidas. Ni con más secretos.

— Narcissa… —Sus grandes manos apretaron más la que retenían— pensaba que te avergonzabas de mí y por eso rechazabas venir a los eventos familiares.

— En todo caso me avergonzaría de mí misma, porque quiero tantas cosas de ti y tengo tan poco que ofrecerte… —le contestó, acariciándole la cara.

— Ten. —Se sacó un sobre del bolsillo y lo dejó sobre sus rodillas, sin apartar los ojos de los suyos— Mi regalo de Navidad.

Liberó sus manos y cogió el sobre, un poco arrugado y cálido de llevarlo en el bolsillo. Lo abrió y deslizó fuera el pergamino que parecía un documento oficial.

— Oh, Morgana. ¿Es cierto esto? —preguntó sobrecogida, agitando la carta.

— Totalmente oficial. Mi familia no lo sabe aún, tú debías ser la primera.

Feliz, ella le echó los brazos tras el cuello y le miró muy de cerca con los ojos brillantes.

— Bienvenido de vuelta a Inglaterra, domador Weasley. Dime, ¿necesitarás un alojamiento?

— Si es cerca tuyo, por supuesto, señora Malfoy. Y ahora dime, ¿serás mi pareja hoy en la cena de Nochebuena?

Por respuesta ella le besó. Y no una vez, las suficientes como para llegar tarde a cenar.